Un cuento sobre
la ansiedad infantil
Ilustraciones de
Núria Albesa
Alberto Soler Concepción Roger
Tengo un nudo
en la barriga
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a Lucía, Koke y Laura.
Por hacer y deshacer
muchos de nuestros nuditos.
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Si un día te cruzas por la calle con
Penny
, te parecerá que es una
niña normal, como cualquier otra. Pero Penny tiene un secreto.
Lo que le ocurre es... Bueno, pensándolo mejor, empecemos la
historia por el principio.
Penny es una niña de siete años que vive en un pueblecito al
lado de la gran ciudad. Tiene un hermano y una hermana a
quienes adora y con quienes juega y pelea tanto como puede.
Porque sí, tooodos los hermanos se pelean. Unos mucho y otros
más. De hecho, cuando un día una amiga le dijo que no tenía
hermanos, Penny le preguntó: «Y, entonces, ¿tú con quién te pe-
leas?».
Desde pequeña,
Penny siempre ha sido una niña muy feliz
.
Le gusta saltar, correr, bailar... y la música. Le encanta la músi-
ca, tanto como a sus padres. Por eso se llama Penny, como la
canción de los Beatles. Y por eso su hermano se llama John,
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como Lennon. Y por eso su hermana se llama Rita, como la
canción «Lovely Rita». Y por eso, cuando
Penny
se empeñó en
que quería tener un conejo en casa, le pusieron por nombre
Rey. No por los Beatles, sino por Elvis, que es el rey.
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Todos los días, al salir de clase, a Penny le gusta bajar a
la plaza a jugar con sus amigos, y cuando es verano, se pasan
el día a remojo en la piscina. Su madre siempre les dice que
parecen garbanzos en remojo.
Pero como decíamos,
Penny tiene un secreto
. Un gran
secreto. Un secreto muy muy secreto. Algo que Penny no ha
contado nunca a nadie y de lo que nadie nunca se ha dado
cuenta. Algo que le pasa solo a ella y a nadie más que a ella
en el mundo. O al menos eso cree...
Penny tiene un
nudo en la barriga
.
¿Un nudo en la barrigaaa?
Sí, como lo oyes... De hecho, por eso siempre se pone ba-
ñadores que se la tapen, para
esconderlo
y que nadie se dé
cuenta cuando están en la piscina.
Penny aún recuerda el día que descubrió su nudo. Era uno de
los primeros días que iba al colegio. Estaba un poco
n
e
r
v
i
o
s
a
porque no conocía a nadie, era un sitio nuevo para ella y no
acababa de tenerlas todas consigo de que fuera a gustarle...
Y ahí estaba, de la mano de su madre en la puerta de la escuela,
cuando oyó algo:
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Este cole
no mola
nada.
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—Eeeh, ¿por qué dices eso? —le preguntó a su madre.
—¿El qué? ¡Yo no he dicho nada!
—¡Pues yo he oído algo!
Penny estaba segura de lo que había oído. Tan segura como
lo estuvo algunos días después, cuando fue a su primera clase de
gimnasia en el nuevo colegio.
—Nunca harás
amigas aquí.
¡Otra vez oía esa voz! ¡Y no había nadie! La voz no hacía
más que molestarla:
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Penny se estaba poniendo cada vez más nerviosa. ¿De dónde
salía esa voz? No podía andar muy lejos...
¡Todas lo hacen
mejor que tú!
Además, la
gimnasia se te da
fatal... No sé qué
haces aquí, ¡con lo
patosa que eres!
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Empezó a
buscar por todos los rincones
y se dio cuenta
de que esa voz desagradable venía de muy cerca... ¡Tan cerca
como que no venía de fuera, sino que venía de dentro!
Además, como le dolía la tripa, se levantó la camiseta y ahí
estaba:
¡era un nudo!
Era un nudo muy molesto que hacía que
le doliera la tripa.
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Se dio cuenta de que a veces este nudo hacía que no respirara
bien, le quitaba el hambre y hacía que le entraran ganas de llo-
rar.
¡Tenía un nudo en el estómago!
Hola, soy tu nudito.
Y tú eres una torpe. Y la
clase de hoy te irá fatal.
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Penny se bajó la camiseta corriendo. No podía creer lo que le
estaba pasando. Fue corriendo hasta su madre y le dijo:
—Mamá,
vámonos a casa
. Hoy no puedo ir a gimnasia, me
duele mucho la tripa.
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Pasó toda la tarde en su habitación, no le apetecía ni chinchar
a sus hermanos, señal de que estaba preocupada de verdad. El
nudo en la barriga no paraba de molestarla. Penny se sentía
la niña más rara del mundo.
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El nudo se había instalado en su tripa y, cada vez que se preo-
cupaba, ahí seguía, apretándole más la barriga y haciendo que
estuviera cada vez más triste. Cuando le apretaba, ponía los bra-
zos alrededor del estómago y se intentaba hacer una bolita, pero
en realidad esto no funcionaba muy bien, pues el nudo seguía
haciéndole daño.
