Siete cartas literarias a mi hija

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About This Presentation

En estas siete cartas José Manuel Gómez Fernández le transmite a su hija algunos secretos del arte de escribir.


Slide Content

JOSÉ MANUEL GÓMEZ FERNÁNDEZ
SIETE CARTAS LITERARIAS A MI HIJA

A la memoria de mi tía Alicia y de su maravillosa risa

Carta primera
Querida hija:
Hace unos días inútilmente intentaste, como otras veces, que yo
dejase mis papeles y me pusiera a jugar contigo al ajedrez.
Ante mi negativa, me soltaste las siguientes preguntas: “Papá,
¿por qué no me haces caso? ¿Por qué estás siempre escribiendo
por las tardes?”.
Aquellas palabras me hicieron reflexionar. No supe entonces qué
contestarte (ya sabes que soy de reacciones lentas), pero llevo días
dándole vueltas a la respuesta.
Como no me gusta responder de cualquier manera a cuestiones
importantes como ésta, he decidido contestarte por escrito, por
carta, como se hacía antiguamente. En estas cartas o epístolas
intentaré dar respuesta a tus preguntas y a otras muchas que yo
también me hago constantemente y que están relacionadas con las
tuyas.
Antes que nada, he de decirte que es verdad que no te hago caso
siempre. Pero ese hecho no es del todo malo, ya que los niños no
tienen que estar entretenidos en todo momento. Tenéis que
aburriros de vez en cuando, porque el aburrimiento es sano, ya que

os hace imaginar, crear, inventar...
No hay que llenar siempre todos los momentos con palabras o
con juegos. También tienes que conocerte a ti misma en el
silencio.
El pobre silencio tiene muy mala fama. Se dice siempre que las
personas calladas son aburridas, pero eso no es del todo así.
Muchas de ellas (yo me incluyo en la lista) tenemos una vida
interior completa, tanto que no nos hace falta muchas veces
romper el silencio con palabras.
De todas maneras, es cierto que en ocasiones no te hago mucho
caso, sobre todo cuando estoy metido en mis papeles, en mis
libros, en mi mundo literario en definitiva.
Pero (y aquí intento responder ya a tu segunda pregunta: “¿Por
qué estás siempre escribiendo por las tardes?”) has de entender
que para tu padre es muy importante la escritura.
Ha sido un trabajo o afición que me ha acompañado desde que
era pequeño. He intentado alguna vez dejar definitivamente la
escritura, pero al fin he comprendido que no puedo escapar de
ella.
Buda (un gran hombre del que te he hablado alguna vez) decía
que en la vida hay momentos en los que hay que abandonar un
pensamiento o creencia que nos ayudó una vez a salvar un
momento de dificultad. Él explicaba este asunto hablando de una
balsa que nos sirve para cruzar a la otra ribera de un río, y decía
que -una vez cruzado- esa balsa ya no nos sirve para seguir
nuestro camino más allá de la ribera.
Yo he pensado en ocasiones, en momentos de desánimo, que la
escritura para mí era una necesidad antigua, una “balsa de Buda”,
una afición de la que tenía que desprenderme si quería vivir
plenamente.
Sin embargo, aunque sin mucho convencimiento lo haya
intentado, no puedo luchar por dejar de escribir, por deshacerme
de la escritura. Para mí es inevitable y al mismo tiempo
maravilloso seguir con ella mi camino, tanto como comer o
dormir.

