TJ Klune Bajo la puerta
de los susurros
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Y oh, qué aplastante fue eso, cómo lo devastó. Le dolía el corazón y tenía
náuseas, quería decirles que podía ser mejor, que podía ser quien ellos
querían que fuera, no sabía cómo, él...
Una tercera estrella. El hombre y la mujer se habían ido, pero su
desprecio permaneció como una infección que recorría la sangre y los huesos.
El hombre, luminoso como el sol, volvió a salir, salvo que la luz se
desvanecía. Estaban luchando. No importaba por qué, sólo que sus voces se
alzaban, y se arañaban y escarbaban, cada palabra como un puñetazo en las
tripas. Él no quería esto. Lo sentía, lo sentía mucho, no sabía qué le pasaba,
lo estaba intentando: —Te juro que lo estoy intentando, Zach, pero no puedo...
—Lo sé —dijo Zach. Suspiró mientras se hundía—. Estoy tratando de
ser fuerte aquí. Realmente lo estoy haciendo. Tienes que hablar conmigo,
¿vale? Déjame entrar. No me dejes adivinando. No podemos seguir así. Nos
está matando.
—Matándonos —susurró Cameron mientras las estrellas llovían a su
alrededor.
Wallace vio trozos de una vida que no era la suya. Había amigos y risas,
días oscuros en los que Cameron apenas podía levantarse de la cama, una
sensación generalizada de acritud cuando estaba junto a su madre, viendo a
su padre dar sus últimos suspiros desde la cama del hospital. Lo odiaba y lo
amaba y esperaba, esperaba, esperaba a que su pecho dejara de subir, y
cuando lo hacía, su pena se atenuó con un alivio salvaje.
Años. Wallace percibió cómo pasaban los años en los que Cameron
estaba solo, en los que no estaba solo, en los que se miraba en el espejo,
preguntándose si alguna vez sería más fácil, mientras las ojeras se le
agrandaban como si fueran moratones. Era un niño montando en bicicleta en
el calor del verano. Tenía catorce años y andaba a tientas en el asiento trasero
de un coche con una chica cuyo nombre no recordaba. Tenía diecisiete años
cuando besó a un chico por primera vez, el raspado de la barba incipiente del
chico como un rayo contra su piel. Tenía cuatro y seis y diecinueve y
veinticuatro y entonces Zach, Zach, Zach estaba allí, el hombre luminoso, y
oh, cómo le saltó el corazón al verlo al otro lado de la habitación. No sabía qué
tenía, qué le atrajo tan rápidamente, pero los sonidos de la fiesta se
desvanecieron a su alrededor mientras caminaba hacia él, con el corazón en
vilo. Cameron era torpe y se le trababa la lengua, pero consiguió decir su
nombre cuando el hombre luminoso le preguntó, y sonrió, oh Dios, sonrió y
dijo: —Hola, Cameron, soy Zach. No te he visto antes por aquí. ¿Qué te ha
parecido?