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98 TEATRO COMPLETO DE BERTOLT BRECHT
ANNA.—¡Espérame, Friedrich, enseguida estaré lista!
BABUSCH.—Están pasando cosas increíbles. Todo el orquestrión va a saltar por
los aires. ¡Lactantes, organizaos! Por cierto, la libra de albarico- ques,
blanditos, dorados y jugosos, cuesta diez marcos. ¡Holgazanes, no os
dejéis provocar! ¡Por todas partes, cuadrillas siniestras que silban,
metiéndose los dedos en la boca, en los cafés iluminados! ¡Tienen por
bandera lo que llaman su propia vagancia! ¡Y en los salones de baile baila
la alta sociedad! ¡Bueno, a la salud de los novios!
MURK.—Las señoras no necesitan cambiarse. Ahora todo da igual. ¡Con esas
ropas resplandecientes solo se llama la atención!
BALICKE.—¡Exacto! En estos tiempos austeros. Los trapos más viejos bastan para
esa chusma. ¡Baja enseguida, Anna!
MURK.—Nos adelantaremos. ¡No os cambiéis!
ANNA.—¡Bruto! (Sale).
BALICKE.—En marcha... ¡Con trompetas al Reino de los Cielos! Tengo que
mudarme de camisa.
Murk.—Nos sigues con madre. Y a Babusch nos lo llevamos, como señora de
compañía, ¿eh? (Canta). Babusch, Babusch, Babusch galopa por el salón.
BABUSCH.—¿No podría olvidarse de esa aleluya miserable y hampona de
jovencito alocado? (Sale con él del brazo).
MURK.—(Sigue cantando afuera). Chicos, quitaos los dedos de la boca, que ahora
viene la bacanal. ¡Anna!
BALICKE.—(Solo, enciende un cigarro). ¡Gracias a Dios! Todo se queda en casa. ¡Qué
trabajo! ¡A esa hay que meterla en la cama a la fuerza! ¡Con su amor
ridículo por un cadáver! Me he sudado toda la camisa limpia. ¡Ahora que
pase lo que quiera! Palabra de honor: cochecitos de niño. (Sale). ¡Mujer,
una camisa!
ANNA.—(Afuera). ¡Friedrich! ¡Friedrich! (Entra rápidamente). ¡Friedrich!
MURK.—(En el umbral). ¡Anna! (Seco, inquieto, como un orangután de brazos
colgantes). ¿Vas a venir o no?
ANNA.—¿Pero qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara?
MURK.—¿Vienes o no? ¡Sé muy bien lo que me digo! ¡No finjas! ¡Las cosas claras!
ANNA.—¡Sí, claro que sí! ¡Vaya una novedad!
MURK.—Bueno, bueno. No estoy tan seguro. Durante veinte años he andado
tirado por buhardillas, helado hasta los huesos, y ahora llevo botines,
¡mira! He sudado en la oscuridad, a la luz del gas, me lloraban los ojos, y
ahora tengo sastre. Pero todavía me tambaleo, sopla el viento por abajo,
un vientecillo helado sopla por abajo y los pies se le quedan a uno fríos
por abajo. (Se dirige a ANNA, pero no la toca y se queda vacilante ante ella).
Ahora el tumor crece. Ahora corre el tinto- rro. ¡Ahora estoy aquí! Bañado
en sudor, con los ojos cerrados, apretados los puños hasta que las uñas se
me clavan en la carne. ¡Se acabó! ¡Seguridad! ¡Calor! ¡Fuera el mono! ¡Una
cama que sea blanca, ancha, blanda! (Al pasar junto a la ventana, mira afuera
rápidamente). Ven aquí: abriré los puños, me sentaré al sol en mangas de
camisa, te tendré.