He descubierto que mi vida en su plenitud está asociada, entre
otras facetas, a ella y que, por tanto, puedo considerarme un
escritor.
El problema está, como en muchos otros aspectos de la vida, en
la posibilidad de forzar la máquina del cuerpo. Hay muchos
escritores que llevan sus ganas de escribir hasta el límite y
exprimen como un limón sus fuerzas. Ten en cuenta que escribir
supone trabajar con las palabras, lo cual hace que sea una tarea
agotadora y muy absorbente.
Muchos escritores hacen depender su escritura de logros que
dependen de la estima de los demás, de ganar premios, de ver
publicados sus libros, de recibir críticas elogiosas en los
periódicos, de firmar muchas dedicatorias, de oírse en
presentaciones de sus libros, de vivir de sus palabras... En
definitiva, de la fama.
Sin embargo, todas esas cosas sí que son autenticas “balsas de
Buda”, porque la auténtica pasión por escribir no necesita de
ninguno de esos accesorios.
También es importante que el escritor se conozca muy bien a sí
mismo y sepa así de qué temas quiere realmente escribir y en qué
géneros literarios debe hacerlo. Conocerse a uno mismo es la
mejor manera de no forzar maquinaria alguna.
La escritura es una afición hermosísima que deberías practicar
toda tu vida, porque te reportará grandes beneficios.
Sólo deberás evitarla cuando notes que escribir se convierte para
ti en una obsesión, en un impedimento para que seas feliz.
Si te va a generar infelicidad, debes dejarla por un tiempo o
incluso abandonarla en el peor de los casos. Lo más importante, al
fin y al cabo, es vivir en paz haciendo el bien a los demás.
Vivir es lo esencial; escribir es un afán menos importante. Los
escritores no debemos perder el norte y tenemos que evitar
extraviarnos en las encrucijadas pantanosas de las ideas, las
palabras y el pensamiento.

Carta segunda
Querida hija:
No sé si con tus nueve años vas a entender bien todo lo que te
digo en estas cartas. De todas maneras, al escribirlas pienso en ti
no como la niña que eres, sino como una mujer madura que dentro
de mucho tiempo lee estas palabras de un padre a su hija.
En la anterior carta te decía que debes evitar que la escritura se
convierta en ti en una obsesión.
En verdad, la actividad natural del ser humano en relación con el
conocimiento no es la escritura, sino la lectura. Leer nos sirve para
comprendernos a nosotros mismos y también para comprender el
mundo. Es algo más que una afición: es la manera que tenemos de
rememorar el pasado, de preservar las emociones que nos hacen
humanos, de comprender nuestro presente, de prever y organizar
el porvenir, de oír las voces de nuestros antepasados... Muchos
podríamos renunciar a escribir, pero nunca a leer.
A muchos lectores apasionados nos ocurre, en algún momento
de nuestras vidas, que leer no nos basta y tenemos que rellenar con
nuestras palabras el blanco de muchos folios.
Esa necesidad surge por medio de la imitación de los escritores

con cuyas obras nos hemos emocionado.
Por otra parte, en muchos casos la necesidad de escribir, la
fiebre de la escritura, está vinculada a ciertos desarreglos
mentales.
Un escritor español llamado Enrique Vila-Matas hizo un
recuento, en un libro suyo titulado Bartleby y compañía, de
muchos casos de escritores que, por diversas razones, dejaron de
escribir en algún momento de sus vidas.
Curiosamente, las razones que llevan a muchos a dejar la
escritura son las mismas que les llevan a otros a dejarse atrapar
por ella: timidez excesiva, personalidad introspectiva, historias
personales de tragedias, dificultades de comunicación...
La escritura puede convertirse para muchos en una vía de
escape, pero también en una tela de araña de la que es difícil
escapar, de ahí la necesidad de huir de ella llegado el caso.
No debes olvidar que el genial escritor colombiano Gabriel
García Márquez con respecto al trabajo de escritor decía que es el
más solitario que existe.
Toda la arquitectura de lo que quiere plasmar, todas las palabras
que deben rellenar los huecos de su esquema inicial, la redacción
final, todas esas páginas llenas de signos, numeradas, tachadas,
rotas..., todo ello refleja una labor de lucha interior en la que el
escritor se empeña en buscar una vez tras otra la mejor frase, la
mejor palabra, la mejor idea, el mejor título...
Y todo ello lo hace en silencio, en la soledad de su cuarto,
queriendo encontrar oro en el fondo de su alma, y a veces
luchando contra sí mismo, contra un yo que le aconseja una y otra
vez que abandone la escritura y se dedique a vivir plenamente.
Pero aún no he respondido a tu pregunta de por qué escribo.
Quizás no pueda contestarte, porque probablemente no tengo la
respuesta aún. Si alguna vez llego a tenerla, quizás deje de escribir
para siempre.
Escribir es una búsqueda, una de las mejores formas de
conocimiento de uno mismo.
El trabajo del escritor se parece al del buscador de pepitas de

oro: ambos tienen que separar el oro de la arena del fondo del río.
Las palabras que realmente alimentan deben ser apartadas de las
que sólo sirven de relleno.
Pero para encontrar oro en el río hay que buscar mucho entre la
arena del fondo. De la misma manera, para hallar hermosas frases
que nos iluminen también hay que leer mucho o escribir mucho.
En realidad, de momento sólo puedo contestar a la pregunta de
por qué me gusta escribir.
Antes te decía que muchos escritores lo son debido a ciertos
desarreglos mentales, leves la mayoría de las veces.
Yo creo que todo escritor vive su afición como una mentira que
cree verdad, igual que don Quijote confundía molinos de viento
con gigantes.
El escritor se deja envolver del silencio y, en su soledad, esculpe
sin prisa frases perfectas que dan una idea irreal del mundo.
Porque el mundo de los libros es una creación hecha de palabras,
una realidad en la que el escritor es el auténtico creador, un
pequeño dios que construye una visión personal y, por tanto, falsa
de la realidad.
La literatura es un maravilloso diverti-miento, que es diversión y
mentira al mismo tiempo.
Tanto escritor como lector se dejan atrapar por esa mentira en la
que los pesares y el aburrimiento de cada día quedan relegados a
un segundo plano.
En la soledad de sus cuartos, el novelista, el poeta, el ensayista y
el dramaturgo (y también sus lectores) crean, sin la urgencia del
tiempo, un mundo hecho de palabras perfectamente construidas.
Mientras que en sus relaciones con los demás el escritor no
encuentra siempre la palabra justa, sí la halla en medio de la
página en blanco cuando nadie le mete prisa alguna.
Entonces, cuando las palabras fluyen sin sujeción alguna,
cuando el escritor se olvida de sí mismo en busca de una idea, un
verso, una acción dramática o una descripción de un personaje, la
escritura se convierte en un regalo para quien la crea y para su
destinatario, el lector.

Es entonces cuando pesares y aburrimiento quedan atrás,
arrinconados por un delicioso mundo de palabras en el que cada
frase es siempre mejor que la anterior pero nunca mejor que la
siguiente.
Pocos placeres en la vida pueden compararse al de escribir sin
cesar, sin tiempo, con calma, en el silencio apenas roto por ruidos
lejanos en una casa sosegada.
En esos instantes, en el fondo arenoso de un mar de palabras,
cree el escritor encontrar el oro molido de la plenitud.

Carta tercera
Querida hija:
Hay un asunto interesante en la cuestión literaria: ¿el personaje
principal que crea el narrador es realmente él?
Yo pienso que en parte sí y en parte no. Un personaje es un álter
ego (un “otro yo”), una creación de palabras que es imitación del
escritor.
No obstante, éste puede multiplicarse en más de un personaje en
su obra, aunque lógicamente el principal, el protagonista, sea el
que reciba la mayor parte de su carácter y de su historia personal.
Pienso que el protagonista de una historia es un yo mejorado,
perfeccionado del escritor en esa mentira hecha de palabras que es
el texto literario.
La vida es muchas veces demasiado previsible y aburrida, de ahí
que los escritores inventemos historias de otras vidas más heroicas
que las nuestras, queriendo reflejar vidas de hombres de acción en
lugar de la vida de contemplación a la que estamos por naturaleza
encaminados. Como en el cuento de Borges que el autor argentino
más quería, “El sur”, en el que el protagonista elige al final

enfrentarse en un duelo a muerte con un compadrito de cara
achinada más diestro que él: Dahlmann empuña con firmeza el
cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.
De alguna manera, todo escrito literario surge con el deseo de
perpetuar la memoria de quien lo escribe. Por ello, los narradores
tienen tendencia a describir a los protagonistas de sus libros como
seres ideales sin tacha, llenos de valores heroicos.
Por tanto, igual que antes de posar para una foto muchos se
retocan el peinado y la ropa, el escritor hace en sus textos un
retrato ideal de sí mismo al construir el personaje que lo
representa para, de esa manera, quedar muy bien en el retrato que
de él haga la posteridad.
¿Que qué es la posteridad? Pues es algo que preocupa a muchos
escritores: es el futuro, el porvenir; en este caso, es la opinión que
se tendrá de su obra una vez que ellos mueran.
Sí, muchos escritores se preocupan en exceso por este tema, sin
tener en cuenta que el olvido de lo que uno haga en este mundo
forma parte de nuestra condición mortal, aunque nos empeñemos
en rellenar folios y folios con tinta.
Al fin y al cabo, son sólo palabras nuestros afanes.
La historia literaria está llena de ejemplos de grandes escritores
olvidados y reconocidos muchos años después de morir.
El afán de muchos escribidores es el de ser aplaudidos en vida y,
si no es posible, en la posteridad, o sea, en la gloria sin tiempo de
la eternidad.
Olvidan estos que no hay mayor gloria para un escritor que
rellenar, olvidándose de sí mismo, palabras y palabras, consumido
por la fiebre de la escritura, como el que rellena con unos versos
una pequeña hoja de papel, la introduce en el interior de una
botella sellada y la termina arrojando a un océano tempestuoso,
ignorante de cuál será el destino final de su mensaje.

Carta cuarta
Querida hija:
Es importante, antes de escribir ninguna palabra de la obra
literaria, elaborar previamente un borrador.
En él hay que plasmar cuestiones esenciales como cuáles van a
ser los temas tratados, cuál el género literario que vas a emplear
(poesía, ensayo, teatro o narrativa) o qué extensión va a tener
previsiblemente tu escrito.
Cuando inicio un nuevo proyecto literario procuro,
especialmente si va a ser un proyecto ambicioso, rellenar varios
folios con ideas previas.
Curiosamente, cada nueva obra necesita un método propio. Por
ejemplo, un cambio de la tercera a la primera persona narrativa, o
bien el paso de un formato de diario a uno de cartas.
El escritor, si quiere progresar en su arte, debe plantearse retos,
no quedarse encasillado en etiquetas que le pongan los demás o
que se ponga él mismo.
Los retos significan evitar los miedos y superarlos. Por supuesto,
un escritor siempre tendrá más dominio de su arte en unos géneros
antes que en otros, pero eso no implica que un novelista no pueda
atreverse con la poesía o que un poeta no deba escribir cuentos.

Por ejemplo, a mí me ha pasado hace poco un hecho curioso:
casi nunca había escrito yo en primera persona, pero hace unos
meses quise contar mis recuerdos de infancia y decidí hacerlo en
esa persona, la cual es una forma de contar más directa pero al
mismo tiempo más desnuda e impúdica que la tercera persona. Te
puedo asegurar que hacía tiempo que no escribía con tanta fluidez
como cuando escribí esos recuerdos, los cuales leíste con avidez
una mañana.
Por otra parte, pienso que también el escritor, en esa búsqueda
de nuevos retos, debe abandonar los senderos trillados, la corriente
principal por la que fluye la literatura de masas (la que se vende en
los hipermercados), aunque ello suponga perder lectores.
Te voy a poner un ejemplo: hay una idea tópica que relaciona
libro con literatura y literatura con novela.
La novela se ha convertido en el subgénero literario universal.
Parece que no hay otras formas de expresión literaria al margen de
ella o tan importantes como ella.
Sin embargo, el escritor debe mirar en su interior y, a base de
escribir mucho, averiguar cuál es el género en el que mejor se
expresa. Hay muchos novelistas frustrados que podrían ser
excelentes poetas, cuentistas o ensayistas y que no lo son porque
no han sabido encontrar su género.
La vida del escritor es larga y él debe notar los cambios en su
interior para dilucidar qué es lo que está luchando por salir afuera
a través de su pluma y de qué forma hacerlo.
Es importante también que el escritor no tenga un excesivo
perfeccionismo que lo lleve a ser infeliz si descubre, por ejemplo,
en mitad de la noche, que un verso podría resultar mejor con
palabras distintas a las escritas un día antes.
Te aconsejo, si finalmente te decides por esta afición, que no
asocies la escritura a momentos de mucha exigencia en tu trabajo.
La palabra literaria, hermosa por definición, hay que separarla del
excesivo peso de la vulgar cháchara de cada día.
Escribir debe ser un entretenimiento grato, nutricio, divertido y
no un trabajo de una exigencia extrema que te lleve a angustiarte.

