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Lo quería. Quería, quería, quería. Quería follar a esta mujer más de lo
que jamás quise nada en mi vida. Y perversamente, el hecho de que no
podía, de que no sería correcto en cada maldito nivel, moral, profesional,
personal, lo hacía aún más caliente. Se hizo la imagen, la sensación
imaginaria de un único punto brillante de obsesión, hasta que fui sin pensar
como un animal en celo contra ella, chupando y mordisqueándola como si
pudiera quemar esta necesidad devorando cada centímetro de su piel.
—Oh, Dios —susurró—. Me voy a… ¡Oh, Dios!...
Me hubiera azotado cada día el resto de mi vida si pudiera haber
estado dentro de su interior, sentirla apretando mí pene, sentir sus
convulsiones estremecedoras de adentro hacia afuera. Pero estando encima
de ella era casi tan bueno, porque sentí cada tembloroso, entrecortado
suspiro, cada movimiento salvaje de sus caderas, y cuando me encontré con
sus ojos, eran feroces y penetrantes, pero también sorprendidos, como si
hubiera estado dando un regalo inesperado y no se sintiera segura si debía
ser agradecida o suspicaz.
Pero antes de que pudiera profundizar en esa mirada, arqueó su
espalda y desbancó el equilibrio, volcándome sobre mi espalda y
colocándose encima de mí.
Sin dudarlo, tiró de mi camisa para que pudiera ver mi estómago, y
no perdí la forma en que su mandíbula se apretó y sus ojos se ensancharon.
Rasguñó mi estómago, duro, como si estuviera furiosa de que era firme y
musculoso, como si estuv iera enojada de estar excitada. (Y estaría
mintiendo si dijera que no me excitó muchísimo).
Se sentó en mí, su resbaladiza hendidura deslizándose contra la parte
inferior de mi pene, y entonces me empezó a acariciar de esa manera, como
si me estuviera masturbando con su coño. Me levanté en mis codos para
verlo, ver la forma en que su carne presionaba contra la mía, la manera en
que su coño desnudo me permitía ver su clítoris hinchado. Se encontraba
tan malditamente mojada, y con toda la presión, su peso corporal
completamente presionando contra mi pene, era una buena aproximación a
la cosa real, tal vez demasiado cerca, aun así no era técnicamente sexo, me
mentía a mí mismo, tal vez no contaría, tal vez yo no pecaba.
Pero incluso si lo fuera, mierda santa, no pararía.
Era tan sucia, la forma en que su falda todavía se arremolinaba en
sus caderas, la forma en mis pantalones se bajaron lo suficiente para liberar
mis bolas, la forma en que la vieja alfombra desgastaba mi culo y espalda
baja. La manera en que descaradamente se inclinaba para que mi eje se
presionara sobre ella en todos los lugares correctos, la manera en que esto
era solo nuestra excitación lubricándonos y nada más y Dios, que quería
casarme con esta mujer o colocarle un collar, o enjaularla, quería poseerla,
hacerla mía, cuidarla; nos quería en esta vieja alfombra para siempre, con