Aunque intentaba no pensar en él, de vez en cuando lo sentía
y se le quitaban las ganas de jugar, reír o bailar. Un día, en el
recreo, mientras estaba sentada en las escaleras, su amiga Aina se
acercó y le preguntó:
—¿Qué te pasa, Penny? ¿Por qué no vienes a jugar con noso-
tros?
—No, por nada... Bueno, porque me duele...
—¿La tripa? ¡Esto tiene pinta de ser el nudo...!
¡¿Cómo?! Madre mía, qué vergüenza, ¡se había dado cuenta!
Al oírlo, de repente, el nudo le apretó más todavía...
—No hace falta que me digas más. Es eso, ¿verdad? ¡Tienes un
nudo en el estómago! No te preocupes, eso es algo que todos
tenemos...
—¿Cómo? ¿Tú también lo tienes?
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—Hace poco que me he enterado de que existía —dijo Aina—.
Cuando empecé a ir a natación, noté que
me dolía mucho la
barriga
y me ponía triste en el coche de camino hacia allí. Se lo
dije a mi padre y él me explicó que a todos nos aparece este nudito
de vez en cuando, a veces en la tripa o a veces en la garganta.
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—¡Nunca habría pensado que
tú también tenías uno
!
—Bueno, ahora mismo no... A veces noto un pequeño nudito,
pero he aprendido a evitar que se haga tan grande que no me
deje divertir.
Y así estuvieron hablando laaargo y tendido de su nudo en la
barriga. Aina le contó todo lo que le había dicho su padre. Le
explicó que
todos lo tenemos
, que aparece cuando nos pone
-
mos nerviosos, cuando nos preocupamos y nos da miedo enfren
-
tarnos a situaciones nuevas... Y le explicó que con sus pensa
-
mientos lo puede hacer más grande o más pequeño:
—Cuando te dices cosas bonitas, el nudo se hace
más peque
-
ño
. Cuando no haces caso a lo que te dice, se hace
más pequeño
.
Cuando hablas de él con otras personas, se hace
más pequeño
. Mira
ahora mismo, ¿cómo está?
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Penny miró un poco nerviosa debajo de la camiseta y...
¡el nudito casi había desaparecido!
—¿Lo ves? No eres tan rara y, desde luego, no eres la única del
mundo... Nos pasa a todos. ¡Incluso a mi padre también le sale a
veces en el trabajo! A mí me ayuda hablarlo con él, con mi ma-
dre, con mi tía, con mis amigas... Y así hago que el nudito se
deshaga poco a poco.
—No sé, Aina... Tú hablas de un «nudito», pero es que creo
que lo que yo tengo en el estómago no es un nudito, yo diría que
el mío ¡¡¡es un nudo bastante grande!!!
—Claro, pero eso es porque le haces caso. Mi padre dice que
estos nudos son muy mentirosos, porque nos aseguran que van
a pasar cosas que luego nunca pasan. Solo se divierten asustán-
donos...
—¿Tú crees?
—Seguro. Si le haces caso y dejas de hacer lo que te gusta,
entonces el nudo se hará cada vez más grande y te dejará hacer
cada vez menos cosas.
Penny probó lo que Aina le había dicho e intentó distraerse
para no hacerle caso al nudito.
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Se dio cuenta de que jugando, cantando,
bailando, corriendo y saltando, el nudito
se hacía más pequeño, y que la mú-
sica la ayudaba mucho
a olvidarse de él.
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Cuando le molestaba, ella cantaba muy muy fuerte
«Helter Skelter», una de sus canciones favoritas de los Beatles, y
conseguía que el nudito se callara.
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Ahora que Penny ya sabía qué era lo que hacía crecer al nu-
dito, no lo iba a permitir. Cada vez que le decía algo desagra-
dable, ella le contestaba muy muy seria.
—¡Porque tú lo digas! ¡Si se me da superbién! ¡Pesado, que
eres un pesado!
Y el nudito se deshacía un poco.
¡Mañana te vas a caer
haciendo volteretas
en gimnasia!
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—¡Eso es mentira! Ayer me senté con Salma, y el otro día con
Manuel. Siempre me siento con mis amigos.
Y el nudito se deshacía un poco más.
—Pues ahora verás...
Y conforme saltaba y saltaba, el nudito se encogía hasta casi
desaparecer.
Con el tiempo, Penny entendió que ese nudito lo tenemos todos,
y que lo único que tenía que hacer era no creerse sus mentiras
para que no fuera creciendo más, sino decirse cosas bonitas con la
misma amabilidad con la que le hablaría a una amiga y hablar de
lo que le preocupaba con las personas que la querían.
—Mira, nadie se quiere sentar
contigo en el comedor...
—¡Qué patosa eres!
no sabes saltar
a la comba...
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De ese modo, aprendió a vivir con su nudito, ese que le
molestaba un poco cuando le daban miedo las cosas nuevas y se
ponía nerviosa. Pero a partir de aquel momento, nunca más le
volvió a impedir ser feliz ni hacer lo que más le gustaba. Ni tam-
poco pelearse con sus hermanos.
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Ahora ya conoces el secreto de Penny, que en realidad es un
secreto que compartimos todos. Y tú, ¿dónde notas ese nudito?
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FIN
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