Antes de eso, te aconsejo que rompas los papeles que tengas
escritos, que abandones el proyecto si es preciso y, en último
término, que dejes de escribir por un tiempo. Siempre será mejor
hacer eso que forzar una escritura que no sale de ninguna forma.
No fuerces las palabras. La escritura debe ser un manantial de
agua clara que salga de ti de forma natural.
A veces he intentado llevar ideas literarias a mi mente,
convocarlas, encontrarlas de una manera forzada, pero en esos
casos no he logrado escribir una sola palabra. Es una tarea
absurda. Si han de venir las ideas, vendrán cuando tengan que
venir.
Por tu parte, tienes que ayudarlas:
Primero, busca un lugar propicio (silencioso en la medida de lo
posible) y un hueco en el tiempo en el que sepas que nadie te va a
importunar.
Pon en la mesa una buena resma de folios y empieza a escribir
en ellos.
Verás que a veces no surgen bien en tus palabras las ideas que
tienes en la cabeza. No te preocupes: escribe, escribe, escribe...
Escribe sin que importe el tiempo, sin pensar en otra cosa que en
las palabras que vienen a continuación de las que acabas de
redactar. Ya habrá tiempo más adelante de teclearlas en el
ordenador; de buscarlas en el diccionario para ver si existen en él;
de tachar, enmendar, ampliar lo escrito.
Escribe, escribe, escribe..., como si no fuese a haber un mañana,
dominado todo tu ser por la fiebre, el rapto de la escritura.
Saca de ti las ideas que te perturban, los recuerdos que te hacen
llorar de rabia o de emoción, aquella palabra que tanto te cuesta
encontrar entre los dientes cuando quieres que acuda a ti en
momentos de desánimo.
Escribe, busca las ideas y cázalas como un entomólogo caza
mariposas. Ya habrá tiempo más adelante de ensartarlas
definitivamente en un libro, en un blog, en una revista, en una
página web o en el espacio inferior del último cajón de un
escritorio olvidado en el ángulo de un sombrío rincón.

Carta quinta
Querida hija:
La pregunta esencial que todo escritor debe responder en su
interior es qué espera de su escritura.
Las respuestas pueden ser variadas: un oficio del que vivir, pasar
buenos ratos, conocerse a sí mismo y al mundo que lo rodea...
En mi caso no pretendo vivir de mi escritura, pues ya tengo un
trabajo que me permite vivir medianamente bien, el de profesor de
Enseñanza Secundaria. Además, el trabajo del escritor profesional
es para mí demasiado exigente: medio año lo pasa escribiendo con
la presión de tener que saber vender sus palabras y, el resto del
tiempo, promocionando sus libros en interminables viajes,
presentaciones, programas de radio y televisión... Un horror.
Yo te aconsejo que no pagues nunca nada por publicar tus libros
y que tampoco pretendas ganar dinero con ellos.
Para mí la literatura es un arte y, como todo arte, debe entregarse
como un regalo al espectador (lector en este caso), sin esperar
nada a cambio.
Pasar un buen rato debe ser siempre un propósito fundamental

del escritor. En mi caso, cuando escribo, siento que las palabras
salen de mi mano de forma mágica. Es un procedimiento
maravilloso en el que me vuelco tanto en lo que quiero escribir
que me olvido de mí mismo.
Sin la urgencia del tiempo y sin la esclavitud del constante yo,
que da una visión disminuida e inventada de la realidad, la
escritura es un fanal que ilumina secretas estancias y galerías del
alma. Para mí es una magnífica forma de conocimiento de mí
mismo. A través de ella, llego a comprenderme mejor y, por ello, a
adaptarme mejor a las circunstancias que me rodean. Escribir es el
acto con palabras más parecido a la meditación.
Muchos psicólogos y psiquiatras aconsejan a sus pacientes, para
que pongan en claro sus angustias vitales, que escriban sus
vivencias y sus emociones ante todo lo que les sucede.
Al escribir, abstraído de lo que me rodea, siento que salgo de mí,
que encuentro una escala que me lleva a otras vidas, a otros
sentimientos. Puedo metamorfosearme en una mariposa o en una
anciana o en un rudo marino, y todo ello produce en mí una suma
de emociones muy parecidas a las que me provoca el acto de leer.
Pero también la escritura es un entretenimiento muy solitario y
ensimismado. Para escribir hay que aislarse de los demás, hay que
dejar de vivir en el mundo real y dejarse llevar por el mundo de las
palabras. Y ahí es donde los escritores tenemos una trampa: el
egocentrismo, el pensar que nuestra obra es magnífica, inigualable
y maravillosa comparada con la de nuestros contemporáneos o
incluso con la de los clásicos. De esa creencia vienen muchas
frustraciones y muchas actitudes egoístas.
En la historia de la literatura se dan muchos casos de escritores
totalmente insufribles, a pesar de que hayan escrito obras
memorables.
Por ello, para el escritor es importante vivir el mundo real: salir
con amigos, pasear, correr, hablar de otros temas que no sean los
de sus libros, meterse en el trabajo que le da de comer, cocinar,
beber cerveza...
Yo no podría soportar una vida consagrada a la literatura.

Necesito salir a la calle, hablar con los compañeros de trabajo, dar
mis clases...
La vida real debe alimentar tu literatura. No puedes convertirte
en una poetisa de torre de marfil que viva al margen de los sucesos
del tiempo.
Por otro lado, tu vida literaria debe alimentar también tu vida
cotidiana, en una relación natural, no forzada, entre ambas.
También es muy importante el barbecho literario, es decir, no
forzar la escritura, no ahogarla en ti.
Hemos de escribir, pero también hemos de vivir plenamente,
gozosamente.
En cuanto a los temas de los que hay que escribir, se dice que
hay escritores que van cambiando de temas y otros que siempre
tocan muy pocos asuntos.
En realidad, los temas literarios son siempre los mismos: el
amor y el desamor, el poder, la venganza, la locura...
No importa que un tema que quieras tocar haya sido utilizado
por un escritor antiguo veinte o treinta siglos antes que tú.
Lo importante es que el escritor se apropie de ese tema hasta
convertirlo en parte de su bagaje literario, que lo alimente e
ilumine.
Los temas en la vida del escritor van cambiando, pero hay uno
esencial que es la obsesión más recurrente del ser humano: la
angustia por el paso del tiempo.
La vida es un pasar lento que nos conduce inexorablemente a la
muerte. Esa verdad esencial nos angustia y nos conduce a querer
perpetuar nuestro ser en el tiempo, pero es una fantasía sin
fundamento, pues la esencia del mundo es el cambio.
Sin embargo, la literatura es, como decía don Antonio Machado
de la poesía, “palabra esencial en el tiempo”. El texto literario,
igual que la fotografía, conserva hermosos instantes temporales.
Un poemario, por ejemplo, mantiene en el tiempo los restos de
una emoción en forma de hermosos versos, y ese libro queda
como testimonio de un bello atardecer, de una desesperanza o de
la plenitud gozosa de un encuentro amoroso.

La angustia del tiempo no es sólo un tema literario: es también
la base del trabajo del escritor, la médula de su labor creativa, lo
que lo anima a rellenar folios en blanco en busca de pepitas de oro
con las que sobrellevar la carga cotidiana.
La lucha del escritor con las palabras y las ideas es también una
lucha contra la desaparición de su ser, contra las oleadas del
tiempo.
Al fin y al cabo, las obras literarias son castillos de arena que
sufren la acción del viento y del mar, es decir, el olvido del paso
del tiempo.
Algunas obras, las clásicas (o sea, las dignas de ser enseñadas en
las clases), conservan su entereza a pesar del paso de los siglos;
otras, en cambio, desaparecen de la memoria del común de los
lectores, siendo estudiadas por muy escasos investigadores
literarios.
La angustia del tiempo, y el aburrimiento vital también, se
combaten con la diversión y la literatura es una de las formas de
diversión más antiguas y más gratas que existen.
Querida hija mía, sé que tú disfrutas también mucho dibujando,
montando collages... Esa visión creativa de la existencia (ya esté
volcada hacia la palabra, la música, la imagen...) es muy
importante y debes mantenerla toda tu vida.
No debe preocuparte nunca cuál es el destino final de lo que
quieras crear. Si finalmente te decides por la escritura como
afición, lo cual me haría muy feliz, debes pensar no en tu yo ni en
el del lector, sino sólo en lo que está deseando salir del interior de
tu alma.
El escritor rehace su vida con su escritura, igual que el lector con
sus lecturas.
El escritor no sólo quiere fijar por escrito la memoria (real o
falsa) de lo pensado, vivido o imaginado, sino que también tiene la
necesidad de perfeccionarse a sí mismo.
La escritura es un procedimiento de escultura del alma, uno de
los más perfectos que jamás se hayan creado.

Carta sexta
Querida hija:
Me dijo un buen poeta hace tiempo que la conquista del escritor
no está en ver publicadas sus palabras, sino en seguir escribiendo.
Ésa es una gran verdad. Un escritor se define ante todo por su
oficio, es decir, por su escritura. Por ello, todo lo que rodea a sus
palabras (premios, editoriales, críticas, redes sociales, blogs...) es
un mundo exterior a ellas.
Lógicamente, todo escritor desea ver publicado el fruto de su
trabajo. Es muy grato ver tus palabras en libros e ir dándoles
salida de esa manera.
Sin embargo, si tus palabras no son imprimidas no debes
preocuparte. No debes pensar en ello como en un fracaso.
Afortunadamente, hoy en día además hay muchas formas de
publicar textos, como por ejemplo los blogs, combinados con las
redes sociales.

Es verdad que éstas son ediciones virtuales que no parecen tener
la misma pervivencia que una edición en papel. No obstante, son
una magnífica forma de publicar tus palabras de forma personal,
muchas veces acompañadas de fotos, vídeos o archivos de audio.
Es una manera de publicar tu mundo literario en el mundo digital,
accesible desde cualquier dispositivo con conexión a Internet.
Yo he mandado muchas veces trabajos literarios a editoriales.
Unas veces contestan amablemente que en su línea editorial no
cuadran bien esas obras. Otras editoriales ni siquiera contestan,
pero no les guardo rencor: reciben tantos trabajos que imagino que
pueden permitirse rechazar miles de manuscritos sin ni siquiera
responder a las solicitudes con un mensaje tipo.
De todas maneras, no creo que mi felicidad como escritor deba
estar asociada a recibir tal o cual correo de una u otra editorial.
Aunque, por supuesto, seguiré intentando publicar en papel obras
mías que duermen en cajones desde hace tiempo, no me preocupo
en exceso por ello.
Por otra parte, es importante no tener pudor al escribir. Yo
cuando escribo pienso en el primer lector de mis palabras, o sea,
en mí mismo. Si ese yo lector da el visto bueno a lo escrito,
entonces el yo escritor recibe dicha crítica positiva con entusiasmo
y sigue escribiendo.
El escritor tiene que atender a sus lectores, pues sus palabras son
un regalo para ellos. Hay que cuidarlos, transmitiéndoles bien
nuestras ideas.
Lógicamente, igual que un lector busca escritores, también los
escritores buscamos lectores.
Hoy en día, gracias a las redes sociales, un escritor puede
entablar conocimiento realmente con sus lectores. Por ejemplo, yo
conozco a muchos de mis lectores a través de Facebook. Sé
quiénes son, les pongo cara, sé cómo se llaman...
Y no sólo eso: ellos me mandan comentarios que me hacen
reflexionar sobre mis escritos y perfeccionar en definitiva mi obra.
¿Que tengo muy pocos lectores por esta vía? ¿Y qué? ¿Acaso
voy a ser más feliz si tengo muchos más o si gano dinero por ello?

¿Acaso voy a cambiar sustancialmente mi forma de escribir por
esos motivos?
Todo escritor debe buscar lectores, pero ello no le debe hacer
olvidar una verdad: que por muchos que sean sus esfuerzos en ese
sentido, su fortuna literaria o su fama es una cuestión que no
dependerá de él en gran medida.
Como lector, por ejemplo, a mí me gusta descubrir escritores
olvidados y raros. Cuanto menos se conozcan, más me interesan.
En esas búsquedas he descubierto que hay razones objetivas para
que esos escritores estén hoy olvidados, pero también he hallado
en sus obras algunos textos maravillosos.
Si yo, muchos años después de la desaparición de esos
escritores, me emociono o disfruto con sus palabras, de alguna
forma sus afanes literarios, desdibujados desde hace ya tanto
tiempo, habrán encontrado recompensa.
Cuando la botella con el mensaje llega a su destino, se consuma
la magia de la palabra escrita.
Y es entonces cuando el lector, emocionado, no atiende a cuáles
fueron los caminos que lo llevaron hasta aquellas palabras del
escritor.
Es entonces cuando la magia de la literatura obra el efecto de
romper las barreras del espacio y del tiempo.

Carta séptima
Querida hija:
Termino con ésta la serie de cartas literarias a ti dirigidas.
Creo haber contestado en parte a tus preguntas del otro día,
cuando quisiste que jugase contigo al ajedrez.
Te dediques o no a la afición de escribir, te aconsejo que sigas
leyendo mucho, sobre todo a los autores clásicos. De ellos se
aprenden grandes enseñanzas para la vida, aunque, por supuesto,
no hay que rechazar a los buenos autores contemporáneos.
Creo haberte transmitido mi pasión por la literatura. Ella nos da
armas contra el aburrimiento y contra la angustia del tiempo.
La lectura es un diálogo con los hombres del pasado. El escritor
Francisco de Quevedo escribió que leer es “vivir en conversación
con los difuntos”. También dejó por escrito que cuando leía podía
escuchar con sus ojos a los muertos.
La escritura es algo más que una “balsa de Buda”. Es un medio
ideal para conocer el mundo de los sentimientos y el universo

exterior, la más alta expresión del mundo de las ideas.
Te darás cuenta con el tiempo de que la vida es una larga partida
de ajedrez. A veces hay que atacar y otras defenderse. Tenemos
que elegir continuamente nuestra posición en el tablero.
Deberás elegir un día si te dedicas a escribir o a vivir, sabiendo
que al no escribir se es más consciente de la vida.
También hay una tercera opción, que es la que muchas veces
practico: la escritura mental. Por ejemplo, en un paseo veo
situaciones que me inspiran versos o cuentos. Por ello llevo
siempre una libreta de notas en la que voy anotando mis
impresiones al pasear por la ciudad, aunque muchas veces lo que
queda de todas esas notas es una imagen o una idea en mi mente.
Estas elecciones vitales de las que te hablo deberás realizarlas
sin prisa, sin agobios, teniendo en cuenta tus estados de ánimo y
tus diferentes situaciones personales.
De todas maneras, prefiero ante todo que seas una excelente
persona antes que una malvada escritora.
Haz el bien a los demás por encima de todo.
Lee, lee, lee y, si te dejas atrapar por esta fiebre literaria mía,
escribe, escribe, escribe.
La vida es una maravillosa partida de ajedrez que tenemos que
jugar siendo conscientes de cada uno de sus movimientos.
Y ahora, finalmente, te pregunto yo a ti:
-¿Juegas conmigo al ajedrez?
Sevilla, 7 de octubre de 2014.
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