sólo un instante, lo que bastó para que el galope la llevara al lado. Escuchó el sonido de
la cuerda liberada, el caballo chilló, se le cayeron las ancas y se encabritó. Ciri saltó,
sacando los pies de los estribos, aterrizó ágilmente, cayendo en cuclillas. Chispa, que se
estaba acercando, lanzó desde la silla un fuerte golpe, cortó al ballestero por el occipucio.
El ballestero cayó de rodillas, se inclinó hacia delante y se desplomó con la frente en un
charco, salpicando barro. El caballo herido relinchaba y se retorcía al lado, al final se
metió por entre las chozas, coceando con fuerza.
—¡idiota! —aulló la elfa, evitando a Ciri en su ímpetu—. ¡Estúpida idiota!
—¡Salta! —le gritó Kayleigh, acercándose a ella. Ciri corrió, agarró la mano que le
tendían. El ímpetu la estremeció, la articulación del hombro casi crujió, pero consiguió
saltar al caballo, colocándose a la espalda del Rata de cabellos claros. Pasaron al galope,
evitando a Chispa. La elfa se volvió, persiguiendo todavía a otro ballestero, el cual arrojó
el arma y huyó en dirección a las puertas del establo. Chispa lo alcanzó sin esfuerzo. Ciri
volvió la cabeza. Escuchó cómo el ballestero chillaba, corto, salvaje, como una bestia.
Les alcanzó Mistle, que tiraba de un caballo de reserva ya ensillado. Gritó algo, Ciri
no oía las palabras, pero lo captó al vuelo. Soltó la espalda de Kayleigh, saltó a tierra a todo
galope, corrió hacia el caballo, acercándose peligrosamente a las casas. Mistle le echó las
riendas, miró y gritó una advertencia. Ciri se volvió en el momento justo para evitar con
una ágil media vuelta la traicionera embestida de una pica que llevaba un colono
rechoncho que había surgido de una pocilga.
Lo que sucedió después la persiguió en sueños durante mucho tiempo. Recordaba
todo, cada movimiento. La media vuelta que la salvó de la punta de la pica la colocó en
una posición ideal. Al piquero, por su lado, que estaba muy echado hacia delante, no le
era posible retroceder, ni cubrirse con el asta que sujetaba con las dos manos. Ciri dio un
tajo plano, girando en una media pirueta contraria. Durante un momento vio los labios
que se abrían para gritar en el rostro cubierto por la barba de unos cuantos días. Vio la
frente alargada por unas entradas, vio claramente la línea que señalaba dónde la gorra o
el sombrero protegían la cabeza de quemarse por el sol. Y luego, todo lo que veía lo
cubrió una fuente de sangre.
Seguía sujetando al caballo por las riendas, y el caballo estalló en un chillido
macabro, se revolvió y la tiró de rodillas. Ciri no soltó las riendas. El herido aullaba en un
estertor agónico, se arrojaba convulsivamente entre la paja y el estiércol, y la sangre
brotaba de él como de un cerdo. Ciri sintió cómo el estómago se le subía a la garganta.
Junto a ella se quedó clavado el caballo de Chispa. La elfa agarró las bridas de la
montura de Ciri, que estaba pataleando, tiró de ellas, obligando a Ciri, que todavía estaba
agarrada a las riendas, a ponerse de pie.
—¡A la silla! —aulló—. ¡Y a correr!
Ciri contuvo sus náuseas, saltó a la silla. En la espada, que seguía agarrando con la
mano, había sangre. Contuvo con esfuerzo el deseo de arrojar el arma lo más lejos posible
de sí.
Mistle apareció entre las chozas, persiguiendo a dos personas. Uno consiguió escapar,
saltando la cerca, el otro, de un corto golpe, cayó de rodillas, se agarró la cabeza con las
dos manos.
Las dos y la elfa se lanzaron al galope pero al poco hicieron pararse en seco a los
caballos tirando con fuerza de las riendas, porque Giselher volvía desde el molino con
otros Ratas. Detrás de ellos, dándose ánimos a gritos, un grupo de colonos armados.
—¡Seguidnos! —gritó Giselher al galope—. ¡Seguidnos, Mistle! ¡Al río!
Mistle, echada hacia un lado, tiró de las riendas, dio la vuelta al caballo y se fue al
galope detrás de él, saltando una baja empalizada. Ciri pegó el rostro a las crines y la
siguió. Junto a ella galopaba Chispa. El ímpetu de la carrera había desordenado sus
hermosos cabellos negros, descubriendo unas orejas pequeñas y terminadas en punta,
adornadas con unos pendientes de filigrana.
El hombre al que Mistle había herido seguía arrodillado en mitad del camino,
balanceándose y sujetándose con ambas manos la cabeza ensangrentada. Chispa giró en
redondo, galopó hasta él, cortó con la espada desde arriba, con todas sus fuerzas. El
herido aulló. Ciri vio cómo los dedos cortados saltaban a un lado como si fueran astillas
de un leño cortado, cayeron a tierra como gordos gusanos blancos.
Con mucho esfuerzo, consiguió no vomitar.
Ante el agujero de la empalizada les estaban esperando Mistle y Kayleigh, el resto de los
Ratas estaba ya lejos. Los cuatro pasaron a un galope rápido y prolongado, a través del río,
Tiempo de odio – Andrzej Sapkowski 156