TRAUMA Y RECUPERACION.pdf

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Trauma


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Judith Herman
TRAUMA y RECUPERACIÓN
CÓMO SUPERAR LAS CONSECUENCIAS
DE LA VIOLENCIA
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Edición original: Tn:l!-ima and R;:w~·-eTy. The Aj,ermczJh
of l/ieience from Domestic Abuse to
?otiúca! Terrer. Basic BOOKs, 1997
.f) Basic Books (Grupo Per5cus), 1992, 199:
'Q Espasa Cúpc, S. i"L, 2004
DiseTio de la colección: T asmanias
Ilus¡:raciór: de cubierra: Phoror-ica. Brad 'X!ilsor:
Realización de cubierta: ... ~ .. Zlgel Sa..'l.z .\LU-:h!
Depósúo legal; M. 16.209,2004
ISBN: 84-670-14/3-3
I{eserifados rodos los derechos. No se De!TIlite reproducir, almacenar en sisremas de recuperación
de la inroI:naciórr ni [ransmiür algun~ parre d; cs¡::± publicación, cualquiera que sea ~l medio
empleado ~electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, crc.-, sin el permiso previo de los
ciEulazes de los derec..l-tos de la propiedad Í:."1rdecmal.
.::,spasG. e:l su deseo de mejoraz sus publicaciones, agradeced cualquier sugeéencÍa que los lecwres
!::aga.c'1 al departar71emo ediwrial por correo electrónico: sugerenc:[email protected]
L'l1preso en Espfu~a/Pri.med b Spain
Irr:.presión: Huertas, S. A.
Ediwrial Esoasa Caloe, S. A.
Complejo Arica -Edificio 4
'/La de las Dos Castillas, 33
28224 Pozuelo de .'\larcón (MacL."id)
""'~'
«Antes de comenzar pensaba qUe lo qUe tenú¡ entre manos
era un cuento c¿¡si exceslúunerue masculino, ~ma saga de ri­
validad sexual, ambición .. poder
j trazúón, muerte .'¡ vengan­
za, Pero parece que fas mujeres se h"7l hecbo con et poder;
entraron desde las penferias de la historú¡ para exigir que se
incft,yeran sus propias tragedias, historias y coraedúzs, obli­
gándome
a doMar mi narrativa
con todo tipo de sinuosas
comple;i'dades
para
ver rai trama "masculina", por decirlo de
alguna maneta, a través de! prisma de su lado inverso y 'fe­
menino". Ale parece que las mujeres sabían muy bin! qué es­
taban haciendo.: sus bistorias explican, e incluso resumen} fas
de los hombres. La represión es un traje si?! costuras; una so­
ciedad que es autorz"taria en sus códigos sociales :'i sexuafej~
que aplasta a las mujeres bajo las intolerables cargas del ho­
nor }' la decencia, cambién produce represión en tos demás.
Los dictadores siempre son ------o al menos lo ::jon en público------­
unos puritanos_ Así que, después de todo, resulta que mú
tramas "masculina" y "femenina" son fa misma historitl,>~
S_A.LYL.J,.0j RliSHDIE, Shame, 1983

,
INDIcE
AGR \DECIMIE1'TOS
hTRODCCCIÓ1'
PRIMER" P_,,""CTE
LOS DESÓRDENES TRAUl\!L"TICOS
1. UNA HISTORL". OLVIDADA ...
La era heroica de la histeria
La neurosis traumática de guerra
La neurosis de combate
de la guerra de los sexos ...
2. EL
TERBOR ..... _ ..
Hiperactivación
Intrusión ........... .
Constricción.
La dialéctica del trauma .......... _ .......... .
3. DESC01'EXIÓN
El yo dañado ........ _ ... .
Vulnerabilidad y resistencia
El efecto del apoyo social_ ......
_ ....... _ ..................... _ .... -..... .
El papel de la comunidad
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4. C\UTIVID.ill.
Dominación psicológica ..
Rendición absoluta
El síndrome
de trauma crónico
5. ABUSO ¡l'H:\TIL .
El entorno abusivo ............ .
Pensamiento doble.
Un doble yo.
Ataques sobre el cuerpo
El niño que ha crecido.
6. U: :\UEVO DL\G:\ÓSTICO ............. .
Errores en la clasificación del diagnóstico
La necesidad
de un nuevo concepto
Los supervivientes como pacientes psiquiátricos
SEGU:\DA PARTE
FASES DE LA RECUPERA.CIÓN
7. UNA RELACIÓ: CUR-\T!VA
Transferencia traumática ...................................................... .
Contrarransferencia traumática
El contrato de terapia
El sistema de apoyo del terapeuta
8. SEGURIDAD
Ponerle nombre al problema
Resrablecer
el control
Establecer un
entorno seguro
Completar la primera fase ...... .
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t\DICE
9. RECUERDO y LUTO
Reconstruir la historia ....
Transformando el recuerdo traumático
Llorar la pérdida traumática .....
lO. RECONEXIÓN ....... .
Aprendiendo a luchar
Reconciliarse con uno mismo
Reconectarse con los demás
Encontrar la misión del superviviente
Resolver
el trauma 11. COMUNIDAD ............. .
Grupos para la seguridad.. . ........... .
Grupos para recordar y llorar la pérdida ..
Grupos para la reconexión
EpÍLOGO: CONTINC L- DLlLÉCTICA DEL TIHUoH ......................... .
ÍNDICE A.'iALÍTICO
..
11
271
ro
-j)
280
289
301
303
309
313
316
322
325
330
335
349
355
371

I
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;-
AGRADECIMIENTOS
Este libro debe su existencia al movimiento de liberación femenina.
Su concepto intelectual es parte de un proyecto feminista colecti vo
para reinventar los conceptos básicos de desarrollo normal y de psico­
logía anormal, tanto en los hombres como en las mujeres. Mis mento­
res en este anhelado proyecto han sido Jean Baker Miller y sus colegas
en
el Stone
Center; y mi madre, Helen Block Lewis. La práctica profe­
sional diaria que ha dado pie a escribir este libro comenzó hace veinte
años con
la formación del
Colectivo de Salud Mental para Mujeres en
Somerville (Massachussets
). El
Colectivo sigue siendo mi hogar inte­
lectual, un espacio protegido en el que se pone nombre y se da validez
a
las ideas de las mujeres.
Un miembro del Colectivo, Emily Schatzow,
ha sido
mi colaboradora más cercana y mi socia.
Hace siete años tuve
la suerte de conocer a Mary Harvey, del
Cam­
bridge Hospital; nuestra colaboración ha dado como ftuto el Progra­
ma para Víctimas de la Violencia, un servicio para supervivientes de
traumas en
e! departamento de psiquiatría de! hospital. Mary es la
di­
recrora de! programa. Su profundidad y su claridad intelectuales me
han enriquecido. Janet Yassen, de! Centro de Crisis de Violación de la
zona de Boston, me supervisó a mi y a Emily Schatzow en nuestros pri­
meros trabajos con grupos de supervivientes de incesto. Más recien­
temente también ha empezado a colaborar con el Programa para Vícti­
mas de la Violencia.
En estos últimos años también he tenido
el privilegio de trabajar
mano a mano con dos hombres, Besse! van der Kolk y
J.
Christopher

14
Perry, ambos colegas míos en el Departamento de Psiquiarría de la
Harvard Medical Schoo!. Besse! y yo hemos dado jumas cursos sobre
[rauma
y colaborado en investigaciones. Él fue uno de los artífices en
la creación del Grupo de Estudio del Trauma de la zona de Boston, un
seminario informal que une a médicos
e
iDvesIigadores que uabajan
con refugiados, veteranos de guerra y vícrimas de deliLos criminales. El
alcance imaginativo
de sus ideas siempre me ha inspirado;
nueSIras
opiniones sobre remas de género han dado pie a calurosas discusiones.
Como a ambos nos gusta ranro estar en desacuerdo Como estar de
acuerdo, nuesna colaboración ha sido siempre placentera.
Chris Perry me ha inspirado con su generosidad de invesrigador y
su imegridad. Como investigador principal de un esrudio de personas
con desórdenes de personalidad,
al principio se mosrraba escéptico
ante la imponancia del trauma infantil, pero puso a mi disposición
to­
dos sus recursos para poner a prueba la hipó[esis del trauma. Aunque
empezamos
el camino siendo
U110S colaboradores inverosímiles, hemos
crecido juntos y nos hemos in±1uido e! uno al otro de formas inespera­
das .. Mi manera de pensar se ha hecho más profunda y más rica gracias
a nuestra colaboración.
Finalmeme, estoy en deuda con los muchos alumnos, colegas, pa­
cientes y sujetos de invesIigación que han compartido su experiencia
conmigo. Por motivos de confidencialidad, a la mayoría de ellos no les
puedo dar las gracias citando su nombre. Las excepciones Son aquellos
que accedieron especrricameme a ser emrevistados para este libro: las
supervivientes de trauma Sohaila Abdulali, Sarah Bue!, Sharon Simone
y Ken Smith; la instructora de defensa propia Melissa SoaIr, y los
¡erapeutas Terence Keane, Shirley Moore,
Herbert Spiegel, J essica
Wolfe y
Par Ziegler.
El trabajo formativo conceptual se realizó gracias a una beca de un
año en
el Marty Ingraham Bunting
Insritute de! Radclíffe College, con
apoyo de
la John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Bessel
van der Kolk, Susan Schechter y Bennetr Simon aportaron sus críticas
sobre los primeros borradores de ciertos capítulos. Emily Schatzow
y
Sandra Burler leyeron devotamente todo e! manuscrito.
Sus comenta­
rios me sirvieron de mucho para valorar la calidad del trabajo. En la
.\GRiOECI-'!IENTOS 15
producción de! libro tuve la suerte de trabajar con dos modelos de efi­
cacia edirorial: Jo Ann Miller y Virginia LaPlante. Jo Ann vigiló el
proceso de edición desde su inicio
y lo mantuvo en su
CamLJ1o. VirgLnia
comprendió inmediatamente qué se necesitaba para centrar el libro y
darle su forma definitiva.
Pero sobre todo estoy en deuda con mi familia. Mi marido, J erry
Berndr, sabía en qué
se
meda cuando me embarqué en este proyecro,
porque ya pasó por mi primer libro. Debido a su dedicación a su pro­
pia visión artística, resperó la mía, quizá incluso más que yo. Nunca me
falló su apoyo moral e intelectual, ni su sentido del humor.
Con ¡amas bendiciones tan solo me queda un deseo que no me ha
sido concedido. Deseaba que mi madre viviera para ver este libro. Su
entendimiento psicológico, su atrevimiento e integridad intelectual,
su compasión por los que sufren
y por los oprimidos, su justificada
in­
dignación y su visión política son mi legado. Este libro se lo dedico a
sumemona.

INTRODUCCIÓN
La respuesta habitual a las atrocidades es borrarlas de la conciencia.
Ciertas violaciones de! orden social son demasiado terribles como para
pronunciarlas en voz alta: ese es el significado de la palabra impronun~
ciable.
Las atrocidades, no obstante, se niegan a ser enterradas. Igual de
poderoso que e! deseo de negar las atrocidades es e! convencimiento
de que la negación no funciona. La sabiduría
popular está llena de
fan~
tasmas que se niegan a descansar en sus tumbas hasta que se cuente su
historia. Recordar y
contar la verdad sobre acontecimientos terribles
son dos requisitos imprescindibles
para e! restablecimiento del orden
social y para la curación de las víctimas individuales.
El conflicto entre la voluntad de negar los acontecimientos
horri~
bIes y la voluntad de desvelarlos es la dialéctica central del trauma psi~
cológico.fLa gente que ha sobrevivido a atrocidades a menudo cuenta
su historia
de una manera altamente emocional. contradictoria y
frag~
mentada que resquebraja su credibilidad y, por lo tanto, cumple los
dos requisitos imprescindibles: decir la verdad y mantener
e! secreto.]
Cuando por fin se reconoce la verdad, los
supervivientes pueden em~
pezar su curación. pero, con demasiada frecuencia, e! secreto es el que
gana, y la historia de ese acontecimiento traumático no sale a
la super­
ficie como
una narración verbal,
sil'o como un síntoma.
Los sintomas
de angustia psicológica de las personas
traumatiza~
das llam"", la atención sobre la existencia de un secreto impronurlCia~
ble y, al mismo tiempo, distraen la atención de ella. Esto resulta aún

más aparente en la forma en que las personas traumatizadas t1ucrúan
entre mostrarse bdolentes y revivir el aCODl:ecimiento. La dialéctica del
naUilla da paso a complicadas, y en ocasiones misteriosas, alteraciones
de la conciencia, que K;;eorge Of\veU, uno de los más comprometidos
defensores de la verdad de nuestro üempo, llamó «pensamiento do­
ble» y que los profesionales de la salud mental, que buscan una defini­
ción tranquila y precisa, Llaman «cüsociación>& Esto tiene como resulta­
do los sím:omas proreiformes, dramáticos
y a menudo extraños de la
histeria, que
Freud reconoció hace un siglo como
lli""1a expresión disfra­
zada del abuso sexual durante la infancia.
Tanto los testigos como las víctimas son susceptibles
de la
dialécti­
ca del trauma. Al observador le resulta difícil manrener una mente cla­
ra y tranquila, ver más que unos pocos fragmentos de la imagen tOtal,
retener todas las piezas y ser capaz de encajarlas. Todavia es más difícil
encontrar un idioma que
pueda describir total y gráficarnente todo lo
que han
visro. Aquellos que intentan describir las arrocidades de las que
han sido [estigos tarnbién arriesgan su propia credibilidad.
Hablar en
público sobre lo que uno conoce acerca de dichas atrocidades es
invi­
tar al estigma que persigue a sus vÍctilllas.
El conocimiento de acontecimiemos terribles emra de vez en cuan­
do en la conciencia pública, pero rarameme esta lo retiene duranre mu­
cho tiempo. Negación, depresión y disociación operan tanro a nivel so­
cial como individual. El estudio de! rrauma psicológico tiene una
histotia «comraculrural». Al igual que a las personas rraumatizadas, se
nos ha impedido
el conocimiemo de nuestro pasado. y, lo IJljsmo que ellas, nosotros también necesitamos comprender el pasado para recla­
mar e! presente y e! futuro. Por consiguien[e, para comprender e! [rau­
ma psicológico debemos comenzar redescubriendo la bsroria.
Los psicólogos clínicos conocen e! momento privilegiado en que
las ideas, sentimientos
y recuerdos reprimidos salen a la superficie en
la conciencia. Esos mamemos ocurren ramo en la historia
de las
socie­
dades como de los individuos. En los años setenta, las portavoces de!
movimiento de liberación femenino llevaron a la conciencia pública los
frecuentes crímenes de la violencia de género. Las victimas que habían
sido silenciadas empezaron a contar sus secretos. Como residente de
lCiTRODCCCIÓN 19
pSlqwatría, escuché de mis pacientes numerosas historias sobre violen­
cia sexual
y doméstica. Debido a mi afiliación al movimiemo
femiIlÍSta,
pude hablar en comra de la negación de las auténricas experiencias de
las mujeres denrro de mi propia profesión
y exponer aquellos hechos
de los que había sido [estigo.
Mi primera ponencia sobre el incesto, es­
crita junto a Lisa Hirschman en 1976, empezó a circular «clandestÍIJa­
mente» como manuscrito un año antes de su publicación. Empeza..rnos
a recibir cartas de mujeres de todo e! país que nunca a.'lres había.'1 con­
rada sus historias. Gracias a ellas nos dimos cuenra del poder que tenía
decir lo indecible
y fuimos testigos de primera mano de la energía
creativa que se libera cuando se derriban las barreras de la negación
y
la represión.
TRACM" y RECCPEIL\CIÓN es fruto de dos décadas de investigación
y de rrabajo clínico con víc[imas de la violencia sexual y doméstica.
También refleja
una creciente experiencia con muchas
arras personas
traumatizadas, especia1-nente veteranos de guerra y víctimas de! terror
político. Este
es un libro que habla de restaurar conexiones: emre el
mundo público y el privado, entre el individuo y la comunidad, emre
hombres y mujeres. Es un libro sobre
puntOS en común: entre supervi­
vientes de violaciones y veteranos de guerra, entre mujeres maltraradas
y prisioneros políticos, entre supervivientes de enormes campos de
concentración creados
por tiranos que gobiernan naciones y supervi.­
viemes de pequeños
y escondidos campos de concentración creados
por tiranos que gobiernan sus hogares.
Las personas que
han pasado por experiencias [erribles padecen
un daño psicológico predecible. Hay un espectro de desórdenes
rrau­
máticos que van desde los efectos de un único y espa.'ltoso aconteci­
miento a los efectos más complicados de un abuso prolongado y repe­
tido. Los conceptos diagnósticos establecidos, especialmeme los graves
desórdenes
de personalidad diagnosticados frecuentemente en
muje­
res, en general no han conseguido reconocer e! iInpacto de ser víctima.
La primera parte
de este libro esboza el espectro de la adaptación
hu­
mana a los acontecimientos traumáticos y da un nuevo nombre diag­
nóstico al desorden psicológico que se encuemra en los superviviemes
de
un abuso prolongado y repetido.

20
Como los síndromes traumáticos tienen rasgos básicos en común,
el proceso de recuperación también sigue un camLT10 común. Las fases
fundamentales de la recuperación son recobrar la seguridad, recons­
truir la historia del trauma y restaurar la conexión entre los supervivien­
tes v su comunidad. La segunda parte del libro desarrolla una visión de!
proceso de curación y ofrece un nuevo marco conceptual para la psi­
coterapia con personas traumatizadas. Tanto las características
de los
desórdenes traumáticos como los principios del
trat~rniento están ilus­
trados con el testimonio de los supervivientes y con casos extraídos de
lL.'1a amplia bibliografía.
Las fuentes de investigación de este libro incluyen mis an.terÍores
estudios COn supervivientes de incesto y mi más reciente trabajo sobre
el papel del trauma de infancia en la condición conocida como desor­
den de la personalidad border!zne. Las fuentes clínicas son mis veinre
años de práctica profesional en una clínica mental feminista y los diez
años como profesora y supervisora en un hospital universitario.
El tesrÍInonio de los supervi-vientes de traumas es e! corazón del libro.
Para mantener
la confidencialidad he protegido a todos mis informantes
bajo seudónimo, con dos excepciones.
En primer lugar, he identificado
a los terapeuras a los que he entrevistado sobre su trabajo
y, en segundo, a
supervivientes que ya habían hecho público su caso. Las tablas de casos
que aparecen son ficticias; cada una de ellas está basada en la experien­
cia de muchos pacientes diferentes y no sobre la de un individuo.
Los supervivientes nos retan a que volvamos a juntar los fragmen­
tos, a que reconstruyamos la historia, a que encontremos significado a
sus síntomas presentes bajo la luz
de aconteci.mientos pasados. He
in­
tentado integrar las perspectivas clínicas y sociales del trauma sin sacri­
ficar ni la complejidad de la experiencia indi,idual ni la amplitud del
contexto político,
He procurado unificar conocimientos
aparentemen­
te divergentes y desarrollar conceptos que se puedan aplicar de la mis­
ma manera a las experiencias de la ,ida doméstica y sexual, que es el
entorno tradicional de las mujeres, y a las de la guerra y de la vida polí­
tica, el terreno tradicional de los hombres.
Este libro aparece en un momento en que
la discusión pública
so­
bre las atrocidades de la ,ida sexual y doméstica ha sido posible gra-
!:"TRODCCCIÓ:"
J'
cías al mOvilTiento feminista, y cuando la discusión pública sobre J.as
atrocidades habituales en la ,ida política ha sido posible gracias al mo­
vimiento de derechos humanos. Estoy convencida de que el libro será
controvertido; primero, porque está escrito desde UDa perspectiva fe~
minista, y segundo, porque reta conceptos diagnósticos establecidos.
Pero en tercer, y quizá más Lmportante, lugar, porque habla sobre co­
sas horribles, cosas de las que nadie quiere oír hablar. He intentado
presentar
mis ideas con un lenguaje que preserve las conexiones,
llI1
lenguaje que sea fiel tanto a las tradiciones no pasionales y razonadas
de mi profesión como a las vehementes reivindicaciones de las perso­
nas que
han sido violadas y vejadas. He procurado encontrar un
len­
guaje que pueda hacer frente a los imperativos del pensamiento doble
y que nos permita a todos acercarnos un poco más y enfrentarnos a lo
impronunciable.
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1
UNA HISTORIA OLVIDADA
El estudio del trauma psicológico tiene una historia curiosa: una de
amnesia episódica. Los períodos de investigación activa se han alterna­
do con períodos de olvido. En el siglo pasado se emprendieron líneas
parecidas
de
i¡wesügación para ser luego abandonadas y redescubier­
tas mucho tiempo después. Con frecuencia, los documentos clásicos
de hace cincuenta o cien años parecen trabajos contemporáneos. Aun­
que lo cierto es que este
campo de investígación tiene una tradición abundante y rica, ha sido olvidado periódicamente y debe ser reclama­
do también del mismo modo.
Esta amnesia intermitente no es resultado de los cambios normales
en las tendencias que suelen afectar a cualquier iniciaüva intelectual.
El estudio del trauma psicológico no languidece a causa de falta de in­
terés, sino que el tema provoca una controversia tan intensa que, con
frecuencia, se convierte
en un anatema. El estudio de! trauma
psicoló­
gico ha cruzado repetidas veces la frontera hacia los territOrios de lo
impensable y
ha erosionado dogmas de fe.
Estudiar el traurna psicológico es enfrentarse tanto a la
vulnerabili­
dad humana en e! mundo natural como a la capacidad de hacer mal
que hay en
la naturaleza humana. Estudiar e! trauma psicológico
signifi­
ca ser testigo de acontecÍrnientos terribles. Cuando estos son desastres
naturales o «hechos de Dios», los que los han presenciado simpatizan
con facilidad
con las vícti..mas.
Sin embargo, cuando han sido diseñados

26
por la mano humana, los que los presencian se ven atrapados en un
conflicto emIe vícuma y perpe¡rador. Es moralmeme imposible mame­
nerse neutral en este conflicto. Al testigo se le exige romar posiciones.
Resulta muy temador ponerse al lado del perpetrador.
Que no haga
nada
es lo
único que este pide al tesugo. Apela al deseo universal de no
ver, no oír y no decir nada. Las víctimas, al comIario, le piden al ¡estigo
que
compana con ellas su carga de dolor. La vÍcrima exige acción, com­
promiso y recuerdo. Leo
Eringer, UT1 psiquiarra que ha estudiado a los
supervivientes de los campos
de concentración alemanes, describe el
cruel canHieto de intereses entre la
vÍcúma y el testigo. «La guerra y las
victimas son algo que la comrmidad quiere olvidar; se corre till velo de
olvido sobre todo aquello que
es doloroso y desagradable. Encontra­
mos a ambos lados enfrentados cara a cara:
por
till lado tenemos a las
víctimas que quizá quieran olvidar, pero que no son capaces de hacerlo,
y al otro a todas aquellas personas con motivos poderosos, y a menudo
inconscientes, para olvidar y que consiguen hacerlo. El contras re [ ... ] es
con frecuencia muy doloroso para ambas
panes. La más débil sigue
siendo la pane perdedora en esre diálogo silencioso y desigual» :
El perpetrador hace todo lo posible para promover que se olviden
sus crimenes y así
poder escapar de su responsabilidad por ellos.
Su pri­
mera línea de defensa son el secreto y el silencio. Si fracasa el secreto, el
perperrador erosiona la credibilidad de sus victimas. Si no es capaz de si­
¡enciarlas de! todo, intemará asegurarse de que nadie las escuche. Para
conseguirlo, esgrime una impresionante canridad de argumentos, desde
la negación más absoluta a
la racionalización más e!egame y sofisticada.
Después de cada atrocidad cabe esperarse las mismas
y predecibles
dis­
culpas: nunca ocurrió, la \Iictima miente, la víctitlla exagera, la vicrima se
lo buscó
y, en cualquier caso, es hora de olvidar e! pasado y seguir
ade­
lante. Cuanto más poderoso es e! perperrador, mayor es su prerrogariva
para nombrar y definir la realidad, y más domina su argumemo 2
1. Eüi,.'1ger, « Ine Concemration (amp Synerome me I[s late Sequelae», en SUT"'vivors,
Victims alld Perpemuors, ea.]. E. Dizrlsdale, He~isphere, Nueva York, 1980, págs. 127-162.
2 la tendencia del observador a volverse en contra de la vfcrLrna se explora en profundidad
en M. J. Lemer, The Be!ief in el JUS! V7ori4 PlenuIrl, Nueva York, 1980.
UNA HISTORIA OLVIDADA ?" -,
Los argumentos de los perpetradores resultan irresistibles cuando
el testigo se enfrenta a ellos en aislamiento. Si no existe un entorno so­
cial comprensivo lo más frecueme es que el testigo sucumba a la rema­
ción de mirar a arro lado. Esto es cieno incluso cuando la víctima es
un miembro idealizado y valioso de la sociedad. Los soldados que han
luchado en cualquier guerra, incluso los que son considerados héroes,
se quejan amargamente
de que nadie quiere conocer la
aUlénIÍca ver­
dad sobre la guerra. Cuando la víctima es un miembro infravalorado
(una mujer,
un niño) puede enconuarse con que el acontecimiento
más traumático de su vida ocurre fuera del territorio de
la realidad va­
lidada socialmente. Su experiencia se convierte en algo impronun­
ciable.
El estudio de! trauma psicológico debe estar constamememe en
lucha con la tendencia a desacrediIar a la vícrima o a hacerla invisible.
A lo largo de toda la historia de este campo ha existido una disputa so­
bre si las pacientes con condiciones postraumáticas merecen ser cuida­
das y respetadas o si merecen ser despreciadas, sin que importe si en
realidad sufren o fingen, sin
importar si sus historias son verdaderas o
falsas,
y, si son falsas, si han sido imaginadas o fabricadas consciente­
mente.
A pesar de que existe una enonne canudad de textos que docu­
meman e! fenómeno del trauma psicológico, e! debate se sigue cen­
trando en una cuestión elemental: si estos fenómenos son creíbles y
reales.
¡'No solo se pone en duda repetidamente la credibilidad de los pa-
*--'-- .
cientes; también se pone en duda la de los investigadores de las condi-
ciones postraumáticas. Los médicos que escuchan demasiado tiempo
y con demasiada atención a paciemes traumatizadas a menudo se con­
vierten en sospechosos para sus colegas, como si se contaminaran con
el contacto. Los investigadores
que analizan este campo y se alejan
de­
masiado de las fromeras de las creencias convencionales a menudo se
ven someridos a
una especie de aislamiento profesional]
Mantener la realidad
traumáuca en la conciencia exige till comex­
to social que reafinne y proteja a la vícrima, y que una a esta y al resti­
go en tilla alianza común. En e! caso de la victima individual, este con­
texto social se crea mediante su relación con amigos, amantes y familia.

I
28
En el caso de la sociedad en general, el contexto social se crea a través
de los movimientos sociales que
dan
voz a los desamparados.
Por consiguiente, el estudio sistemático del trauma psicológico de­
pende del apoyo de un movi.rniento político. De hecho. el que dicho
estudio pueda ser
emprendido o discutido en públíco es, por sí mismo,
una cuestión política.
El estudio del
trauma de guerra se hace legítimo
tan solo en un contexto que cuestiona
el sacrificio de vidas de hombres
jóvenes en combate. El estudio del tranma en la vida sexual y
domésti­
ca solo se hace legítimo en un contexto que cuestione la subordinación
de mujeres y niños. Los avances en este campo solo OCurren cuando
están apoyados por un movimiento político lo suficientemente podero­
so como para legitiInar lL.'"la alianza entre investigadores y pacientes, y
para contrarrestar los habituales procesos sociales de silencio y nega­
ción. Si no existen poderosos moviIIúentos políticos a favor de los de­
rechos humanos,
el proceso activo de prestar testimonio no hace sino
dar paso al proceso activo del olvido[La represión, la disociación y la negaci~;: son fenómenos tanto de la concíencia social como de la indi­
vidual.S
Durante el pasado siglo) una determinada forma de trauma psico­
lógico subió a la superficie en [res ocasiones. En cada una de ellas, la
investi"ación del trauma ha florecido en asociación con UIl movimien-
~ -'
to políticolEl primer trauma que apareció fue la histeria, el arquetípi­
co desorde~ psicológico de las mujeres. Su estudio floreció entre el
movimiento político republicano
y anticlerical francés de finales del
si­
glo AL". El segundo fue el tral.Lrna de guerra o neurosis de combate. Su
estudio comenzó en Inglaterra y en Estados Unidos después de la Pri­
mera Guerra Mundial y alcanzó su punto álgido tras la Guerra de
Vietnam. Su contexto político fue el derrumbamiento del culto a la
guerra
y el
crecimjento de los mOvimientos pacifistas. El último y más
reciente trauma que
ha alcanzado la conciencia social es la violencia
se­
xual y doméstica. Su contexto político es el movimiento feminista en
Europa occidental y Norteamérica. Nuestra comprensión contemporá­
nea del trauma psicológico se basa en una síntesis de esas tres líneas de
investigacíón independientes]
C::\A HISTORIA OL \lDAD_.l,. 29
LA ERA HEROICA DE LA HISTERL~
Durante las dos décadas de finales del siglo XIX el desorden llama­
do histeria se convirtió en un objetivo fundamental de la iIlvestigación
seria.
En ese momentO el término
histeria era tan bien entendido por
todos que nadie se había
tomado la molestia de definirlo de forma
sis­
temática. En palabras de un historiador1·«durante vein.ticínco siglos la
histeria había sido considerada una enfermedad extraña con síntomas
incoherentes e incomprensibles.
La mayoría de médicos creían que era
una enfermedad propia de las mujeres y que se originaba en el útero» 3. De ahí su nombre, histeria. Como explicaba otro historiador,
la histeria era
una
«dramática metáfora médica para tOdo aquello del
sexo op~esto que a los hombres les resultaba misterioso o incontro­
lable>,
".: El patriarca del estudio de la histeria fue el gran neurólogo francés
Uean-Martin CharcotJSu reino era el Salpetriere, un antiguo y enorme
complejo hospitalario que llevaba tiempo siendo
el centro de
benefi­
cencia de los más desdichados del proletariado parisino; mendigos,
prostitutas
y locos.
Charcot transformó la descuidada institución en un
templo de la ciencia moderna, y los nombres más prestigiosos y a¡nbi­
ciosos de las nuevas disciplinas de la neurología y la psiquiatría viaja­
ron a París para estudiar con el maestro. Entre los distinguidos médi­
cos que hicieron el peregrinaje al Salpetriere estaban Pierre J anet,
William James
y Sigmund Freud
'.
El estudio de la histeria cautivó a la imaginación públíca como una
gran expedición a lo desconocido. Las L'lvestigaciones de Charcot eraJ)
H. Ellenberger, The Disco"!.;er)' oj the Uncanscious .. BaslcS Books, 0Juev8. York, 1970.
pág. 142.
J M. :'vlicale, «Hysceria me Its Hiscor.iography: A Revie\v oE Past arre Presem \Y' rich,gs», HiJ'
tary al5cience 27: 223-267 y 319·351 (1989), cir. en pág. 319.
5 Para una discusión más a.,nplia sobre la influencia de enareN. véa.nse H. Elle:-,cerger
T.he Dúco,,·ery aÍ ,he Unconscious; G. F. Drinka. The Birth ol ¡\"eurosú: ,vlyth Maiad), and the
Fletorians, Sirnon & Schuster. Nueva York, 1984: E. Showaher. The Jemale ;\,faiady: "Q7omen
A-fadness, and Engiúh Cultzlre, 1830-1980, Pantheon, :\"ueva York. 1985: J. Gol¿s¡:ei.n. Consoie
dnd Ciassify: The Freneh Psychiatric Prolession in the Nmeteenth CentuT), Ca.:.-nb,idge Unive,·
sity Press, Nueva York, 1987.
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30
conocidas no solo en el mundo de la medicina, sino rambién de la lite­
ratura y de la política. Sus conferencias de los martes era:.'l. aconteci­
miemos ¡ea¡rales a los que acudía «un público multicolor venido de
rodo París: autores, médicos) actores y actrices, damas mundanas y se­
ñores de la sociedad, codos ellos arraídos por su morbosa curiosi­
dad» '. En dichas conferencias, CharcO[ ilusrraba sus descubrimiemos
con demostraciones en vivo. Las pacientes que exponía eran jóvenes
mujeres que habían encomrado refugio en el Salpérriere y que habían
vivido la violencia consrame, la exploración y la violación. El hospital
les
daba más seguridad y protección de la que jamás habían conocido;
para un grupo selecro de mujeres
que se convinieron en las estrellas de
las demostraciones de
Charcot, el hospital ¡ambién les proporcionaba
algo parecido a la fama.
Todos reconocían
que
Chareat tenía una gran valenúa por atrever­
se a esrudiar la his¡eria; su prestigio le daba credibilidad a un ca.rnpo
que había sido considerado muy inferior a la investigación científica
seria·CA.ntes de la época de Charcot, las mujeres histéricas habían sido
consideradas unas ma.'1ipuladoras y su tratamiento había quedado rele­
gado al dominio de los hipnotizadores y curanderos populares; Cuando
murió Charcot, F reud le elogió como el patrón liberador de los afligi­
dos:~«A la histérica no se le daba ningún crédiro por nada. Lo primero
que hizo el trabajo de Charcot fue devolverle la dignidad al tema. Poco
a poco empezó a desaparecer esa sonrisa despectiva que la paciente
podía esperar de la gente. Ya no se la consideraba necesariamente una
farsante, porque Charcot había defendido con roda el peso de su auto-
[idad
la aurenticidad y objetividad del fenómeno de la
hísreria» 7,:c
r
El planteamiento que hizo Charcot sobre la histeria era el de un
¡axonomista. Puso el énfasis sobre la observación cuidadosa, la des­
cripción y la clasificación. Documentó de manera exhaustiva los sínto­
mas característicos de la histeria, no solo por escrito, sirlo también con
G A . .\Iumne, de por DrL'1Ka, Tb!? Birrh OjNe!tTOSis .. pág. 88.
., S. Freud, «CharcoD>, [1893], en Standard Editioll 01 che Complece Psycho!ogicai Wor.h 01
5igmund Fre!.td (en adelame, Standard Edition), vol. 3, trad.;' Stracney, Hoga,.:: Press, Londres,
1962, pág. 19.
C:--d HISTORH Ol VeDADA 31
dibujos y fotografías. Charcot se centtó en los síntomas de la histeria
que se parecían al da..í1o neurológico: parálisis motrices, pérdidas sen­
soriales, convulsiones y amnesia. En 1880 había demostrado que estos
sL.fJxomas eran psicológicos, ya que se podían inducír artíficialmenle y
aliviar a rravés del uso de la hipnosis.
Aunque Charcot prestó una minuciosa atención a los síntomas de
sus pacientes histéricas, lo cierto es que no sentÍa ningún interés por su
vida interior. Contemplaba sus emociones como síntomas que debían
ser catalogados. Describió su habla como «vocalización». Su actitud
hacia sus pacientes queda evidente en la transcripción de una de sus
Conferencias de los Martes,
en la que una joven en
¡rance hipnótico
estaba siendo utilizada para demostrar un ataque histérico con convul­
SlOnes.
CBARCOT: Volvamos a presionar sobre el punto histerogénico. [Un médico
tOca a la pacieme en la región ovárica.] Ya empieza Otra vez. OcasionaLrneme,
las paciemes llegan a morderse la lengua, pero esw no es frecueme . .(yliren la
espalda arqueada, que tan bien describen en los libros de texw.
PACIE\TE: l\hdre, tengo miedo.
CHARCOT: Observen el estallido emocional. Si dejamos que se descomrole
pronto volveremos al comportamiemo epileptoíde. [La pacieme vuelve a gri­
tar: «¡Oh, madre!».]
CH.-\.'l..COT: Una vez más, pres¡:en atención a estos gritOs. Se podría decir
que
es mucho ruido y pocas nueces s.
La ambición de los seguidores de
Charcot era demostrar cuál era
la causa
de la histeria y así superar su trabajo. La rivalidad era
especial­
mente intensa entre Janet y Freud. Cada uno de ellos quería ser el pri­
mero en hacer el gran descubrimiento 9. Estos investigadores se dieron
3 C. Goe¡:z (ed. y trad.), Charcot the Clinician: The T uf?sday Lessons. Excerpts /rom J.\Jine Case
Presentations on Genera! Neurotogy De!iuered at the Sa!phriere Hospital in 1887-1888, Raven
Press, Nueva York, 1987, págs. 104-105.
i' Esu rivalidad degeneró en una prolongada animosidad, Cada uno de eUos reclamó la prio­
ridad
de
su descub~,l.,niento y desdeñó el uabajo del ouo como una derivación ¿el suyo propio .
í/éase C. Perry y J. R. Laurer:.ce, «Mental Processing OUIside oE A\vareness: Tne Conrriburions oE
FreuG ili"ldJanet», en The Unconscious ReconJide7ea~ ed. K. S, Bowers 'i D. Meicne..'1baurn, Wiley,
Nueva York, 1984.

'1
1
32
cuenta de que, para alcanzar su objetivo, no bastaba con observar y
clasificar a las histéricas. Era necesario hablar con ellas. Durante una
breve década, hombres
de-ciencia escucharon a las mujeres con una de­
voción
y un respeto que no ha tenido parangón ni antes ní después.
No eran infrecuentes las reuniones diarias con pacientes histéricas, y
muchas de dichas sesiones se alargaban durante horas, Los casos
estu,
diados en este período erar) casi como colaboraciones entre médico y
paciente.
Las investigaciones
dieron su fruto. A mediados de la década de
los
nownta, Janet, en Francia, y Freud con su colaborador Joseph
Breuer, en Viena'\habían llegado por separado a formulaciones sor,
prendentemente p~recidas: la histeria era una condición causada por el
trauma psicológico. Reacciones emocionales insoportables a aconteci­
mientos traumáticos
producían
UD estado alterado de la conciencia
que, a su vez, creaba los síntomas de la histeria, A esta alteración
en la
conciencia
Janet la llamó
«disociación» ,0; Freud y Breuer la llamaron
«doble conciencia» t<)..ji
Tanto Janet com;;" Freud reconocieron la similitud esencial entre
los estados alterados de conciencia índucidos por el trauma psicológi,
co v aquellos inducidos
por la hipnosis, J anet creía que la capacidad de
disociación o
de trance hipnótico era una señal de debilidad psicológi,
ca o de capacidad de sugestión, F reud y Breuer argumentaban lo
con,
trarÍa: que la histeria) con sus asociadas alteraciones de conciencia, po­
día darse entre «personas del más claro intelecto) de la más grande
fuerza de voluntad, con el mayor carácter y con la más elevada capaci,
dad crítica» ¡2
¡~Tanto Janet como Freud reconocían que los síntomas somáticos de
la histeria eran representaciones disfrazadas de acontecimientos inten­
samente
perturbadores que habían sido borrados de la memoria, J anet
describió a sus pacientes histéricas como gobernadas
por
«ideas sub,
~G P. Janee L'automatisme psychologique: essa: de psycho!ogie expénmentaie sur tes formes in­
jénóres de l'activüé huma in e .. Féli."{ Alean, Pans. 1889; SociéIé Pierre ]aIleI/PayOt, Parfs, 1973.
J. Breucr y S. Freud, «5tudies on Hysteria». [1893-1895i, en Standard Editiol1, voL 2. trad.
J. Sr¡:acney, Hogar--u"S. Press. Londres. 1955.
,: fbidem. pág. 13.
LSA HISTORLl,. OL \'1D,-ill.- 33
conscientes fijas» derivadas de los recuerdos de hechos traumáticos ;)
Breuer y Freud, en una recapitulación inmortal, escribieron que «las
histéricas sufren principalmente de reminiscencias» 2.c.,~~,
A mediados de la última década del siglo XE, estos investigadores
tarnbién habían descubierto
que los síntomas histéricos podían ser
ali,
vl.ados cuando los recuerdos traumáticos, así como las intensas emocio­
nes
que los acompañaban, eran recuperados y puestos en palabras.
Este
método de tratamiento se convinió en la base de la psicología mo­
derna.
Janet llamó a la técnica
«análisis psicológico»; Breuer y Freud,
«abreacción» o «catarsis»; y posteriormente, Freud, «psicoanálisis».
Pero el nombre más sencillo, y quizá el mejor, se lo inventó una de las
pacientes
de
Breuer, una joven inteligente, talentosa y gravemente per­
turbada a quien dio el seudónimo de Anna 0, Ella llamó a su íntimo
diálogo con Breuer la «cura de hablar» :5:
Estas colabor;~iones entre médico y paciente adquirieron la cali­
dad de expediciones, en las que la solución al misterio de la histeria se
podía encontrar en la dolorosa reconstrucción del pasado de la enfer,
ma, Al describir su trabajo con una paciente, Janet observó que, a me,
dida que se desarrollaba el tratamiento, el descubrimiento de los trau'
mas recientes daba paso a la exploración de hechos anteriores, «Al
quitar la capa superficial de los engaños, favorecí la aparición de anti,
guas y tenaces ideas fijas que todavía permanecían en lo más profundo
de su mente, Estas últimas también desaparecíeron, teniendo como
consecuencia
una gran
mejoría» L6:Al describir su trabajo con L'illna O.
Breuer hablaba de «seguir hacia atrás el hilo de la memoria» :7',~'
Fue Freud quien siguió más lejos el hilo yeso, invariablemente, le
llevó a la exploración de la vida sexual de las mujeres, A pesar de una
antigua tradición clínica
que reconocía la asociación entre los síntomas
Seg1Ín Ellenberger, Janet fue el primero en acuñar la palabra subconsde:1te. H. EUenbe:;:-·
ge::. The Disco;;ery 01 the Unconscious, ob. cit., pág. 413, n. 82.
;~ J. BreueryS. Freuc., Studies on Hysterü,. ob. dt., pág. l.
:5 Ibídem, pág. 30.
:s P. Jap .. et, <<Éi:.ude sur un cas d'aboulie et d·idées Eixes». R:?"'.;ue PhiIDsophú¡zle 31 fl89L
Trad. y cit. por Ellenbe:ger, Discoverj o/ the Unconscious¡ págs. 365-366.
:7 J. Breuer y S. Freud, Studies on HysteTia, ob. cit.. pág. 35.

34
de la histeria y la sexualidad femenina, los mentores de Freud, Charcot
y Breuer se habían mosuado muy escépticos ante el papel de la sexua­
lidad en los orígenes de la histeria. El propio Freud se mosuó inicial­
mente reticente ante esra idea: «Cuando empecé a analizar a la segun­
da paciente
... las expecrativas de que una neurosis sexual fuera la base
de
la histeria eran bastante remotas en mi mente. Acababa de salir de
la escuela de
Charcot y consideraba que el vínculo de la hisreria con el
tema de la sexualidad eta casi un insulto.. que es lo que piensan las
pacientes» 18.
Esta enfática identificación con la reacción de sus pacientes es ca­
racterística de los primeros escritos de
Freud sobre la histeria. Los his­:ariales de sus casos nos tevelan a un hombre con una curiosidad tan
apasionada como para
superar sus propias convicciones y estar
dis~
puesto a escuchar. Y le abrumó el resuhado. Sus pacientes le hablaron
una
y
Otra vez de asaltos sexuales, de abusos y de incesto. Siguiendo
hacia atrás el hilo de la memoria, F reud y sus pacientes descubrieron
importantes hechos traumáIicos de la infancia escondidos bajo Otras
expetiencias más recientes
y relativamente
tó,~ales que habían dispa­
rado el comienzo de los síntomas histéricos. En 1896, Freud creía ha­
bet encontrado el origen de la enfermedad. En un ínforme sobre die­
ciocho casos titulado La etiología de la histeria hacía una afirmación
dramática: «Por consiguiente, presento la tesis de que bajo cada caso
de rüsteria hay una o más incidencias de experiencias sexuales prematu­
ras, experiencias que pertenecen a los primeros años de la ínfancia,
peto que pueden ser reproducidas a través del uabajo de! psicoanáli­
sis a pesar de que hayan transcurrido décadas. Considero que este es
un hecho importante:
el
descubrL'11iento de un caput Nili en neuropa­
tología»
19.
Un
siglo después su informe wdavía rivaliza con descripciones
contemporáneas sobre los efectos de los abusos sexuales
en la infancia.
Es un documento brillante y compasivo, y está argumentado con
e!o-
:s J. Breuer y S. Freud, 5tuclies Ol'! Hysteria, ob. cie, págs. 259~260.
,9 S. Freud, «The Aeriology oE Hysteria», [1896J, en Standard Edition, voL 3, ,rae. J. Sera­
chey, Hoganh Press, Loneres, 1962, pág. 203.
UNA P.1STORL',. OL V1DADA 35
cuencia y mic¡uciosamente razonado. Su triunfante dtulo y su exultante
tono sugieren que
Freud consideraba que su contribución era un gi­
gantesco logro en ese campo. Sí.11 embargo) la publicación de La etiología de la histeria significó
el fín de esta línea de invesTigación. Tan solo un año después, Freud
había repudiado
en privado la teoría traumática de los orígenes de la
histeria.
Su correspondencia deja claro que estaba cada vez más preo­
cupado
por las radicales implicaciones sociales de su hipótesis. La
his­
teria era ran común entre las mujeres que, si las historias de sus pacien­
tes eran cierras
y su teoría era correcta, se vería obligado a concluir que
lo que él llamaba
«actos pervertidos contra los niños» eran endémicos,
no solo entre
e! proletariado de París, donde estudió por primera vez
la histeria, sino también entre las respetables familias burguesas de
Viena,
donde había instalado su consulta. La idea era sencillamente
ínaceptable. Estaba lejos de ser creíble
20
Enfrentado a este dilema, Freud dejó de escuchar a sus pacientes
femenínas. El
punto de inflexión queda documentado en e! famoso
caso
de Dora. Este, el último de los de Freud sobre hisreria, parece
más una batalla
de voluntades que una empresa de colaboración. La
iIlteracción entre F
teud y Dora ha sido descrita como un
«combate
emocional»
n
En este caso F reud todavía reconoce la tealidad de la
experiencia
de su paciente: la adolescente Dora había sido utilizada
como
UIO premio en las elaboradas intrigas sexuales de su padre. Este
la
había ofrecido como juguete sexual a sus amigos.
No obstante,
Freud se negó a validar los sentimientos de ira y humillación de Dora.
En lugar de ello, Ülsistió en explorar sus sensaciones de excitación se­
xual, como si la situación de explotación fuese una saTisfacción de sus
deseos.
En un acto que Freud consideró como una venganza, Dora de­
cidió termínar el tratamiento.
2Q 11. Bonaparre, A. Freuci y E. Kris (ees.}, The Origins oí Psychoana!ysis: Lerters to Il7i!helm
F!iess, Drafts ilnd Sotes by Sigmund Freud, Basics Books, Nueva York, 1954, págs. 215-216.
2: S. Freu¿, Dora: An AnaJysis oÍ a Case 01 I-Iysten.a, ee. P. RieE, Collier, Nueva York, 1963,
pág. 13. Pan:. u.,.,a c!'Írrca feminisra ¿el caso Dora, véanse H. B. Le\vis, Psychic War in }¡[en and
Women, :--Jcw York University P::ess, Nueva York, 1976; C. BeJTl.heimer y C. Ka..1ane (eas.), In
Dora'; Case: Frev.d-Hysteria-Feminism, Columbia Cl"iversity Press, Nueva York, 1985.

I
"
La ruptura de su alianza marcó el amargo final de una era de cola­
boración entre ambiciosos investigadores y pacientes histéricas. Du­
rante casi otro siglo, estas pacientes volverían a ser despreciadas y si­
lenciadas. Los seguidores de Freud sentían un especial renCor hacia la
rebelde Dora, que posteriormente fue descrita por un discípulo como
«una de las histéricas más repulsivas que conoció jamás» 2J.
Freud creó el psicoanálisis sobre las ruinas de la teoría traumática
de la histeria. La teoría psicológica dominante del siguiente siglo se
basó sobre la negación de la realidad de las mujeres 23 La sexualidad
siguió siendo
el objetivo central de la investigación, pero el contexto
social de explotación en
el que tienen lugar las relaciones sexuales se
hizo prácticamente invisible. El psicoanálisis se convirtió en
el estudio
de
las vicisitudes internas de la fantasía y el deseo disociadas de la
rea­
lidad de la experiencia. En la primera década del siglo xx. sin siquiera
presentar documentación clli-1Íca de falsas quejas. Freud concluyó que
los relatos de sus pacíentes histéricas sobre abusos sexuales en la infan­
cia eran Íalsos: «Por fin me ,,ri obligado a reconocer que estas escenas
de seducción nunca habían tenido lugar y que tan solo eratl fantasías
que se habían inventado mis pacientes» "-
La retractación de Freud significó el fin de la heroica era de la his­
teria. Tras el cambio de siglo, toda la línea de investigación comenzada
por Charcot y continuada por sus seguidores cayó en el olvido. La hip­
nosis y los estados alterados de conciencia quedaron una vez más rele­
gados
al terreno de lo oculto.
Se puso freno al estudio del trauma psi­
cológico. Después de un tiempo. se dijo que había prácticamente
desaparecido la enfermedad de la histeria 25.

22 F. Deutsch, «A Footnore to Freud's Fragment of an Analysis oE a Case oÍ HysLeria». PSi­
choanalytic QUl1rteriy; 26: 159-167 (1957).
n F. Rusch.
«The Freudían Cover-u!:m. Chysa!is
1: 31-45 \1977':]. L. Herr;-¡an-Fad;!?r­
Daught2r Incest. Harvarel Universíty Press. Cambridge. 1981; J. :ve ;\.fasSOD., The Assautt on
Truth. F'eud's 5uppression 01 the Seduct:on The'Jr:J, Farrar, Straus 6::: Giro1.:x. ::<ueva York, 198..:1.
2~ S. rreud, «.-\.n Amobiographical Srudy)} =1925J, en Standard Edition. vol. 20, trae. 1. Stra­
chey, Hoganh Press, Londres, 1959, pág. 34.
2, I. Veith, «Four ThouSa.i,d Years aE Hysteria», en HysteTri:a! Personalü·y. ed. M. Horo"itz.
Jason Aronsan, Nueva York. 1977, págs. 7-93.
Ved HISTORI." OL \¡lD"IH )i
Este dramático cambio no fue obra de un solo hombre. Para en­
tender cómo pudo venirse abajo el estudio de la histeria y cómo pu­
dieron olvidarse tan rápidamente descubrimientos tan importantes, es
necesario en primer lugar comprender el clima iIltelectual y político
que dio origen a la investigación.
El principal conflicto político
de la Francia del siglo
AL" era la lu­
cha entre los partidarios de una monarquía con una religión estableci­
da
y los que se inclinaban por una república, una forma laica
de go­
bierno. Desde la Revolución de 1789, este conflicto había derrocado al
gobierno en siete ocasiones. Con el establecimiento de la Tercera Re­
pública en 1870, los padres fundadores de una nueva y frágil democra­
cia promovieron una agresiva catlipaña para consolidar su base de po­
der Y. de esta manera. minar la autoridad de su principal oposición: la
Iglesia católica.
Los líderes republícanos de esta época eran hombres hechos a sí
mismos pertenecientes a la floreciente burguesía. Se consíderaba..'1 re­
presentantes de una tradición de ilustración comprometida en una lu­
cha mortal contra las fuerzas reaccionarias: la aristocracia
y el clero.
Sus principales batallas políticas se libraban por el control de la educa­
ción. Sus batallas ideológicas. por la fidelidad de los hombres y el do­
minio de las mujeres. Como dijo Jules Ferry, uno de los fundadores
de la Tercera República: «Las mujeres deben perrenecer a la ciencia o
pertenecerán a la Iglesia» 26.
Charcot, el hijo de un comerciante que había alcanzado la riqueza y
la fama, era
un destacado
n1Íembro de esta nueva élite burguesa. Su sa­
lón era punto de encuentro de los m.i.c"listros del gobierno y otras perso­
nalidades de la Tercera República. Compartía con sus colegas de gabi­
nete la pasión por la expansión de las ideas seglares y científicas. Su
modernización del Salpetriere en la década de los setenta se llevó a
cabo para demostrar las virtudes superiores de la enSeñfu'1Za laica y de la
administración hospitalaria. Y emprendió la investigación
de la histeria
para demostrar la superioridad de un marco
de trabajo conceptual laico
1~ Cit. en P. K. Bidelman, Pariahs Stand epi The Founding 01 the LibeTa! Feminist .'vlovement
in France, 1858-1889, Greenwood Press, \'('esport (Connecticuc), 1982, pág. 17.
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38
sobre uno religioso. Sus Conferencias de los Martes eran un teatro polí­
IÍco. Su misión era reclamar a las mujeres histéricas para la ciencia.
Las formulaciones hechas
por
Charcor sobre la hisreria ofrecían
una explicación científica a fenómenos como la posesión diabólica, la
brujería,
e! exorcismo y
el éxtasis religioso. Uno de sus proyecros más
queridos era
el diagnóstico retrospectivo de la histeria tal y como
apa­
rece a lo largo de la hisroria en las obras de arte. J umo a su discípulo
Paul Richer publicó una colección de obras de arte medieval que ilus­
uaban su tesis de que las experiencias religiosas retraradas en el ane
podían ser explicadas como manifestaciones de histeria". Charcor y
sus seguidores también entraron en agrios debates sobre fenómenos
mÍsLlcos contemporáneos, entre ellos casos de estigmas, apariciones y
curaciones por la fe. A Charcot le imeresaban especialmente las curas
milagrosas que supuestamente esraban Ieniendo lugar en el recién es­
trenado templo de Lourdes. A
J anet le preocupaba el fenómeno
ameri­
carlO de la Ciencia Cristiana. Desiré Boumeville, discípulo de Charcot,
utilizó el nuevo criterio diagnóstico en un intento de probar que u.r¡a
célebre esrigmatizada de la época, una devota joven llamada Louise
Lateau,
era en realidad una histérica. Todos estos fenómenos fueron
reclam.ados para
e! campo de la parología médica
28
Por lo tanto, fue una poderosa causa polírica la que estimuló
este apasionado imerés en la histeria y dio ímpetu a la investigación
de Charcot y sus seguidores durante e! final del siglo XIX. La intención
era que la solución de! misterio de la histeria demostrara
el triunfo de
la ilustración laica sobre la superstición reaccionaria, así como la
supe­
rioridad moral de una forma laica de ver el mundo. Los hombres de
ciencia contrastaron su benevolente actimd hacia la histeria con los
peores excesos de
la Inquisición.
Charles Richet, un discípulo de Char­
cot, observó en 1880: «Entre las paciemes que están encerradas en el
Salpétriere hay muchas que hubieran sido quemadas en tiempos ante­
riores, y cuya enfermedad hubiera sido considerada un crimem>29 Wi-
27 r M. CharcO[ y P. Richer, Les démoniaques dans l'art [1881], Macula. París. 1984.
28 J. Goldsrein, Canso/e and e/amI)', ob. cie.
N Cir. y erad. por]. Golds!ein, ob. cíI., pág. 312.
UN.-\. P..lSTORIA OLVIDADA 39
lliam James se hizo eco de estos sem:imientos una década más tarde:
«Entre las muchas víctimas de la ignorancia médica recubierta de au~
raridad la pobre histérica era considerada la peor; y su gradual rehabi­
litación y rescate serán considerados una de las conquistas filantrópi­
cas de nuestra generaóón» 30.
Aunque esws hombres de ciencia se creían benevolemes rescata­
dores que sacaba...fl a las mujeres de su condición de degradación, ni si­
quiera por un instante se plantearon una situación de igualdad emre
mujeres y hombres. Las mujeres debían ser objews de! estudio y de
cuidados humaniIarios, no i11dividuos por derecho propio. Los mismos
hombres que defendían lma comprensión ilustrada
de la histeria a
me­
nudo se oponían con rotundidad a que las mujeres fueran admitidas en
la educación
superior o en la vida profesional, y contrarios
tajamemen­
te al sufragio femenino.
El movimiento feminista era relativamente débil en los primeros
años de la Tercera República.
Hasta finales de
1870, las organizaciones
femirüstas ni siquiera tenían derecho a celebrar reuniones públicas o a
divulgar sus textos.
En el Primer Congreso Imernacional por el
Dere­
cho de las Mujeres, celebrado en París en 1878, no se permitió hablar
a las defensoras de!
derecho al voto porque se las consideraba
dema­
siado revolucionarías", Los partidarios de los derechos de las mujeres,
reconociendo
que su destino dependía de la supervivencia de una
frá­
gil democracia, tendía..l1 a subordinar sus intereses al consenso dentro
de la coalición republicana.
Sin embargo, una generación más tarde el régimen de los padres
fundadores
había quedado firmemente establecido. El gobierno
repu­
blicano y laico había sobrevivido y prosperado en Francia. A finales
del siglo
XIX la batalla anticlerical estaba prácticamente ganada. En
ese tiempo se había vuelto más problemático para los hombres
ilustra­
dos actuar como defensores de las mujeres, ya que estas estaban em-
lO w. Ja...rnes, «Review oi J aner's essays, "L'état memal des hysrériques" 'j "L'a...rnnésie conti­
nue", Ps,/cbological Review 1: 195 (1894.1.
" Para una Disrafia del movimiemo feminista en la Frarlcia del siglo X1:'<, véanse P. K. Bidel­
maIl, Pariahs Stand Up.!, ab. cir.; C. G. Mases, French Feminism in !he Ninet2e7l!h Century, State
UrúversÍty oÍ New York Press, Albany (Nueva York), 1984.

40
pezando a atreverse a hablar por sí mismas. La militancia de los movi­
mientos feministas en democracias establecidas como Inglaterra o Es­
tados Unidos había empezado a extenderse al continente, y las femi­
nistas francesas se habían hecho mucho más activas en su defensa de
los derechos de las mujeres. Algunas de ellas eran abiertamente críti­
cas hacia los padres fundadores y retaban e! benevolente patronazgo
de los hombres de ciencia.
En 1888, una escritora feminista se mofaba
de
Charcot por su <<vivisección de las mujeres bajo el pretexto de es­
tudiar una enfermedad», así como por su hostilidad hacia el hecho de
que las mujeres entraran
en la profesión médica
l2.
Con el cambio de siglo el impulso político que dio pie a la he­
roica era de la histeria se había disipado. Ya no había ningún motivo
para continuar una línea de investigación que había alejado tanto a
los hombres
de ciencia de! objetivo que habían querido aleal1zar en
un principio. El estudio de la histeria les
habÍ8. arrastrado a un mun­
do de estados de trance, emotividad y sexo. Les había obligado a es­
cuchar mucho más a las mujeres de lo que ellos jamás habían espe­
rado, y a descubrir sobre la vida de las mujeres más de lo que jamás
quisieron saber. Evidentemente, nunca habían
pretendido Ínvestigar
el trauma sexual
en la vida de las mujeres. Los descubrimientos en
dicho campo eran aplaudidos y los investigadores científicos eran
valorados por su humanidad y valor siempre que el estudio de la
histeria fuera
parte de una cruzada ideológica; pero, una vez que
ese ímpetu político se hubo desvanecido, estos mismos
investigado­
res se vieron comprometidos por la naturaleza de sus descubri­
mientos, y se sintieron demasiado involucrados con sus pacientes
femeninas.
El retroceso comenzó incluso antes de la
muerte de
Charcot en
1893. Este se encontró con que cada vez se sentía más obligado a de­
fender la credibilidad de las demostraciones públicas de histeria que
tanto habían encandilado a la sociedad parisirla. Se rumoreaba que las
actuaciones estaban preparadas, que se utilizaban mujeres fácilmente
sugestionables que) consciente o inconscientemente, seguían
un guión ;2 C" en]. Goldstein, ab. cit .. pág. 375.
l'''-i"" HISTORIA OL \1DAIH
J.1
dictado por su médico bajo hipnosis. En apariencia, al final de su vida
se arrepentía de haber abierto ese terreno de investigación;5.
A medida que Charcot se alejaba del mundo de la hipnosis y
de la histeria, Breuer se distanciaba del mundo de los vínculos
emocionales
de las mujeres. La primera
«cura de charla» finalizó
con Breuer alejándose precipitadamente de Anna O. Es posible
que terminara la relación con la paciente porque su mujer se re­
sentía
de la intensa relación que el médico tenía con esta fascinan­
te joven.
Dio por finalizado de forma abrupta un tratamiento que
había significado dos años de encuentros casi diarios con su pa­
ciente. El
precipitado fin provocó una crisis no solo en la paciente,
que tuvo
que ser hospitalizada, sino al parecer también en el
doc­
tor, que se sintió abrumado al darse cuenta de que su paciente se
sentía
apasionadamente vinculada a él. Terminó su última sesión
con Anna
O con «sudores fríos» 34.
Aunque posteriormente Breuer colaboró con Freud en la publica­
ción de este extraordinario caso, era un investigador reticente y lleno
de dudas. A Breuer le
preocupaban en especial los repetidos
descubri­
mientos de experiencias sexuales en la raíz de los síntomas histéricos.
Como se quejó Freud a su confidente Wilhelm Fliess: «No hace mu­
cho, Breuer pronunció un largo discurso ante la sociedad médica so­
bre mí, presentándose como un converso en la fe de la etiología sexual.
Cuando se lo agradecí en privado, me chafó toda rrü alegría al decir:
"De todas formas, yo no creo en ello"»}5.
Las investigaciones de Freud fueron las que más avanzaron dentro
de la realidad no reconocida de la vida de las mujeres. Su descubri­
miento de que la explotación sexual durante la infancia era la raíz de la
histeria superaba los límites
de la credibilidad social y le llevó a una
si­
tuación de total ostracismo dentro de su profesión. La publicación de
;; G. Tourene, ,<lean MarJ..., Chareot», Nou-veüe Iconographie de L1 Sa!pétriáe 6: 241-250
(1893).
-;~ E. Jones. He Life and Wor.k 0/5igmund Freud, Basics Books. ~ueva York, 1953; ).,'Í. Ro­
senbaum. «Anna O (Berth;:o Pappenheiml: H\:';r Hisroty», \:';n Amza O fourteen Contemporar-y
Reinterpretations, e¿.l'v1. RosenbalL.T. y 1'10'1. ?vlurotl, Free Press. Nueva York, 1984, págs. 1-25.
55 :'vI. Bonaparte y otrOS (eÓ.). Origins ofPsychoanalysis, ob. cit., pág. 134.

42
L:~ etiologia de la histeria; que él pensaba que le daría la gloria, fue reci­
bida con el silencio frío y universal de sus predecesores y colegas. Tal y
como escribió poco después a Fliess: «Estoy tan aislado como le gUSIa­
ría a ti que estuviera: la consigna es abandonarme, y a mí alrededor se
está creando un vacío» 36.
El consiguieme aba.I1dono de Freud del estudio del trauma psico­
lógico ha sido considerado como un escándalo 37. Que se renactara ha
sido imerprerado como un acto de cobardía personal 38 Sin embargo,
entrar en este tipo de ataque ad hominem parece una curiosa reliquia
de la época de F reud, en la que los avances en el conocimienro eran
considerados como actOs "ptometeos» de genialidad masculina. Da
igual lo conVLncentes que fueran sus argumemos o lo válidas que resul­
Laran sus observaciones, los descubrLrnientos de Freud no podían ser
aceprados sin un contexro político y social que apoyara la investigación
de la histeria,
dondequiera que condujera. Este comextO no había
exis­
tido jamás en Viena y estaba desapareciendo en Francia. El rival de
F reud, J anet, que nunca abaIldonó la teoría traumática de la histeria y
que jamás se desvinculó de sus pacientes histéricas, vivió para ver
cómo se olvidaba su trabajo y se rechazaban sus ideas.
Pasado el tiempo, el rechazo de Freud a la teoría traumática de la
histeria
adquirió una cualidad especialmeme dogmática. El hombre
que había llevado más lejos la investigación y que había emendido
me­
jor sus i..'1lplicaciones se había recluido en los últinoos años de su vida
en la más absolura negación. En ese proceso, deslegitinoó a sus pacien­
tes femeninas. Aunque siguió centrándose en la vida sexual de sus pa­
ciemes, ya no reconocía la naturaleza de explotación de la experiencia
femeni..na. Con una obsti..nada persistencia que hizo aún más retorcida
la teoría, mSlsIÍó en que las mujeres imaginaban y anhelaban los en­
cuemros sexuales abusivos de los que se quejaban.
3" S. Freud, cafI;,. para WiL~elm FUess de .:+ de mayo de 1896, cíe por Masson, Assauft on
T ru!.6, pág. lO.
'7 J. ).,L Masson. Assauft on Trurh,-]. MalcoL-n, In che Freztd Archives, KrlOpf, Nue\'a York,
1984. El litigio ent:re ,\¡fassor:: y )¡Ial:::olm se sigue desarrollando en el momento en que estoy escri·
biendo.
)~ J. )"lasson, Assl1uit 011 Truth, ab. ciL
MW-N"C''''~=''''''''''T,'''-'~_'''''''''''''c,' ..
U'iA P1STORE OL \!1DADA 43
Quizá se pueda entender la rewrcida retractación de F reud si se
ciene en cuenta el rew tan exuemo al que se eI11rentaba. Aferrarse a su
reoría
hubiera significado reconocer la profundidad de la opresión
se­
xual de las mujeres y los ni.ños. La única fuente de validación imelec­
rual posible, y el único apoyo a su posición, debía venir del naciente
movimiento feminista que amenazaba los valores patriarcales de
Freud. Aliarse con dicho movimiento era algo impensable para un
hombre con las ideas políticas de Freud y con sus ambiciones profesio­
nales. Eso resultaba demasiado, así que se desvinculó del estudio del
lrauma psicológico y de las mujeres. Siguió trabajando para madurar
una teoría del desarrollo humano en la que la lrlferioridad y la mez­
quindad de las mujeres son puntos fundamentales de la doctrina 39 Su
teoría prosperó y floreció en un clinoa político amiferninista.
La
pacieme de Breuer,
fu-ma O, fue la única de esos prinoeros in­
vestigadores que siguió con la exploración de la ~jsteria hasra sus con­
clusiones lógicas. Al parecer, después de que Breuer la abandonara, si­
guió enferma durante varios ~í1os y luego se recuperó. La histérica
muda que había invemado la «cura de charla» recuperó la voz, y la
cordura, en el movinoiemo de liberación femenina. Bajo el seudónimo
de Paul Berthold, tradujo al alemán el clásico rrarado de Mary Wolls­
tonecraft Una vindicación de los derechos de las mujeres; y escribió una
obra de teatro, Los derechos de las mujeres. Bajo su nombre real, Bertha
Pappenhei..m, se convirtió en una destacada trabajadora social feminis­
ta, en una intelectual y una organizadora política. A lo largo de una
prolongada y fructífera carrera dirigió un orfanato para niñas, fundó
una organización feminista para mujeres judías y viajó por toda Euro­
pa y Orieme Medio haciendo campaña COntra la explotación sexual de
mujeres y niños. Fueron legendarios su fuerza, su energía y su compro­
miso. En palabras de un colega, «En esta mujer vivía un volcán [ ... ] Su
lucha contra el abuso de mujeres y ni.cios le producía casi dolor físi-
39 La critica remi:'"11sra de la psicología remc..'1.lna de Freud es voluln.LrlOsa. Para dos eje.rnplos
clásicos, véazlse K. Horney, «rne Flighr From Woma!'_~ood: The MasculiP.ir:y Complex in \Y!o­
ffien as Viewed by ~len and by Women>~, Internacional Journa! a/ Psycho-Analysis 7: 324-.329
(1926), y K. Millet, Sexual Po!üú:s, Doubleday, Nueva York, 1969.

44
ca» ..loJ. Cuando murió, el filósofo i\iartin Buber le rindió homenaje:
«No solo la admiraba, la quería, y la seguiré queriendo hasta el día que
me muera_ Hay gente con espíritu y gente con pasión; ambas cosas son
menos frecuentes de lo que cabe esperar. Pero aún menos frecuentes
son las personas con espíritu
y con pasión. Y aún m.ás raro es un espíri­
tu apasionado. Bertha
Pappenheim era una mujer con un espíriru asÍ.
Hagamos que su memoria perviva. Seamos testigos de que sigue exis­
tiendo»"'". En su testamento expresó el deseo de que aquellos que visi­
taran su tumba dejaran una pequeña piedra, «como una promesa silen­
ciosa L .. .] de servir a la misión y al deber de las mujeres y de su alegría
[ ... ] sm flaquear y con valor» 42.
LA NEUROSIS TRAUMAnCA DE GUERRA
La realidad del trauma psicológico se impuso una vez más sobre la
conciencia pública con la catástrofe de
la
Primera Guerra Mundial. En
esta larga guerra de desgaste murieron más de ocho millones de hom­
bres en cuatro años. Cuando se acabó la carnicería, cuatro imperios
europeos habían
quedado destruidos y muchas de las creencias que
sostenían a la civilización occidental habían quedado pulverizadas. Una de las muchas bajas de la devastación de la guerra fue la ilu­
sión de honor y gloria masculinos que suponía la batalla. Bajo condi­
ciones de incesante exposición a los horrores de la guerra de trinche­
ras, los hombres empezaron a venirse abajo en cifras apabullantes.
Confinados e indefensos, sometidos a
una amenaza de aniquilación
constante) obligados a ser testigos de la mutilación
y la muerte de sus
compañeros y sin esperanza de salvación, muchos soldados empezaron
a acruar como mujeres histéricas.
Gritaban y lloraban descontrolada­
mente.
Se quedaban paralizados y no podían mOverse. Se quedaban
-'O Cl. pOr i Kapla.."1, {<ina O and Bertha Pappenheim: i-\.I.' }-T.iscorical PerspeC;:Í\'e», en
M. Rosenbaw"1l y M. Murofi, Anna 0, ob. cit., pág. 107.
~¡ Ce. ;JOr M. Rosenbaum, «An . .:."'1a O (Bercha Pappenheimi: Her Hiswry», en }vL Rosenbau.rTI
y M. MurofE Anna o, ob. cic., pág. 22.
J2 Cl<:. por M. Kapla.."1. «.~ ... na O a.."1d Berrha Pappenhei.,n». ob. cit .. pág. 114.
LN~-\ HISTOR!.' .. OLVIDADA 15
mudos y no respondían a estimulas. Perdían la memoria y su capaCl­
dad parasensorial. El número de bajas psiquiátricas era tan grfulde que
se tuvo que pedir a los hospitales que las acogieran. Se calcula que los
trastornos mentales supusieron
el
40 por 100 de las bajas británicas en
batalla. Las autoridades militares intentaron ocultar los informes sobre
las bajas psiquíátricas
porque tenían un efecto desmoralizador sobre la
población
").
Inicialmente los Shltomas del derrumbamiento mental se atribuye­
ron a una causa física. El psicólogo británico Charles Myers, que exa­
minó alguno de los primeros casos, atribuyó sus síntomas a la conmo­
ción causada por los efectos de las bombas y llamó a este desorden
nervioso «trau.."'TIa de bomba» +..;. El nombre cuajó, aunque enseguida
fue evidente que
el mismo sindrome lo tenían soldados que no habían eSlado expuestos a ningún trauma físico. Gradualmente, los psiquia­
tras militares se vieron obligados a reCOnocer que los síntomas del
trauma de guerra se debífu¡ a un trauma psicológico. El estrés emocio­
nal
de estar expuesto de manera prolongada a la muerte violenta era
suficiente para crear
un síndrome neurótico que se parecía a la histeria
en los hombres.
Cuando ya no se podía negar la existencia de una neurosis de gue­
rra, la controversia médica, de forma parecida a lo que ocurrió en el
anterior debate sobre la histeria, se centró en el carácter moral del pa­
ciente. En opinión de los tradici~nalistas, un soldado normal debería
sentirse glorificado en batalla
y no debería mostrar ningú.i1 signo de
emoción.
Y, evidentemente, no podía sucumbir al terror. El soldado
que desarrollaba una neurosis traumática era, en
el mejor de los casos,
un ser humano constitucionalmente inferior, y en el peor, un vago y un
cobarde. Los escritores
médi<"Os de la época describieron a estos pa­
cientes como «inválidos morales» -"5 •. Algunas autoridades militares
mantenían que estos hombres
no se merecían ser considerados pacien-
E.
Sho-w-alre:. He Female .\Jalaay, ab. cic-. págs. 168-170.
C. S. ?vlyers. 5heil Shoc.k in France. Carnb,i¿ge University Press, Ca.."1loridge. 1940.
J5 A. Ler:, Sheil Sboc.k Commodonal and Emotional Aspects, University oE Loncon Pres;:.
Loneres. L919, pág. 118.

• r
46
tes y que debería...11 ser sometidos a un consejo de guerra o ser expulsa­
dos deshonrosamente en lugar de darles un trara...rniem:o médico.
El defensor más destacado de la postura ¡radicionalism era el psi­
quiarra briránico Le\\~s Yealland. En su trarado de 1918, Desórdenes hú­
tincas de guerra) defendía lli"La esrraregia de Irmarrllem:o basada c....T1 aver­
gonzar, a..rnenazar y casrigar al paciem:e.TSíntomas de histeria como el
mutismo, la pérdida sensorial ° la parálisis motora eran rratados con
choques elécrricos~Llos pacientes eran maltratados por su vagancia y co­
bardía. Aquellos q~e manifesmban el «ridículo enemigo del negativis­
ffiO» eran amenazados con un consejo de guerra. En un caso, Yealland
trató a un paciente que
se había quedado mudo arándole a una silla y
aplicando choques
elécuicos en la garganta. El trata.rniento siguió sin
pausa durante horas hasra que,
por firl, el paciente habló. Mientras le
daba los choques,
Yealla.'ld lo exhortaba diciéndole: «recuerda. debes
- .
componarte como el héroe que yo espero que seas [ .. .J Un hombre que
ha estado en ta..l1tas batallas debería tener más control sobre sí mismo»..f6.
{J..as autoridades médicas progresistas argumentaban lo opuesto:
que
la neurosis de guerra era una condición psiquiátrica
genuLT1a que
podía manifestarse en soldados con una personalidad moral muy alta.]
Defendían un tratamiento humanitario basado en los principios del
psicoanálisis. El cabecilla de este
pumo de
visca más liberal era \Y.!. H.
R. Rivers, un médico de inquieto intelecto que era profesor de neurofi­
siología, psicología y amropología. Su paciente más famoso era un jo­
ven oficial, Siegfried Sassoon, que se había distinguido por su gran va­
lentía en combate y por su poesía sobre la guerra. Sassoon se hizo
famoso cuando,
tOdavía luciendo el uniforme, se afilió en el
movimien­
to pacrrisra y denunció públicamente la guerra. El texto de su Declara­
ción del soldado, escrito en 1917, se lee en la actualidad como un mani­
fiesro comemporáneo contra la guerra:
Eswy haciendo eSIa declaración como un acto de conscieme desaÍÍo a la
auwridad militar porque creo que la guerra es-¡:á siendo deliberadarneme pro~
longada por aquellos que ::ienen poder para termlIlar con ella.
;(, Cit. por E. Sho\,;altcr, The Female }.¡[a!ady, oo. ti:., pág. 177,
"'if',·,i¡¡K,;c'X?/i""'i0·~,~
U;\A HISTORB OL v1D,',DA
,~

Soy un soldado. Convencido de que actúO en favor de los soldados, creo
que esta guerra, en la que enrré creyendo que era una guerra de defensa y libe­
ración, se ha convertido ahora en una guerra de agresión y conquisLa ... He 1,115-
m y soportado el sufrlIrliemo de las tropas y ya no puedo seguir siendo parte
de esto y prolongar eSle sufrin1iemo p8.ra alcanzar unos objetivos que conside~
ro malos e injustos';
Temiendo que Sassoon fuera sometido a un consejo de guerra,
uno de sus camaradas oficiales,
Roben Graves, arregló que fuera hos­
pitalizado bajo
el cuidado de Rivers.
Su declaración comra la guerra
sería atribuida a un colapso psicológico. Aunque Sassoon no sufría un
derrumbamiento emocional toral, tenía lo que Graves describió como
un «mal estado de nervios» 48 Estaba inquiero, irritable, y le arortnen­
taban las pesadillas. Su exposición L'11pulsiva y arriesgada al peligro le
había valido que le pusieran el apodo de Jae/e el Loco. En la acmalidad,
esos síntomas, sin duda,
le hubieran valido el diagnósrico de desorden
nervioso posuaumáIico.
El traramiento que Rivers aplicó a
Sassoon estaba pensado para de­
mOstrar la superioridad del tratamiento humanitario e ilustrado sobre el
más punitivo enfoque tradicionalista. Su objetivo, como en toda la me­
dicina milirar, era devolver al paciente al combare. Rivers no cuestiona­
ba este objetivo, pero, sin embargo, sí que defendia la eficacia de algún
tipo de cura de charla.
En vez de ser humillado,
Sassoon fue trarado
con dignidad y respeto. En vez de ser silenciado, se le animó a que es­
cribiera y hablara librememe sobre los horrores de la guerra. Sassoon
respondió con gratitud: «Enseguida me hizo sentirme a salvo, y parecía
saberlo rodo sobre mí [ ... 1 Daría mucho por tener las grabaciones de
algunas de mis charlas con Rivers. Lo que importa
es mi recuerdo del
gran y buen hombre que me dio su amistad y su
guía» 49
La psicoterapia de Rivers con su famoso paciente fue considerada
un éxito. Sassoon deslegirimó públicamente su declaración pacifista y
~~ P. FusseU (ed.J. Siegfried Sasson"s Long Iourney: Se!ections from the SherstOn }¡fe??Joirs, Ox·
rard Universi.ty Press, Nueva York, 1983, pág. xiv.
~8 R. Graves, Goodbye ta At! That [1929J. Doublecay. :\ueva York, 1957. pág. 263.
~9 P. FusseU (ed.), ob. cit., págs. 134 y 136 .

