-Domingo 10 En misa, de mañana. «Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su
casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la
cuenta, para ver en seguida al prelado. Casi a las diez, se aprestó, después de que se oyó Misa
y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío».
Segunda entrevista con el señor Obispo. «Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor
obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verle: otra vez con mucha dificultad le vio; se
arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo; que
ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde
manifestó que lo quería.
«El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él
refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y
cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la Siempre Virgen, Santísima
Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no
solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy
necesaria alguna señal, para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.
Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que
luego iré a pedírsela a la Señora del cielo que me envió acá. Viendo el obispo que ratificaba todo
sin dudar ni retractar nada, le despidió».
Los espías del señor Obispo. «Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa, en quienes
podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba.
Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde
pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyácac, le perdieron; y aunque más buscaron por
todas partes, en ninguna le vieron.
«Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su
intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera: le
dijeron que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o que únicamente
soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y
castigar con dureza, para que nunca más mintiera ni engañara».
En el Tepeyac, tarde «Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la
respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: Bien está, hijito mío,
volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y
acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado
y el trabajo y cansancio que por mí has impendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te
aguardo».
-Lunes 11 Enfermedad de Juan Bernardino. «Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar
Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío
que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero
fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche,
le rogó su tío que de madrugara saliera y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a
confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se
levantaría ni sanaría».
-Martes 12 Frente al manantial del Pocito, de madrugada. «El martes, muy de madrugada, se
vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino
que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía
costumbre de pasar, dijo: Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo
caso me detenga, para que lleve la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra