ENTREVISTA DE CRISTÓBAL COLÓN. PRIMERA PARTE.
Pues, mira, todo inició gracias a la buena fe y apoyo de Los Reyes Católicos de España,
particularmente la reina Isabel I de Castilla que creyó en mis teorías, por lo cual decidieron financiar
mi proyecto de llegar a Asia por el oeste, atravesando la mar océana. Recuerdo que fue el 17 de
abril de 1492, que firmé con los reyes las Capitulaciones de Santa Fe, documentos por los cuales se
autorizó la expedición a las Indias por el mar hacia occidente.
Posteriormente, y tras muchos sin sabores, por fin terminamos los preparativos de la expedición, y
logramos zarpar del Puerto de Palos, el 3 de agosto de 1492. La que se conoce como la escuadra
colombina estaba formada por las carabelas La Pinta, La Niña y la nao llamada La Santa María. La
Pinta y La Niña fueron elegidas por los hermanos Pinzón y costeadas por el concejo de Palos, en
cumplimiento de la real provisión expedida por los Reyes Católicos. La tripulación estaba formada
por unos 90 hombres aproximadamente.
Nuestra expedición se dirigió hacia las islas Canarias, donde me encargué de visitar a Beatriz de
Bobadilla y Ulloa, gobernadora de La Gomera, y además en la Gran Canaria hicimos reparaciones en
la Pinta, en el timón y en las velas. Finalizadas las reparaciones, desde la isla de La Gomera
continuamos la travesía del Atlántico, a partir del 6 de septiembre de 1492.
Quiero decirles que este viaje no resultó fácil para nadie, de hecho, hubo conatos de
amotinamiento, pero gracias a la presencia y las dotes de mando de Martín Alonso Pinzón se
consiguieron resolver estas situaciones. Cuando ya se habían agotado todos los cálculos y
previsiones que yo mismo había realizado, se oyó desde La Pinta el famoso grito de Rodrigo de
Triana «¡Tierra a la vista!», dos horas después de la medianoche del 12 de octubre.
Todavía recuerdo, como si fuera hoy, que ese Jueves 11 de octubre, a las dos horas después de
medianoche, apareció la tierra, de la cual estarían a dos leguas, amainaron todas las velas y
quedaron con el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta
el día viernes, que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní.
Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso
Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y
los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por
seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro.
Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El
Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo,
escribano de toda la Armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio
cómo él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey y por la
Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los
testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se ajuntó allí mucha gente de la isla.
Nuestra expedición continuó y al cabo de un par de meses, llegamos a la isla de Cuba, bautizada con
el nombre de Juana, y posteriormente a La Española. El 25 de diciembre encalló la carabela Santa
María y con sus restos mandé construir el Fuerte de La Navidad, en el que dejé una pequeña
guarnición.