ello, los llamados deben ser advertidos por sus formadores de los peligros a su castidad,
aunque haciéndoles comprender que asumen la misma vida de Cristo y son testigos y
signo del Reino futuro y han de vivirlo con una vida de entrega total, libre y generosa,
sirviendo al Señor con un corazón indiviso y un profundo dominio tanto de su cuerpo
como de su alma, con “una madurez más completa y capten mejor la felicidad del
Evangelio”, que se traduce en una madurez afectiva, ordenada al proyecto de amor y
de vida, conforme a la voluntad del Señor. Todo esto será posible -y se garantiza- si el
candidato, desde sus inicios de formación en el seminario ha estado asumiendo libre y
responsablemente la disciplina y las exigencias propias de su etapa de formación y es
responsabilidad de los formadores aplicar las normas según la edad de cada uno de los
llamados.
Según lo afirmado más arriba, el Obispo es el primer responsable de las vocaciones,
quedan reservados a su juicio, dos cosas: La primera, la interrupción de los estudios
con miras a un ensayo pastoral para la aprobación de los candidatos. La segunda, el
retrasar la edad exigida por el derecho vigente “para las órdenes sagradas” y disponer,
una vez terminada la teología, que el candidato ejerza por un tiempo determinado el
diaconado antes de ser ordenado sacerdote.
En conclusión, la formación del futuro ministro de Dios debe ser íntegra, entendiendo
por ésta su formación intelectual tanto filosófica como teológica, humanística y
científica, espiritual, bíblica y magisterial, comunitaria, disciplinar, convivencia y
unión fraterna, según el misterio de Cristo y de la Iglesia, en su comunión con el
presbiterio de su diócesis y con su Obispo; además, en su configuración con Cristo,
Sumo y Eterno Sacerdote, víctima y altar, Buen Pastor, que abierto a todos, los gane a
todos para Cristo. Es la meta más alta que persigue esta formación que no sólo es para
esta vida temporal sino también para la consumación plena y participación de este
sacerdocio real de Cristo en la eternidad y glorificación de Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo.