nauseabundo que subía de los abismos Rse abismo, el silencio
corlado por el tic-tac del reloj, me intimidaba. Los libros me
tranquil izaban: hablaban y no disimulaban nada; en mi ausencia,
callaban; yo los abría y entonces decían exactamente lo que
decían; si una palabra se me escapaba, mama me la explicaba De
bruces sobre la alfombra roja, leía a Madame de Segur, Zénaide
Fleuriot, los cuentos de Perrault, de Grimm, de Madame
d'Aulnoy. del canónigo Schmidt. los álbumes de Topffer,
Bécassine, las aventuras de la familia Fenouillard, las del
bombero Camember, Satis FumiUe, Julcs Verne, Paul d'Ivoi,
André Laurie, y la serie de los “Libros rosa" editados por
Larousse, que relataban las leyendas de todos los países del
mundo y durante la guerra historias heroicas.
Sólo me daban libros infantiles elegidos con circunspección,
que admitían las mismas verdades y los mismos valores que mis
padres y mis instritutices; los buenos eran recompensados, los
malos castigados; las desgracias sólo ocurrían a las personas
ridiculas y estúpidas. Me bastaba que esos principios esenciales
fueran salvaguardados-, generalmente no buscaba ninguna
relación entre las fantasías de los libros y la realidad; me divertían
tal como reía en los títeres, a distancia; por eso, pese a los
extraños segundos planos que descubren ingeniosamente los
adultos, las novelas de la condesa de Ségur nunca me
asombraron. La señora Bonbec, el general Dourakine, así como
el señor Cryptogame, el barón de Crac, Bécassine, no tenían sino
una existencia de fantoches. Un relato era un hermoso objeto que
se bastaba a sí mismo, como un espectáculo de marionetas o una
imagen-, yo era sensible a la necesidad de esas construcciones que
tienen un principio, un orden, un fin, donde las palabras y las
frases brillan con su brillo propio, como los colores de un cuadro.
A veces, sin embargo, el libro me hablaba más o menos
confusamente del mundo que me rodeaba o de mí misma-,
entonces me hacía soñar o reflexionar, y a veces trastornaba mis
certidumbres. Andersen me enseñó la melancolía: en sus cuentos
los objetos sufren, se quiebran, se consumen sin merecer su
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E s c a n e a d o c o n C a m S c a n n e r