Ir
~i
ji
1,1

<
48
regresó al frente. Lo hizo aunque sus convicciones políticas no habían
cambiado. Lo que le impulsó a regresar fue la lealtad que sentía hacia
sus camaradas
que seguía11
luchando< el sentimiento de culpa de haber
escapado de su sufrimiento y la decepción que sentía por lo ineficaces
que resultaban sus aisladas protestas. Siguiendo una línea de trata­
miento humanitario< Rivers había establecido dos principios que serían
utilizados
por los psiquiatras militares americanos en la siguiente guerra. iÉn primer lugar había demostrado que hombres de ind~dable valentía
habían sucumbido ante un abrumador miedo y, en segundo, que la
motivación más efectiva para superar ese miedo era algo más ruerte
que el parriotismo< los principios abstractos o el odio hacia el enemigo:
era
el amor que sentían los soldados los unos hacia los
otros~"
Sassoon sobre l\ió a la guerra, pero, como muchos supervivientes
con neurosis de combate, quedó condenado a enfrentarse a ella durante
el resto de su vida. Se dedicó a escribir y reescribir sus memorias de guerra,
preservando de esta manera la memoria de los
que
habífu'1 caído y defen­
diendo
la causa del pacifismo.
Aunque él se recuperó de su «mal caso de
nelV'ios» lo suficiente como para tener una vida productiva, siempre le
persiguió
el recuerdo de aquellos que no habían tenido
tanta suerte.
Tra1..una de guerra. ¿Cuántos breves bombardeos tuvieron efectos retardados
en
la mente de estos
supervivientes, cUfuldo muchos de ellos habían mi;.-ado a sus
compa.-.l.eros y habían reído mientras el in.nemo intentaba destruirles con todas
sus fuerzas? Ese no fue el peor momento, lo es ahora; ahora, en la sudorosa sofoca­
ción de la pesadilla, en la parálisís de los miembros, en el tartili"1ludeo del habla. Lo
peor de todo es la desintegración de esas cualidades que les habían hecho tan ga­
lantes, tan altmistas y tan estoicos. Esto, en los meíores hombres, era la tragedia
Li'npronliLlciable del trauma de guerra L ... ] Estos soldados habífu"1 sido martÍriza­
dos en nombre de la civilización. y a esta le queda por de:nostrar que su martirio
no fue un sucio engúio
50
.
El interés médico por el tema del trauma psicológico volvió a de­
caer unos pocos años después del firlal de la guerra. Aunque numero­
sos hombres con desórdenes psiquiátricos de larga duración atestaban
jQ P. Fussell (ed.l. ob. cit" pág. 141
C\:A HISTORlA OLVID_-\DA. "9
las salas más escondidas de los hospitales de veteranos, su presenciá se
había convenido en una vergüenza para sociedades civiles que lo úni­
co que querían era olvidar.
En 192L un joven psiquiatra americano. Abram Kardiner< regresó
a Nueva
York tras una peregri...'1ación de un
año a Viena, donde había
sido analizado
por F reud. Le
i.¡lspiraba el sueño de hacer un gran des·
cubrimiento. «¿Qué sería más aventurero -pensaba-que ser un Co­
lón en la relativamente nueva ciencia de la mente?» 51. Kardiner esta­
bleció
una consulta privada de psicoanálisis en una época en que no
había más que diez psicoanalistas en
Nueva York. También empezó a
trabajar
en la clínica de psiquiatría de la Oficina de Veteranos. en la
que vio a numerosos hombres con neurosis de combate. Le preocupa­
ba la gravedad de su sufriIniento
y su incapacidad para curarles. En es­
pecial
recordaba a un paciente que había tratado durante un
ai"ÍG sÍn
progresos notables. Posteriormente. cuando el paciente se lo agrade·
ció, Kardiner protestó: «Pero si nunca he hecho nada por usted. Desde
luego
que no he curado sus
síntomas». «Pero, doctor -contestó el pa­
ciente-, lo intentó. Llevo mucho tiempo en la Administración de
Veteranos y sé que ellos ni siquiera lo intentan: y que no les importa en
absoluto. Pero a usted< sÍ»".
Posteriormente, Kardiner reconoció que la «pesadilla Í11cesante»
de su infancia -pobreza, hdJ.Llbre, descuido, violencia doméstica y la
temprana muerte de su madre-había i.c-ü1uenciado en la dirección de
sus inquietudes h-ltelectuales y le había permitido identificarse con los
soldados
traumatizados
53. Durante mucho tiempo, Kardi.c-¡er luchó por
desarrollar una teoría sobre el tralliLla de guerra dentro del marco inte­
lectual del psicoanálisis, pero eventualmente abandonó el empeño.
considerándolo Lllposible, y siguió adelante en su destacada carrera,
primero en el psicoanálisis y luego, como su antecesor Rivers, en la an­
tropología.
En 1939,
junto a la antropóloga Cora du Bois< escribió un
texto fundamental de la antropología, El individuo y su sociedad.
5i A. Karcl.h,er, i\Iy Analysis w¡"th Freud. ;(Oftoc. 0iueva York, 19Ti. pág. 52.
Ibrdem. págs. 110-11l.
53 Ib¡¿em. págs. 27 y 101.

50
Tan solo entonces, después de escribir el libro, pudo volver al
tema del trauma de g-tlerra, en eSTa ocasión utilizando la anlfopología
como marco concepmal que reconocía
el impactO de la
realidad social
y le permiúa comprender el trauma psicológico, En 1941, Kardiner
publicaba LL."1 imponam:e estudio clínico y teórico, La neurosú traumá­
tica de guerra, en el que se quejaba de la amnesia episódica que había
obstaculizado repetidas veces este campo:
El
[eilla de las penurbaciones neuróticas a consecuencia de la guerra ha es­
tado, en los úlü-,!loS \,reimíclnco a...iios, sujeto a lLl18. gran cfu'1üead de caprichos en
el iIuerés público, así como los caprichos de la psicología. El público no ma...TlÚe­
ne su incerés, que fue muy grfu"1de después de la Pri..rnera Guerra fl/llL'1diaI, y
campoco lo hace la psiquiatría. Por ese motivo estos leInas no son objew de es­
turno cominuado [ ... ] sL110 de esfuerzos perIódicos que no pueden ser conside­
rados muy diligentes. EIl parTe esro se cebe al esrams menguante del veIerano
después de lli"1a guerra [ ... ] Aunque no sea cierw para la psiquiatría en general,
es un hecho deplorable que cada invesúgador que emprende el estudio de estas
condiciones considere que es su sagrada obligación empezar de cero y E·abajar
e!"? el problema como sí previamente nadie hubiera hecho nada al respeCIQ ~-!
Kardiner desarrolló las líneas maestras de! sbdrome traumático tal
v como lo comprendemos
hoy.
Su formulación teórica se parecía mu­
cho a las hechas
por J anet a
fbales del siglo XL'\: sobre la hisreria, De
hecho, Kardber reconocía que las neurosis de guerra representaba
una forma de hisLeria, pero también se daba cuenta de que el térmi.110
se había convenido, una vez más, en tan peyoraIivo que su mismo uso
desacreditaba a sus pacientes: "Cuando se utiliza la palabra "histéri­
co" [",] su significado social es que e! sujeto es un bdividuo mezqubo
que está btentando conseguir algo a cambio de nada, La víctima de di­
cha neurosis
no tiene, por lo tanto, ia simpatía de! tribunal que lo juzga
y
[",] tampoco tiene la simpatÍa de sus médicos que, a menudo, bter­
pretan que "histérico" significa que el bdividuo sufre de alguna forma
persisrente de maldad, perversión o debilidad de la voluntad»",
:04 A. Kardiner y H. Splege1, War¡ 5t¡-ess, and Ne:.<rotic Wness !.rev. ed. The Traumatic S2'uro­
sesofWarj, Hoeber, Nueva York. 1947. pág.
55 roidem, pág. 406.
UN!, HISTORB OLVIDADA 51
Con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial llegó el rena­
cer del irlterés médico por la neurosis de combate, Con la esperanza de
enconrrar un tratamiento rápido y eficaz, los psiquiatras militares in­
tentaron quitar el estigma a las reacciones de estrés del combate, Por
primera vez se reconoció que cualquier hombre podía venirse abajo
bajo
el fuego y que las bajas psiquiátricas podían ser previstas en
pro­
porción directa a la severidad de ia exposición al combate. De hecho,
se dedicó
un considerable esfuerzo a determinar el nivel exacto de ex­
posición que podría provocar
lli, colapso psicológico, Un :L"io después
de que terminara la guerra, dos psiquiatras americanos,
J.
\Y!, Appel Y
G,
'Vil
Beebe, concluyeron que entre doscientos y cuatrocientos días en
el frente serían suficientes para que irlcluso al soldado más fuerte se vi­
niera abajo: «No existe tal cosa como "acosrumbrarse al combate" [".]
Cada momento de combate crea una presión tan fuerre que los hom­
bres se
derrumbarán en proporción directa a la
btensidad y duración
de su exposición a él, Por consiguiente, en la guerra las bajas psiquiá­
tricas son tan inevitables como las bajas
por herida de bala o de metra­lla» 56.
Los psiquiauas americanos centraron su energía en idenüficar
aquellos factores que pudieran proteger a los hombres de un trauma
agudo o que pudieran conseguir una rápida recuperación. Una vez
más, descubrieron lo que Rivers había
demostrado en el
trat:L'Iliento
de Sassoon: el poder del vbculo emocional entre los combatientes, En
1947, Karcliner revisó su textO clásico en colaboración con Herberr
Spiegel, un psiquiatra que acababa de regresar de tratar a los hombres
en el frente, Karcliner y Spiegel argumentaban que la protección más
fuerte contra
el terror era e! grado de relación
entre el soldado, su uni­
dad de combate y su líder, Descubrimientos similares fueron bforma­
dos por los psiquiatras Roy Grbker y J ohn Spiegel que argumentaron
que la situación de peligro constante llevaba a los soldados a crear una
dependencia emocional extrema hacia sus colegas y superiores, Obser­
vaban que la protección más fuerte contra el derrumbamiento psicoló-
¡r, J. \YJ. Appd Y G. w. Bcebc, «Prever:.IÍve Psychiatry: A __ '1 Epidcmiological Approaó», Jour­
na! o; tiJe American ~'v[edicat Association 131: 1468-1471 il946), cié. en 1470.

r ,
¡
I
52
gico era la moral y el liderazgo de las pequeñas unidades de com­
bate 5-::.
Las estrategias de tratamiento que evolucionaron durante la Se­
gunda Guerra Mundial estaba.'l diseñadas para minimizar la separación
entre
el soldado afligido y sus camaradas.
Se defendía una interven­
ción médÍca breve lo más cercana posible a las líneas
de combate,
con
el
objetivo de devolver rápidamente al soldado a su unidad ss
En su búsqueda de un método rápido y efectivo de tratamiento, los
psiquiatras militares
descubrieron una vez más el papel mediador
de los estados alterados de conciencia en el trauma psicológico. En­
contraron que los estados alterados artificialmente inducidos podían
ser utilizados para acceder a los recuerdos traumáticos. Kardiner
Ji
Spiegel utilizaron la hipnosis para crear un estado alterado, mientras
que
Grinker y
Spiegel utilizaban ami tal sódico, una técnica que lla­
maban «narcosíntesis» .. AJ igual que en el trabajo realizado prevÍa­
mente sobre la histeria, en el caso de la neurosis de guerra el objeti­
vo de la «cura de charla» era la recuperación y el alivio catártico de
los recuerdos traumáticos con todas sus emociones de miedo, ira
y
alivio.
Los psiquiatras pioneros en estas técnicas
comprendían que
de­
senterrar los recuerdos traumáticos no era por sí mismo suficiente para
conseguir una cura duradera. Kardiner y Spiegel advirtieron que, aun­
que la hipnosis podía acelerar la recuperación de los recuerdos trau­
máticos, una sencilla experiencia catártica era, por sí misma, inútil. La
hipnosis fracasaba, explicaban,
donde
«no hay suficiente seguimiento
y progreso» 59 También Grinker y Spiegel observaron que el trata­
miento no tendría éxito si los recuerdos recuperados y descargados
bajo la influencia del amital sódico no se integraban en la conciencia.
El efecto del combate, argw-nentaban, «no es como escribir en una pi­
zarra que pueda borrarse, quedándose la pizarra como estaba antes. El
combate deja una impresión duradera en la mente de los hombres,
;~ R. R. Gri.,ker y]. SpiegeL AJen Unda SI/ess, Blakeswn. Filadelfia. 1945.
)~ Gr:"-,ker y SpiegeL Men Under Stress: Kardiner y Spiegel, War, Stress.
,9 Ibidem, pág. 365.
L:\A HISTOPl- OL \"-wADA 53
cambiáll.dolos de forma tan radical como cualquier experiencia crúcial
que puedful vivir» Gú.
Estas sabias advertencias fueron por lo general ignoradas. En la
época, se consideraba muy eficaz el nuevo tratamiento rápido para las
bajas psiquiátricas. Según
un informe, el
80 por 100 de los soldados
americanos
de la Segunda Guerra
rvlundial que padecían un estrés
agudo volvían a algún tipo
de
servicio, normalmente, en tan solo una
semana. El30 por 100 volvía a sus unidades de combate"'-Se presta­
ba poca atención al destino de estos hombres una vez que habían re­
gresado al servicio activo y mucho menos cuando volvían a casa des­
pués de la guerra. Se consideraba que se habían recuperado siempre
que
pudieran funcionar a un nivel mínimo.
Con el final de la guerra
volvió a aparecer
el ya familiar episodio de amnesia: había poco
inte­
rés médico o público por la condición psicológica de los soldados que
volvían a casa. Una vez más se olvidaron los efectos del trauma de
guerra.
No se emprendió UIla Ítlvesügación sistemática ya gran escala de los
efectos psicológicos a largo plazo del combate hasta la Guerra de Viet­
nam. En esta ocasión la motivación para el estudio no provenía del
mundo militar o del médico, sirlO de los esfuerzos organizados de los
soldados afectados por la guerra.
En 1970, mientras estaba en su punto álgido la Guerra de Vietnam,
dos psiquiatras, Robert
J ay Lifton y
Chairn Shata¡l, se encontraron con
los representantes
de una nueva organización llamada Veteranos de
Vietnam
Contra la Guerra. Que unos veteranos se organizaran contra
su propia guerra
cuando esta
aÚl1 no había terminado era algo sin pre­
cedentes. Este
pequeño grupo de soldados, muchos de los cuales se
habían distinguido por su valentía, devolvieron sus medallas
y ofrecie­
ron testimonio público de sus crímenes de guerra. Su presencia daba
credibilidad moral a
un creciente
movLmiento antiguerra. «Plantearon
dudas -----escribió Lifton-, sobre la versión del guerrero socializado y
&D R. R. GrÍllker y J. SpiegeL oo. cit .. pág. 3/l.
b, ]. Ellis, TJ:.e 5harp End oj 'ar: Tú Fighúng :\Jan in World War Ir, Dayi¿ an¿ Chades.
Londres, 1980.

54
del sistema de guerra, y dejaron en evidencia las rei\i.fJ.dicaciones que
hacía su país de que esa era una guerra justa» 62.
Los veteranos anriguerra organizaron lo que llamaron «grupos de
crítica». En estas ím:imas reuniones de camaradas, los veteranos de Viet­
nam contaban y revÍ'vÍan las experiencias traumáticas de la guerra. Solici­
taron a los psiquiatras que sirnpanzabaIl con su causa que les prestaran
su ayúda profesional. PosrEriormente, Sharan explicó el motivo de que
muchos hombres buscaran a)mda fuera de un entorno psiquiátrico nor­
mal: «Muchos estaban "heridos", como decían ellos. Pero no querían
pedir ayuda a
la
AchrJnistración de Veteranos ... Necesitaban algo que
estuviera en su propio terreno,
allí donde ellos
[enÍa..l1 el control» 63.
Los grupos de crítica tenían tL.'1 doble propósito: dar refugio a ve­
tera.llOS i..'1dividuales que habían padecido traumas psicológicos y crear
una conciencia pública sobre los efectos de la guerra. El restimonio
que salió de estos grupos hizo que la atención pública se centrara so­
bre las duraderas heridas psicológicas del combate. Estos veteranos se
negaban a ser olvidados. [vIás aún, se negaban a ser estigmatizados. In­
sistían en que su desgracia era legírima y digna. En palabras de un ve­
terano de la mari..'1a, Michael Norman:
La Íamilia y los amigos se preguntaban por qué estábamos tan enfadados.
¿Por qué lloras?, solían pregumar. ¿Por qué tienes mn mal hUITIor y eSIás Ia.,.'1
encerrado? Nuesuos padres y abuelos habían. ido a la guerra, habían cumplido
con su deber, habían vuelto a casa, y habían seguido con sus v'idas. ¿Qué hacía
que nuestra generación fuera tfu"l diferente? Resulta que nada. No hay nL.'lguna
diferencia.
Cuando
a los viejos soldados de guerras «buenas» se les saca de de­
Irás de las cortinas del mito y del semin:úento y los vemos bajo la luz, también
ellos parecer arder con cólera y alienación Así que estábamos enfadados.
Nuestra ira era vieja y atávica. Estábamos enfadados como [Ocio hombre civili­
zado que haya sido enviado alguna
vez a asesinar en nombre de la vircud
&.l.
/02 R. Linao, Home ¡mm the War: Vietnam Veterans: Neither Victims ?tOT EXEcutioneTS; Simon
& Schuster, NUeva York, 1973, pág. ) 1.
6, «L'1cerview wirh Chab Sharan», lvlcGift :.\'e>J..-·s, Momreal, Quebec, rebrero 1983.
6..; M. Norman, These Cood AJen: Friendships FOTgea From WaT; Crown, .Nueva York, 1989,
págs'. 139 y 141.
F\A }-l:::ISTORIA OL \TIDADA 55
A mediados de los setenta ya se habían organizado cientos de gru­
pos de crítica i..rtformales. A finales de la década la presión política de las
orgwizaciones de veteranos dio como resultado una ley para un progra­
ma de tratamiento psicológico llamado Operación Outreach dentro de
la Administración de Veteranos. Se crearon más de un centenar de cen­
tros arendidos por veteranos y basados en un modelo de tratamiento de
autoayuda y de asesoramiento
por parte de personas que estaban en la
misma situación. La insistente organización
de los veleranos impulsó
la invesngación psiquíátrica sistemática.
En los años siguientes a la Gue­
rra
de Viemam, la Administración de Veteranos encargó estudios para
analizar
el impacto de las experiencias de guerra
en las vidas de los sol­
dados que habían regresado a casa. Un estudio de cinco volúmenes so­
bre el legado de Viemam marcó las líneas generales del síndrome del de­
sorden de esrrés posrraumático, y demostró, más allá de cualquier duda
razonable, su relación directa con
la exposición al combate
65.
La legitimidad moral del movimiento pacifista y la experiencia na­
cional de derrota en una guerra desacreditada hicieron que fuera posi­
ble reconocer el trauma psicológico como un legado duradero e inevi­
rable de la guerra. Por primera vez, en 1980 el característico sindrome
de uauma psicológico se convirtió en un diagnóstico «real». Ese año,
la Asociación Psiquiátrica Americana incluyó en su manual oficial de
desórdenes mentales una nueva caregoría lla.mada «desórdenes de es­
trés postraumático» 66 Los rasgos clínicos de este desorden eran con­
gruemes con la neurosis traumática que Kardiner había esbozado cua­
renta años antes. Por lo tanto, el síndrome de trauma psicológico,
períódicamente olvidado y también periódicamente redescubierto a lo
largo del siglo anterior,
por fin consiguió un reconocimiento formal
dentro del canon diagnóstico.
M A. Egendorf y otros, Legacies o/I/iemam, vals. 1-5, U. S. GOl/enunen! Priming Office,
íX'aslüngton, D. c., 1981.
~ó Asociación A_111ericana de Psiquiatría, Diagnostic and Statistical ,I.¡Ianua! 01 }¡Ienta! Dúor­
ders, 3.~ ed. (DSM-Ill), American Psychiarric Associarion., iX'ashingwu, 1980.

56
L~ NEUROSIS DE COMBATE DE LA GUERRA DE LOS SEXOS
Los estudios realizados a finales del siglo XL' sobre la histeria se ba­
saban en la cuestión de! trauma sexual.
En la época en que se realizaron
esas íIlvestígaciones
DO había conciencia algLLl1a de que la violencia fuera
una pane cotidiana de la vida sexual y doméstica de las mujeres. Freud
vio esta verdad y aterrorizado, se escondió de ella. Durarlte gran parte
del siglo xx, fue el estudio de los veteranos de combate lo que llevó al
desarrollo del conocimiento de los desórdenes traumáticos. No fue hasta
el moviIniento de liberación femenino de los años setenta cuando se re­
conoció que los desórdenes postralunáticos más frecuentes
no eran los
de los hombres en la guerra, sino los de las mujeres en
la vida civil.
Las verdaderas condiciones de la vida de las mujeres
estaban es­
condidas en la esfera
de la vida personal e íntima. El atesorado valor
de la
intLTTlidad creaba una poderosa barrera a la conciencia y hacía
que la realidad de las mujeres fuera prácticamente irlvisible. Hablar so­
bre experiencias en la vida sexual o doméstica significaba enfrentarse a
la humillación pública, al ridículo y
al escepticismo. A las mujeres las
silenciaba
el miedo y la vergüenza, y su silencio daba licencia a todo
tipo de explotación sexual y doméstica.
Las mujeres
no tenían un nombre para la tiranía de la vida priva­
da.
Era difícil reconocer que una democracia establecida en la esfera
pública pudiera coexistir con condiciones de autocracia primitiva o de
dictadura avanzada en el hogar. Por lo tanto, no era ningún accidente
que, en el primer manifiesto del resurgente movimiento
femÍJ."1ista ame­
ricano, Betty
Friedan dijera que e! tema de las mujeres era el
«proble­
ma sin nombre» ". Tampoco era accidental que el método inicial de!
movimiento
se llamara
«creación de conciencia» 68.
La creación de conciencia tuvo lugar en grupos que compartían
muchas de las características de los grupos de crítica de los veteranos y
~7 B. Frie¿arl. The Feminine ;\¡Iystique, Deil, 2\7ueva York 1963.
ss K. Axr:.amiek (Sarachil¿). «ConscioüsLess-Raíshlg». en Ne1.1; York Redstoc,kings: Notes from
,he 5econd 'leal, 1968 (autopublicadosl. Para :.lIla historia sobre los orígenes ¿el mov-1..-IlÍemo fe­
min.isra e11 ese período. véase S, Evatls, PersonaL Potitics, Vi.ntage. Nueva York, 1980.
C?'-L HISTORL OLViDADA 51
de la psicoterapia: tenían la misma intinlidad, la misma confidencíali~
dad y el mismo h-nperativo, decir la verdad. La creación de un espacio
privilegiado hizo que fuera posible que las mujeres superaran las
barreras de la negación, el silencio y la vergüenza que les impedia dar
nombre a sus heridas. En e! entorno protector de la consulta, las muje­
res se atrevieron a
hablar de violación, pero los sabios hombres de
ciencia no las habían creído. En el entorno protector de los grupos de
creación de conciencia las mujeres hablaban de violación, y otras muje­
res las creían.
Un poema de esta época ilustra el entusiasmo que sen­
tían las mujeres aí poder hablar y ser escuchadas:
Hoy
en mi pequeño cuerpo natural
me siento y aprendo
mi cuerpo de mt:jer
como el tuyo
objetivo en cualquier calle
arrebatado
cuando tenía doce años ..
Veo a una mujer atreverse
me atrevo a ver a una mUjer
nos atrevemos a elevar nuest::as voces 09.
Aunque los métodos para crear conciencia eran 3...T1álogos a aque­
llos
de la psicoterapia, su propósito era causar un cambio más sociai
que individual. El entendimiento por parte del movimiento
femÍJ."l.ista
de la violencia sexual hizo posible que las víctimas rompieran las
barreras de la intimidad) que se apoyaran las unas a las otras y que em­
prendieran una acción colectiva. La creación de conciencia también
era
un método empírico de investigación. Kathie Sarachild, una de las
fundadoras de la creación de conciencia,
ío describió como un reto a ía
ortodoxia intelectual imperante: «La decisión de poner énfasis en
nuestros propios sentimientos y experiencias como mujeres y poner a
prueba todas las generalizaciones siguiendo nuestra propia experiencia
69]. Tepperma.:."l., «Going Tbrough Ch8.J.""1ges», en 5isterhood Is Pou;erfuZ, R. Morga." :.ec.,
Rancom House. :'<ueva York. 1970, págs. 507-508.

58
fue en realidad el método científico de invesIigación. De hecho, está­
~'bamos repitiendo el reto que hizo la ciencia al escolasticismo en el si­
glo XVIII: ;, estudia la ciencia, no los libros" y somete todas las teorías a
la prueba de la prácTica y la acción» 70.,
(El proceso que comenzó con la c~eación de conciencia llevó poco
a p;;co a mayores niveles de conciencia pública. El primer miTin sobre
violación fue orgarüzado por las Femirlistas Radicales de Nueva York
en 1971 El primer Tribunal sobre Crímenes Contra las Mujeres se
consTituyó en Btuse!as en 1976. Las reformas sobre e! delito de viola­
ción en la legislación fueron emprendidas en Estados Unidos por la
Organización Nacional de Mujeres a mediados de los años serema.
En
tan solo l.ma década, las reformas se habían aplicado en los cincuema
estados para animar a las víctimas silenciadas de crímenes sociales a
que hablaran.
A partir de mediados de los años setema,
el movimiemo feminista
amerÍcaIlo rambíén generó una explosión de investigación sobre un
tema anteriormeme ignorado: el asalto sexual. En 1975, respondiendo
a
la presión feminista, fue creado dentro de! Instituto Nacional de
Sa­
lud Mental un centro de investigación sobre la violación. Por primera
vez, se abrieron las puenas a las mujeres como los agentes y no tan
solo como los objetos de una invesIÍgación. A diferencia de las normas
habituales de in.vestigación,
la mayoría de los
«investigadores principa­
les» financiados por el cenIro eran mujeres. Las investigadoras feminis­
tas uabajaban muy de cerca con los sujetos de su investigación. Repu­
diaban la lejanía emocional como medida de! valor de la investigación
científica y honraban sinceramente
la conexión emocional con sus
h"1-
formantes. Al igual que en la era heroica de la histeria, una vez más las
largas e í11l:imas enIrevisIas personales se convirtieron en una fuenre de
conocimiento.
Los resultados de esras invesrigaciones corJirmaron la realidad de
la experiencia de las mujeres que Freud había rechazado como fantasías
70 K. Suachild, {{Corrsciousness-RaisL.'lg: A Radical iXieapon», en Feminist Rf!1.)ofution, K. Sa­
,achild (ed'), Ra.:,dom House, 0.'ueva York, 1978, pág. 145. (Ed. orig., l\iew York Redstoc.h-ngs,
1975')
l::\_~ HISTORIA OL VIDAD.~ 59
un siglo antes. Los ataques sexuales contra las mujeres y los niños se de­
mostraron como algo endémico en nuestra cultura. La investigación
epidemiológica más sofisricada la llevó a cabo a principios de los años
ochenta Diana Russell, una socióloga
y
acrivisIa pro derechos humanos.
Más de ochocientas mujeres elegidas
al azar fueron entrevisradas en
profundidad sobre sus experiencias con
la violencia doméstica y la
ex­
ploración sexual. Los resultados fueron terroríficos. Una de cada cuatro
mujeres había sido ,~olada. Una de cada tres había sufrido abusos se­
xuales durante la infancia n.
[:\.demás de documentar la violencia sexual, el movimiemo feminis­
ca ~Irecía un nuevo lenguaje para comprender el impactO de los ara­
ques sexuales. Al emrar por primera vez la violación en la discusión
pública, a
las mujeres les resulró necesario
defirür algo que era obvio:
que
la violación es una aIfocidad. Las feministas redefinieron la
viola­
ción como un crimen y no como un acto sexual 12 . Esta formulación
ran simplisIa se hizo para contrarrestar la idea de que la violación satis­
facía los más profundos deseos de las mujeres, una opinión que enton­
ces prevalecía en todo tipo de literatura, desde la pornografía popular
a los textos académicos~-
Las feministas también redefinieron la violación como un méro­
do de control político, forzando la subordinación de las mujeres me­
diame el terror. La amara Susan Brownmiller, cuyo histórico [farado
sobre la violación convirtió este tema en asunto de debate público,
llamó la atención
sobre la violación como forma de mantener e!
po­
der masculino. «El descubrimiento de los hombres de que sus geni­
tales podían ser utilizados como arma para generar el miedo debe
considerarse como uno de los descubrimientos más importantes de
los tiempos prehistóricos, juntO con e! uso del fuego y de la primera
hacha de piedra.
Desde los tiempos prehistóricos al presente, creo
yo, la violación
ha desempeñado una función importante. No es
nada más ni menos que un proceso consciente de intimidación me-
7, D. E. H. Russell, Sexual Exploúation: Rape, Chila" Sexual Abuse, and Sexual Harassment,
Sage, Beberly Hills, 1984.
;2 S. Brownmiller, Against Om' Will: ,'..,fen, Women, and Rape, Simor: & Schus[er, :\'ueva
York,1975.

j
l
1 ,
I
60
di ante el cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en un
estado de miedo» 73 .
El mOv-1Iniento femirlista no solo elevó la conciencia pública sobre la
\iolación, sino que Iambién inició una nueva respuesta social hacia las
\ictimas. El primer centro de crisis para mujeres violadas abrió sus puer­
tas en 1971. Una década después se habían extendido por todo Estados
Unidos cientos de centros como ese. Organizados fuera del marco del
sistema de salud médico o mental convencional, estos centros ofrecían
apoyo práctico, legal y emocional a las \ictÍlnas de violaciones. Los vo­
luntarios de los centros de crisis a menudo acompañaban a las victimas
al hospital, a la comisaría de policía y a los juzgados, para asegurarse de
que recibían una atención digDa y respetuosa, algo muy infrecuente en
aquellos tiempos. Alli'"1que sus esfuerzos COD frecuencia eran contestados
con hostilidad y resistencia, lful1bién eran en ocasiones fuente de inspira­
ción para
las mujeres profesionales que trabajaban en esas irlstituciones. rEn 1972, Ann Burgess, una enfermera de psiquiatría, y Lynda
Hühl1stroffi, una socióloga. se embarcaron en un estudio de los efectos
psicológicos
de la violación. Estuvieron de servicio día y noche para
poder entrevistar y aconsejar a cualquier víctima de
violación que lle­
gara a la sala de urgencias de! Boston City Hospital.
En un año, vieron
a 92 mujeres y a 37 niños.
Observaron un patrón de reacciones
psico­
lógicas que denominaron «sindrome de! trauma de violación». Obser­
"aron que las mujeres experimentaban la violación como un aconteci­
miento que ponía en peligro sus vidas y generalmente temían ser
mutiladas o asesinadas durante e! ataque. Señalaron que, después de la
violación, las víctimas se quejaban de insomnio, náuseas, sobresalIes y
pesadillas, así como síntomas de disociación. También comentaron que
algunos de los síntomas de las VÍctilllaS se parecían a los descritos ante­
riormente en los veteranos de guerra ~~
La violación fue e! paradigma i;:;icial del movimiento feminista
para la violencia contra las mujeres en la -,ida personal. A medida que
S. BrOw-Cl7'.illeL 0'0. cit, págs. 1"--15
A. \YJ. Burgess y L. L HoL-nscrom. «Rape T mema Syndrome». American Journal af Psy­
chiatry 131: 981"986 (1974).
l.::;A HISTORL~ OLVIDADA 61
se entendía más el fenómeno, la investigación sobre la explotación se­
xual crecía para incluir relaciones más complejas, en las que se mezcla­
ba la violencia y la intimidad. El primer objetivo, la violación callejera
cometida por extraños, llevó paso a paso a la exploración de la viola­
ción cometida por un conocido. por un novio o por el marido. Elobje­
tivo inicial de la violación como forma de violencia contra las mujeres
llevó a la exploración de la 'violencia doméstÍca y otras formas de coer­
ción
en la iIltimidad. Y el
objetivo óicial, la violación de adultos. llevó
invariablemente al
redescubrimiento de los abusos sexuales a niños. Al igual que en el caso de la violación, el trabajo inicial realizado
sobre la violencia doméstica y los abusos sexuales a niños superó el
ámbito del movimiento femit-lÍsta. Se organizaron servicios para las víc­
tiInas fuera de! sistema tradicional de salud, a
menudo con la
ayllda de
mujeres profesionales inspiradas po: el mov"i.inienro .,). La investÍgación
pionera sobre los efectos psicológicos en las víctimas fue llevada a cabo
por mujeres que se consideraban participantes activas y comprometi­
das
en
el movimiento feminista. ~;} igual que ocurrió en el caso de la
violación, las investigaciones psicológicas sobre la violencia doméstica
v los abusos sexuales a niños llevaron a un redescubrilTuenro del sÍ.rl-, ,
drome de trauma psicológico.~.i.DJ describir a las mujeres que habían
huido a un refugio, la psicóloga Leonore Walker defiIlió lo que llamó
el «síndrome de la mujer maltratada» 76 Mis propias descripciones
iniciales
sobre la psicología de los
supervivientes de incesto recapitu­
laba las observaciones hechas sobre la histeria a firlales de! siglo xo,j:;
Eran solo después de 1980, cuando los esfuerzos de los veteranos·
de guerra habían legitimado el concepto de desorden de estrés pos­
traumático,
quedó evidente que e!
sódrome psicológico observado en
víctimas de violación, violencia doméstica e incesto era esenciaL-nent.~
el mismo que e! sÍIldrome observado en los supenivientes de guerf?,
~5 Para una historia sonre el mo\.imie.:1to de mujeres maltratadas. véase S. Scnechter. V7om¿?¡
and ";![¡¡fe í/ioZence: T~e Visions an¿ Sm¡gg{es o/ :be Bat;:e;<ed ~í7Qmen's ;I:fove'nent. 50mh Erd
Press. Basten, 1982.
,~ L Waiker. The Batterd 1.Y7oman. Harper & Raw. 0:ueva York., 19/9.
7""": J. L. Herman y L Hirsch.m.arl. «Farher"Daughcer lnces;:». 5igns: JouTnal cjWomen m Cul·
ture and Societ:¡ 2: 735-756 (1977).

,. ")Y
~
62
Las implicaciones de esta conclusión son ran terroríficas en el presenle
como
lo eran hace un siglo:
Uas condiciones de subordinación de las
mujeres se manIienen gracias a la violencia escondida de los hombres.
Hay una guerra
enue los sexos.
Sus bajas son las vÍcrimas de violacio­
nes,
las mujeres
maluaIadas y los niños abusados sexualmente_ La his­
'[eria es la neurosis de la guerra de sexos .-·1
Hace cincumta años, Virgirtia Woolf escribió que dos mundos públi~
co y privado está,"l conectados inseparablemente [ ... llas tiranías y escla,~~
rudes de uno son las üranias y las esclavitudes del otro» 7'. Ah.ora también
es evidente que los traumas de uno son los traumas del orrolLa histeria de
las mujeres y la neurosis de guerra de los hombres son lLTla misma cosa.
Reconocer
los puntos en común de las atlicciones puede que,
m ocasio~
nes, llegue a hacer posible que crucemos el inmenso abismo que separa la
esfera pública de la guerra y de la políTica --el mundo de los hombres­
y la esfera privada de la v~da doméstica --el mundo de las mujeres.;
¿Perderemos una vez más esta perspecüva? En este mome;;to el
estudio del trauma psicológico parece haberse esrablecido firmemente
como un campo de invesLigación legílimo. Con la energía creariva que
acompaña el regreso de ideas reprimidas, el campo
ha crecido de
for~
ma espectacular. Hace veinte años, la bibliografía sobre el tema consis~
tÍa solamente en unos cuantos textos des catalogados que acumulaban
moho en esquinas olvidadas de la biblioteca. Ahora, cada mes se publi~
can nuevos libros, nuevos descubrimientos, nuevas discusiones en los
medíos de comunicación.
¡'Pero la rustoria nos enseña que este conocimiento también podría
desaparecer. Nunca ha sido posible avanzar en el campo del trauma
psicológico sin el contextO de un movimiento políTico. El destino de
este campo de conocimiento depende del desTino del mismo movi~
ffiÍento políüco que lo ha inspirado y apoyado durante el último siglo.
A finales del siglo XLX el objetivo de dícho movimiento era el estableci~
miento de una democracia laica; a principios del xx, la abolición de la
guerra;
al finalizar el siglo pasado, la liberación de las mujeres. Todos
ellos siguen
vlVOS. Todos estáIl, al final, inseparablemenle conectados."'-;
.'
7S v. \'V'ooif, Three Guineas [1938J, Harcourc, Brace, Jovanovich, Nueva York, 1966, pág. 147.
2
EL TERROR
CEl trauma psicológico es la aflicción de los que no üenen poder. En el
momento de! trauma la víctima se ve indefensa ante una fuerza abru~
madora. Cuando esa fuerza es la de la naturaleza hablamos de desas~
tres, Cuando pertenece a otro ser humano hablamos de atrocidades.
Los acontecimienlos traUtlláticos desuozan los sistemas de protección
normales que dan a las personas una sensación de control, de conexión
y de
significado_l
Hubo una época en que se creía que díchos acontecimientos eran
poco habituales.
En
1980, cuando se incluyó por primera vez en el ma~
nual de diagnóstico el desorden de estrés traumático, la Asociación
Americana
de Psiquiatría describió los acontecimientos traumáticos
como
«fuera de! ámbito de la experiencia humana habitual» '. Ha que~
dado tristemente demostrado que esta definición no es exacta. La ,~ola~
ción, los malos tratos y otras formas de violencia sexual y domésüca son
tan habituales en la vida de las mujeres que no pueden ser descritas
como fuera del ámbitO
de la experiencia habitual. Y en
v~sta del número
de personas que han muerto en guerras durante el úlümo siglo, también
e! trauma militar debe ser considerado como una parte habitual de la ex ~
periencia humana. Tan solo los afortunados creen que es poco habitual.
Asociación i\J."D.enca,'la de Psiquiatría, Diagnostic and Stl1ústica! "-[anual 01 Psychiatric Disor­
ders, vol. 3 (DSL\I-llI), .A __ m.erícan Psychiatric Assoóaúon, Washingwn, D. c., 1980, pág. 236.

64
Los acontecimientos traumáncos son extraordinarios no porque
ocurra,.'1 raramente, SitiO porque superan las adaptaciones habituales de
los seres humanos a la vida. A diferencia de las desgracias de! día a
día, los acontecirníentos traumáticos norrr1almente implican amenazas
contra la vida o la íntegridad física, o un encuentro personal con la vio­
lencia y la muerte. Hacen que los seres humanos se tengan que enfren­
tar a los extremos de la indefensión y del terror, y evocan las respuestas
de la catástrofe. Según
el Comprehensive Textbook o/
Psychiatt}/, ~T de­
nominador común del trauma psicológico es un sentimiento de «in­
menso miedo, de indefensión, de pérdida de control y de amenaza de
aniquilación» 2'-
La gravedad de los acontecimientos traumáticos no puede ser me­
dida en li11a única dimensión: intentos simplistas de cuantificar el trau­
ma han conducido a meras comparaciones sin sentido
de la intensidad
de! horror sufrido.
No obstante, se han identificado ciertas experien­
cias que pueden hacer aumentar las posibilidades de ser dañados,
como, por ejemplo, ser cogidos por sorpresa, atrapados o expuestos
hasta llegar
al agotamiento
3 Las posibilidades de ser dañados también
aumentan cuando los acontecimientos traumáticos incluyen
la
viola­
ción o daño físicos) verse expuesto a una violencia extrema o ser testi­
gos de una muerte violenta 4. En cada uno de los casos la característica
sobresaliente del acontecimiento traumático
es su poder para provocar url~ sensación de indefensión y de terror.
.~. La respuesta humana normal al peligro es un sistema complejo e
integrado de reacciones que abarcan tanto
cuerpo como mente. Una a..rnenaza hace que el sisrema nervioso simpático se despierte: la perso­
na que está en peligro siente una subida
de adrenalina y se pone en
es­
tado de alerta. La amenaza también hace que la atención de la persona
se centre en la situación iIlmediata. Asimismo
puede alterar las
percep-
2 N. e A.J.,dreasen, ({Post-<:raumatic Stress Disorder», en Comprehensive Textboo.i.c: 01 Psy­
chia:r), ~.' ed .. H. 1. KaphJ....'1 y B. J. SaaocK (eds.L WilliruT.s & \"7"iikíns. Balti.¡nore, 1985, págs. 918-92'"-\.
B. L Gree:". J. D. Lindy. ;\-í. e G,aC!~ y otros. ,{Burralo Creek Survivors in [he Secand De­
c2¿e: St2bility
oE S;:ress Sy:nptoms». /Vnerican journal olOrthopsychiatry 60: 43-54 (1990).
~
3. Green, J. Undy y M. C. Grace. (Postzraümadc Stress Disor¿er: T owara DS?v1-IV\>, Jour­
na! of.\;"err;ous and ~"Ienta! ViseaSe i73: .106-411 (1985).
El TEfu'\OR 65
cíones normaies: a menudo las personas que corren peligro son capa­
ces
de ignorar el hambre) el cansancio o el dolor.
Fi.lia111ente) la al11e­
naza despierta intensos sentimientos de miedo y de Íra. Estos cambios
en la reacción, atención, percepción v emoción son reacciones de
, - ~ .1
adaptación normales; movilizan a la persona amenazada para que lleve
a cabo una acción, luchar o huir. :,
ibas reacciones traumáticas tienen lugar cuando la acción no sirve
para nada. Cuando no es posible ni resistirse ni escapar, el sistema de
autodefensa
humano se siente sobrepasado y
desorga,'1izado. Al perder
su utilidad, cada componente
de la respuesta normal al peligro tiende
a persistir en
un estado alterado y exagerado mucho después de que
haya terminado
el peligro real. Los acontecimientos traumáticos
pro­
ducen profundos y duraderos cambios en la respuesta fisiológica, las
emociones,
lo cognitivo y la
mem0ria. Los acontecimientos uaull1áti­
cos pueden llegar a dañar estas funciones que normalmente están inte­
gradas, y que sufren un extrañamiento las unas de las otras. La persona
• 1 ¡. " . .
traumatlzaaa pueae expenmentar una emOClOn mtensa SIn tener un re-
cuerdo claro del evento, o
puede recordar todo con detalle pero sin
niIlguna emoción.
Puede encontrarse en un estado de activación y de
irritabilidad constante SÜl conocer el motivo. Los síntomas traumáticos
tienen tendencia a acabar desconectándose de su origen
y a cobrar vida por sí mismos]
Este tipo de fragmentación con la que el trauma destroza un
complejo sistema
de autoprotección que normalmente funciona de
manera integrada es
un punto central de las observaciones históricas
realizadas
sobre el desorden de estrés postraumático. Hace un siglo,
J anet bautizó la patología fundamental de la histeria como
«disocia­
ción»: las personas COn histeria habían perdido la capacidad de inte­
grar e! recuerdo de sobrecogedores aconteciInientos de su vida. Con
cuidadosas técnicas de investigación, incluida la hipnosis, J anet de­
mostró que los recuerdos traumáticos se preservaban en un estado
anormal, separados
de la conciencia normal.
CIeía que el daño causa­
do a las conexiones normales de la memoria, e! conocimiento y la
emoción eran resultado de intensas reacciones emocionales a aconte­
cimientos traumáticos, Escribió sobre los efecros «disolventes» de la
Iil
ti!
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'N ..
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~
~
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66
emoción Intensa que incapacitaban la función «sintetizadora» de la
mem:e
5
.
Cincuenta años después,
Abram Kardiner describió la patología
esencial de la neurosis de guerra en térrnLT10S parecidos. Cuando tLTla
persona se ve abrumada por el terror y se siente indefensa, «queda des~
trozado todo su mecanismo para realizar una actividad concertada, coordi­
nada y deliberada. Las percepciones se vuelven Lnexactas y, teñidas por el
terror, fallan las funciones coordinadoras del juicio y de la discrimina­
ción l ... ] los órganos sensoriales pueden incluso dejar de funcionar [ ... ]
Los impulsos agresivos se vuelven desorganizados
y no tienen relación
con
la situación que debe ma..r¡ejarse
c. .. ] Las funciones del sistema ner­
"~oso autónomo también pueden disociarse de! resto de! organismo» '.
La gente uaumaIizada puede sentir y actuar como si su sistema
nervioso hubiese quedado desconectado del presente.
El poeta Roben
Graves relata cómo seguía reaccionando en la vida civil como sí siguie­
ra estando en las trincheras
de la
Primera Guerra Mundial: «Seguía
mentalrnem:e organizado para la guerra. Las bombas seguían explotfu"'1-
do en mi cama en mirad de la noche, aunque N ancy la compania con­
rrügo; durante e! día los extra..ños tenían e! rostro de amigos que habían
muerto. Cuando estuve lo suficientemente fuerte como para subir la
colina que había detrás de Harlech y visitar mi paisaje favorito,
no
po­
día evitar verlo como un posible campo de batalla» 7.
Los muchos síntomas del desorden de estrés postraumáIico pue­
den catalogarse en tres categorías principales. Estas son: «hiperacIiva­
ción», «intrusión» y «constricción», La hiperactivación refleja la per­
sistente expectativa de peligro; la intrusión refleja la huella indeleble
de! momento traumático; la constricción refleja
la respuesta
embota­
dora de la rendición.
5 p, Janet, L'Automatisme Psychologique, Félix Alean, París, 1889, pág. 457. Para una crítica
y resumen sobre el trabajo de Jane!: sobre el trauma psicológico, véase B. A. Val1. der Kolk y
O. van ¿er Harr, «PieHe Janet and me Brea..!<.down oÍ Adap¡arioo m Psychological TrauITIa»,
Amerkan Jouma! o/ Psychiatry 146: 1530-1540 (1989).
s A. Kardiner y H. Spiegel, 1,Var Stress, and Seurotic Itlness (ed. rev. The Trauman"c )ieuroses
oÍWarJ, Hoebet, Nueva Yotk, 1947, pág. 186.
; R. Graves, Goodbye to Ail Ihat [1929], Doubleday, Nueva York, 1957, pág. 25/.
EL TERB.oR 67
H1PERACTIVAC1ÓN
Después de una experiencia traumática el sistema humano de auro­
preservación parece ponerse en alerta permanente, como si e! peligro
pudiera volver en cualquíer momento. La activación fisiológica conti­
núa sin disminuir.iÍ;n este tipo de hiperactivación, que es el primer sín­
toma fundamental del desorden de estrés postraumáIico, la persona
traumatizada se sobresalta con facilidad, reacciona con irriración a las
pequeñas provocaciones y
duerme
maljKardiner propuso que «e! nú­
cleo de la neurosis [traumática] es una fisioneurosis» 8. Creía que mu­
chos
de los síntomas observados en los veteranos de la
Primera Guerra
Mundial-reacciones de sobresalto, acúvación por e! regreso de! peli­
gro, un estado exagerado de alerta, pesadillas y quejas psicosomáti­
cas-podría..'1 ser interpretados como resultado de un despertamiento
crónico de! sistema nervioso autónomo. También
ínterpretó la
irritabi­
lidad y e! comportamiento explosivamente agresivo de los hombres
traumaIizados como fragmentos desorganizados de una respuesta de
ducha o huida» quebrantada a un peligro abrumador.
Roy GrirLl;:er y J ohn Spiege! observaron también que los soldados
traumatizados
de la Segunda Guerra Mundial
«parecen padecer una
estimulación crónica de! sistema nervioso simpático l ... ] Las urgentes
reacciones psicológicas
de ansiedad y de alerta fisiológica [ ... ] se han
solapado y se han hecho no episódicas sino casi continuadas [ ... ]
Even-
tualmente, e! soldado es apartado de! entorno de estrés y, después de
un tiempo, su ansiedad subjetiva disminuye. Pero los fenómenos fisio­
lógicos persisten y ahora se adaptan mal a una vida pacífica y segura» '.
Los investigadores consiguieron confirmar estas hipótesis tras la
Guerra de Viemam, documentando alteraciones en la fisiología del sis­
tema nef\~oso simpático de los hombres traumatizados. El psiquíatra
Lawrence Kolb,
por ejemplo, reproducía cintas grabadas con sonidos
de combate a los veteranos
de Vietnam.
Cuando escuchaban las cintas,
los hombres con desorden
de estrés postraumático
mOSTraban un pul-
A. Kardiner y H. Spi.egel, ob. cit., pág. 13.
9 R R Gri.Il..1cer y J. Spiegel, Men Under Stress, Blakeswn, Filadelfia, 1945, págs. 219-220.

68
so más acelerado y una presión arterial más alta. Muchos de ellos se.al­
teraban tanto que pedían que se interrumpiera el experimento. Los ve­
teranos que no padecían el desorden y los que no habían enrrado en
combate podían escuchar las cintas del combate sin alteraciones emo­
cionales y sin mostrar respuestas fisiológicas significativas LO.
~_Una amplia gama de estudíos parecidos han demosuado que los
cambios psicofisiológicos del desorden de estrés postraumático son ex­
tensos y duraderos. Los pacientes padecen
Ull.a combinación de SL'1tO­
mas generalizados de ansiedad y miedos específicos [l. N o poseen un
nivel de alerta «básico» y una atención relajada, sino que tienen un ele­
vado nivel de alerta: su cuerpo está siempre esperando el peligro. Tam­
bién tienen una extrema respuesta de sobresalto a los estí¡nulos inespe­
rados, así como QTla reacción intensa a estímulos específicos asociados
al acontecimiento traumático i2. También parece ser que las personas
traumatizadas no
pueden
«desíntonizar» estímulos repetitivos que re­
sultarían molestos a
ouas personas, sino que responden a cada
repeti­
ción como si fuera un nuevo y peligroso sobresalto ". Este aumento de
la reacción aparece tanto en el sueño como en la vigilia y da origen a
numerosos tipos de alteraciones del sueño. Las personas con desorden
de estrés postraumático tardan más en quedarse dormidas, son más
sensibles al ruido y se despiertan más veces
durante la noche que las
personas normales.
Por lo tanto, los acontecimientos traumáticos pare­
cen reacondicionar el sistema nervioso humano ~.l.1
ID L C. Kolb, «A ~euIOpsychological Hypothesís Explaining PoSt-Tralli-natic Stress Disor­
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che Acousti.c Starcle Response in Post·Tral.l!."TIatic Stress Disorder» [Informe presemado en el
Congreso Anual de la Asociación America.-'1a de Psiquiatría, 0Iueva Orleac"1s (Lusiana), 1991].
:~ L C. Kolb y L. R. Mubpassi, «The Conditione¿ Emouoilal Response: A Subclass oí
Ch:ronic and Delayed Post-Traumatic Stress Disorder», Psychiatn'c Annais 12: 979-987 (1982). 1. M.
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sorder in Vietnam Veterans», Tbe Behaviol" Therapist 8: 9-12 (1985).
EL TERROR 69
INTRUSIÓN
Las personas traumatizadas reviven el hecho como si estuviera
ocurriendo una y otra vez en el presente mucho tiempo después de
que haya pasado el peligro.
No pueden retomar el curso normal de su
vida porque el trauma la interrumpe constantemente. Es como si el
tiempo se parara
en el instanteJEl momento traumático queda codifi­
cado en una forma anormal de ~emoriaJ que aparece espontáneamen­
te
en la conciencia tanto con
formajlashbade en estado de vigilia como
en pesadillas traumáticas
durante el sueño. Rememoraciones pequeñas
y aparentemente insignificantes
pueden evocar estos recuerdos que a
menudo regresan vívidos y
con la misma fuerza emocional del aconte­
cimiento original. Los entornos normalmente seguros pueden percibir­
se como peligrosos, ya que la superviviente no puede estar: segura de
no encontrarse con algún
recuerdo del
trauma.-~
El trauma paraliza el curso del desarrollo~normal porque hace in­
cursiones repetidas en la vida de la superviviente. J anet describió que
sus pacientes histéricas estabaIl dominadas
por una idée
jzxe. Freud,
que luchaba por conciliarse con las aplastantes pruehas' q':;-e existían de
la neurosis de combate después de la Segunda Guerra Mundial, co­
mentó: «Se podría decir que el paciente tiene una fijación con el trau­
ma [ ... ] Esto nos sorprende demasiado poco» ". Kardirler describió la
<<fijación en el trauma;» como uno de esos rasgos esenciales de la neuro­
sis
de combate. Observando que las pesadillas traumáticas
pueden re­
petirse sirl modificación alguna durante años, 'describió los sueños re­
currentes como «uno de los fenómenos más característicos v, al mismo
tiempo, más enigmáticos
que encontramos
en la enfermedad» (6:
Los recuerdos traumáticos tienen una serie de cualidades ÍIlusua­
les. No se aglutinan como los recuerdos normales en una narrativa ver­
bal y lineal que es asimilada en la historia de una vida. J a¡let explicó la
diferencia:
;5 S. Freud, «Beyoild the Pleasure Principie» [1922J. en Standard Edition, vol. 18. HogarJ-l
Press. Londres, 1955, págs, 7·64; elt. en pág. 13.
16 A. KardL'1er y H. Spiegel, ob. cit., pág. 201

70
[La memoria normal], como todos los fenómenos psicológicos, es una ac­
ción; en esenóa es la acción de contar U:.'la hiswria e,,,] Una situación que no se
resuelve saüsraccoria.ileDte l. .. ] hasw que no logremos no solo una reacción
hacía el eXIerior a través de nuestros movh!llemos, sino rambién una reacción ha­
cia el interior a rravés de las palabras que nos dirigirnos a nOSOtros mismos me­
ruame
la
organización de la narración del acontecimiemo a otrOS y a nosouos
mismos, y poniendo dicha narración en su lugar como uno de los captmlos de
nuestra hiswria personal L .. ] Por lo Lamo, en realidad no se puede decir que
aquel que reúene una idea fija de un suceso tenga un "recuerdo" [ ... ] solo de­
C1IDOS que es un "recuerdo traumático" para nuesua propia comodidad» ::-.
La naturaleza congelada y silenciosa de los recuerdos traumáticos
queda capmrada en el retrato que esboza Doris Lessing de su padre,
un vetera..'1O de la Primera Guerra Mundial que se consideraba afortu­
nado por haber perdido solo una pierna mientras que el resto de su
compañía había
perdido la vida en las trincheras de Passchendaele: «Los recuerdos de su infancia y de su juventud, que seguían fluidos, se
vieron ampliados
y crecieron como lo hacen los recuerdos vivos.
Pero
sus recuerdos de guerra quedaron congelados en historias que contaba
una
y otra vez, con las mismas palabras y gestos, en frases estereoripa­
das
[".1 Esta zona negra de él, dominada por el destino, donde no ha­
bía nada cierro más que e! terror, era expresada de forma inarticulada
en breves y amargas expresiones de ira, incredulidad
y
traición» 18
Los recuerdos traumáticos carecen de una narrativa verbal y de un
contexto, y están codificados en forma de sensaciones vívidas e imáge­
nes 1'. Roberr J ay Lifwn, que estudió a los supervivientes de Hiroshi­
ma, desastres civiles y de combate, describe la memoria uaumática
como una «imagen indeleble» o la «huella de la muerre,,20.1l',. menudo
lo que cristaliza la experiencia es un grupo de imágenes en particular,
¡7 P. Jane:, Psychofogica! Heafing [1919J, vol. 1, trad. E. Paul y C. Paul, Macmillan, Nueva
York, 1925, págs. 661·663.
¡d D. LessL.""1g, «lvly Faóer», errA 5maf! Persona! 'foice, Random House, Nueva York 1975,
pág. 87
;9 E. A. Brete y R. OSUOIT, dmagery in Post-Trsumatic S¡:ress Disorder: An Overviev.r>},
American Jouma! oíPsychiatry 142: 417 -424 (1985).
"0 R. J. Lifwn, «Tue Concept oE SUrviVOD>, en 5urvivors, Victims, and Perpetrata?s: Essays on
the Nazi Holocaust, ed,]. E. Dirosdale, Herrüspnere, Nueva York, 1980, págs. 113-126.
·",-",-··.~""""·.~,·,·.""=.=,."",=:.",,.,,,.,,,·;C"'7C;'.~'-·~·~-
EL TERROR 71
en lo que Líflan llama el «horror esenciah~-:; Que se centre intensamen~
te en la sensación fragmentaria, que sea una imagen sirl com:exto, eso
es lo que da a la memoria traumár:ica esa inmensa sensación de reali­
dad. Tim O'Brien, veterano de la Guerra de Vietnam, describe un re­
cuerdo traumático: «Recuerdo el hueso blanco de un brazo. Recuerdo
los trozos de pie!
y algo húmedo y
a..'TIarillo que debían de ser los intes­
Unos. La imagen era horrible, y permanece conmigo. Pero lo que hace
que me despierte veinte años después es Dave Jensen cantando Leraon
Tree mientras tirábamos los reSlOS» 21.
:Los recuerdos traumáticos se parecen a los sueños de los niños pe­
queños en la predominancia de las im~genes y de las sensaciones físi­
cas' yen la ausencia de narrativa verbal~2 De hecho, los estudios reali­
zados con niños nos ofrecen algunos de los ejemplos más claros de
recuerdos traumáticos. La psiquiatra Leonore Terr descubrió que, en­
Ire vemIe niños con hisIorias documenIadas de abuso, ninguno era ca­
paz de hacer una descripción verbal de los acontecimientos que habían
ocurrido antes
de que tuvieran un año y medio o dos y,
sin embargo,
esos recuerdos estaban indeleblemente grabados
en la memoria.
Die­
ciocho de los veinte niños mostraban signos de memoria traumática en
su comportamiento
y en su forma de jugar. Tenían miedos específicos
que estaban relacionados con los acontecimientos
rraumáIicos, y eran
capaces
de reproducirlos con extraordinaria exactitud en sus juegos. Por ejemplo, un niño que había sufrido abusos sexuales por parre de
su canguro
durante sus dos primeros años de vida no era capaz de
re­
cordar, a los cinco años de edad, el nombre de dicha persona. Aún
más, negaba cualquier conocimiento o recuerdo de estos hechos, pero
en sus juegos interpretaba escenas que reproducían exactamente una
película pornográfica hecha por su canguro 23. Este tipo de recuerdo
"' T. O'Brien, ~~How 1:0 Tell a Tme \Y!ar Swry», en The Things they Carried, Houghwn ;\-H­
fin, Bosron, 1990, pág. 89.
I! B. A. Vfu"1 der Kolk, «Tile T rau...rna Spectrum: rhe breracdon oE Biological and Social
Everm in eh.e Genesis OI c...h.e T raUIIla Response», Joumal 01 Traumatic Stress 1: 273-290 (1988).
13 L. Terr, «What Happe.'1s to Early Memories ofTrauma? A Srudy ofTwemy Cl->.ildren Un­
der ,:\ge Five ae the Ti..rne oE Documemed T raumatic Evems», Journai 01 the American Academy 01
ChiZd and,AdoZescent Psychiatr-j 27: 96-104 (1988).

I
72
tan visual y consolidado, típico en los niños pequeños, aparece tam­
bién en los adultos en circunstancias de un terror apabullante.
["Las ínusuales características de la memoria traumática pueden es­
tar basadas en alteraciones en el sistema nervioso central. Una serie de
experimentos con anlrnales demuestran que, cuando circulan altos ni­
veles de adrenalina y otras hormonas del estrés, los rastros de la me­
moria se graban profundamente 2<1. Esa misma grabación trawnátíca de
recuerdos
puede ocurrir en los seres
humanosJEI psiquiatra Bessel varl
der Kolk especula que, en estados
de elevada activación del sistema nervioso simpático se inactiva la codificación lingüística de la memoria
y el sistema nenTioso central recurre a la forma sensorial y a la ieónica
de la memoria que predomina en los primeros años de vida 25:J
Si los recuerdos traumáticos no se parecen a los normales, los sue­
ños traumáticos tampoco son iguales que los normales. En su forma
estos sueños comparten muchos de los rasgos inusuales de los recuer­
dos traumáticos que tienen lugar en estados de vigilia. En ocasiones h'1-
duyen fragmentos del acontecimiento traumático en su forma exacta,
con poca o ninguna elaboración imagLTJ.ativa. A menudo se repiten sue­
ños idénticos. A veces se viven con una cercanía aterrorizadora, como
si estuvieran ocurriendo en el presente. Estímulos ambientales peque­
ños y aparentemente h'1significanles que tienen lugar durante los sueños
pueden ser interpretados como señales de un ataque hostil y despertar
reacciones violentas. Y las pesadillas traumáticas
pueden ocurrir en
fa­
ses del sueño en las que las personas no suelen soñar 26 Por consi­
guiente, los recuerdos traumáticos parecen estar basados en una orga­
nización neurofisiológica alterada tanto en el sueño como en la vigilia.
(Las personas traumatizadas reviven el momento del trauma no
solo en sus pensamientos y en sus sueños, sirlo también en sus accio-
2-1 R PitIIla.c" «Post-T raumatic Stress Disorders, Hormones. anc Memcry"». Biological Psy­
cbiatr}' 26: 221-223 (1989).
21 B. A. va..1"l del" KaIk., ab. eíc.
26 B. A. van der KoIk., R. Blitz, W. Burr y ouos, «Nightmares and Trauma», American Jour­
nal 01 Psychiatry 141: 187·190 (1984); R. J. Ross. W. A. Ball, K. A. Sulliva.cl y otros. «Sleep Distur·
bance as che Hallmark of PoS¡·Traili"TIatic Stress Disorder">~, American Journa! o; Psychúltr)" 146:
697·707 (1989).
ETE&'<.OR 7)
nes:'::Esta reproducción de las escenas traumáticas es más que evidente
en los juegos repetiLÍvos de los niños. Terr hace una diferenciación es­
tre juego normal y los «juegos prohibidos» de los nmos que han sido
traumatizados: «El juego cotidiano de la infancia [ ... ] es libre y fácil.
Es alegre
y despreocupado, mientras que el juego después de un trau­
ma es triste y monótono [ ... ] El juego no se interrumpe fácilmente
cuando está inspirado por un trauma. Y puede que no cambie mucho
con el paso del tiempo.
Al contrario del juego de un niño normal,
el
juego postraumático se repite de forma obsesiva [ ... ] El juego postrau­
mático es tan literal que, si lo distingues, puedes adivi!1ar el trauma sin
que hagan falta muchas pistas más» "-
Los adultos, al igual que los nmos, se sienten empujados con fre­
cuencia a recrear el momento de terror, tanto de ma..nera literal como
disfrazada.
En ocasiones, las personas reviven el momento traumático
empujadas por la fantasía de poder cambiar el resultado de ese
es­
cuentro peligroso. En su intento de invertir el momento traumátÍco.
los supervÍvientes pueden incluso arriesgarse a sufrir más daños. Algu~
nas revisiones son elegidas conscíentem,ente. La superviviente de una
violación, Sohaila Abdulali, describe su empeño en regresar al lugar de
los hechos:
Siempre he odiado la sensación de haber sido derrotada.
Cuat."1do ocurrió
eso tenía una edad muy \,T"ulnerable, diecisiete 6..;.'"105. Debía demostrar que no
me iban a derrotar. Los dos que me violaron me dijeron: «Si volverr::.os a en.
contrarte aquí sola, te lo volveremos a haceD>. Y yo les creÍ. Así que siempre
siento un poco de miedo al caminar por esa calle, porque temo que les veré.
De hecho, nadie que yo conozca caminaría por esa calle de noche, porque no
es segura. Han atracado a muchas personas, y no hay duda de que es peligroso.
y, sir:. embargo, hay una parte de mí que siente que, si no caml\1o por ahí, en­
tonces sí que me habrán derrotado. Así que, con más motivos que cualquier
otra persona, camt"naré por esa calle
2s
.
Lo más frecuente es que las personas traumatizadas se encuentren
reviviendo algún aspecto de la escena del trauma bajo alguna forma
1. Terr, Too Scared to Cry, Harper Collins. Nueva York, 1990, págs. 238·239 y 2.-1-"7.
28 Entrevista a S. Abdulali, 2-rl/.1991.
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74
oculta, sin ser conscientes de lo que están haciendo. La superviviente
de inces-¡:o Sharon Símone narra cómo descubrió que su comporta­
miento arriesgado y peligroso estaba relacionado con su historial de
abusos en la infancia:
Dmame un par de meses esmve jugando a hacer carreras con hombres en
la auropista y finaLrneme me vi involucrada en un accidc-ue de coche. Un ca­
mionero esraba Ll1tentando cortarme el camino y me dije a mí misma, con el
peor de los vocabularios, ni de coña vas a mere m pene en mi carril. ¡Me salió'
así! ;Boom! ;Por las buenas! Fue muy raro.
En realidad no me habIa estado enfrentando al tema del inces1:O. Sabía va­
gamente que fu~í había algo, sabía que tenía que enfremarme a ello, pero no
quería. Súnplemente estaba muy enfadada con los hombres. Así que dejé que
eSle hombre chocara conmigo y fue una escena muy absurda. Estaba realmeme
fuera de comro[ cuando salí
del coche,
enfadadíslt-na con ese hombre. No se lo
comé a mi [empeuea dmame unas seis semanas; sLmplememe lo archivé. Cuan­
do se lo comé, me enÍremé a los hechos. Hice algo muy peligroso. así que pro­
me1:Í que me enÍremaría al tema de mi relación con los hombres 29.
Revivido no es siempre tan peligroso. Algunas revisiones son, de
hecho, adaptativas. Los supervivientes pueden encontrar la manera
de revivir sus experiencias para inIegrarlas en su vida de manera conte­
nida e incluso socialmente útil. El veterano de guerra Ken Smith des­
cribe cómo consiguió recrear algunos de los aspectos
de su experiencia
de combate en su vida civil:
Estuve en Viernam ocho meses, diez días, doce horas y cuarenta y cinco
ffih"1UtOS. Son cosas que recuerdas. Regresé a casa siendo una persona muy Gis­
tima de la que se marchó . .Me puse a trabajar como enfermero de ambulaIlCÍas,
y obtenía mucha satisfacción con ese trabajo. Era casi como una comrnuación
de lo que había hecho en Vietnam, pero en un nivel mucho, mucho más bajo.
No había heridas
de bala, no había quemaduras, no
recia que limpiar he::ridas
en el pecho, ni renía que hacer a.rnpuraciones o quimr merralla. Veía un fion­
rón de urgencias médicas, muchas urgencias por causa de la diabetes, mucha
geme anciana. De vez en cuando había un accidente de uáfico, que era la guin­
da del pastel. Hada que sonaran las sÍreIlaS y sabía que iba a hacer algo, y el
29 Emrevis(a a S. Simone, 7-V-1991.
"·-"·-,,"_'T,,·"P-",O</CC_'''':''W''
EL TER..R.OR 75
subidón de adrenalina que IenÍa en el cuerpo me daba energía para las siguien­
[es cien llamadas ,0.
Hay algo misIerioso en esto de revivir las situaciones. Se sienten
como involunIarias, au..J1 cuando se elige hacerlo de manera consciente.
Tienen urla cualidad tenaz y magnética, pero no son peligrosas. Freud
llamó «compulsión repetitiva» a esta intrusión recurrente de la expe­
riencia traumática.
Al principio la explicó como un intento de dominar
e! acontecimiento traumático, pero esa explicación no le satisfacía por­
que, de alguna manera,
no
consegwa capIurar lo que él denominaba la
cualidad <<demoníaca» de la revisión. Como la compulsión de la repeti­
ción parecía retar cualquier inIentO consciente
y se resistía tan
wzuda­
mente al cambio, Freud dejó de intentar encontrar una explicación
adaptativa que reafirmara la vida, y se vio obligado a apelar a! concep­
tO de «instinto de muerte»);:-';
La mayoría de teóricos han rechazado esta explicación maniqueís­
ta y están de acuerdo con la primera formulación
de Freud. Argumen­
tan que
revivir recurrentemenIe la experiencia uaumática debe repre­
sentar un inte.'lto espontáneo y fracasado de curación. J anet habló de
la necesidad que tiene la persona de «asimilar» y diquidar» la expe­
riencia traumática
y de que, cuando lo consigue, le produce una sensa­
ción
de
«triunfo». En su utilización de! lenguaje, Janet reconocía im­
plícitamente que la sensación de indefensión constituye el insulto
fundamenta! del trauma, y que la cllración exige la restauración de
una sensación de eficacia y de poderlSegún él, la persona traumatiza­
da «sigue enfrentándose a una situación difícil, en la que no ha con­
seguido
desempeñar un pape! satisfactorio, en la que su adaptación
ha sido imperfecta, así
que continúa haciendo esfuerzos para adap­
tarse»
)~1
Teóricos más recientes también interpretan e! fenómeno de la in­
trusión, incluida la reproducción
de las situaciones, como intentos es-
JO b"1rrevista a. K. SmiL.h., 14-Yl-1991.
S. Freud, «Beyond me Pleasure Principle)~, ob. ele
32 P. Janet, ob. cit., pág. 603.

l~
11
: J
I
76
pontáneos de integrar e! acontecimiento traumático. W:l psiquiatra
NIardi Horowitz postula un «príncipio de terminación» que «resume
la habilidad intrínseca de la mente humana para procesar nueva infor­
mación y así poner al día los esquemas internos del ser y del mundo».
Por definición) el trauma destroza estos «esquemas internos>;: Horo~
\vitz sugiere que las experiencias traumáticas no asimiladas se almace­
nan en LUla especie de «memoria activa» que tiene «una tendencia in­
trínseca a repetir las representaciones de contenidos». El trauma tan
solo se resuelve cuando la supervivieme desarrolla un nuevo «esque­
ma» mental para comprender lo que ha ocurrido 3~
El psicoanalista Paul Russell defiende que la experiencia emocio­
nal ygo la cognitiva de! trawna es e! motor de la compulsión de repeti­
ción.tLo que se ~~produce es «lo que la persona necesita sentir para
curar la herida»]]'>ara él la compulsión de la repetición es un intento
de revivir y domh,ar los fuertes sentimientos de! momento traumáti­
co 34. El sentimiento sin resolver más dominante puede ser terror, ira
producida por la indefensión o simplemente e! difuso «subidón de
adrenalina» de estar en peligro mortal]
r Revivir un trawna puede suponer la posibilidad de dominarlo. Sin
embargo, la mayoría de los supervivientes no lo buscan consciente­
mente ni se alegran de ello, sino que más bien lo temen. Revivir una
experiencia traumática, sea en forma de recuerdos intrusivos, de sue­
ños o de acciones, acarrea la intensidad emocional de la situación ori­
ginal. La superviviente se siente a menudo dominada por el miedo y la
ira. Estas emociones son cualitativamente distintas al
miedo o la ira
normales.
Se salen de los parámetros de la experiencia emocional nor­
mal, y superan nuestra capacidad para sentir emociones.::~
Como revivir una experiencia traumática provoca un sufri..miento
emocional tan grande) las personas trallillatizadas se afanan por evitar~
lo. Sin embargo, el esfuerzo de protegerse de los síntomas intrusivos,
;; i Horow-itz, Stress Response Syndromes, Jasan ,--\.ronson, 0J"orr:1vale (Nueva Jersey), 1986.
págs. 93-94.
J~ P. Russell. ({Trauma, Repetition and Affect» [Informe presentado en Psychiatrty Grand
Rounds. Cambridge Hospital, Ca.-nbridge (Massacnusetts). 5-LX-1990].
EL TERROR / I
aunque tiene una intención de autoprotecciÓD, no hace más que agra­
var e! síndromeiPostrawnático, ya que e! intento de evitar reproducir
el trauma con frecuencia tiene como consecuencia el esuechamiento
de la conciencia, que la persona se encierre en sí misma y que su vida
se empobrezca.~\
CONSTRICCIÓN
Cuando una persona está indefensa y resulta inútil cualquier for­
ma de resistencia puede entrar en un estado de abandono. El sistema
de autodefensa se bloquea totalmente.
La persona indefensa escapa de
su situación
no por una acción en el mundo real, sino alterando su
es­
tado de conciencia. Se pueden observar estados parecidos en los ani­
males, que a menudo se «congelan» cuando son atacados. Estas son las
respuestas hacia su
depredador de una presa capturada, o de un
con­
tendiente derrotado en la batalla. Una superviviente de violación des­
vela cómo es su experiencia de este estado de derrota: «¿Alguna vez
has v~sto a un conejo parado ante la luz de los focos de tu coche cuan­
do conduces de noche) Hipnotizado. Como si supiera lo que iba a pa­
sar. Eso es exactamente lo que pasó»". En palabras de otra superv~­
viente de violación, «No podía gritar. No podía moverme. Estaba
paralizada [ ... ] como una muñeca de trapo» 36.
Estas alteraciones de la conciencia son el núcleo de la constricción
o embotamiento,
el tercer síntoma fundamental del desorden de estrés
postraumático.
En algunas ocasiones, las situaciones de peligro
inevita­
ble pueden evocar no solo terror e ira, sino también, paradójicamente,
un estado de extraña calma en la que se disuelven sus angustias. Los
acontecimientos siguen registrándose, parecen estar desconectados de
su significado habitual. Las percepciones pueden embotarse o
disror-
,5 .iY1iti.., femirllsra radical, Nueva York, 1971, elt. en S. Bro\J.'Ilrniller, Agaz"nst OUT Wili: Men.
Woman, and Rape, Simún & Senuster, Nueva York, 1975, pág, 358.
:;6 Cit. por P. Ban y P. O'Bríen, 5topping Rape: Successful 5ur"ditH;zl Strategies, Perga .... non.
Nueva York, 1985, pág. 47.

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78
sionarse, con anestesia parcial o pérdida de sensaciones determinadas.
Puede que el sentido del tiempo quede alterado; a menudo da la sensa­
ción de
que las cosas se mueven a cámara lenta, y la experiencia puede
perder su calidad de realidad normal. La persona puede sentir que el
acontecimienlO
no le está pasando a ella, como si lo estuviera observan­
do desde fuera de su cuerpo o como si
roda la experiencia fuera un mal
sueño del que se despertará poco después. Estos cambios en la percep­
ción
se
combLT1an con una sensación de indiferencia, de extrañamiento
emocional y con una profunda pasividad que hacen que la persona re­
nuncie a toda iniciativa o resistencia. Este estado alterado
de la concien­
cia
puede considerarse como uno de los pequeños regalos de la natura­
leza,
lEla proreccÍón contra un dolor Lflsoportable. Una superviviente
de violación describe este
estado de enajenación:
«En ese momento
abandoné mi cuerpo [ ... ] Me disocié de la indefensión. Estaba de pie
juntO a mí,
yen la cama solo había un cascarón vacío. Lo veo desde un
lado de la cama. Desde ahí es desde donde lo contemplaba»
". Un vete­
rarlO de la Segunda Guerra Mundial habla de una experiencia símilar:
"Como la mayoría de la cuarta, estaba compleramente abotargado, en
un escado de absoluta disociación. Hay una condición [ ... ] que nosotros
ilamábamos la mirada de los dos mil años. Era una mirada anestesiada,
con los ojos abiertos y vacíos de UIl hombre al que todo le da igual. Yo
no había llegado a ese estado, pero el embotamiento era absoluw. Casi
sentía que nunca había entrado en batalla»".
e Estos estados de alejamiento de la conciencia son símilares a los
estados de ¡rance hipnórico. Comparten los mismos rasgos de rendi­
ción de la acción voluntaria,
de la suspensión de la iniciativa y del jui­
cio crítico, de
un alejamiento
subjerivo o calma, de sensación alterada,
con aterimiento
y analgesia, y de distorsión de la realidad, incluyendo
la despersonalización, pérdida de sentido de la realidad y cambio en el
sentido
del riempo)9 Mientras que las percepciones exaltadas que tie-
Cíl:. por R. Warshaw, 1 Never Called it Rape, Harper & Row, Nueva York, 1988, pág. 56.
;S Cir. por \". Fra..nJ:.el y L. Smió, Patton's Best, Hawt..h.orne BOOKs, Nueva York, 1978, pág, 89.
,9 E. f-ijJgard, Divided Consáousness: Muitipte Con:rols in Human Thought and Action, Job:.
Wiley, \"ueva York, 1977.
EL TERROR 79
Den lugar durante los aConteClffilentos traumatlcos se parecen a los
fenómenos de la absorción hipnórica, los Sh-otomas de embotamiento
son símil,ares a los fenómenos complementarios de la disociación hip­
nótica":o ,.:
Janet pensó que la capacidad de sus pacientes histéricas para en­
trar en estados de tra.¡1Ce era la evidencia de UIla psicopatología. Estu­
dios más reciemes han demostrado que la habilidad para entrar en es­
tados hipnóEicos varía según la persona; el trance es una cualidad
normal de la conciencia humana .n,rLos acontecimientos traumáticos
sirven de poderosos activadores de l~ capacidad de entrar en ¡rance
Como señala el psiquiatra David Spiegel, «sería realmente sotprenden­
te que la gente no utilizara de fortna espontánea esta capacidad para
reducir su percepción del dolor durante un trauma agudo»". Sin em­
bargo, mientras que las personas normalmente entran en estados hip­
nóticos en circunstancias comroladas y por elección propia, los es¡ados
de trance traumáticos ocurren de forma íncontrolada, por lo común
sin elección conscienIe.
~
é.iguen siendo un enigma los factores biológicos subyacentes bajo
estos estados alterados,
tanto el trance hipnótico como la disociación traumática.lEl psicólogo Emest Hilgard plantea que la hipnosis «pue­
de actuar de manera paralela a la mortina»';' Se conoce desde hace
mucho tiempo el uso de la hipnosis como sustituto de los opiáceos
~c D. Spiege1, «Hyprwsis, Dissociauon, <L'1d T rall.Gla.>~, en Repressiort and Dissoczaúon: ImpJ!~
cations lor Personality Theory, Psychoparhology and Heahh, J. L Si..'1ger (ec.), Universidad de
Chic.9'go, Chicago, 1990, págs. 121-142.
~: E. Hilgard, ob. cir.
-'2 E. Hilgard, Personality and Hypnosis.' A. 5tudy 01 Imaginative Invoft,'emerJ!, University oE
Chicago Press, Chicago, 1970; R. K. Stutman y E. L. Bliss, «Post-Traumaüc Stress Disorder,
Hypnoci.zabiliry, and Imagery», American IournaJ 01 Psychiatry 142; 741-743 (1985); D. Spiegel,
T
Hum
y H. Dondershine, «Díssociation and Hypnotizabiliry in PO$é-Traumaüc Scress Disor­
der»,
_A_merican ]ouma!
oí Psych'¡atT'j, 145: 301-305 (1988']; J. L. Herman, J. c. Perry y B. A. van
der Kolk, «Chi1.'-lOOd T [auma in Borderline Personality Dísorder», American Journai af Psychiatry
146: 490-495 (1989).
~; D. Spiegel, E. J. Frisch.I:.olz, H. Spiegel, y otrOS, «Dissociation, Hypnotizability, an.d Trau­
ma» (L."lÍorme presemado en el Congreso _A..:."1ual ¿e la Asociación .P' .... ,-.nerican.a de Psiquiatría, San
Fta,.""1.cisco, mayo de 1989, pág. 2).
.;.; E_ Hilgard, ob, ciL, pág. 246.

80
como analgésicos.jTanto la hipnosis como la morfina producen Un es­
tado disociativo en el que se reducen la percepción del dolor y las res­
puestas emocionales normales al doloQ Tanto la hipnosis como los
opiáceos reducen
el sufrimiento de un dolor insoportable sin anular la
sensación. Los psiquiatras Roger
Pitman y Van der Kolk, que han de­
mostrado persistentes alteraciones en la percepción del dolor en los
veteranos de guerra con desorden
de estrés postraumático, sugieren
que
el trauma puede producir duraderas alteraciones en la regulación
de los opiáceos endógenos, que son sustancias naturales
que tienen el
mismo efecto en
el sistema nervioso central que aquellos"¡5.
Las personas traumatizadas que no pueden disociarse espontánea­
mente pueden intentar conseguir efectos parecidos con el alcoholo los
narcóticos. Grirlker y Spiegel, observando
el comportamiento de los
sol­
dados durante la guerra, descubrieron que el hábito incontrolado de
beber aumentaba en proporción a las bajas ocurridas en la unidad
de combate: el uso que los soldados hacían del alcohol parecía ser un
intento de olvidar su creciente sensación de indefensión y terror..l
6
. Pa­
rece evidente que las personas traumatizadas corren un elevado riesgo
de
huir de sus dificultades desarrollando una dependencia con el
alco­
hol y las drogas. La psicóloga Josefina Card, en un estudio sobre los
veteranos
de Vietnarn y sus colegas civiles, demostró que los hombres
que desarrollaban un desorden de estrés postraumático tenían muchas
más posibilidades
de acabar abusando de los narcóticos y drogas
calle­
jeras, Ji de haber recibido tratamiento por problemas con el alcoholo
las drogas después de haber vllelte de la guerra '7 En otro estudio de
cien veteranos con grave síndrome
de estrés postraumático, Herbert
Hendin
Ji Ann Haas observaron que el 85 por 100 desarrollaba graves
problemas con el alcohol y las drogas después
de su regreso a la vida civiL Tan solo el 7 por 100 había bebido mucho antes de ir a la guerra.
"5 R. K Fítman, B. ,;, va,¡ der Kolk, S. P. Orr y otros, «Na.!oxone~Reversibie A,nalgesic Res­
ponse la Combat-Related Stimwi in Posl-Traumaüc Sl:::ess Disorder: A PUO[ Srudy-», Archi"iJes oi
Genera! PS'jchiatr"j 47: 541-547 (1990).
.:.,; R. Grinker y J P. Spiegel, ob. at.
4; ]. J. Card, Liú'es After Vietnam' The Persona! lmpact 01 }¡Ji!itafij Ser,.)ice, D. C. Heaó, Le·
xi.r¡gton CvIassachl1setts), 1983.
El TERROR 81
Los hombres usaban el alcohol y los narcóticos para iTltentar controlar
los síntomas de híperactivación e intrusivos: insomnio) pesadillas, irri~
tabilidad y explosiones de ira. Sin embargo, el abuso de drogas no ha­
cía más que aumentar sus dificultades y les alienaba aún más de los
otros '8 La más amplia ir¡y-estigación de todas, el Estudio Nacional de
Reajuste
de los
Veteranos de Vietnam) contenía hallazgos casi idénti­
cos: el 75 por 100 de los hombres que padecían el desorden acababan
teniendo problemas o dependencia con
el alcohol
'9
Aunque las alteraciones disociativas de la conciencia, o incluso la
intoxicación, pueden ser adaptativas en el momento de la absoluta irl­
defensión, se convierten en maladaptaciones una vez que ha pasado el
peligro. Como estos estados alterados mantienen la experiencia traumá·
tica alejada de la conciencia normal, impiden la hitegración necesaria
para la curación. Por desgracia, los estados disocíativos, como otros sín­
tomas del síndrome postrawnático, resultan ser extraordi.I1ariamente te­
naces. Lillon comparó la «anestesia emocional», universal en los super­
vivientes de desastres y de la guerra) con la «parálisis de la mente»5G.
Los sintemas constrictivos, al igual que los intrusivos, fueron des­
critos por primera vez en el terreno de la memoria. iJ anet obsen/ó que
la amnesia postraumática se debía a «una constricción del campo de la
conciencia» que mantenía los recuerdos dolorosos separados de la con­
ciencia normal} Cuando sus pacientes histéricas estaban en un estado
de trance hipnótico también eran capaces de revivir con todo lujo de
detalles los acontecimientos disociados. ,por ejemplo, su paciente Irene
relataba que había sufrido una
profunda amnesia durante dos meses,
en
el período de la muerte de su madre. En trance era capaz de
repro­
ducir todos los atormentantes acontecLrnientos de esos dos meses, i11-
cluido el momento de la muerte, como si estuvieran ocurriendo en el
P
resente
5t
i:
~,
~3 H. He.'1din y A.. P. Haa5, Wounds o/ -War: The Psychological Aítermafh o/ Combat in +';/iet­
nam. Basic Books, Xueva Yor:..;:, 1984.
~9 R. A. KuIka, W. E. Sd-Jenger, J. A. Fairba:""1k y otros. Trauma and the 'Vietnam W'ar Gene­
ration, Brulh"le!"/MazeL :"-Iueva York. 1990 .
5ü R. J. Lmon, ob. cit.
5, P. Janee L'Efat menta! ¿es hystérz"ques, Féli:x Alean, París, 1911.

82
Kardíner también reconoció que un proceso consuÍcIlvo mantenía
los recuerdos uaumátÍcos fuera
de
la conciencia normal, permiIiendo
que tfLl1 solo un fragmento del recuerdo apareciera como un síntoma
imrusivo. Citaba el caso de UT) veterano de la Marina que se quejaba
de una sensación persistente de aborargamiemo, de dolor y de frío de
cin¡ura para abajo. El paciente negaba
haber tenido experiencias
trau­
máticas durante la guerra. Después de ser preguDIado de manera insis­
rente, y sin utilización formal de la hipnosis, recordó
que su barco se habia hundido y que había pasado horas en el agua helada esperando a
ser rescaLado, pero negaba tener ninguna reacción emocional al acon­
tecimiento. Sin embargo, como informó Kardiner, cuando se le presio­
naba el paciente se aonía agirado, enfadado v asustado:
_ Jo '-' ,
Le señalamos las similiWelC:s entre los síntomas de los que se quejaba e ... ] y
el haber eSwao sumergido en el agua fría de cintura para abajo. Reconoció
que, cuando cerraba los ojos y se permitía a sí mismo pensar sobre sus sensacio­
neS, se seguía L'11aginarldo agarrado a la balsa, medio sumergido en el mar. En­
wnces decía que, mientras estaDa agarrado a la balsa, sus sensaciones era:.'1 ex­
rremadarnente dolorosas y que no pensaba en nada más durante esas horas.
Tarnbién recordó el hecho de que vanos ,hombres habían quedado inconscien­
tes
y se ahogaron. El
paciente evidememente debía el seguir vivo a haber esta­
do (an concentrado en las sensaciones dolorosas que le causaba el agua fría.
Por lo ramo, el símoma represemaba una [ .. J reproducción de las sensaciones
orighiales de estar sumergido en el agua 51.
En este caso, el proceso constrictivo derivó no en una amnesia
compleca, sino en la formación de un recuerdo truncado, vacío de
emoción y de significado. El paciente no «se permitía a sí mismo pen­
sar» sobre el significado del síntoma porque hacerlo sería recordar
[Oda el dolor, el miedo y la cólera de haber escapado por los pelos de
la muerte y de haber sido testigo de la de sus compañeros. Esta supre­
sión vohmtaria de los pensamiemos relacionados con el aconteciInien­
tO traumático es característica de las personas traumatizadas) como
también lo son las formas menos conscientes de disociación.
,:! A. Kardiner '! H. Spiegel, ob. ciL, pág. 128, caso 28 (la cursiva eS mía).
,-,·"~>o~~.,w',,,"","e~'""_''',,,'''"'''',,'''iI,,,"''q,,,,,,,pH.'
EL TElUZOR 83
Los síntomas constrictivos de la neurosis traumática no solo se re­
fieren
al pensamiento, la memoria y los estados de consciencia, sino
también a [Oda el terreno de la acción y la iniciativa. Las personas
traumatizadas limitan sus vidas con la intención de conservar cieno
sentido de seguridad y de comrolar su miedo. Dos
vícIiInas de viola­
ción describen cómo restrirlgieron sus vidas después del trauma:
Me arerrorizaba ir sola a algún sirIo L. .. ] Me semía demasíado indefensa y
demasiado asusrada, así que dejé de hacer cosas L ... ] ~vfe limiraba a quedarme
en casa y a eSBr asustada 53 .
Me cané el pelo. Ko quería resuhar aE"acLiva a los hombres = __ .j Solo que-
, ,. l' . ,
na rener un aspeCIQ neutro c.urame un nempo porque eso me [laCla senur mas
a salvo 54.
El veterano de guerra Ken Smith explica cómo racionalizó la cons­
tricción de su vida que tuvo lugar después de la guerra. Dicha cons­
tricción impidió que, durante mucho tiempo, se diera cuema de lo mu­
cho que el miedo dominaba su vida: «Trabajaba exclusivamente desde
la medianoche a las ocho, o desde las
once a las siete. Nunca entendí el
motivo.
Me preocupaba tamo estar despierto de noche porque me
daba mal rollo tener miedo a la noche. A.hora sé que es así; emonces no
lo sabía. Lo racionalizaba diciendo
que no me controlaban tan[Q, que
tenía más libertad.
No tenía que escuchar los malos rollos que había
demro de la policía, nadie me molestaba, estaba a mi aire» 55.
Los sintomas constrictivos también interfieren con la anticipación y
la planificación del futuro.
Grinker y Spiegel observaron que, durante la
guerra, los soldados respondían a las muertes y bajas en su grupo con
una disminución
de la confianza hacia su propia capacidad para hacer
planes y tomar iniciativas) con creciente superstición y pensamiento má­
gico y con
una mayor dependencia en los
talismanes y augurios 56, Terr,
5; Iv1itL."'1 felT'jpjsra radical, Nueva York, 1971, cir. en Rape: The First SourcebookJoy Women,
N. Connell y C. Wilson (eds.), New Amenca.'! Library, Nueva York, 1974, pág. 44.
5.; Cit. por R. Warshaw, ob. CIt., pág. 33.
55 Entrevista a K. SlT'jili, 1991.
56 R Grinker y J. P. Spiegel, ob. ciL

84
en un estudio sobre nii10S secuestrados, describió cómo después de la
liberación los niños creíaIl que habían tenido revelaciones que les ad­
vertían del acontecimiento traumático. Años después del secuestro, los
niños seguían buscando augurios que les protegieran
y guiaran su com­
portamiento. Y
lo que es peor, años después del acontecimiento. los
niños seguían teniendo
un limitado sentido del futuro.
Cuando se les
preguntaba qué querían ser de mayores, muchos contestaban que
nunca imaginaban o hacían planes de futuro porque esperaban morir
jóvenes)
Cuando evitan cualquier situación que recuerde el trauma pasa­
do o cualquier iniciativa
que signifique planear el futuro o tomar
al­
gún riesgo, las personas traumatizadas se niegan a sí mismas nuevas
oportunidades
para manejar con éxito su situación, algo que podría
mitigar el efecto de la experiencia traumática.
Por lo tanto. aunque
puedan representar un intento de defenderse contra estados emocio­
nales agobiantes, los síntomas constrictivos piden un precio demasiado
alto
por la protección que dan. Restringen y empobrecen la calidad
de vida
y, finalmente, perpetúan el efecto del acontecimiento
traumá­
tico.
LA DIALÉCTICA DEL TRAUMA
Después de una experiencia de peligro abrumador, las dos res­
puestas contradictorias de intrusión y constricción establecen un ritmo
oscilante. Esta dialéctica
de estados psicológicos opuestos es quizá e!
rasgo más característico de los síndromes postraumátícos 58.
Como ni
los síntomas intrusivos ni los
de evitación facilitan la integración del
acontecimiento
traLLTIlático, la alternancia entre estos dos estados ex­
tremos
puede ser entendida como
un intento de encontrar un equili-
,~ L. C. TeE, ~~Chowchilla Revisted: The Effects of Psychic Trauma Four Years AÍter a
Scnool-Bus Kidnapp-i:-1g>~, American Journa! 01 Ps)'Chiatry 140: 1543-1550 (1983).
58 A. KardL,er y H. SpiegeL ob. cit.; M. HorO\ll1.rz. ob. cit.; E. A Breet y R Ostroff, ob. cit.
EL TERc'ZOR 85
brio satisfactorio entre ambos. Pero equilibrio es justaInente algo que
le falta a la persona traumatizada. ;Se encuentra aprisionada entre los
extremos de la amnesia v
de
revivi~ el trauma, entre mareas de senti­
miento Í.IltenSO y abrumador y áridos estados en los que no tiene nirl­
gÚll. sentimiento) entre la acción irritable e impulsiva y una completa
inhibición de la acción. La irlestabilidad que producen estas alternan­
cias periódicas exagera aún más la sensación de incapacidad de prede­
cir
el futuro
y de indefensión de la persona traumatizada 59. La dialécti­
ca del
trauma
es, por consiguiente) potencialmente perpetua: ~
Esta dialéctica sufre una evolución con el paso del tiempo. Al
principio predomina la reexperiencia intrusiva del acontecimiento
traumático
y la
v'Íctima permanece en un estado muy agitado, alerta a
nuevas amenazas.iJ....os síntomas intrusivos surgen principalmente en
los primeros días o semanas después del acontecimiento traumático,
disminuyen hasta cierto
punto entre los tres y los seis meses, y luego
se
atenúan lentamente con el paso del tiempo.
Por ejemplo, en un
estudio a gran escala de víctiInas de violaciones, las supervivientes ge­
neralmente informaron de que sus síntomas intrusivos más graves dis­
minuyeron entre tres
y seis meses después del suceso, pero seguían
sintiéndose ansiosas v
teniendo miedo un año después de la
viola­
ción 6Q~=Otro estudio ~obre las supervivientes de violaciones también
descubrió que la mayoría (80 por 100) seguían quejándose de miedos
intrusivos
un año después
61 Cuando, dos o tres a,'íos después de ver­
las por primera vez en la sala de urgencias del hospital, se volvieron a
poner en contacto con un grupo diferente de víctimas de violación, la
mayoría todavía padecía síntomas que se podían atribuir a aquel he­
cho. Los síntomas más frecuentes de estas víctimas eran miedos espe-
59 Van der Ka&' señala que los sbtomas de ruperactivación del sfndrome de estrés pos;:rau­
mático son cong::-u.en:es con los del sfndrome de abstL.""1er..cia del opio, y postula por el equilibrio
nor;:n.a[ entre los sistemas ce.'1trales adrenérgicos y los opiáceos. Véase su «Inescapable Shock.
Neurocansmitters, an¿ Addiction to Trauma: Toward a Psychobioiogy oE Post:-Trau::natic
Stress»,
Biologic:1Z Psychiatry
20: 314-325 1: 1985")
60 D. G. Kilpatridc L. J. Veronen y P. A. Resick. «The [\..l~erm.ath oE Rape: Recem Empirical
FL."1ciI1gS». American }ournai olOrthopsychiatr¡ 49: 658-669 ;1979}.
61 J. V. Becker, L J. SkiI:ner. G. G. Abel y Otros. «The Effects oE Sexual Assa'-.tl: on Rape
and Attempted Rape VictL.J1s». Victimology 7: 106-113 (1982).
~"'­• ...i
" ii .,
"
)
fié"'!
rol
~
~
~
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~
-
= ~
f.~

86
cíficos del rraurna, problemas sexuales y restricción de las actividades
coüdianas 62.
La herida traumáIica dura aQT1 más tiempo. Por ejemplo, de cuatro
a seis a..í1os después de su estudio de las víctimas de violación en la sala
de urgencias del hospiral, A.nn Burgess y Lynda Ho!mstrom se volvie­
ron a poner en com:acw con las mujeres. Para em:onces, tres cuartas
parres de ellas creí",'1 haberse recuperado. En retrospeniva, alrededor
de
un rercio
(37 por 100) pensaba que les había llevado menos de un
año recuperarse, y un rercío (37 por 100), que había necesitado más de
un año. Pero una mujer de cada cuatro (26 por 100) creía que todavía
no
se había recuperado
53.
Un esrudio holandés sobre víctirnas de secuestros rambién docu­
menta los perdurables efectos de un Qnico acontecimiento traumático.
Todos los rehenes tenían síntomas los primeros meses después de ser
liberados,
yemre seis meses y
un año después el 75 por 100 todavia te­
nía símomas. Cuamo más tiempo habían estado en caurividad, más
síntomas renÍan y más lenta era su recuperación. En un seguimiento a
largo plazo, de seis a nueve años después del acontecimiento, casi la
mirad de los superviviemes (46 por 100) seguían informando de símo­
mas constrícIivos, y un tercio (32 por 100) todavía tenía síntomas rn­
trusivos.f~liemras los símomas de ansiedad general rendían a dismi­
nuir a lo largo del riempo, los síntomas psicosomáricos empeoraban.'.:';
Aunque los sLntomas específicos relacionados con el rrauma pare­
cen desvanecerse con el tiempo, pueden reproducirse íncluso años
después del acomecLmiento a raíz de recordatorios del trauma original.
Kardiner, por ejemplo, describió a
un veterano de guerra que sufría
un
«maque» de síntomas intrusÍvos en el aniversario de un accidente aé­
reo al que había sobrevÍvido ocho años antes 65. En un caso más recien-
~ c. C. Nadelson, M. T. NoC:.-nan, H. Jackson y otros, «A Follow-up Snldy oÍ Rape Vic­
tiros», American ¡oumal o/Psychiarry 139: 1266-1270 (1982.1.
6J A. W. Burgess y L. L. HohnsrroGl, «Adapüve Strategies a..r.td Recovery Erom Rape», Amen:'
cal!. ¡ouma] oÍ PSJchiatry 136: 1278-1282 (1979).
S-l E M. VaL! de:: Ploerd y W. C. Kleiín, ,J3eL.'1g Held Hostage ir:. me Nemerla..rids: A Smdy oÍ
Long-Term Mereffecrs», fournal o/Traumatie Stress 2: 153-170 (1989).
65 A. Kardiner y H. Spiegel, ob. cit., caso 40, págs. 381·389.
EL TERROR 87
[e, las pesadillas y los síntomas inlruSÍVOS aparecían repentinamente, y
con un reuaso de treÍ11ta años) en un vetera,'10 de la Segunda Guerra
Mundial 6".
C· A medida que dismínuyen los síntomas imrusivos, empiezan a pre­
dominar los de evitación o constrictivo(-La persona traumatizada ya
no parece asustada y puede recuperar su anterior forma de vida 67,
pero en ella persisre el mecanismo de despojar los acontecimiemos de
su significado normal, así como la distorsión en el sentído de la reali­
dad. Puede que la victima se queje de fíngir que sigue adelante con sus
quehaceres cotidianos, como si eSluviera observando los acom:ecimien­
ros de la vida diaria con un enorme distanciamiento. Solo la repetida
reexperiencia del momento del terror consigue rraspasar remporal­
mente la sensación de emboramiento y de desconexión. La alienación y
la muerte interior de la persona rraumatizada quedan capturadas en el
clásico retrato que Virginia \'Voolf hace de los vereranos de guerra:
«Hermoso», [su esposa] murmuraba in:vi1:a..'1do a Sepúmus a que mirara.
Pero la belleza estaba derrás de un pa..T1eI de cristal. Incluso el sabor (a Rezia le
gusrab~~ los helados, los chocolates, las cosas dulces) no suponía nL'1gllil pla­
cer para éL Colocó su taza en la pequeña mesa de mármol. !\-liró a ia geme que
había fuera; parecían felices, reuniéndose en mitad de la calle,
gríta..l1do,
rien­
do, peleando por nada. Pero no podía sentir el sabor, no podía semir. En el sa­
lón de
té,
entre las mesas y los parlanchines camareros, el Ierrible temor se
apoderó de él
.. no podía
sentir 68.
\=Son síntomas negativos tamo la restricción de la vida ínterior de la
persona traumatizada como la de su actividad exterior. Carecen de
dramatismo; su importancia radica en lo que falta. Por este motivo, los
síntomas constricrivos no son fácilmente reconocibles y a menudo no
Qé C. van Dyke, N. J. Zillberg y J. A. McKirmon, <<PISD. A .30-year Delay h"l s. 'V/IW II Com­
bar Vererau», American ¡ouma! o/ Psychiatr"j 142: 1070-1073 (985).
,,7 S. Suthedand y D. J. Scnerl, «Pav:ems oE Response A.mong Vicrims oE Rape», American
Journal
oÍ Psychiatry 40: 50)-511 (1970);
E. Hilberma..í, The Rape Victz"m, American PsycruarI'Íc
Press, Washingwo, D. C, 1976; D. Rose «Worse than Dearn: Psycnoeynamics oi Rape Victims
and ~~e Need for Psychmnerapy'.;,>. Amen"can Joumal ofPrychiatry 14.3: 817 -824 (1986).
,s¿ V. ~roolf, !'\lfrs. Dalloway [1925J, Har\/est, Nueva York, 1975, págs. 1.32-13.3.

88
se reconoce su origen en un acontecimiento traumático. Con el paso
del tiempo, a
medida que estos síntomas negativos se
convierten en el
rasgo más predominante del desorden postrallillático, cada vez es más
fácil
ignorar el diagnóstico.
Como los síntomas postraumáticos son tan
persistentes
y tan variados, pueden ser confundidos con rasgos de la
personalidad de la víctima. Este es un grave error porque la persona
con desorden de estrés postraumático irreconocible se ve condenada a
una vida disminuida,
atormentada por el recuerdo y limitada por la
in­
defensión y el miedo. Aquí está, de nuevo, e! retrato que Doris Lessing
hizo de
su padre:
El joven empleado de
oarlC2 que trabajaba t:lJ.~tas horas por taIl poco dine­
ro pero que bailab8., cfu"1taba, jugaba y Üirteaba ' .. este ser oaturaL-nente vigoro­
so y alegre murió en 1914, 1915, 1916. Creo que lo mejor de P.1t padre murió
ell esa guerra, que su espíritu quedó tullido por ella. La gente que he conocido,
especialmente las mujeres que le conocieron de joven, hablan de su ánimo, de
su eeergÍa, de su disfrute de la vida. También de su amabilidad, de su compa­
sión y -una palabra que se repite una y otra vez-de su sabiduría .. No creo
que esas personas hubierfu"'1 reconocido con facilidad al hombre enfermo. lHl­
table, abstraído e hipocondríaco que yo conocí 69.
Tiempo después de que haya pasado e! acomecimiemo muchas
personas trawnatizadas siguen sintiendo que ha muerto una parte de
ellas. Las más afligidas desearían estar muertas. La información más
perturbadora sobre los efectos a largo plazo de los acomecimiemos
traumáticos nos la proporciona un estudio comunitario sobre las victi­
mas de violaciones, realizado con cien mujeres violadas. El tiempo me­
dio que había pasado desde la violación era de nueve años. El estudio
registraba solo los
problemas memales graves, sin prestar atención a
niveles más sutiles de simomatología postraumática. A
pesar de
medi­
das tan extremas como estas, eran evidemes los duraderos efectos des­
tructivos del trauma. Las superviviemes de violaciones se quejaban de
más «crisis nerviosas», de más pensa..rnientos suicidas y de más intentos
de suicidio que cualquier otro grupo. Mientras que ames de la viola-
,,9 D. Lessh""lg, ob. cit., pág. 86.
EL TER.c"ZOR 89
ción no habían tenido más tendencias suicidas que cualquier orra per­
sona, casi
una de cada cinco mujeres
(19,2 por 100) habian intentado
suicidarse después de La violación 7e.
Las estimaciones de suicidios después de un trauma grave están
salpicadas
de controversia. Los medios de comunicación han
~"1forma­
do, por ejemplo, de que hubo más muertes de veteranos de Vietnam
después de la guerra que en combate. Estas informaciones parecen es­
tar muy exageradas, pero, no obstante, los estudios de mortaiidad su­
gieren que el trauma de guerra puede reahnente aumentar el riesgo de
suicidio 7r. Hendin. y Haas encontraron en su estudio de los veteranos
de guerra con desorden de estrés postraumático que una m1.tloría signi­
ficativa había intentado suicidarse (19 por 100) o pensaban constante­
mente en el suicidio (15 por 100). La mayoría de los hombres que te­
nían impulsos suicidas persistentes habían estado expuestos a cruentos
combates. Padecían de un sentimiento de culpa no resuelto sobre sus
experiencias
en la guerra, de ansiedad intratable, de depresión y de
síntomas postraumáticos. Tres de los
hombres se suicidaron durante el
tiempo del estudio
72.
Por lo tamo, la mera «amenaza de aniquilación» que definió el
momento traumático puede atormentar al superviviente mucho des­
pués de que haya pasado e! peligro. No es de extrañar que Freud en­
contrara en la neurosis trawnática signos de una «fuerza demoníaca» 73.
El terror, ira y odio de! momento traumático perviven en la dialéctica
del trauma.
70 D. G. Kilpatric, C. L. BeSe. L. J. Vercnea y otl"QS, «.Ylemal Health Correlates cE CrL."11Ll,u
Vicili-nization: A Random Comrr:.lli-Üty Su~.¡ey», }ouT?lal o/ Consulting and Clinica! Psycho!ogy 53:
866-873 (1985:
7¡ D. A. Pollock, ::Vi. S. R,\o¿es, C. ,'\. Boyle y Otros, «Estimating me NU:'""Dbet oE Suicides ,-\o'TIong
Viecn2ITJ. Veterans».American JournÚ ofP?'jchlatry ld.¡: ¡12-/76 (19"A)).
72 H. Hendin y A. P. Haas, «Suicide lli"ld GuilI as Manuesraüons oE PTSD h¡ Vietnam Como
bae Veterans», American ]ournal of Psychiatry 148: 586-591 (1991).
,5 S, Freu¿. «Beyona w.1e Pleasure PrincipIe». ob. dt., pág. 35.
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3
DESCONEXIÓN
CLos acontecimienros uaumáticos ponen en duda las relaciones huma­
nas básicas. Rompen los vinculos de familia, amisrad, amor y comuni­
dad. Destrozan la consrrucción del ser que se forma y apoya en rela­
ción con los demás. DebiEran los sistemas de creencias que dan
significado a la experiencia humana. Violan la fe de la víctima en un
orden namral o divino, y la condenan a un eSIado de crisis exislenciaf':;
El daño a las relaciones no es un efecto secundario del trauma
como se pensaba al príncipio. Los acontecimientos uaumátícos tienen
efectos
no solo sobre las estructuras psicológicas del yo, sino también
sobre los sistemas de vi11culación y significado que unen al individuo
con la comunidad.
[Ylardi Horowirz define los acontecimientos Irau­
máticos de la vida como aquellos que no pueden ser asimilados con los
«esquemas i.rlternos» del yo de la víctima en relación con el mundo 1~.
Los acontecimientos traumáticos desrruyen los conceptos fundamen­
tales de la vícrima sobre la seguridad del mundo, el valor positivo de la
persona
y el semido de la vida 2. La superviviente de una violación,
Ali­
ce Sebold, da reslÍmonio de esta pérdida de seguridad: «Cuando me
violaron
perdí mi virginidad y casi pierdo la vida. También descarté
M. Horow1tz, Stress Response 5yndromes, Jason <'onson, North...,ale (:\iuevaJerseyl, 1986,
R. Janorr-BuLrnan, «Tne A-t.'!ermat.h. of Vicri .. TT'jzatlon: &buildin.g Sharrered AsslL.'TIpnons»,
en Trauma and les Wake, C. Figley led.), Brun..'1er/:0.fazel, Nueva York, 1985, págs. 15-35.

92
CIertas Ideas que tenía sobre cómo funcionaba el mundo y sobre lo
segura que yo estaba» .3 •
,;o·"El sentido de seguridad en el mundo, o confianza básica, se adquie­
re en los primeros tiempos de vida mediante la relación Con el primer
cuidador. Este sentimiento de confianza
se origina con la propia
vida y
sostiene a la persona a lo largo de su ciclo vital. Constituye la base de to­
dos los sistemas de relaciones y de fe. La experiencia original de cuidado
hace que sea posible que
el ser humano imagiIle un mundo al que
perte­
nece. un mundo hospitalario para la vida humana. La confianza básica
es el cimiento de la creencia en la continuidad de la vida, en el orden de
la naturaleza y en e! orden trascendente de lo divi110'.
En una situación de terror, las personas buscan espontáneamente
su primera fuente de bienestar y protección. Los soldados y las muje­
res \cioladas gritan llamando a sus madres, o a Dios. Cuando este grito
no encuentra respuesta,
se derrumba el sentimiento de
confia..l1za bási­
co. Las personas traumatizadas se sienten absolutamente abandonadas,
absolutmnente solas, exiliadas del sistema humano y divino de cuidado
y protección que mantienen la vida. A partir de ese momento cada re­
lación, desde los vínculos familiares más intiInos a las afiliaciones más
abstractas Con la comunidad y la religión, está dominada por un senti­
miento de alienación y desconexión. Cuando se pierde la confianza, las
personas traumatizadas sienten que pertenecen más a los muertos que
a los vivos. Virginia Woolf refleja esta devastación interior en su retrato
del veterano con trauma de guerra Septimus Smith::
Esto fue entonces revelado a Septimus Smith; el mensaje escondido en la
belleza de las palabras. La señal secreta que una gerleraóón pasa, disfrazada, a
la siguiente es el desprecio, el odio, la desespera..'1za L..] Uno no puede traer
o A. Sebold. «SpeakiI1g of üL¡e Unspeakable», Psychiatric Times, pág. 34 (enero 1990).
" E. Erikson, Childhood únd Soáety, Norrcn, Nueva York, 1950; C. E. Franz y K LVI. 'iJJ'hüe.
«L-::dividuation and Attacnmem
Ln Personalir:' DeveIopment: Extendiog
Erikson's Therorj», e;1
Gender and Personaiity: Curren: PeTspective 011. Theory and Research, A. L Stewart y M. B. Lykes
(eds.), DlL1ce Vniversity Press, Durnarn (Carol:L.-¡a del Norte), 1985, págs. 136-168; J. B. !.\:1iller.
ConnecÚons, Disconnections and Vioia:ions, Swne Cemer Working Paper Series, núm. 3.3.
Wellesley (Massacnuset'"cS), 1988.
DESCOC;EXlC)C;
93
niños a un muneo como este. Uno no pueee perpetU2.r el suErimiemo, ni ayu"
ear a que se reproeuzca.:.'1 esLOS lujuriosos anímales que no tienen emociones
euraceras, solo caprichos y va.:.'1icades. arrastrá.!1doles en lli'1 reIalino dlOra en
esta dirección, a.:.~ora en la otra ~ ... J Porque la verdad es [ ... ] que los seres nlli""11a­
n.os no tienen ni a.:.llabilidad, ni re. ni caridad más allá de aquello que les siri'e
para aumentar el pbcer del momento. Cazal1 en manadas. Sus manadas re­
corren el desierto y hacen que los gritos se desvanezcan el] la l.I1mensidac 5
EL YO DAÑADO
Una sensación segura de conexión con personas que se preocupan
por ti es el cimiento del desarrollo de la personalidad, y cuando se
rompe esta conexión la persona traumatizada pierde el sentido básico
de su yo. Se vllelven a plantear los cont1ictos de desarrollo en la infan­
cia y adolescencia que hacía tiempo que se habían resuelto. El trauma
obliga a la superviviente a revi-,ir todas sus luchas anteriores por tener
autonomía) iniciativa, competencia, identidad e intiInidad.
El sentido positivo del yo de la niña que se está desarrolla..l1do de­
pende del uso benigno que haga su cuidador del poder. Cuando un
padre, que es mucho más poderoso que ella, muestra un respeto hacia
la individualidad
y la dignidad de la
niña, esta se siente valorada y res­
petada. Desarrolla la autoestima. Asimismo desarrolla su autonomía, es
decir, el sentido de su propia individualidad dentro de una relación.
También aprende a controlar y regular sus funciones corporales,
y a
formar y expresar su propio punto de
vista.
ILos acontecimientos trauDláticos violan la autonomía de la perso­
na al nivel de la inregridad corp®ral básica. El cuerpo ha sido irlvadi­
do, dañado, profanado. A menudo se pierde el control sobre las fun­
ciones corporales; en el caos· de la guerra y la violación, esta pérdida de
control a
menudo se cuenta corno el aspecto más humillante del
trau­
ma. Además, en el momento de! trauma, por propia definición, el pun­
to de vista del individuo no cuema para nada. Por ejemplo, en la viola-
5 V. Woolf. Mrs. DalloU'ay Cl925]. Harves¡. 01ueva York, 2975, págs. 134-1.36.
~
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94
ción, el propósito del aLaque es precisamenre demostrar un desprecio
hacia la amonomÍa y la dignidad de la víctima. Por lo tamo. el acame­
cÍmien(o [raumático desIruye la creencia de que uno puede ser uno
mismo en relación con los demá~,~¡
La resolución insatisfactoria de los conflicms de desarrollo norma­
les con respecto a la autonomía hace que la persona tienda a senrirse
avergonzada y a tener dudas. Estas mismas reacciones emocionales
aparecen después de los acontecimientos tralli"'TIáticos. La vergüenza es
una respuesta a la indefensión. a la violación de la imegridad física y la
indignidad sufrida a ojos de ocra persona'. La duda refleja la Lncapaci­
dad de mantener un puma de \~sta propio miemras s~ está vinculado a
Otros. Después de los acontecimienlos traurnáúcos, las supervivíentes
dudan tanto de los demás como de sí mismas. Las cosas ya no son lo
que parecen. El veterano de combate Tim O'Brien describe este pe­
netrante semimiento de duda:
Para el soldado normal L. .. ] la guerra produce la sensación -tiene la rex­
rura espiriwal-de una enorme y Ía.'1[asmagórica niebla, espesa y permaneme.
No hay claridad. Todo es lL.'1 wrbellin.o. Las viejas reglas ya no son \lL'1culames,
las viejas verdades ya no son cierras. Lo cor~ecw se conviene en lo h"l.COrrecw.
El orden se conrunde con el caos, el amor con el odio, lo feo con lo bello, la ley
con la anarquía, lo civilizado con lo salvaje. Los vapores pene!fan en ti. No sa­
bes dónde estás o por qué estás ahí; la úrica certeza es una a..rnbigüedad apabu­
llante. En la guerra pierdes [ti sentido de 10 definido y, por lo lamo, de la ver­
dad en sí misma, y podría decirse que en li.!.""la verdadera historia de guerra nada
es absolmameme cierro 7.
A medida que se desarrolla la niña normal, su creciente competen­
cia y capacidad para la iniciariva se van sumando a la imagen positiva
que tiene de sí misma. La resolución insatisfactoria
de los conflictos
normales del desarrollo con respecIO a la
L'1iciativa y a la competencia
dejan a la persona vulnerable a semimiemos
de culpa e inferioridad.
6 H. B. Lewis, Shame and Guilty ti! ,\¡'eurosis, Inremauor:.al University Press, :\uev-a York.
1971.
7 T. O'Brier:., «How to Tell a True 'X'ar Swr::v», en The Things The"} Cam"ed, Houghton .:v1if­
llixl., Boston, 1990, pág. 88.
DESCONEXIÓ::'-i 95
Por deÍinicióI1, los acontecimiem:os traumáticos frustran la h-uóaüva y
destrozan
la competencia individual.
No importa lo valiente y lo llena
de recursos
que esté la
'líctima; sus acciones fueroD insufícientes para
evitar
el desastre. Después de los acom::ecÍmientos traumáricos las
vícti­
mas revisan y juzgan su propia conducta, y los sentimientos de culpa y
de inferioridad son prácticamente universales_ Roben J ay Lifton en­
com:ró que la «culpa del superviviente» era una experiencia común en
las personas quehabían vivido guerras, desastres naturales o el holo­
causto nuclear'. La violación produce el mismo efecto: son las vícti­
mas, no los violadores, las que se sienten culpables. La culpa puede ser
entendida como un intento de extraer una lección útil del desastre y de
recuperar cierto semido del poder y del comro!. Imaginar que uno po­
dría haberlo hecho mejor puede ser más tolerable que enfrentarse a la
realidad
de estar absolutamente
indefenso'~:
Los sentimienros de culpa son especialmente graves cuando la
supervivieme
ha sido restigo del sufrimiento y la muerte de otras
per­
sonas. El que uno se haya salvado sabiendo que otros han tenido un
destino peor crea un pesado cargo de conciencia. A los supervivien­
tes de desastres y de la guerra les persiguen las imágenes de los mori­
bundos que no pudieron salvar. Se sienten culpables de no haber
arriesgado su propia vida para salvar a otros o de no haber podido
responder a las súplicas de una persona moribunda 10 En combate.
ser testigo
de la muerte de un compañero hace que el soldado tenga
un riesgo particularmente alto de desarrollar un desorden de estrés
postraumático
tI De forma parecida, en un desastre natural, ser testi­
go de la muerte de un familiar es uno de los acontecimientos que con
, R.]. Lifcon, «Tne Concep[ oÍ the Survivor», en 5uTlJivors, Victims, and Perpe,rl1tors: Essays
on the 0"azi Holocaust, J. E. Dimscale (ec.), Hemisphere, Nueva York, 1980, págs. 113-126.
9 RJa,."1.offBuhnan, ob. Cle.
LO R.]. Lirr:on, Death in Lrfe: Survz'vors OÍ Hiroshima, Simon & Scnusrer, Nueva York, 1967:
J. L. Titcnener y F. T. Kapp, «FamllY and Character Change at Bu.,.'=falo Creeb, American Iourna!
01 Psychiatry 133: 295-301 (976); K T. E.rikson, Everything ,n !ts Path: Dest"Tucúon o/ Commu­
núy in the Buffalo Creek Flood, Si.\"T10n & Schuster, NUeva York, 1976.
N. Breslau y G. Davis, {-:Post-Traumaric Srress Disorder: The EIiologic Specificü:y ofWar­
lllTIe Stressors», American ]ournal o/ Psychz"atry 144: 578-583 (1987).

96
más probabilidad dejarán al superviv-iente con un síndrome traumáti­
co
duradero
,'-
La violación de la conexión humana y, consiguientemente, el ries­
go de un desorden postraumático son más elevados
cuando la
supeni­
viente no ha sido una mera testigo pasiva, sino también una participan­
te activa
en
U11a muerte violenta o en una atrocidad 13. El trauma de la
exposición al combate se hace aún más fuerte cuando la muerte violen­
ta ya no puede ser racionalizada en términos de un valor o un significa­
do más elevados. En la Guerra de Vietnam los soldados llegaron a es­
tar profundamente desmoralizados cuando la victoria en la batalla era
un objetivo imposible y la medida del éxito se convirtió en el número
de muertes. tal
y como queda ejemplificada en el recuento de
cadáve­
res. Bajo estas circunstancias. lo que hizo a los hombres más vulnera­
bles al daño psicológico no fue simplemente estar expuestos a la muer­
te, sino su participación en actos de destrucción maliciosa y sin
sentido. En un estudio sobre los veteranos de Vietnam) un 20 por 100
de los hombres admitió haber sido testigo de atrocidades durante su
servicio en Vietnam,
y otro 9 por
100 reconocía haber cometido perso­
nalmente dichas atrocidades. Años después de haber regresado de la
guerra, los hombres con más síntomas eran aquellos
que habían sido
testigos o habían participado en la violencia abusiva
14. Otro estudio
confirmó estos hallazgos, descubriendo que cada
uno de los hombres
que reconocían
haber participado en dichas atrocidades tenía
desor­
den de estrés postrau.'Ilático más de una década después de haber aca­
bado la guerra 15
,2 B. L GreeI!,J. D. Ln¿y,:Vi. C. Grace y ot;:-os. «Buffalo C:eek Sun;ivors in the Secon¿ De­
cade: StabililY
oE
Stress Symptoms». American Journat 01 Orthopsychiatry 60: 43-54 (1990) .
• 3 0;. Speed. B. Engdahl. J. Schwanz y orfOS. «Post-Traumatlc Stress Disorder as a Coose­
ql1ence
oE u\e POW Experience». }ourna¿ 01 NeT'v'ous ami
Mental Disease 177: 1447 -1453 (1989);
D. Fay. R. Sipprelle. D. Rueger y otros. «E¿oiogy or Post-T raumanc Stress Disorder h:. Viemfu'TI
Veterfu'1S: Analysis oi Premilitary. Y1ilitary and Combat Exposure Influences», }ourna! el Consul­
ting ami Clinica! Psycholo!!,.y 52: 79-81 (198-f}.
:~ R. S. Laurer. E. Brete y .ivl. S. GalJops. «Symptom Patterns Associated \l¡-lth Post-T raumatic
Stress Disorder a,."TIoog Viemam Veteraos Exposed to War Trauma», American }ournaZ 01 Psy­
chiatr} 142: 1304-1311 (1985).
,5 ~. Breslau y G. Dav-ls, ob. cir.
DESCO'\EXIÓ' 97
r'La creencia en un mundo con sentido se forma en relación con
los ~'tros y comienza en los primeros años de vida. La confianza bási­
ca que se adquiere en las primeras relaciones íntimas es la base de la
fe. Elaboraciones posteriores del sentido de la ley y la justicia se de­
sarrollan durante la infancia en relación tanto con los cuidadores
como con los iguales. Cuestiones más absIractas sobre el orden del
mundo, el lugar del individuo dentro de la comunidad y el sitÍo que
ocupa la raza humana dentro del orden natural son preocupaciones
normales de la adolescencia
y del desarrollo adulto. La resolución a
estas preguntas
de significado exige el compromiso del individuo
con
la comunidad".~';
Los acontecL-nientos traumáticos, una vez más, destrozan la sensa­
ción
de conexión entre el
LfJ.dividuo y La comunidad, creando una crisis
de fe. Lifi:on descubrió que, después de haber experimentado desas­
tres y la guerra, eran reacciones habituales una permanente descon­
fianza hacia la comunidad
y una sensación
«falsificada» del mUll.do 16.
Un veterano de la Guerra de Vietrlam describe cómo perdió la fe: d'io
era capaz de racionalizar en mi mente que Dios pudiera dejar que mu­
rieran hombres buenos.
Había acudido a varios ... sacerdotes. Estaha
ahí sentado con
un sacerdote y dije:
~'Padre, no entiendo esto; ¿cómo
deja Dios que mueran nmos pequeños? ¿Qué es esto, esta guerra, esta
mierda) Tengo todos estos amigos que están muertos" [ ... J El sacerdo­
te me miró a los ojos y dijo: "No lo sé, hijo mío; nunca he estado en
una guerra". Yo le dije: "No le he preguntado por la guerra; le he pre­
guntado por Dios"» "-
El daño a la fe del superviviente y a la sensación de comunidad es
especialmente grave cua11do los propios acontecLrnientos traumáticos
implican una traición a relaciones imporrantes. La hl1aginería de estos
acontecimientos cristaliza a menudo alrededor de
un momento de
trai­
ción, y es esta ruptura de la confianza lo que confiere su poder emo-
,6 RJ. Lilion, «((oncepe oE "-'":te Sun·'ÍV00>, ob, ciJ.,: R. J. L±on. Home from ¡he War 'V:'2,nam
Veterans: Neither Victims nar Executloners. Sim.on & Schuster, Nueva York. 1973.
.7 Cit. en M. NOrrDa,." These Good Men: Fn~ndships Forged 'Xrar, Cro'W"D, :-¡ueva Yo:-k.. 1989.
pág. 24.

98
cional a las imágenes im:rusivas. Por ejemplo) en la psicoterapia que
hizo Abram Kardiner al veterano de la i'Vlarina que había sido rescata­
do en
el mar después de que su barco se hundiera) se mostró especíal­
meme disgustado cuando reveló que
se había semido defraudado por
los suyos:
«El paciente se mOStró muy agirado y empezó a sudar profu­
sameme; su ira estaba causada
por incídemes relacionados con el
res­
cate, Habían esrado en el agua alrededor de unas doce horas cuando
un destructor les recogió. Evidentemente) los primeros rescatados fue­
ron los oficiales que estaban en los botes salva\~das, Los ocho o nueve
hombres que se aferraban a la balsa en la que estaba
el pacieme
tuvie­
ron que esperar en el agua durante seis o siete horas más hasra que lle­
gó la ayuda» lS.
Los oficiales fueron recogidos primero, aunque estaban relativa­
meme a salvo
en los botes salvavidas, miemras que los soldados rasos
fueron ignorados
y algunos de ellos se ahogaron mientras esperaban
a ser rescatados. Aunque Kardiner aceptaba
este procedimiento
como parte de la jerarquía militar normal, el pacieme estaba horrori­
zado de haberse dado cuema de que era prescindible para su propia
geme, El desprecio de los rescatadores hacia la vida de este hombre
le resultaba más traumático que el ataque enemigo, el dolor físico de
estar sumergido en el agua fría, el miedo a morir y la pérdida de los
Otros hombres que compartieron con él este sufrimiento, La indife­
rencia de los rescatadores destruyó su fe en la comunidad, Como
consecuencia de este acontecimiento) el paciente mostraba no solo
síntomas postraumáticos clásicos, sino también muestras
de
a±ucción
patológica, relaciones rotas y depresión crónica: «De hecho, tenia
una reacción profunda a cualquier tipo de violencia y no podía ver
cómo otros eran dañados, heridos o amenazados [--,J [Sin embargo]
afirmaba que de repente senIÍa ganas de pegar a la gente y que se ha­
bía vuelto muy agresivo con su familia. Comentó: "ivle gustaría estar
muerto; hago sufrir a todos los que me rodean"" 19
IS A. Ka.rdiner '/ H, Spiegel, War, Stress and Neuroác Wnes (ed. rev. The Traumaác Seuroses
Of\'!7dT), Hoeber, Nueva York, 1947, pág. 128.
l~ Ibídem, pág. 129.
DESCONEXIÓN 99
La naturaleza contradictoria de las relaciones de este hombre es
algo
común en las personas
traumatizadas, Debido a su dificulcad
para modular la ira intensa, las víctimas oscilan entre incontroladas
expresiones de ira y la intolerancia hacia la agresión de cualquier
tipo. Es decir, por una parte, este hombre sentía compasión y un afán
de protección hacia los demás y no podía soponar la idea de que al­
guien pudiera sufrir daño, y por otra) era explosivo e irritable hacia
su familia. Su propia inconsistencia era una de las causas de su tor­
mento.
~Oscilaciones parecidas tienen lugar en la regulación de la intinlÍ­
dad, El trauma empuja a las personas a rehuir las relaciones de in­
timidad y, al mismo tiempo, a buscarlas desesperadamente, La
['rofunda ruptura de la confianza básica, los sentimientos de culpa,
vergüenza e inferioridad,
y la necesidad
de evitar los recordatorios
del trauma que podría.'1 encomrar en la vida social, todos esros ele­
mentos favorecen que rehúyan las relaciones cercanas, Sin embargo,
el miedo al acontecimiento traumático intensifica la necesidad de re~
laciones de protección, Por ello, la persona traumarizada con fre­
cuencia fluctúa entre aislarse y aferrarse ansiosamente a los demás.
La dialéctica del
trauma no solo funciona en la vida interior
de la su­
perviviente, sino rambién en sus relaciones más ínIÍrrlas. Una supervi­
viente de violación describe cómo el trauma modificó su sentido de
conexión con los demás: «No hay manera de describir lo que estaba
ocurriendo en mi interior. Estaba perdiendo el control y nunca, en
toda mi vida, había estado tan aterrorizada e indefensa, Sentía como
si se le
hubiera dado una patada a todo mi mundo y me hubieran
de­
jado Hotando, sola, en la oscuridad, Tenía horribles pesadillas en las
que revivía la violación [ __ ,J Me aterrorizaba estar con gente y me
aterrorizaba estar sola» 20~
Las personas traumatizadas sufren daños en las estructuras básicas
del yo, Pierden la confianza en sí mismas, en otras personas, yen Dios,
Su autoestima se ve asaltada por experiencias de humillación, culpa e
:0 Cit. e..'1 R. Warshaw, I Ne-r.JeY Called It Rape, Harper & Row, ~ueva York, 1988, pág. 68.

100
indefensión. Su capacidad para la intimidad se ve comprometida por
intensos 'y' contradictorios sentimientos de necesidad y miedo. La iden­
tidad que habían formado antes de! trauma queda irrevocablemente
destruida. La víctima de 'violación Nancy Ziegenmayer testifica sobre
esta pérdida del
yo:
«La persona que yo era la mañana de! 19 de no­
viembre de 1988 me fue arrebatada a mí y a mi ramilia. Nunca volveré
a ser la misma durante el resto de mi vida» 2l .
VULNERABILIDAD y RESISTENCIA
Eí determinante más poderoso del daño psicológico es e! propio
carácter
del acontecimiento traumático. Las características de la
perso~
nalidad ínrnvidual cuentan poco en circunstancias de acontecimientos
domillBntes y abrumadores 22. Hay una relación sencilla y directa entre
la gravedad del trauma
y su impacto psicológico, tanto si este se mide
en términos de número
de personas afectadas como en la irltensidad y
duración de!
daño 2J. Estudios sobre la guerra y los desastres naturales
han documentado una «CliDia dosis-respuesta»: por la que cuanto ma~
yor es la exposición a los acontecimientos traumáticos, mayor es el
porcentaje de población con síntomas de desorden de estrés postrau-
~ . ) ..
matICO»-~.
En e! estudio nacional realizado sobre la reinserción de los vetera­
nos de Vietnam a la vida civil, los soldados que cumplieron servicio en
e! país asiático fueron comparados con los que no habían sido asigna-
2! Ct. en]. 5chorer. Jt Ccu¿dn't Happen lo me: One Woman's Storj, Des Maines (Iowa) (Des
Maines
R!?gister, reect. en 19901. pág.
15
" B. L Green, M. C. Grace, J. D. Lindy y otros, «Risk Factors for PTSD and Orher Diagno­
ses in a General Sample oE Vie~r:.am Vete:-ans», American ]ournai of Psychiatry 174: 729·733
{1990l.
23 R S. Lauie. y otros, «5ymptom Pauerns ... », ob. cit.:}. Card, Uves Alter F,únam: The Per­
sona! Impact of;'vWitary 5emice, D. C. Heth, Lexh,gton GvIassachusetts!. 1983.
]" J. H. Shore. E. L. T atum y 'i'l/. M. Voll"Jel", «Psychiatric Reac;:lons to Disaster: Ihe Moun.t
Se, Helens Experience», American Joumal o/ Psychiatry 143: 590-596 (1986),
DESCO"EXIÓ" 101
dos al teatro de la guerra, así como con civiles. Quince años después
de que terminara la guerra, más de un tercio (36 por 100) de los vetera­
nos de Vietnam que habían estado expuestos a duros combates todavía
seguían cualificándose para un diagnóstico de desorden de estrés pos­
traumático.
En contraste, solo padecían el desorden el 9 por
100 de los
veteranos
que habían estado expuestos moderadamente al combate,
un 4 por
100 de los veteranos que no habían sido enviados a Vietnam
y
un 1 por
100 de la población civil "-Aproximadamente e! doble del
número de veteranos que todavía tenían el síndrome en el momento en
que se realizó el estudio habían tenido síntomas en algún momento
desde
su regreso. Habían sufrido el síndrome postraumático aproxi­
madamente tres de cada cuatro hombres que habían estado expuestos
a duros combates
26.
No hay ninguna persona inmune si se ve expuesta lo suficiente al
acontecimiento traumático. Leonore Ten, en su estudio de los niños
que
habían sido secuestrados y abandonados en una cueva,
descu­
brió que todos tenían síntomas postraumáticos, tanto en los momen­
tos inmediatamente posteriores
al acontecimiento como cuatro años
más
tarde. Aunque los niños resultaron físicamente ilesos, el ele­
mento de sorpresa, la amenaza de muerte y la deliberada e
inescru­
table maldad de los secuestradores contribuyeron al grave impacto
del acontecimiento"-Ann Burgess y Lynda Holmstrom, que en­
trevistaron a las supervivientes de violación en las urgencias del
hospital,
encontraron que, inmediatamente después del ataque,
to­
das las mujeres tenían síntomas de síndrome de estrés postraumá­
rico 28.
25 R A. Ku.lka, '(il. E. 5chJenger,]. A. Fairbank y orras. Nationa! l/ietnúm Í/eteran Reúd­
justmen! Stud:v (NV1/PS): Executive 5ummary, Researcn Triangle Ins<:itute, Research Tdangle
Park (Carolina del ~o;:-te), 1988.
JI; Cálculo de T erence Keane, director de la División de Ciencia Conductlsta del Cent"o :\"a.
cianal del 55FT (V.';' Haspiral, Bastenl. T odavfa no se ha analizado por compieco la prevalencia
del S5PT en el estudio de los vetera...-lOS de guerra.
27 L. Terr, Toa 5cared lo Cry, Haz?erCollins, Nueva YorK, 1990.
28 A. \Yl. Burgess y L. L. Holmstrom, «Rape Trauma Syndrome», Am!?rican Joumal of Psy.
chiatry 231: 981-986 (1974).

102
Estudios de seguimiem:o indican que, si se comparan con las
vÍcümas de OtrOS delitos, las supervivientes de violación tienen al­
tOS niveles de persistente síndrome de estrés pos traumático 29. Estos
efectos malignos de la violación
no resultan sorprendentes si se
tie­
ne en cuema la profanación física, psicológica y moral de la perso­
na. El propósito del violador es aterrorizar, dominar y humillar a su
vícIima, dejarla indefensa, Por lo ¡amo, la violación esIá, por natu­
raleza, intencionadamente diseñada para producir uauma psicoló­
gICO.
Aunque la posibilidad de que una persona desarrolle un desorden
de esués postraumático depende pri.11cipaLmente de la naturaleza del
acontecimiento traurnáúco, la diferencia individual juega UT} papel im-
d . 1 [ d' l' , "" ponante para eterrnmar a lorma que a oprara e cesorcen, 1 '\JO nay
dos personas que tengan reacciones idénticas ante un mismo aconteci­
miento. A pesar de sus muchos rasgos constantes,
el síndrome
traumá­
rico no es igual para IOdos. Por ejemplo, en un estudio realizado sobre
los vereranos de guerra con desorden de estrés posrraumátíco, el pa­
trón predominame de símomas de cada hombre estaba relacionado
con su historia personal de la infancia, con sus conilieros emocionales
y con su estilo de adaptación. Los hombres con tendencia a tmer un
componamiento asocial solían tener sÍTltomas predomina.rnes de irrita­
bilidad e ira, mientras que los hombres que tenían altas expectativas
morales de sí mismos y
un fuerte senti.miemo de compasión hacia los
demás tenían más posibilidades de tener sintomas
predominames de
depresión
30.
Hasta cierto pumo el impacIO de los acontecimiemos traumáticos
también depende de
la elasticidad de la persona afectada. Aurlque los
estudios sobre los veteranos de la Segunda
Guerra Mundial han
de­
mostrado que cada hombre tenía su «punto de ruptura», algunos se
25 N. B,eslau. G. C. Daís, P. Andreski y 0::'-05, ~<Traumaric Ever:Is and Pos[-Traumatlc
Scress Disorder in an Urba.c."1 Popu1aclor:. oE YOlli"1g Aduhs», Archives o/ General Psychiatry 48:
216-222 (1991),
)(1 H. Hendi.'1 y A. P. Haas, VC'ounds 01 War.-Tbc Psychological Afte-nnath 01 Combat in Viet­
nam, Basic Books, Nueva York, 1984.
DESCO"iEXIÓ" 103
«rompían» con mayor facilidad que otros 31. Solo una pequeña minoría
de personas excepcionales parece ser relarivamente invulnerable
en
si­
tuaciones extremas. Estudios realizados sobre diversas poblaciones
han alcanzado condusiones parecidas: los individuos resistentes al es­
rrés parecen ser aquellos con alta sociabilidad, un estilo de manejar la
vida reflexivo y adaptativo, y una fuerte percepción de su capacidad
para controlar su destino 32. Por ejemplo, cuando se hizo un segui­
miento
de un gran grupo de
ni.i1os desde su nacimiento hasta llegar a la
edad adulta, aproximadamente un niño de cada diez demostró UIla ca­
pacidad inusual de soportar un emorno adverso temprano. Esws niños
se caracterizaban por un temperamenro despierto y acrivo, una socia­
bilidad inhabitual, una gran capacidad para comu.nicarse con los de­
más y un fuerte sentido de su capacidad para determinar su propio
destino, lo que los psicólogos llaman «!ocus interno de control»)3. Se
han encomrado capacidades parecidas en personas que muestran una
especial resistencia a la
enfermedad o una enorme fuerza de ánimo
ante las tensiones
de la
vida normal)4.
Durante acontecimientos estresantes, las personas muy fuertes san
capaces de aprovechar cualquier oportunidad para emprender una ac­
ción decidida en conjunción con otras, miemras que la gente normal
queda paralizada con mayor facilidad o aislada por el miedo. La capa­
cidad para conservar las conexiones sociales o estrategias activas, in­
cluso cuando uno se enfrenta a UTla situación extrema, parece proteger
hasta cierto
puma a las personas contra el desarrollo posterior de
sin­
dromes postraumáticos. Por ejemplo, entre los superviviemes de un de-
31 R. Grh:.ker y J. Spiegel, }¡len Under Stress, Blakeswn, Filadelfia, 1945.
52 M. Gibbs, «Facw[s i.:.-1 che V¡crlm Ihac Mediare Bet\lleen Dis:asrer a."1d Psycnopa::h.ology: A
Revie\1,l», Iournal ofTraumatic Stress 2: 489-514 (1989); S. S. Lumer y E. Zigler, «Vuinerabiky me
Compecence: A Review oE Researen 01'.. Resilience in Chilhooc», American ¡ouma! o/Orrhopsy­
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Press, Washington, D.C., 1987, págs. 217-232.

104
sastre marítimo) los hombres que consiguieron escapar cooperando
con otros mostraron posteriormente pocos L1l.dióos de desorden de es­
trés postraumático. Aquellos que se habían «congelado y disociado»
solían mostrar más síntomas después. También tenían muchos sínto­
mas los «rambos», hombres que se habían lanzado a una acción impul­
siva
y aislada
y no se habían unido a otros 35.
Un estudio realizado con diez veteranos de Vietnam que no habían
desarrollado
el síndrome de estrés postrau.¡nático a pesar de haber
esta­
do continuamente expuestos al combate, demostraba una vez más la
tríada caracterÍstÍca
de estrategias de adaptación activas y orientadas a U.¡O objetivo, fuerte sociabilidad y locus i.¡oterno de control. Estos hom­
bres extraordinarios se habían centrado conscientemólte en conservar la
calma,
el juicio, la conexión con los demás, los valores morales y su
sen­
tido del significado incluso en las condiciones más caóticas del canopo
de batalla. Para ellos la guerra era «un reto peligroso al que había que
enfrentarse mientras
se luchaba por seguir
vivo» y no una oponunidad
para demostrar su hombría o una situación en la que eran victimas in.de­
fensas 36 Luchaban por construir un objetivo razonable para las acciones
que llevaban a cabo
y por comunicar esta idea a los demás. Mostraban un
alto nivel de responsabilidad hacia la protección tanto de los demás
como de sí mismos,
evitando riesgos Íllnecesarios y, en ocasiones, cues­
tionando órdenes que consideraban equivocadas.
Aceptaban el miedo
en ellos mismos
y en otros, pero se
esforzabfu"l por superarlo preparán­
dose lo mejor que podian para él. Tanobién se esforzabfu"l por no ceder
ante
la ira, que consideraban peligrosa para la supervivencia. En un
ejér­
cito desmoralizado que favorecía las atrocidades, ninguno de estos hom­
bres expresaba odio o fu"lS;a de venganza hacia el enemigo, y ninguno de
ellos cometió violaciones, torturó, asesL."1Ó a civiles y prisioneros, o muti­
ló a los muertos.
Las experiencias
de las mujeres que se han encontrado con un
vio­
lador sugieren que las mismas características de resistencia pueden
35 A. Holen. A Long-Term Outcome Study ofSurvivOTS from Dúaster, University or Oslo
Press, Osio (i<oruega), 1990.
}6 H. HencS-;,g y A. p, Haas, ob. de, pág. 214.
DESCO:';EXlÓi' le5
proteger hasta cierto punto. Las mujeres que se mantuvieron calma­
das, utilizaron muchas estrategias activas y lucharon al máxL-no de su
capacidad no solo lenÍan más posibilidades. de tener éxito frustrando
la violación, si.no que tenían menos posibilidades de padecer graves
síntomas incluso aunque, finaL-nente, sus esfuerzos fracasaran. A dife­
rencia de ellas, las mujeres que
quedaron inmovilizadas por el miedo
v
se sometieron sin forcejear no solo tenían más posibilidades de ser vio­
ladas, sino también de ser autocríticas y estar deprimidas después de:
suceso. Sin embargo, la alta sociabilidad de las mujeres era a menudo
una desventaja
y no una ventaja durante un
inlento de violación. :vlu­
chas mujeres intentaron apelar a la hurnanidad del violador o estable­
cer algún tipo de conexión empática con éL Estos intentos fueron, casi
universalmente~ inúIiles 3/.
Aunque las personas más resistentes tienen más posibilidades de
sobrevivir ilesas,
ningún atributo personal de la \ictima es suficiente
por sí mismo para oftecer urla protección fiable. El factor más
impor­
tante citado mayoritariamente por los supervivientes es la buena suer­
te. rvIuchos son conscientes de que el' acontecimiento traumático po­
dría haber sido mucho peor y que podrían haberse «roto» si el destino
nO les hubiera salvado. En ocasiones, los supervivientes atribuyen su
supervivencia a la imagen de
una conexión que consiguieron conservar
incluso viéndose enfrentados a
una situación extrema, aunque también
son conscientes de que esta conexión era frágil y podría haber sido
destruida
con facilidad.
Un joven que sobrevivió a un intento de asesi­
nato describe el papel jugado por dicha conexión:
Tuve suerte en varios aspectos. Al menos no me violaron. No creo que hu­
biera podido sobrevivir a eso. Después de que me aplli"'1alaraIl y me dejaran por
muerto, de repente tuve una imagen muy poderosa de mi padre. Me di cuem2.
de que ilO me podía morir porque le causaria demasiado sU±ili-memo. Tenía
que reconciliarme con él. Una vez que hube decidido seguir \i"ieildo ocurrió
una cosa increíble. Visualicé el nudo alrededor de mis muñecas, aUi1que mis
manos estaban atadas detrás de la espalda. Me desaté y me arrastré hasta el pa·
¡-P. Ban y P. O'Brieu, 5topping Rape: 5uccessfd Su-r,JivaL Strategies, Pergac--non. :\üeva York.
1985.
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106
siUo. Los VeCh'"lOS me encomraron jusw a ci.empo. CrlOS ml.o""J.uws más y hubiera
sido demasiado :arde. La vida me dio una segunda oportunidad 3'3
Aunque algunos íIldíviduos con recursos pueden ser especialmen~
Le resisrentes a los malignos efectos del trauma, los índividuos que es­
tán al orro extremo del especuo pueden ser muy vulnerables. Como
cabe esperar, los que más peligro corren son aquellos que ya están in­
defensos o desconeCTados de! resto. Por ejemplo. los soldados más jó­
venes y con menor educación que fueron enviados a Víernam tenÍa...ll.
más posibilidades que aIraS de verse expuestos a experiencias exuemas
de guerra. También había más posibilidades de que IUvieran
menor
apoyo social a su regreso a casa
y, por consíguiente, menos posibilida­
des de hablar sobre sus experiencías de guerra con amigos o familiares.
\~o resulta sorprendente que estos hombres corrÍera..'1 un gran riesgo a
desarrollar
un desorden de estrés
postraumárico. Los soldados que ya
renÍan un desorden psicológico am:es de ser env-1ados a Vietnam reman
más posibilidades de desarrollar una amplia ga.ma de problemas psi­
quiátricos a su vuelta, pero esra vulnerabilidad no era específica del
síndrome postraumático 39. De forma parecida, las mujeres que renÍa..ll.
desórdenes psiquiátricos antes de ser violadas padecían reacciones
pos traumáticas especialmenre graves
y complicadas
40. Los aconteci­
mienros traumáticos de la vida, como arras desgracias, son especial­
meme crueles con aquellos que
ya tienen problemas.
Los niños y los adolescentes,
relarivamente indefensos si los com­
paramos con los adulws, también son especialmente vu1,erables al
daño ". Los esrudios sobre niños v1crimas de abusos demuestran que
hay una relación inversa emre el grado de psicopatología y la edad de!
comienzo del abuso ". Los soldados adolescentes tienen más posibili-
)3 Entrevista B. elyde, 1988.
.l9 B. L. Greer:. y ocros, «BuHalo Creek Survivors .. », ob. cIt.
.;0 A. \'jI. Burgess y L. L. HoLrnstrom, «Adapcive 5rraregies a..'1d Recave!"y from Rape», Amer,·­
~'an foumal ofPsyc.6iatry 136: 1278-1282 (1979).
'1 M. Gibbs, ob. cir.
"2 A. H. Green, «Dimensions Di Psycnologícal Trauma in Abused Children», foumal 01 ¡he
American Association 01 Child Ps/chiatT)1 22: 231·237 (1983).
DESCONEXIÓN 107
dades que sus compañeros adultos de desarrollar un sí"drome de es­
trés posuaumático en combate~), y las niñas adolescentes son especial ~
meme vulnerables al trauma de la violación". La experiencia de Ierror
e indefensión durame la adolescencia pone en peligro las tres tareas
adapIativas normales de esta fase de la vida: la formación de la idemi­
dad, la separación de la familia de origen y la exploración de un mun­
do social más amplio.
El combate y la violación, las formas pública y privada de violen­
cia social organizada, son esencialmem:e experiencias de la adolescen~
cia y de la primera vida adulta. El ejército de Estados Unidos recluta a
jóvenes
de diecisiete años; la media de edad de los soldados de
Viet­
nam era de diecinueve años. En muchos otros países, los chicos son re­
clutados para el servicio rniliIar cuando son adolescemes. Los últimos
años
de la adolescencia es e! período en que hay más riesgo de ser
vio­
lado. La miIad de todas las víctimas tienen veinte o menos años en el
momento de la violación; rres cuanas partes tienen entre trece y veinti ~
séis años". En realidad se puede decir que el período de mayor vulne­
rabilidad psicológica es también el período de mayor exposición trau­
mática, tanto para los hombres jóvenes como para las mujeres. Por lo
tanto, la violación y el combare pueden ser considerados ritos sociales
complementarios
de iniciación a la violencia coercitiva que está en el
corazón
de la sociedad adulIa.
Son las formas paradigmáticas de trau­
ma para mujeres y hombres, respectivamente.
~3 B. A. van de!" Kolk, «Tue TratLrna Spectn.!.m: The b.teracüor:. oE Biological and Social
Events in me Genesls oE ú'"J.e T raur"a Response», Iouma.! o/ Traumatic Stress 1: 273-290 (1988):
R. A. Kulka y orros, ob. cit.
0;"; A. W. Burgess, «Sexual Vi.ctimizaüon oE Adolescems», en Rape and Sexual AJsault: A Re­
search Handbook, A.,.,n W. Burgess (ed'), Garland, Nueva York, 1985, págs. 123-138; S. S. Age·
ton, «Vulnerabiliry to Sexual Assault», en Rape and Sexual Assault, vol. 2, PUln ~-r.. Burgess (ea.).
Cariand, Nueva York, 1988, págs. 221·244.
45 D. E. H. Russell, Sexual Exploitaúon, Sage, Beverly Hills (California), 1984.

108
EL EFECTO DEL APOYO SOCL>\L
Como los acontecimientos traumáticos invariablemente dañan las
relaciones, las personas que forman
pane del mundo social del
supervi­
viente tienen el poder de influir sobre e! resultado eventual de! tra\hua 46
Una respuesta comprensiva de otras personas puede mitigar el L111pacto
del acontecimiento, mientras que una respuesta hostil o negativa puede
multiplicar el daño y agravar el síndrome traumático.:!r, Las supervivien­
tes son muy \iulnerables después de los acontecirnientos traumáticos de
su ,ida. Su sentido de! yo ha quedado destrozado y solo puede ser re­
construido tal y como se construyó: en conexión con los demás.
El apoyo emocional
que buscan las personas traumatizadas en su
familia, amantes y amigos íntimos
adquiere muchas formas y cambia
durante el curso de la resolución del trauma. En el tiempo
inmediata­
mente posterior al trauma) la principal tarea es reconstruir alguna for­
ma mínima de confianza, y para ello son de extrema importancia la
reafirmación de seguridad
y la protección. La
superviviente, que a me­
nudo ¡jene miedo a quedarse sola, anhela la mera presencia de una
persona comprensiva. Como ha experimentado ya la sensación de ab­
soluto aislamiento, la superviviente es intensamente consciente de la
fragilidad de las conexiones cuando uno se enfrenta al peligro. Necesi­
ta reafirmaciones claras y explícitas de que no volverán a dejarla sola.
En e! caso de los hombres que luchan en una guerra, la sensación
de seguridad la representa el
pequeño grupo de combate. Los hombres
dependen los unos de los otros en condiciones prolongadas de peligro,
y
e! grupo desarrolla una fantasía companida de que su lealtad y
devo­
ción mutuas pueden protegerles de! daño. Llegan a temer la separación
más
que a la muene. Los psiquiatras militares de la Segunda Guerra
Mundial descubrieron que separar a los soldados de sus unidades
mul­
tiplicaba enormemente e! trauma de estar expuestos al combate. El psi-
"6 B. L. Green, r p, Wilson y J. D. Lindy, «Conceptualizing POSt-T raumatic Stress Disorder:
A Psychosocial Framework», en C. Figley, ob. c1r:.
~7 R. B. Flfui.nery, «Social SUPPOri: an¿ Psychological Trauma: A Methodological Review»,
Joumal ofTTaumatü: Stress 3: 593-611 (1990).
DESCO:-';EXlÓ: 109
quiatra Herbert Spiegel describe esta estrategia para conservar los V1..i'1CU­
los y recuperar la sensación de seguridad básica enEe los soldados del
frente: «Sabíamos que el soldado estaba perdido cuando se le separaba
de su unidad. Así que sí veía
que alguien se
eSlaba viniendo abajo, le
daba la oponunidad de pasar la noche en la zona de cocinas porque es·
taba un poco alejada, pero todavía permili""1ecía dentro de la unidad. Los
cocÍ..í1eros estaban allí. Les decía que durmieran, incluso les daba alguna
medicación
para dormir, y era como mi unidad de rehabilitación. La
neurosis traumática
no ocurre
irLmediatamente; en sus fases iniciales tan
solo se expresa como confusión
y desesperanza. En ese período, si el
entorno
fu'"1L.--na y apoya a la persona, puedes el/itar lo peor»':8.
Cuando e! soldado regresa a casa no suelen surgir problemas de
seguridad y protección. En el caso de desastres civiles y delitos norma­
les, la fili--nilia lll.mecliata y los amigos de la víctLrna normahnente se mo­
vilizan para proporcionarle refugio y seguridad. En la vl01encía sexual
y doméstica) no obstante, la seguridad de la V1ctÍIna sigue estando a..rne­
nazada después del ataque. Por ejemplo, en la mayoría de casos de vio­
lación) la víctima conoce al violador: es un conocido, un compañero
de trabajo, un amigo de la familia, un marido o un amante". Además,
el violador a menudo tiene un estatus superior al de la victima dentro
de su comunidad y puede que las personas más cercanas a la victima
no corran a ayudarla. Incluso puede ocurrir que la comunidad sea más
comprensiva con e! violador que con ella. Es posible que la dctima
tenga que retraerse de algmla pane de su mundo social para huir de su
,iolador y puede que acaben expulsándola de una escuela, un trabajo
o
un grupo de iguales.
Una adolescente superviviente de una violación
describe cómo fue rechazada: «Después de esto, todo fue cuesta abajo.
A las demás niñas les prohibía..,., que yo fuera a sus casas, y los chicos se
me quedaban mirando en la calle mientras iba al colegio. Me quedó
una reputación que me marcó durante el resto del instituto» 50.
-'8 Emrevis¡:a a H. SpiegeL 14-V-1990.
-'9 D. E. H. RusseU. ob. tit.
50 j\,.liún femirllsta radical. 0ueva York. 1971: cir. por S. Brownmiller . .Against OUT WiL
Men, Women, and Rape, SL.-non & Schuster. Nueva York. 1975, pág. 364.

110
Por lo rauco, los sentimientos de miedo, descon±la:.'lza y aislamien­
w ce la superviviente pueden verse acentuados por la incomprensión o
abierta hostilidad de aquellos a los que pide ayuda. Cua.¡1do el violador
es un marido o un novio, la persona traumarizada es la más vllL'1erable
porque a quien normalmente acudiría a pedir ayuda y protección es
precisamente la fuenre de peligro.
En contraste, si la
supen.riviente riene la suerte de tener una familia
que la apoya, o una pareja y amigos que la
comprendan, sus cuidados y protección pueden tener una fuerte int1uencia curativa. Burgess y
Holmsrrom, en su estudio de seguimiento de las VÍClimas de violación,
informaban de que el tiempo necesario para recuperarse dependía de
la calidad de las relaciones Íl1LÍ.lnas de la persona. Las mujeres que las
¡enían estables con una pareja solían recuperarse más rápidamente
que
aquellas que no las
renían". De forma parecida, Otro estudio observa­
ba que las supervivientes de v-iolación que tenían menos sím:omas eran
las que habían tenido una mayor experiencia en las relaciones íntiInas
y amorosas con hombres 52.
Cuando se ha resTaurado la sensación de seguridad básica, la
superviviente necesíra la ayuda de los demás para reconsIruir una
\/lsión positiva de su persona. Es necesario recuperar la regulación
entre intimidad y agresión que ha sido alterada por el trauma. Para
ello es imprescindible que los demás demuestren cierta tOlerancia a
la
necesidad fluctuante de la superviviente de cercanía y distancia, y
muestren respeto hacia sus intentos de restablecer la autonomía y el
auto controL
No es necesario que los demás
Toleren explosiones in­
controladas de agresión y, de hecho, dicha tolerancia es contrapro­
ducente, ya que no hace más que aumentar la carga de culpa y ver­
güenza de la vícrima. En realidad, la restauración de la amoeslÍma
requiere el mismo tipo de respeto hacia la amonomía que impulsó
el desarrollo original de la amoestÍma en los primeros años de
vida.
5: "'1.. \Y/. Burgess y L L HoLrnstrom, ~<Adaptive Strateg¡es ... », ob. cit.
51 D. G. Kilpatrick, L. J. Veronen 'j C. L BeSe, d'acrors Predicüng Psycnological Disw:ss
:\.rnong Rape VicUm.s», en Egley, Trauma and lts Wake
DESCO:\EXIÓ: 111
Muchos soldados que regresaron de la guerra hablan de sus difi­
cultades COfi la intimidad y la agresión. El veterano de combare Mi­
chael Norman da fe de estas dificultades: «Inquiero e irritable, me
comportaba mal. Buscaba la soledad y luego recriminaba a mís amigos
que se alejaran de mí [ ... 1 Ladraba a mi hijo que me adoraba y reñía a
mi mejor aliada, mi mujer»)}. Este tipo de testimonios aparece con fre­
cuencia en los esmdios. La psícóloga]osefina Card señaló que los vete­
ranos de Viemam expresaban con frecuencia que cenían dificultades
para llevarse bien con sus mujeres y novias o para sentirse emocional­
meme cerca de cualquiera. En esre aspecto había ,-ma clara diferencia
con sus compañeros
que no habían ido a la guerra
54. Otro estudio so­
bre la reínserción de los veteranos de VietnalTI documentaba un pro­
fundo impacto del trauma de guerra. Los hombres con síndrome de
estrés postraumático se casaban menos, tenían más problemas cony'U­
gales y con los hijos, y se divorciaban más que aquellos que habían es­
capado sin sufrir el desorden. Muchos se aislaban o recurrían a la vio­
lencia con los demás. Las mujeres veteranas que sufrían el mismo
desorden demostraban problemas parecidos en sus relaciones íntimas
aunque raramente recurrían a la violencia 55.
En una especie de círculo vicioso los vereranos de guerra con fa­
milias poco comprensivas parecen correr un altO riesgo de padecer
persistentes sÍl1tomas pos traumáticos, y aquellos que rienen desorden
de estrés postraumático alejan aún más a sus familias 56 En un estudio
sobre las estructuras sociales de apoyo a los soldados que regresaban a
casa,
el psicólogo Terence Keane observaba que, míentras
estaban en la
guerra, rodas los hombres
perdían alguIlas de las conexiones
impor­
tantes de su vida civil. Los hombres sin síndrome de estrés postrau­
mático recuperaban gradualmente sus conexiones de apoyo cuando
volvían a casa. Sin embargo, los hombres que sufrían el sÍl1drome per-
5; M. Norrnar:., Tbese Good }¡[en ... , ab. cit ,pág. 5.
j~ J. r Card, Uves Afrer Vietnam, ob. cíe.
55 R. A. KuLl.;:a y otros, N'vrvRS, ab. cit-
"6 J. S. Frye y R. A. Scockton, «S;:ress Disorder í.,."'1 Viema..'1'. "í/eterans», Amf!rican ¡ouma!' o/
Psycbiatry 139: 52-56 (1982).

I~
1,
~i
J:
:00
112
sistente no podían reconstruir las conexiones sociales y, a medida que
pasaba
el tiempo, sus estructuras sociales se deterioraban aún más
57.
El daño de la guerra puede, de hecho, verse irlCrementado por la
amplia tolerancia social hacia la desconexión emocional y la agresión
h'1conuolada de los hombres. Las personas más cercanas al veterano de
guerra traumatizado pueden no saber enfrentarse y recrllnL..'"1ar su com­
portamiento, permitiéndole demasiado espacio para sus explosiones de
ira
y su aislamiento emocional. Esto no hace más que agravar su senti­
miento de inadaptación y de vergüenza, y lo aleja de sus seres queridos,
Las normas sociales de agresión masculina también producen una con­
fusión permanente en los veteranos que intentan crear relaciones farni­
liares pacíficas y
carmosas, La trabajadora social Sarah Haley cita a un
veterano con síndrome de estrés postraumático que había conseguido
casarse y tener una familia y ernpezó a padecer una intensa recurrencia
de los síntomas cuando su hijo empezó a jugar con juguetes bélicos: «Creía que podría manejarlo, pero la ma.iíana de Navidad, un muñeco
Gl Joe y una ametralladora de juguete fueron el detonante de todo [ ... ]
Lo habíamos pasado mal con
el
niño, que tenia tres años, y no sabía
cómo solucionarlo l.,,] Supongo que fui un ingenuo, Todos los niños
pasarl por esa fase) pero realmente me afectó porque había estado así en
Vietnam, Pensé que yo le había hecho así y que yo tenia que hacer que
cambiara» 58.
A este hombre le preocupaban las crueldades gratuitas que había
cometido
cuando estaba en el ejército, y le decepcionaba el hecho de
que nadie en una posición de autoridad se lo hubiera
iInpedido, Su
irritabilidad en casa le recordaba su anterior agresividad incontrolada
en Vietnam. Avergonzado tanto
de sus actos pasados como de su
com­
portamiento en el presente, se «sentía como un mal padre» y se pre­
guntaba si merecía tener una familia, Este hombre, como muchos
;, T. :'vL Keane. S. W. üw-en. G. A. Charoya y otros. «Social Support L.:. Viet.n.arn Veren!.D.S
"'With PTSD: A Comparative A-:lruysis». Journai o/ Consulting and Chnicai Psycholo&.,'V 53: 95-102
(198.5),
5~ S. Haley, «The Viema¡'TI VeceraIl aL'1¿ His Pre-Sóool Child: Child-Rearbg G.S a Delayea
Stress in Combat Vetera.:.is», ¡ouma! ojContemporary Psychotherapy 41: 114-121 (1983).
DESCO\:EXIÓ\: 113
otros veteranos de guerra, luchaba con los mismos temas de agresión y
autocontrol a los que ya se enfrentó cuando era un niño de parvulario.
El traurna de guerra había deshecho cualquiera que fuera la resolución
de estos temas en sus primeros años de vida.
Las mujeres traumatizadas por su vida sexual y doméstica luchan
con temas parecidos de autorregulación. Sin embargo, a diferencia de
los hombres, sus dificultades pueden verse agravadas por la poca tole­
rancia de las personas que más cerca están de ellas. La sociedad es
poco permisiva hacia la mujer tanto si se encierra en sí misma como si
expresa sus sentimientos_ Intentando ser protectores, la fa..rnilia, la pa­
reja o los amigos pueden ignorar que la superviviente tiene la necesi~
dad de recuperar su sensación de autonomía. Después de un aconteci­
miento traumático, los miembros de la familia pueden decidir qué
acciones tomar e ignorar los deseos de la superviviente quitándole, una
vez
más, el poder
jo. Pueden demostrar poca toleraIlCia a su ira o absor­
berla en su propia búsqueda de venganza, Este es el motivo de que las
supenlivientes duden con frecuencia abrirse a los miembros de su fa~
milia) no solo porque temen que no vayan a comprenderla, sino tam­
bién porque temen que su reacción eclipse la suya, Una superviviente
de violación narra cómo la reacción in.icíal de su marido la hizo sentir­
se más ansiosa y fuera de control: «Cuando se lo conté a mi marido
tuvo
una reacción violenta, Quería ir detrás de esos
tipos, En ese mo­
mento yo estaba muy asustada y no quería que se enfrentara a esa gen­
te. Se lo hice saber claramente, Por fortuna, me escuchó y se mostró
dispuesto a respetar mis deseos» 60.
Reconstruir la sensación de control es especialmente problemático
en las relaciones sexuales, Después de una violación, prácticamente la
mayoría de las supervivientes declaran tener alteraciones en sus ante­
riores patrones sexuales. La mayoría desea alejarse del sexo completa-
5? 1. S. Foley, «Family Response tO Rape 2..<,d Sexual Assault». es Rape ana' Sexua! AssauZt:
A Research Handbook, A. Burgess (ed.), págs. 159-188; e E,ikson, «Rape and the Fa;nily'», er:.
Treating in Famities, C. Figley (ed,), BnlJ.,-ner/)'lazel, 0íueva York 1990. págs, 257-189.
6.j Cit. en «lf 1 C2..<l Sürv"Íve ü1is ,,». Bostan Area Rape Crisis Cemer. CaIT'.bridge (Massachu­
setts), 1985. Cinta de vídeo.

114
mente dUlfu'T¡:e algún tiempo. Incluso después de que se restablezcan
las relaciones LflIÍInas, los problemas en la vida sexual se curan muy
lent:amente éL. Durante el acto sexual, las supervivientes a menudo se
reencuentran no solo con eSIÍJ.llulos específicos que producen flash­
bac.ks, sino tfu'TIbién con un sentimiento más general de estar presiona­
das o coaccionadas. Una superviv1.ente de violación narra cómo la reac­
ción de su novIO la hizo sentirse víctima una vez más: «Nle desperté
durante
la noche y me encontré a mi novio encima de
mí. i\1 principio
creí que [el violador] había vUelIO, y semí pánico. Mi novio me dijo
que solo estaba intentando volver a "acostumbrarme" para que no fue­
ra frígida durarlte e! resto de mi vida. Estaba demasiado agotada para
luchar o discmir, así que le dejé hacerlo. Durame e! sexo mi mente es­
taba completa..rnente en blanco. No sentÍ nada. Al día siguiente hice mi
último examen; hice las maletas
y me marché. Rompí con mi novio
du­
ra..flte ese verano» 62.
Debido a las arraigadas normas de permisividad hacia los hom­
bres' muchas mujeres están acostumbradas a complacer los deseos de
sus parejas y a subordinar los suyos propios, incluso en el sexo consen­
suado. Sin embargo) después de una v"Íolación muchas supervivientes
descubren que
ya no pueden soportar esa situación.
Una superviviente
de violación debe establecer una sensación de autonomía y aurocomrol
para reclamar su propia sexualidad,
y para ello necesita una pareja que
coopere, que sea sensible y que no espere [ener sexo
cuando lo exija.
La recuperación de una percepción
posiciva del yo incluye no solo
una sensación renovada
de autonomía dentro de la conexión) sino
también
un renovado
respew por uno mismo. La superviviente necesi­
ta que los demás la ayuden a superar su sensación de vergüenza y a ela­
borar una valoración justa de su componamiemo, y las ac!iwdes de las
personas más cercanas a ella son esenciales para que lo consiga. Los
61 C. C. l\'ade1son, M. 1. ;-'¡orma.:.'l, H. Zackson '! otroS, ~(A Follow-Cp Srudy oE Rape Vic­
rims», American Iournai o/?SJchit1!ry 139: 1266-~270 (1982); J. V. Becker, L.]. Sk1'--'."ler, G. G. Abel
Y otros, «TiII!.e-Lirnited L'1erapy wió Sexually Dysfunctional Sexually Assaulred \Vomen», Jour­
na! Social 1,'(7 or.k and Human Sexualú:y 3: 97 -115 (1984).
-ó2 Oc. en R Warshaw, ob. cit., pág. 76.
DESCONEXIÓN 115
juicios realistas disminuyen los sentirnÍentos de humillación y culpa, y)
conuaríamem:e, la crítica dura e ignora..l1te, o la aceptación ciega, no ha­
cen sino agravar la culpa
y el aislamiento de la superviviente.
Los juicios realistas incluyen
el reconocimiemo de las [erribles
cir­
cunstancias del acom:ecímiento traumático y la gama normal de las
reacciones
de la vicrima. Incluyen además el reconocí..miento de los
di­
lemas morales de la persona que se erurema a algo con un poder de
elección limitado, así como el reconocí..miento del daño psicológico y la
aceptación
de un largo proceso de recuperación.
A diferencia de estos,
los juicios críticos negatívos a
menudo imponen una
vi.sión preconce­
bida ramo de la namraleza del acomecizniemo traumático como de la
gama de respuestas apropiadas. Y aceptar ingenuamente dichas opi­
niones itllplica descartar las cuestiones de juicio moral, alegando que
dichas preocupaciones
no tienen
importa..l1cia alguna en circunstancias
de limitada libertad
de elección. No obstante, las emociones morales de
vergüenza
y culpa no desaparecen ni siquiera en estas situaciones.
La cuestión del juicio
es fundamental para recuperar la sensación
de conexión entre el veterano de guerra y las personas cercanas a él. El
\'eterano está aislado no solo por las imágenes de! horror del que ha
sido tesIigo y del que ha formado pane, sino rambién por su estatus es­
pecial como iniciado en e! culto a la guerra. El veterano piensa que
ningún civil, y desde luego ninguna mujer o niño, puede comprender
que ha estado cara a cara
con el mal y la muerte.
Comempla al civil
con una mezcla
de idealización y de desprecio:
es, al mismo riempo,
inocente e ignorante. Él ha violado e! [abú del asesinato. Lleva la mar­
ca de Caín, Un veterano de Vietnam describe cómo se sentía contami­
nado:
La ciudad
no podía hablar y no quería escuchar. «¿Te gustaría que re ha­
blara de la guerra?», podría haber preguntado, pero el lugar solo hubiera pes­
tañeado y se hubiera encogido de hombros. ~'o re..'1Ía memoria y, por lo ~a..."1ro,
no tenía culpa. Se pagaba..l1 los L.'npuestos y se camaban los VOtoS, y las mstim­
ciones del gobierno haclfu"1 su rrabajo con eficacia y educación. Era una ciudad
eficaz
y educada.
No sabía una mierda de la mierda, y no le imeresaba saberlo.
[El ve[erano] aprendió y se preguntó qué podría haber dicho sobre el te..-rna. Él
conocía la mierda. Era su especialidad.
En especial el olor, pero también
las
~

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EL
116
variedades de texeura y sabor. ,,'\lgÚD día daria UIla conferencia sobre el tema.
Se pondría li...'1 ;:raje y corbata, se levaIltarÍa delante del dub Ki.rY.-"fullS y hablaría
a esos gilipollas de toda la mierda que conocla, Quizá también repartiría algu­
nas muestras 63.
Esa idea del veterano apartado de los demás es compartida con
demasiada frecuencia
por los civiles que se contentai1 con idealizar o
despreciar el servicio que prestó en el ejército, evitando conocer con
detalle en qué consistía ese servicio.
Si existe algún apoyo social hacia
el hecho de que se hagan públicas las historias de guerra, normalmente
esta narración queda restriilgida a los propios veteranos
de guerra. Las
historias de guerra se conservan entre los hombres de una misma
épo­
ca, que están desconectados de la sociedad en general, que incluye dos
sexos
y muchas generaciones.
Por lo tanto, la fijación en el trauma -la
sensación de un momento congelado en el tiempo-puede verse per­
petuada
por unas costumbres sociales que favorecen la segregación de
los guerreros del resto de la sociedad
6".
Las supervivientes de violación encuentran también dificultades
parecidas con
el juicio
social, pero por motivos distintos. También ellas
pueden verse estereotipadas. Las actitudes rígidas
y críticas son algo
generalizado,
y las personas más cercanas a la superviviente no son
inmunes a ellas. Maridos, novios, amigos
y familia, todos ellos tienen
ideas preconcebidas de qué es una violación
y cómo deben reaccionar
las víctimas. Existe un inmenso abismo entre la experiencia real
de las
supervivientes y los conceptos preestablecidos sobre la violación, yeso
crea en ellas una gran sensación de duda. Los veteranos que regresan a
casa
pueden sentirse frustrados por la
visión ingenua y poco realista
que sus falnilias tienen de la guerra, pero por lo menos disfrutan de
cierto reconocimiento
por haber estado en combate. Esto
nO ocurre en
el caso
de las víctimas de una violación. Muchos de los actos que las
S3 1. O'Br.ien. The Things They Ca-rried, ob. cit., pág. 163.
;~ R. Grbker y J. Spiegel.lvIen UnderStress, ob. cít.: A Scnuetz. «The Homecomer», A...meri­
can Joumal olSoáoiog;y 50: 369·376 0944-45); R J. LifwI!. Home Imm lhe War, ob. cit.: C. Fí­
gley y S. Levantm2n \.eds.), 5trangers at Home: Vietnam \/eterans Sinee the War, Praeger, :-'¡-'ueva
York, 1980.
DESCO'iEXIÓ' 117
mujeres viven como una terrible violacÍón pueden no ser considerados
como tales, incluso por personas cercanas a ellas. De esta manera, las
supervivientes se ven en la encrucijada de tener que elegir entre expre­
sar su PWl.to de vista o seguir conectadas con los demás. En estas cir­
cunstancias, muchas mujeres tienen dificultades incluso para
poner
nombre a su experiencia 65
< Si queremos crear una conciencia, la pri­
mera y más fundamental tarea es, sencillamente, llamar a la violación
por su nombre,S6.
Las actitudes sociales convencionales no solo no reconocen la ma­
yoría de violaciones como tales, sino que además las interpretan como
relaciones
de sexo consentido, y consideran que la
'VÍctima es la res­
ponsable. De esta manera las mujeres descubren una terrible disloca·
ción emre su experiencia y la construcción social de la realidad 67 Las
mujeres aprenden que, con la violación) no solo han sido violadas, sino
también deshonradas. Se las trata con más desprecio que a los solda­
dos derrotados,
ya que no existe el reconocimiento de que han
perdi­
do lli"'1a batalla injusta. Se las culpa de traicionar sus propios estándares
morales y de haberse dejado derrotar. Una superviviente describe
cómo la criticaron
y culparon:
«Era tan terrible que [mí madre] no
creía que me habían violado. Estaba segura de que me
lo había
busca­
do [ ... J [Mis padres] me lavaron el cerebro de tal manera de que no
me habían violado que iIlcluso empecé a dudarlo. O realmente quería
dudarlo. La gente decía que a una mujer no la violan si ella no
quiere» 68. Las respuestas comprensivas de las personas más cercanas a
55 11/1. P. Koss., «Hidden R2pe: Sexual Agg:cesslon and ViC"illnizatÍon i,.--¡ a Naüonal Sarr,pLe of
Studens of :H:igner EducatioM, en Rape and Sexual Assault, vol. 2, A. IYJ. Burgess (ed.), Garlae'1d.
?\uev2 York. 198/, págs. 3~26. De las mujeres de este estudio que ¿enlli"1ciaron un . .tncideme de
sexo forzoso que e:s.caj2oa con. la defL.'1ición legal de violacíón. rae"1 solo llij 27 })OI" 100 ¿escribió
su experiencia corno «definitivae-nente una violación».
S6 Esta lucha básica con la defL.-úción queda renejada e,--¡ los dtulos de ,nuchos textos recien·
tes sobre la violación, por ejemplo. S. Estrich, Real Rape, Han;ard Driversit;; Ptess, Carnbridge.
1987;:'vI. P. Koss, HirMen Rape ... , ob. cÍt., y R Warsnaw, ob. cit.
ó; S. Esdch, 00, cit.: C. ?vfacKic'1.rlOn, «FemirJsm, :\larxisffi, Method ae"ld óe Staee: T oward
Fem1."11st jurispn¿e.'1ce»), S¡'gns: Jouma! 01 Women in Culture and Sodet}' 8: 635·658 (1983),
fE Milli-: fern.L.'l.ista radical, :\ueva York 1971; cit. par:. CanneU y C. lYJilson. Rape: The
Fr'rst 50urcebookjo7 Women, oo. cit., pág. 51.

118
la superviviente pueden des intoxicarla de su sensación de culpa, estig­
ma
y desprecio.
Otra superviviente de violación mucho más afortuna­
da describe cómo la consoló un amigo. «Le dije: "Tengo catorce años y
ya no soy virgen». Él dijo: "Esto no tiene nada que ver con ser virgen.
Algún día te enamorarás
y harás el amor) y eso será perder la
virgini­
dad. No lo que ocurrió. -No dijo violación-o Eso no tiene nada que
ver con ello"» 59.
A.demás de la sensación de vergüenza y de la duda, las personas
rraumaúzadas luchan
por llegar a una valoración jusra y razonable de
su conducta, por encontrar un equilibrio entre la culpabilidad no
rea­
liSIa y la negación de toda responsabilidad moral. Para que pueda asu­
mir los temas de culpa, la superviviente necesita la ayuda de OtrOS que
estén dispuestos a reconocer que ha ocurrido
un acontecimiento trau­
márico, a olvidar sus juicios preconcebidos,
y simplemente escuchar lo
que ella
ciene que contar. Cuando los demás son capaces de escuchar
sin
repanir las culpas, la superviviente puede aceprar que ha fracasado
al no haber esrado a la almra de los esrándares ideales en una simación
extrema.
Puede además llegar a tener un juicio realista de su conducta
y a repartir de forma justa las responsabilidades.
En su esmdio sobre veteranos de guerra con síndrome de estrés
postraumático,
Herbert Hendin y
Ann Haas descubrieron que resolver
la culpa exigía una profunda comprensión de los motivos específicos
que renía cada hombre para culparse a sí mismo, en lugar
de una mera
absolución
generalizada. Por ejemplo, un joven oficial que sobrevivió
cuando
eljeep en que viajaba pasó por encima de una mina que
explo­
tó y mató a varios hombres se culpaba a sí mismo por haber sobrevivi­
do mientras que los GIros habían muerto. Sentía que él debería haber
conducido
el jeep.
Su autocrítica parecía compleramente infundada.
Sin embargo, tras una cuidadosa exploración de las circunstancias que
produjeron el desasue, se desveló que este oficial tenía
la cosmmbre
de evitar la responsabilidad y no había hecho
todo lo posible por
pro­
teger a sus hombres. Cuando un comandante sin experiencia le ordenó
", Bosron Area Rape Crisis Ceme!", «lf I can survive uús.,.». Cima de vídeo, 1985.
DESCOC:EXIÓC: 119
que se hiciera el viaje en eljeepJ él no se negó, a pesar de que sabía que
la orden era insensata. Por consiguiente, por un acto de omisión) se
había puesto en peligro él y sus hombres. En este sentido metafórico
se culpaba de
no haber estado
«en el asiento del conductor» 70.
En el rratamiento de ~as supervivientes de lUla violación surgen a
menudo temas parecidos.lCon frecuencia, estas mujeres se castígan a sí
mismas amargamente por haberse puesto en peligro o por no haber
conseguido resistir al ataque. Estos son precisamente los argumentos
que utilizan los ,~oladores para culpar a sus víctimas o para justificar la
violación. La superviviente no
puede llegar a una valoración
jUSIa de
su
propia conducta si no comprende con claridad que ningún acto
suyo absuelve al violador
de su responsabilidad en el
crimen."
En realidad, la mayoría de la gente se arriesga sin necesidad. Con
frecuencia las mujeres corren riesgos ingenuamente, ignoraIldo el peli­
gro, siendo rebeldes
y desafiando al peligro. La mayoría de las mujeres
na reconocen el grado de hosrilidad masculina hacia ellas, y prefieren
pensar que la relación entre sexos es algo más inofensivo
de lo que
real­
mente es. A. las muj'eres también les gusta pensar que tienen más liber­
tad y un estatus más alIO de lo que en realidad tienen. Una mujer es es­
pecialmente vulnerable a la violación cuando actúa como si fuera libre,
es decir, cuando no respeta las restricciones convencionales sobre el ves­
tido, mOvilidad física e iniciativa social. Las mujeres que se comportan
como si fueran libres a
menudo son descritas como
«sueltas», que se
refiere no solo a que «no están atadas») sino también a que son provo­
cativas sexualmente.
Una vez que están en una simación de peligro, la mayoría de las
mujeres tiene
poca experiencia para
movilizar una defensa adecuada.
La socialización tradicional garantiza que ellas están poco preparadas
para
el peligro, se vean sorprendidas por el ataque y esrán mal
equipa­
das para proregerse 71. Al revisar después las condiciones de la viola­
ción, muchas mujeres dicen haber ignorado su primera percepción de
;0 P. Hendi.."1 y p, Haas, ob. ciL, págs. 44·45.
P. Ban: y P. O'Brien, ob. cit.;]. V. Becker y Otros, «Time-Linüred 'Dlerapy», ob. cir.

120
peligro, perdiendo, por consiguiente, la oportunidad de escapar 7'. El
miedo a
plantear un conflicto o a la vergüenza social puede impedir a
las
victimas el tomar medidas a Liempo. Posteriormente, las que igno~
raron su propia «voz interÍor» pueden volverse furiosamente críticas
hacia su
propia
«estupidez» o «ingenuidad». Ser capaces de transfor­
mar este sentimiento de culpa en un juicio realista puede ayudar a la
recuperación. Entre las pocas consecuencias positivas que reconocen
las supervivientes de violación está su firme determiIlación de depen~
der más de sí mismas, a tener mayor respeto hacia sus percepciones
y sentimientos y a estar más preparadas para manejar el conillcto y el
peligro 73,
La vergüenza y la culpa de la superviviente pueden verse exacer­
badas por el juicio de los demás, pero no quedan totalmente mitigadas
con simples pronunciamientos
que la absuelvan de la responsabilidad.
Esto se debe a que esos simples
pronunciarrclentos, incluso los favora­
bles, significan una negación a involucrarse con la vÍctLrna en las dolo­
rosas complejidades morales
de la situación extrema. La superviviente
no busca absolución, sino justicia, compasión, y que se le permita com­
partir con los demás lo que le ocurre a las personas cuando están en
si­
tuaciones extremas.
FiIlalmente, la superviviente necesita la ayuda de los demás para
llorar sus pérdidas. Todos los escritos clásicos reconocen la necesidad
de guardar luto y de reconstruir su v~da para llegar a la resolución de
los acontecimientos traumáticos sufridos.
No conseguir completar el
proceso normal de duelo perpetúa la reacción traumática. Lifton
ob­
serva que «li.n luto irresuelto o incompleto tiene como consecuencia el
estancamiento del proceso traumático» 7'. Chaim Shatan, que estudió a
los veteranos
de guerra, habla de su
«dolor impactado» 75. Tras las pér-
~2 P. Bart y P. Q'Brien. ob. cit.; R. Warshaw. oo. cit.; A. Medea y K. Thompson. Againj-'
Rape:
;l~ Su.rvival il¡Ianua!
far Women, Farra, Strauss & Giroux. Nueva York. 1974.
e c. Naddson y otros, ob. cíe.
,J R. J. Lifton, «Concept of rne Survivor», ob. dI., pág. 124.
;:; e Sha@«Tne Grié of Soi¿iers: Vietnam. Combat Veterans, Self-Help )¡[ovement».
American Journai o/Orthopsyehiatry 43: 640-653 (1973).
DESC00:Ex.1Ó~ 121
didas normales de la vida existen numerosos rituales que ayudan a la
persona durante su período de luto, pero curiosamente na hay ningu­
na costumbre o ritual que respete el luto que sigue a los acontech"Tlien­
tos traumáticos de la v~da. En ausencia de dicho apoyo, el potencial de
un dolor patológico y de una depresión grave y duradera es extrema­
damente alto.
EL PAPEL DE LA COMUNIDAD
l. __ Compartir la experiencia traumática con otrOS es una condición
indispensable
para restituir la sensación de la existencia de un mundo
con
sentido."";En este proceso la superviviente necesita ayuda no solo de
aquellos
que
est<L'l más cerca de ella, sino también de la comunidad en
generaL
La respuesta de esta tiene una poderosa
influencia sobre la re­
solución defil"litiva del trauma. Restaurar la grieta que se ha creado en­
tre la persona traumatizada y la comunidad depende, en primer lugar,
del reconocimiento público del acontecimiento traumático
y, en
seglli"'1-
do, de algúIl tipo de acción comunitaria. Una vez que ha sido pública­
mente reconocido que una persona ha sufrido un daño, la comunidad
debe tomar medidas para asignar la responsabilidad por ese daño y
para curar la herida. Estas dos respuestas -reconocimiento y restitu­
ción-son necesarias para reconstruir el sentido del orden y de la jus­
ticia de la supervi,~ente.
Los soldados siempre han sido extremadamente sensibles al grado
de apoyo
que reciben cuando
regreS8....1"1 a casa. Buscan pruebas tangi­
bles
de reconocimiento público. Los soldados han expresado después
de cada guerra su resentimiento ante la falta general de conciencia
pú­
blica' de interés y de atención: temen que su sacrificio se olvide rápida­
mente ". Después de la Pri.¡nera Guerra Mundial, los veteranos se refe­
rían amargamente a la guerra como la «Gran Innombrable» 77. Cuando
,6 R. Grbker y J. Spiegel. ivIen Under Stress, ob. ci1:.; C. Figley y S. Levent..1TIar-:. Strangers;1.,
Home .. _, ob. cit. '.
Ti D. LessL.""1g, «My FaÓen), en A SmalL Personal "\/oiee, Random House, Nueva York, 1915.

122
los grupos de veleranos se organizan, sus primeros esfuerzos se cen­
[faTI en asegurarse que sus sufrimientos no desaparezcan de la memo­
ria pública. De ahí la Í.t1sistencia en las medallas, los monurnentos, los
desfiles,
las celebraciones y las ceremonias públicas de homenaje, así
como
la compensación individual por los daños sufridos. No
obsrante,
ni siquiera las ceremonias públicas satisfacen el a..T1sía de reconocimien­
to que liene el veterano debido a la distorsión sentimental de la verdad
de
la guerra.
Un veterano de Viemam habla de esta tendencia universal
a negar los horrores de la guerra: «Si después de escuchar una historia
de guerra sientes que tu espíritu se ha elevado o notas que se ha salva­
do un poco de rectitud de ese desperdicio IOn grande, es que has sido
vÍCIiffia de una mentÍra muy antigua y terrible» 78.
En la acritud de la sociedad civil los soldados no solo buscan un te­
conoci.rnienro, sirlo rarnbién el significado de su encuentro con la muer­
te. Necesitan saber si sus acciones se consideran heroicas o deshonrosas,
valientes o cobardes, necesarias
y con propósito o sin
smlido. Un cli¡na
de aceptación realista en la opinión pública favorece la reinregración
de
los soldados a la
"rida civil; un clima de rechazo agrava su aislamiento.
La
Guerra de
Vietn~'11 es UIl clásico ejemplo de cómo la sociedad
techaza UIla guetra no declaIada y que se ha librado sin la tatificación
fotmal según los procesos establecidos de toma
de decisiones
demo­
ctáticas. A pesar de haber sido incapaz de conseguir un consenso para
la guerra o de definit un objetivo militar tealista, el Gobierno de Esta­
dos Unidos reclutó a millones de jóvenes para que cumplierarl con el
sef\~cio militar. A meclida que crecía el núrnero de bajas, también cre­
cía la oposición pública a la guerra. Los mlenIos de contener el senti­
miento de oposición a la guerra tuvieron como consecuencia decisio­
nes políticas que aislaron a los saidados tanto
de los civiles como entre
ellos mismos. Los soldados eran enviados a Vietnam y regresaban a sus
casas como
i..;¡clividuos, sin que se les diera la opommidad de organizar
despedidas, de crear vínculos entre sus unidades, o
de celebrar
cere­
monias públicas de bienvenida. Atrapados en un conflictO político que
;g 1. O'Brien, The Tbings They Carried, ob. eh:., pág. 76.
DESCOt\EXIÓt 123
debería haberse resuelLo antes de que se arriesgaran sus vidas, al regre­
sar a casa los soldados se senIÍan rraumarizados por segunda vez al en­
conttarse con la crítica y el techazo de la población hacia la guerra que
habían libtado y perclido 79
Quizá la contribución pública más significativa a la curación de es­
tos vetetanos fue la construcción del Memotial a la Guerra de Vietnam
en \~TashíngIon, D.C. Este monumento, que registra sencillamenIe por
el nombre y la fecha de la mUerte la cifra de bajas, se com~ene en un
lugar de duelo. El «dolor impactado» de los soldados es más fácil de
tesolver cuando la comunidad reconoce el dolor de su pérdida. Este
monumento, a diferencia de OtrOS que honran el heroísmo de la guerra)
se ha convertido en
un lugar sagrado, en un lugar de peregrinaje. La genle va a ver los nombres) a locar la pared. Traen ofrendas y deja..n.
notas a los muenos, notas de disculpa y de gratitud. El veterano de
Vietnam Ken Smíth, que ahora organiza servicios para otros veteranos)
describe su prLrnera visita al monumento: «Recordaba a ciertos tipos)
recordaba ciertOs olores, recordaba cienos mamemos, tecordaba la
lluvia, recordaba la Nochebuena, recotdaba cuando me marché.
Había
estado metido en un par de cosas desagradables allí; las recordaba.
Re­
cordaba los rostros L..,] Recordaba L.,] Para algunas personas es como
un cementerio) pero para mí es más como una catedral. Es más como
una experiencia teligiosa. Es una especie de catarsis. Es algo difícil de
explicar a los demás; yo soy pane de eso y siempre lo seré. Y corno fui
capaz
de hacer las paces con eso, fui capaz de sacar fuerzas para hacer
lo que
hago» 80.
Los mismos temas de reconocimiento y justicia públicos son la
preocupación fundamental de los supervivientes en los traumas de
la vida civil. En estos casos el sistema de justicia criminal es el territorio
en el que se pueden encontrar tanto el reconocimiento como la restitu­
ción, y desgraciadamente es una institución en la que las víctimas de la
violencia sexual
y doméstica están prosctitas. En un nivel básico de
re­
conocimiento, las mujeres normalmenle se encuenlran aisladas y son
79 R. J. Li.fcon, Home from the U7ar, ob. cit.; C. Egley y S. Levent.'lla.c'"1, ob. elt.
so Entrevisra a K. Smiw, 1991.

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í24
invisibles ante la ley. Las contradicciones entre la realidad de las muje­
res y las definiciones legales de la misma realidad son con frecuencia
tan extremas que prohíben a las mujeres la participación en las estruc­
turas formales
de la justicia.
Las mujeres pronto aprenden
que la violación es un crimen solo en
teoría; en la práctica el estándar que determina qué es una violación na
se fija al nivel de la experiencia de las mujeres, sino justo por encinla
del nivel
de coacción aceptable para los hombres. Y ese nivel resulta
estar situado demasiado alto.
En palabras de la catedrática de Derecho
Catherine MacKinnon,
«la violación, desde el punto de vista de las
mujeres)
no está prohibida: está
regulada» SI. Los estándares legales
uadicionales reconocen
un delito de violación solo si el violador usa
una fuerza extrema que supere en
mucho la violencia necesaria para
aterrorizar a una
mujer, o si ataca a una mujer que pertenece a una ca­
tegoría de acceso social restringido. El caso más destacado de esto es
un hombre negro que ataca a una mujer blanca. Cuanto mayor es el
grado de relación social, más amplios son los márgenes de la coacción
permitida,
de tal manera que un acto de sexo forzado cometido por un
extraño puede ser reconocido como vÍolación) mientras que no lo es si
el acto es cometido por un conocido.
Como la mayoría de violaciones
las cometen conocidos o personas cercanas a la víctima, la mayor parte
de violaciones no son reconocidas por la ley. Muchos Estados conceden
una prerrogativa permanente y absoluta para
el acceso al sexo dentro
del matrimonio, y se
permite legalmente cualquier grado de fuerza
empleada
82.
Esperar que se haga justicia o que se resarza a la víctima a menudo
significa que se agrave el trauma, ya que el sistema legal es con fre­
cuencia abiertamente hostil a las víctimas de violación.
De hecho, un
sistema legal adverso es
por definición un entorno hostil; está organi­
zado como
un campo de batalla en el que las estrategias de argumento
agresivo
y ataque psicológico sustituyen a la fuerza física. En general,
las mujeres
no están mejor preparadas para esta forma de lucha
que
3; C. MacKi.IlUon, oo. cit. pág. 65l.
~2 S. Estrich, ob, cü.: C. MacKmnon. ob. dt.
DESC00:EXlÓ0: 125
para el combate físico. L11cluso las que sí están preparadas se encuen­
tran en una situación de desventaja por la sistemática parcialidad legal
y por la discrirninación institucional contra las muí eres. El sistema le­
gal
ha sido
diseñado para proteger a tos hombres de! poder superior
del Estado pero na para proteger a las mujeres y a los niños del poder
superior de los hombres. Por consiguiente, proporciona muchas ga­
rantías para los derechos de los acusados, pero ninguna para los de la
víctima. Si pretendiéramos inveDlar un sistema que provocara sínto­
mas posuaumáticos intrusivos no conseguiríamos superar a un tribu­
nal de jusricia. Las mujeres que han
pretendido encontrar justicia en el
sistema legal suelen comparar esta experiencia con ser
vÍoladas una se­
gunda vez
83
.
{No resulta sorprendente que, como resultado, la mayoría de las
víctL-=nas de violación consideren que los mecanÍsmos sociales formales
de justicia les están vetados,
y que decidan no hacer una denuncia o queja oficial. Se denuncia a la policía menas de una violación entre
diez. Solo liil. 1 por 100 de las violaciones se resuelven finalmente con
la detención y la condena del violador "'. Por eso, el [[auma más co­
mún entre las mujeres sigue limitado a la esfera de la vida privada, sin
que exista
un reconocimiento formal o una restitución por parte de la
comul1idad.
No hay ningún monUfnento público dedicado a las super­
vívienles de una violación."'''.¡'
En su recuperación~ ~~da superviviente debe encontrar su propio
camino para restaurar
su sentido de conexión con la comunidad en
general.
No sabemos cuántas lo conseguirán) pero sí que las que mejor
se recuperan son las mujeres que descubren algún significado
en su
experiencia que trascienda los lín1ites de la tragedia personal. Lo más
frecuente
es que las mujeres encuentren este significado uniéndose a
5:; C. MacKi.Il:.lon. ob. cil.: S. Est.rich. 0'0. cit,; S. Browlimille;:, ob. cit.; P. BaE y P. O'Brien.
0'0.
cí.L: ConneÜ y Wuson (eó Rape:
The First Sourcebook for \llomen, New /\jTIencarr Libr~ry,
Nueva York. 19"1-4.
3.! D. E. H-Russe.U, 0'0, dL Los datos de Koss (1987) confirman estOs descubrL.üiemos. En
su estudio a grfu:' escala de la ·vic"¡LnlZaÓÓn de urrÍversi<:arias, Ul, 8 por 100 ¿e las violacior:.es rue·
ran denunciadas a la policía.

126
ouas en una acción social. En su eSIUruO del seguirnieüIo de las super­
vivienIes de iolación, Burgess y HolmsIfom descubrieron que las mu­
jeres que mejor
se habían recuperado eran las que se habían involucra­
do
acIivamente en un movimienIo antiviolación. Se convinieron en
consejeras en cenIras de crisis para mujeres violadas, en abogadas o en
defensoras de reformas legislativas. Una mujer viajó a otro país para
hablar sobre la violación y organizar un centro de crisis para viola­
das ss. Negándose a esconderse o ser silenciadas, insistiendo en que la
violación
es un asunto público y exigiendo un cambio social, las super­\ivieuIes crean su propio monumenIO vivo. Susan Estríeh, supervivien­
te de violación y profesora de Derecho, da su testimonio:
/J escribir sobre la viobción lo eswy haciendo sobre mi propia vida. No
creo que conozca a una sola mujer que no viva con miedo a ser violada. Unas
pocas de nosotras -en realidad, más que unas pocas-vivimos CaD. nueSIras
propias hiswrias [ ... j De vez en cuartdo -digamos a las dos de la maIlfu"1.a,
cuando alguien que afirma ser uno de mis alumnos ;:ue llama y me amenaza
con violarme-pienso que hablo demasiado. Pero no es -mn malo la mayor
pane del uempo. CU8.Ildo vlola.:.i. a mis alumnas (y las ha..'l. \"-101ado) saben qUe
pueden hablar conmigo. Cuando violan a mis amigas saben que yo sobrevivf36.
35 A. W. Burgess y L L. Holrr:strom, ,ddapüve Strategi.es .. )}, oo. cíe
% S. Estrich, ob. cit., pág. 3.
4
CAUTIVIDAD
Un 1Í.rüco acontecimiento Iraumático puede ocurrir en casi cualquier
lugar; sin embargo, el trauma prolongado y repetido solo pasa en cir~
cunsrancias de cautividad. Si la víctima puede escapar no será abusada
una segunda vez;
el trauma repetido solo sucede cuando la víctima está
prisionera, es incapaz de escapar
y está bajo el control del perpetrador.
Ev~dentemente, dichas condiciones existen en las cárceles, los campos
de concentración y los ca¡npos de trabajo. Estas condiciones también
pueden existir en culIos religiosos, burdeles y otros entornos de explo­
ración sexual organizada, así como en la familia.
Es algo normal reconocer que existe la cautivídad política, mientras
que la cautividad doméstica de las mujeres
y los niños suele pasar
inad~
vertida. El hogar de un hombre es su castillo, y rara vez se entiende que
este
pueda ser
1ma prisión para las mujeres y los niños. En la cautividad
doméstica son infrecuentes las barreras físicas
de las que se debe
esca~
par. En la mayoría de los hogares, incluso en los más opresivos, no hay
barrotes
en las ventanas ni cercas de alambre de púas. Normalmente no
se encadena a las mujeres y a los niños,
allilque esto ocurre con más fre­
cuencia de lo que podemos imaginar. En general, las barreras son invisi ~
bIes) pero, no obstante, son muy poderosas. Los niños son hechos cau­
tivos gracias a
su condición de dependencia. Las mujeres, por su
subordinación económica, social, psicológica y legal, así como por la
fuerza física.

I
I
I
¡
!
I
'f;
i; ,
128
La cautividad, que hace que la \~íctima esté en continuo contacto
con
el perpetrador, crea un tipo especial de relación, una relación de
control coercitivo. Esto se aplica tanto a las víctimas que son tomadas
cautÍvas completamente a la fuerza,
como
en el caso de prisioneros o
rehenes, como a las \ictÍmas hechas prisioneras mediante una combi­
nación de fuerza, intimidación
y seducción, como en el caso de los
miembros de sectas religiosas, mujeres maltratadas
y niños abusados.
El impacto psicológico de la
subordi.¡1ación al control coercitivo puede
tener muchos rasgos en común tanto si dicha subordinación ocurre
dentro de la esfera pública de la política como si se enn1arca dentro de
la esfera privada de las relaciones sexuales
y domésticas,
[En situaciones de cautividad, el perpetrador se convierte en la per­
sona más poderosa en la vida de la víctima,
y la psicología de esta se ve
moldeada por las acciones y creencias del perpetrador. Se sabe poco
sobre la mente
de este,
Como desprecia a aquellos que pretenden en~
tenderle, no se presta voluntario a ser estudiado, y como no reconoce
que haya algo malo en él, no
pide ayuda, a menos que tenga problemas
con la
ley. Su rasgo más destacable, según el testimonio de las victimas
y la observación de los psicólogos, es su aparente normalidad, Los con~
ceptos normales de la psicopatología no consiguen ni definirle ni com­
prenderle' 2;
Esta idea resulta perturbadora para la mayoría de la gente, Sería
mucho más reconfortante que el perpetrador fuera fácilmente recono~
cible, y resultara evidente que está perturbado, Pero no lo está, La aca~
démica de Derecho HannalJ Arendt provocó un escándalo cuando di­
vulgó que Adolf Eichmann, un bombre que había cometido terribles
crimenes
contra la humanidad, había sido definido como una persona
normal por media docena de psiquiatras,
«El problema con EichmaIlD
G. L. Borovsky y D.]. Brand, «Personality OrganizadoD and Psychological Functioning of
,he Nuremberg \'I?ar Cri.."11tnals» .. en SurJiuors, í/ictims
j an¿ Perpetrars: Essays on the ,\;a:::i Ho~
[ocaust, ]. E. DL.-nsdale \ed.), Hemisphere. Nueva York, 1980, págs. 359-403: J. Steiner. «The SS
Yesterday and Today: A Sociopsycnological Víe",». en Dirnsdale. Suru¡voys, 'í/ictims, and Perpe­
trators, págs. 405-456:]. L. Herrnan, ~(Consideri.n.g Sex Offenders: A Modd of Adciiczion», Signs:
Joumal ofWomen in Culture and Societ"j 13" 695-724 U988).
CACTl\lDAD 129
era precisamente que había muchas personas como él, y que esos mu­
chos no eran ni pei'iertidos ni sádicos y eran, y siguen siendo, terrible
y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras ósti­
tuciones le.gales y de nuestros estándares morales) esta normalidad era
mucho más terrorífica que todas las atrocidades que había cometido
juntas» 2.
El perpetrador puede ser autoritario, reservado y en ocasiones sober~
bio e 1.:."""lcluso paranoico, pero también es exquisitamente sensible a las ieali~
dades del poder y de las nODIras sociales, Rara vez se mete en líos con la ley;
más bÍo"1 busca sÍtuaciones e.."1 las que su comporta..rnierlto Úflli"lÍco sea tole~
rado, perdonado o incluso admirado, Su fODIra de ,ida le sirve de excelen~
te camuflaje, ya que hay pocas personas que crean que hombres con ut1 as~
pecto tat"""l convencional puedan cometer crímenes horrendos.
El prilTIer objetivo del perpetrador parece ser la surnisión de su
víctima,
y consigue este objetivo ejerciendo un despótico control sobre
su vida.
SLI1 embargo, rara vez se siente satisfecho con el mero cumpli~
miento de su objetivo, Parece tener la necesidad psicológica de justifi~
car sus crLrnenes, y para ello necesita la reafirmación de su víctima y
exige repetidamente que esta le demuestre respeto, gratitud o incluso
amor. Su verdadero objetivo parece ser la creación de una víctima
complaciente, Rehenes, prisioneros políticos, mujeres maltratadas yes­
clavos, todos ellos han desta<::ado la curiosa dependencia que tiene el
apresador hacia sus victimas.lGeorge Orwell da voz a la mente totalita­
ria en la novela 1984: «No n¿s contentamos con la obediencia negati­
va, ni siquiera con la más servil sumisión. Cuando finalmente te rindas
ante nosotros, debes hacerlo
por propia voluntad,
No destruimos al
hereje
porque se oponga a nosotros; mientras se resista, nunca le
des­
truiremos. Le convertimos, capturarnos su mente interior, le volvemos
a
dar
forma~ Quemamos todo el mal y todo el engaño que hay en él; le
llevamos a
nuestro lado) pero no en apariencia) sino
genumail1ente, de
corazón v de aLena» j~'iEl deseo de tener el control absoluto sobre otra
, ~-d.
:: H. A.rendc Eichmann in jerusaZem: A Repore on the Banality o/ E¡;i!, 2.' ed .. PenguiIl
Books, Nueva York, 1964,
pág.
276.
3 G,Orv;elL 1984, :-<ew Arne;:ÍCa¡l. Signet Gasslc Edition. Nue-,¡a York, 1949, pág. 210.

uo
persona es el denominador comÚIl en [Odas las formas de tiranía. Los
gobiernos rotaliIarios exigen la conversión polítíca de sus víctimas; los
craficanres de esclavos, la graritud de sus esclavos; las sectas religiosas,
sacrificios riIuales como símbolo de sumisión a la voluntad divína de
su líder; los delincuentes sexuales, que sus víctimas encuentren la satis­
facción sexual en la sunüsión. El control absoluto sobre otra persona
es la dinámica de poder que sustema la pornografía. El arractivo se­
xual que LÍene esta fanrasía sobre millones de hombres terroríficamen­
te normales es la base de una industria que abusa de mujeres y niños, y
no en la famasía, sino en la realidad '.
DOMINACIÓN PSICOLÓGICA
Los méTodos que permiten a un ser humano domiIlar a otro son
sorprendentemente uniformes. Los tesrimonios de rehenes, prisione­
ros políticos y superviviemes
de campos de concemración de todos
los rincones del planeta son escalofriantememe parecidos.
En
1973,
basándose en testimonios de prisioneros políIicos de culturas muy di­
reremes, ArrmisIÍa Internacional publicó un «gráfico de coerción» des­
cribiendo esws méwdos en detalle j. En los sistemas políticos riránicos
a veces
es posible rastrear la transmisión de métodos coercitivos de
una
tuerza policial clandestina a otra, o de un grupo terrorista a OtIo.
ESTaS mismas técnicas se utilizan para someter a las mujeres en la
prostitución, en
la pornografía y en el hogar. En el crimen organizado,
los
proxeneTas y pornógrafos en ocasiones se instruyen los unos a los
otros en
el uso de métodos de coacción. El uso sistemático de técnicas
4 A. Dworkin., P01i1ography: )¡len Possesing V7omen, Perigee, Nueva York, 1981; C. :\'lacKin­
non,
Fem:-/lism Unmodified,
cap. 3: Pornography, Harvard Universüy Press, Ca...rnbrídge, 1987.
5 A .. rnnistia 1--w¿:.cnacional, Repon on Torrure, Farra::-, S[rauss & Giroux, Nueva York, 1973.
Este h:.Ior2e cita en par-cicular el trabajo de Alfted Biderman, quíen estudíó los eÍecws de lava­
do de cerebro e.'l. los prisíoneros de guerra americanos. Véap..se A. D_ Biderman, «Communíst
Arrempts ro Elic1<: False Codessions trom ;\ir Force Prisoners oÍ 'X7an>, Bulletin o; Seu· York
..:·kade17tJ oí Afedic;ne 3.3: 616-625 (1957); 1. E. Farber, H. F. Harlow y L. J. West, «Brainwashing,
ConditionL.'1g,
a..'1d
DDD (Debility, Dependency, and Dread)>>, Sociometry 23: 120-147 (1957).
CACm1DAD 131
de coacción para obligar a las mujeres a ejercer la prostitución se cono­
ce como «aclimatación» 6. Incluso en situaciones domésTicas en las que
el maltratador no forma parte de una organización y no tiene insuuc­
ción formal en eSTas récnicas, el perpetrador parece reinventarlas una y
otra vez. En su estudio sobre mujeres maltratadas la psicóloga Lenore
\'V'alker observaba que las técnicas coercitivas de los maltratadores
«aunque son únicas en cada individuo siguen siendo sorprendente-
. ,
mente pareClaas» '
r~os métodos para obtener control sobre Otra persona se basan en
infligir el trauma psicológico de forma sistemática y repetitiva. Son téc­
nicas organizadas de debilitamiento
y desconexión. Los mérodos de
control psicológico están pensados para causar terror e indefensión y
para destruir
el sentido del yo de la víctima en relación con los
demás.';
Aunque la violencia es un método de terror universal, puede que
el perpetrador utilice raramente y tan. solo como último recurso la vio­
lencia.
No es necesario
utilizar la violencia de manera frecuente para
que la víctima viva en un constante estado de miedo. La amenaza de
muerre o de sufrir un daño grave se utiliza con más frecuencia que la
propia violencia. Las amenazas contra otros pueden ser tan efectivas
como las amenazas directas a
la víctima.
Por ejemplo, las mujeres mal­
tratadas a
menudo dicen que su abusador a..rnenazó con matar a sus hi­
jos, a sus padres o a cualquier amigo que las protegiera
si ellas
intenta­
ban escapar.
El miedo también puede verse multiplicado por explosiones
inexplicables e impredecibles de violencia y por la aplicación capri­
chosa
de reglas mezquinas. El efecto de estas técnicas es convencer a la
víctima de que el perpetrador es omnipotente, que resistirse es inútil y
que su
_vida depende de que se gane su indulgencia a través de la sumi­
sión más absoluta. El objetivo del
perpetrador es crear en su víctima
no solo miedo a la muerte, sino tarnbién gratitud porque se le permite
6 K. Barry, «Did I Ever Realiy Have a Cha.l1Ce: Pat::-iarchal Judgmem of Patricia Heans»,
Chysatis 1: 7 -17 (1977); K. Bar.y. C. Bunch y S. Cascley (eds.), ,\h:twor.king Agains! Female Sex:/al
Sievery, Naciones Unidas, btematÍonal 'Y/omen's TriblliÍ-e Cemre, :\ueva York, 1984.
-¡ L. Walker, The Battered Women, Harper & Row, ?\ueva York, 1979, pág. 76.

132
seguir \'iva. Los supervivientes de la cautividad doméstica y política a
menudo describen ocasiones en las que estaban convencidas de que
iban a morir para que las salvaran solo en el último momento. Después
de varios ciclos de verse a..'Tlenazada por una muerte segura y luego sal­
varse de ella, la vicrima puede llegar a pensar que, paradójicamente, su
captor
es su salvador. r~demás de aterrorizar, el perpetrador busca destruir el sentido de
autonomía de la víctima. Esto se consigue observando minuciosamente
y controlando el cuerpo de la víctima y sus funciones corporales. El
perpetrador supervisa qué come la víctima, cuándo duerme, cuándo va
al baño, qué ropa viste. Cuando a la víctima se la priva de comida, sue­
ño o ejercicio, el resultado de este control es el debilitamiento físico~·.
Pero incluso cuando se cubren adecuadamente las necesidades física;'
básicas de la víctima este ataque a la autonomía física la avergüenza v
desmoraliza. Irina Ratushinskaya, prisionera política, describe los mé­
todos de sus captores:
Todas esas normas de compoftfuTIemO htLlUano que le i.J.'1CWCfu"1 a ili"10 des­
de la cuna son sometidas a una destrucción deliberada y sistemática. ¿Es nor­
mal querer estar limpio? Tener sarna y hongos, vivir en la suciedad, respirar el
hedor del cubo de heces L, .. ] ¡entonces te arrepentirás de tu mal comport2.­
miemo~ ¿Las mujeres suelen sentir pudor? Más motivo aún para dejarlas com­
pleta:.l1ente desnudas durfu'1te los registros L ... ] ¿A una persona normal le repe­
len la rudeza y las mentiras? Te encontrarás con tal cantidad de ambas cosas
que tendrás que acudir a tus últimos recursos interÍores para recordar que hay
[ ... ] otra realidad. Tan solo utilizando al máximo ro fuerza de voluntad podrás
conservar
tu
a.i"1terior y normal escala de valores s.
LEn las sectas religiosas los miembros pueden estar sujetos a estric­
tas regulaciones en su dieta y su forma de vestir, y someterse a exhaus­
tivos interrogatorios si se desvía!1 de estas reglas. De forma parecida,
las prisioneras sexuales y domésticas a
menudo describen largos
perío­
dos en los que se vieron privadas de sueño durarlte sesiones de celosos
L RatuShL.íSkaya. Grey is Color oÍ Hope, Vimage, Nueva York, 1989, pág. 260.
C- CTI\'IDAD 133
interrogatorios, así como tener que pasar por un meticuloso escrutinio
de su forma de vestir, aspecto, peso y dieta. Y en el caso de las mujeres
prisioneras, tanto en la vida política como en
la doméstica, casi
siem­
pre se incluyen amenazas sexuales y violaciones. Una mujer maltratada
describe su experiencia con la violación marital: «Era un hombre muy
brutal. Era muy patriarcal. Pensaba que era mi dueño y el de los ni­
ños ... que éramos de su propiedad. En las prL1TIeraS tres semanas de
matrimonio me dijo que debía pensar que él era Dios y que sus pala­
bras eran el EvaIlgelio. Si no quería tener sexo) mis deseos no importa~
barl. En una ocasión ... no quise hacerlo, así que nos peleamos de ver­
dad. Estaba furioso porque le había rechazado. Yo protestaba y
suplicaba y él estaba enfadado
porque decía que yo era su mujer y que
no tenía derecho a rechazarle. Estábamos
en la cama y consiguió impo­
nerse físicamente. Él
es más fuerte que yo y siInplemente me sujetó
y
me violó» ':l.
Una vez que el perpetrador ha conseguido establecer un control
diario del cuerpo
de la víctima se convierte en la fuente no solo del
miedo y
de la humillación, sino también
dd alivio. La esperanza de
una comida, un baño, una palabra amable o algún tipo de consuelo
puede resultarle muy atractiva a una persona que lleva tiempo privada
de
todo ello. El perpetrador puede debilitar aún más a la víctin}a
ofre­
ciéndole drogas adictivas o alcohol. Conceder caprichosamente peque­
ñas indulgencias debilita la resistencia psicológica de la víctima con
más efectividad que la privación y
el miedo. Patricia
Hearst, que fue
rehén de
un grupo terrorista, describe cómo su complacencia era
re­
compensada con pequeñas mejoras de sus condiciones de vida. «Si me
mostraba de acuerdo con ellos,
me sacaban más y más del armario. En
ocasiones me dejaban comer con ellos y, ocasionahnente) me sentaba
con los ojos vendados hasta la madrugada mientras tenían una de sus
reuniones o grupos de estudio.
Me permitían quitarme la venda cuan­
do me encerraban en el armario durante la noche, yeso era una ben­
dición»
:0.
~
D. E. H. Russell, Rape in _\.Jarrt"age .. Macmill~" :\ueva York, 1982, pág. 123.
:0 P. C. Hearst y A. Moscow, EI/er}" 5ecret Thing, DoubLeday, Nueva -'{ork. 1982. pág. 85.

'J!If
~ ,
¡¡j ,
~
1
, ,
)'-r
L.Los prisioneros polúicos que son conscientes de los métodos de
cODtrol coercitivo dedica...T1 especial atención a consenrar su sentido de la
autonomía~-1una forma de r~sistencia es negarse a cumplir exigencias
"
sin sentido o a aceptar recompensas. La huelga de hambre es la expre-
sión final de esta resistencia porque el prisionero se somete voluntaria­
mem:e -a una mayor privación de la que le L'11pOne su captor. De esta
manera reatinna su sentido de la integridad y del autocontrol. El psi­
cólogo
Joe! Dimsdale describe a una prisionera de un campo de
con­
cemración nazi que ayunó durame e! Yom Kippur para demostrar que
sus captores no la habían derrotado L1, El prisionero político Nalan
Sharansky describe el efecto psicológico de la resistencia activa: «En
cuamo arlUncié mi huelga de hambre me libré de! sentimiento de de­
sesperación e indefensión, y de la humillación de verme obligado a tO­
lerar la riranía de la KGB L .. ] La alTIargura y dererminación que había
ido acumulando durame los nueve meses amenores cedió ahora ame
una especie de exuaño alivio; al fh'1al me estaba defendiendo a mí mis­
mo y mis palabras de ellos» 1.2.
El uso de recompensas intermitentes para atar a la víctima a su
capWf alcanza su forma más elaborada en los maltratos domésticos.
Como no hay ninguna barrera física que impida su fuga, la víctima
puede imemar huir después de una explosión de violencia. A menudo
se la persuade de que regrese, no utilizando más amenazas) sino con
disculpas, expresiones de amor, promesas de cambio, así como apelan­
do a su lealtad y compasión. Durante un instante, miemras el maluata­
dar hace Lodo lo que está en su mano para ganarse a su victima, se i...11-
vierTe la balanza de poder en la relación. La intensidad de su atención
posesiva no cambia, pero su calidad se ,ransforma de manera dramáti­
ca. Insiste en que su comportamiento dominante sencillamente de­
mues'ra su necesidad desesperada
y su amor por ella. Puede que él
mismo
lo
crea. Aú..n. más, suplica y afirma que su destino está en las
J. E. Dimsdale, «The Coping Behs.vior oE Nazi Concemracion Camp Survivors», en Dims­
dale,
Sum:'vor; i/icrún_' .. Perperratrors,
págs. 163-174.
0:. SharacÁsky, Fear No EviL, trae. S. Hortmar'.., _Mndo!::'_ Rouse, Nueva York, 1988, pág,
339.
C~¡;TI\¡lDAD 135
manos de ella y que tiene el poder para acabar con la violencia ofre­
ciendo pruebas aún más grandes de su amor por él. W/alker observa
que la fase de «reconciliación» es un paso fundamental para destruir la
resísrencia psicológica de la mujer maltratada u, Una mujer que consi­
guió escapar evenrualmente
de una relación de malos tratos describe
cómo
eSlas recompensas intermitentes la ataron a su abusador: «En
realidad era muy cíclico l ... ] y lo más exrraño es que, en los períodos
buenos, apenas recordaba los momentos malos.
Era casi como si
estu­
,~era llevando dos vidas distimas» e'.
Sin embargo, normalmente se requieren. métodos adicionales para
conseguir la dominación absoluta. j\Iienrras la víctima consenle cual~
quier otra conexión humana, el poder del perpetrador es limitado. Por
este morivo el perpetrador pretende aislar a su víCtima de cualquier
otra fuente de información, ayuda malerial o apoyo emocional. Las
historias
de los prisioneros políticos
eStán llenas de los inrentos de sus
captores por impedir su comunicación con
el mundo exterior y por con­
vencerles
de que sus aliados más cercanos les han
olvidado o uaiciona­
do. Y la historia
de la violencia doméstica está llena de relatos de
vigi­
lancia celosa, como seguir a la víctima e in[erceptar la correspondencia
o las llamadas telefónicas,
que tiene como consecuencia el
confina­
miemo solirario de la mujer maltratada en su propio hogar. Jumo a
acusaciones implacables
de infidelidad,
el maltra[ador exige que su
víctima le demuestre su fidelidad hacia él
abandonando su [rabajo y,
con él, la fuente de su
h'1dependencia económica, sus amistades e in­
cluso los vínculos con su familia.
La destrucción
de los vinculas exige no solo el aislamiemo de la
víctima con
respecEO a los demás, síno también la desuuccÍón de sus
L111ágenes internas de conexión con los otros. Por este motivo el perpe­
trador llega al extremo de privar a su víctima de cualquier objeto que
pueda tener una in1portarlcia simbólica. Una mujer maltratada descri-
:3 L. 'X!allcer, ob. c1[.
l~ Cit. por L Kelly, en «Ho\v Women Define Their Experie.-'1ces of Violence», en K YUo y
11. Bogara, Feminist Perspe'.:tive on Wife flbuse, Sage, Bevedy Hills (CaliforPja), 1988, págs. 114-
132, cL!. e..'1 127.

H.
1.36
be cómo su novLo exigía un sacrificio ritual de sÍrrlbolos de vincula­
ción: «No me pegaba, pero se enfadaba mucho. Yo pensaba que se de­
bía a que me quería
y que estaba celoso, pero hasta después no me di
cuenta de que
no tenía nada que ver con el amor. Era algo muy
dife­
rente. Me formuló un montón de preguntas sobre con quién había esta­
do aIltes de conocerle y me hizo traer a casa un montón de cartas y de
fotos. Se quedó vigilándome mientras me ponía delante de una alcan­
tarilla de la
calle y las tiraba ahí una a una [ ... ] romperlas y
tirarlas» ',5,
Al principio de la relación esta mujer fue capaz de convencerse a sí
misma de que tan solo estaba haciendo una pequeña concesión simbó­
lica. Los relatos
de las mujeres maltratadas están llenos
de estos sacri­
ficios hechos a regañadientes
y que, de forma lenta e imperceptible,
destruye sus lazos con los demás.
En retrospectiva, muchas mujeres
se describen como cayendo en una trampa. La prostituta
y estrella del
pomo
Lj,-Jda Lovelace describe cómo fue atrapada por un astuto chulo
que primero la convenció de que rompiera sus dnculos con sus pa­
dres: «Le seguí la corrÍente. NIientras digo estas palabras me doy
cuenta de que tragué demasiadas cosas en esos tiempos [
... J Nadie me
estaba forzando, todavía no. Todo fue suave
y gradual: primero un
pe­
queño paso, luego otro [ ... l Empezó tan poco a poco que no me di
cuenta de que seguía
un patrón hasta mucho, mucho más
tarde» ~s.
Los prisioneros de conciencia, que normalmente tienen una idea
muy desarrollada de cuáles son
las estrategias de control y de resisten­
cia, comprenden que
el aislamiento es el peligro a evitar, y que no hay
tal cosa como una concesión pequeña cuando lo que está en juego es tu
conexión con el
mundo exterior.
Si sus captores intentan con tenacidad
destruir sus relaciones¡ ellos son igual
de tenaces intentando
ma.rltener
una comunicación con el mundo exterior. Evocan deliberadamente
LLl1ágenes mentales de la gente que aman para presen-ar su sensación de
conexión. También luchan
por conservar muestras físicas de fidelidad. Pueden llegar al extremo de arriesgar su vida por un anillo, una carta,
R E. Dobash y R Dobasn. 'i/iolence Against Wives: A Case ilgainst ¿he Patriarch:;. Free
Press. :\uev2 York. 1979, pág. 84.
:,; L. Lovelace y M. ?vlcGrady, Ordea!, Gtade!, Secaucus (Nueva Jersey), 1980, pág. 30.
CACTIV1J):\D 137
una foto o cualquier otro pequeño recuerdo de cariño emocional. Estos
riesgos, que pueden parecer heroicos o estúpidos a ojos extraños, se
asumen por motivos muy pragmáticos. Bajo condiciones de aislamiento
prolongado, los prisioneros necesitfu'1 «obíetos de transición» para con­
servar su sensación de conexión can los demás. Ellos saben que perder
estos símbolos de carÍ.t=}o sería perderse a sí mismos.
A medida que la víctima va quedando cada vez más aislada, de­
pende más y más del perpetrador, no solo para su supervivencia y sus
necesidades corporales básicas, sino también para obtener ir"lformación
e incluso sustento emocional. Cuanto más asustada está, más tentada se
siente a aferrarse a la única relación que le está permitida: la relación
con su captor.
En ausencÍa de cualquier otra conexión humana,
jj1ten­
tará encontrar la humanidad en él. Invariablemente, como carece de
cualquier otro
punto de
vista, la vícLÍma empezará a ver el mundo a
través de los ojos del perpetrador. Hearst describe cómo participó en
un diálogo con sus secuestradores pensando que podía superarles
en rngenlo, pero cómo. poco después, ellos la habían superado:
iJ tiempo, aunque casí no era consciente de ello. me dieron la ;..uelra COffi­
ple;:amente, o casi cocpleta.r;¡enre. Era lliía prisÍonera de guerra y me tuvieron
encerrada en UJ.i. aED.a:clo con los ojos vendados Gur::Ulte dos meses. Me hacían
bombardeado de forma i.i'1Cesa.''1te con la interpretación del ESL sobre la vida,
la política. la economía, las condiciones sociales y la actualidad. Cuando me sa­
caron del armarle, per:sé que les estaba complaciendo repiúendo como un lore
sus tópicos
y lemas
sin realmente creer en ellos. Entonces [ ... J entré en W.la es­
pecie de sbock callado. Para conser¡ .... ar la cordura y el equilibrio mientras fun­
cionaba día a día en este nuevo entorno, aprendí 9. actuar mecánicamente
como llií buen soldado, haciendo lo que me decíful y bo~rando de mi mente
cualquier
duda
L .. J Para ellos la realidad era algo muy dis::into a lo que yo ha"
bía conocido has::a entonces. y ya su realidad se había convertido en rr:l
realidad :7.
Los prÍsioneros de conciencia son conscientes del peligro que corren
al relacionarse de forma normal con sus captores. Entre todos los pri-
,7 P. C. Hearst y A. Moscow. 00, cí;: .. págs. 178-179.

13S
sloneros, este grupo es el que está mejor preparado para soportar los
corrosivos eÍecr:os psicológicos de la cautividad. Han elegido un ca­
TI1ino en la vida siendo conscientes de sus peligros y tienen una defirlÍ­
ción clara de sus propios prlI1cipios, así como una fLlene fe en sus alia­
dos. No obstanre, incluso esre grupo de personas concienciadas y
. d . 1 '. 1 1 ,. d
D10nva as es consclenre oe que corre el nesgo oe aesarrollar una e-
pendencia emocional hacia sus carceleros. Se proregen a sí mismos ne­
gándose tajanremente a entrar siquiera en una relación absolutamente
superficial con sus adversarios. Sharansky describe cómo se sintió atraí­
do hacia sus captores: «Esmba empezando a darme cuenta de todas las
áreas humanas que teníamos en común los de la KGB y yo. Aunque
era natural, también era peligroso, porque la creciem:e sensación de
nuestra hlLT1l3J."'1idad común podía convertirse con facilidad en el pri­
mer paso hacia mi rendición. Si mis interrogadores eran mi único
vinculo con
el mundo exterior, empezaría a depender de ellos
y a bus­
car aquellos aspectos en los que podíamos esrar de acuerdo» '8
i\lientras que los prisioneros de conciencia necesitan uIilizar todos
sus recursos para evitar desarrollar una dependencia emocional con sus
carceleros, la geme que carece de este
alIO nivel de preparación, de
conciencia política y de apoyo moral normalmente desarrolla algún
grado de dependencia. El
vinculo emre el rehén y el secuesuador es la
regla y no la excepción. Un confina.'1lÍento prolongado en el que se teme
por la vida de uno
y en el que se está aislado del resIO del mundo pro­
duce invariablememe un lazo de
idemificaCÍón entre secuestrador y
víctima. Los rehenes, tras ser liberados, a menudo defienden la causa
de su secuestrador, le visitan en la cárcel
y recaudan dinero para su
defensa
19
El vínculo emocional que se desarrolla emre una mujer malrratada
y su abusador, alliClque puede compararse al del rehén y el secuesua-
~s N. Shara,.,sky, ob. elL. pág. -+6.
:9 .0.L Sy!!:.onds, «VictiIn Responses co Terror: Understanding a.fld Tream1e.,"1D>, en T/ictims o/
Tel7onsm, F. M. Ochberg y D. A, Soskis {eds.), \Vesrv-!ew. Boulder (Colorado), 1982, págs. 95-
103; T. S[remz, «The Srockholm Syndrome: Law Enforcemenc Policy and Hostage Behaviof». en
Ocnberg y Soskis, í/ictims GjTel7orúm, ?ágs. 149-163,
CAUTIVIDAD 139
dor, tiene unas características propias basadas en el cariñ.o especial
existente entre la víctima de los abusos domésticos y el maltratador 20.
Un rehén es secuestrado por sorpresa. En cm principio no sabe nada
sobre su secuestrador, o le considera el enemigo; eventuahnenre, por
coacción) pierde su anterior sistema de valores y llega a empalizar con
el secuesrrador
y a
ver el mundo desde su puma de visra. Sin embargo,
en los abusos domésticos la víctima va haciéndose prisionera
poco a
poco, a través del conejo.
Una s¡mación análoga la encomramos en la
técnica de recluIamiento de «bombardeo de 2-mor» utilizada en algu­
nos cultos religiosos 21.
La mujer que esrá emocionalmente involucrada con un maltrata­
dar interpreta en un principio su posesión como una muestra de amor
apasionado. Puede que al principio se sienta halagada y reconfortada
por el intenso interés que muesua hacia cada aspecto de su 'lida. A
medida que él se va haciendo más dominante, ella disculpa o illLrJ.irniza
su comportamiento, no solo porque le teme, sino también porque sien­
re algo por él. Para evitar desarrollar la dependencia emocional de un
rehén tendrá que llegar a tener una visión nueva e independiente de su
situación, en activa contradicción con
el
sistema de valores de su abu­
sador.
No solo tendrá que evirar desarrollar la empatía con su abusa­
dor,
SIDO que también rendrá que borrar el cariño que siente por éL
Tendrá que hacerlo a pesar de los persuasivos argumemos del maltra­
tador de que solo un sacrificio más, una prueba más de su amor, termi­
nará con la violencia y salvará
la
relación:tComo la mayoría de las mu­
jeres
alimentan su orgullo y su
autoeslÍma con su capacidad para
mantener las relaciones, el maltratador podrá con frecuencia arrapar a
su victima apelando a sus valores más apreciados~\Por lo tanro, no re­
sulta
sorprendente que a las mujeres
malrrara6s se las pueda con-
20 D. L. Grfu~a.lJ1, E. Rawlings y N. Rirnini, <<Sur'llvors afTerror: Bartered \X'ornen, Hostages,
and the Scockholm S;mdrorne», en Yllo y Bograc. Femimsr Perspecr:·v·es ... , ob. cit., págs~ 217 ·233;
D. Duccon y S. L. Paimer, «T rauInatic Bonding: The Developmem oE Emocionai At::achments L."1
Batte:red Women a.'1d Oth.er Relarionsrüps oE béermiu:em Abuse», Fictimo!ogy 6: 139-l55 (198 L)
2: D. A. Haiperin, «Group Processes in Cult AffJiation and Recruitmem», en Psychodynamic
Perspectives on Rdigion, Sect, and Cult, D. A. Halperin (ed.),JohIl Wrighe, Boswn, 1983,

140
vencer con frecuencia de volver después de haber huido de sus abu~
sadores 12.
RENDICIÓN ABSOLUTA
l,JJ terror~ la recompensa intermitente, el aislamiento y la depen­
dencia forzosa pueden acabar creando un prisionero sumiso
y
compla­
ciente, pero no se da el paso definitivo hacia el control psicológico de
la víctima hasta que esta no se haya visto forzada a violar~,sus propios
prrncipios morales y a traicionar sus vhlculos humaIlos básl'cos~ Psi co­
lógicarnente~ esta es la más destructiva de todas las técnicas d~ coac­
ción, ya que la victima que sucumbe se desprecia a sí misma. Es en este
punto cuando la víctima bajo coacción participa en el sacrificio de
otros, el momento en que realmente se «rompe».
En los malos tratos domésticos, la violación de los principios in­
cluye con frecuencia la humillación sexuaL Muchas mujeres malIra~
tadas describen haber sido forzadas a realizar prácticas sexuales que
encuentran desagradables o inmorales; otras describen haber sido
obligadas a mentir, a cubrir la falta de honestidad de su pareja o
incluso a participar en sus actividades ilegales 23. La violación de la
relación a
menudo significa el sacrificio de los niños, Los hombres
que maltratan a sus mujeres también pueden abusar de sus hijos
2",
Aunque hay muchas mujeres que, a pesar de que no se atreven a de~
fenderse a sí mismas, sí que protegen a sus hijos) otras están tan aco­
bardadas que no son capaces de intervenir ni siquiera cuando ven
que
están recibiendo malos tratos. Algunas no solo suprimen sus
propias dudas
y objeciones, sino que también fuerzan a sus hijos a
.:: yL J. S¡::ube. «The Decislon te Leave an Abusi;¡e Relamionship». en G. 1. Horaling,
D. Fü,kehl:or.]. T. Kirkpatrick y otros leds.'!, Coping u;úh Family Vio!ence.-Research dnd Paitey'
Pei"spectives, Sage, Beverly Hills (California). 1988, págs. 93-106.
2, L WaL1cer. oh. cit.
2_ L. H. BowKe.r, M. Arbitel y J. R. )V1cFen:on, <<üo the RelaLionshtp Bet\Veen \V",ie·Beatin_g
and (hild Abuse», e:l Y110 y Bograd (eds, ob. cit .. págs. 158-174.
C\L:TIVID.ill 141
ser complacientes y les castigan por quejarse. Una vez más, el patrón
de traición
puede comenzar
CaD concesiones en apariencia pequeñas
e ir progresando eventualmente hasta llegar a un punto en el que se
sufre
en silencio el más escandaloso abuso físico o sexual de los
ni­
ños. En este momento~ la desmoralización de la mujer maltratada es
absoluta,
Los supervivientes de encarcelamientos
por motivos políticos y de
tortura describen también
haber sido obligados a contemplar
irrlpo­
ten tes las atrocidades cometidas contra personas que a,.'1laban. En su
narración de cómo sobrevivió
en los campos de exterminio nazis de Ausch\Nitz~Birkenau, Elie Wiesel habla de la devoción y la lealtad que
le mantuvieron vivos a
él y a su padre en condicíones de sufrimientos LfJ.enarrables. Describe varias ocasiones en las que ambos se enfrenta­
ron
al peligro para seguir juntos,
y muchos momentos de ternura. No
obstaIlte, le persiguen las L"'11ágenes de las pocas ocasiones en que no
fue
fiel a su padre:
«[El guardia] empezó a pegarle con una barra de
hierro, ill priIlCipio mi padre se dobló bajo los golpes, luego se partió
en dos como
un árbol seco tronchado por un rayo, y se
derrumbó, Ha­
bía observado toda
la escena sin moverme,
Me quedé callado, De he~
cho, estaba pensando en cómo alejarme más para que no me pegaran,
y lo que es peor~ en ese momento mi ira no estaba dirigida [al guar­
dia], sino contra mi padre, Estaba enfadado con él por no haber sabi~
do evitar el enfado de Idek, En eso es en lo que me había convertido la
vida en
el campo de
concentración» 25.
Siendo realistas podríamos decir que hubiera sido inútil que el
hijo fuera en ayuda de su padre y que, de hecho, una demostración ac~
tiva de apoyo hacia él hubiera podido irlcrementar el peligro hacia los
dos. Pero este argumento sÍrv-e de poco consuelo a la víctima que se
siente absolutamente humillada por su indefensión, Incluso la sensa~
ción de ira no consigue salvar su dignidad porque ha sido moldeada
por sus enemigos y se ha vuelto en contra de la persona que quiere, La
sensación de vergüenza
y derrota no solo proviene de su incapacidad
2; E. \í:J'iesel. :\'ight, :;rad. S. Rodway. P..ill ano W211g, :\Iueva York 1960, pág. 61-

142
para intervenir, S1Il0 también de haberse dado cuenta de que sus cap­
cores" hall usurpado su vida interior.
':,Los prisioneros, incluso los que han conseguido resistirse, com­
prenden que pueden «romperse» bajo lli'1a coacción extrema. Normal­
mente se disúnguen dos fases en este proceso. La prLmera se alcanza
cUfuldo la víctima cede su am:onomÍa interior, su visión del mundo, sus
principios morales o su conexión con los demás sLmplemente para so­
brevivir. Hay un bloqueo de los senIimientos, pensamientos, iniciativa
y juicio. El psiquiaua Henry Krysral. que ha trabajado con supervi­
vi emes del holocaustO nazi, describe este estado como «roboriza­
ción» 26. Los prisioneros que han pasado por este estado psicológico a
menudo se describen a sí mismos como seres reducidos a una forma de
vida no humana. Aquí está el testimonio de Lovelace, que llegó a este
estado de degradación cuando se vio obligada a ejercer la prostitución
y la pornografía: «Al principio estaba convencida de que Dios me ayu­
daría a escapar, pero, con el tiempo, se me acabó la fe. La mera idea de
escapar me reswEaba Eerrorífica. Se me había degradado de tOdas las
formas posibles, se me había despojado
de
[Oda dignidad, y se me ha­
bía reducido a ser un animal y luego a ser un vegetal. La fuerza que me
quedaba empezó a desaparecer. La mera supervivencia la requería
toda. Llegar al dia siguieme era una victoria» n Y aquí está la descrip­
ción de una experiencia parecida, narrada por Jacobo TiInerman, edi­
tor y hombre de letras, encarcelado y ranurado por ser un disidente
político: «Aunque no puedo Eransmitir la magnimd de ese dolor, quizá
pueda ofrecer algunos consejos a aquellos que sufran torturas en el
ruturo [ .. ,J En el año y medio que pasé bajo arresto domiciliario de­
diqué mucho riempo a pensar en mi acritud durame las sesiones de
tortura y el aislamiemo. Me di cuema de que había desarrollado ins­
timivameme una actitud de absoluta pasividad [ ... J Sentía que me
estaba conviniendo en un vegetal; había dejado a un lado todas las
emociones
y sensaciones lógicas
-miedo, odio, venganza-porque
26 H. Kr;-'scal, «Trauma arrd Aifecrs», Psycboana!ytic Study 01 the Chzld 33: 81-116 (1978).
17 L Lovelace y M. McGra¿y, ob. cit., pág. 70.
ClUT!\:1DAD
143
cualquier emoción o sensación significaba desperdiciar ÍIlútílmente mi
energía» 23. ~ ..
Este es-[ado de degradación psicológica es irreversible. Durante el
tiempo de su cautividad, las ,1ctimas describen haber flucmado con fre­
cuencia entre períodos de sumisión y períodos de resistencia más aGÍva.
La segunda, e irreversible, fase de «romper» a lLl'1a persona se conSlLma
cuando la vícIÍIDa pierde las ganas de vivir. No es lo mismo que volverse
suicida:
la gente en
cauuvídad vi.ve cünstantemenre con la fantasía del
suicidio, y los intentos ocasionales de suicidarse nO están reñidos con la
determinación de seguir viviendo.
De hecho, Timerman describe el
de­
seo de suicidarse en circunstancias extremas como lUl signo de resisten­
cia
y de
orgullo~~,El suicidio) afirma, «sigrüfica llrroducir en tu vida diaria
algo que está a la par con la violencia que Ee rodea [ ... J Es ponerse al
mismo nivel que tUS carceleros» 29L La postura del suicidio es activa;
mantiene tLna sensación Ínterna de control. Como en el caso de la huelga
de hambre, el cautivo afinma su desafio al estar dispuesto a perdet la
vida::;'
[Perder la voluntad de vivir represema la última fase del proceso
que TiInerman describe como adoprar una «actimd de absoluta pasivi­
dad». Los supervivientes de los campos de exterminio nazis describen
esta condición desesperada a la que dieron
el nombre de
«musulmán>~.\
Los prisioneros que habían llegado a ese punto de degradación ya no
seguían
intentando encontrar comida o calentarse, y no hacían nin­
gún esfuerzo por no ser apaleados.
Se les consideraba los muenos vi­
vientes.3o. Los supervivientes de sÍIuaciones extremas a menudo re­
cuerdan
un punto de inflexión en el que se simieron temados a
emrar
en este estado tenminal, pero tomaron la decisión activa de luchar por
su vida. Hearst describe este momento durante su caUEiverio:
Zg J. Tünermatl, Prisan!?? Wúhout a Name: Cea Wúhout a Number, trad. 'T' TalboL Vimage,
Nueva York, 1988, págs. 34-35.
29 Ibídem, págs. 90 y 9l.
30 P. Levi, SU7viva! In Auschwüz on Humanity [1958J, uad. Seuare \Vol!. CoSer, ;'\ueva
York, 1961; E. Wiesel, ob. cit.; H. Krystal, ob. cit.

1~4
Sabía que cada vez estaba 1112.S débil a causa de mi enca~celarDiento. Pero
en ese momemo tU"i.'e la semación de que me estaba muriendo. Había un um­
bral sin retorno
y
podía sentir que estaba próxirna a cruzarlo. ;\Ji cuerpo es­
:aba agOLado, me faltaba la fuerza. No podría levantarme siquiera aunque ;ne
permítieran
ma~cbarme
. .J Estaba tan cansada, tan cansada: lo único que de­
seaba era dormir. rr sabía que era peligroso, letal, COlT'.O el hombre perdido en
ia nieve del Artico que se tumbó para dormir una siesta y DO se volvió a des·
pertar. De repeme mi mente estaba viva y alerta a todo eSlQ. Podía ver lo que
me estaba ocurriendo como
si estuviera fuera de
mi mÍsma [ .. .J Se estaba ü­
blarl¿o una batalla a..'tí dentro del armario, y ganó rrj meme. De forma delibe·
rada y clara decidí que no moTiría, al menos no por propia voluntad. Seguiría
lucna.¡1do con todo lo que estuviera en mi mano para sobrevi'¡;ir 3,
EL SÍNDROME DE TRAUMA CRÓNICO
Las personas gue han estado sometidas a un trauma prolongado y
re¡Í~Iido desarrollan una forma de desorden de estrés postraumático
progresiva e insidiosa que
ir1Vade y erosiona la
personalidaqJl\1ientras
que la victima de un único y agudo trauma puede sentir que, después
del aconteciIniento, no es «ella misma»,Ha víctima de un trauma cróni~
ca puede sentir que ha cambiado irrevocablemente, o puede perder
para siempre la sensación de su propio yo.
',El peor miedo de cualquier persona traumatizada es que vuelva a
ocurrir
el momento de
horror, y este miedo se cumple en las vicIimas del
abuso crónico. No resulta sorprendente que la repetición del trauma
amplifique todos los síntomas de hiperactivación del síndrome de estrés
postral.unático. Las personas crónicamente traumatizadas están siempre
hipervigi]a¡1tes, ansiosas
y agitadas. La psiquiatra Elaíne Hilberman
des·
cribe el estado de miedo permanente que experimentan las mujeres mal·
tratadas: «Acontecimientos remotamente vinculados con la violencia
-sirenas, truenos, puertas abatibles-creaban un intenso miedo. Había
una aprensión crónica de desastre inminente, de algo terrible que siem·
pre está a punto de ocurrir. Cualquier simbolo o indicio real de peligro
;: P. C. Heal"St y A. )"'foscow, ob. elL págs. 75 y 76.
C:\C1T\.-m.c\D 145
tenía como consecuencia un L'1CTemento de la acrividad, agitación, gritos
y lloros. Las mujeres seguían vi.gilantes, bcapaces de relajarse o dormir.
Las pesadillas eran u.:.--llversales, con temas de víolencia y peligro»3~~~~
f-Las personas crónicamente traumatizadas ya no úenen un estado
bá~ico de calma física o paz. Con el paso del tiempo perciben que sus
cuerpos se han vuelto en su contra. Empiezan a quejarse no solo de in­
somnio y agitación, sino también de numerosos tipos de síntomas so­
máticos. Son muy frecuentes la tensión, los dolores de cabeza, las mo~
lestias gastrointestinales, y los dolores abdominales, de espalda o
pélvicos. Las supervivientes pueden quejarse de temblores, de sensa­
cíón de ahogo o de palpitaciones. En e::itudios realizados con supervi­
"rientes del holocausto nazi, se descubríó que las reacciones psicosomá­
ticas eran prácticamente generalizadas 53. Se han hecho observaciones
similares sobre los refugiados de campos de concentración en el sudes­
te
de Asia
3
J
. Algunos ?upenivientes pueden proyectar ei daño de su
prolongada cauti"vidacr~ en términos somáticos, o es posíble que se acos­
tumbren tanto a su condición que ya no sean capaces de reconocer la
conexión entre sus síntomas de sufrimiento físico v el clima de terror
'4 "
en el que se formaron estos síntomas. ,,)
Los síntomas h'1uusivos del desorden de estrés pos traumático tam~
bién persisten en las víctimas de un trauma prolongado y repetido.
Pero, a diferencia de los sintomas
i..¡1trusivos después de un único
trau·
ma, que suelen suavizarse en unas semanas o meses) estos síntomas
pueden persistir con leves cambios durante muchos años después de la
liberación de la cautividad. Por ejemplo, los estudios realizados sobre
32 E. P.ilbermai"1. ,<Toe "\X7ie-Bealer's \'(.'iie· Reconsi¿ei."ed·'». American jouma! 01 Psyc.0ú¡!ry
137: 1.336-1347 (19801, cita er:. pág. 1341.
33 K. D. Hoppe, «ResomatizatioD. oE ,'1.,Efects te: Sunisors or Pe::securLon», International ]our­
na! ofPsycho.ana!/sis .:\9'. 324-326 (1968): H. K:ysca.l y"V;(,r Niede:lanc. «ClL.-¡ical Observations on
che Survivor Syndrome». en Massive Psychic Trauma. H. Kr:v'SIal (ed.), L,IemationaI Universiries
Press,
Nueva York. 1968,
págs. 327·348: \'1,', de Loos. «?sychosomatic .YIlli,,"iiestations oE Chrorüc
PTSD», en Post-traumatic Stress Dúorder: EtioLog;y .. Phenomeno!og;y and Treatmenc, M. E. "('df Y
A. D. MostlaL."D. (easJ. fu-nencan Psycrua(:ic Press. 'X-'as.bégtofl. D.e., 1990, págs. 94-105.
;4 ]. Kroil, M. Habeních;:, 1. ;vIackel!zie y otros, «Depression lli"1d Pos;:;:raumauc Stress Dtsor·
de!
in Sourbeast Asían Refugees».
American ]ournal 01 Ps)"chiatry 146: 1592-1597 (1989).

1..;.6
soldados que habían sido hechos prisioneros durante la Segunda
Guerra ?vlundial o la Guerra de Corea, encontraron que entre ueLT1ta y
cinco
y
cuarenta años después de su liberación la mayoría de estos
hombres seguían teniendo pesadillas,
flashbacks persistentes y
reaccio­
nes extremas a recordatorios de sus experiencias como prisÍoneros de
guerra 35. Sus síntomas era.l1 más graves que los de los veteranos de guerra
de
la misma época que no habían sido capturados
O encarcelados 36.
Después de cuarenLa años, los supervivientes de los campos de con­
cenLraóón nazis tenían tenaces y graves sÍt""1tomas intrusÍvos 37.
Tpero los rasgos del desorden de eSIrés postraumático que más se
exageran en las personas crónicamente traumatizadas son los de evita­
ción o constricción. Cuando la víctima ha quedado reducida al obje­
ti vo de la mera supervÍvencia, la constricción psicológica se convierte
en una forma esencial de adapTación. Este eSIrechamiento se aplica a
IOdos los aspectos de la vida: relaciones, actividades, pensamientos, re­
cuerdos, emociones e incluso sensacÍones. Y aunque eSTa constricción
es adaptativa durante el cautiverio, también produce una especie de
atrofia en
las capacidades psicológicas que han
,~ido suprimidas, y un
exagerado desarrollo de una vida interior solitaria .. )
L Las personas en cautividad se convienen en adeptos practicantes
de la conciencia alterada. A través de la práctica de la disociación, la
supresión del pensamiento voluntario, la minimización y en ocasiones
la rotunda negación, aprenden a alterar una realidad insoponable. El
lenguaje psicológico normal no tiene nombre para esta compleja gama
de maniobras mentales que son, simultáneamente, conscientes e in-
)5 G. Golds(eirl, V. va..'1 Kamr.'1leu, C. Sheily y otros, ~<Sun1vors oE Imprísonmem h, óe Pacillc
Thea!er Dur-'.!lg )(lad¿ War lh, American [auma! o/Psychiatry 144: 1210-1213 {1987J;J, C. KIuz­
rú.k, N. Speed, C. '1aI1 Valkenburg y OlIOS, «(Forty Year FollO\v Up oÍ Unired Séares Prisoners oÍ
War», American Journal ofPsychiatry 143: 1443·1446 (1986).
,6 P. B. S:lL!.::er, D. K. íX'ir.,stead, Z. H. GaL,a y ouos, «Cognicive Dencits acld Psychopatho­
lagy ,wong Former Prisoners oÍ \Y!ar and Combat Veterans oÍ ü'l.e Korean ConBio>, American
Jouma! o/Psychiatry 148: 67-72 (1991).
)7 W. W. Eawc, J. J. Sigru y M. Weideld, «Impairmem i...'l. Holocaus[ Survtvors Arter 33
Yese;: Dam from an Unbiased Communiry Sarnple», American Joumal 01 Psychiatrj 139: 173·777
(1982).
C,CTIVIDiID 147
conscientes. Quizá el mejor nombre para ello sea pensamíet~rg_ .clobJey
según la defirlÍción de Orwell: «Pensamíento d()Gl~-·~'li~~~.~-a ~l.po_ªer
de defen?er s4'TIult?neamente en -i~"~ente dos creen~ias opuestas;, y
acep[~;arr;bas. La [perso;;a] sabe en. qué direcciÓn debe altera~ su Q¡;­
;;:;o~;á;po~ 'l~ lfu-1tü-:-sabe' q~~ está engañando a la realidad;. per:o, me,
díanle--ere1e-rdcl~ -de pensamiento doble, tarnbiép se as,~gur~ de.,que_Do
se violeb r:.eilldad.iEsI~ proceso ~iene que ser consciente porque, de
-~-; ~;-así) no se lle'i¡:;ría a cabo con la precisión necesaria) mas también
tiene que ser inconsciente porque,
de no ser así, tendría una sensación
de falsedad [
... ] Incluso para utilizar la expresión
pensamiento doble es
necesario ejercer el pensamiento doble» 3-~-La capacidad para tener si­
mulTáneamente cre~ncias contradictoria; es -"car:~~l~~ístl¿a de J;'s--esta--
q.~~ d~ trance.' Otr'a caract~~ís~ica es la capacidad para alrerar la per­
~~p¿-ió·n. C'~n frecuencia, los prisioneros se instruyen los unos a los
Otros en la inducción de estos estados mediante cánticos, oraciones y
sencillas técnicas de hipnosis. Estos méTodos se aplican consciente­
mente
para aguantar el hambre, el frío y el dolor.
Alicia Parmoy, una
mujer «desaparecida» en Argenu..TJ.a describe su primer mIentO fracasa-
1'"
do de entrar en un estado de trance: ,<Probablemente fue el hambre lo
que despertó mi interés
por
-errr;;:;-;:;d~ extrasensorial. Empecé relajan­
do los músculos. Pensé que mi mente, aliviada de su peso, viajaría en la
dirección que yo quisiera. Pero el experimento fracasó. Esperaba que
mi psique, elevada hacia el techo,
pudiera observar mi cuerpo tendido
en
el camastro manchado de rojo y de suciedad. No ocurrió de esa
ma­
nera. Quizá también los ojos de mi mente estuvieran vendados»
Tras haber aprendido técnicas de meditación de OtrOS prisioneros,
Alicia fue capaz
de
limirar su percepción física del dolor y de las reac­
ciones emocionales al terror y a las humillaciones, alterando su sentido
de la realidad.
Para ilustrar el grado que alcanzó en la disociación de
su experíencia, la narra en
Tercera persona:
,8 G. Orv.reU, ab. cit., págs. 176-177.
39 A. Par-::nay, The Lide School: TaleS o/ Dúappearance and Survivai in Argentina, Clcis
Press, San Francisco, 1986, pág. 49.

148
«Quítate toda la ropa.»
Se quedó de pie, en ropa ircte-ior.la cabeza alta. Esperó.
«He dicho toda la ropa.»
Se
qUltó el resto de
la ropa. Senda como 51 los guardias no existieran,
como si fuezan solo ur:os gusanos repugnantes que podía borrar de la :neme
pensando en cosas agradables ~:).
Durante UD encarcelamiento o aislamienTo prolongado, algunos
prisioneros llegan a desarrollar la capacidad
de entrar en trance ..
De­
sarrollan habilidades que solo se encuentran en personas propensas a
ser hipnotizadas, incluyendo la capacidad
para formar alucinaciones
positivas y negativas, y
de disociar partes de la personalidad. Elaine
Mohamed, una prisionera política de Sudáfrica, describe las alteracio·
nes psicológicas que sufrió en cautívidad:
Empecé a alucL."1ar en la pristón. probablemente para h!.temar comba;:ir la
soleead. Recuerdo que alguieil me pregu..l1tó ¿ura...'i.te el tiempo que duró mi
juicio: «Elaine, ¿qué estás haciendo?». No paraba de mover la ffiS"10 detrás de
la espalda, y ie dije: dI/le estOy acariciando la cola». Me había L'TIagin.ado a sí
:nisma como una ardilla. Un momón de mis alucinaciones trataban sobre el
miedo. Las ventanas de mi celda estaba.'1 demasiado altas para mirar por ellas,
pero alucinaba que algo entraba en mi celda como, por ejemplo, un lobo ...
y empecé a hablar conmigo misma. ?vE segundo nombre es Rose, y siem­
pre he odiado ese nombre. Algunas veces era Rose ia que hablaba con Elaine y
otras era Elaine hablando con Rose. Sentía que la parte Elaine de mí era la par­
te más fuerte, mientras que Rose era la persona que despreciaba. Ella e;:-a la dé­
bil, la que lloraba y se disgustaba, y no podía soportar la detención, y que se
iba a venir abajo. Elame sí que podía soportarlo~:.
Aparte de utilizar estados de trance, los prisioneros desarrollan la
capacidad voluntaria de restringir
y eliminar sus pensamientos. Esto
se
aplica especialmente a los pensamientos de futuro. Pensar en el futuro
despierta
un anhelo y una esperanza tan intensos que resultan
insopor·
tabies a los prisioneros; pronto aprenden que estas emociones les bao
.;0 A. Parmoy, oo. cit .. pág. /l.
"] Cit. ,;J0r D. E. H. RusselL en Uves 01 Courage' T:i1omen /or a Sew 50utb ;1.fricú, Basle BooKs.
Nueva -{ork. 1989, págs. 40 y 4l.
CAL'TI\"ID.-\D 149
cen vulnerables a la decepción y que esta acabará haciéndoles sentirse
desesperados. Por lo tam:o, reducen deliberadamente su atención y se
centran tan solo en objetiv-os muy limitados. El futuro queda reducido
a unas horas, como
mucho a días.
Las alteraciones en
el sentido del tiempo comienzan borrando el
futuro de la mente, pero eventualmente acaban con el individuo
borral"1do también el pasado. Los prisioneros que se resisten de forma
activa cultivan de manera consciente los recuerdos de su vida anterior
para combatir
el
aislamiento,[Sin embargo, a meclida que la coacción
se hace más extrema y se desmorona la resistencia, los prisioneros pier­
den el sentido de continuidad con su pasado. Este, al igual que el futu·
ro, se conVlerte eI: algo demaslado doloroso porque la memona, al
igual que la esperanza, despierta la nostalgia de lo que
se ha
perdido.
De esta maIlera, los prisioneros se verán eventualmente condenados a
. ~ '-
vivir lL'1 presente interminable. ¡'primo Levi, superviviente de los cam­
pos de extermi11ío nazis, describe este estado sin tiempo: «En el mes
de agosto de
1944, los que habían10s entrado en los campos
cir1CO me­
ses antes ahora éramos los antiguos [ ... ] Nuestra sabiduría consistía en
"no intentar comprender
l1
" no imaginar el futuro, no atormentarnos
preguI1tándonos cómo y
cuándo acabaría todo; no haciendo preguntas
a los demás o a nosotros mismos [
... ]
Para los hombres vivos, las uni·
dades de tiempo siem"pre han :enido un valor. Para nosotros, la histo·
ria se había parado» "",
Con frecuencia esta ruptura en la continuidad entre presente y fu­
turo continúa después de que el prisionero haya sido liberado. Puede
que dé
la sensación de que el prisionero vuelve al tiempo real, pero en
realidad sigue psicológicamente unido a la falta de tiempo de
la
pri·
sión. Puede que, al intentar reincorporarse a la vida normal, los antÍ­
guas prisioneros borren o eviten conscientemente los recuerdos de su
cautividad aplicando
todos los poderes de control del pensamiento
que
han adquirido.
Como resultado, el [rauma crónico de la cautividad
no
puede integrarse en la historia de la vida de la persona.
Por ejem-
J2 P. Lev:. ob. cir., págs. 106 y 107.

""J
150
plo, algunos estudios sobre prisioneros de guerra Ll1forma.:.'1 con perple­
jidad de que los hombres nunca hablaron de sus experiencias con na­
die. A menudo, aquellos que se casaban después de la liberación ni si­
quiera habían com:ado a sus mujeres e hijos que fueron prisioneros"].
De la misma manera, los estudios sobre los campos de concentración
repiten una
y
OEra vez que los prisioneros se negaban a hablar del pasa­
do ~.,. Si11 embargo, cuanto más se niega el período de cauIlvidad, más
vivo permanece ese fragmemo desconecIado del pasado con las carac­
terísticas inmediatas y presentes de la memoria traumática.
Por consiguiente, incluso años después de la liberación, el prisio­
nero sigue ejerciendo el pensamiento doble y existiendo simultánea­
mente en dos realidades, en dos pum:os en el Iiempo. La experiencia
del presente es a menudo borrosa y sorda, mientras que los recuerdos
rnLrusÍvos del pasado son iIlcensos y claros. Un estudio sobre los super­
vivientes de los campos de concentración encontró esta «doble con­
ciencia funcionando» en una mujer que había sido liberada veime
a.:.~os antes. i\l ver a los soldados israelíes pasando por delante de su
ventana,
la mujer afirmó que sabía que los soldados iban a luchar a la
frontera.
Al mismo tiempo, sin embargo, «sabía» que iban a morir a
manos de
un comandante nazi
''. A pesar de que no había perdido
comactO con la realidad del presente, era más poderosa la del pasado.
Paralelameme a las alteraciones en el sentido del tiempo se produce
U..'la constricción en la iniciativa y la planificación. Los prisioneros que no
han sido «rotos» del todo no renuncian a la capacidad de vincularse acti­
varneme con su entorno. Al contrario, a menudo emprenden las peque­
ñas Lareas diarias de supervivencia con extraordinario ánimo y empeño.
Pero la gama de iniciativas se ve cada vez más mennada por los límites
.;) c. C. TcpS:.ar,r, K.]. Gouls::on y O. F. Dem, «ln.: Psycnological Efrecr:s oE Bein_g a Pri­
soner of \,(1ar: Fowj Year-s mer Rdease), Amer¡'can-Jouma! 01 Ps-ychiatry 14.3: 618-622 (1986);
]. e Kluzni..l.c y mIOS, oo. cit .
.;~ H. KrystaI, }lassi-ue Psychic Trauma, oo. cÍr.: J-D. Ki,zie, R. H. Fredrickson, R. Beo y
aErOS, <<...PTSD Among Survivors oE Cambodian Concem:-acion Camps», ¡{meriean Jouma! o; Psy­
chiatry 141: 645-650 (l98.:!).
"5 R.Ja"f:fe, «DissocÍauve Phenomena in FOEDe:-Concemration Camp bmares», Intemationa!
]o-urna¿ olPsycho-Anaiysis 49: .310-.312 (1968).
C-\UTIVID_r\D 151
establecidos por el perpeuador. El prisionero ya no piensa en cómo esca­
par, sino en cómo ma.T1tenerse con vida o cómo hacer más soportable el
cautiverio. Un prisionero en LLl1 campo de concencraóón piensa en cómo
obtener unos zapatos, una cuchara o una manta; un grupo de prisioneros
políticos conspiran para cultivar unos pocos vegeTales; una prostituta pla­
nea cómo esconder un poco de dinero de su chulo; una mujer maltratada
enseña a sus hijos a esconderse cuando
es
Lnminem:e lL"1 ataque.
~:,Esle estrechamiento de la gama de iniciativa se convierte en algo
habitual
en una cautividad prolongada, y debe
ohidarse después de
que el prisionero es liberado. Mauricio Rosencof, disideme político.
describe las dificultades
de volver a una vida de libertad después de
muchos
aúos de encarcelamiemo:-·
Cuando sali"'110S, de repente nos [mimos que enEremar a todos esIOS pro­
blemas [ ... ] Problemas ridículos. Por ejemplo, los pomos de las pUefras. Ya no
[enla
el retlejo
de agarrar el pomo. No lo h~bü hecho, no se me habia pemúú­
do hacerlo durante más de ;:rece años. Llegaba a una puerta cerrada y me que­
daba mOmentfu"1cili-nente paralizado. No era capaz de recordar qué [enÍa que
hacer a comlrmación. O cómo encender la luz en una habitación a oscuras.
Cómo uabajar, pagar las facIliras, tr de compras, vislrar aInigos. lvE hija me
dice que tengo que hacer esw o lo o[ro, y puedo manejar 11.:.'1 problema, puedo
manejar dos, pero cuando aparece lirIa tercera dificuhac puedo oír la voz de
mi hija pero mi cabeza está perdida en las nubes ~6.
'::.Esta constricción en las capacidades para relacionarse activammte
con el mundo, algo habitual después de U11 único trauma, se hace mu­
cho más pronunciada en las personas crónicamente traumatizadas que
a menudo son descritas como pasivas o indefensas. Algunos teóricos
han aplicado de forma equivocada el concepto de
«indefensión apren­
dida» a la situación de las mujeres maltratadas y Otras personas cróni­
camente traumatizadas ,'-Dichos conceptos tienden a retratar a la VÍc­
tima como un ser derroIado o apático cuando la realidad es que en su
.;6 eü. por L. WescJ.-.Jer, er. «Tne Gre:ar Excepcion: Pan 1; Liberty», N¿'1.f.,' Yor.ker, .3-I\/-1989,
págs. 43-85; ciI. en págs. 81 y 82.
~7 R. Fla\1nery y M. Har,,.ey, {(Psychological TraU-:T:.a and Leame¿ Helplessness: Seligman's
Paradigm Reconsiderec1». Psychotherapy 28: 374·378 (1991).

152
interior se está librando una bmalla mucho más vital y compleja. En la
mayoría de los casos, la víctima se ha rendido, pero ha aprendido que
cada acción suya será vigilada) que la mayoría de sus acciones serán
frustradas,
y que pagará un alto precio por su fracaso.
Como el perpe­
trador ha conseguido que se cumpla forzosamente su exigencia de su­
misión absoluta, la -victima considerará cualquier ejercicio de su inicia­
tiva como
una insubordinación. Antes de ejecutar cualquier acción
, " d al· oosen-ara el entorno, esperan o una repres la.
La cautividad prolongada mina o destruye-la sensación normal de
una esfera relativamente segura
de iniciativa, en la que existe cierta to­
lerancia para
probar y equivocarse. Cualquier acción tiene desastrosas
consecuencias potenciales
para la persona traumatizada y, por lo tanto,
no ha lugar para la equivocación. Rosencof describe que siempre
espe­
raba que llegara el castigo: «Estaba en perpetuo sobresalto. Constante­
mente me paro para dejar pasar a quien va detrás de mí: mi cuerpo es­
pera recibir un golpe» ~8.
La sensación de que el perpetrador sigue presente incluso tras la
liberación significa una importa.l1te alteración del mundo relacÍonal de
la víctima.
La relación forzosa durante la cautividad, que por
necesi­
dad monopoliza la atención de la víctima, se convierte en parte de su
vida interior
y sigue atrayendo su atención tras la liberación. En el caso
de los prisioneros políticos, esta relación continuada
puede adquirir la
forma de una preocupación pesimista con las carreras criminales
de
sus captores o con inquietudes más abstractas sobre las fuerzas del mal
en
el mundo. A menudo los prisioneros liberados siguen los pasos de
sus captores
y continúan temiéndoles. En los prisioneros sexuales,
do­
mésticos y de sectas religiosas esta relación continuada puede tomar una
forma más ambivalente:ja víctima puede seguir temiendo a su antiguo
carcelero y esperar que eventualmente la encuentre, pero también se
puede sentir vacía, confundida e inútil sin é1.1.
/'
En los prisioneros políticos que no han estado totalmente aislados,
la maligna relación con el perpetrador puede verse mitigada por la
JS Cit. por L. WeschleL e:.1 «The Great Exceptiom>, ob. ciL pág. 82.
C- L:TTVID_w 153
relación que han manrenido con las personas que han compartido su
destino. Los prisioneros que han tenido la suerte de relacionarse CaD
otros conocen la generosidad, el valor y la devoción que nace en algu­
nas personas cuando viven situaciones extremastLa capacidad de crear
vinculas fuertes no queda destruida ni siquiera en las condiciones más
diabólicas: la amistad nació incluso entre los prisioneros de los campos
de exterminio nazis. Un estudio sobre las relaciones entre los prisio­
neros
de estos
C8.l11pOS descubrió que la gran mayoría de los supervi­
vientes eran parte
de un
«par estable», una leal relación amistosa de
generosidad y protección, y llegó a la conclusión de que el par y no el
individuo era «la unidad básÍca de supervivencia» -l9.'-i
Sin embargo, entre los prisioneros aislados que no tenían la opor­
tunidad de unirse a otras personas que estuvl.eran en sus mismas con­
diciones, ese vhJ.culo puede crearse entre la víctima y el carcelero, y
esta relación se puede malinterpretar como la <<unidad básica de su­
penrivencia». Este es el «vínculo traumático» que se crea entre los
rehenes, que llegan a considerar que sus secuesrradores son sus salva­
dores, y a temer y odiar a sus rescatadores. :\-Jartin Sy111onds, psicoana­
lista
y
agente de policía, describe este proceso como una regresión for­
zosa al «infantilismo psicológico» que «obliga a las víctirnas a aferrarse
a la misma persona que está
poniendo en peligro su
vida" 50 Observa
regularmente este proceso en policías que han sido secuestrados y he­
chos rehenes durante el cumplimiento de su deber.
LE] mismo vinculo traumático puede tener lugar entre la mujer mal­
tratada y su abusador ". La experiencia repetida de terror e indulto,
especialmente
demro del contexto aislado de una relación amorosa,
puede derivar en un sentimiento de
ÍI1tenSa dependencia y adoración
"q E. Luchterland. «Social Behavior oE Concentration Camp Prisoners: Concinuiti.es anc
Discontinuities
wiÓ Pre-
an¿ Pos~-Camp Life)). en J. Dims¿ale, 5urviz,·OTs, Victims¡ Pf?lpetla­
tlOrS, págs. 259-282. Otros relatos sobre el par como uuidad de superviveucia puede" encono
[rarse en j. Dünsdale. «Tbe Copir:.g Bé.avlor oE ~azi ConcentratioD Camp Survtvors». er:.
J. Di.msdale.Sui"uú)OTS, íj;c!zms, Perpe;r:;tTors, págs. 163-174. Véa.."'"lse tar"bién P. Le,,-l. ob. cit.:
.t.:. Wiesel. ob. cit.
)"G .:'vI. Symonds. ob. d::., ;xig. 99.
5i D. Dutton y S. L Painter. ob. dI.

154
en una autoridad todopoderosa y casi divina. La vícTima puede vivir
aterrorizada por la cólera de su perpetrador, pero también puede con­
siderarle la fuente de la fuerza y de la vida, y hasta pensar que es su
guía. La relación puede convenirse en algo muy especial. ~Algunas mu­
jeres maltratadas hablan
de entrar
en un mundo exclusivo, casi fantás­
tico, de comulgar con el grandioso sistema de creencias de su pareja y
.de suprimir voluntariamente sus propias dudas como prueba de su
leahad y sumisión. Algunas personas que han emrado en sectas religio­
sas hablan con frecuencia de experiencias parecidas 52 ~-.,
[Cuando la víctima ha escapado no es posible reco~·struir las rela­
ciones tal y como existÍan antes de la cautividad, porque ahora rodas
las relaciones se observan a través de la lupa de la extremidad. Al igual
que no existe una gama de compromiso o de riesgo
moderado para la
iniciatÍva, tampoco existe una gama de compromiso o de riesgo
mode­
rado para la relación. }Ninguna relación normal-ofrece el mismo grado
de intensidad que
el
vfuculo patológico con el abusadoI:I~
En cada encuentro se cuesLÍona la confianza básica. Para el prisio­
nero liberado solo hay una historia: la de la a¡rocidad. Y can solo hay
un número limitado de roles: uno puede ser un secuesrrador, un testi­
go pasivo, un aliado o un rescacador. Cada relación nueva o vieja lleva
ímplícíra la pregunta: ¿De qué lado estás? La víctima reserva su mayor
desprecio no para
e! perpetrador,
sino para e! testigo pasivo. Una vez
más escuchamos la voz de la prostituta Love!ace despreciando a aque­
nos que no intervinieron: «La mayoría de la gente no sabe lo duramen­
re que la juzgo porque no digo nada. Lo que hago es borrarlos de la
lista. Estos hombres tuvieron la posibilidad de ayudarme
y no
respon­
dieron»
53.
El prisionero político Timerman expresa la misma amargura
y sensación de abandono: «El holocausro no será recordado tanto por
el número de VÍctimas sino por la magnitud de! silencio. Y lo que más
me obsesiona
es la tepetición de!
silencio» ".
52 R. r Lifton, «Cults: Religious T otalism arrd Ci-I.il Lberries», en R r Li.fcon, The FUtu7e o;
ln.'JZorfalÚy and Other Essays for a \'uelear Age, Basie Books, Nueva York, 1987, págs. 209-219.
5) 1. Lovelace y M. 1IcGrady, ab. elt" pág. 134.
J'¡ J. Ti...rr:.e.rman, ob. cit.) pág. 14 L
C-\UTIVIDA.D
155
"-La cautividad prolongada altera rodas las telaciones humanas y
multiplica la dialécrica del ¡rauma. La superviviente fluctúa emre el
vínculo intenso y el alejamiento aterrorizado. Se planrea cualquier re!a­
ción como si eSTuvieran en juego temas a vida o muerte. Puede aferrarse
desesperadamente a una persona que percibe como tes catador"
huir de
repente de
una persona que sospecha es un perperrador o cómplice,
demostrar una gran lealtad y devoción a una persona que percibe
como aliada, o dirigÍr su ira y su desprecio hacia alguien que parece ser
un testÍgo complaciente, Los roles que asigna a los demás pueden carH­
biar tepentinameme como resultado de pequeños lapsos de decepción
porque ya no confía en ninguna represen ración interna de otra perso­
na. Una vez más, no hay sitio para las equivocaciones. Como la mayo­
ría de la gente no consigue aprobar los exigentes exámenes de confian­
za que establece la víctima, esta acaba alejándose de las relaciones. Por
lo tanto, e! aislamiento de la supervivieme perdura mucho después de
su liberación.
Una cautividad prolongada también produce protul1das alteracio­
nes en la identidad de la víctima. Todas las estructuras psicológicas de
la persona -la i.lnagen de su cuerpo, las imágenes que tiene de los de­
más, y los valores e ideales que le dan una sensación de coherencia y
propósito-han sido invadidas y derribadas sistemáticameme. En mu­
chos sistemas totalitarios, este proceso de deshumanización se lleva
hasta
e! extremo de quitarle e! nombre a la víctima. Timerman se llama
a sí mismo el «prisionero
sin nombre». En los campos de concentra­
ción, el nombre del cauIÍvo es susIÍtuido con una designación nO huma­
na: un número. En la política, las sectas religiosas y en la explotación
sexual organizada, a
menudo se le da a la VÍctima un nombre nuevo
que significa
que se ha borrado por completo su identidad anterior
y que se somete al nuevo orden.
De esta manera, Patricia Hearst fue
baurizada como Tania, la revolucionaria;
Linda Boreman, reemplazada
por Linda Love!ace, la pUta.
[La vícUma no es capaz de recuperar su identidad anterior aunque
haya sido liberada. Sea cual sea la identidad que desarrolle en liberrad,
debe necesariamente incluir
e! recuerdo de su yo esclavizado.
Su ima­
gen debe incluir un cuerpo que puede 'ser controlado y violado. La

i56
imagen de sí misma con respecto a los demás debe h'1cluir una perso­
na que puede perder, y perderse, ante otros. Y sus ideas morales de­
ben coexistÍr con el conocLllÍento de su capacidad para el mal: tanto
dentro de
otros como dentro de sí misma.
Si durante el período de
coacción ha traicionado sus
propios principios y ha sacrificado a otras
personas,
a..1.ora tiene que vivir con la imagen de sí misma como cóm­
plice del perpetrador, como una persona «rora». Para la mayoría de
víctimas el resultado de todo esto es una identidad contaminada.
) las víctimas les persigue la vergüenza, el autodesprecio y una sensa­
ción de fracaso ..
En los casos más graves, la víctima conserva la identidad deshuma­
nizada de un cautivo que ha sido reducido al nivel de la superVi'ilencia
más elemental: e! robot. el animal, e! vegetal. El psiquiatra \VilIiam
Niederland, en sus estudios de los supervivientes del holocausto nazi,
observó que las alteraciones de
la identidad personal eran un rasgo
constante del
«síndrome del superviviente». lVlientras que la mayoría
de sus pacientes se quejaban: «Ahora soy
una persona
diferente>>¡ los
casos más graves afirmaban sencillamente: «No soy una persona»)5.
Estas profundas alteraciones en el yo y en Las relaciones tienen
como consecuencia que se cuestionen los principales dogmas de fe.
Hay personas con sistemas de creencias fuertes y sólidos capaces de
soportar e! sufrímiento de! encarcelamiento y de salir de ello con su fe
intacta O fortalecida. Pero se trata de unos pocos y extraordinarios
seres. La mayoría de las personas experímentarl la amargura de haber
sido abandonadas por Dios. El superviviente de! holocausto \Viesel ex­
presa esta amargura: «Nunca olvidaré esas llamas que consunueron mi
fe para siempre. Nunca olvid~ré el silencio nocturno que me arrebató,
para
toda la eternidad, el deseo de
vivir. Nunca olvidaré esos momentos
que asesinaron a mi Dios y a mi alma y convirtieron mis sueños en pol­
vo.
Nunca
olvidaré esas cosas, ni siquiera si me condenan a vivir tanto
como e! propio Dios. Nunca»",
55 W. G. :--'¡iedertand, «CJir,jcal Obserilat:'ons 011 :.b.e "Survivor Synch:ome·'». International
Joumal o/ Psycho-Ana!ysú 49: 313-315 d96S}.
56 E. v;7ieseL ob. cit" págs. 43 y 4.;!.
CACTIVIlVJ)
57
':." Estas impactantes pérdidas psicológicas pueden tener como con­
secuencia
un tenaz estado de depresión. La depresión prolongada es
el hallazgo más habitual en todos los estudios sobre personas cróni­
camente traumatizadas
". Cada aspecto de la experiencia del trauma
prolongado influye
en
agravar los síntomas depresivos. Los sÍtltomas
intrusivos y de hiperactivación crónicos del síndrome de estrés pos­
traumático se fusionan con los síntomas vegetativos de la depresión,
produciendo lo que i\iederland llama la «tríada elel s.uperviviente» de
{insomnio, pesadillas y quejas psicosomátic~;'5,:'-ios síntomas rusocíatÍ­
-'vos del desorden se combinan con las dífic~tades de concentración
típicas
de la depresión. La parálisis de la
iniciativa del trauma crónico
se combina con la apatía
y la indefensión de la depresión. La
ruprura
de las relaciones humanas del trauma crónico refuerza el alslamiento de
la depresión. La
degradada imagen de uno mismo provocada por el
trauma alímenta los sentímientos de culpa de la depresión, y la pérdida
de la
fe provocada por el
tralMPa crómco se -combina con la sensación de
indefensión de la
depresión.)
La intensa ira de la persona prisionera
también aumenIa la carga
depresiva.
Durante su cautividad la víctíma no puede expresar su hu­
millada ira hacia el secuestrador
porque, de hacerÍo, pondría en peli­
gro su supervivencia. Incluso después de la liberación,
el antiguo pri­
sionero
puede seguir temiendo el castigo y puede tardar en expresar su
ira contra su captor.
No solo eso) sino que en la víctima permanece el
peso de una ira irlexpresada hacia todos aquellos que
perma.c"1ecieron
indiferentes a su destino y que no consiguieron ayudarla. Explosiones
ocasionales de ira
pueden alejar aún más al
superviv~ente de los demás,
e
impedir que se reconstruyan sus relaciones .
.L'\l intentar controlar su
ira, la víctilTla
puede distanciarse todavía más del resto, perpetuando
de esta manera su aislamiento.
5, \'all:e:-, The Battered Woman; Hilbe,marr. «\:ilire-Beater's \Y/ue> Reconsieered»'. Kr-:'SLal,
Massiue Psycbic Trauma; Terulam y otros, «Psycnological Effec:s oÍ Beirlg a POW», Gol¿s:eL., y
otros, «Survivors
oE Imprlson;nenp>;
Kinzie y otros, «5urvivors of Cambodiar! Concencu;::on
Camps».
)8 \Xl. G. Niederland, ob. cit .. pág. 313.
,:'/ .

_·'Y
158
Finalmente, la vícúrna puede dirigir su odio y su ira hacia sí mis­
ma. Las tendencias suicidas, que a menudo se interpretan como una
forma de resisrencia durllilte el encarcelamiento, pueden durar mucho
tiempo después de la liberación, cuando ya no tienen ningún propósito
de adaptación. Los estudios realizados sobre los prisioneros
de guerra
que
voh~eron a casa documeman lm índice de mortalidad incremema­
do como resultado de los homicidios, suicidios y accidemes sospecho­
sos ". Los estudios hechos sobte mujeres maltratadas también irlfor­
man de una marcada tendencia al suicidio. En un grupo de cien
mujeres maltratadas,
el 42 por
100 había imemado suicidarse 6G
De este modo, los antiguos prisioneros llevatí consigo el odio de
sus captOres incluso después de haber sido liberados,
yen ocasiones
si­
guen ejecutando con sus propias manos los propósitos destructivos de
sus secuestradores. La gente que ha sido sometida a un control coerci­
tivo sigue llevando
las
cicaLrices psicológicas de la cautividad mucho
después de haber sido liberada. N o solo padecen un clásico sindrome
posrraumárico, sino que también rienen profundas alteraciones en su
relación con Dios, con otras personas y consigo mismas. En palabras
del supervivieme del holocaustO Levi{«Hemos aprendido que nueSIra
personalidad es frágil, que corre mucho más peligro que nuestra vida;
y hubiera sido mucho mejor que los ancianos sabios, en lugar
de
recor­
darnos "recuerda que debes morir", nos hubieran recordado este peli­
gro todavía mayor que nos amenaza. Si desde demro del Lager hubié­
ramos podido enviar un mensaje a los hombres libres, hubiera sido el
siguiente: "Cuidaros mucho de no sufrir en vuestros propios hogares
el sufrimiento que nos han impuestO aqui" >;'6J.
59 J. Segal, E. J. Humer y Z. Segal, «Universal Consequences of Captívi"Cy: Stress Reacuons
;W.Of'.-g Divergem Populations oE Prlsoners oE War arrd cheir Families», Intemaúonal Joumal 01
Socia! Science 28: 593·609 (1976).
W J. J. Gaytord, «Wife-B~Htering. A Preli'nic,ary Survey oE 100 Cases», Brúish Aledical Jaur.
nall: 194-197 (1975).
&, P.le,,1, oo. ciE., pág. 49.
5
ABUSO INFANTIL
S i en la vida adulta el trauma repeIido erosiona la estructura de la
personalidad
ya formada, en la infarlcia forma y deforma la personali-
-'"
摡搮ࡡ niña atrapada en un entorno de abusos se enfrenta a la enorme
tarea de la adaptación. Debe encontrar la manera de conservar un sen­
rido de la confia.'lza en personas en las que no se puede confiar, de se­
guridad en una situación que es insegura, de poder en una situación de
indefensión. Incapaz de cuidar de sí misma o de protegerse, debe com­
pensar los fallos en el cuidado y en la protección que le proporcionan
los adultos con los únicos medios que tiene a su disposición:
un
siste­
ma inmaduro de defensas psicológicas:-':;
r Un entorno psicológico de abusos infantiles fuerza el desarrollo de ca­
pacidades extraordinarias, tanto crearivas como destructivas. Estimula el
desarrollo de estados anormales de conciencia en los que ya no se pueden
aplicar
las relaciones normales entre cuerpo y mente, realidad e
imagina­
ción, conocimiento y memoria. Estos estados alterados de conciencia per­
mita"! la elaboración de una impresionante colección de símomas, tanto
somáticos como psicológicos.
Yesos síntomas esconden y, al mismo
riem­
po, revelan sus orígenes: hablan 0.'1 lenguaje oculto de secretos demasiado
terribles para ser expresados en palabras.)
Los observadores han descrito estos fenómenos tanto con fascina­
ción como con horror durante cientos de años. El lenguaje de lo sobre­
natural, desterrado del discurso científico, sigue apareciendo en los

160
más sobrios intentos de describir las manifestaciones psicológicas del
trauma L. ... lfantÍl crónico. Así, Freud, un hombre apasionadamente laico,
reconocía las analogías entre sus investigaciones y anteriores inquisi­
ciones religiosas en el momento de su más profunda in.mersión en la
exploración de los orígenes traumáticos
de la histeria:
Por cieno, ¿qué tenéis que decir a la sugerencia de que (Oda mi nueva reo­
ria sobre los orígenes de la histeria ya es conocida y ha sido publicada ciemos
de
\íeCeS
desde hace siglos? ¿Recordáis que siempre digo que la teoría medie­
val de posesión que defendían los tribunales eclesiásticos era idémica a nuestra
teoría de un cuerpo extraño y la división de la concrencia? Pero ¿por qué el
diablo que tomaba posesión de las pobres VÍCth-n3S se portaba siempre tan mal
con ellas, de manera tan horrible? ¿Por qué erfu'1 las confesiones ton:adas bajo
tortura IB.n parecídas a lo que me cuentan mis pacientes dUrfu'1Ie el tratfu-nÍento
psicológico? :
La respuesta a esta pregunta nos la proporciona!1 los afortlL'1ados
supervivientes que han encontrado una forma de controlar su propia
recuperación, y se han convertido en los sujetos de su propia búsqueda
de la verdad ji no en los objetos de m1a inquisición. La autora ji super­
viviente de incesto Sjilvia F raser narra su viaje de descubrimiento:
«Tengo más conv-wsiones cuando mi cuerpo representa otros escena­
rios que algunas veces surgen de las pesadillas ji dejan mi garganta ul­
cerada y mi estómago lleno de náuseas. Estas contracciones son tan
fuertes que a veces siento que, para respirar, lucho contra una pegajosa
sanguijuela
que cuelga de mi pecho, invocando pensamientos del
íncu­
bo que, según las leyendas medievales, violaba a mujeres mientras dor­
mían y que luego daban a luz a demonios [ ... ] En una sociedad más su­
persticiosa podrían haber diagnosticado que era una niña poseída por
el diablo. Cuando en realidad había sido poseída por el instrumento
de papá [ ... ] el diablo hecho hombre»'.
1v1. Bonaparre. A. Freud y E. Kris (eds.), The OrigúH ofPsychoanaiysis. Letters to Wdhefm
Fir"ess, Drafts and Notes: 1887-1902. erad. E. Mosbacher y J. Strachey, Basic Books, Nueva York.
1954. págs. 187 y 188
2 S. Fiaser, Aly Father's House: A Memoir o! Incest and 01 Healing, Harper & Row, Nueva
York, 1987. págs. 222 y 223.
Aseso L\FA.:\7TIL 16]
En épocas a¡1teriores, observa Fraser, podría muy bien haber sido
condenada
por brujería.
En la época de Freud se le habría diagnostica­
do como una histérica clásica. En la actualidad se trataría como un de­
sorden de personalidad múltiple. Padecía numerosos sintomas psicoló­
gicos, entre ellos, convulsiones histéricas y amnesia psicogénica, que
empezaron en la h'1fancia; anorexia y promiscuidad, en la adolescencia:
disfunciones sexuales, relaciones íntimas problemáticas, depresión e
impulsos suicidas, en la vida adulta. En su amplio conjunto de sínto­
mas, su personalidad fragmentada, sus graves dificultades y su eXIraor­
dinaria fortaleza, Fraser encarna la experiencia de los supervivientes.
Con sus excepcionales dotes creativas es capaz de reconstruir la historia
de una personalidad fonmada bajo
el peso de unos abusos repetidos de
los que
no podía escapar, y dibujar con claridad los caminos de la evo­
lución de víctima a paciente psiquiátrico, y de paciente a supeJC\;iviente.
EL ENTORNO ABUSIVO
El abuso infantil crónico tiene lugar en un clima familiar de te­
rror dominante en el que las relaciones normales de cuidados han
quedado profundamente alteradas. Los supervivientes describen un
patrón característico de control totalitario impuesto mediante amena­
zas
de violencia e incluso de muerte, la aplicación arbitraria de reglas
estúpidas,
de recompensas intermitentes y de destrucción de todas
las relaciones
mediante el aislamiento, el
secrelÍsmo y la traicióntLos
niños que crecen en este clima de dominación desarrollan vínculos
patológicos
con aquellos que abusan de ellos y que los descuidan,
vinculas
que intentarán mantener
h'1cluso sacrificando su propio bie­
nestar, su realidad e incluso su vida.)
El testimonio de numerosas supervivientes nos revela un omni­
presente miedo a la muerte.tn ocasiones, a la niña se le silencia a tra­
vés
de la violencia o de una amenaza de muerte directa: con mayor
frecuencia las supervivientes hablan de haber sido amenazadas de
que, si se resistían o desvelaban el secreto, otra persona de la familia
moriría:
un hermano, el padre inocente o incluso el perpetrado~:La

162
violencia de las amenazas de muerte puede eSlar también dirigida a
las mascotas; muchas tesügos dicen haber sido obligadas a comem­
plar el sádico abuso de los animales. Dos super'ii'iiemes describen la
'Iiolencia que Iuvieron que aguantar:
Vi a mi padre darle UIla patada al peEO, y le lanzó al otro lado de la habi­
ración.
Mi
perro era mi mundo. rvIe acerqué y acaricié al perro. Él estaba muy
enfadado. :e zarandeaba y decía que era una puta y una zorra. Podia ver su
cara, muy desagradable, como si ruera alguien que no conocía. Decía que me
enseñaría para lo que servía si es que creía que valía tamo. Me puso contra la
pared. Todo se puso blanco. No me podía mover. Tenía mi.edo de panirme
en dos. Emonces me quedé compleJ:a..'ueme sin habla, Pensé: realmeme vas a
monr. Sea lo que sea lo que has hecho, esa es la semencia J
Cuando mi padre estaba borracho, a menudo pensaba que nos iba a maTar.
En U:.ia ocasión nos aplh'l.tó con una piswla a mi madre, a mi hermano y a mí.
Estuvo así durante horas. Recuerdo la pared en la que esTába.\"Tlos apoyados. [11-
temé ser bue...'1a y hacer lo que se suponía que debía hacer~.
Además del miedo a la violencia. las supervivientes hablan de una
dominante sensación de indefensión. En un entorno familiar abusivo el
ejercicio de la autoridad paterna es arbitrario, caprichoso y absoluto. Las
reglas son erráticas, LnCOnSiSleTIIeS o abienamenIe injustas, Con frecuen­
cia
las
supeI'<iviemes recuerdan que lo que más les asustaba era la natura­
leza impredecible de la violencia. Incapaces de encontrar una manera de
e\~tar el abuso, aprenden a adoptar una posrura de absoluta rendición.
Dos supervivientes describen cómo intentaron manejar la \iolencia;
Cada vez que imemaba encontrar una manera de adaptarme a ella, las reglas
c8...l11biaban, Casi rodos los días me pegaba con lL.""1 cepillo o con la hebilla del cin­
turón, Cuando me pegaba -yo salla queda...rme e..'1 una esquina con las rodillas
elevadas-su cara cambiaba. Era como si ya no me estuviera pegando a mí,
como si esruviera pegando a otra persona. Cuando esmba uanquila le enseñaba
los enormes moratones
y ella me pregumaba:
«¿De dónde ha salido eso?»5.
E.'1Ire,,-1s(a a Karer:., 1986.
Entrevista a T ani, 1986.
S""1trevisra a GL'1ger, 1988.
ABUSO E\FANTIL 163
No había reglas; las reglas se disolv"l.eron después de un. tiempo. Me daba
[}'lieGO ir a casa, Nunca sabía qué iba a ocurrir. La amenaza de una paliza era
IerroríÍica, porque veÍa..."'110S lo que mí padre le hada a mi madre. En el ejército
hay un dicho, «la mierda rueda cuesm abajo». Solía hacérselo a ella y luego nos
lo hacía a nosotros. En una ocasión me pegó con el atizador. Después de un
tiempo me acostumbré. Solía plegarme como un ovillo 6.
¡"Aunque la mayoría de superviviemes de abusos infantiles ponen el
énfasis en la aplicación caótica e irnpredecible
de las reglas, algunos
describen
un patrón
ahamente organizado de casIigo y coaccióg!Es­
tas superviviemes a menudo hablan de castigos parecidos a los que se
aplican
en las prisiones políticas. Muchas describen el comrol
intrusi­
vo de las funciones corporales, como la alimentación forzada, la inani­
ción, el uso de enemas, la privación de sueño o la exposición prolonga­
da al calor o al frío; otras, haber sido encarceladas; aradas o encerradas
en armarios o sótanos.
En los casos más extremos el abuso puede
ha­
cerse predecible porque se organiza como un riIual, como ocurre en
las organizaciones
de pornografía o prosúIución o en las sectas religio­
sas clandestinas.
Cuando se le pregumó si consideraba que las reglas
eran injustas,
una superviviente dijo;
<1 amás nos planteamos si las re­
glas eran justas o injustas; solo intentábamos seguirlas. Había tantas
reglas que era difícil cumplirlas. Viéndolo
en retrospecriva supongo
que eran demasiado estrictas. Alglmas de ellas eran bastante raras. Te
podía castigar por sonreír, por ser irrespetuosa, por la expresión de car~. que tenías» 7,
tLa adaptación a este clima de peligro constante requiere un estado
de alerta comiIlUo. Las niñas que viven en entornos abusivos desarro­
llan unas capacidades extraordinarias para reconocer las señales
de un
posible ataque. Acaban sintonizando con los estados internos de sus
abusadores.
Aprenden a reconocer las señales de excitación sexual,
borrachera o disociación
en cambios sutiles en la expresión facial, la
voz y el lenguaje corporales.
Esra comunicación no verbal se conviene
Emrev-lsta a Archibald, 1986.
Entrevista a Meadow, 1986,

164
en algo muy automático y ocurre, en su mayoría, fuera del ámbito de
lo consciente. Las niñas víctimas
aprenden a responder
SiIl ser capaces
de
nombrar o identificar las señales de peligro que han despertado su
alarma.
El psiquiatra Richard Kluft estudió un caso extremo, el de tres
nmos que habían aprendido a disociar automátícamente en cuanto su
madre se ponía violenta 8:-::>
Cuando las niñas ab~sadas perciben las señales de peligro intentan
protegerse, bien evitando o bien aplacando a su abusador. Los i.11tentos
de escapar de casa son habituales y normalmente empiezan a los siete
u ocho años
de edad. Muchas supervivientes recuerdan esconderse
duo
rante largos períodos de tiempo y asocian sus únicas sensaciones de se­
guridad con determinados escondites más que
con las personas.
Otras
describen sus esfuerzos por pasar tan inadvertidas como fuera posible,
y evitar llamar la atención hacia sí mismas quedándose congeladas en
un sitio, haciéndose un ovillo o manteniendo su rostro ínexpresivo.';De
esta manera, aunque están en lLl1 estado perpetuo de hiperactivadÓn
amónoma, deben también quedarse callados y quietos, evitando cual·
quier expresión física de su agitación interior. Este es ese peculiar esta­
do de ~<vigilancia congelada» que se ha observado en los niños maltra·
radas 9 j"
Si fracasa la evitación, las niñas intentan apaciguar a sus abusado·
res con demostraciones de obediencia automática. La aplicación arbi·
traria de las reglas combinada con el constante miedo a morir O a sufrir
un grave daño
produce un resultado paradójico.
Por una parte, con·
vence a las niñas de que están absolutamente indefensas y que resistir·
se es inútil. Muchas llegan a creer que sus abusadores tienen poderes
absolutos o incluso sobrenaturales, que pueden leer sus pensamientos
y controlar por completo sus vidas. Por otra, motiva a las niñas a de·
mostrar su lealtad y complacencia. Las niñas doblan y redoblan sus es·
, R. Klut:, «Childhood Multiple PerSOi1ality Disorder: Predictors, Clüücal Fin¿L."1gs, a.:.i¿
Treatmem Results».> en Chi/dhood Antecedents 01 }.¡[ultipLe Persona!üy Disorder, R. Klili~ (ed.l,
Atnetkan Psychiatric Press, Washirlgton, D.C., 1985, págs. 167-196.
" C. Ounsted, «Biographical Scíence: A Essay Developmental Medici.'1e», en Psychiatric
iispects o/ AIedicaL Practice, B. Mandelborte y M. C. Gelder (ed.), Scaples Press, Londres, 1972.
,',Beso ¡;o;E,;o;TIL 165
fuerzas para controlar la situación de la única manera que creen posi­
ble: «intentando ser buenas»,
Mientras que la violencia, las amenazas y la aplicación caprichosa
de las reglas causan
terror y producen el hábito de la obecliencia
auto·
mática, el aislamiento, el secretismo y la traición destruyen las relacio·
nes que podría.'1 proporcionar protección.lj:n la actualidad es de sobra
sabido
que las familias en las que existen abusos infantiles están
social·
mente aisladas. Se reconoce menos frecuentemente que el aislamiento
social
no ocurre de manera arbitraria, sino que con frecuencia es
im­
puesto por el abusador en su propio interés: mantener el secretismo y
el
control sobre los miembros de la familia. Las supervivientes a
menu·
do describen UTl patrón de celosa vigilancia de todos los contactos so·
ciales. Sus abusadores pueden prohibirles participar en actividades
normales o
pueden
111.sÍstir en su derecho a inteI'i1enÍr en estas activida­
des tal y
como ellos quieran. Las vidas sociales de las niñas
abusada,
también se ven profundamente limitadas por la necesidad de mantener
las apariencias y presenlar el secretismo. Por lo tanto, incluso las niñas
que consiguen mantener las apariencias de tener una vida social la ex­
perimentan como algo no auténtico.;
('La niña abusada no solo se aísí~ del mundo exterior; también lo
~
hace del resto de los miembros de la familia. Ella percibe a diario no
solo que
el adulto más poderoso en su mundo íntimo es peligroso para
ella, sino
que también los otros adultos que son responsables de
cui·
darla no la protegen. Los motivos de este fracaso en la protección son,
de alguna manera, irrelevantes para la víctima, que lo experimenta, en
el mejor
de los casos, como un síntoma de irldiferencia y, en el peor,
como
una traición. Desde el punto de vista de la niña, el progenitor
desarmado
por el secretismo debería haberse enterado; si le importara
lo suficiente,
debería haberlo descubierto. El progenitor desarmado
por la intimidación
debería haber intervenido; si le importara lo sufi·
ciente, debería haber luchado. La niña siente que ha sido abandonada
a su desti.l"lO, y con frscuencia se resiente más de este abandono que del
propio maltrato. Una superviviente de incesto describe la ira que sen·
tía hacia su familia: «Tengo tanta ira, no tal1.to por lo que ocurría en
casa, sino
porque naclie me escuchó. Mi madre sigue negando que lo

166
que ocurrió fuera mil grave. A_hora de vez en cuando dice: :;?vIe siento
u.n culpable; no me puedo creer que no hiciera nada", En su momento
nadie lo reconocía, simplememe dejaron que ocurriera. Así
que me
tuve que convertir en una
loca» LO,-;
PENSAl>lIENTO DOBLE
La niña se enfrenta a un formidable esfuerzo de desarrollo en este
clima de relaciones profundameme rrasrornadas. Debe encomrar una
m:mera de formar un vínculo primario con sus cuidadores, que son o
peligrosos
o) desde su pum:o de vista, negligentes.
¡TIebe encom:rar la
manera de desarrollar una sensación de confianza b:fsica y de seguridad
con unos cuidadores que no son dignos de confiarlza y que no propor­
cionan seguridad. Debe desarrollar un concepro del yo en relación con
otros que están indefensos, no se preocupan por ella o son crueles.
Debe desarrollar una capacidad de aurorregulación del cuerpo en un
enromo en el que su cuerpo esrá a disposición de las necesidades de
otros, así como una capacidad para consolarse a sí misma en un entor­
no en el que no hay consuelo. Debe desarrollar su capacidad de íniciati­
va en un entorno que exige que acepte una absoluta conformidad con
su abusador.
Y, fínalmeme, debe desarrollar
una capacidad de íntimidad
en un emorno en el que todas las relaciones íntimas son corruptas, y una
identidad en un emorno que
la
defíne como una puta y una esclava.
La tarea existencial de
la niña abusada es igual de formidable.
Debe encontrar
la manera de conservar la esperanza y el
significado,
aunque se percibe a sí misma como abandonada ante un poder que no
tiene piedad. La alternativa
es la más absoluta desesperación, algo que níngún niño puede soportar. Para preservar la fe en sus padres debe
re~ha~ar la primera y más evidente conclusión: que hay alg~'-;;',J~;;
ellos. Hará ~ualquier cosa por elaborar una explicación Para slld';-';;;:o
que absuelve a sus padres de roda culpa] r~spomabi]idac:l,
:0 Entrevista a T a.ni, 1986.
A.BUSO ¡1'-iF A1'-iTIL 167
Todas las adapraciones psicológicas de la niña maltratada sirven al
propósÍIo fundamental de preservar los vínculos primarios con sus
padres, aunque refljendo pruebas diarias de su malicia, indefensión o in­
diferencia. Para conseguir su propósito, la niña recurre a una amplia
gama de defensas psicológicas. En virtud de estas defensas, los maltratos
son aparrados de
la conciencia y de la memoria para hacer como si
nun­
ca hubieran existido, o minimizados, racionalizados y excusados, para
convencerse de que lo que ocurrió no erarl realmente abusos. C;:Q[I1CJ_no
puede escapar o alterar la realidad, la nii1g1a altera en sumente.
---i~' víctima TiíIinúf pr~fi~;~ ¿reer que el atlUs¿ no ocurrió. Para
conseguirlo, intenta mantener el abuso en secreto para sí misma. Los
medios que tiene a su disposición
para conseguirlo son la negación,
la
supr"sión voluntaria de pensamiemos y una legión de r;;~~¡-;~~s
dis-;;Zia;i;;;s-:-L~- ;:-~p~-¿i.d~d d~ auroi..,.,ducir un rrance O estados disocia­
ti~;;-;:'p¿ rl()genei~l_alta ;';;T05 il1D.oseIl eclacl es (dar; se'conV'í¡;n¡; en
ro do,llfl~rt,,_eI1J();:-rliii:¿~que¡;ª~~id¿' se;;erame~t~ ~astigados o ªbu­
:i~d¿s. Los estudios realizados documeman la conexión entre la grave~
dad. del. ~~~~~¡;'fap;Ü y~fg;~~;;'d~'fu;:;IIªr;a~a~~o~Io~~t~1os=cl1So-
c~íai.tio·~ E. Aunque la mayoría de niñas supervivientes' de ab~·os
ínfantiles describen un alto grado de competencia en el uso del tran­
ce, algunas desarrollan una especie de virtuosidad disociativa. Pueden
llegar a aprender a ignorar el dolor más fuerte, a esconder sus recuer­
dos en complejas amnesias, a alterar su semido del tiempo, lugar o
persona,
y a inducir alucinaciones o esrados de posesión. En
ocasio­
nes, estas alteraciones de la conciencia son deliberadas, pero a menu­
do se convierten en automáticas y se sienten como exuañas e involun­
tarias. Dos supen,~vientes describen sus esrados disociativos:
!: J. L. Herrna\'l, J. c. Per-r)/ y B. A. van der KoLk:, «Childhood Trauma in Borderline Persa­
nality Disorder», American Jouma! oÍPsychiatry 146: 490-495 (1989); B. Sanders, G. r.icRabens y
c. T oilefsor:., «Cr..ildhood Stress and Dissociatior:. in. a Coilege Popularior:.». Dissoáation 2: 17 -23
IJ989); J. A. Chu y D. L Dill, «Dissocíative Sympwms in Relarion te Cl-ü!clhood Physical and Se­
xual Abuse», Amencan Jouma! oÍ Prychiatry 147: 887 -892 (1990); B. Sa.'1ders y M. Ciolas, «Dis­
socianon
and
Childhood Traurna m Psychologically Dismrbed Adolescems», Amencan ¡ouma! oÍ
Psychiatrj 148: 50-54 (1991).

168
Lo hacia desenfocando los ojos. Lo llamaba la no realidad. ~..IJ principio
perdí la percepción profunda; todo me parecía plano y todo me parecía
frío. i.\le sentía como un niño muy pequeño. Luego mI cuerpo se ponía a
notar en el espacio como un globo 12
Me solían dar ataques. i'v'1e quedaba muda, rrj boca se movía. Oía voces y
semÍa que roJ cuerpo ardía. Pensaba que estaba poseída por el diablo ,;.
Bajo las condiciones más extremas de abuso temprano) severo y
prolongado, algunas niñas, quizá las que están más dotadas con
fuertes capacidades para los estados de trance, empiezan a formar
fragmentos separados de personalidad con sus propios nombres, fun­
ciones psicológicas y recuerdos secuestrados, De esta manera la diso­
ciación se convierte no solo en una adaptación defensiva, sino en el
principio fundamental de la organización
de la personalidad,
Nume­
rosas investigaciones han verificado la génesis de fragmentos de la
personalidad, o alteraciones, en situaciones
de trauma infantil masi­
vo
", Las alteraciones hacen posible que la víctin1a ínfantil maneje el
abuso mientras mantiene fuera de la conciencia normal tanto e! pro­
pio abuso como sus estrategias de manejo, Fraser describe el naci­
miento
de una personalidad alterada durante la violación oral cometi­
da
por su padre:
Me sÍento
aITIordazada. Me estoy asfixiando. i Socorro ~ Cierro LOS ojos para
no ver. ~1í padre coloca mi cuerpo enCllTla de él como mamá pone un calcetÍn.
sobre un huevo para zurcir. Sucio sucÍo que nunca te pill~ vergüenza vergüen­
za sUCIO papá no me querrá no me querrá sucio amor sucÍo le quiero le odio le
temo que nunca te pille sucio sucÍo aJuar odio culpa vergüenza miedo r!'úedo
miedo miedo miedo mt·edo ..
Recuerdo ese mome...""1to precIso cuando mi indefensión era tan profunda
que cualquier cosa era mejor que eso. Por lo tanto. desenrosco mi cabeza de
mi cuerpo como si fuera la lapa de un tarro de cristal. A partir de ese momemo
.2 Entrevista a Sara Jane. 1986.
Entrevista a Nadi..."1e, 1986.
,~ R. Kluf.:. ob. cit.; E. Bliss. ,\;[ult(üle Personality, Ailied Disorders, ana' Hypnosrs, Oxfor¿
Universíty Press,
~ueva
York, 1986; F. Pumam, Diagnosis and T reatment 01 J'"fultiple Personality
Disorder, Guilford Press, Nueva York, 1989.
:\BCSO I~F_-\0i ilL 169
tenía dos yoes: la nL.-l.a que sabe. cor:. liT"! cuerpo culpable poseído por papá. y la
nifia que ilO se atreve a saber más, con lli"12 cabeza inocente sintonizada con
mamá :5.
UN DOBLE YO
No todas las niñas abusadas tienen la capacidad de alterar ia reali­
dad a través de la disociación, e incluso las que tienen esta habilidad
no pueden depender de ella todo e! tiempo, Cuarido es i¡nposible evi­
tar la realidad de! abuso, la niña debe construir algún tipo de sistema
de significado que lo justifique, Inevitablemente,
la niña llega a la
con­
clusión de que el motivo es su maldad ínnata, La niña se convence de
esta explicación muy pronto y se aferra a ella desesperadamente por­
que le permite conservar un sentido del significado, de la esperanza y
de! poder, Si es mala, entonces sus padres son buenos, Si es mala, en­
tonces puede íntentar ser buena, Si de alguna manera ella se ha busca­
do ese destíno, entonces de alguna manera tiene
el poder de cambiar­lo. Si ha empujado a sus padres a maltratarla, entonces, si lo íntenta
con todas sus fuerzas,
puede que algún
,día se gane su perdón y fínal­
mente se gane la protección y los cuidados que desea con taIlta deses­
peración,
Culparse a uno mismo es congruente con las formas normales de
pensamiento de los prLmeros años de ínfancia en los que el yo es to­
mado como punto de referencia para todos los acontecín1ientos, Es
congruente con los procesos
de pensamiento de las personas trauma­
tizadas
de cualquier edad, que buscan faltas en su propio comporta­
miento con la íntención de
encontrar un sentido a lo que les ha ocurti­
do, Sín embargo, en un entorno de abuso crónico, ni el tiempo ni la
experiencia proporcionan níngún correctivo a esta tendencia a culparse
a
uno
mismo, sino que más bien se refuerza continuamente. El sentido
de la maldad ínterna de la niña abusada puede verse clirectan1ente con­
firmado por la tendencia de los padres a encontrar UTl chivo expiato-
l5 S. Fraser, ob. cit., págs. 220 y 221.

170
rio. Con frecuencia las supervivientes describen haber sido culpadas
no solo de la violencia de sus padres o de su conduCta sexual, sino
también de otras muchas desgracias familiares. Las leyendas familiares
pueden L"lcluír hisrorias de! daño que causó la niña por haber nacido,
o
la
deshonta a la que parece esmr destinada. Una superviviente des­
cribe e! papel de chivo expiatorio que desempeñó: «Me pusieron el
nombre de ITlj madre. Ella se tuvO que casar porque estaba embaraza­
da de mí. Huyó de casa cuando
yo tenía dos años.
Me criaron los pa­
dres de mi padre. Nunca vi una foto suya, pero me decían que me
parecía a ella y que seguramente acabaría siendo una zorra como ella.
Cuando mi padre empezó a violarme, me dijo: "Llevas mucho tiempo
pidiendo esto y ahora lo vas a tener"» 16.
Los sentimientos de ira y las fantasías de venganza asesina son res­
puestas normales a los Itaros abusivos. Al igual que los adulros abusa­
dos, los niños son irascibles y en ocasiones agresivos. A menudo care­
cen de las habilidades verbales y sociales para resolver el conllicro y
manejan los problemas con la expecmtiva de un ataque hostil". Las
predecibles dificultades de la niña abusada para modular su ira
no
ha­
cen más que reafinnar la idea de que posee una maldad innata. Cada
encuentro hostil la convence de que realmente es una persona odiosa.
Esa condena de sí misma se hace alÍ,.'1 más grave cuando, como ocurre
con frecuencia, tiende a dirigir su ira lejos de su peligroso origen y a
descargarla injustamente en aquellos que no la provocaron.
La panicipación "n una actividad sexual prohibida también con­
firma la sensación de maldad de la niña maltratada. Cualquier gratifi­
cación que la niña es capaz de sacar de la situación de explotación se
convierte en su mente en la prueba de que fue ella la instigadora
y la
responsable del abuso.
Si alguna vez experimentó placer sexual, dis­
frutó de la especial atención que le prestó el abusador, negoció sus fa­
vores o utilizó la relación sexual para obtener privilegios, estos peca­
dos son utilizados como prueba de su maldad mnata.
:6 Emrevisra a Conrue, 1986.
1, L Terr, To" Scared to Cry Harper & Row, ::\ueva York, 1990; K. A. Dodge, J. E. Bates y
G. S. Pe:rit, «ÑIecharúsills L'1 tb.e Cyele al Vialence», 5áence 250: 1678-1683 (1990).
_-4.BVSO I~FANTIL 171
Finalmente, la sensación de maldad mterior de la niña abusada se
ve consolidada
por su forzosa complicidad en crímenes hacia otros.
Las niñas se resisten con frecuencia a convertirse en cómplices, e
inclu­
so pueden llegar a elaboradas negociaciones con sus abusadores, sacri­
ficándose ellas mismas para pro[eger a los demás. ESIas negociaciones
fracasan invariablemente,
porque ninguna niña tiene el poder o la
ca­
pacidad de desempeñar el papel de un adulto. En algún puntO la niña
puede invem:ar una forma de escapar de su abusador, sabiendo que
este encontrará otra víctima. Puede mantenerse callada cuando es tes­
tigo del abuso hacia otro niño O incluso puede verse forzada a partici­
par en la victimización de OtrOS niños. En la explotación sexual organi­
zada, la iniciación completa en el culto exige la participación de Otros
en e! abuso '8 Una superviviente describe cómo la obligaron a tomar
parte en el abuso
de un niño más pequeño:
"Yo más o menos sé lo que
hacía mi abuelo. Nos solía atar, a mí y a mis primos,
y nos obligaba a
coger su, ya sabes,
en la boca. La peor vez de todas fue cuando atamos
a mi hermano
pequeño y le hicimos hacerlo a
él» 19
La niña que se ve metida en este tipo de horrores desarrolla la idea
de que ella, de alguna manera,
es responsable de los crímenes de sus
abusadores.
Su experiencia en la tierra la lleva a creer que ha empujado
a la persona más poderosa de su
mundo a hacer cosas terribles y que,
por consiguiente, lo más seguro es que su naturaleza sea completamente
mala. El lenguaje del
yo se convierte en el lenguaje de lo
abominaJ)le.
~gn., fr~<:uencia 19S ~:upervivienJes __ s~ _4e~<;~_~b~D:_ ª sí mismos como seres
fuera
de las relaciones humanas normales, como criaturas
sobr"naturales
ó-fó~;;sde vida no humanas. Se consideran brujas, vampiros,zo~ra;,
P~'"i~ós~;;':t~ose;:P;~';:~~ ;o~Aíg~os. utili;";" l~a . U;;aginerla: de~x~~~­
IJ2~m0S_0.&uciedad.¡;-';:;:;':describir su sentido interior del yo. En palabras
~8 A. W. Burgess, C. R. Hartman, 2vI. P. McCausla.r:.d y Otros, «Response Panerns i..!l Children
<L0.d Adolescems Explotted Through Sex Rings and Pornography>}, American ¡ouma! of Psy­
chiatr¡ 141: 656-662 (1984).
19 Emrevisra a Nadine, 1986.
20 J. L. He!TI!.an, Father-Daughter Incest, Harvard U¡üversiry Press. Cambridge ü'vl.assacnu­
ser::s), 1981. Véase también la discusión de «Rae People», e.'1 L Shengol¿, Sou¿ ~vlurder: The Effects
oí Chddhood Abuse and Depnvation, Yale L'niversiry Press, New Have.'1, 1989.

172
de una superviviente de incesto: «Estoy llena de lodo negro. Si abro la
boca saldrá fuera. Pienso en mí como QT1a cloaca en la que criaría una
. í'
serplente»-',
Al desarrollar una identidad contaminada y estigmatizada, la vícti·
ma infantil coge el mal del abusador y se lo mete dentro, y de esa ma·
nera preserva sus vínculos primarios con sus padres, Como su sentido
interior
de maldad está preservando una relación, la victima no
pres·
cinde de él con facilidad ni siquiera después de que hayan acabado los
abusos.
De hecho, se convierte en una parte estable de
l".es~~,:,ctura de
su personalidad. Los t~abajadores so'ciales que inte~~ienen ~;:; casos
de abusos deben convencer a las víctimas i¡llantiles de que la culpa no es
suya, pero. por regla general, las niñas se niegan a que se les absuelva
de su culpa. De forma parecida, las supervivientes adultas que harl es·
capado de situaciones de abuso siguen despreciándose y asumiendo la
culpa y la vergüenza de sus abusadores.lEl profundo sentido de mal·
dad interior se convierte en el núcleo alrededor del cual se forma la
identidad de la niña abusada,
yeso persiste hasta la vida adulta.
Este sentido perverso de la maldad interior a menudo se
calnu±1a
con los persistentes intentos de la niña por ser buena. En su esfuerzo
por aplacar a sus abusadores, la víctima infantil a menudo se convierte
en una intérprete excepcional. Intenta hacer
todo lo que se requiere
de ella.
Se puede convertir en una estupenda cuidadora de sus padres,
en
un ama de casa eficiente, en una gran estudiante, en un modelo de
conformidad social. Motivada
f'.'2!:..la necesidad desesl2.erada de conse·
guir el favor de sus padre~-:-;;-plica un ansi~-de perf~~ción a todas -;'~~s
t~i~;s. E;ª<::~I1;petenc¡a~cr'eada premat;;-~~;;;:~;:;te puede tener comO
~º~secu;nciaun '~o;;s;cÍer;bíe-é;¡t;- PI"f~iiºQ,;,J . .m-j;;~i4~--~dvlt;:S;;
embargo, la superviviente cre~ q;;-~no tiene crédito por ninguno de
esos logros en el mundo porque normalmente ella percibe a su yo exi·
toso como algo no genuino y falso. La apreciación de otros sencilla·
mente reafirma la sensación de que n.i!5ii.~J~ .. <;()r:()-,,"e.r~aJ.Ilmlte.y.que¡.si
conocieran su verdadero yo, sería rechazada y desprecia.ela.
,-. -----~---'._---- _-0--. -,,---,.-' -
21 Entrevista a Joharilla, 1982.
==~==_¿_=,="==~ .. ~,, "~_w~""_ ,.,_, ____ ~~. __ ~. __
ABCSO I\T.'\.. '\'TIL 1i.3
Si la n.1.:::ta abusada es capaz de rescatar una identidad más pcsitiva.
a menudo llega hasta el extremo de la autoirlffiolación. E2.,q¡;:;a,si,()pes
las niñas mah~atadas int~rpr~taIl que han sido c:onvertidas, en víctimas
P9r una especie depropósiio divino. Abrazan la identidad del santo
elegido para el martirio como una forma de conservar un sentido del
valor, Eleonore Hill, superviviente de incesto, describe su estereotipa­
do rol
de virgen elegida para el sacrificio, un papel que le dio una
identidad
y la sensación de ser especial:
«En el mito de la familia, yo he
sido la elegida
para ;¡1terpretar
"la bella y la piadosa". La que tenía que
atender a mi padre. En las tribus primitiv'as las muchachas vírgenes
son sacrificadas a los dioses masculinos más irascibles. Eso mismo ocu·
rre en las fa..rnilias» 22.
t:~.'!?jcl.emielªg~~,-ontr'Lclk'-Qrias, .un yoclegradado y un yo exaltado,
.11.().pu"..d5'n.ÍIlt."gEarse. La nie'}a abusada no puede desarrollar una Í.<'11agen
cohesionada de ella misma con virtudes moderadas y fallos tolerables.
En el entorno de los abusos, la moderación y la tolerancia son cosas des·
conocidas. La autorrepresentacíón de la victima se ffifu"1tíene rígida, exa­
gerada y dividida. En las situaciones más extr~'llas, estas dispares repre·
sentaciones de uno mismo forman el núcleo de los álter ego disociados,
En la representación interior que la niña tiene de otras personas
también ocurren fallos parecidos
de la mtegración. En su intento
de·
sesperado por conservar su fe en sus padres, la victima desarrolla h-Jlá·
genes muy idealiz'\º.ascle .. al.menos uno de ellos. En ocasiones, la niña
i;;tenta~~;;;~-;:";;el vinculo con el progenitor que~~¡a atac~, yexcusa
'óricíóna!iza el fallo en la protección atribuyéndolo a su pro¡oiª faltad~
yalor. Más común aÚ¡1 es que la niña idealice al progenitor. que abusa
de ella v dirija toda su ira al otro progenitor que ella considera indife·
-----'.--~"'''-_._.~--".,-- -"-',---_.,,'~,,"-,""'."','-,."-, ------------'--_ ... ---_.. --,---~--. -------' '-".
r1'.[1;.e. El abusador también puede contribuir a esta idealización adoc·
trinando a la víctima y los otros miembros de la familia con su paranoi·
co o arrogante sistema de valores. Hill describe la imagen divina que
tenía roda su familia de su padre abusador: «El hombre del año, nues·
tro héroe, el que tenía el talento, la inteligencia, el carisma. Nuestro ge·
22 E, Hill, The Family Secret' A Personal Account 01 rncest, Capra Press, Sfulta Bá~bara (Cali­
fornia), 1985, pág. 11.

174
rlio. Todo el mundo le reverenciaba. Nadie se arrevÍa a disgusmrle. Él
era
la ley desde el momemo de su nacimiemo.
Nada poclía cambiar
eso. Hiciera lo que hiciera, reinaba como el elegido,
el
favorito» 23.
No obstante, es imposible mantener de manera eSIable imágenes
glorificadas de
los padres como
esra porque ignoran dehberadanleme
demasiada información.
La verdadera experiencia de los padres abusa­
dores o negligentes no puede ser integrada en estos fragmentos ideali­
zados
'y', por consiguiente, las representaciones iIlteriores que la niña
tiene de sus principales cuidadores, al igual que las imágenes que EÍene
de sí misma, se mamienen comradictorias y divididas.(La niña abusada
es incapaz de formar represemaciones inremas de un cuidador fiable y
eficieme, y esto, a su vez, impide el desarrollo de capacidades norma­
les para la auwrregulación emocional. Las imágenes fragmenrarias e
idealizadas que la niña es capaz de formar no pueden ser evocadas para
cumplir
la labor de consuelo emocional.
Son demasiado escasas, dema­
siado incomplems, y tienen demasiada rendencia a convenirse, sirl ad­
venencia previa, en imágenes de terror. J
A lo largo del desarrollo nonnal, el niño adquiere una sensación se­
gura de aUlonOITÚa mediante la formación de representaciones interiores
de cuidadores fiables
y eficiemes, las cuales pueden ser evocadas
memal­
mente en mamemos de sufrimiemo. Los prisioneros adultos dependen
de estas imágenes internas para conservar su sentido de la independen­
ciaLEn un clima de abuso infantil crónico, esms represemaciones inter­
nas no pueden formarse: son repetida y v~olemamente destruidas por la
experiencia traumática. Incapaz de crear un sentimiento interior de se­
guridad, la niña maltratada se hace más dependiente de las fuentes ex­
ternas de consuelo que los demás niños. Incapaz de desarrollar un senti­
miento sólido de independencia, la niña abusada cominúa buscando
desesperada e indiscriminadameme a alguien de quien depender. El re­
sulrado es la paradoja observada con reiteración en las víctimas inJantiles
de abuso:
al mismo tiempo que se encariñan con los extraños, también
se aferrarl renazmente a los padres que las maltrataron)
2) E. Hill, ab. ci!.
"-""00"','''.,,,.,'''',,-==,"''. Te' ~-?''' ","1:%';'/,;;;,'/"'-,' ·-·JI
ABUSO 12\F A0. "TIL 175
Por consiguiente, bajo condiciones de abuso infantil crónico, k._
fragmemación se conyierte eneLmins:ipio_lundament".l<:ielaclrganiza­
~ión de la personalidad. La fragmemación en la conciencia impide!a
integrad6;"D.onn-ard-~ conocimiento, memoria, estados emocionales y
exp_~ri~ncia corporal. La fragmentación en las representaciones inre­
riores del
yo impide la imegración de la idemidad. La fragmemación
en las representaciones inreriores de
Otros impide el desarrollo de un
sentido fiable de la independencia dentro de la conexión.
ESIa compleja psicoparología ha sido observada desde los üempos
de Freud y]anet. En 1933, Sandor Ferenczi describió
la
«aromización»
de la personalidad del niño malrrarado yreconoció sllfLl!1cI¡;il.aeadap­
úlclóri para conservar la esperanza y la relación: «En el tr8...Tlce rraumá­
rlCO el niño cons·igué iiúuirener "laá·nIe~{~r--~ituación de ternura» 24. iVle­
dio siglo después, otro psicoanalista, Leonard Shengold, describió las
«operaciones de fragmemación de la mente» elaboradas por los niños
abusados para preservar
la
"famasÍa de unos buenos padres». Señaló el
«esrablecimiemo de divisiones aisladas de la mente en las que nunca se
permite que se cohesionen las imágenes contradicrorias del
yo y de los padres» en un proceso de «separación vertical» 25. La socióloga Patri­
cia Rieker y la psiquiatra Elaine Carmen describen la parología cemral
en las víctimas infantiles como «una identidad desordenada y fragmen­
tada que deriva de
la
acomodació¿~los jui~io~ de otros;; 26. . -
ATAQUES SOBRE EL CUERPO
Estas defonnaciones en la conciencia, la individualidad y la identi­
dad sirven al propósito de mantener la esperanza y la relación, pero de-
24 S. Ferenczi, «Confusion of Tongues Benveen Adulrs and [he Child: The La.n_guage oE
Tendemess and oE Passion» [1932], en Final Contributions to the Prebtems and iVlethods al Psy­
choana¿ysis, BasicBooks, Nueva York, 1955, págs. 15.5·167.
25 L. Shengold, ab. cit., pág. 26
26 P. P. Rieker y E. Carmen (Hilbcrman), «The VíCU.l1Ho-Patient Process: Tb.e Discanfirrna­
dar::. and T ransformauon of Abuse», American Jouma! 01 O,,};opsychiatry 56: 360-370 (1986).

176
jan sin resolver otras importantes tareas adaptativas o llegan incluso a
agravar la dificultad de estas. Aunque la niüa ha racionalizado e! abuso o
lo ha borrado de su mente, sigue notatldo sus efectos sobre su cuerpo.
La regulación normal de los estados corporales se ve alterada por la
hiperactivación crónica. La autorregulación corporal se ve complicada
aún más por el entorno abusivo; ya que el cuerpo de la victíma está a dis­
posición del abusador. Los ciclos biológicos normales de sueüo y vigilia.
alimentación
y eliminación pueden verse caóticamente alterados o
exa­
gerada..rnente controlados. La hora de acostarse puede ser un momento
terrorífico en lugar de un momento de conforr y carmo, y los rituales de
irse a la cama, en
vez de tranquilizar al
niño, pueden verse distorsiona­
dos y puestos al servicio de la excitación sexual de! adulto. La hora de
las comidas puede también convertirse en un momento de extrema ten­
sión en lugar de un instante de comodidad y placer. Los recuerdos de las
comidas de las victitnas están llenos de relatos de terroríficos silencios,
de alimentación forzada seguida
por vómitos, y de violentos ataques de ira. Lxapaces de regular las furlciones biológicas básicas de forma segu­
ra, consistente y reconfortante, muchas victimas desarrollan perturbacio­
nes crónicas del sueüo, desórdenes alimenticios, enfermedades gastroin­
testinales v numerosos síntomas físicos 27.
~a r;gulación normal de los estados emocionales también queda
alterada
por las experiencias traumáticas que evocan terror, ira y dolor.
Estas emociones acaban uniéndose en
un terrible sentitniento que los
psiquiatras llaman
«disforia», y que a los pacientes les resulta casi i1TI­
posible describir. Es un estado de confusión, agitación, vacío yabsolu­
ta soledad. En palabras de una superviviente: «A veces me siento como
un oscuro paquete de confusión. Pero eso es ya un paso adelante. Hay
veces que ni siquiera sé eso» 28.
"' R. Loewep.steL.'1, <<Somawfonn Disorders 1i1 Victi...-ns oE Incest ar.'1d Child Abuse», e..'1 Incest­
Re!ated 5yndromes o/ Adult Psychopathology, R. K.luft (ed. A¡nerican Psychiarric Press, W'as­
hic-¡gWD, D.C.. 1990, págs. 75-112; M. A. De.'TIltrack F. W. Pumam, T. D. Brewe¡:¡:on y otros,
«Relation of Clinical Variables te DissocÍative Pbe:lomena in Eating Disor¿ers», American Jour­
na! ofPsychiatry 147: 1184-1188 (1990).
lS Ent::evlsta a Meadow. 1986.
_-\.BCSO I~-",,\C;TlL
" ,
El estado emocional de la niña crónicamente abusada se mueve
entre una linea base de intranquilidad, estados intermedios de ansie­
dad y disforia, y extremos de pánico, furia y desesperación. No es de
extrañar)
por consiguiente, que muchas
supervivientes desarrollen an­
siedad y depresión crónicas que persisten en la edad adulta 29 El que
se recurra a menudo a las defensas disociativas
puede acabar agravan­
do el estado emocional disfórÍco
de la víctima, porque en ocasiones
el
proceso de disociación va demasiado lejos. En lugar de producir un
sentimiento protector de distancia puede derivar en una sensación de
absoluta desconexión
de los demás y de desintegración de la persona.
El psicoanalista
Gerald Adler llama a esta sensación intolerable
«páni­
co de aniquilación» 30. Hill describe el estado en estos términos: «Estoy
helada por dentro y mis superficies están Sill cobertura, como si estu­
viera fluyendo y derramándome y nada me mantuviera ya unida. El
miedo me atenaza y pierdo la sensación de estar presente. Me he
ido» 3:.
Las medidas normales que emplea una persona para consolarse a
sí misma no se pueden utilizar para salir de este estado emocional, nor­
malmente evocado como respuesta a una amenaza de abandono. En
un momento determinado, las víctimas de abusos infantiles descubren
que
pueden salir más
eficazI1l~[lt_, sle est~sentirniento' cOl1tJlla fuerte
s~acudidadel cuerpo, ye! métodCl más dramático para conseguir este
resultado
es infligirse daño a propósito. A estas. alturas ya está bien -d9~1.l,mentada la conexión-entre ei abuso inf~til y la conducta de auto­
lesionarse. Los daños causados a sí mismo y otras formas paroxisma­
f~s de ataqueal-c";erpo parecen desarrollarse con más frecuencia en
aquellas víctimas que
empezaron a ser abusadas muy pronto en su
infancia
32
29 A.. Browne y D. FiIl.~elhor, «L-npact oE Child Sexual Abuse: A RevÍe\v' oE The Resear:::n».
Psychological Bulletin 99: 66-77 (1986).
;0 G. Adler, Borderline Psychopatho!ogy and Lts Treatment, Jason AroLlson. Nue'¡a York,
1985.
" E Hill, oo. cit., pág. 229.
}Z B. A. V2D der KoLi.c. J c. Perr:,¡ y J. L. Herma."1. «Chilcihoo¿ Origi .. rls oi Self-Des;:ructive Be·
havioD>, Amen'can ¡oumal o/ Ps)'chiatiY 148: 1665-1671 (1991).

li8
~~.Las superviviences que se automulilan describen un proftmdo es­
rado de disociación previo al acro. La despersonalización y la anesresia
esLán acompañadas por un senIÍmiento de agitación insoportable y una
compulsión a aracar
el cuerpo. Las heridas iniciales a menudo no
pro­
ducen ningún dolor. La muúlación conIÍnúa hasIa que produce una
poderosa sensación de calma y alivio:
el dolor físico es preferible al
do­
lor emocional al que reemplaza. Como explica un supe,,~viente: «Lo
hago para demostrar que exislo»}3. "",',;,
Contrariamente a lo que se cree, las vÍcrimas de abusos infantiles
rara
vez recurren a autolesionarse para
«manipular» a aIras personas,
ni campoco para comunicar su sufrimienco. Nluchos supervivientes di­
cen que desarrollaron
la compulsión a mutilarse muy pronto, con
fre­
cuencia antes de la pubenad, y la practicaron en secrero durante mu­
chos años. Con frecuencia sienten vergüenza y repugnancia por su
componamiento y hacen rodo lo posible por esconderlo.
Con frecuencia se confunde el acto de autolesionarse con el impul­
so suicida. Es cieno que muchos supervivientes de abusos infantiles in­
rentan suicidarse ", pero, no obstante, hay una clara distinción entre
las reperídas autolesiones y los intentos de suicidios.[Autolesionarse
está pensado no para morir, sino para aliviar un dolor emocional inso­
ponable, y paradójicamente muchos supe,,~vientes la consideran una
forma de autopreservación.')
;' Infligirse daño es quiz'" el más espectacular de los mecanismos
pa~~ calmarse; sin embargo, solo es uno entre muchos. En algún mo­
memo de su desarrollo las niñas abusadas descubren que pueden
producir importantes, aunque temporales, alteraciones en su estado
afectivo induciéndose voluntariamente crisis autónomas o extremos
despertamientos autónomos. Purgarse y vomitar, un comportamiento
;; Emrevista a Sara ]fu"1e, 1986. Relaws similares sobre la experiencia subjetiva en la auto­
lesión se pueden encontrar en Mary de YOLL'1g, «Seu Injurious Eehavior in Iuces¡: Vicü .. 'TIs: A Re­
sc:lrch No[e», Chilá We!jare 61: 577 .. 584 i.1982); ye..'1 E. LeibenhL<i:, D. L Gardner y R \Y!. Cowdry-,
{~Tr¡e L.-mer Experience oE :.l1e Borderline Self .. Mutilator», }ourna! oí Personality Disorders 1: .317-
324 i.l987J.
)4 B. A. van der KoIk y orros, ob. cit.
~ -"""wY'",""-'",,,Mh0Biili'iO>6,,"" '"Yf -'~''1 V"''''~ 2'"'1°'$'17' 'T;e'~"5·~'i!gjjj!iJJJ.ÜX;;;;:,';,''''·
ABUSO !)iFA)iTIL
179
sexual compulsivo, un comporta...rniento arriesgado compulsivo o una
exagerada exposición
al peligro y el consumo de drogas psicoactivas se
convierten en los vehículos con los que los niños abusados imeman
regular sus estados emocionales interiores. A [ravés de dichos meca­
nismos las víctimas de abusos
intentan borrar su disforia crónica y es­
timular, aunque sea brevemente, un esrado interno de bienestar y
consuelo que no pueden conseguir de otra manera. Esros síntomas
autodestrucrivos a menudo están
ya bien consolidados en las
vícrimas
incluso antes de llegar a la adolescencia, y se acemúan mucho más du­
rante los años de la pubertad::;
Estas tres principales formas de adapración -h elaboración de
defensas disociarivas,
el desarrollo de una identidad fragmentada y la regulacióI1pªt9l<5gic:ag,,)QSeSl>lcl0s eDlocionales-permiten a la niña
sobrevi'l.rir en un entorno de abuso crónico y, además, mantener una
apariencia de normalidad que
es de gran imponancia para la familia
abusiva. Normalmente
se esconden bien los sintomas de angustia de la
niña: los estados alterados de conciencia, los lapsus de memoria y de­
más síntomas de disociación no son por lo general reconocidos; la for­
mación de una idenridad negativa maligna es normal que se disfrace
con
el
«falso yo» socialmente aceptable; los sínromas psicosomáricos
rara vez se siguen hasta su origen y normalmente pasa inadvertido el
comportamiento auto destructivo que tiene lugar en secreto. Aunque
algunas víctimas infantiles o adolescentes pueden atraer
la atención
ha­
cia sí mismas mediante un comportamiento agresivo o delincuenre, la
mayoría es capaz de esconder sus dificultades psicológicas. Lill11ayoría
de los secretos dejas VÍctimasde,abusos infantiles llegan intactos a la
edad adulta. ..... -
EL NIÑO QUE HA CRECIDO
Muchas víctimas infanriles se aferran a la esperanza de que, cuan­
do hayan crecido, podrán escapar y enconrrarán la libertad. Pero la
personalidad formada en un entorno de control coercitivo no se adap­
ta bien a la vida adulta. La superviviente riene problemas esenciales

180
con la confianza básica) con la autonomía y la iniciativa. Se enfrenta a
las labores propias del joven adulto
-establecer la independencia y la
intimidad-cargada con el deterioro de funciones como el cuidado de
sí misma, la cognición
y la memoria, la identidad y la capacidad de for­
mar relaciones estables. Sigue siendo prisionera de su infancia; al in­
tentar crearse una nueva vida) se reencuentra con el trawna. El autor
Richard Rhodes, superviviente de graves abusos infantiles, describe
cómo reaparece el trauma en su obra: «He sentido algo diferente con
cada uno de mis libros. Cada uno de ellos cuenta una historia diferen­
te .. Sin embargo, me doy cuenta de que todos son repeticiones. Cada
uno de ellos se centra en uno o varios hombres con carácter que se
enfrentan a la violencia, se resisten a ella
y descubren, más allá de su
inhumanidad, un pequeño margen de esperanza. La repetición es el
lenguaje
sordo del niño abusado. No me sorprende encontrarlo
expre­
sado en la estructura de mi trabajo en una frecuencia de onda demasia­
do larga como para ser articulado, como ocurre con la resona.'1cia de
un tatlibor sagrado que no se oye taIno en el templo como se siente en
la cavidad del corazón»)'.
e El motor de las relaciones intimas de la superviviente es su ansia de
encontrar protección y cuidados, y su mayor temor es ser abandonada o
explotada.
En su necesidad de ser rescatada puede toparse con
podero­
sas figuras autoritarias que parecen ofrecer la promesa de una relación
especial basada
en los cuidados. Idealizando a la persona de la que se
encariña, mantiene a raya
el temor constante a ser dominada o
traicio­
nada:-,
Sin embargo, resulta inevitable que la superviviente tenga grandes
dificultades para protegerse en el contexto de las relaciones intinlas.
:.~u desesperada ansia de protección y de cuidados hace que le resulte
difícil
marcar limites seguros y apropiados con los demás.
Su tendencia
a denigrarse a sí misma y a idealizar a las personas con las que se rela­
ciona nubla aún más su capacidad de juicio. Su exagerada sintonización
35 R. R.c10des, A Hole in the WorltL.4n Amen"can Boyhood, Simon & Schuster, Nueva York.
1990,
pág,
267.
ABCSO E\FA:\T1L 181
con los deseos de otros y sus hábitos automáticos, y a menudo incons­
cientes, de obediencia también la hacen vulnerable a cualquiera que
esté
en una posición de poder o autoridad.
Su estilo de defensa diso­
ciativo tmnbién hace que le resulte difícil formar una evaluación cons­
ciente
y exacta del peligro.
Y su deseo de revivir la situación peligrosa
y que salga a la superficie puede llevarla a reáctuar otra vez el abuso.
Por todos estos motivos, la superviviente adulta corre un gran ries­
go de seguir siendo
una víctima en la vida adulta. Los datos sobre este
tema
hablan por sí mismos, al menos en lo que respecta a las mujeres.
El riesgo de violación, acoso sexual y malos
traros, aunque son altos
para rodas las mujeres, se multiplicall aproximadamente por dos en el
caso de las mujeres que han sido objeto de abusos sexuales infantiles~)
Ene! estudio realizado_ por Diana Russellsobre las lTIlljeresquehabían
sido incestuosamente "abusadª-.s .. ~lll.rante.la infancia,. dos tercios.f~~~9n
vi~i~9a.S ~0n. p.osterioxiqqd 36. De ~sta' ;';~era 'í~ ~'Í~ti~a' inf~til que ya
h;¿recido parece destinada a revivir_sus experien9_as_Jraumáticas no
_,o '. ~,_"._ •.. "_,, ___ ~_~_~ ______ • __ '
solo en la memoria, sino en la vida diaria. Una superviviente reflexio­
na-Y"soE"re 13:" contm'ua-~~lolencia en su~vida: «Casi se convierte en una
profecía.
que cllm
plesl\l..mi§"'IJlb.:E.mpiez.asa,-,,~P:~;:~l.Ú~-i9~~ ~;~,;;la­
ciónas la violencia con el amor_df'sde,ql1e_,eresmuv peq~~ña.'A-mlme
violaron s~i~- Y--e~~s~~-~,~;~4-;-;~' ~scapaba 'd~'''~~;;~h~~T~-_;~t;'e'~_t¿i/'o
bebía Todo eS_Q~i,c_;';binaba para hacerme un objetivo fácil. Lo más
;bsurdo de todo es que;,} princÍpio estaba segura de que [los violado­
res] me matarían porque, si me dejaban viva, ¿cómo podrían salirse
con la
suya) Finalmente, me di cuenta de que no tenían nada de qué
preocuparse; nunca se haría nada al respecto porque
"yo me lo había
b d
"·--~
usca o»)!.
El fenóm;o de la victimización repetida, que es indiscutiblemente
real, exige
que lo
interpre;;;;-;~~;;,;~cid~d;-.-Durante demasiado tiempo
la opinión de los psiquiatras se
ha limitado a reflejar el crudo juicio social
de que las
supervivientes «se buscan» el abuso. Los antetiores conceptos
,6 D. E. Russell. TheSecret Trauma, Basic Books, Nueva York. 1986.
Entrevista a Joanie, 1987.

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lit
P
t.
P
182
de
masoquismo y las más recientes formulaciones de adicción al IraUnla
insinúan que las victimas buscan y encuentran gratLlicación en e! abuso
repetido. Esto ocurre rara
vez. Algunas supervivientes
coPliesan haber
sentido excitación sexual o placer en situaciones abusivas;
en estos casos,
escenas tempranas de abuso
pueden ser erotizadas y reacruadas compul­
sivamente. Sin embargo, incluso en esos casos hay una clara disrinción
entre los aspectos deseados y no deseados de la experiencia, tal y como
explica lLTla superviviente: «?vle gusta que abusen físicamente de mí, si
pago a 9lguien para que lo haga. Pero me gusta tener e! control. Pasé por
lUla época en que bebía mucho, e iba a un bar y elegía al hombre más su­
cio y asqueroso que podia encontrar y me acoscaba con él. Me humillaba
a mí misma. Eso ya no lo hago»;8.
Es más frecuente que el ab~so reperido no se busque activamen­
te) sÍno que se experimente de forma pasiva como un destino temido
pero inevitable,
y que se acepte como el precio indiscutible de una
re­
lación.4Yluchas supervivientes IÍenen deficiencias can profundas en su
autoprotecóón que casi no se pueden imaginar a sí mismas en una sÍ­
mación en la que puedan elegir con libertad~·Puede resultar práctica­
mente inconcebible la idea de poder decir n;; a las exigencias emocio­
nales de un padre, esposo, amat'"l.te o figura autoritaria, y, por lo tanto,
no es infrecuente encontrar supervivientes adultas que siguen cum­
pliendo los deseos y las necesidades de aquellos que una vez abusaron
de ellas y que siguen permitiendo graves intrusiones sin
poner límites. 1"Las supervivientes adultas cuidan a sus abusadores cuando están en­
"fermos, les defienden en la adversidad e incluso, en casos extremos,
siguen sometiéndose a sus exigencias sexuales. Una supervÍv1.ente de
incesto describe cómo siguió cuidando de
su abusador cuando era
adulta:
«A mi padre le pillaron después. Violó a la hija de su novia
y ella presemó cargos comra él. Cuando ella le echó no tenía dónde
ir, así que me lo traje a vivir conmigo. Rezaba porque no fuera a la
cárcel» 39.
¡~ Emrevi:ca aJo, 1987.
39 Encrevista a Ginger, 1988.
ABUSO ¡'ir A'iTIL 183
Un estilo disociativo bien aprendido rambién hace que las supervi­
vientes ignoren o minimicen indicios sociales que normalmente las
alertarían de! peligro. Una supervivieme describe cómo se encomraba
repetidamente en situaciones vulnerables: ,<La verdad es que no lo sa­
bía, pero sí que sabía cosas. Encomraba a esos hombres mayores y pa­
ternales, y enseguida ... Una vez me lié con un viejo en un horel de mala
muerte en e! que vivía -las prostitutas, los alcohólicos y yo-o Limpia­
ba para él y llegué a quererle. Emonces lUl día me lo encomré en la
cama. Me dijo que e! médico no quería que viera a prostitutas y que yo
podía ayudarle y masturbarle. No sabía de qué me hablaba, pero él me
enseñó. Lo hice. Luego me sentí culpable.
No me enfadé hasta mucho
más
tarde» -¡Q.
:;:Las super>~vientes de abusos infantiles tienen muchas más posibi­
lidades de ser víctimas o de hacerse daño a sí mismas que de hacer víc­
timas a otras personas. De hecho, resulta sorprendente que no sea más
frecuente que las vícrimas acaben comeriendo abusos. Quizá e! hecho
de que las super>'¡vientes parezcan más dispuestas a dirigir las agresio­
nes bacia ellas mismas se deba al proflUldo desprecio que siemen hacia
su persona. Mientras que los inrentos
de
suicidio y la automutilación
están estrechameme vinculados con los abusos ülfantiles, el Víl1Culo en­
rre abuso durante la infancia y e! comportamiento antisocial en la vida
adulta es relativamente débil '1 Un estudio de más de novecientos pa­
ciemes psiquiátricos descubrió que aunque la tendencia al suicidio es­
taba estrechamente ligada a un historial de abusos sexuales, los impul­
sos asesmos no .
Aunque la mayoría de víctimas no se convierten en abusadores,
eSTá claro que hay una minoría que sí lo hace. El Trauma parece ampli­
ficar los TÍpicos estereotipos de género: los hombres con una hiSTOria
de abusos en la infancia tienen más tendencia a ser agresivos con OTroS,
mientras que las mujeres suelen ser victimas de otros o se dañan a sí
~o Entrevista a T anÍ. 1986.
~l J. L. Henna.'l y otros, ob. dI.
..2 G. R Brov.rn y B. Anderson, «Psychiatrtc 1-!orbidüy ín Adult Inpauens v.rit..~ Childhood
:Histories oE Sexual artd Prusycal Abuse», American Jouma! 01 Psychíatry 148: 55 -61 (1991 i.

184
mismas -'3. Un estudio comunitario de doscientos hombres jóvenes se­
ñalaba que los que habíal1 sido abusados físicamente en la infancia te­
nían más posibilidades de haber hecho daño a alguien,
haber pegado a
alguien en una pelea o haber cometido actos
ilegales"'. U na pequeña
minoría de supervivientes, hombres sobre todo, desempeñan el papel
de abusadores
y literalmente reactúan la experiencia de su infancia.
Se
desconoce la proporción de supervivientes que sigue este camino, pero
se
puede extrapolar un cálculo aproximado de un estudio de segui.
miento de niños que habían sido explotados en redes
de prostitución.
lIlrededor del 20 por 100 de estos niños defendían al perpetrador, mi·
nimizaban o racionalizaban la explotación y adoptaban una actitud ano
tisocial-l
5
.
Un superv-iviente
de graves abusos Ll1fantiles describe cómo
se hizo agresivo hacia los demás: «Cuando tenía trece o catorce años
decidí que
ya había aguantado lo suficiente. En una ocasión una chica
se estaba metiendo conmigo
y le dí una paliza de muerte. Empecé a
llevar pistola. Así es cómo me pillaron
y me encerraron, por llevar un
arma sin licencia.
Cuando UlO chaval empieza a pegar para defenderse y
se hace delincuente, llega a un
punto sin retorno. La gente debería
descubrir qué diablos está ocurriendo en la familia antes de que el
chao
val arruine su vida. ¡ No encierres al chaval'» ".
En los casos más extremos, las victimas de abusos sexuales pueden
atacar a sus propios hijos o no cuidar de ellos. Sin embargo, a pesar de
que el pensamiento popular afirma que existe un «ciclo generacional
de abuso», la mayoría
de
supervivientes ni abusan de sus hijos ni son
negligentes con ellos '7 Muchos supervivientes tienen un miedo terrible
a que sus hijos sufra.,"1 un destino parecido al suyo, así que hacen todo lo
"; E. E Carmen, P. P. Rieker y T. ZvIills, «VictL.""11S of Violence and Psyc.lüatric JJ.lnes». Arae­
n"can journal 01 Ps:.¡chiatry 141: 378-383 (1984).
.w V. E. Pollack. J. Briere y L. Scnneider y otros. ({Childhood ALntecedenrs oÍ A.'1.úsocial Be­
naV10[: Parental ,,'-\lcoholism and Physical Abusiveness»_ American journal 01 PSyChiatiy 147:
1290-1293 {19901.
~5 A. W. Burgess y otros, ob. cit.
"6 Entrevista a Jesse, 1986 .
.1"} ]. Kaufman y E. Zigler, «Do Abused Children Become Abusive Parems?», American jour-
nal oIOrthop5");chiat"f}157: 186-192 (1987),
.~BCSO I:\FA:\TIL 185
posible por impedir que esto ocurra. Por el bien de sus hijos, los super·
vivientes a menudo son capaces de movilizar capacidades de carÍ.t~o y
protección que nunca han sido capaces de aplicarse a sí mismos. En un
estudio sobre madres con desorden de personalidad múltiple,
el
psi·
quiatra Phillip Coons observó: «En general me ha impresionado la acti·
tud positiva, constructiva y carmosa que muchas madres con personali­
dad múltiple tienen hacia sus hijos. Fueron abusadas cuando eran niñas
y lucban por proteger a sus hijos de desgracias parecidas» '8
A medida que las víctimas íntentdJ.'1 negociar las relaciones adultas)
las defensas psicológicas que se formaron en la infancia se vuelven más
y más inadaptadas. El doble pensamiento y la doble personalidad son
ingeniosas adaptaciones i.nfantiles a
un clima familiar de control
coer­
citivo, pero son menos que inútiles en un entorno de libertad y de res­
ponsabilidad adulta porque impiden el desaJIollo de las relaciones
mutuas e íntimas, o una identidad ínteQrada. ~ElleQado de su hí.faI1cÍa
. "-_."-
se convierte en una carga cada vez más pesada a medida que el su­
perviviente se enfrenta a las tareas de la vida adulta. Evemualmente
la estructura defensiva se
puede empezar a venir abajo, por lo general
en la tercera o cuarta década
de la
·vida. Con frecuencia, el detonfulte es
un cambio en el equilibrio de las relaciones más intimas y cercanas: el
fracaso de un matrimonio, el nacimiento de un hijo, la enfermedad o la
muerte de un padre. La fachada ya no se sostiene y se manifiesta
la fragmentación subyacente. Cuando esto ocurre puede tomar fOill1as
sintomática~.que111imetizanprkti~arn~~t~·~~d~ c~teg~~í~ deides~~den
p;¡q;iit~¡·co. Las ví~tima~ t~~en;;oí;;erselocas o acabar mu;ienclo
:fraser"describe el terror y el peligro de enfrentarse cara a cara como
adulta a los secretos de su infancia:
¿Rea1-neme quería abrir la caja de Pandora que estaba bajo la cama de mi
padre? ¿Cómo me sentiría al descubrir que el premio, t¡-as cuatro décadas de
seguir pistas y de resolver enigmas, sería la revelación de que mi padre había
abusado sexualmeme de mí? ¿Podría reconciliarme sin a...--nargura con la C2J."1t1-
dad de energía vital que habta desperdiciado E!J."1 tapar un cri.c-nen? Loo.}
"S P. M. Cooes, "Children of Parems lNith Multiple Personality Disorden>. ~n Ch,¡;"j.dhoo¿
Antecedents .. R P. Klut: (ed.!. págs. 151-166; cit. en pág. 161.
,;;¡¡., ... ~.i'
• ti
•... ,~
-., ••• " ti
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'.'.':'.' ,:'V;
;:;;

186
Creo que ocurren muchas muen:es inesperadas cUfu-ldo alguien acaba lli'1a
rase de la vida y se debe converur en un IÍpo de persona difereme para poder
seguir adelante. El fénix se mere en el ruego con la mejor de las m::encíones de
volver a volar,
y luego
vacila al despegar. En el momemo de la transición estu­
ve cerca de morir ju...l1to a mi otro yo ~9.
~~ S. Fraser. ob. cit., págs. 211-212.
6
UN NUEVO DIAGNÓSTICO
La mayoría de la genre no Liene conocLrniento de los cambios psicoló­
gicos que tienen lugar en cautividad, y ese es el mo¡Ívo de que el juicio
social sobre las personas crónicamente traumatizadas suela ser excesi­
vamente duro.
La aparente irldefensión y pasividad de la persona
abu­
sada con reiteración, el haber estado arrapada en el pasado, su intrata­
ble depresión y sus quejas somáticas, y su ardieme ira, a menudo
frustran a las personas que la rodean. Pero aún hay más: si la supervi­
vieme fue coaccionada y traicionó relaciones, lealtades o valores mora­
les, es frecuente que sea sometida a una furiosa condena.
[Las personas que nunca han experimentado el terror prolongado
o que no conocen los métodos coercitivos de comro! asumen que,
en
circunstancias parecidas) mostrarían un mayor valor y resistencia que
la victima. Este es el motivo de que haya
U11a tendencia a explicar el
comportamiento de la víctima encontrando defectos en su personali­
dad o su carácter moral~<A menudo los ptisioneros de guerra que su­
cumben ante el «lavado de cerebro» se consideran unos traidores t
Con frecuencia son criticados públicamente los rehenes que se some­
ten a sus secuestradores. Por ejemplo, en el famoso caso de Patricia
Hearst, el rehén fue juzgado por delitos cometidos bajo coacción y se
; .A. n Biderman y H. Zim..rner {eds.), The }vianipulation 01 Human BehaviúY, John \'filey_
Nueva York, 1961, págs. 1-18.

188
la impuso una condena de cárcel más larga que la de sus secuestrado­
res
2. De forma parecida) se juzga severamente a las mujeres que no
consiguen escapar
de sus relaciones abusivas y a aquellas que se
p~ostí­
tuyen o traicionan a sus hijos bajo coacción 3.
La propensión a juzgar mal el carácter de la víctima puede verse
incluso en el contexto
de un asesinato masivo políticamente organi­
zado. Después del holocausto tuvo lugar
un prolongado debate sobre
la
«pasividad» de los judíos y su «complicidad» en su destino. Pero la
historiadora Lucy Dawidovvicz señala que «complicidad» y «coopera­
ción» son términos que se pueden aplicar a situaciones en las que hay
libertad
de elección; no tienen el mismo significado en situaciones de cautividad' .
ERRORES EN LA CLASIFICACIÓN DEL DIAGNÓSTICO
Esta tendencia a culpar a la victima ha influido notablemente en la
dirección de la investigación psicológica. Ha llevado a los investigado­
res y médicos a buscar una explicación
en el carácter de la victima para
los crímenes del perpetrador. En el caso de los rehenes y los prisione­
ros de guerra, han dado pocos resultados consistentes los numerosos
intentos
de encontrar supuestos defectos de la personalidad que pue­
den predisponer a los cautivos al
«lavado de cerebro». Resulta inevita­
ble llegar a la conclusión de que hombres normales y psicológicamente
sanos pueden ser efectivamente coaccionados de forma ip"humana
5
En
situaciones de malos tratos domésticos donde las victimas se ven atra­
padas
por la persuasión en lugar de la captura. la investigación tam-
2
P. Hearst y A. Moscow. Ez:ery Secret Thin& Doubleday, Nueva York, 1982.
Para una crítica de cómo se culpa a las víctima~ en los malos tratos domésticos, véase
L WardelL D. L Gillespie y A Le.."i1er, (<5cience arJ.d Violence Against Wives», en The Dar/e 5ide
olFamzlies: Current
Famz!:; Violence
Research, D. FinkeL~or, R. GelIes, G. Hotaling y otros (eds.).
Sage, Bevedy Hills CCalifom.ia), 198), págs, 69-84.
~ 1. Dawid01.v1cZ, The War Agaz"nst the ]eu.:s, Weidenfeld and 0iicolson, Londres, L975.
5 A. D. BidermaI1 Ji H. Zimmer, ob. cit.; F. Ochberg y D. A. Soskis, l/ictims 01 Terrorism,
Wesrview, Boulder (Colorado), 1982.
L'~ NCEVO DL\G:\ÓSTICO 189
bién se ha centrado en rasgos de personalidad que pueden predispo­
ner a una mujer a someterse a una relación abusiva. Aquí tampoco ha
surgido un perfil sólido de una mujer susceptible
al maltrato. Mientras
algunas mujeres maltratadas sí que tienen importantes dificultades psi­
cológicas que pueden hacerlas vulnerables, la mayoría no muestra
evi­
dencía alguna de haber tenido una psicopatología grave antes de
co­
menzar la relación de explotación. La mayoría se une a sus abusadores
en
un momento de crisis vital temporal o de pérdida, cuando se siente
sola, alienada o triste
6.
Un informe realizado en relación a los estudios
sobre los malos tratos concluye: «La búsqueda de características en las
mujeres que contribuyan. a su propÍa conversión en víctimas es inútil ..
A veces se olvida que la violencia de los hombres es el comportamien­
to de los hombres.
Como tal, no resulta sorprendente que los esfuerzos
más fructíferos
para explicar este comportamiento se hayan centrado
en las características masculi11as.
Lo que sí es sorprendente es
el enor­
me esfuerzo de explicar el comportamiento masculino examinando las
características de las mujeres» 7.
Es evidente que personas normales y sanas pueden verse atrapa­
das en situaciones abusivas prolongadas, pero también lo es que. des­
pués de
huir de ellas, ya no son ni normales ni sanas.
Un abuso cró­
nico
puede crear un grave daño psicológico. La tendencia a culpar a
la víctirna ha obstaculizado la comprensión psicológica y
el diagnósti­
co
de un síndrome postraumático; con frecuencia los profesionales de
la salud mental
han atribuido la situación de abuso a la supuesta psi­
copatología subyacente
en la víctima en lugar de conceptuar su psi co­
patología como una respuesta a la situación de abuso.
Un escandaloso ejemplo de esta forma de pensar es el estudio so­
bre mujeres maltratadas de 1964 titulado «La esposa del maltratadoI
de esposas». Los investigadores, cuya intención original era estudiar a
los maltratadores,
descubrieron que los hombres no querían hablar
con ellos, y entonces redirigieron su atención hacia las mujeres maltra-
G.
T. Hotaling y D. G. Sugarman, «A., Analysis oE Risk Markers 1,."1 Husbaüd-w-Wife Vio·
lence: Ihe Cun:enr Srate oE Knowledge». Violence and "l/ictims 1: 101-124 (1986l.
fbídem, pág. 120

190
radas, más dispuestas a colaborar, a quienes definieron como «castra­
doras», «frígidas», «agresivas», «indecisas» y «pasivas». Concluyeron
que la violencia doméstica satisfacía las «necesidades masoquistas» de
estas mujeres. Después de haber identificado sus desórdenes de perso­
nalidad como origen del problema, emprendieron su «tratamiento».
En \E} caso consiguieron convencer a la esposa de que estaba provo­
cando la ,~olencia y le enseñaron cómo ca..mbiar su forma de compor­
tarse. Su tratamiento fue considerado un éxito cuando ya no dejó de
buscar
la ayuda de su hijo adolescente para protegerse de las palizas y
ya no se negaba a tener relaciones sexuales cuando su marido lo exigía)
aunque
esre estuviera borracho y agresivo 8:.
Aunque este descarado sexismo rara vez se encuentra en la literatu­
ra psiquiátrica de
la actualidad, siguen
predomi.r¡ando los mismos erro­
res conceptuales, con su implícita parcialidad y su desprecio. El retrato
clínico de una persona que se ha visto reducida a manejar las preocupa­
ciones básicas de la supervivencia se sigue confundiendo a menudo con
el retrato del carácter de la victima. Se aplica..r¡ a estas los mismos con­
ceptos de organización de la personalidad que se desarrolla..r¡ bajo cir­
cunstancias normales, sin tener en cuenta la corrosión de la personalidad
que ocurre bajo condiciones de terror prolongado. Por ello, los pacien­
tes
que sufren los complejos efectos del trauma crónico siguen corriendo
el riesgo de ser erróneamente diagnosticados con desórdenes de la
per­
sonalidad, y pueden ser descritos como inherentemente «dependientes»,
«masoquisIas» o «derrotistas». En un estudio reciente de los casos trata­
dos
en las urgencias de un gran hospital urbano, los médicos describie­
ron de forma rutil1aria a las mujeres maltratadas como
«histéricas», «ma­
soquistas», «hipocondríacas» o, sencillfu-nenre, «personas agotadas» 9.
Esta tendencia a diagnosticar erróneamente a las vícTimas fue
motivo de una controversia que surgió a mediados de los años
3 ]. E. Snell, R.]. Rosenwald '! A. Robey, «The \"Xhfe~Bearer's Wife», Archives oÍ General Psy­
ch.ia:ry 11: 107-112 (1964).
'] D. Kurz y E. Stark, «Not-So-Benign Neglect: The Medical Response [Q Battering». en
K. YIlo y M. Bograd, Femz"llist Perspectz"ves on Wtfe Abuse, Sage, Beverly Hills I.Califotpja), 1988,
págs. 249-268.
UN NUEVO DL~GN6STICO 191
ochenta de! siglo xx, cuando se revisó el manual diagnóstico de la
Asociación Americana de Psiquiatría. Un grupo de psicoanalistas
hombres propuso que se añadiera e! «desorden de personalidad ma­
soquista». Este diagnóstico hipotético se podía aplicar a cualquier
persona que «permanece en relaciones en las que otros explotan,
abusan o se aprovechan de él! ella, a pesar de tener oportunidades
para alterar la relación». Varios grupos feministas se escandalizaron
por ello y se creó un tenso debate público. Las mujeres insistieron
en abrir e! proceso de redactar el manual de diagnóstico que hasta
entonces había sido territorio exclusivo de hombres y, por primera
vez, participaron activamente en la tarea de dar un nombre a la rea­
lidad psicológica.
Yo fui una de las participantes en el proceso. Lo que más me sor­
prendió en el momento fue lo poco que parecían iInpartar los argu­
mentos racionales. Las representantes de las mujeres participaron en la
discusión
preparadas con informes cuidadosamente razonados yexten­
samente documentados que planteaban que el concepw diagnóstico
propuesto tenía escaso fundamento científico, ignoraba por compleIO
los avances recientes
en la comprensión de la psicología de la victimi­
zacÍón, era socialmente regresivo y su i..rnpacto sería discriminador, ya
que sería utilizado para estigmatizar a personas indefensas
to Los hom­
bres de la asociación persistían en su rechazo. Admitían con descaro
que ignoraba," la extensa literatura que se había publicado la década
anterior sobre el trauma psicológico, y mantenían que no entendían
por qué tenía que preocuparles. Un miembro de la Junta de la Asocia­
ción Americana de Psiquiatría consideraba que la discusión sobre las
mujeres maltratadas era «irrelevante». Otro afirmaba sencilla..mente:
«Yo nunca veo las víctimas» ll.
!O Para una crítica de la mala aplicación de los conceptos de masoquismo, véase P. J. Caplan,
The :vfyth oÍ\Vomen's i.viasochúm¡ Dunon, 0:ueva York, 1985. Mas reciemememe, Caplan ha es·
crlW
ll..T1a crítica
sobre el desorden de personalidad derrotisw. (ms. no publicado, Depanamenco
de Psicología Aplicada, LT1SÓUto de Esmdios en Educación de Omario, 1989).
Reunión del Ad Hoc COIP .. Imttee de la Board oE T rustees y Assembly oE DistrÍC! Branc.:"-es
de la Asociación .. Americana de Psiquia¡:rÍa para revisar el borrador DSM .. ID-R, Washington, D.C.
del4-XII-1985.

192
Al final, debido a las quejas de los grupos feministas y la amplia
publicidad que
engendró la controversia, se llegó a una especie de
compromiso
12. El nombre de la entrada propuesta se cambió a «desor­
den de personalidad autoderrotista», Se cambiaron los criterios de!
diagnóstico para que la etiqueta
no pudiera ser aplicada a aquellas
per­
sonas que habían sido abusadas física, sexual o psicológicamente, Y lo
que es aún más importaIlte,
e! desorden no fue incluido en el cuerpo
principal del texto, sino como
un apéndice, Quedó relegado a un esta­
tus apócrifo en
el canon, donde hoy dia sigue languideciendo,
LA NECESIDAD DE
UN NUEVO CONCEPTO
Puede que la aplicación equivocada del concepto de personalidad
masoquista sea uno de los errores diagnósticos más estigmatizadores,
pero de ninguna manera
es el único, En generaL las categorías
diag­
nósticas del canon psiquiátrico existente no están sencillamente di­
señadas para las víctimas de situaciones extremas,
y no encajan bien
con ellas, La aIlsiedad persistente, las fobias
y los pánicos de dichas
víctimas no son iguales a los desórdenes psicosomáticos normales,
Su
depresión no es igual a la depresión normal, Y la degradación de su
identidad
y de su vida sentimental no es igual a un desorden de perso­
nalidad normal,
La carencia
de un concepto diagnóstico exacto y detallado tiene
graves consecuencias sobre
el tratamiento, porque con frecuencia se
pierde la conexión entre
los sintomas presentes del paciente y la expe­
riencia traunlática, Los intentos
de hacer que el paciente encaje en el
molde de un diagnóstico existente no suelen, en el mejor de los casos,
tener como resultado una comprensión parcial de los problemas
y un
enfoque fragmentado del tratamiento, Las personas crónicamente
traumatizadas sufren en silencio con frecuencia; pero lo cierto es que,
!2 D. Goleman, «New PSYCJ.LUai:r1c Syndromes Spur Protest». Neu .. : York Times, 19-XI-1985,
pág. C9; «Bar-Ji.-¡g over Masochism», Time, 2-XII-1985, pág. 76; «Ideas fu,-d Trends: Psycruatrists
versus
Fe.i"Ilh-lists», Neu.: Yor/'f. Times, 6-v1-1986,
pág. (5.
c'i 'iUEVO DL',G'iÓSTICO 193
SI se quejan, sus lamentos no son bien recibidos. Pueden coleccionar
una farmacopea virtual de remedios: uno para los dolores de cabeza.
otro para
el insomnio,
O[ro para la ansiedad, otro para la depresión,
Ninguno de ellos suele fUIlcionar bien,
ya que no se está tratando el
trauma subyacente. La tentación de aplicar un diagnóstico peyorativo
se hace más fuerte cuando los cuidadores se cansan de estas personas
crónicamente infelices que
no parecen mejorar nunca.
No encaja todo lo bien que debería ni siquiera el diagnóstico de
«desorden de estrés postraumático», tal y como se define en la actuali­
dad. Los criterios diagnósticos existentes para este desorden
se
derivan
principalmente de los supervivientes de acontecimientos traumáticos
limitados.
Se basan en los prototipos de combate, desastres
y violación.
En las supervivientes de un trauma prolongado y repetido la gama de
síntomas
es con frecuencia mucho más compleja. Las
superv-ivientes
de abusos prolongados desarrollan cambios de personalidad caracte­
rísticos, incluyendo deformaciones en la capacidad de relacionarse y
en la identidad. Las supervivientes de abusos infantiles desarrollan
problemas parecidos con las relaciones
y con la identidad;
pero ade­
más son sobre todo vulnerables a ser dañadas repetidamente, [anto le­
siones inducidas por ellas mismas o producidas por otros, La formula­
ción actual del desorden de estrés postraurnático no consigue capturar
ni las proteicas manifestaciones sintomáticas de un trallilia prolongado
o repetido,
ni las profundas deformaciones de la personalidad que
tie­
nen lugar en cautÍvidad.
El sindrome que se deriva de un trauma prolongado y repetido ne­
cesita un nombre propio, Yo propongo que lo llamemos «desorden de
estrés pos traumático complejo». Las respuestas al trauma se pueden
comprender mejor si se analizan más como
un conjunto de condicio­
nes que como un único desorden,
Van desde una breve reacción de es­
trés que mejora por sí sola y nunca se puede cualificar para el diagnós­
tico,
al complejo síndrome del trauma prolongado y repetido,
Aunque el sindrome traumático complejo nunca ha sido
defiIlÍdo
sisternáticamente con anterioridad, el concepto de un conjunto de de­
sórdenes postraumáticos ha sido señalado, aunque de pasada, por
muchos expertos, Lawrence Kolb comenta la «heterogeneidad» del
J
..
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ti!!
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194
desorden de estrés posuawnáüco, que «es a la psiquiatría lo que la sífi­
Lis fue a la medicina. En un momento u ouo lesre desorden] puede pa­
recer inlÍlar a cualquier desorden de la personalidad [' .. J Son aquellos
que han sido
a.111enazados durante largos períodos de tiempo los que
sufren una
duradera y grave desorganización de la
personalidad» t3.
OtrOS también han llamado la atención sobre los cambios de personali­
dad consecuencia de un trauma prolongado y repetido. El psiquiaua
Emmanuel Tanay, que trabaja con supervivientes del holocausto nazi,
observa: «La psicopatología puede esconderse bajo cambios caractero­
lógicos que
se manifiestan solo en relaciones perturbadas y en las acti­
tudes hacia
e! rrabajo, el mundo, el hombre y
Dios» ".
Muchos médicos experimentados han insisIido en la necesidad de
una formulación diagnóstica que vaya más allá del simple
desorden
de estrés poStraumático. William Niederland piensa que
«el concepto de
neurosis rraumática no parece suficiente para cubrir la mulIitud y grave­
dad de manifestaciones clínicas» del síndrome observado en los supervi­
v'Íentes de! holocausIO nazi 15 Los psiquiatras que han trarado a refugia­
dos de! sudeste de Asia también reconocen la necesidad de
un
«concepIO
expandido» del desorden de estrés postraumático que tenga en conside­
ración
el trauma psicológico grave, prolongado y masivo
~6. Una autori­
dad sugiere
e! concepIO de un «desorden postramnático de carácteD>
17
Otros hablan de desorden de estrés posrraumáIico «complicado» 18
Los médicos que rrabajan con supervivientes de abusos infantiles
rambién reconocen
la necesidad de un concepro diagnóstico
a..mplia­
do. Leonore Terr distingue los efectos de un único golpe traumático, al
,; L C. Kolb, carca al ediror; American Journai 01 Ps)'chiatry 146: 811-812 (1989).
t.; H. KryStru. \ed.J, Alassive Psychic Trauma, btematianal UniversÍúes Press, ?\'ueva York,
1968, pág. 22l.
,5 Ibídem, pág. 314.
:6 J. Kroll, M. HabenichE, T. Mackenzie y mros, «Depression fuJ.d PosnraumalÍc Stress Di­
sarde:: in Sourheusr Asian Refugees», American Joumal o/Psychiatry 146: 1592-1597 (1989).
,~ M. Horowitz, Stress Response 5yndromes, Jasan Aromon, Norchvaie (Nueva Jersey), 1986,
?ág.4
Q
.
:3 D-Bro\lJTl
y E. Fromm, Hypnotherapy and Hypnoanalysis, Lawrence Eúbaurn, Hillsdaie
CNuevaJersey),1986.
UN 'mEVO DBGNÓSTICO 195
que llama [fauma «Tipo 1», de los efectos de un trauma prolongado y
reperido, que llama [[auma «Tipo II". Su descripción del síndrome
«Tipo II" incluye la negación y el embotamiento psíquico, la amohip­
nosis y la disociación, y las fluctuaciones emre una pasividad extrema
y explosiones de ira '9 La psiquiatra J ean Goodwin ha inventado el
acrónimo MIEDOS para el desorden de estrés postraumático sencillo, y
MIEDOS ~jALOS, para el grave desorden pos traumático observado en
supervivientes de abusos infantiles 20.
Por consiguiente, los observadores han visto con frecuencia la unidad
presente en
las manifestaciones del síndrome
traumáIico complejo y le han
dado muchos nombres disn...-¡tos. Ya es hora de que el sindrome renga un
nombre oficial
y reconocido. En la aCtualidad se está considerando incluir
el
desorden de estrés postraumático complejo en la cuarta edición del manual
diagnóstico de la Asociación Ameneana de Psiquiatría, basándose en siere
enrenos diagnósticos (véase tabla 1). Se están realizando pruebas de campo
empíricas para determinar
si
dic.ho síndrome puede ser diagnosticado fie!­
mente en personas cróDÍcarnenre traumarizadas. El grado de rigor cienúfico
e inte!ecrual de este proceso es considerablemente más alro que e! de los las­
timosos debates sobre el «desorden de personalidad masoquista».
Como e! conceptO de un síndrome tralLmático complejo ha obreni­
do un amplio reconocimiento, se le ha dado varios nombres adiciona­
les. El grupo
de rrabajo que se encarga del manual de
diagnósrico de la
Asociación Amencana de Psiquiatría ha elegido la etiquera de «desor­
den de estrés exrremo no especificado de otra manera». La Clasifi­
cación Internacional de Enfermedades está considerando una entidad
similar bajo
el nombre de
«cambio de personalidad a raíz de una expe­
riencia catastrófica». EstOs nombres pueden ser difíciles y complica­
dos,
pero lo cierto es que cualquier nombre que reconozca el síndrome
es mucho mejor que no tener ninguno.
:9 1. C. Te:L:L, «Child'nood Traum.as: A..n Oudine ::;nd Overview», ilmerican ,Íoumai 01 Psy­
cbiatry 148: 10-20 (1991).
20 J. Goodwin, «Applying ta Adule Ineest VicUr.'Tls ~'haI We Have Learned frorr:. Vicclmize¿
Chilaren»,
Inc:?st-Related Syndmmes 01 Adult Psychopatholog;y, R. Klufc:
(ed.), Ar!!erÍean Psyehia­
trie Press, Washingtor:.., D.c., 1990, pá::,o-s. 55-74.

196
Darle nombre al síndrome de estrés postraumático complejo signi­
fica un paso fundamental para que los que hall. sufrido una explota­
ción prolongada consigan un poco del reconocimiento que se mere­
cen. Es un intento de encontrar un idioma que sea; al mismo tiempo,
fiel a las tradiciones de la observación psicológica minuciosa y a las
exigencias morales
de las personas traumatizadas. Es un intento de
aprender de los supervivientes, que comprenden los efectos de la
cau­
tividad con mayor profundidad que cualquier investigador.
Tabla 1
DESORDEN DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO COMPLEJO
1. "Una historia de sometimiemo a U~ cont;:ol totalitario en un período de
tiempo prolongado (de meses a fu'l.OS). los ejemplos h"1cluyen rehenes, pri­
sioneros de guerra, supervivientes de los campos de concentración, y super­
viiiientes de algunas sectas religiosas. Los ejemplos también incluyen a
aquellos sometidos a sistemas totalitarios en la v-1da sexual y domésüca, hí.­
cluyendo supervivientes de malos [raLOS domésticos, abusos físicos o sexua­
les en la L..ífancia, y la explotación sexual organizada.
2. Alteraciones en la regulación de las impresiones, lc"1cluyendo:
• Disforia persistente.
• LllPulsos suicidas crónicos.
• Autolesiones.
• Ira explosiva o extremadamente inhibida (pueden alternar).
• Sexualidad compulsiva o extremadamente inhibida (pueden alternar).
3. Alteraciones de la conciencia, L.."1cluyendo:
• _Pu-:nnesia de los acontecL."J1ientos traumáticos.
• Episodios disociativos pasajeros.
• Despersonalización/Desrealización.
• Revivir experiencias, tanto en forma de síntomas intmsivos del desorden
de estrés postrau.-rnático como en forma de preocupación reflexiva.
4. l\lteraclones en la percepción de sí mismo, incluyendo:
• Sensación de indefensión ° parálisis de la iniciativa.
• Vergüenza y culpa.
• Sensación de proÍa..íación y estigma.
• Sensación de absolma diferencia con respecto a otros (puede incluír la
sensación de ser especiales, de absoluta soledad, la convicción de que na­
die podría comprenderlo, o la identidad no hUili8l1a).
ce: e:LEVO DLIG:\ÓSTICO
5. ,'"\heraciones en la percepción del perpetrador. L..·xluyendo:

Preocupación
por la relación CaE el perpetrador (incluye la preocupa­
ción por L>. ver:.ganza).
• Atribución no realista
de
poder LOta] al perpercador (cuidado: la ':80ra­
ción que la vÍctL.'Tla hace de la realidad del poder puede ser rrc.ás realista
que la dd médico).
• Idealización o gratitud paradójica.
• Sensación de una relación especial o sobrenatural.
• Aceptación del sistema de valores o de la racionalización del perperrador.
6. Al.ltezaciones en las relaciones con los demás, h'1cluyendo:

Aisla.:"11ienLO y distanciamiento.
• Perturbacíones
en las relaciones im:imas.
• Búsqueda constante de un rescatador (puede alternarse con ais1aInienro y
distanciamiento).
• Descorrtifu"'2za persistente.
• Fracasos repetidos en la autoproteccÍón.
Alteraciones en los sistemas de significado:
• Pérdida de una fe de apoyo.
• Sensación de hídefensión y desesperación.
Los SUPERVIVIENTES COMO PACIENTES PSIQULÁ.TRICOS
197
El sistema de salud mental está lleno de supervivientes de traumas
de infancia prolongados
y repetidos. Esto es cierto a pesar de que la
mayoría de las personas que han sido abusadas durante la infancia
nunca recurren a la atención psiquiátrica.
Sea como sea su recupera­
ción, lo hacen ellas solas 2l. Aunque solo una pequeña minoría de su­
pervivientes, por lo general aquellos con los historiales de abusos más
graves, se convierte
eventuahnente en paciente psiquiátrico, muchos,
o incluso la mayoría
de los pacientes psiquiátricos, son supervivientes
de abusos en la infancia
12. Los datos sobre este aspecto son
iIlContes­
tables. Después de ser interrogados cuidadosarnente, entre el 50 y el
2: J. 1. Herman. D. E. H. Russell y K. Trocki «Long-Yerro Effects oE bces¡uous Abuse Í.c,
Childhood», American Jouma! o/ Psychiatry 143: 1293-1296 (986).
21 N. Draijer, The RoLe o/ Sexual and Physt'cal Abuse in the Etiolo6:/ Women's iVfen,ai Dúor.
ders: The Dutch 5un'e'j on Sex:tal Abuse o/ Gúts by Family Members. (ms. 110 [)ublícado, Uciversi­
dad de A;ns¡:erd~'11. 1989).

198
60 por 100 de los pacientes psiquiátricos internados y entre el 40 Y
el 60 por 100 de los pacientes externos tienen historiales de abusos fí­
sicos o sexuales, o ambos 23. En un estudio de la sala de urgencias psi­
quiátricas, el 70 por 100 tenía un hisrorial de abusos ". Por lo ranto, el
abuso duram:e
la infancia parece ser uno de los principales faCIores
que llevan a una persona a buscar ayuda
psiquiátrica cuando es adulta.
Los supervivientes de abusos L"1fa...l1tiles que se convierten en pacien­
tes aparecen con un desconcertante conjunxo de síntomas. Sus niveles ge­
nerales de angustia son más elevados que los de ortoS pacientes. Quizá el
descubrimiento más impresionante sea la longitud de la liSIa de sínromas
relacionados con
U11 hisrorial de abusos en la
i..r¡fancia 25. El psicólogo
J effrey Bryer y sus colegas ínforman de que las mujeres con historias de
abusos
físicos o sexuales
tíene.T1 una punruación más alta que otros pa­
cientes en las medidas de somatización, depresión, a¡1siedad general, an­
siedad fóbica, sensibilidad ínterpersonal, ['aranoia y «psicoricismo»
(ptobablemente síntomas disociativos) 26 El ['sicólogo J ohn Briere ínfor­
ma de que los supervivientes de abusos ínfanrlles muestran más ínsom­
nía, disfunciones sexuales, disociación, ira) impulsos suicidas, autolesio­
nes, adicción a las drogas y alcoholismo que orros pacientes". La lista de
síntomas
se puede prolongar casi índefinidamente.
Z> A. Jacobson y B. Richardson, «Assawr Experiences oE 100 Psychiacric bpatients: Evide11ce
QE L.'J.e Need for Routlt'le Inquirp>, American Joumal 01 Psychiacry 144: 908-913 (1987);]. B. Bryer,
B. A. Nclson,]. B. iY1iller y P. A. Kml, «Childhood Sexual Physical Abuse as FaCIQrs iIJ. Adult Psy­
cillarác lllness»,
AJ1"u!n.can
Journa! oí Psychiatry 144: 1426-1430 (1987); A. J acobson, «Physical a...""1d
Sexual Assauh Hiswrics A.mor:.g Psychiaéric Outpatiems», American Iourna! o/ Psychiatry 146:
755-758 (1989l;J. Briere y ~L RUflU, «Post Sexual Abuse Trauma: DaLa and blplications ror Cli­
mcal Pracüce», Journa! oflnterpersonat l/io!enee 2: 367 ·379 (1987).
;H J. Briere y L. Y. Zaidi, «Sexual Abuse Histories ami Sequelae il1 Female Psycniatric Emer­
gency Room Patienrs», American JournaL olPrychiatry 146: 1602-1606 (1989).
"~ Para una critica de los esmeios empiricos de las secuelas a largo plazo ¿el abuso sexual
infantil, véz.se A. Bro\l.rne y D. Finkelhor, «Impact oE Child Sexual Abuse: A Review oE me Litera­
cure»,
Psycho!ogical Bul!eún
99: 66-77 (1986). Estos textos están [a...-nbién resurrúdos por C. Cour­
~ois, Heaiing the Incest Wound: Adu/t SUl'1./tvors in Therapy, Norran, Nueva York, 1988; y J. Bnere,
Therapy for Adu!cs }¡Io!ested as Children: Bejond 5urmi'a!, Sp~illger, ~'ueva YorK, 1989.
26 J. B. Bryer y Otros, ob. de
2"i J. Briere, «Long-Term Cli.'1ical Canelares of Childhocd Sexual Victinüzarion», Amw!s 01
,he Neol) Yor.f¿ Academy 015ciences 528: 327-334 (1988).
"~, ~·"''',"Á''~~~_ '='"",;;,,,",,"'ú,u
UN NUEVO DL~GNÓSTICO 199
Cuando ías supervivientes de abusos en la infancia buscan un tra­
tamiento tienen lo que la psicóloga Dense Gelinas llama una «presen­
tación disfrazada». Piden ayuda debido a sus muchos sínromas o a su
dificultad con las relaciones: problemas de inth'Tlidad, respuesta excesi­
va a las necesidades de arras, y víctímización repetida. Con demasiada
frecuencia ni paciente ni terapeuta reconocen
el vínculo entre el pro­
blema presente
y el historial de trauma
crónico".
Las víctimas de abusos infantiles, como otras personas traumatiza­
das, a menudo reciben un diagnóstico erróneo o un mal tratamienLo en
el sistema de salud mental. Debido al número y a la complejidad de
sus síntomas, su tratamiento
es con frecuencia fragmentado e incom­
pleto
y, a causa de sus características dificultades para tener relaciones
cercanas, son especialmente
vul'1erables a volver a ser víctimas de sus
cuidadores. Pueden involucrarse en interacciones continuadas y des­
tructivas en las que
el sistema de salud mental repite el
comportamien­
to de la familia abusiva.
A menudo
las supervivientes de abusos
ínffu.'1rlleS acumulan muchos
diagnósticos diferentes antes de que se reconozca el problema del sí.'1dro­
me posrraumárico complejo. Suelen recibir un diagnóstico con fuertes
connotaciones negativas. Con frecuencia se han aplicado a las supervi­
vientes de abusos ínfantiles tres diagnósricos especialmente problemá­
ticos: desorden de somaIÍzación, desorden de personalidad borderltne, y
desorden de personalidad múltiple. Estos tres diagnósticos estmieron
una vez íncluidos en el ahora obsolero nombre de húferú¡ ". Los pacien­
tes, normalmente mujeres, que reciben estos diagnósticos despiertan
reacciones muy íntensas en sus cuidadores. Su credibilidad se pone bajo
sospecha. Con frecuencia se las acusa de manipuladoras. A menudo son
sujeto de una controversia furiosa
y partidista. En ocasiones son
sencilla­
mente odiadas.
Estos tres diagnósticos están cargados de significado peyorativo.
El más conocido
es el diagnóstico de desorden de personalidad border-
25 D. Gelinas, «The Persistent Negative Effects of Incest», Psychiatry 46: 312-332 (1983).
29 Asociación Americana de Psiquiarría, Diagnostic and 5ta,úúcaJ Manual 01 i\¡ünta! Dúor­
ders, 3: ed. (DSM-ill), A.rnencan Psychiauic Press, Washir:.gtcn, D.c., 1980, pág. 241.

200
lineo Este término se utiliza con frecuencia dentro de las profesiones de
la salud mental como poco más que un insulto sofisticado. Como con­
fiesa ingenuamente un psiquiatra: «Cuando era médico residente re­
cuerdo preguntar a mi supervisor cómo tratar pacientes con desorden
de personalidad borderline, y él contestó con ironía: "Derivarlos a
otro"" 30 El psiquiatra Irvin Yaiom describe el término borderline
como <<la palabra que hace que el corazón del psiquiatra acomodado
de mediana edad se estremezca de terror»)l. Algunos médicos han ar­
gumentado que
el término borderline se ha hecho tan perjudicial que
debería ser abandonado del todo. al igual que se hizo con su
predece­
sor, histerza.
Estos tres diagnósticos tienen muchos rasgos en común y¡ a menudo,
se solapan unos con otros. Los pacientes que reciben cualquiera de estos
tres diagnósticos normalme..'lte también podrían cualificarse para muchos
O[ros diagnósticos. Por ejemplo, la mayoría de pacientes con desorden de
somaúzaóón asimismo tienen depresión, agorafobia y pánico, además
de sus numerosas ffiatlifestaciones físicas 31. A más de la mitad igualmente
se
les
da diagnósticos adicionales de desorden de personalidad «histrióni­
ca», «antisocial» o borderline
33
. Además) con frecuencia, las personas con
desorden de personalidad
borderline también padecen
una fuerte depre­
sión, abuso de sustancias, agorafobia o pánico, y desorden de somatiza­
ción 3
0
. La mayoría de pacientes con desorden de personalidad múltiple
30 A .. Lazarus. carta al editor. Amenean Journal o/ Psychiatry 147: 1390 (1990).
1. Yalorr:. Love's Executioner and OtÚr Tales 01 Psychotherapy, Basic Books, Nueva York
1989.
i: H. Or;JsteÍn. «Briquet's SYi1¿rome in Associatíon with Depresslon and Panic: A Re­
conceptualizaúon oE Brio.uet's Syndrome». American Jouma! o/ PS}ichiatrj 146: 3.34-338 (1989):
B. Liskow. E. Othr::ler, E. C. Penick y otros. <<ls Briquet's Syndrome a He(erogeneous Disor­
¿er:». American Jouma! 01 Psychiatry 143: 626-630 (1986),
¡j S. O. Lüienfel¿ y otIOS. ,<Relaúonship oE }J..istrionic Personality Disorder to A..rltlSocial and
Somatizatior: Disorders», American IoumaJ o/ Psychiatry 143: 781-722 (1986).
;~ H. S .. '\..lGskal, S. E. Chen. G. C. Da"vis y otros, «Borcerllne: .A .. Il A¿jective ir1 Search of a
NOwi», Journal ojChnica¿ Psychiatry 46: 341-348 (1985); :'\'1. R. Fyer, A.]. Frar:.ces, T. Sullívan y
OErOS, «CoffiOIbidiey of Botaedin.e Personality Disorder». Archives 01 General Psychiat¡-y 45'. }48-
352 {1988',
U:: :\CEVO DL\C:-;ÓSTICO 201
experimentan tilla grave depresión 35. La mayoría ta.lllbiér; encaja en los
criterios diagnósticos del desorden de personalidad borderline ';";. y nor­
malmente tienen muchas manifestaciones psícosomáticas, entre ellas
dolores de cabeza, dolores inexplicados, molestias gastrointestinales y
síntomas de conversión rustérica. Estos pacientes suelen recibir Ull.a me­
dia de tres diagnósticos psiquiátricos o neurológicos antes de que el pro­
blema subyacente, el desorden de personalidad múltiple, sea por fin re­
conocido 3; .
Todos estos desórdenes se asocian con altos niveles de hipnotiza­
bilidad o de disociación, pero, en este aspecto, el desorden de múltiple
personalidad
es una categoría por sí mismo. Las personas con desor­den de personalidad múltiple poseen extraordirlarias capacidades para
la disociación . .Algunos de sus sÍl"l.tomas más extraños pueden ser con­
fundidos con los de la esquizofrenia 38 Por ejemplo, pueden tener ex­
periencias de «influencia pasiva» de ser controladas por otra personali­
dad, o alucinaciones de las voces de álter ego que se pelean. Aunque
raramente son capaces
de conseguir el mismo virtuosismo en la diso­
ciación) los pacientes con
desorden de personalidad
borderline tam­
bién tienen niveles 8..J."l.ormalmente altos de síntomas msociatívos 39. y los
pacientes con desorden
de somatízación tienen altos niveles de hípno­
tizabilidad y
de amnesia psicogénica
4Q.
j5 F. 'I:r. Pumarr., Diagnosis and Treatment 01 Muttipie PersonaLt,! Disorae7, Guilfor¿ Press.
Nueva York, 1989; C. A. Ross, S. D. ?vliller. P. Reagor y otros. (<Struc:ured Ir:ter-vie\v Data on 102
Cases of Multiple Personality Disorder froro Four Cemers», American journal o/ Psychiatry 1.17·
596-601 (1990).
}6 R P. Horevitz y B. C. Braun. «Are .:vh.lltiple Personalities Borc1erli'-J.e:",. Psyc.biatric CúnicO'
ofNorth America 7: 69-87 (1984).
)7 F. W. Putnam, J, ]. Guratt. E. K. Sílberma.r¡ y aItOS. «1-:'"le Clinical PhenoElenology oE
Multiple Persor:.ality Disorder: Re\-iew oí lOO Recent Cases». ]oun1111 of C¿inicai PIychiatrj .17:
285-293 (1986i.
,3 R. P. KIuft. «First-Rar.k Symptams as a Diagnostic Clue to Muhiple Persor:ality Disor­
der»,
American
Journa! 01 Psychiatry 144: 293 ·298 (1987),
39 J. L. Hermfui, J. c. Perry y B. Vfu;' der Kolk «Childb.ood T ralli-na L.-: Borderii"e Pe,sonalíty
Disordep), l1mérican ]ouma! 01 Psycht'atry 146: 490-495 :: 1989).
"G E. L. Bliss, «Hystena fuld Hypnosis», ]ourna! o/ ?Ve71.Jous and lv[enta! Vúease 172: 203-206
(984); T. E. Othmer y C. DeSouza. «A Screening Test far Somatization Disorder ('Hysreria)),
American Jouma! 01 Psychiatr-y 142: 1146-1149 (1985).

202
Los pacientes que Lienen los tres desórdenes también campan en
las dificultades caracrerÍsticas en las relaciones íntimas. Las diferen­
cias interpersonales
han sido mejor descritas en pacientes con desor­
den
de la personalidad borderline, y, de hecho, uno de los principales
criterios para hacer este diagnósüco es un patrón de relacÍones Ínten­
sas e inestables. A los pacientes borderline les resuha muy difícil tole­
rar la soledad, pero también son muy desconfiados hacia los demás.
Por un lado, les aterra ser abandonados; por OIrO, ser dominados, y
por ello oscilan entre extremos: por una pane se aferran a los demás,
v por otra, se distancian de ellos, basculando entre e! someIÍmiemo y
la rebelióü más furiosa". Tienden a entablar relaciones «especiales»
con cuidadores idealizados en las que no se respetan los límites nor­
males ". Los amores psicoanalíticos atribuyen esta L'lestabilidad a un
fallo en el desarrollo psicológico de los años formativos de la primera
infancia. Una amoridad en e! tema describe e! principal defecto del
desorden
de personalidad borderline como
un «fracaso en e! estable­
órrüento de la constancia») es decir, no conseguir formar representa­
ciones imemas fiables y bien definidas de las personas en las que se
confía '3. Otro habla de! «relativo fallo del desarrollo en la formación
de imágenes internas» que cumplen una función de «seguridad y
consuelo». Es decir, las personas con desorden
de personalidad
bGl­
derline no pueden calmarse o consolarse a sí mismas invocando una
imagen mental de una relación segura con un cuídador
44
.
En pacientes con desorden de personalidad múltiple también se
encuemran patrones similares de relaciones tormemosas
é inestables.
En este desorden, con su extrema comparrimentación de las
funcio­
nes, los patrones altamente contradicIOrios de relaciones pueden ser
~¡ F. T. Mdges y "'1 S. Swan:z, «Oscillauons of Anacrúllem in Borderline Personality Disor~
der», Ame .. ican }ourna! o/ Psychiatry 146: 1115-1120 (1989).
.;2 M. Zanarini, J. Gunderson, F. Frankenburg y Q[ros, «Díscriminating Bordedbe Persona­
Líry Disorder Eran: Ot.!-:!er Axis II Disorders», American Jouma! 01 Psyc.biatry 147: 161-167 (1990).
. lj L Gundersor:., Bora'edine Personali!y Disorder, i .. merican Psydúarric Press, Wasni.'1gtol!,
D.C., 1984,
pág. 40.
'4
G. Adler, Borderline Psychopathoiogy and Its Treatment, Jasor:. Aronsan, Nueva York,
1985, pág. 4.
.d. , •. "",._,.,""",,,,,"=," -"'C"',",-,,"',' ""¿'iE:C:;-,:-;:'
e" ';UVO DHG';ÓSTICO 203
interpretados por personalidades «álter» disociadas. Los pacientes
con desorden de personalidad múltiple también tÍenen tendencia a
desarrollar relaciones intensas y muy «especiales» llenas de violacio­
nes de los límites, de conflictos, y con un potencial de exploración"5.
Los pacientes con desorden de somatización preseman dificultades
en las relaciones íntimas, incluyendo problemas sexuales, maritales y
problemas con los hijos 46
En pacientes borderline y con múltiple personalidad (no ha sido
estudiado sisremáricameme en el caso del desorden de somatÍzación)
también son características las penurbaciones en la formación de la
identidad. La fragmentación del yo en otras personalidades disociadas
es
el rasgo fundamental del desorden de personalidad
múlriple. La
gama
de personalidades normalmente incluye al menos
un álter ego
«odioso» o «malvado», así como llil álter ego complaciente sociaLrnen­
re y sumiso, o «buen» álter ego·.¡j. Los pacientes con desorden de per­
sonalidad borderline carecen de la capacidad de disociación suficiente
para formar
áher ego fragmentados, pero tienen una dificultad
pareci­
da para formar una identidad integrada. Las imágenes interiores del
yo se dividen en extremos de bueno y malo. Un sentido L'lestable de! yo
es uno de los principales criterios de diagnóstico para el desorden de
personalidad borderline, y algunos teóricos consideran que la «divi­
sión» de representaciones irlreriores del yo y de otros es la patología
central subyacente en
e! desorden
48
El denominador común de estos tres desórdenes es que su origen
está
en un historial de trauma infantil. La evidencia de esta vinculación
~5 R p, Klurr, «lncesI and Subsequem Revicrimizacion: The Case ofTherapis¡:·Pariem Sexual
ExploÍLatíon,
wit:.'1
a Description oE che Sitting Duck Syndrome», en Incest-Refated 5yndromes o;
Adu/t Psychopatho!cg:y, R. P. K1ufr: (ed.), .A .. merican Psychialric Press, Washington, D.C., 1990,
págs. 263-288.
.;6 Para una cntica amplia de la literatUra sobre el desorden de somacizacióf!, véase R J. Loe­
wenSreL'1, «Somatoform Disorders h'1 Viccims oEkees( and Child Abuse», en R P. K1UIT, ab. ar.,
págs. 75-112 .
47 E. L. Bliss, ~'vIultipte PE!rsonahty, Atlied Disorders, and Hypnosis, Oxford Universiry Press.
Nueva York, 1986; F. W. Puma.m, Diagnosis and Treatment, 0'0. cit.
"'8 O. Kemberg, «Borderlin.e Personaliry OrgaJ"lizatiom>, Jouma! 01 the American Psychoanaly~
tic .Association 15: 641-685 (1967).

I
204
ya desde lo definitivo a lo indicativo. En e! caso de! desorden de perso­
nalidad múltiple, a estas alturas
ya ha quedado firmemente establecido
el papel etiológico de un trauma
L"1fa..l1til grave '"'9. En un estudio realiza­
do por el psiquiatra Frank Putnam entre cien pacientes con e! desor­
den, noventa
y siete tenían historiales de importante ttauma infantil,
generalmente abusos sexuales, abusos físicos, o ambos.
Un sadismo
extremo
y una violencia asesina eran la regla más que la excepción en
estas terribles historias.
Casi la mitad de los pacientes habían sido tes­
tigos de la muerte violenta de alguien cercano a ellos 50.
En el desorden de personalidad borderline, mis investigaciones
también han documentado historias de grave trauma infantil en
la
gra..l1
mayoría de los casos 181 por 100). Por lo general el abuso comenzó en
los primeros años de vida
y fue grave y prolongado, aunque rararnente
alcanzó los extremos letales descritos
por pacientes con desorden de
personalidad múltiple.
Cuanto más temprano es el comienzo de! abuso
y mayor es su gravedad, aumentaban las posibilidades de que e! super­
viviente desarrollara sintomas de desorden
de personalidad
borderli­
ne 5!. La relación específica entre los síntomas de! desorden de perso­
nalidad borderline y el historial de abusos infamiles ya ha sido
confirmado por numerosos estudios 52,
Todavía no se han reunido evidencias suficientes para vincular el
desorden de somatización y e! trauma infantil. En ocasiones, e! de­
sorden de somatización también se llama síndrome de Briquet,
por el
médico francés de! siglo XIX, un predecesor de
Charcot. Las obser-
"9 R. P. KlUr.~. Childhood Antecedents,; F. W. Pumanl y otros, «Clinical Phenomenology»: E. L.
Bliss. ,vfuitipie Persona!üy; e A. Rass, S. D. -"-'filler, P. Reagor y Otros. «Structured Intervie",r Data».
5G F. W. Pumarn y otws, «Chil¿'1ood Phenomenology».
51 ]. L. Herman y otros. ({Childhood T ralL.-rla».
;2 J. Erle,e y L. Y. Zaidi, «Sexual Abuse Histories»: M. C. Zanarirj.j. G. Gundersor" M. F.
i\hrino y otros, «Childhoo¿ Experience cf BorderlirJe PatÍems», Comprehensiue Psychatry 30:
18-25 (1989): D. lX'esten. P. Ludolph. B. ?vlisle y otros, «Fhysical and Sexual Abuse LL'1 Adoles­
cem Girls with Borcteúine Personality Disorder». American }ournal 01 Orthopsychiatry 60: 55-
66 (1990); S.;,J. Ogata, K. R. SiL~, S. Goodrich y otros. «Childhood Sexuallli""1d Physical Abuse
in Adult Patients vlltI, Borderline Personality Disorcer», American Jouma! o/ Psychiatry,-1008-
1013 (J99O'J; G. R Bro"W!1 y B. Anderson, «Psychiatric Morbidity in Adult Inpatients w"ith Child­
hood Hístones oE Sexual and PhysicaI Abuse». American ¡oumal 01 Psychiatry 148: 55-61 (1991).
C0: ~TEVO DIAG:~<ÓSTICO 205
vaciones de Briquet sobre pacientes con e! desorden están llenas de
comentarios lli"1ecdóticos sobre violencia doméstica, trauma infantil y
abuso. En un estudio de ochenta y siete niños menores de doce años,
Briquet observó que
un tercio había sido
«maltratado habitualmente o
mantenido en un estado de temor, o había sido duramente dirigido
con dureza
por sus
padres». En otro 10 por 100 atribuía los síntomas
de los niños a experiencias traumáticas que no tenían que ver con el
abuso paterno 53, La investigación sobre la relación entre el desorden
de somatizacÍón y el abuso infantil ha sido recientemente retomada
tras
un paréntesis de un siglo.
Un estudio más reciente de mujeres con
desorden de somatización encontró que un 55
por
100 había sido aco­
sado sexualmente durante la infancia, a menudo por parientes. Sill em­
bargo, este estudio se centraba solamente en las experiencias sexuales
muy tempranas; a las pacientes no se les preguntó sobre abusos físicos
o
un clima más general de violencia dentro de sus familias
". Todavía
se debe emprender una investigación sistemática sobre los historiales
infantiles de pacientes con desorden de somatización
..
Estos tres desórdenes quizá puedan ser entendidos mejor como
variaciones de! desorden
de estrés postraumático complejo, derivando
cada uno de ellos sus rasgos más característicos de una forma de adap­
tación
al entorno traumático. La fisioneurosis del desorden de
estrés
postraumático es el rasgo más destacado en el desorden de somatiza­
ción, la deformación de la conciencia
es e! más relevante en el desor­
den de personalidad múltiple,
y las perturbaciones en la identidad y las
relaciones son los más importantes en e! caso del desorden de persona­
lidad
borderline. El concepto abovedado de un
sÍIldrome postraumári­
co complejo explica
tanto la particularidad de los tres desórdenes
como su interconexÍón. La formulación también reúne los fragmentos
descriptivos
de la condición que una vez se llamó histeria; y
reafirma
su origen común en una historia de trauma psicológico.
'3 F . .M. ;\laí y H. Merskey, «Briquet's Treatise on Hysceria: Synopsis ano Commenta~y').
Archives o/ General Psychiatry 37: 1401-1405 (1980), eie en pág. 1402.
5" J. Mornson, «ChilhoOG Sexual P.Jstories oE \;Comen '",-ith Somatlzaúor: Disorder», Amm­
can ¡ouma! o/ Psychiatry 146: 239-241 (1989),

206
iVluchos de los rasgos más perturbadores de estos tres desórdenes
Se hacen más comprensibles vistos a la luz de LLl1a historia de uauma
infa11til. Y lo que es más imporrante, las supervivientes se hacen com­
prensibles a sí mismas. CuaI1do estas reconocen los orígenes de sus di­
ficultades psicológicas en un enLOIno infantil abusivo) ya no necesitan
atribuirlos a un defecto inherente de su yo. Así se abre el camino a la
creación de un nuevo significado en la experiencia
y una nueva
idenri­
dad Sh'1 estigmas.
Comprender
el papel desempeñado por e! trauma infantil en e!
desarrollo de esros graves desórdenes también nos da información so­
bre cuál
debe ser su tratamiento. Este conocimiento nos da la base
para crear una alianza terapéutica de colaboración que normaliza y va­
lida las reacciones emocionales de la superviviente a los acontecimien­
tos pasados, reconociendo al mismo tiempo que dichas reacciones
puedan ser maladapraciones en el presente. Lo que
es más, una com­
prensión compartida de las características dificultades de la paciente
con las relaciones y el consiguiente riesgo de volver a ser víctima es la
mayor garanIÍa contra inconscientes representaciones del
trauma origi­
nal en la relación terapéutica.
El testimonio de las pacientes habla elocuentemente sobre la im­
ponancia del
reconocÍIniemo de! rrauma en e! proceso de recupera­
ción. Las supervivientes que han tenido largos traramiemos psiquiárri­
cos pueden hablar
por rodas los paciemes.
Cada una de ellas acumuló
numerosos diagnósticos equivocados
y sufrieron variados tratamiem:os
sin éxito antes de descubrir
por fin e! origen de sus problemas psicoló­
gicos en su hisroria de
graves abusos infantiles.
Y rodas ellas nos reran
a que descifremos su idioma
y a que reconozcamos, detrás de la varie­
dad de disfraces,
e! síndrome posrraumárico complejo.
La
pri..rnera superviviente, Barbara, m"-mEiesra los síntomas predo­
minantes de! desorden de somatización:
Vivía
un i.,."1Íierno en la tierra si..!"l que me a;illdara un médico o la medica­
ción L. .. ] No podía respirar, tenía espasmos cuan.do L.l1tenraba rragar la comida,
mi corazón palpitaba en mi pecho, tenia la cara paralizada y el baile de San
V:w cuando me metía en la cama. Tenía migrañas, y los vasos sanguíneos enci­
ma del ojo derecho estaban tan tensos que no podía cerrar el ojo.
UN NUEVO DL~GNÓSTICO 207
[~/Ii rerapeutaJ y yo hemos decidido que tengo estados disociados. Aunque
SOl"l muy parecidos a las personalidades múltiples, sé que son pane de mi.
Cuando aparecieron por primera vez los horrores pasé por una muerte psico­
lógica. Recuerdo estar flotando
en una nube blanca
en la que había mucha
geme, pero no podía reconocer las caras. Entonces aparecíeron dos manos y
presionaron mi pecho y UJla voz dijo: «No vayas ahí».
Sí hubiera acudido en busca de ayuda cuando mve mi prirnera crisis, creo
que me hubieran considerado una enferma mental. Posiblemente: el diagnós-:::i­
ca hubiera sido maníaca depresiva con un toque de esquizofrenia, desorden de
pánico y agorafobia. En ese momemo nadie tenia las herra..'11iemas adecuadas
para llegar a
un diagnósrico de desorden de
estrés posEaumáúco [compteíoJ ~5.
La segunda superviviente, Tani, fue diagnosticada con un desor­
den
de personalidad borderline:
Sé que las cosas están mejorando con borderline y eso. Tener el diagnósüco
tuvo como resultado que me trataran exactameme de la misma ma..1"lera en que
me trataban en casa. En el mismo momemo en que me dieron el diagnósüco la
gente dejó de tratarme como si lo que
yo hacia tuviera
un mOtivo. Todo ese
tratamiemo psiquiátrico rue mn deslfUcrÍvO como lo que había ocurrido ames.
Negar la realidad de mi experienci.a -eso fue lo que más daño me hizo--.
No ser capaz de volver a connar en nadie fue el efecto más grave [ ... ] S¿ que
me comportaba de manera despreciable. Pero no estaba loca. L-\lglli"1aS perso­
nas va..1"l por ahí companándose de esa manera porque se sienten indefensas.
Finalmente, por el camino encomré a algunas personas que podían semirse
bien corunigo aunque tuviera graves problemas. Los buenos terapeutas rLleron
los que reaL'11eme validaron [flj experiencia 56.
La tercera superviviente es Hope, que manifiesta los síntomas pre­
dominantes del desorden
de personalidad múltiple:
Hace mucho tiempo, una
niña preciosa fue marcada con la erigueta de
esquizofrénica paranoíca [ ... ] La etÍqueta se volvió una carga muy pesada.
Una cama procrúslea en la que siempre encajé a la perÍección, porque nUIlCa
crecí [ ... ] Me quedé envuelta, a...r:norIajada. Ningún psicólogo con gafas y aterra
había entrenado una mente profesional en mi aburrida pesadez. No. El diag-
55 Barbara, testtmonio personal, 1989.
56 Entrevisra a Tani, 1986.

208
nóstico de esquizofrénica parauoica no me fue ofrecido en algún luga:-en que
pudiera mirar amablemente al Donrado médico y decirle: <<Se equivoca. En rea­
lidad carl solo se Irata de wda una vida de dolor, pero no pasa nada».
De alguna manera las remidas palabras fueron espolvoreadas sobre mis ce­
reales, salpicaron mis ropas. La sentía en miradas duras y en manos que, inad.
verridameme, me presionabful. Vi las palabras en la cabeza que me evitaban.
las preguntas que .co se hacían, los cuidadosos y redundantes confines de un
concepto hecho más pequeño
y más sirnple en beneficio mio. Los años pasan. Siguen. El fascillame estríbillo se ha convertido en una forma de 'vida. Las ex­
pectativas se hacen más lemas. El progreso te resulra nostálgicamente pasado.
y IOdo ese tiempo una serpiente acecha escondida en el corazón.
FL'1alrnente. los sueños empiezan a desentrañarlo. Espoleada por el fresco
aumento de la Pequeña Voz empiezo a ver algunas de esas palabras silenciosas
y no pror;unciadas que nunca dije. Veía una máscara. Se parecía a mi. Me la
quité y contemplé a un grupo de personas ateI"LOrlzadas y apretujadas que se
encogÍa.r., para esconder terribles secretos [ ... ]
Las palabras «esquizofrénica paranoica» empezaron a encajar en su lugar.
letra a letra, pero parecían sen;:imientos y pensamientos y actos que hacían
daño a los nÍJ.~os, y mentían. y tapab2.J."l. la vergüenza, y mucho terror. Empecé a
darme cuenta de que la eriquera, el d.iagnóstico, había sido algo parecido a la
letra «A» que Hester Prynne bordó en su pecho [ ... ] Ya lo largo de todos los
días y todas las horas bordadas, otras palabras echaban a un lado la etiqueta, el
diagnóstico. «NL.~os que sufren.» «Aquello que es L11decoroso.» «Las mujeres
con las mujeres, y los hombres con los hombres, haciendo lo que es indecoro­
so.»
L .•
J
Rechacé mi esquizofrenia paran oí ca. la metí con mis problemas, y la emié
a Filadelfia 5,.
5, Hope. «A Poern for My Family». testirnonio personal, 1981.
SEGUNDA PARTE
FASES DE LA RECUPERACIÓN

7
UNA RELACIÓN CURATIVA
Las experiencias centrales del uauma psicológico son la indefensión
y la desconexión con otros. Por consiguiente, la recuperación consisle
en devolverle el poder a la superviviente y en la creación de nuevas co­
nexiones.[La recuperación tal1 solo puede ocurrir dentro del contexto
de las relaciones; no puede ocurrir en aislamiento] En sus conexiones
renovadas
con otras personas, la superviviente recrea las facultades
psicológicas
que quedaron dañadas o deformadas por la experiencia
[raumática.
tEstas facultades incluyen las capacidades básicas para la
confianza, la autonomía, la iniciatíva, la competencia, la
identidad y
la intimidad
l. Al igual que fueron originalmente formadas en conexión
con otras personas, estas capacidades
deben ser reformadas dentro de
dichas relaciones.]
El primer principio de la recuperación es que la superviviente
recupere el poder. Ella
debe ser autora y árbitro de su propia
recupe­
ración. Los demás pueden darle consejos, apoyo, ayuda, afecto y cui­
dados, pero no la curación. Muchos intentos bienintencionados y be­
nevolentes de ayudar a la superviviente fracasan porque no se observa
este principio fundamental
de recuperación del poder. Ninguna
inter­
vención que le arrebate poder a la superviviente puede i.mpulsar su
E. Eríkson, Childhood and Society, 2.~ ed., Narran, Nueva York, 1963.

212
recuperación, no importa que parezca ser en su propio bien. En pala­
bras de una superviviente de Ítlcesto, «los buenos terapeutas fueron los
que realmente dieron valor a mi experiencia y
me ayl1daron a controlar
mi comportamiento en vez de intentar controlarme a
mí» 2,
Los cuidadores formados según un modelo médico de tratamiento
a
menudo tienen dificultades para entender este principio fundamental y para ponerlo en práctica. En circunstancias excepcionales, en las que
la superviviente ha abdicado del todo en la responsabilidad de su pro­
pio cuidado o amenaza con hacerse daño a sí misma o a otras perso­
nas) es imprescindible intervenir rápidamente, con o sin su consenti­
miento. Pero Ítlcluso en esos casos no es necesaria la acción unilateral;
la superviviente debería ser consultada sobre sus deseos y se le debe­
rían ofrecen tantas posibilidades como sean compatibles con la preser­
vación de la seguridad.
El principio de devolverle el control a la persona traumatizada es am­
pliamente reconocido. Abram Kardiner define
el papel del terapeuta
como el de un ayudante del paciente, y su propósito es
«ayudar al paci"''lte
a term.LJ.ar la tarea que está intentando hacer espontáneamente» y a reL.ls­
taurar «el elemento de un control renovado» 3. Trabajando con rehenes,
Martin Symonds describe los principios del tratamiento como la reinstau­
ración del poder a las v1ctimas, reducir el aislami",'lto, reducir la sensación
de indefensión aumentando las posibilidades de elección de la v1crima, y
eliminar la dinámica de dominancia en el trato con esta'. Los activistas co­
munitarios Evan Stark y Arme Flitcraft afirman que su objetivo terapéutico
con las mujeres maltratadas
es la reconstrucción de la autonomía y de la
sensación de poder. Definen autonomía como
«un sentido de estar aparte,
de flexibilidad y de posesión de uno mismo que sea capaz de definir el
propio interés ... y de tomar decisiones significativas», míentras que la sen­
sación de
poder consiste en
<<la convergencia del apoyo mutuo con la
: Entrevista a T ani. 1986.
A. Karditler 'j A. SpiegeL Wúr, Stress,. and ¡\Ieurotic Iflnes (ed. rev. The Trauma/ie ,\ieuroses
oIWar),
Hoeoer, Nueva
Y mk. 1947, págs. %1-362.
~ ),"1. Symonds, «Victi,,1 Responses tO Terror: Understanding an.d TrearmenD>, en í/ictims 01
Terrorism. F Ochberg y D. Soskis (eas.), Westview, Boulder (Colorado), 1982, págs. 95-103.
C:\_, RELICIÓ: CCR UlV_, 213
autonomía indi\i.dua1>5. Desde su pu.TJ.to de vista, la misma mujer que pa­
rece un paciente ii1defenso y «deteriorado» en el contexr:o de una clí.c-uca
de salud mental tradicional puede parecer y comportarse como una «su­
perviviente fuerte» en el contexto de un centro de acogida en el que valida
su experiencia y se reconocen y estimulan sus esfuerzos.
La relación entre la superviviente y la terapeuta
es solo una más
en­
tre muchas. De ninguna maIlera es la fu"1ica o la mejor relación en la que
se puede fomentar la recuperación. Las personas traumatizadas suelen
mostrarse reticentes a pedír ayuda, y mucho más a empezar una psicote­
rapia, pero muchas de las que padecen un desorden de estrés postrau­
mático acaban picliendo ayuda al sistema de salud mental. Por ejemplo.
un estuclio a nivel nacional de los veteranos de Vietnam demuestra que
la mayoría de los veteranos
de
gLlerra con síndrome postrauInático bus­
carOD, al menos en una ocasión después de regresar de la guerra, lit"l. ua­
tamiento para sus problemas mentales 6.
tLa relación terapéutica es única en varios aspectos. En prÍJner lu­
gar, su único
propósito es estimular la recuperación de la paciente. Para conseguir este objetivo la terapeuta se convierte en el aliado de la
paciente, poniendo a su disposición todos los recursos de su conoci­
miento, capacidad y experiencia.
En segundo lugar, la relación
terapéu­
tica es única debido al contrato que se establece entre paciente y tera­
peuta y que define la utilización del poder. La paciente comienza la
terapia porque necesita ayuda y cuidados y, por ello, se somete volunta­
riamente a una relación desigual en
la que la terapeuta tiene un
estatuS
y un poder superiores, e inevitablemente surgen los sentimientos rela­
cionados con la experiencia infantil universal de dependencia a un pro­
genitor. Estos sentimientos, conocidos
coma transferencia) exageran to­
davia más el desequilibrio de poder en la relación terapéutica y dejarl a
la paciente vulnerable a la explotación. Es responsabilidad de
la tera-
5 E. Stark y A Flitcrarr. «Personal Power and IEstitutional Vicili-nizatior:.: T reat.L.i.g óe Dual
TrauIna oE Woman Battering», en Post·Traumatic Iterapy and 'v'ictims o/l/ioLence, F. Ochberg
(ed'),
Bf1JJ."hler!1vlazeJ., :";ueva York.
1988, págs. 115·151, cit. en págs. 140 y 14l.
6 R A. Kulka, W. E. Schlenger,]. A. Faü:-baILÍ<. y otros. Trauma and the i/ietnam War Genera­
tion, Brunner/j'\iIazel, Nueva York, 1990.

214
peuta utilizar el poder que le ha sido O"LOrgado por ella para fomentar la
recuperación del paciente resistiendo cualquier impulso
de abuso. Esta
promesa, que
es
flL."ldamental para la Líuegridad de cualquier relación
terapéutica, es de especial imporrallcia en el caso de pacientes que están
sufriendo como consecuencia
de
orfO ejercicio de poder arbitrario y
I d -exp_OIa orJ
[Al entrar en la relación de tratamiento, la rerapem:a promere res­
perar la amonomía de la paciente siendo desinteresada y permanecien­
do neutral. «Desinteresada» significa que la terapem:a se abstiene de
usar su poder sobre la paciente para gratificar sus necesidades perso­
nales. «Neurral» significa que la terapeuta no toma posiciones en los
conflieros interiores
de la paciente y no
LrlIenra dirigir sus decisiones
vitales.
Debe recordarse constantemente que la paciente
Iiene el con­
Irol de su propia vida, y frenarse en el momento de marcar objetivos
personales. ESea actitud desinteresada y nemral es un ideal que se debe
buscar, aunque nunca se alcanza del todo)
La nemralidad técnica de la terapema no es lo mismo que nemra­
lidad moral. Trabajar con personas victirnizadas exige que se tenga una
actimd moral
de compromiso.
A la terapeuta se le exige ser testigo de
un delito, debe tomar una posición de solidaridad con la víctima. Esto
no significa que deba tener una idea simplista
de que la víctima no
puede hacer nada malo,
cino que exige el entendimiento de la i.I1jUSti­
cia esencial de la experiencia traumática y de la necesidad de una reso­
lución que devuelva a la vícIima alguna sensación de justicia. Esta afir­
mación se expresa en el [rabajo diario de la terapema, en su lenguaje y,
sobre todo, en su compromiso moral con la búsqueda de la verdad si.rl
evasión o disfraz. Yael Danieli, una psicóloga que trabaja con supervi­
vientes del holocausto nazi, asume eSIa actitud moral incluso en el pro­
ceso ru[inario de anotar una historia familiar. Cuando las víctimas ha­
blan de sus familiares que «muerell», ella afirma que más bien fueron
«asesinados»: «Los terapeutas e investigadores que trabajan con los
miembros de las familias de los supervivientes se encuentran con indi­
vidl:oS que, con el holocausto, fueron privados del ciclo natural de las
generaciones y
las edades. El holocaustO también les robó, y les sigue
robando, la muerte natural, individual
[. .. ] y, por lo tanto, les robó el
C:\"A RELACIÓN CUR.A..TIVA 215
luto normal. E! uso de la palabra "muerte" para describir el destino de
los familiares, amigos
y la comu..nidad de los supervivientes parece una
forma
de no reconocer el
asesinaro y, posiblemente, la realidad más
crucial del holocausIO» '.
E! papel de la rerapeuta es tanto intelectual como relacional, v
debe fomentar cantO la re±1exión como la conexión empátíca. Kardiner
observa que <<la pane fundamental de esta terapia debería ser siempre
ilustrar al paciente» con la naturaleza y significado de sus síntomas,
pero, al mismo tiempo, «la actitud del médico al tratar estOs casos
debe ser la
de un padre protectOr. Debe ayudar al paciente al reclamar
su
conuol sobre el mundo exterior, yeso nunca se puede conseguir
con una actitud rutinaria que se limite a prescribir píldoras»
s El psi­
coanalisIa
OLtO
Kernberg hace observaciones parecidas sobre el tra~
¡amiento de pacientes con desorden de personalidad borderline: «La
actitud empática del terapeuta, que se deriva de su comprensión emo­
cional
de sí mismo y de su identificación transitOria con su paciente,
tiene elementos en común con la empatía de la
"buena madre" con su
niño [ ... ] Sin embargo, hay un aspeCIO totalmente racional, cognir:ivo e
incluso ascético
en el [rabajo del terapeuta con el paciente que da a su
relación una cualidad completamente diferente»
'.
La alianza de la terapia no se puede dar por hecha; debe ser cuida­
dosamente construida por los esfuerzos tanto de paciente como de te­
rapeuta. La terapia exige una relación de trabajo y colaboración en la
que ambos socios actúan según
una confianza implícita en el valor
y
eficacia de la persuasión en lugar de la coacción, en las ideas más que
en
la fuerza, en la igualdad más que en el control autOritario. Estas son
precisamente las creencias que se
han visto destrozadas por la
expe­
riencia traumática. El trauma destroza la capacidad de la paciente para
crear
una relación de confianza; también tiene un poderoso, aunque
7 Y. Danieli, «Psychomerapisrs' Particlparron i...n. G~e Conspiracy oE Silence abo m ,he Holo­
caUSD>, Psychoanalytic Psychology 1: 23-42 (1984), cié. en pág. 36.
s A. Kardiner y H. Spiegel, ob. CtL, pág. 390.
3 O. Kernberg, Severe Personality Disorder: Psychotherapeutic Strategies, Yale Universiry
Press, New Haven, 1984, pág. 119.

216
indirecto, impacto en la terapeuta. Como resultado, tanto la paciente
como la terapeuta tendrán predecibles dificultades para crear una
aiíanza que flli"1Cione. Estas dificultades deben ser comprendidas y an­
ücipadas desde el principio.
TRANSFERENCIA TRAUMÁTICA
Las pacientes que sufren de un síndrome traumático forman un
tipo característico
de transferencia en la relación terapéutica.
Sus res­
puestas emocionales a cualquier persona
que esté en posición de auto­
ridad
han quedado deformadas por la experiencia del terror. Por este
motivo las reacciones de transferencia traurnática tienen
una cualidad irltensa; un.a actitud de a ,rida o muerte, que no tiene paralelismo en la
experiencia terapéutica normai. En palabras de Kernberg, «es como si
la vida del paciente dependiera de mantener al terapeuta bajo con­
troh> 10 l'ugunas de las observaciones más astutas sobre las vicisitudes
de
la transferencia traumática aparecen en los textos clásicos sobre el
tratamiento del desorden de personalidad
b01derfine, escritos cuando
todavía no se conocía el origen traumático del desorden. En estos in­
formes una fuerza destructiva parece invadir repetidamente la relación
entre terapeuta y paciente. Esta fuerza, que tradicionalmente fue atri­
buida a la agresión innata de la víctima, se puede reconocer ahora
como la violencia del perpetrador. El psiquiatra Eric Lister comenta
que la transferencia en pacientes traumatizados no refleja una sencilla
relación diádica, sino más bien
una tríada:
«El terror es tal que parece
como si el paciente y el terapeuta se reunieran en presencia de otra
persona más. La tercera imagen es el abusador, que [ ... ] exigía silencio
y cuya autoridad está siendo ahora retada» 11.
La transferencia traumática no solo refleja la experiencia del
terror, sino también la de la indefensión. La víctima está completamen-
¡G O. Kemberg, ab. cit., pág. 114.
E. Lister, «Forced Silence: A Neglec!:ed DLllension oE Trauma»), American ¡oumal 01
Psychiatry 139: 872-876 (982).
C?\A RELACIÓ:-: CCR:\Tr
i
/. 217
te indefensa en el momento del trauma. Incapaz de defenderse, pide
ayuda;
pero nadie viene a socorrerla.
Se siente totahnente abandonada.
El recuerdo de esta experiencia domina todas las relaciones subsi­
guientes. CU8J."lto mayor es la convicción de la víctima de su indefen­
sión y abandono, más desesperadamente necesita un rescatador omni­
presente. A menudo otorga ese papel a la terapeuta. Puede que
desarrolle expectativas intensamente ideaiizadas de la terapeuta. En la
fantasía de la paciente, la idealización de la terapema la protege de vol­
ver a revivir el horror del trauma.(En Ufl caso ejemplar, tanto la pacien·
te como el Ierapeuta llegaron a comprender que el terror era el origen
de las demandas de rescate de la paciente: «El terapeuta comentó:
"Asusta necesitar tanto a alguien y no ser capaz de controlarle". La pa­
ciente se emocionó
y siguió con el pensamiento:
"Asusta porque pue­
des matarme con lo que dices [".J o porque no te importe o porque
me dejes)). Entonces el terapeuta añadió: "il_h_ora entiendo por qué ne­
cesitas que
yo sea
perfecto"» 12J
Cuando la terapeuta no consigue estar a la aitura de esas expecta·
tivas idealizadas -aigo ine,-itable-a menudo a la paciente le domina
la ira. Como esta siente que su vida depende de su rescatador, no pue­
de permitirse ser tolerante: no hay lugar para el error humano. La ira
i¡1defensa y desesperada que la persona traumatizada siente hacia un
rescatador que flaquee, aunque sea momentáneamente, en su labor,
está descrita en el caso del veterano de Vietnam Tim O'Brien, que ha·
bla de cómo se sintió después de haber sido herido en batalla:
l\Ie comia la necesidad de venganza. Algunas veces bebía demasiado por la
noche. Recuerdo que me pegaron ilií Ü;:O y que gritaba pidiendo un médico, y
luego esperé, esperé y esperé. me desmayé una vez y luego me desperté y volvI
a gritar, y recuerdo que gritar parecía crearme más dolor, el hedor de mí mis·
mo, el sudor y el miedo. los LOrpes dedos de Bobby Jorgenson cuando final­
mente se puso a trabajar en rrIÍ. ::Jo paraba de revivido todo, cada detalle [, .. ]
Quería gritar: «Cabrón, estoy en shock.. me estoy muriendo»,' pero lo ÚDico
:2 R. J. Wald1'1ger y J. G. Glli'1derson; Effectzve Ps)"chotherapy with Bo,dertine Patiens' Case
5tudies, A .. merican Psycruatríc Pres5. WasÍ'ington, D.C, 1987. caso de z,,1artha. págs. 34 y 35.

'"I'\'W
218
que conseguía era gin10tear y quej:::.rme. Recuerdo eso, yel hospúal, y las enfer­
meras. Incluso recozc1aba mí ira. Pero ya no la podía semir. Al fi .. rlal lo único
que senúa era táo dentro de mi pecho. Número uno: el Tipo casi me había ma­
tado. Número dos: Ienía que haber consecuenciasl3,
Este testimonio nos revela no solo la ira que siente la víctima cuan­
do se
ve índeÍensa y en peligro de muerte, síno
ta..-rnbién cómo deriva
su ira del perpetrador
al cuidador. Él siente que el que casi le
mara es
el médico, no el enemigo. Su furia se ve alinlemada aún más por su
sensación de humillación
y de vergüenza. Aunque necesita
desespera­
dameme la ayllda del sanitario, le monifica que le vean en esa condi­
ción física ran denigrante. Mientras cura sus heridas en el hospital, tra­
ma un plan de venganza no contra el enemigo, sino contra el inepto
enfermero. Muchas personas traumatizadas siemen una cólera pare­
cida hacia los cuidadore~ que hí.tentan ayudarles, y albergan Íantasías
de venganza parecidas LEn estas fa.l1tasías desean reducir a la decepcio­
nante y envidiada terapeuta a la misma condición insoportable de
terror, indefensión y vergüenza que ellas mismas han padecido.]
Aunque la paciente traumatizada siente una necesidad desespera­
da de confiar en la integridad y competencia de la terapeura, no es ca­
paz de hacerlo porque su capacidad de confianza ha sido dañada por
la experiencia traumática. Aunque en otras relaciones terapéuticas se
puede dar
por supuesto que existe desde el principio cierto grado de
confianza) esta presunción nunca está garantizada en el tratamiento
de pacientes traumatizadas
". La pacieme entra en la relación rerapéu­
tica presa de todo tipo de dudas y sospechas. Normalmeme asume que
la rerapeura o
es incapaz o no está dispuesra a ayudar y, hasta que se le
demuestre
lo comrario, da por hecho que no está preparada para
escu­
char la verdadera hisroria del trauma. Los vereranos de combate no
formarán una relación de confianza hasca que esrén convencidos de
que los terapeutas pueden soportar escuchar los detalles de la hisroria
~} 1. OtBrien, The Tbings Thcy Caneel, Houghton MiEt1i..T1, Boswn, 1990, págs. 227 -228.
,4 ]. A. Chu, «Ten Traps fer Therapists in me T rear..em oE Trauma Survivors», Dissociacion
1: 24-32 (1988).
UNA RELACIÓ0: CUR.A.TIVA 219
de guerra l5. Supen.lÍvienres de violación, rehenes¡ prisioneros políticos)
mujeres maltraradas y supervivientes del holocausro, todos ellos sien­
ten una desconfianza parecida hacia la capacidad de los rerapemas
para escuchar. En palabras de una superviviente de incesto) «estos te­
rapeutas parecen tener todas las respuestas,
pero se
achantan cuando
sale la mierda».
Sin embargo, al mismo tiempo) la paciente desconÍía de los moti­
vos
de cualquier rerapema que no se achante.
Puede que le arribuya
muchos
de los mismos motivos del perpetrador. A menudo sospecha
que riene intenciones de explorarla o que, simplemente, riene
una
ten­
dencia voyeur 16 Cuando el trauma ha sido repetido y prolongado, las
expectarivas
que la paciente riene de una intención perversa o malvada
son especialmeme difíciles
de cambiar. Las pacientes que han sido
so­
mecidas a un rrauma crónico y, por consiguiente, padecen el sindrome
posrraumárico complejo también tienen complejas reacciones
de
trans­
ferencia. Su prolongado vinculo con el abusador ha alrerado la forma
en que se relaciona,
de tal forma que la paciente no solo
teme volver a
ser victima, sino que parece incapaz
de defenderse de ello, o incluso
parece propiciarlo. La dinámica
de dominación y sumisión se
reprodu­
ce en todas las relaciones subsiguientes, incluyendo la terapia.
Las personas crónicamente traumatizadas t.ienen una finísima sin­
tonización con
la comunicación no consciente o no verbal. Durante
mucho tiempo se acostumbraron a leer los
escados emocionales y cog­
nitivos de sus caprores, así que aportan esta habilidad a la relación te­
rapéutica. Kernberg desraca la habilidad «pavorosa» que tienen los pa­
cientes borderline para conocer a sus terapeutas y paca responder a su
vulnerabilidad ". Emmanuel Tanay destaca la «sensibilidad y la imensa
percepciÓn» de los supervivientes del holocausto nazi, añadiendo que
15 H. Hendirl y A. P. Haas, Wounds oí War: The Psycholog:ca! Aftermath 01 Comba! in VÚ!t­
nam, Basic Books, Nueva York, 1984.
:6 D. S. Rose, «Worse th.an death': Psychodynamics oE Rape Vicrl,-ns and ¡he need tor Psy­
choóerapy», Amen-can Jouma! oíPsychiatry 143: 817 -824 (1986).
,~ O. Kernberg, M. A. Selzer, H. Koenigsberg, A, C. CaH y otros, PS)'chodynamic Psychothe­
rapy oíBorderline PaiÍents-, Basic Books, Nueva York, 1989, pág. 75.

" ¡t

11
~
.;:/
;,;'
220
«las Huc!uaciones en la atención del terapeuta son recibidas por estos
paciemes con rapidez y con hipersensibilidad patológica» '3
La pacieme analiza cada palabra y cada gesto de la ¡erapeuta in­
tentando protegerse a sí misma de las reacciones hostiles que espera.
Como no tiene confianza en las intenciones positivas de la terapeuta,
malinterpreta constantemente sus motivos y reacciones. Puede que,
eventualmem:e, la terapeuta reaccione a estas atribuciones hostiles en
una forma en que no está acostumbrada. i\Ietida en la, dhlámica de do­
minación y sumisión, la terapeuta puede reproducir de manera incons­
cieme aspectos de la relación abusiva. Esta dinámica, que ha sido más
extensamente estudiada en los pacientes borderline) ha sido atribuida
al estilo defensivo de «identificación proyectiva» de la paciente. El
perpetrador juega, una vez más, un papel escondido en este tipo
de
interacción.
Cuando conoce el trauma original, la terapeuta puede
encontrar una escalofriante similitud entre el trauma y su reproduc­
ción en la terapia. Frank Putnam describe una situación así con una
paciente que tenía desorden de personalidad múltiple: «Cuando era
niña, la paciente había sido repetidamente atada y obligada a hacerle
una felación a su padre.
Durante su última hospitalización se había
vuelto peligrosamente suicida,
y anoréxica. Los miembros del equipo
intentaron alimentarla a través de un
tubo nasogástrico, pero ella no
dejaba de quitárselo.
Se vieron obligados a atarla de pies y manos.
Ahora la paciente estaba atada a la cama
y tenía un tubo metido por
la boca, todo en nombre de salvar su
vida. Cuando se señaló a todas
las partes interesadas la similitud entre estas intervenciones "terapéu­
ticas" y su anterior abuso, fue posible interrumpir la alimentación for­
zosa»
19.
Esta reproducción de la relación con el abusador es todavia más
evidente en la transferencia sexualizada que surge en ocasiones entre
las supervivientes de abusos infantiles prolongados, La paciente puede
!S E. Ta.."1ay. «PsychoÓerapy viil:h Survlvors oE Nazi Persecution», en Massi¡;e Psychic Trau­
ma, H. Krystal (ed.), bternadonal Uillversities Press, ;'¡ueva York, 1968, pág. 225.
i9 F. PUt;J.a.r."U, Diagnosis únd Treatraent o/ :'v[uitiple Personalúy DiJorder, Guilford Press.
Nueva York, 1989, págs. 178-179.
Ci\A REUC¡Ói CCRATI\'A 221
d d
¡ ,., d ., , d
ar por senta o que e ... l.llJICO valOr que pue e tener a oJos oe lOS e-
más, especialmente a los de una persona poderosa) es ser un objeto se­
xual. Por ejemplo, aquí un terapeuta describe la última sesión de UD
largo y exitoso tratamiento de una superviviente de incesto que había
sido diagnosIÍcada con desorden de personalidad borderline: «Ahora
se sentía como una hija adulta; aun aSÍ, si no tenía relaCIones sexuales
conmigo, quizá
se debía a que no era lo suficientemente sexy. En la
última sesión se preguntaba si yo podía saber lo mucho que
valoraba
la terapia si no hacía nada más que darme las gracias verbalmente.
Cuando estaba en la puerta, se dio cuenta de que tal vez darme las
gracias sí era suficiente. Eso fue siete años después de nuestro primer
encuentro» 20.
Las pacientes pueden ser bastante directas sobre su deseo de una
relación sexual. Unas pocas pacientes pueden exigir una relación de
este tipo como única
prueba conviI1cente de que la persona que las
tra~
ta se preocupa por ellas. Sin embargo, incluso estas pacientes temen la
reproducción de Ul1a relación sexual en la [erapia; una reproducción
de este tipo sencillamente confirma la cOEvicción de la paciente en que
todas las relaciones humanas son corruptas.
[La paciente con desorden de personalidad múltiple representa el
extremo en las complicaciones de transferencia traumática. En este
caso) la transferencia
puede ser muy fragmentada y tener diferentes
componentes representados
por álter ego diferentes.
Putnam sugiere
que los terapeutas que trabajen con estos pacientes
se preparen para
transferencias intensamente hostiles
y sexuadas, que llegan a ser algo
rutL.'1ario en estos casos 2i. La transferencia puede ser desorganizada y
fragmentada, sujeta a las frecuentes oscilaciones que son la marca de fá­
brica de los síndromes traumáticos, incluso en pacientes que carecen de
capacidades clisociatívas tan extremas. Las vicisitudes emocionales de la
relación de recuperación están,
por consiguiente,
destÍlladas a ser impre­
decibles
y confusas tanto para la paciente como para la
terapeuta.")
20 R]. Waldi.c'ger y]' G. Gunderson, ab. cit., caso de]ennifer, pág. 128.
1, F. Pumam, ab. cít.

222
CONTRATRANSFERENCIA TRAUMÁTICA
El trauma es contagioso. En ocasiones la terapeuta se siente emo­
cionalmente abrumada
por su papel de ser ¡estigo de desastres o
atro­
cidades. Experimenta. en menor grado. los mismos sentimientos de
terror, ira y desesperación que su paciente. Este fenómeno se conoce
como «contrarransferencia traumática» o «rraumatización vicaria» 22.
La terapeuta puede empezar a sentir síntomas de desorden de estrés
posrraumático,
y escuchar la
histOria del trauma del paciente puede
hacer que reviva cualquier experiencia traumática que haya tenido en
el pasado. También puede observar que la imaginería asociada con la
historia de la paciente invade sus fa:.'1rasías o sueños. En un caso, una
[erapeuta empezó a tener las mismas pesadillas que su paciente, Arrhur,
un hombre de rreinta y cinco años del que su padre había abusado sá­
dicamente durante su infancia:
Annur le dijo a su terapeuta que Seguía temiendo a su padre aunque lle­
vara mueITO diez años. Semía qUe su padre le vigilaba y que podía comrolar­
le desde la tumba. Creía que la única manera de acabar con el poder diabóli­
co de su
padre era desenterrar su cuerpo y clavarle una
eS1:aca en el corazón.
l.a terapeuta empezó a tener vEvidas pesadillas del padre de Arthur levamán­
dose de la tumba y entrando en su cuarto en forma de un cadáver pudrién­
dose.
Involucrarse en un trabajo así puede implicar, por consiguiente,
cierto riesgo para
la salud psicológica de la terapeuta. Las reacciones
adversas de esta, a menos que sean comprendidas
y controladas,
tam­
bién pueden conducir a perturbaciones en la alianza terapéutica con
los pacientes
y a
conillcros con los colegas de profesión. Las terapeutas
que trabajan con personas traumatizadas necesÍtan
un sistema conti­
nuado de apoyo para manejar estas reacciones intensas.
Al igual que
!: l. L McCann y 1. • .l,.. PearLrnan, «Vicarious TratlJ.""T!.anzanon: A Fram.ework for Undersran­
d1"1g [he Psychological EITectS oE WorkLr¡g '.Vit.b. Victims», Iournal oÍ Traumatic Stress 3: 131-150
i.l990).
UNA REL\CIÓI CUREIV,'.
7)"
--)
no hay ningún superviviente que pueda recuperarse solo, tampoco hay
ningún terapeuta que pueda trabajar solo con
el trauma.
Las contrarransferencias
traumáticas incluyen toda la gama de las
reacciones emocionales de la terapeuta hacia la supen~viente y hacia el
aCODlecimienro traumárico. Enrre los terapeutas que trabajan con su­
pervivientes del holocaustO nazi, Danieli observa una uniformidad casi
impersonal de respuestas emocionales. Sugiere que la principal fuente
de
estas reacciones es el propio holocausto más que las personalidades
individuales de terapeutas o pacientes n Esta in¡erpretación reconoce
la presencia en
la sombra del perpetrador en la relación entre pacieme
y terapeuta, y rastrea la contratransferencia, al igual que la uansferen­
cia, hasta su origen más allá
de una simple relación diádica.
Además
de sufrir símomas de estrés posuaumático, la ¡erapeuta
tiene que luchar con las mismas perturbaciones en las relaciones que
tiene su paciente. Es inevitable que estar expuesta repetidamente a una
historia de rapacidad humana
y de crueldad cambie las creencias
bási­
cas de la terapeuta y haga que aumente su sensación de vulnerabilidad
personal. La terapeuta
puede empezar a sentir miedo de orras personas
en general)
y a
mOSIfarse más desconfía da en sus relaciones íntiInas;
también
puede volverse cada vez más cinica sobre los motivos de los
demás
y más pesimista sobre la condición humana
".
La terapeuta también comparte la experiencia de indefensión de la
paciente. Es posible que estO la lleve a infravalorar su propio conocí­
miemo y capacidad, o a perder la perspectiva de la fortaleza y los re­
cursos de la pacieme. Bajo la presión de una indefensión de contra­
transferencia, la terapeuta puede perder confianza en el poder de la
relación de psicoterapia. N o es infrecuente que terapeutas con expe­
riencia se sientan intimidados y «carentes de sus capacidades» cuando
se encuentran con pacientes con desorden de personalidad múltiple".
SentinlÍentos parecidos surgen en aquellas personas que trabajan con
23 Y. D~jeli, ob. eit.
2~ Y. Fisc..11r.nan, {{Imeracting uri± Trauma: Clinicians' Responses w Treating Psychologica!
Ahe:reffens oE Political Repressíon», Amen'can }ournl11 oÍ Orrhopsychiatí)l 61: 179-185 (1991}.
25 F Purna.'1l, ab. c͡.

224
los supervivientes de la violencia extrema o de la represión política 26.
El caso de Irene, víctima de terrorismo sexual, ilustra un estancamien­
to temporal de la terapia ocasionado por la pérdida de confianza del
terapeuta:
Irene. UDa mujer de: veinticinco años, empezó el Lratami.emo queján¿ose
de un síndrome postraumático con hiperactivación, sínromas L:i¡:rusivos y gra­
ve cODStricción. Aunque antes era sociable, se había retraído de la mayoría de
las actividades y vivía virtualmente en su casa como una prisionera. Un año
antes se había resistido a un intento de violación en. una cita: desde entonces
el atacame la había acosado con llar."TIadas telefónicas obscenas y amenazantes
por las noches. También la seguía y mantenía su casa vigilada, y eUa sospecha­
ba que había matado a su gato. En una ocasión había acudido a la polícía,
pero "o se Lrneresaron e?t su problema porque «en realidad no había pasado
nada».
El terapeuta se idenrificó con la frustracÍón y la ir:derensión de Irene. Al
dudar de que la psicoterapia tUviese algo que ofrecerle, empezó a darle conse­
jos prácticos. Irene rechazó todas sus sugerencias, tal y como había hecho con
las de sus a.rnígos. de su familia y de la policía. Estaba segura de que el perpe­
trador superaría tOdos los obstáculos que ella pusiera. Tampoco la estaba ay'U­
dando La terapia; sus símomas empeoraron y empezó a hablar de suicidio.
Revisando el caso bajo superv-isión. el terapeuta se dio cuema de que, al
igual que Irene, se habia visto derrotado por una sensación de L:"1defensión.
Como consecuencia, había perdido confianza en la utilidad de escuchar, su
pÓ1Cipal habilidad. En la siguiente sesión le preguntó a Irene si algu\"1a vez le
había comado a alguien toda
la historia de lo que le había ocurrido. Irene dijo
que nadie
quería oírla; la gente si.J.uplemente quería que se pusiera bien y vol­
viera a
la
normalidad. El terapeuta comentó que Irene debía sentirse realmente
sola y le preguntó si sentía que tampoco podía confiar en él. Irene se echó a
llorar. Realmente había sentido que
el terapeuta no quería escuchar.
En sesiones siguientes, a medida que Irene comaba su historia. sus sínto­
mas empezaron a meíorar. Comenzó a tomar más acciones
para protegerse, a
movilizar a sus a..-nigos y a su familia, y a encontrar maneras más efectivas de
conseguir aY'..lda de la policía. Aunque re\,isaba sus nuevaS estrategias con el te­
rapeuta, las desarrollaba por iniciativa propia.
¡ro L. Comas-Díaz y A. Padilla, «Coumen:-arl.sference hí Working w-ith Victims oi Political
Repression.».
American
Jouma! oí Orthopsychiatry 60: 125-134 (1990).
C:\,- REL\CIÓ~' O_&;T1\,-A 225
(Como defensa contra la insoportable sensación de L'1defensión) la
Ierapeuta puede íntentar asumir el papel de rescatadm]Puede que asu­
ma cada vez más el papel de abogado de la paciente y, al hacerlo, está
insínuando
que esta no es capaz de actuar por sí
mismal Cuanto más
acepta la terapeuta la idea de
que la paciente está indefensa, más
per­
petúa la transferencia traumática y más poder arrebata a la víctima)
Bajo las intensas presiones de la transferencia y la contratransfe~
rencia traumática, muchos terapeutas experimentados que normal­
mente observan escrupulosamente los lÍlllites de la relación de terapia
se encuentran violando las fronteras de la terapia y asumiendo el papel
de rescatador. La terapeuta puede sentirse obligada a ampliar los lími~
tes de las sesiones de terapia o a permitir frecuentes contactos de ur­
gencia entre sesiones. Puede contestar llamadas telefónicas de ma­
drugada, durante los fines de semana. o incluso en vacaciones. Estas
medidas extraordinarias rara vez tienen como resultado una mejoría.
Al contrario,
cuanto más indefensa, más dependiente
y más incompe­
tente se sienta la víctiJ.l1a) peores se vuelven sus síntomas.
Llevada a su
extremo lógico, la defensa de la terapeuta contra los
sentimientos de indefensión la llevan a actitudes de soberbia u
omni~
potencia. A menos que se analice y se controle esta tendencia, el po~
tencial de corrupción de la relación de terapia es muy gtande. Todo
tipo de extremas violaciones de los límites, incluyendo
la
irltimidad se~
xual, son con frecuencia racionalizadas de acuerdo a la desesperada
necesidad
de la paciente de ser rescatada y de las extraordinarias dotes
de la terapeuta como rescatadora. Henry Krystal, que trabaja con
su~
pervivientes del holocausto nazí, observ-a que el «impulso de jugar a
ser Dios [del terapeuta]
es tan omnipresente como
patogénico»27. Los
psicoanalistas
John Maltsberger y Dan Buie hacen una advertencia
pa~
recida:t<Las tres trampas narcisistas más comunes son intentar curarlo
todo, saberlo
todo y amarlo
todo. Como dichos dones no son más ac~
cesibles al psicoterapeuta contemporáneo de lo que lo eran a Fausto, a
menos que se trabaje..1l. dichas tendencias ... [el terapeuta] se verá so me-
27 H. Krys1:al. ob. cit.. pág. 142.

226
ticio a una sensación de h"1defensión fausriana y al desánimo, y se sem:i­
rá renrado a solucionar su dilema recurriendo a tLTla acción mágica v
, - 78" '
desrrucnva» -' )
Además de identificarse con la indefensión de la víctima, la re­
mpeuta se identifica con su ira. La terapeuta puede experÍmenrar los
extremos de la cólera, desde la furia irlarticulada, pasando por las fases
intermedias de frustración e irriLabilidad, y llegando a la indignación
absuaCLa y virulenta. Esta cólera puede estar dirigida no solo al perpe­
[rador, sino también a los tesügos que fueron incapaces de interceder,
a los colegas que no
lo comprenden y a la sociedad en general.
A través
de la identificación empática, la terapeuta puede también llegar a ser
consciente de la profundidad de la ira de
su paciente y puede empezar a sentir miedo de ella. Una vez más, si no se analiza esta reacción de
contrarransferencia, se pueden emprender acciones que merma...T1 el po­
der de la víctima. En un eXIremo la rerapeUIa puede priorizar su cólera
,1 la de su paciente; en el orro, puede volverse demasiado deferente ha­
cia la cólera de su oaciente. El caso de Kellv, sUDer\lÍviente de abusos
~ , ~
infantiles, ilustra el error de adoptar una animd de deferencia hacia la
paCIente:
Kelly, Ul1a mujer de cuarema años con un largo his1:Orial de relaciones 1:Or­
mentosas y de psicmerapia fracasada, empezó una nueva relación terapéutica
con el objeúvo de «liberar mi ira». Convenció al rerapema de que solo la acep­
tación i..rlcondicional de su Íra podría ayudarla a desarrollar un sentLlTIÍemo de
confianza. Sesión [ras sesíón, Kelly rega.~aba a su rerapema, que se senda !..,. .. ui­
midado e incapaz de poner límiIes. En lugar de desarrollar la conlianza, Kelly
llegó a pensar que el rerapeuca era un L'1epW y un L'1COmpeteme. Se quejaba de
que el terapeuta era ígual que su madre, que habia [Dlerado la violencia de su
padre en la familia.
La terapeuta también se identifica con la paciente a través de la
experiencia de UTla profunda pena. Puede llegar a sentir que ella mis-
2S ]. T.l\Ialrsoc:rgc:r y D. H. Buie, «COUT!.[emansÍC:Ic:nce Hare in me Treacmem oÍ Suicidal
P"clenrs», Archives oÍ Genera! Psychiatry 30: 625-633 (1974); cit. en pág. 627.
U"J_, REBClÓN CUR-A,TIVA 227.
ma esrá de lUIO. Leonard Shengold se refiere a la «vía dolorosa» de la
psicoterapia con supervivientes
29. Los Ierapeutas que
trabajan con su­
pervivientes del holocausIO nazi declaran haberse sentido «engullidos
por la angustia» o «hundiéndose en la desesperación» 3D A menos que
la terapeuta tenga un apoyo adecuado para soportar este dolor, no será
capaz de cumplir su promesa de ser testigo de la hisIOria del rramna, y
se distanciará emocionalmente de la alianza terapéutica. El psiquiatra
Richard Mollica describe cómo
el personal de su Clínica de Refugiados
Indochinos casi sucumbió a la desesperación
de sus pacientes:
«Du­
rante el primer año la principal labor de tratamiento era paliar la inde­
fensión de nuesrros pacientes. Nos dimos cuenta de que los sentimien­
"[os de indefensión eran muy contagiosos». La situación mejoró cUfuí.do
el personal se dio cuenta de que se estaba sintiendo abrumado por las
historias de sus pacientes: «A medida que crecía nuestra experiencia se
empezó a desarrollar
el sentido del humor y el
afecIO entre nosotros y
los pacientes. Por fin se rompía ese ambiente fúnebre [ ... ] no solo des­
pués de ser Iestigos de cómo mejoraban algunos de nuestros pacientes,
sino también
de que el personal reconociera que muchos de nuestros
pacienIes nos estaban contagiando su
indefensión»3~.
La identificación emocional con la experiencia de la víctima no
agora la gama de la contratraIlsferencia traumática de la terapeuta. En
su papel de testigo, esta se ve atrapada en un conflicIO entre la víctima
y el perperrador. Llega a identificarse no solo con los sentimientos de
la víctima, sino también con los del perperrador. Mientras que las emo­
ciones de identificación con la vÍnima pueden ser extremadamente do­
lorosas para la terapeuta, las de identificación con el perperrador pue­
den resulrarle terroríficas porque representan un enorme reto a su
identidad como persona solidaria. Sara.f, Haley, trabajadora social, des-
Zg L. Shengold, Sau! lvJurd!:/": The E//ects oí Childhood Ahuse ami Deprit.'atzon, Yale Univer"
sir! Press, Nueva Haven, 1989, pág. 290.
JO Y. Da.rlieli, ob. cir.
R. Mollica, «T:."1.e TrauHn Story: Psychiatric Care oE Refugee Survivors oÍ Vioience and
T orcure», el:. Post· Traumatic Therapy and Victims oÍ i/ioLence, F. Ochberg (c:d.l, Brunner/Mazel,
:-iueva York, 1988, págs. 295·314; cíe. en pág. 300.

228
cribe su trabajo con los veteranos de combate:G<El primer objetivo de!
tratamiento es que el l:erapeuta se enfrente a sus senü.rnÍentos sádicos,
no solo en respuesta
al paciente,
sino también en [érmÍnos de su pro­
pio potencial. Un terapeuta debe ser capaz de contemplar la posibili­
dad de que él/ella también pueda asesinar bajo un extremado estrés
físico o psíquico, o en un ambiente en
el que eso se permite o se fo-
~) ""
menta» ~-. ..J
La identificación con el perpetrador puede tomar varias formas.
La terapeuta puede volverse muy escéptica hacia
la historia de la pa­ciente, o puede empezar a minimizar o a racionalizar su abuso. Tam­
bién puede sentir repulsión hacia
el comportarniento de la paciente, o
juzgar y censurar cuando la paciente no consigue estar a la altura
de
alguna idea idealizada de cómo se debería comportar una
«buena»
víctima. Puede empezar a sentir desprecio por la indefensión de su
paciente o tener un miedo paranoico al impulso de venganza de la pa­
ciente. Puede pasar por momentos de sincero odio y desear librarse
de la paciente. Finalmente, la terapeuta
puede sentir cierta tendencia voyeur:. fascinación e incluso excitación sexual. La contra transferencia
sexualizada
es W1a experiencia frecuente, especialmente en el caso de
terapeutas hombres que trabajan con pacientes que
han sido sometidas
a violencia
sexual)). Krystal observa que el encuentro con la paciente
traumatizada obliga a las terapeutas a hacer las paces con su
propia ca­
pacidad
para hacer e! mal:
«Podemos rechazar aquello que no somos
capaces de reconocer en nosotros mismos.
De esta manera, la actitud
amistosa y compasiva que consideramos más efectiva
puede verse sus­
tituida
por ira, desprecio, pena o vergüenza. El examinador que expre­
sa su ira [
... ] está mostrando sintomas de su propia dificultad, al igual
que
lo hace e! que sufre de depresión, o el que tiene la necesidad de
complacer o de seducir al paciente. Lo que he dicho es de sobra cono­
cido.
pero debemos ser especialmente precavidos cuando tratamos in-
;2 S. Haley, «\X'ben the Patient Re?om Ac;:"ocíties. Spedal T rea¡:~errt Considerations of ¡he
VietnaIn VeteraD»,
Archives
o/ General Psychiatry, 30: 191·196 (197.1); dr. en pág. 194.
. ii R S. Shrum. Tbe PS;ichotherapy 01 A.dult Women with Incest Histories: Therapists' Affec­
Úue Responses (Ph. D. Diss., Cniversidad de l\hssachusetts. 1989).
C'i. RELAClÓ" CCRATIV A
dividuos masivamente traumatÍzados L .. J debido al extraordi.11ario im­
pacto de las historias de sus vidas» 3.1.
Finalmente, las reacciones emocionales de la terapeuta incluyen no
solo las relacionadas con la \iÍctiIIlJ y el perpetrador, sino también aque­
llas exclusivas del pape! del transeúnte ileso. La más profunda
y
uDlver­
sal de eSIaS reacciones es una especie de «culpa del testigo», parecida a
la «culpa de! superviviente» de las pacientes. Por ejemplo, en el caso de
terapeutas que tratan a supervivientes del holocausto, la reacción
de contra transferencia más
común es la culpa
35. La terapeuta puede
sentirse culpable sencillamente
por el hecho de que ella se libró del su­
fri..miento que padeció su paciente.
Como consecuencia, puede tener di­
ficultades para disfrutar de las comodidades y placeres normales de su
vida, y puede además sentir que sus propias acciones son itlútiles o ina­
decuadas. Es posible también que se juzgue duramente por no tener e!
suficiente rigor terapéutico o compromiso social, y ilegar a sentir que
solo
una dedicación sin limites puede compensar sus defectos. Si la terapeuta no es capaz de comprender la culpa del testigo y
contenerla, corre
el riesgo de ignorar sus propios intereses
legítill1oS.
Puede asumir demasiada responsabilidad personal en la vida de su pa­
ciente y, una vez más, ser condescendiente o arrebatarle el poder. Tam­
bién
puede asumir demasiada responsabilidad en su entorno de traba­
jo, corriendo
e! riesgo de acabar quemada.
La terapeuta también se
puede sentir culpable de ser la causa de
que la paciente reexperimente el dolor del trauma durante el trata­
miento.
El psiquiatra Eugene Eliss describe el tratar pacientes con de­
sorden de personalidad múltiple como
«hacer una operación sin anes­
tesia general» 36. Como resultado, la terapeuta puede evitar explorar el
trauma aunque la paciente esté dispuesta a hacerlo.
Se pueden esperar complicaciones adicionales de contratransfe­
rencia
cuando se trabaja con pacientes que tienen un síndrome pos-
3~ H. Krjstal, ob. ót., págs. 140-141.
;5 Y. Da.-Üeli. ab. cit .
3(, E. Bliss, iviultip[e Personality, Atiied Disorders, and Hypnosú" Oxfor¿ Cniversi;:y Press.
Nueva
York,
1986, pág. 213.

230
Iraumárico complejo, especialmem:e cuando se trata de supervivientes
de un abuso prolongado y repetido en la infancia. En esos casos, la re­
rapeuta puede reaccionar más al deteriorado estilo de crear relaciones
de la paciente que al propio trauma. La paciente puede ignorar el ori­
gen de sus perturbaciones en un hisIOrial de abusos infamiles y, con
demasiada frecuencía, eso ta..rnbién es ignorado por la terapeuta. Una
vez más, la lireraIura uadicional sobre el desorden de personalidad
bOlderline contiene algunos de los más sutiles análisis sobre esra com­
pleja conuauansferencia.
Los símomas de la pacieme llaman la arención sobre la exisrencia
de un secreto impronunciable
y, simuháneamente) disuaen la aten­
ción de
él. El primer indicio de que puede haber una hisIOria
rraumáti­
ca suele venir de las reacciones de contrarransferencia de la terapeura.
Es-ta experimenta hacía los síntomas de la paciente la confusión interna
de un ni.i1o abusado. Las rápidas fluctuaciones en el esrado cognirivo de
la pacieme pueden dar a la rerapeura una sensación de irrealidad. J ean
Goodwin describe
un sentimiento de contratransferencia de
«pánico
existencial»
cU8....fldo
trabajaba con supenlivientes de graves abusos en
la pri.Inera infancia ". Infinidad de rerapeutas han confesado tener imá­
genes, fantasías y sueños pavorosos, grotescos o extraños mientras tra­
bajaban. con este tipo de paciemes. Pueden incluso llegar a tener expe­
riencias disocialÍvas que incluyen no solo disrorsiones de los sentidos y
percepciones, sino rambién despersonalización, irrealidad
y
experien­
cias de influencia pasiva. En ocasiones, la terapeuta puede disociar de
acuerdo con la pacieme, como ocurre en el caso de Trisha, una chica
de dieciséis aÍi.os que se había fugado de casa y que tenía una historia
sospechada pero no demostrada de abusos en la infancia:
En su primera sesión con T [isha, la terapeuta
[UVQ de repeme la sensación
de que flotaba fuera de su cuerpo. Semia como si esmviera mirándose a sí mis­
ma y a T rlsna desde el techo. l\unca ames habia tenido esa sensación. Disimu-
)7 J. Good",'i.'1, At the ACTOpo¿is: A Disturbance o/ Memory in a Context ofTheoreticaL Debate
\!!?5. no publicado, Departamento de Psiquiatrfa, Coiegio .Médico de Wisconsin, Milwaukee,
1939).
'''~~_'_n_~ __ ","~""",,~,~.~_~ .• ~_,~' __ ~_.~
U;"¡A REL.l,.CIÓN CURA.TIVA
ladameme. clavó las uñas en las palmas de las ma..I1QS y apretó los píes para sen-
urse «en nerra».
La terapeuta también se puede sentir completarnente desconcerta­
da por las rápidas fluctuaciones en los estados de ánimo de la paciente
o en su forma de relacionarse. El psicoanalista
Harold Searles observa
que la terapeuta
puede tener extrañas e íncongruentes combinaciones
de
respuestas emocionales hacia el pacieme y puede sentirse agobiada
por una sensación de constante suspense}s. Este suspense refleja en
realidad el perperuo estado de miedo de la víCTima en relación con el
caprichoso e impredecible abusador(La reproducción de la dinárnica
de víctima y abusador en la relación terapéutica se puede convenir en
algo extremadamente complicado. En algunos casos la terapeuta acaba
sinEiéndose como la víctima de la pacieme. Con frecuencia, se queja de
semirse amenazada, manipulada, explorada o timada por sus pacien­
tes. Un terapeuta que se tuvO que enrrenLar con las interminables
amenazas de suicidio de su pacieme describe semirse como «si alguien
me apuntara a
la cabeza con una pistola
cargada» 3~
Según Kemberg, la labor del terapeuta es «idemificar los aCTores»
en el mundo L'lterior del paciente borderline, utilizando la contratrans­
ferencia como
una guía para entender la experiencia de la paciente. ['f:mre las parejas más represemativas de actores que pueden poblar la
vida li1terior
de la
víCTima están el «nmo malo destructivo» y el «padre
castigador y sádico»; el «ni.i1o no deseado» y el «padre insensible y
egoísIa»; el «niño defecruoso que no vale nada» y el «padre desprecia­
rlvo»; la «víctin1a abusada» y el «aIacame sádico»; y la «presa asaltada
sexualmente» y el «violador»") Aunque Kemberg emiende estos acto­
res como representaciones distorsionadas y famásticas de la experien­
cia de la paciente, hay muchas posibilidades de que reflejen con exacti-
,3 H. Searles, «The Coumenransference w1Lh Borderline Patiem», en EssemiaL Papers on
Borderhne Disorders: One Hunared Years at the Border, M. Stone (ed.l, New York L'niversity
Press, Nueva York, 1986, págs. 4498-4526.
19 R J, Waldinger y J. G. Glli"lderson, ob. cü., pág. 114.
.;j) O. Kernberg y orfOS, ob. cit., pág. 103.

232
tud el entorno de relaciones del niño traumatizado. Las oscilaciones
rápidas
y confusas en la contratransferencia de la terapeuta son un
es­
pejo de las oscilaciones de la transferencia de la paciente; fu-nbas [ene­
jan el irnpacto de la experiencia traumática.
Las reacciones de transferencia
y contratransferencia traumática
son inevitables, como también es inevitable que estas reacciones inter­
fieran con
el desarrollo de una buena relación de trabajo.
Se requieren
ciertas medidas de protección
para garantizar la seguridad de ambos
participantes. Las dos
garantías de seguridad más importantes son los
objetivos, reglas v límites del contrato de terapia,
y el sistema de apoyo
de
la terapeuta.
EL
CONTRATO DE TERAPIA
La alianza entre paciente y terapeuta se desarrolla mediante un
trabajo compartido. El trabajo de la terapia es tanto una labor de
amor como un compromiso de colaboración. Aunque la alianza tera­
péutica tiene algo de las costumbres de las negociaciones normales,
no es un mero acuerdo de negocios. Y aunque evoca todas las pasio­
nes de las relaciones humanas; no se trata
de una relación amorosa ni
de una relación paternofilial. Es una relación de compromiso
existen­
cial en la que ambos socios se comprometen en la labor de la recupe­
ración.
Este compromiso
adopta la forma de un contrato de terapia. Los
térmL'los de este contrato son los necesarios para promover una alianza
de trabajo. Ambas partes son responsables
de la relación. Algunas de
las tareas, como, por ejemplo, respetar las citas religiosamente, son
iguales para paciente y terapeuta. Algunas tareas son diferentes y
com­
plementarias: la terapeuta contribuye con sus conocÍInientos y sus ca­
pacidades y la paciente paga una tarifa por el tratamiento; la terapeuta
promete confidencialidad, mientras que la paciente se compromete a
abrirse; la terapeuta
promete escuchar y ser testigo,
y la paciente, decir
la verdad. El contrato
de terapia debería ser explicado a la paciente de
manera clara y detallada.
U;\A REL--\CIOl\" ClJRATIYA
La terapeuta debería poner un gran énfasis desde el principio en la
importancia de decir la verdad y abrirse del todo, ya que es probable
que la paciente tenga muchos secretos, incluso algunos guardados a
ella misma. La terapeuta debería dejar claro que decir la verdad es
una meta por la que se debe luchar constantemente y que, aunque
es difícil conseguirlo al principio, se irá haciendo más fácil con el paso
del tiempo. Con frecuencia las pacientes tienen muy clara la impor­
tancia de comprometerse a decir la verdad. Para facilitar la terapia
una superviv-iente aconseja a los terapeutas: «Que se sepa la verdad.
No participéis en taparla. Cuando se pongan tan claros, no dejéis que
se callen. Es
como ser un buen entrenador. Empujarles a que corran
y
que luego consigan sus mejores marcas. Está bien relajarse en los mo­
mentos adecuados,
pero siempre es bueno enseñarle a la gente cuál es
su
potencial» ".
Además de la regla fundamental de decir la verdad, es importante
que destaquemos la naturaleza cooperativa del trabajo. La psicóloga
J essica \!('olfe describe el contratO terapéutico que establece con los ve­
teranos de guerra: «Está claramente deletreado como una sociedad,
para evitar cualquier repetición de la pérdida de poder del trauma. No­
sotros [los terapeutas] somos gente que sabe algo sobre el tema, pero
ellos
saben
más, y acordamos compartir. En algunas cosas debemos
recomendar, servimos como guía». Terence Keane añade su propia
metáfora para las reglas básicas y los objetivos de la relación de tera­
pia: "Cuando empecé me sentía como un entrenador. Era porque solía
jugar
al baloncesto y lo sentía así: yo era el entrenador y esto era un
partido, y así es como juegas el partido, y así es como se hace, y el
ob­
jetivo es ganar. Yo no se lo digo así a los pacientes, pero así es cómo lo
veo yo» --\2.
La paciente entra en la relación de terapia habiendo sufrido un
grave daño en su capacidad
para crear una confianza apropiada.
Como
la confianza no está presente al principio del tratamiento, tanto la tera-
"1 Eücrev-lsta a :'vlelissa. 1987.
41 Entrevista ajo Wolfe y 1. Kea..ie. 11,1-1991.

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234
pelEa como la pacienre deben prepararse para probar cosas, para sor­
tear los obsráculos
y para reconsrfuir la relación terapéutica.
Cua11do
la paciente se involucra, reexperi..rnenra iIleviIablemente la inrensa an­
sía de rescate que sentÍa en el momenrQ del trauma. La rerapeuta ram­
bién puede desear, consciente o inconscientemente, compensar las
arfoces experiencias que ha vivido la paciente. De esta manera surgen
expectativas imposibles que se ven, inevirablemenre, decepcionadas.
Los iracundos esfuerzos que siguen a la decepción pueden reproducir
la sÍl:uación abusiva y reavivar el daño orígL.'1al';3 .
[La mejor prm:ecóón conrra las reacciones de transferencia y COD­
rrauansferencÍa excesivas e inmanejables es prestar una cuidadosa
atención a los límites de la relación terapéutic:1j'. Los límites sólidos
crean un terreno sólido en el que se puede desarrollar la labor de recu­
peración. La terapeuta accede a estar disponible para la paciente d",'1-
tro de unos IL-nites que están claros, son razonables y rolerables para
ambas. Los límites de la terapia existen en beneficio y para la protec­
ción de ambas partes y están basados en el reconocimiento de las nece­
sidades legítimas tanto de la terapeuta como de la paciente.[Esros lími­
tes incluyen una clara comprensión de que el contrato de terapia
excluye cualquier otro tipo de relación social, una clara definición de
la frecuencia y duración de las sesiones de terapia y unas reglas básicas
claras en referencia a los contactOs de urgencia fuera de las sesiones ya
plarleadas;J
Las decisiones sobre los limites se toman basándose en si devuel­
ven la sensación de poder a la paciente y estimulan una buena relación
de trabajo,
y nunca en si la paciente debería sentirse complacida o
frustrada. La terapeuta no insiste en que existan unos límites claros
para controlar, racionar o privar a la paciente,
sino que reconoce desde
el principio que es un ser humano límitado y falible que necesita que
se den ciertas condiciones para poder vincularse en una relación emo­
cionalmente exigente. Como dice Patricia Ziegler, una terapeuta con
~) ]. A. Chu, ob. cir.
.;..; O. Ke~nberg, ab. CÍE; O. Kemberg y mrQS, ob. ciL
U0:" REL~CIÓ0: CUltUIVA 235
D...11.a larga experiencia con pacientes traumatizados: «Los pacientes tíe~
nen que acceder a no volverme loca. Les digo que yo también soy sen­
sible al ab"-ndono. Es la condición humana. Les digo que lo invierto
todo en este tratamiento y que no quiero dejarles y que no quiero que
ellos me dejen. Les digo que me deben e! respero de no matarme de un
SUSto» ~5.
A pesar de los esfuerzos de la terapeuta para definir unos límites
claros, es lógico que la paciente encuentre zonas de ambigüedad. Nor­
malmente las terapeuras descubren que también es necesario tener
cierto grado de t1exibilidad: los límites aceptables para ambas partes
no se crean por mandaro, sino mediante un proceso de negociación, y
pueden evolucionar con e! paso de! tiempo. Una paciente describe su
opinión sobre
e! proceso:
«Mi psiquiatra tiene lo que él llama "reglas",
que yo he definido como "objetivos volantes". Los límires que ha esta­
blecido entre nosotros parecen t1exibles y a menudo intento modiÍicar­
los o estirarlos. En ocasiones él lucha con esos límites, intentando equi­
líbrar sus reglas con el respeto que siente hacia mí como ser humano.
Cuando le veo luchar así aprendo a luchar contra mis propios límites,
no solo los que hay entre él
y yo, sino también los que hay entre yo y
todas las personas con las que trato en el mundo
reab".
Salirse un poco de las estrictas reglas básicas de la psicoterapia es
algo frecuente en la práctica y, en ocasiones, puede ser de gran ayu­
da"'. En e! caso de Lester, un hombre de treinta y dos años con un
historial de graves abusos infantiles, una simbólica violación de los
límites fomentó su
capacidad para cuidar de sí mismo e hizo más
profunda
la relación de terapia:
Lester trajo una
cá..llara a una sesión de [erapia y preglli'1tó si podía hacerle
una foro a su terapeuta. Esta se sintió emre la espada y la pared. Aunque no se
le ocurría niIlgún motivo para negarse, tenía una sensación irracional de eS1:ar
~5 P. Ziegler, ent~evi.sra, 1986. Véase cambién, P. Ziegler, The R:?c-ipe /07 SUToi'uing ,he Firs¡
Yeilr wilh a Borderline Patient [ms. no publicado, Depa~;:amemo de Psiquiatría, Hos?1tal de
Cambridge, Cambridge (!v1assachusecrsl, 1985].
"1, .-u""1, carta al editor, American ¡ouma! oíPsychiatry 14: 13917 (1990) .
~~ R. J. Waldir:ger y J. G. Gl4"1.derson, ob. cit.


236
síer:do controlada e invalidada. CODO si la cámara fuera a arrebaIarle «su
alma».
~~ccedió
a permitirle tomar la fotografía, pero con la condición de que
Les~er accediera a su vez a hablar de lo que sign~fícaba para él.
En los meses siguientes, la fowgrafía se COD."v'Írtió en la base de una com­
prensión más profunda de la transfere:1cia. Lester reahneme queria comrolar a
la terapeuta para defenderse del terror que semía a ser abandonado. Tener la
foto le perrr:itía hacer esto en la fantasía sin tener que meterse realmente en
la vida de la terapema. A menudo para trmquilizarse en ausencia de la tera­
peuta usaba la fowgra.."1a como recordatorio de la relación.
En este ejemplo, la decisión de la terapeuta de permitir que se hi­
ciera la foto se basaba en una comprensión empática de su importancia
para
el paciente como
«objeto de transición». El objeto desempeñaba
la misma función con su paciente adulto que hubiera significado para
un niño normal en los
primeros años de vida: acentuaba la sensación
de un \inculo seguro a través del uso de la memoria evocadora. Con
frecuencia los prisioneros recurren a esos objetos de transición para re­
forzar su sensación de conexión con las personas que aman. Aquellos
que fueron prisioneros durante su infancia
pueden recurrir a los mis­
mos
mecarlÍsmos cuando se enfrenta..11 a la tarea de construir vinculas
seguros por primera vez en su vida adulta.
tPermitir que el paciente tomara una fotografía representaba una
ruptura con la regla básica de la psicoterapia que requiere que la ex­
presión de sentimientos se formule más en palabras que en acciones, 1
pero) no obstante, se convirtió en una incorporación constructiva a la
terapia más que
una violación de los
línlites de seducción, ya que se
analizó
por completo su significado. La terapeuta re±1exionó cuidado­
samente tanto sobre sus fantasías como sobre las
de su paciente, sobre
el impacto
de la foto en la alianza terapéutica, y la función que de­
sempeñaba la foto en el proceso general de recuperación de! paciente.
N egociar los límites que ambas partes consideran razonables y justos
es esencial para construir la alianza terapéutica. Pequeñas desviaciones
de las estrictas convicciones de la psicoterapia psicodinámica pueden
ser una parte beneficiosa de este proceso de negociación, siempre y
cuando dichas desviaciones se sometan a un análisis detallado y se
comprenda
por completo su significado.
C!'\A RELACIÓI CCR:-\T1V:
)'C
_,'1
La terapeuta puede esperar sentirse entre la espada y la. pared con
las conflictivas exigencias de flexibilidad y de límites. Distinguir cuán­
do ser rígida
y cuándo ser flexible
es un constante reto. Tanro las tera­
peutas novatas como las experimentadas pueden tener la sensación de
estar dependiendo de la intuición. Siempre que tengan una duda no
deben vacilar en pedir ayuda.
EL SISTBL"-DE APOYO DEL TERAPEUTA
La dialéctica del trauma reta constantemente el equilibrio emocio­
nal
de la terapeuta, que, al igual que la paciente, puede defenderse de
los abrumadores sentimientos con
el distanciamiento o con una acción
Ll1pulsiva o intrusiva. Las formas más habituales de acción son inten­
tos de rescate, violaciones de los límites o intentos de controlar a la pa­
ciente. Las respuestas constrictivas más frecuentes son dudar o negar la
realidad de
la paciente, la disociación o el
embotamiento, la minimiza­
ción o evitación del material traumático, el distanciamiento profesional
o
e! abandono de la paciente. Probablemente sea
inevitable cierto gra­
do
de intrusión o embotamiento
'+8; y la Lerapeuta debería esperar per­
der su equilibrio de vez en cuando con este tipo de pacientes. Al fin y
al cabo, no es infalible. La garantía de su integridad no es su omnipo­
tencia, sino su capacidad de conriar en otros. El trabajo de la recupera­
ción exige
un sistema de apoyo seguro y fiable para la terapeuta
'9
Idealmente, el sistema de apoyo de la terapeuta debería induir un
fórum seguro, estructurado
y regular para revisar su trabajo clínico. Puede ser una relación de supervisión o un grupo de apoyo formado
por colegas, preferiblemente ambas cosas. El entorno debe permitir
que se expresen reacciones emocionales
y preocupaciones técnicas o
intelectuales relacionadas con
el tratamiento de pacientes con historia­
les de trauma.
"8 Y. Darüeli, ob, c.r.t.
49 Véase, por ejemplo. L. Comas-Díaz y A, Padilla. ob. el.

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238
Desgraciadfu'11ente, debido a la historia de la negaCÍón dentro de las
profesiones de
la salud mental, muchas terapeutas se ven obligadas a trabajar con pacientes traumaIÍzadas fuera de un contexto de apoyo.
Las terapem:as que trabajan con pacientes traumatizadas tienen que
luchar para superar su propía negación. A menudo se sienten desacre­
ditadas y silenciadas cuando se encuentran con la misma negación en
sus colegas, tal
y como se sintieron las víctimas. En palabras de Jean
Goodwill:
«i\Jis paciemes no siempre se creen del todo que existen y
mucho menos que
yo existo
[...J Esto empeora aún más cuando mis
compañeros pSlqmauas me UaIan a mí y a mlS pacientes como SI no
existiéramos. EsEO últi..mo lo hacen sutilmeme, no abiertamentel ... J Si
solo hubiera ocurrido una vez, no me preocuparía que nos borraran,
pero son CIen y cien veces CÍen, y miles de pequeños actos de nega­
ción» 50.
Las rerapeutas que uabajan con supervlviem:es acaban entrando
inevitablmente en coni1ieto can sus colegas. Algunas terapeutas se ven
metidas en L11sulrames debates i..r¡telecwales sobre la credibilidad de los
sindromes ualli'TIáricos en generala de la historia de un paciente en
p8.n:icular. Las respuestas de contra[ransferencia con pacientes trau­
macizados a menudo se hacen fragmentadas y polarizadas, de tal ma­
nera que, por ejemplo, una terapeura puede ocupar e! papel del resca­
utdor de la paciente, mientras que otra puede adoptar una postura
de duda, juicio o castigo hacia la pacieme. En emornos instituciona­
les, surge con frecuencia
el problema de la
«división del personal» o
los con±1icros imensos sobre el [[atamiento de pacientes difíciles. Casi
siempre, el sujeto de la disputa resulta tener un hiswrial de trauma.
Las discusiones entre colegas reflejan la inconsciente revalidación de la
dialéctica del ¡rauma.
Imimidadas o enfurecidas
por estOs conHictos, muchas terapeutas
que tratan a
supenliv-ientes deciden dejarlo en vez de rnelerse en lo que
parece un debare irltructUoso. Sus prácticas se hacen a escondidas. Di­
vididas, COmo sus paciemes, entre la ortodoxia oficial de su profesión y
JO ]. Gooó.lliIl, ob. ci-c.
.... _~- ••. ~~~~------~
C:\" .. -- RELACIÓi CL'R..--\TIVA 239
la realidad de su propia experiencia, deciden hacer honor a la realidad
arriesgando la ortodoxia ... Al igual que sus paciem:es, empiezan a tener
una vida secreta. Como dice un terapeuta, «creemos en nuestros pacien­
res; solo que no se lo conramos a nuestros supervisores». Estas prácIi­
cas escondidas pueden ser positivas, como en el caso de Shareen, una
mujer de rreinta años con un historial de abusos infantiles y de aban­
dono de varios de sus cuidadores:
Shareen salia volverse desorganizada durame las ausencias de su terapeuta.
J liSIO ames de las vacaciones, Le pidió a su terapemu que le: prestara una muñe'
ca rusa que decoraba su consulta. Creía que esw le a;/udaría a recordar su cone"
xión
cominuada
con su terapeuta. Esta accedió. pero Le dijo a Shareen: «No le
cuentes a nadie que re prescríbí una muñeca; ITle echarían de la ciudad a carca­
jadas».
En este caso no se puede criticar la técnica rerapéutica de la doc­
rora,
porque e! verdadero problema era su aislamiento.
A menos que la
terapeuta sea capaz de encontrar a o[ros que comprendan y apoyen su
uabajo, su mundo empezará eventua1-nente a empequeñecerse, que­
dándose sola con la paciente. La "terapeuta puede llegar a sentir que es
la única persona que realmente comprende a la paciente, y puede vol­
verse arrogail.[e y oponerse a sus colegas escépticos. A medida que se
siente más
y más aislada e indefensa, se vuelven irresistibles los impul­
sos
de tomar acciones grandiosas o de huir del caso.
Más pronto o más
tarde, cometerá graves errores. No se puede repetir con demasiada fre­
cuencia: nadie puede enfrentarse al trauma solo. Si una ¡erapema se
siente aislada
en su práctica profesional debería dejar de tratar a per­
sonas traumatizadas hasta
que haya encontrado un sistema de apoyo
fiable.
Además de! apoyo profesional, la terapeuta debe cuidar el equili­
brio entre su vida profesional y su vida personal, mosrrando respeto y
prestando atención a sus propias necesidades. Enfremada a la realidad
diaria de las paciemes
que necesitarl ayuda, la terapema corre constan­
temente el riesgo de compromererse demasiado con su uabajo. El pa­
pel de un sisrema de apoyo profesional no consiste solo en analizar las
tareas de! tratamiemo, sino
también recordar a la terapeuta en sus pro-


240
píos límites realistas e insistir en que cuide tanto de sí misma como de
los demás.
La terapeuta que se compromete a trabajar con supervivientes se
enfrenta a una continua contención de sí misma; para ello debe depen­
der de la ayuda de otros y recurrir a sus habilidades más maduras para
manejar la situación. La sublimación.
el altruismo
y el sentido del hu­
mor son las capacidades que salvarán a la terapeuta. En palabras de un
trabajador de los serv-ícÍos de rescate: «Para ser sL11cero, la única forma
que encontramos mis amigos
y yo para mantenernos cuerdos es hacer
bromas
y reímos.
Cuanto más burda la broma, mejor»".
La recompensa de este compromiso es la sensación de enriquecer
tu vida. Las terapeutas que trabajan con supervivientes dicen apreciar
más la vida: tomarla más en serio, formar nuevas amistades y relacio­
nes Íntimas más profundas, y sentirse inspiradas por los ejemplos
dia­
rios de valor) determinación y esperanza que les dan sus pacientes 52.
Esto es especiahnente cierto en aquellas personas que, corno resultado
del trabajo con sus pacientes) se involucran en la acción social. ESlas te­
rapeutas dicen que tienen la sensación de tener UTl propósito más ele­
vado en la vida y un sentimiento de camaradería que les permite man­
tener una actitud positiva cuando se enfrentan al horror 53 .
AJ fomentar constantemente la capacidad de integración, tanto en
sí mismas como en las pacientes) las terapeutas comprometidas
hacen
más profunda su propia integridad. Al igual que la confianza básica es el gran logro del desarrollo en los primeros años de vida, la iIltegridad
es el gran logro del desarrollo
en la madurez. El psicoanalista Erik
Erikson recurre al diccionario Webster para definir la interconexión
entre la integridad
y la confianza básica:
«Confianza l ... ] aquí se define
como "la dependencia segura en la integridad de otro"[ ... ] Sospecho
que \'\7ebster tenía los negocios en mente más que los niños, los crédi­
tos más que la fe. Pero la formulación se sostiene. Y parece posible pa-
,: D. R. Jones, «Secondary Disaster Vicüms: Toe Emocional Effec:s oE Recoverli"J.g 3.J."1d I¿en­
cif;,ing Humar: RemaL.""J.s», American journat o/Psychiatry 142: 303-307 (1985)
52 1. L. McCann y L A Pearban. ob. cir.
53 L. Comas-Díaz y A. Padilla. ob. cit.
C:-<A RELACIÓN CURAW/ A 241
rafrasear aún más la relación entre la integridad adulta y la confianza
infantil, diciendo que los nmos sanos no temeráll a la vida si sus mayo­
res tienen la h"'1tegridad suficiente para no temer a la muerte» 5-'.
La integridad es la capacidad de afirmar el valor de la vida en
comparación con la muerte,
de recoDciliarse con los límites finitos de
la vida de uno y con las trágicas
limitaciones de la condición hu.rnana, y
aceptar estas realidades sin desesperación. La integración es el cimÍen­
to sobre el que se puede volver a construir la confianza en las relacio­
nes. La si.ncronización de
la integridad y la confianza en las relaciones
completa el ciclo de las generaciones y hace que la paciente recupere el
sentido de
la existencia de una comunidad humana que el trauma
ha~
bía destruido.
5~ E. Erikson, ob. cit .. pág. 169 .

8
SEGURIDAD
L La recuperación se desarrolla en tres fases. La principal tarea de la
primera fase es establecer la seguridad; la de la segunda, el recuerdo y
el luto; la de la tercera, la re conexión con la vida normaljComo cual­
quier ouo concepto absuacto, estas fases son lli"'1a ficción muy conve­
niente y no se deben tomar demasiado literalmente. En realidad, pre­
tenden imponer
la simplicidad y el orden en un proceso que es, por
naturaleza, turbulento y complejo.
Pero este concepto básico de las fa­
ses de
la recuperación ha surgido repetidamente, tanto en
el clásico
trabajo de JaIlet sobre
la histeria
hasta descripciones recientes del tra­
bajo con el trauma de guerra, los desórdenes disociativos
y el desorden
de personalidad
múltiple'. No todos los observadores dividen sus fa­
ses en tres; algunos distinguen cinco y otros llegan a marcar hasta ocho
fases en
el proceso de recuperación 2, No obstante) exÍste una
COD-
O. van oer Han, P. Brown y B. A. van de! Kolk, «Pierre Janec's Tream,ent oE POSe-Trau­
r.natic Sucss», }ouma! ofTrflumatic Stress 2: 379-395 (1989); R. !\-1. SCl.lúiel¿, «Posr-T rauma Suess
Assessment and TreaLrnem: OveI'/iew md Formwacions», en C. R. Figley, Trauma and Its Wake,
vol. 1, BrunnerlMazel, Nueva York, 1985, págs. 219-256; F. Pumam, Diagnosis and Treatmem oÍ
Af«ftiple Penonality Dúorder, Guillord Press, Nueva York, 1989.
2 D. P. Brmvn y E. FroIT'...ffi, Hypnorherapy and Hypnoanalysis, La\Her:.ce Erlbaum, Hillsdaie,
(~ueva Jersey), 1986; E. R. Parsan, «Past·Traumauc Self Disorders: Theoreti.cai ane Practica!
Considerarions in
psycnoóerapy oE Viemam V/lar Ve[erans», en
Human Adaptaúon to Extreme
Stress, J. P. Wilson, Z. Harel y B. Kahana (eds.), Plenum, Nueva York, 1988, págs. 245·283:
F. PUmaJD, ab. cito

244
gruencia entre estas formulaciones. Se puede observar una progresión
de recuperación parecida en todo
el espectro de los síI1dromes
traumá­
ricos (véase tabla 2). 0;0 hay ningún proceso de recuperación que siga
estas fases con una secuencia lineal constante. Los sL.ldromes traumáti­
cos, oscilantes y dialécticos por naturaleza, retal'} cualquier intento de
establecer un orden tan Shilplista. De hecho, tanto las pacientes como
las terapeutas se sienten frecuentemente desanimadas cuando reapare­
cen obstinadamente algunos temas que, se supone,
ya se habían archi-
Sin¿ror::.e
Histeria
1889)
T ralli"Tla de guerra
(SCr..:~l.U:.LD.
1985)
Desorden de es­
trés postraumático
complicado
(BRO\x·? y FRO~L'vI,
1986)
Desorden de per­
sonalidad múlti·
pIe
(P1JT~ A:.'{
19891
Desórdenes trau­
máticos (P.t.ER.'vBl\:.
1992)
Tabla 2
FASES DE LA RECUPERACIÓN
PrImera rase
Estabilización.
tratamiento
orientado
a los
Sh-ltomas
Confianza.
manejo ¿el estrés,
educación
Estabilización
Diagnósüco.
estabilización,
CODUI'Jcación.
cooperación
Seguridad
Segunda r:ase
Exploración de
los recuerdos
traumáticos
Volver a
experlInemar el
trauma
Integración de
recuerdos
j'vIe::aoolismo del
trauma
Recuerdo
y duelo
Tercera fase
Rel:.itegn:ición de
la personalidad.
rehabilitacíón
Integración
¿el
trauma
Desarrollo
¿el yo,
inregración
Resolución,
integración,
desarrollo de
habilidades
para maneíar la
pos,esolución
Reconexión
SEGl)Rll)AD :245
vado. Un terapeuta describe la progresión a través de las fases de recu­
peración como una espiral en la que continuamente se 'ii1.1elven a visitar
temas anteriores, pero, cada vez, con un nivel más alto de integración 3.
En el transcurso de una recuperación con éxito debería ser posible re­
conocer un cambio gradual desde una sensación de peligro l.iTIpredeci­
ble a una seguridad fiable, del trauma disociado al recuerdo reconoci­
do, y del aislamiento estigmatizado a la restauración de la conexión
social.
Los síndromes
traumáticos son desórdenes complejos
y, por lo
tanto, requieren
un tratamiento complejo.
Como el trauma aieGa a
todos los aspectos del funcionamiento humano, desde lo biológico
a lo social, el tratamiento
debe englobarlos a
todos.!. Como la recu­
peración ocurre en varias fases, el tratamiento debe adecuarse a
cada una
de ellas.
Una forma de terapia que puede serIe útil a una
paciente
en una fase, puede ser de poca
utilidad ° incluso períudi­
cial para la misma paciente en
otra fase.
Aún más, incluso un.a inter­
vención terapéutica bien planeada puede fracasar si faltan los otros
componentes del tratamiento apropiados para cada fase. El trata­
miento debe ocuparse,
en cada fase de la recuperación, de ios carac­
terísticos componentes biológicos, psicológicos
y sociales del desor­
den.
No hay una única y eficaz
«cura mágica» para los síndromes
traumáticos.
PONERLE NOMBRE AL PROBLEMA
Los shldromes traumáticos no pueden tratarse apropiadamente si
no se diagnostican. La primera tarea de la terapeuta es llevar a cabo una
evaluación diagnóstica rigurosa e informada, siendo totalmente cons­
ciente
de todos los disfraces bajo los que puede aparecer un desorden
traumático.
Con pacientes que han sufrido ful trauma agudo reciente,
, S. Sgroi. «Stages or Recoverf for Adule Survivors oi Child Sexual Abuse», en '/dnerabie
Populations, vol. 2. S. Sgroi (ed.J. D. C. Helló, Lexh,gton Cvlassactusem), 1989. págs_ Il·l3G.
J L. S. Schwanz, ~<A Biopsyctosocial Treatment Approacn te PTSD».Ioumai OfTraumat:c
Stress 3: 221·238 (1990).

246
normalInente el diagnóstico es bastante sencillo. En es laS situaciones,
con frecuencia la informaciór¡ clara y detallada sobre las reacciones pos­
traumáticas es de un valor incalculable para la pacieme, su familia y sus
fLrnigos. Si la paciente está preparada para los sím:omas de hiperacIÍva­
c.ión, iI1Irusión y embotamiento, se senürá mucho meDOS asustada CUllil­
do estos ocurrarl. Si ella y las personas más cercanas a ella están prepa­
radas para
las perturbaciones en las relaciones que suelen seguir a la
experiencia traumácica,
las tolerarán mucho mejor y se adaptarán a ellas.
Si se aconseja a la paciente sobre esuategias adaptativas y se le adviene
de cuáles son los errores más frecuentes, se estimulará su sensación de
competencia y eficacia. Para las terapeUTas uabajar con supervivientes
de graves rrau...rnas recientes significa la oportunidad de dar una educa­
ción preventiva muy eficaz.
El asunto del diagnóstico no
es
¡a.r¡ sencillo con paciemes que han
sufrido un trauma prolongado y reperido. Las presemaciones disfraza­
das son algo común en el desorden de esués postraumático complejo.
En lli'1 principio la paciente puede quejarse solo de los síntomas físicos,
de insomnio crónico ° ansiedad, de depresión inuatable, o de tener re­
laciones problemáticas. A menudo se necesita hacer un interrogatorio
explíciro para determinar si la paciente vive en un estado de temor
preseme por la violencia de alguien, o ha vivido bajo e! miedo en algún
momento de! pasado. ESIas pregumas no solían hacerse ames y, sin
embargo, deberían ser l~na parte rutinaria de cualquier evaluación
diagnóstica.
Cuando la pacieme ha sido someEÍda a un abuso prolongado du­
rante la infancia, la labor diagnóstica se vuelve aún más complicada.
Las paciemes pueden no rener un recuerdo completO
de la hisIOria
traumática,
y muchas empiezan negando dicha historia, aun cuando
se les interroga mjnuciosa y directamente sobre el tema. Es más fre­
cuente que la paciente recuerde, al menos, alguna
parte de su historia
¡ralffi1áIÍca, pero no relacione e! abuso en e! pasado con los problemas
psicológicos de! preseme. Lo más difícil
de todo es llegar a un
diag­
nósIÍco en el caso de un desorden disociarivo grave. ¡P tiempo medio
que paca emre que la paciente se encuentra con e! sistema de salud
mental
y se llega a un diagnósIÍco de desorden de personalidad
múlti-
SEGURIDAD 247
pIe es de seis años') En este caso puede que ambas partes de la rela­
ción terapéutica conspiren para evitar el diagnóstico: la terapeuta, por
mera ignorancia ° negación; la paciente, por vergüenza o miedo. Aun­
que hay una minoría
de paciemes con personalidad múltiple que
pa­
rece disfrutar y acentuar los rasgos dramáticos de su condición, la ma­
yoría
pretende esconder sus sinromas. Y no es raro que, después de
que se haya llegado a un diagnóstico de supuesw desorden de
perso­
nalidad múltiple, la pacieme lo rechace 6
Sí la terapeuta cree que la paciente sufre un síndrome traw-nático,
debería compartir roda esta información con ella. El conocimiento es
poder. La persona traumatizada a menudo se siente aliviada al conocer
el verdadero nombre de su condición. Al reconocer su diagnóstico em­
pieza a dominarlo. Ya no eSTá inmovilizada porque el trauma no tiene
nombre,
y descubre que hay un lenguaje para su experiencia. También
descubre que no está sola,
aIrOS han sufrido de manera parecida; que
no está loca, porque los SLndromes rraumáticos son respuesras humanas
normales a circunstancias extremas;
y,
fL."1almente, descubre que no
está condenada a padecer para siempre esa condición, sino que puede
recuperarse, como lo han hecho arras.
La oClorme importancia que tiene compartir la información en los
momentos irunediaramente posteriores al trauma queda ilustrada
por la
experiencia de
un equipo de psicólogos noruegos que romaron parte en
e! rescate de un desastre marítimo. Después de haber sido rescatados,
los superviviemes
de una plataforma perrolífera que se había hundido
fueron tratados brevelnente
por un equipo de profesionales de la salud
memal.
Se les dio una hoja informativa con datos sobre el desorden de
estrés pos¡raumárico. Además
de hacer una lista de los síntomas más
fre­
cuentes, la página daba dos recomendaciones prácticas: se aconsejaba
que los superviviemes hablaran con otras personas sobre su experiencia,
resisriendo la predecible tentación
de encerrarse en sí mismos, y se les
advertia que evitaran e! uso de! alcohol para controlar sus
sLT1tomas. Se
5 F. Pumam, ob. cit.
6 R. P. Kiu!:, «The ~atural lliswry oE Mubple Personaliry Dísorder», en Childhood Aniece­
dents ofMultiple Personafiry Disorder, R P. KluTI (ed.l. _~erican Psychiatric Press, Washi..."1gwn,
D.C., 1984, págs. 197-238.
'f

248
volvió a contactar con los supervivientes para hacer unas entrevistas de
seguimiento un año después de! desastre. Muchos de ellos seguíaI} lle­
vando en la cartera la hoja que se les había entregado e! día que fueron
rescatados, y que ahora estaba destrozada de tanto leerla UD.a y otra vez 7,
Con los supervivientes de traumas prolongados y repetidos es es­
pecialmente importante darle nombre al desorden postraurnático com­
plejo y explicar las deformaciones de personalidad que tienen lugar
bajo cautividad. Las pacientes con desorden de estrés postraumático
simple temen estar perdiendo
la cabeza, pero las aquejadas
COn e! de­
sorden complejo sienten que se han perdido a sí mismas. La pregunta
de qué
les pasa se ha confundido y complicado con juicios morales con
demasiada frecuencia.
Un marco conceptual que asocie los problemas
que la paciente tiene con su identidad y con las relaciones can el histo­
rial de trauma proporciona una base muy útil para la formación de la
alianza terapéutica 8 Este marco reconoce la naturaleza dañina del
abuso y, al mÍsmo tiempo, proporciona una explicación razonable para
las persistentes dificultades de la paciente.
Aunque muchas pacientes se sienten aliviadas al saber que su sufri­
miento tiene nombre, algunas se resisten a Ui1 diagnóstico de desorden
postraumático. Puede que se sientan. estigmatizadas por cualquier diag­
nóstico psiquiátrico o puede que su orgullo les lleve a negar su condí­
ción. Algunas personas sienten que reconocer un daño psicológico signi­
fica una victoria moral para el perpetrador, mientras que reconocer un
daño físico no lo hace. Reconocer que necesita ayuda también puede
acentuar
la sensación de derrota de la
víctima. Los terapeutas Inger Ag­
ger y Soren J ensen, que trabajan con refúgiados políticos, describen e!
caso de K, un superviviente de torturas con graves sÍt-ltomas posIfaumá­
ticos
que afirmaba tozudamente que no
tenía problemas psicológicos:
«K [ ... ] no comprendía por qué tenía que hablar con \LO} terapeuta. Sus
problemas eran médícos:
el motivo de que no durmiera por las noches
7 A. Holen, A Long-Term Outcome 5tucly ol 5umi!.Jors ¡,0m a Disaster. University of Oslo
Press, 0510 (Noruega). 1990; ídem. <<Surv!v-ing aMan-Mace Disaster: Five·Year Follow-up of fu'1
Oil-Rig Collapse)} (Informe presentado en Boston Area Trauma Study Group. marzo de 1988),
~ V¿ase, por eíemplo, la discusión sobre la formulación irJcíal de los efectos del incesw en
J. Herman, Father-Daughterlncest, Har'\lard University Press, Cfu"11bridge, 1981.
SEGUR.LTD.ill
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era el dolor que sentía en las piernas y en los pies. Sus terapem:as le pre­
guntaron L . ..] sobre su pasado político, y K les dijo que era marxista y
que había leído a Freud, ":/ que DO creía en todas esas cosas. ¿Cómo po­
día desaparecer su dolor por hablar con un terapeuta?».
Eventua1"11ente, este paciente accedió a contar su historia a un te­
rapeuta, DO para ayudarse a sí mismo, sino para reivindicar su causa
política.
Aunque durante el proceso consiguió un considerable alivio
de los síntomas, nunca reconoció ni el diagnóstico ni que necesitara
tratamiento:
«K dijo que quería dar su testimonio, pero que también
quería
saber por qué la terapeuta estaba dispuesta a ayudarle a hacer­
lo. La
terapeuta contestó que consideraba que reunir información so­
bre lo que ocurría en. las cárceles de este país era una parte importante
de su trabajo.
También explicó que su experiencia demostraba que
contárselo a los demás
ayudaba a las personas que habían sido tortura­
das y que tenían pesadillas sobre eso. Entonces K tomó la actitud de
"Bueno, si puedo usar a la terapeuta para mis propios propósitos, en­
tonces vale
... pero no
tiene nada que ver con la terapia"» 9.
CA menudo es necesario que la terapeuta transmita a la paciente
que aceptar aYlJda es un acto de valoi}Reconocer la realidad de la con­
dición y dar pasos para cambiarla se convierte en un signo de fortaleza,
no de debilidad: de iniciativa, nO de pasividad. Emprender acciones
para estimular
la recuperación, lejos de darle la victoria al abusador, da
poder a la 'víctima.
Puede que sea necesario que la terapeuta exprese
esta v'1sión de forma clara y concisa para tratar los sentimientos de ver­
güenza y derrota que h'11piden que la superviviente acepte el diagnósti­
co
y busque
UIl tratamiento.
RESTABLECER EL CONTROL
El trauma arrebata a la víctima su sensación de poder y de control:
[e! principio que guía la recuperación es devolverle e! poder y el control a
q I. ,"',gger y S. B. ]ei:.sen, «TestL-nony as Ritual and Ev-idence in Psycholherapy :0, Political
Retugees». Joumal ofTraumaúc Stress 3: llS-DO (1990); cit. en pág. 124.

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250
la \'íctLrnalLa primera tarea de la recuperación es eSlablecer la seguri­
dad de la supenríviem.:e. Esta tarea es prioritaria sobre todas las demás,
porque DL'1gún trabajo rerapéU1:1co puede tener éxiIo 51 no se ha eSLable­
cido flrmemente la seguridad. De hecho, no se debería emprender nLfJ.­
gún Otro "abajo terapéUtico hasta que se haya alcanzado UT' nivel razo­
nable de seguridad. Esta fase inicial puede durar desde días hasta
semanas con las personas traumatizadas, y de meses a años con supen/i­
vientes de abusos crónicos. El trabajo de la prLrnera fase de recupera­
ción se complica en proporción a
la gravedad, la duración y el tempra­
no comienzo del abuso. [Las supervivientes DO se sienten a salvo dentro de su cuerpo. Sus
emociones y sus pensamientos parecen estar fuera de control. También
se sienten inseguras en relación con otras personas. Las estraIegias de
[erapia deben centrarse en las preocupaciones de seguridad de la pa­
ciente en rodas esos terrenos} La íisioneu7osis del desorden de estrés
postraumárico
puede ser modificada con estrategias físicas como el uso de medicación para reducir la reac!Ívidad y la hiperactivación, y la uti­
lización de técnicas de comporramiento como la relajación y el ejerci­
cio físico duro para manejar e! estrés. La confusión de! desorden pue­
de ser tratada con esrrategias cognirívas o conducrÍstas como el
reconocimiento de los síntomas, el uso de diarios para registrar los sín­
tOmas y las respuestas adapmtivas, establecer unos «deberes» y e! de­
sarrollo de planes concreros para la seguridad. La desrrucción de los
vínculos personales que tiene lugar con
e! desorden debe acometerse
con estrategias interpersonales como el desarrollo gradual de una rela­
ción
de confianza en la psicmerapia. Fínalmeme, la alienación social
del desorden debe ¡rararse mediame estrategias sociales, emre ellas
movilizar los sistemas de apoyo narurales de la supervivieme, como su
familia, su pareja o sus amigos; introducirla en organizaciones de autQ­
ay.lda; y a menudo, como último recurso, recurrir a las instiruciones
formales de salud mental, bienesrar social y justicia.
[Esrablecer
la seguridad empieza tratando e! control
de! cuerpo y
poco a poco va saliendo hacia fuera, hacia e! comrol de! emomojLos
remas de ÍIltegridad física íncluyen la atención a las necesidades bási­
cas de la salud, la regulación de las funciones corporales como e! sue-
SEGCRlDl\D 251
ño, la alimentación y el ejercicio, el manejo de los S1nromas postraumá­
ticos, y el conlrol de los comportamientos autodestructívos. Los temas
medioambíenrales incluyen
el
esrablecimiento de una situación de vida
estable, la seguridad económica, la movilidad y
un plan
de autoprotec­
ción qUe incluya rodo e! espectro de la vida diaria de la paciente.
Como nadie puede crear por sí solo un emomo seguro, la [area de de­
sarrollar un plan de seguridad siempre debe incluir un componente de
apoyo social.
En los casos de un trauma recieme, e! control de! cuerpo comien­
za con la atención médica a los daños que haya podido sufrir la super­
viviente. El principio de respetar la autonomía de la paciente es de
gran ímporIfu'lcia desde el principio, incluso en el reconocinliento mé­
dico rutínario o en el tratamiemo de lesiones. Un médico de urgencias
describe las reglas básicas
para tratar a las víctimas
de una violación:
Lo más imporcarne al examinar a una persona que ha sido atacada sexual­
meme es no volver a violar a la victi.-na. ena regla fundamemal de la medicL'1a
es: ame rodo, no hagas d~~o [ .. J Con frecuencia, las víct:imas de violación ex­
perimeman una l:."1tensa sensación de indefensión y de pérdida de control. Si
ves esquemáúcameme lo que hace un médico a la vícrirna poco después del
asalw con un mínimo grado de consemirniemo pasivo: un extraño úene un rá­
pido camacto [nümo y mete un L.'1suumemo en la vagina con muy poco can­
uol o posibilidad de elección por parte de la vícürna; esa es una descripción
sL."1lbólica de llfla nueva violación psicológica.
Así que, cuando tengo que hacer un reconocimiemo, me paso mucho tiem­
po preparando a la vlctLrna; intento darle el control en (Odos los pasos del pro~
ceso. Digo: «Nos guswrÍa hacer es(O, y cómo lo hagarnos es decisión tuya», y
luego le doy mucha información, aunque supongo que la VíCtill18. no procesa
gran parre de ella; pero aun así le transmite que nos preocupamos. Imemo ha~
cer que la vÍctL'11a sea, denrro de las posibilidades, una p8.rricipame activa UJ.
Cuando ya se ha proporcionado el cuidado médico básico, el con­
uol del cuerpo se centra en restablecer los ritmos biológicos de ali­
memación y sueño, y en la reducción de los símomas de hiperactiva­
ció n o intrusivos. Si la superviviente es muy sintomática se debería
:0 CiI. porT. Ber::.eke, en ll¡fen on Rape, Se. Martin's Press, Nueva York, 1982, pág. 137.

252
considerar la medicación. Aunque la investIgación en el tratamiento
farmacológico del desorden de estrés postraumático aún está en paña­
les, ciertos tipos de medicación han demostrado ser lo suficientemente
prometedores como para garantizar un uso clínico. Algunos antidepre­
sivos han sido
moderadamente efectivos en los estudios sobre vetera­
nos de guerra,
y no solo para
aliviar la depresión, sino también para los
síntomas intrusivos
y de hiperactivación. También resultan bastante
prometedoras algunas categorías nuevas de antidepresivos que afectan
principalmente
el sistema de serotonina del cerebro
11 Algunos galenos
recomiendan medicaciones
que bloquean la acción del sistema
nervÍo­
so simpático, como el propranolol, u otros que disminuyen la reactÍvi­
dad emocionaL como el licio, para aminorar la activación y la irritabili­
dad, Probablememe la medicación que con mayor frecuencia se
prescribe en el desorden de estrés postraumático sean los tranquilizan­
tes menores, como las benzodiazepinas, Estas resulIan efectivas para
su uso a corto plazo JUStO después del acontecimiento traumático, aun­
que conllevarl cierto riesgo de habituación o adicción 12.
El consentimiento informado de la paciente puede tener mucho
que ver Con el resultado de la medicación prescrita. Si simplemente se
le ordena tomar una medicación para anular los síntomas) una vez más
vlJelve a arrebatársele el poder, Si, al contrario, se le ofrece la medica­
ción como una herramienta que debe ser utilizada teniendo en cuenta
su
propio criterio, eso puede estimular de manera significativa su sen­
sación de eficacia
y control. Ofrecer medicación
Con este espírÍtu tam­
bién construye
una alianza terapéutica de cooperación.
J.
Davidson, S. Rotn y E. NeWITlai1. «FluoxetiCle in PTSD», .huma! o/ Traumatie Stress.:1:
419-424 !J 991); P. J. Markovitz, ]. R. Calabrese, S. C. Sóulze y otros. «FluoxetÍr"1e in che T :-ea¡:.
mem oE Borderke 2nc SÓizotypal Personality Disorders», Amen'can joumaf o/ Ps;:ehiatry 148;
1064-1067 (1991)', r Shay, «Euoxetine Reduces Explosiveness and Elevares Mood oÍ Vietnam
Comba;: Verera..'1s 'w-¡th PTSD». Jouma! o/ Trdumatie Stress 5 (1992.1. en prensa; B. A. van der
KoLL:. datos prelíminares, estudio controlado de nuoxitina en 55PT (T raUDa Clir.¡Íc, Hospital. Ge­
ne.ral. de Massacbusetts, Bastan. 1991).
,2 Para u"a crítica sobre la farmacología dd S5FT. véa,,¡se M. rrieci.1Tlfu""l. (Biologícal. Approa­
ches :0 L.':e Diagnosis ar:.¿ T reat.rne...Tlt oE PTSD», Joumai o/Traumatie Stress 4: 69-72 (1991):]. :VI.
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tic St,ess Disorder». Iourna¿.'J1 Chmc Psychiatry 51 (SupU: págs. 33-38 (1990).
SEGCPJD.ill
ESTABLECER UN ENTORNO SEGURO
r" -)~
Después del control del cuerpo, el objetivo de la seguridad se am­
plía a controlar el entorno. La persona agudamente traumatizada nece­
sita un refugio seguro, y encontrarlo y asegurarlo es la tarea inmediata
de la intervención de crisis. En los primeros días o semanas después de
un trauma agudo, la superviviente puede querer recluirse en su casa, o
puede no sentirse capaz de volver a ella. Si el causanTe del trauma es
un miembro de la familia, el hogar puede ser el lugar menos seguro
que
puede elegir y, en ese caso, la i.11tervención de
crisis puede exigir
una huida a una casa de acogida. Cuando la persona traumatizada ha
establecido
un refugio, puede progresar poco a poco hacia obtener
una esfera más amplia de relación con el m.undo.
Puede necesitar se­
manas
para sentirse Jo suficienterrlente segura como para retomar acti­
vidades normales
como conducir, ir
de compras, visitar a arnigos o ir a
trabajar. Cada nuevo entorno debe ser estudiado y valorado según su
potencial
para el peligro o la seguridad. ivIientras establece esa sensación de seguridad, las relaciones de la
supen..iviente con otras personas suelen oscilar entre extremos: puede
buscar rodearse
de personas en
tOdo momemo, o puede aislarse por
completo.
En general se la debería
anL."TIar a recurrir a otros en busca
de apoyo,
pero se deben tomar precauciones que garanticen que elige
a personas en las que
puede
confiar. rvEembros de la familia, novios y
amigos L'1timos pueden ser de gran a)tuda; pero también interferir en la
recuperación o li"lcluso ser peligrosos.[La evaluación i11jcial de la perso­
na traumatizada debe incluir una cuidadosa revÍsión de sus relaciones
más importantes, en las
que cada una de ellas se valore como
Uil.a fuen­
te de protección,
de apoyo emocional, de
aylJda práctica, y también
como
un foco potencial de
peligroJ
En los casos de trauma aguJ;, la intervención de crisis ta.tnbién
puede incluir Ul1a reunión con miembros de la familia. La decisión de
tener dichas reuniones) a quién convocar y qué tipo de información
compartir
corresponde a la
victirna. Debería quedar muy claro que el
objetivo de las reuniones es impulsar la recuperación de la supervivien­
te y no tratar a la familia. Sin embargo, un poco de información preven-

0-,
0'
Ü'\/d sobre los desórdenes post:raumáticos puede resultar de gran ayu­
da a [Odos los implicados. Los miembros de la familia no solo com­
prenderán mejor cómo ayudar a la superviviem:e, sino que también
aprenderán a manejar su propia traumarización vicaria l3.
Los parÍenres o amigos ínürnos que emprenden la labor de partici­
par en el sistema de seguridad de la víctima deben esperar que su vida
umbién se vea alterada por algún tiempo, porque es posible que esta
les pida un apoyo las veinEicuauo horas para realizar las rareas básicas
de la vida diaria. La superviviente de una violación Naney Ziegenma­
yer se apoyó en su marido) Steve) para recuperar la sensación de segu­
ridad después del ataque: «Solo habían pasado seis semanas desde que
un hombre se metió en su coche en w'1 aparcamiento de Des J\ifoines y
ia violó. El hombre estaba en la cárcel, pero la imagen de su rostro
s.parecía ame ella cada vez que cerraba los ojos. Se sobresaltaba cons­
ra..'11:emente. Se estremecía cada vez que los amigos la abrazaban o la
:acaban. Solo unas pocas personas sabían lo que le había ocurrido [ ... ]
Las noches eran lo peor. Algunas veces se quedaba dormida solo para
que Steve tuviera que despertarla porque tenía una pesadilla que le ha­
bía hecho golpearle lUía y otra vez. Tenía miedo de levantarse en la os­
curidad para ir
al baño, así que le pedía a
Steve que la llevara. Él se
COD\1.rtió en su fortaleza, en su apoyo» 1-\.
Las tensiones subyacentes en las relaciones familiares nor­
malmente salen a la superficie durante este tipo de crisis. Almque la in­
tervención debe centrarse en ayudar a la superviviente y a su familia
para manejar
el trauma inmediato, en ocasiones la crisis obliga a la
fa­
milia a tratar con temas que habían sido negados o ignorados. En el
caso de Dan, un hombre gay de veintitrés años, el equilibrio
de la
fa­
milia se vio alterado después de 1m acomecimiento traumático:
A Dan le dieron una gran paliza ruera de un bar un grupo de hombres que
había ido a la «caza de gays». Cuando le hospi1:alizaron por sus heridas, sus pa-
\; Para el esrudio del papel de la ra .. 'nilia en respuesta a episodios traumáücos, véase C. Figley
i.ea.). Tre;¡ting 5iri!ss in Familíes, BrunnerlMazel, Nueva York, 1990.
'" r Scnorer, It Couldn't Happen to ,\,fe: One Tlloman's 5tory, Des }"Ioines Registe;, Des
Moi.rleS (Iowa), reed. 1990, pág. 6.
SEGCRIDAD 255
ares corrIeron a asis:irle. Dan esuba aterrorizado de que descubrierfuí. su se­
crew, qUe nunca les habia revelado. /'>.1 principio les cor.tÓ que ie habían dado
la paliza duranee un ¡memo de atraco. Su madre se mostraba comprensiva, su
padre estaba lnrugnado y quería ir a la policía. A.rnbos bombardearon a Dan
con pregumas sobre el incideme. Dfu'1 se seneÍa h"1defenso y atrapado: cada vez
le resultaba más difícil maneener esa hisLOria ncrióa. Sus sbwmas empeoraron,
empezó a estar cada vez más ansioso y agitado, y finalmeme dejó de cooperar
con sus médicos. En ese momemo Se recomendó una consulta de salud mental.
El ¡:erapema, al reconocer el dilema de Dan, le hizo revisar los mmÍvos de
su secretismo. Darl cemÍa los prejuicios homófoDos de su padre y su violenta
personalidad.
Esnba
convencído de que su padre le repudiaría si lo supiera.
Un análisis más profundo de la situación rereló que la madre de Dan lo sabía y
que aceptaba tácirameme que era gay. Si..Tl. embargo, Dan renía miedo de que,
en
un
enúemamiemo, ella cediera aIl[e su marido, como hacía siempre.
El terapema se ofreció a mediar en una i"eunióo emre madre e hijo. La reu­
rúón confirmó algunas de las percepciones de DaD.: su madre sabía desde hacía
mucho que era gay y agradeció que se abriera a ella. También reconoció que
tenia la cosmmbre de llevarle la corrieme a su maádo en vez de enfrentarse a
él con hechos desagradables. Sin embargo, dijo a Dan que la infravaloraba si
pensaba que ella rompería su relación o permüiría que su marido lo hiciera.
Quizá mviera prejuicios, pero no peHenecÍa a la misma ca-cegorla que los cri.rn1-
!Jales que había.:.'1 pegado a Dan. Expresó su deseo de que el incideme les unie­
ra todavía más como familia y que, cuando llegara el momemo oportuno, Dan
se planteara decírselo a su padre. Después de esa reunión, los padres de Dan de­
jaron de inteEogarle sobre las circunsm ... l1Cias del ataque y se cemraron en ayu­
darle en los problemQs prácticos de su recuperacÍón.
ESlablecer un entorno seguro exige no solo la movilización de las
personas
que quieren a la víctima, sino también el desarrollo de un
plan para la protección en el fumro. Después del trauma, la
supervi­
viente debe valorar el grado de amenaza existente y decidár qué tipo de
precauciones son necesarias. También debe decir qué acciones quiere
tomar contra su atacante. Como rara vez es evidente la mejor dirección
a seguir, la IOma de decisiones en esIOS temas puede ser especialmeme
estreSanIe para la superviviente y
para los que están cerca de ella.
Pue­
de semirse confundída y ambivalente y puede ver su ambivalencia re­
flejada en las opiniones contradácIOrias de amigos, pareja o familia. En
este terreno suele violarse el principio fundamental de devolverle el
poder a la vinima, porque los demás intentan dictar sus decisiones o
,

256
emprender acciones sin su consentimiento. El caso de Janet, una su­
perviviente de violación de quL.'1ce años, demuestra cómo la reacción
de la familia agravó el impacto del trauma:
'-- Jar:er la violaron varios chicos en una Eies;:a. Los asalt3J.!.tes eran de cur­
sos sGperiores de su instituto. Después de la violación. su familia se dividió so­
bre si presentar cargos o DO. SliS padres se negabB.I1 con rotundidad a oenun­
cisr
el crimen
porque lemían que 'v'erse públicameme expuestos dañaría la
reputación de la familia en su pequeña comunidad. La presÍorc.aron para que
olvidara el llcideme y (<'lOlviera a la normalidad» io antes posible. Sin embar­
go, la hermana mayor de Janet, que estaba casada y vlvia en otra ciudad. pensa­
ba que los violadores deberían ser «encerrados». Invitó a J anet a vivir con ella.
pero caD. la condición de que hiciera la denuncia. AEapada en medio de este
conflicto, J anet li..-nitó en extremo su vida. Dejó de relacionarse con los amigos.
se saltaba las clases con frecuencia y pasaba mucho tiempo en la cac'TIa queján·
dose de dolor de tripa. Con frec'.lencia doríT?ía en la cac-na de su madre. Fir:al·
mente,
la familia
pidió ayüda cuando] anet :ooó una sobredosis de JspirL.:'Js
en un gesto suicida.
Por fin la terapeuta se reUL"1ió con J anet. Confirmó que esta temía ir al cole­
gio porque su reputación había quedado arruinada y tenía que enfrentarse a
constantes amenazas y a ser puesta en ridículo por los violadores. Ella tac"TIoién
quería que sus agresores fueran castigados, pero estaba demasiado asustada y
avergonzada para comar su hiswria a la policía y testificar en un juicio. Emon­
ces la terapeuta se reunió con la fac"T'.ilia y explicó la importancia de devolverle
a la víctima la libertad de elección. La familia accedió a permüir que J fu""1et se
mudara con su herma.'1a, que, a su vez, accedió a no presionar a J anet para que
denunciara
el
delito. Gradualmente, los síIlwmas de Jane! mejoraron en CUfu""1-
to se le permitió marcharse a un entorno que le parecía seguro.
En el tema de denunciar el delito, al igua! que en todos ios otros
temas, la elección
debe corresponder a la superviviente, Idealmente,
la decisión
de denunciarlo abriría la puerta a la restitución sociaL
Sirl
embargo, en la realidad, esta decisión involucra a la superviviente con
un sistema legal que puede ser indiferente u hostil a ella, Incluso en el
mejor
de los casos la superviviente debe esperar una marcada clispari­
dad entre el itinerario marcado para su recuperación y e! curso de!
sistema judiciaL
Sus esfuerzos para restablecer una sensación de segu­
ridad
probablemente se verán obstaculizados por la intrusión de los
procedimientos legales; justo
cuando su vida se estabiliza, la fecha del
SEGCRIDAD
257
juicio seguramente revivirá los síntomas intrusivos. Por lo tanto, no se
puede tomar a la ligera la decisión de buscar la compensación en el
sistema judicial. La supenrÍviente debe tomar una decisión tras refle­
xionar y siendo consciente de los riesgos además de los beneficios; de
otra manera sencillamente volverá a traumatizarse.
La sensación
de seguridad rudimentaria se puede restaurar en
cuestión de semanas en el caso
de supervivientes de un único trauma,
siempre
y cuando tengan a su disposición el apoyo social adecuado. Se
puede esperar la estabilización de los síntomas al cabo de tres meses ",
y un breve tratamiento que se centre en devolverle el poder a la vícti­
ma puede acelerar el alivio de los síntomas 16. No obstante, el proceso
de restitución de la seguridad
puede verse obstaculizado o íncluso pa­
ralizado si la
supeDliviente se encuentra con un entorno que le es hostil
o que no la protege. El proceso también puede verse interrumpido con
intrusiones que se escapan del control de la superviviente, como los
procedimientos legales.
No obstante, la tarea terapéutica de la primera
fase
de recuperación puede llevarse a cabo dentro del marco general
de ínrervención de crisis o de psicoterapia a corto plazo
iC.
E! tratamiento normal para el trauma agudo de veteranos de com­
bate o de víctimas de violación se centra casi totalmente en la interven­
ción
de crisis. El modelo militar de tratamiento breve y rápido regreso
al funcionamiento normal ha dominado la literatura terapéutica.
Un
programa militar bastante típico está diseñado para devolver a! frente
a los soldados con reacciones de estrés de combate en tan solo setenta
y dos horas 18. En estos casos se da por sentado que la recuperación es
completa cuando se han mitigado los síntomas agudos más evidentes
:5 D. G. Kilpatrick. L. J. Veronen y P. A. Resick. «Tne AÚermaL.':: oE Rape: Recem Empirical
Fi.."diI1gS», American Jouma! o; Orthopsychiatl)' 49: 658-669 (1979).
l6 L. Ledray, The Impact o; Rape and the Relative Effzeac:.¡ o/ Guz"de-to-Goals ad 5;¿pportiz;e
Counse!ing as Treatment i'vIodels /or Rape i/ictims (Ph. D. diss., Cniversidad de .Lvlin:Jesoca. )¡EI1-
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258
del paciente. Sil1 embargo, la U1[ervenóón de crisis solo clL."'TIple el tra­
bajo de la primera fase de la recuperación. Las rareas de las siguienres
fases exigen un período de tiempo más largo. Aunque la superviviente
puede volver a rener de Íorma rápida y dramáIica la apariencia de estar
funciona..Tldo normalmente, esta estabilización sintomática no debería
confundirse con LLfld recuperación wral, porque no se ha conseguido la
Ím:egración del trauma L9.
Con supervivientes de un trauma prolongado y repetido, la fase
inicial de la recuperación puede verse reuasada o complicada debido
al grado en ql.:le la persona uaumatÍzada se ha convenido en un peligro
para sí misma. Las fuentes del peligro pueden incluir aerivas autolesio­
nes, fracasos pasivos
para auto protegerse
y una dependencia patológi­
ca del abusador. Para poder ¡ornar comro! sobre su auroprorección, la
superviviente debe reconsuuir las funciones del ego que han quedado
más dañadas en cautividad. Debe recuperar la habilidad para tomar
iniciaTivas, llevar a cabo planes y rener un juicio independieme. La in­
tervención de crisis O la terapia breve rara vez son suficientes para res­
tablecer la seguridad
y lo habitual es que se
necesÍIe una psicoterapia
oás larga.
Con superviviemes de abuso infamil crónico, establecer la seguri­
dad se puede convertir en una tarea extremadamente compleja y ago­
Lddora porque, como regla general, la capacidad de cuidarse a una
mismo está muy dañada. El componamiento autodesrructivo puede
tornar numerosas formas, entre ellas impulsos suicidas crónicos, auto­
lesiones, desórdenes alimenticios, abuso de susrancias, un compor­
tamiento compulsivamente arriesgado, y una tendencia a establecer
relaciones de exploración o peligrosas. Muchos comportamiemos au­
rodestrucIÍvos pueden ser imerpretados como reproducciones simbóli­
cas o literales del abuso originaL En realidad, desempeñan la función
de regular estados semimemales imolerables en ausencia de estraregias
de consuelo más adaptativas. Las capacidades de cuidado y consuelo,
:9 n Ros~, «"\'Vorse man Dea±n; Psycnodynan-.ics oE Rape Victims aIld t.c"-e :.Jeed ror Psy'
crcomerapy"». American Journal o/PsychialT1J 143: 817-824 (1986); Z. Soiomon, The Never-Ending
B",tie (ms. no publicado, Departs.memo de Salud Memal, Fuerzas de Defer!.sa de Israel, 1990).
,.,=,"";;;;;"'-""''''~''-'~'-'-
SEGl'RID.';'D 259
que no pudieron desarrollarse en un entorno de abusos h'1fam:iles, de­
ben ser construidas con mucho esfuerzo en la vida adulta.
Incluso el objetivo de establecer una capacidad fiable de cuidarse
puede ser un punto de contención entre paciente y terapeuta. La pa­
ciente,
que ha alimentado una
fa,.'1IasÍa de rescate, puede resentirse de
tener que hacer es Le trabajo por sí misma y puede querer que lo haga
la rerapema. La paciente que está llena
de desprecio hacia sí misma
puede
senrir que no se merece un buen tratamÍento. En ambos casos)
la terapema puede semir que ella está más comprometida con devol­
verle a la paciente la sensación de seguridad que la propia paciente. El
psiquiatra John Gunderson, por ejemplo, describe la primera fase de!
traramiento de los pacientes borderline como centrada en «temas de la
seguridad de! paciente y de quién es la responsabilidad de asumir­
los» 20. Cabe esperar un largo período de discusión sobre estos temas.
.AJ igual que en el caso de un únÍco trauma agudo, establecer la se­
guridad comienza con el control del cuerpo y va ampliándose hacia la
auroprotección y la organización de un entorno seguro. LTlcluso la pri­
mera meta, el control del cuerpo, puede ser una tarea complicada de­
bido al grado en que la superviviente ha llegado a considerar su cuerpo
como algo que
es propiedad de otros. En el caso de Marilyn,
una mu­
jer de veimisiete años que había sido abusada sexualmente por su pa­
dre, esrablecer la seguridad requería que la paciente se centrara en e!
cuidado de su cuerpo:
Marilyn recurrió a la psÍcmerapÍa como último recurso para curar su cróni­
co dolor de espalda. Pensaba que su dolor podía estar relacíonado con el estrés
y estaba dispuesta a LT1temarlo con la psicmerapia. Si no conseguía un aliv'io rá­
pido estaba decídida a someterse a una complicada operación quirúrgica, que
suponía
el riesgo de una discapacidad
permanente. Dos operaciones previas
habían sido inúúles. Su padre, médico, prescribía la mecllcación para el dolor y
parricípaba en la planificación de su tratamiemo; el ciruj3.iJ.o era un buen ami­
go de su padre.
Iniciahneme,
la terapia se cemró en aumentar el control de Marilyn sobre
su cuerpo. La
terapema recomendó que pospusiera su decisión definitiva so-
Z0 ]. Gunderson, BorderJine Persona!ity Disorder, A.merican Psychiatric Press, '(..7ashicigwn.
D.C., 1984, pág. 54.

260
bre la operación hasm que hubiera explorado todas las opciones que esrabai:'
disponibLes.
También
recomendó que .:'>Jarilyn llevara U:L:. diario de tod.as sus
actividades, estados emocionales y dolor físico. Pronto resultó evideme que su
dolor de espalda estaba lntlmarnente ligado con sus estados emocionales. De
hecho. Marilyn descubrió que a menudo hada aCLlvidades que empeoraban el
dolor cuaIldo se sentía descuidada o enfadada.
ti lo largo de seis meses :YIarilyn aprendió téCiltCaS conductist8.s de mane·
jO cid dolor y gradualmente formó una relación de contLanza en la psicotera­
pia.
~-IJ EIlal
del ario habían desaparecido sus síntomas físicos, ya no tomaba
la Dedicación que te habLa prescrito su padre y no se planteaba la posibilidad
de la cirug;a. Sin err:.bargo. obseD/aba que su dolor de espalda voh"ía a apare·
cer durante las vacaciones de su terapeuta y durame sus visitas a casa.
En el proceso de establecer la seguridad y el cuidado básicos, la pa­
ciente debe planear e iniciar acciones y utilizar su capacidad de decisión.
A medida que empieza a ejercer estas capacidades que hillí sido sistemá­
ticaInente m.illadas por el abuso repetido) empieza a fortalecer su senti­
do de la competencia, su autoestima y su libertad. No solo eso, sino que
empieza a desarrollar una sensación de confia.il.Za en la terapeuta, basán~
dos e en el fiable compromiso de esta hacia la tarea de garantizar la segu­
ridad.
Cuando la superviviente no confía en su capacidad para cuidarse,
se plantea el dilema de si se debe involucrar a los miembros de la fami­
lia más comprensivos en su tratamiento. Las relliíiones con familiares,
parejas o amigos pueden ser útiles, pero también en este tema, al igual
que todos los demás, la paciente debe tener
el control del proceso de
toma de decisiones.
Si no se observa rigurosamente este principio, la
superviviente
puede llegar a sentirse infravalorada, controlada o
des­
preciada. También puede sentir que su terapeuta está aliada con los
miembros de su familia
y no con ella, y que ellos, y no ella, son
respon­
sables de su recuperación. En el caso de Florence, una mujer de cua­
renta y ocho años casada y con seis hijos, la recuperación progresó
cuando la paciente identificó e invirtió su patrón
de conducta, que era
entregarle
el control a su marido:
Florence llevaba diez años en
trataIniento psiquiátrico, con diagilósücos de
grave depresión, desorden de pánico
y desorden de personalidad
borderline.
SEGFRlD.ill 261
Su his::orial de abusos L."1.tantiles era conocido, pero 0U2C2. había. sido trat:?"do
en la psicmerapia. Cuando Florence teDre. /Zashbaá.s o episodios :::le p¿¡;Íco. su
íI:.arido solla lb.mar al psiquiatra, que le recomendaba 12D tra.:.'quilizarEe.
CUá..J."1.GO eiltró en UD grupo de supervivientes de Í..t.-;cesto, Florence afirmó
que para ella su mari.do y su psiquiatra eran su «guÍ2.» y que Senti2 qUe: 00 po~
día manejarse sin eUos. ~-\ceptaba sus decisiones sobre su cuidado. ya que peno
saba que estaba demasiado «erJerma» para [Offiar p<1rte acü;¡a en su propto
tratamiento. Sin embargo. cuando se sintió segur2mente vi.,"lculada ci grupo
empezó 2-expresar su resentimíento hacia su marido por tratarla «como UD
bebé». Los miembros del grupo le comentaron que si era capaz de cuí¿ar 2-
seis ni.ños. probableme:nte era mucho ::nás competen~e ce lo que eU2-creía. Se
llegó 2-un pUntO de inflexión cUá..J.'1do, dur2.t"lte UD episodio en casa, Florence se
llegó a permitir que su marido 112.tl1ara al psiquiatra. afirmando que ella podia
decidir cuándo era.l"2 necesarias esas lkl1adas.
La tarea de establecer la seguridad es especialmente compleja
cuando
la paciente sigue teniendo una relación que fue abusiva en el
pasado. El potencial de violencia debería ser tenido en consideración
siempre, incluso si la
pacíen"Ce insiste en que ya no tiene miedo. Por
ejemplo, es común que una mujer maltratada y su abusador acudan a
urla terapia de pareja después de un episodio violento. Con frecuencia
el abusador ha prometido no volver a utilizar la fuerza y ha accedido a
buscar asesoramiento
para demostrar su voluntad de cambio. La mujer
abusada se siente gratificada
por su promesa
y está ansiosa por comen­
zar
el tratamiento para salvar la relación.
Por este motivo, a menudo
niega o minimiza
el peligro existente.
Aunque puede que ambas partes deseen la reconciliación, con fre­
cuencia sus objetivos
no pronunciados están en
canHicto. Normahnen­
te el abusador desea restablecer su patrón de control coercitivo, mien­
tras que la victima desea resistirse a
él. Aunque el abusador a menudo
es sincero en su promesa
de no volver a usar la fuerza, su promesa está
llena
de condiciones
t.rnplícitas: a cambio de no usar la violencia, la vÍc­
tÍ..lna debe ceder su autonomía y, a menos que el abusador renuncie a
su deseo de dominación, sigue presente la amenaza de violencia. La
victima no
puede hablar libremente en las sesiones de pareja, y es
im­
posible tratar ternas de conflicto en la relación sin que aumenten las
posibilidades de U11 incidente violento. Por este motivo la terapia de

262
pareja está contraLlldicada hasta que la violencia eSTé realmente bajo
control y se haya roLO el patrón de ddmi...nancÍa y coacción 2:.
tLa garantía de seguridad en una relación con malos traws nunca
puede estar basada en una promesa del perperrador, por mucho que la
sienta.
Debe basarse en la capacidad de autoprorección de la
vícIimaJ
Esta sigue corriendo el peligro de ser abusada hasta que desarrolle un
plan de contingencia demllado y realista y demuestre su capacidad para
llevarlo a cabo. A las parejas que buscan ayuda porque hay violencia en
su relación se les debe aconsejar) por lo tanto, que reciban trm:arniento
por separado. Siempre que sea posible, el perpetrador debe ser remitido
a programas especializados
para hombres que maltratan, para que no
solo se trate el tema de la violencia
sino también el subyacente problema
del canuol coercitivo 12,
El caso de Vera, una madre soltera con tres niños pequeños que
era maluatada por su novio, muestra el desarrollo gradual de una au­
coprotecóón fiable durame la psicoterapia. ESIablecer la seguridad re­
quería prestar atención
no solo a cómo
Vera cuidaba de sí misma) sino
también a cómo
cuidaba de sus hijos. En su
rratamiento se m:ilizó roda
la g~'11a de inrervenciones terapéuticas, entre ellas la biológica (medica­
ción)) la cogniüva
y conductista (educación sobre síndromes
Iraumári­
cos, llevar ur, diario y tareas hechas en casa), la interpersonal (construir
una alianz~ terapéutica) y la social (apoyo familiar y una orden judicial
de reStricción):
Vera consiguió una orden judicial para echar a su novio de casa después de
que le diera una paliza ddame de sus hijos. No podía comer ní dorrrür y le re­
sultaba difícil salir de la cama dmame el día desde que él se había marchado.
Las pesadillas y los recuerdos imrusivos de violencia se ahernaban con agrada­
bles recuerdos de los buenos tiempos de su relación. También [erua largos pe­
riodos
en
los que lloraba y pensaba en el suicidio. Acudió a terapia para di­
brarme de: él de una ve:z por todas». Sin embargo, después de ser imerrogada,
!é S. Schech[er, Guidefines lor :.emal nea!th Practitioners in Domestic Vio/enee Cases, Coall­
ciór:. Nacional Corma la Violencia Doméstica, V./ashi..'1gwn, D.C.) 1987.
12 Para UIl moddo de los programas, véase D. Adarns, «T reatment :Vlodels of : Ien Wbo BaI­
teD>. en K. YUo y :'vI. Bograd, Feminist Perspecti1)es on Wtfe Abuse, Sage, Beverly Hills (Califor­
úa), 1988, págs. 176~179.
SEGCRlDAD 263
reconoció que no se imagLíaba la vida sin éL De hecho, habia vuelw a verle. Se
, ,. I
serlIIa coso una «arucr:a al aInor».
Aunque a La [erapeum no había nada que le gustara más que ver a Vera se·
pararse de su novIO. reconoda que ese no 'era un objetivo [erapéuLÍco. Aconse­
jó a Vera que no se planceara objetivos que le resultaran i.nalcanzables porque
ya había rer.,ido sul:Iciemes experiencias de Íracaso y le sugirió que pospusiera
su decisión derirJ-civa sobre la relación hasca que se slrltierc. con fuerzas SUrt­
ciemes para elegir librememe y que. miemras tanto, se cemrara en aumentar su
sensación de seguridad y de comrol sobre su vida. Acordaron que dmame la
priHlera fase del uaramiemo Vera seguiría, viendo ocasionalmeme a su nov-1.o.
pero que no le permitiría volver a la casa y que no dejaría a los niños a solas
con él. Esas era.'11as promesas que creía que podría cumplir.
.--\.1 principio, Vera no acudía regulanneme a las sesiones. La rerapema no
rue crítica con ella, pero señaló que, si quería respeIarse a sí misma, era lInpor­
u.nre que cU.\llpliera los planes que se habta uazado. La terapia se convirrió en
una rutL."la relativamenre regular cuando acordaron que Vera solo pediría cita
cuando supi.era que podía cumplir con ella. Cada sesión se cenrraba en idemi­
rIcar
algU:."la
acción positiva, por muy pequeña que fuera, que Vera pensaba
que podía ramar para su propio bienesBf. Rebuscaba en su bolso en busca de
un rrociw de papel en el que aplli"1m[ sus «deberes» de la sema.'1a. Un momen­
to h-npocame rue cuando se compró lL'1 cuaderno en el que escribía sus rareas
semanales y empezó a marcar cada logro con un rotulador rojo.
"Csa de las principales dolencias d~ Vera era la depresión. Las únicas veces
que
se
senúa bien era dmame los breves interludios romámicos COn su novIo.
De vez en cua."1do, él también te proporcionaba cocaína, que le daba una sen­
sación [rarrslwria de poder y de bienesrar, seguida por un «bajón» que empeo­
raba mdavia más su depresiór::.. La terapeuta plameó la posibilidad de imemar
una medicación ramo para la depresión como para los sÍmomas posrraumáci­
cos imruslvos, pero explicó que no podía prescribirla a menos que Vera estu­
viera dispuesra a dejar la cocaína. Ella decidió aceprar la medicación y se sintió
orgullosa y más segura de sí misma cuando rechazó la droga que le ofrecía su
novio. Respondió bien a la medicación amidepresiva.
Cuando disminuyeron los simomas de Vera, la terapia Se cemró en sus hi·
jos. Desde la marcha del novio los ni..~os, que solían ser callados y sumisos, se
habían descomrolado. Ella se quejaba de que eran exigentes e msolemes. So­
brepasada y frusuada, deseaba que volviera su novio para «meterles un poco
de semido a los niños». La Eerapema le dio información sobre el efec[Q que
tiene la violencia en los ni.i1os y animó a Vera a buscar un traramiemo para
ellos. Ta.rnbién revisó opciones prácricas para que alguien la ayudara con los
niños. La simación mejoró cuando Vera, que había esrado dis'[a,,"1ciada de su
familia, invüó a una hermana durame unas pocas semanas. Con la ayuda de su

264
terIl'.ana fue capaz de establecer una rutina para los Diñes y una disciplina no
violenta.
El trabajo de terapia contmuó cem~ándose en fijar objetivos concretos.
Por eíemplo. como objetÍvo. Vera accedió a contar a sus niños lli"1 cuento wdas
las noches durante una semana. Esta actividad se fue convirtiendo en una ruti­
na de relajación de la que disfrutaban tamo ella como sus hijos. y se dio cuenta
de que ya no tenía que pelearse con los ni.:.'1os para que se fueran a la cama.
Ouo momento importante rue cuando el novio de Vera llamó durante uno de
esos momentos de tranquilidad y exigió verla L,"1mediatamente. Vera se negó a
que la h"1terrumpiera. Le dijo a su nOvio que estaba cansada de tener que estar
disponible siempre que a
él
le apeteciera. En el futuro. tendría que acordar lJ .. .:."""la
Clea con ella con amelación. En su síguiente sesióp... de terapia, i.rlformó con sor­
presa. y con cierta pena de que ya no le necesitaba ::a.r."""l desesperadamente: de
hecho
..
en realidad se sentía capaz de ·á\¡ir sin él.
¡\1 igual que las mujeres maltratadas, las supervivientes adultas de
abusos infantiles a menudo siguen metidas en complicadas relaciones
con sus abusadores. Pueden empezar un tratamiento porque hay un
permaIlente cont1ícto en estas relaciones y pueden querer involucrar a
sus familias en
las fases iniciales de su tratamiento. Estos encuentros
de­
ben posponerse hasta que se haya establecido una autoprotección segu­
ra. A menudo aún hay cierto grado de control coercitivo en la relación
entre
el perpetrador y la superviviente y, en ocasiones, el propio abuso
recurre de
fOTIna intermitente. La terapeuta mmca debería aswnir que
la seguridad se ha establecido, sino que debería explorar con cuidado
los aspectos particulares de las relaciones familiares actuales. Entonces,
paciente
y terapeuta pueden
dete~minar juntas cuáles son las áreas pro­
blemáticas que merecen su atención. Ampliar la esfera de autonomía de
la superviviente
y poner límites con la familia de origen son las tareas
apropiadas durante la fase inicial de recuperación. Las revelaciones a la
familia de origen
y los enfrentamientos con el perpetrador suelen ser
más útiles en
las últimas fases
2;.
Crear un entorno seguro exige que se preste atención no solo a la
capacidad psicológica de
la paciente para protegerse a sí misma, sirlo
23 E. Scha[zow y J Herma.r1-«Breakir:..g Seccecy: Adult Surv1vors Dísclose;:o Their Familíes».
Psychiatrz"c CZin;.es of North Amen:'ca 12: 337 ·349 (1989).
SEGCRlDAD 265
también a las realidades de poder en su situación sociaL Induso cuan­
do se ha establecido
una capacidad fiable de cuidar de sí misma,
la pa­
ciente
puede carecer de un entorno lo suficientemem:e seguro como
para permitir que progrese a las siguientes fases de recuperación que
exigen una exploración en
profundidad del acontecimiento
traumáti·
co. El caso de Carmen, una universitaria de veintiún años, ilustra cómo
un contacto prematuro con la faInilia puso en peligro su seguridad:
CarDen causó conmoción en su ffullilia al acusar a su padre, UTJ hombre de
negocios rico y conocido. de abusar sexualmeme de ella. Sus padres La amena·
zaron con sacarla de la facultad e internarla erJ una clínica mental. ,..-\1 principio
entró
e:l tratfu"TItemO para demoslrar
que no estaba loca y para evitar ser Eteral­
meme encarcelada por su padre. Después ele ser evaluada. se descubrió que ;:e·
IC;:a muchos sImomas de sIndrome postraumático complejo .. Sin embargo.
como no tenía agudos impulsos suicidas ni era incapaz de cuidar de sí Gisma,
no habia motivo para una nospilalización. involumaria .
. AJ principio, el terapeuta aclaró a Carmen que creía SE hislO:.-ia. :\0 005-
ta:1te, ta.rnbién la acomejó que consi.derara las realidades ele poder en su sima­
cióo
y
que evitara una ba!alla que 00 estaba eo condiciones ce gfu'1ar. Se Llegó a
lli""1 compromiso: Carmen se retractaría ce su acusación y accedería a comenzar
un tratamiento psiquiátrico externo con un terapema ele su elecóó:l. En C:J.fu"1-
lO se ret:ractó, sus padres se caL'TIamn y accedieron a permitirle seguir estudian­
do. Su padre también accedió a pagar el tratamiento.
En la [erapia recuperó más recuerdos y estuvo aún más segura de que el in­
cesto había existido, pero se sentía obligada a seguir callando porque temía
que su padre dejara de pagar la terapia y la universidad. Estaba acostumbrada
al alto nivel de vida de su faroiEa y se sentia incapaz de mantenerse a sí misma ..
yeso le hacía sentirse a merceel de su padre. Finalmente, se dio cuema de que
había llegado a un
punto muerto:
n.o podía progresar más en su tratfu-nie,Eo si
su padre seguía tenÍenelo el control fi..'1anciero de su vida. Después de ter81Ilar
el párner curso, solicitó una excedencia en la universidad, consiguió ili"1 trabajo
y un apartamemo y negoció una tarifa reducida para el tratamiento en base a
sus ing:-esos. Este arreglo le permitió progresar en su recuperación.
En este caso, crear UIl entorno seguro' exigía que la paciente hiciera
importantes cambios
en su vida. Significaba tomar decisiones difíciles
y hacer sacrificios. Esta paciente descubrió, como lo
bu-¡ hecho muchos
otros) que
no podría recuperarse a menos que se hiciera cargo de las
circunstancias materiales de su vida.
Sin libertad no puede haber ni se-

266
guridad Di recuperación, pero con frecuencia hay que pagar un alro
precio por la libenad. Para obtener su libenad, las supervIvientes pue­
den tener que sacrificarlo casi todo. Las mujeres maltratadas pueden
perder su casa; sus amigos y su forma de vida. Las superviv"iem:es de
abusos infantiles pueden perder a sus familias. Los refugiados políticos
pueden perder sus casas y su patria. Rara vez se reconocen las dimen­
siones de este sacrificio.
CO\IPLETAR LA PRIMERA FASE
Como las rareas de la primera fase de recuperación son arduas y
exigem:es, no es ínfrecuem:e que tanto la paciente como la terapeuta Íll­
renten sonearlas. A lnenudo resulta rentador ignorar la exigencia de
seguridad y seguir avaIlZando hacia las siguientes fases del trabajo Tera­
péuTico. Aunque el error terapéutico más común es la evÍIación del
material traumático, probablemente el segundo
error más frecuem:e
sea involucrarse de forma prematura o
precipirada en el ¡rabajo de ex­
ploradón sin haber prestado suficiente atención a las tareas de estable­
cer seguridad y crear una alianza terapéutica.
En ocasiones las pacientes insisren en enuar en descripciones
gráficas y detalladas de sus experiencias traumáticas, creyendo que
solucionarán sus problemas simplememe con expresar su historia.
Esta creencia se basa en la fantasía de que una cura violenta y catár­
cíca eliminará el trauma de una vez por todas. La paciente puede
imaginar una especie de orgía sadomasoquista en la que gritará) llo­
rará, vomitará, sangrará) morirá
y volverá a nacer liInpia del trauma.
El papel de
la terapeuta en esta reproducción es Lncómodameme
pa­
recido al del perpetrador porque se la invita a rescatar a la paciente
haciéndole daño, El mmivo de que una paciente desee este tipo de
cura rápida y mágica lo encontramos en las imágenes de los primeros
tratamientos catárticos de los sindromes traumáticos
que pueblan la cultuni popular, así como en la mucho más antigua metáfora religio­
sa del exorcismo. El caso de Kevin, un hombre divorciado de treinta
y cinco años con
un largo historial de alcoholismo, demuestra que
SEGl'RIn-\D 26/
empezar prema,uramente el trabajo de desemerrar los recuerdos es
un error:
Kevín dejó de beber después de que casi muriera a causa de las complica­
ciones médicas de su alcoholís,,~o. Cuarldo volvíó a estar sobrio empezó a sen­
úrse atormemado por pashbacks de recuerdos de graves abusos en ta prilnera
mÍancia. Empezó la psicOIerapia para llegar «al Íondo» de sus problemas. Pen­
saba que los recuerdos traumáticos eran la causa de su aicohoEsmo y que D.UD­
ca volverla a echar de menos la bebida si se «podía sacar rodo eso del organis­
mo». Se negaba a panicipar en un progra..rna normal de alcoholismo y no iba a
las reuniones de ¡\lcohólicos Anónimos. Pensaba que esos prograITIaS eran lli"'1a
«muleta» para los débiles de voluntad. para personas dependiemes. y Senda
que él no necesitaba ese típo de apoyo.
La [erapeuta accedió a cemn~rse en la hiswria de la niñez de Kevín. En las
sesiones de psicoterapía, este expresaba sus recuerdos con horripilantes de~a­
lles. Empeoraron sus pesadillas y sus flashbac/es .. y empezó a hacer más y más
llamadas de emergencia emre sesiones. \1iemras mnto, empezó ::l. faltar a LlS
consuhas planeadas. Durante alguna de las llamadas Kevi.'1 parecía esw.r borIa­
cho, pero negaba romndameme haber vuelto a beber. La rerapema se ¿ío
cuema de su error solo cuando Kevl.I1 llegó a la sesión oliendo a alcohoL
En este caso la terapeuta, que no era especialista en temas de abu­
so de sustancias, prestó una atención insuficiente a la rarea de estable­
cer la sobriedad. Aceptó e! argumento de! paciente de que no tenía
ninguna necesidad
de apoyo social, ignorando de
es," manera uno de
los componentes fundamentales de la seguridad. Ta.1TlpOCO reconoció
que explorar los recuerdos traumáticos
en profundidad podia
estimu­
lar más síntomas intrusivos del desorden de esués posnaumático y, por
lo taI1to, poner en peligro la frágil sobriedad del paciente.
El caso
de Kevin ilusna la necesidad de realizar una minuciosa
evaluación
de la situación actual de! paciente ames de llegar a un
acuerdo sobre el objetivo de la psicoterapia. Esta evaluación incluye
una valoración del grado
de eStructura necesaria para garantizar la se­
guridad. La psicoterapia
externa puede ser inadecuada o
completa­
mente inapropiada para una paciente cuyo cuidado o autoprotección
estén en peligro.
En principio, la paciente puede necesitar
UEl nata­
miemo diario, una casa de acogida o ser remitida a·un programa de de­
sintoxicación del alcoholo de las drogas. Se puede necesitar una hos-

268
pitalización para la desintoxicación, para los desórdenes alimenticios o
para contener los impulsos suicidas. Las intervenciones sociales nece­
sarias
pueden incluir entregar a los niños en peligro a los servicios de
protección de menores,
obtener órdenes de protección civil o facilitar
la huida de la
pacíenre a un centro de acogida.
Cuando no eSlá claro cuál es la medida correcta a implantar, es
mejor que la terapeuta se abstenga a que cometa un error en lo que a la
seguridad se refiere. Al abstenerse,
permite a la paciente demostrar
que realmente es capaz de cuidar de sí misma y que la terapeuta está siendo demasiado precavida. Si la terapeuta minimiza el peligro, la pa­
ciente puede sentirse obligada a demostrar de forma dramática su falta
de seguridad.
Para contrarrestar la atractiva fantasía de una cura rápida y catárti­
ca, la terapeUla puede comparar el proceso de recuperación a un ma­
ratón. Las supervivientes entienden inmediataInente las complejidades
de esta hl1agen. Reconocen que la recuperación, Como un maratón, es
una
prueba de resistencia que requiere una larga preparación y la prác­
tica constante. La metáfora del maratón logra capturar el fuerte objeti­
vo conductista
de acondicionar e! cuerpo, así
COrno las dimensiones
psicológicas de determinación y valor.
Aunque puede que la imagen no
tenga una fuerte dimensión social, capta el sentimiento inicial de aisla­
miento
de la superviviente. También ofrece la imagen de la terapeuta
como un entrenador. Aunque la experiencia técnica) el criterio y el
apoyo moral de la terapeuta son esenciales para esta iniciativa, al final
es la
superviviente la que determina cómo es su recuperación a través
de sus acciones.
A
menudo las pacientes se preguntan cómo deben juzgar sus ga­
nas de pasar a la siguiente fase del trabajo.
No hay un único y dramáti­
co acontecimiento
que determine que se ha completado la primera
fase. La transición es gradual. La persona traumatizada recupera poco
a poco
una sensación rudimentaria de seguridad o de predictibilidad
en
su vida interior.
Puede volver a confiar en sí misma y en otros. Aun­
que puede ser más precavida y desconfiada que antes de! trauma, y
aunque
pueda seguir evitando la intimidad, ya no se siente completa­
mente vulnerable o aislada. Tiene cierta confianza en su capacidad
SEGURID;\D 269
para protegerse a sí mIsma; sabe cómo controlar sus síntomas más per­
turbadores y en quién puede confiar para encontrar apoyo. La supervi­
viente de un trau.ma crónico empieza a creer no solo que puede cuidar
bien
de sí misma, sino que no se merece menos. En su relación con los
demás
ha aprendido a ser apropiadamente confiada
'/ autoprotectora.
En su relación con la Ierapeuta ha alcanzado una alianza razonable­
mente segura que presenta tarlto la autonomía como la conexión.
En este momento, especialmente después de un único trauma agu­
do, la superviviente puede desear quitarse la experiencia de la cabeza
durante algún tiempo y seguir con su vida. Y puede conseguirlo du­
rante un corto período de tiempo. No está escrito en ningún lado que
el proceso de recuperación deba seguir una secuencia lineal y sin in­
terrupción, pero lo cierto es que los acontecimientos traumáticos se
niegan a ser apartados. El recuerdo del trauma volverá a aparecer en
algún momento, y exigirá su alención; el detonante puede ser un re­
cordatorio significativo del trawna -un aniversario, por ejemplo-o
un cambio en las circunstancias vitales de la superviviente que la de­
"ruelve al inacabado trabajo de Ílltegrar la experiencia traumáüca. En­
tonces estará
preparada para íniciar la segunda fase de la recuperación.

9
RECUERDO y LUTO
En la segunda rase de la recuperación la supervíviem:e cuenta la his­
toria del trauma. La
cuema del todo, en profundidad y con
detalle.
Esre trabajo de reconsuucción normalmente transforma la memoria
uaumática para que pueda integrarse en la hiswria de la vida de la su­
pervivieme.
J aneI describió la memoria normal como
,Ja acción de
contar una historia». La memoria rraumática, no obstante, no tiene pa­
labras y
es
estática. La narración inicial que la superviviente hace del
acontecimiento traumático,
puede ser repetitiva, estereotipada y caren­
te
de emoción.
Un observador describe la historia traumática en su es­
tado inalterable como
una
«prenarrativa». No se desarrolla ni progresa
con el paso del tiempo, y no revela los sentünientos de la narradora ni
su interpretación de los aconteciInientos l. Otro terapeuta describe la
memoria traumática como
una serie de fotografías fijas de una película
muda; la labor
de la teraDia es aportar la música v la letra
'.
> - ,
El principio básico de devolver el poder a la víctima sigue apli-
cándose a esta
segunda fase de la recuperación. La decisión de enfren­mrse a los horrores del pasado depende de la superviviente. La tera­
peuta desempeña el papel de testigo y aliada, en cuya presencia la
R Mollica, «The Tramna Swry: The Psychiatric eare oE Refugee Sumvors oE Violence fu"ld
Torrure)~, e,"'l Post-Traumatic Therapy and Victims oÍViolence, F. Ochberg (ed.), Brunner/MazeL
Nueva York, 1988, págs. 295-314.
l F. Snider, Presemaóón en Boswn Area Trauma Smdy Group (1986).

272
superviviente habla de lo impronunciable. La reconstrucción del
trauma exige mucho valor tanto por parte de la paciente como de la
terapeuta y requiere que ambas tengan claro su propósito y afiancen
su alianza.
Freud nos proporciona una elocuente descripción de la
actitud del paciente en el trabajo de descubrimiento de la psicotera­
pia:
«[El paciente] debe enconuar el valor para dirigir su atención a
los fenómenos de su
enfermedad. Esta
ya no le debe parecer despre­
ciable, sino
que debe convertirse en un enemigo merecedor de su
coraje,
un trozo de su personalidad que tiene bases sólidas para
su existencia y del que tienen que salir cosas valiosas para su
vida fu­
Lura. De esta manera se abre el camino L .. J para una reconciliación
con el material reprimido que se expresa en sus síntomas, mientras
encuentra al mismo tiempo hueco para una cierta tolerancia por el
estado de enfermedad»).
A medida que la superviviente convoca sus recuerdos, la necesidad
de consenlB.r la seguridad debe ser sopesada conth"lUamente con la nece­
sidad de enfrentarse al pasado. }illltas, paciente y terapeuta deben apren­
der a negociar illl CalTIino seguro entre los peligros gemelos de la cons­
tricción y de la intrusión. Evitar los recuerdos traumáticos lleva al
estall.camiento del proceso de recuperación, mientras que enfrentarse a
ellos con demasiada precipitación conduce a revivir
el trauma de manera
infructuosa
y dañina. Las decisiones sobre los pasos a dar requieren una
atención meticulosa
y una
constal'1te rev1sión con un consenso entre tera­
peuta
y paciente. Hay hueco para un honesto desacuerdo entre paciente
y terapeuta en estos
asuntos, y las diferencias de opinión deberían ser ex­
presadas libremente y resueltas antes de proceder con el trabajo de re·
construcción.
Los síntomas mtrusivos de la paciente deberían ser monitorizados
cuidadosamente para que
el trabajo de destapar los recuerdos se lleve a
cabo dentro de
límites soportables. Si los sintomas empeoran de manera
; s. Freuo.. «Remembering, RepeatL.ig, anO. Working-Though (Fur--w,"er Recommeudations OE
che T echnique of Psicno-fu,ruysis, Ih [1914J), en Standard Edition} voL 12, erad, J. Stracney, Ho­
gan Press, Londres, 1958, págs. 145-156, Este inÍoITD,e t8..\l1bién contiene la priJ."T.tera mención del
concepto repericióI1.compulsión, que Freud elaboró más tarde en su «Beyonc the Pleasure Prin­
cipIe».
RECUERDO', LUTO 2/)
dramática duriliÁte
la exploración activa del trauma. se debería conside­
rar como una señal de que hay que ir más lento y reconducir el curso de
la terapia. La paciente debe ser consciente de que, dura..'1te ese proceso,
quizá no sea capaz de fUl1cionar al máximo de su capacidad, o lrlcluso a
su nivel normaL Reconstruir el trauma es una labor ambiciosa que re­
quiere cierta relajación de las exigencias normales de la vida, alguna «to­
lerancia para el estado de enfermedad». Con mucha frecuencia, el traba­
jo de desenterrar los recuerdos puede proceder dentro del marco social
normal de la vida de la paciente.
De vez en cuando, las exigencias del
trabajo terapéutico
pueden requerir
liTl entorno protector C0ffiO una es­
tancia planificada en el hospital. El trabajo activo de destapar recuerdos
no debería emprenderse en momentos en los que
es posible que ciertas
crisis vitales llamen
la atención de la paciente, o cuando tienen prioridad
otros objetivos importantes.
RECONSTRCIR LA HISTORIA
La reconstrucción de la historia del trauma comienza con una revi­
sión
de la vida de la paciente antes del suceso, y de las circunstancias
que lo precedieron. Yael Danieli habla de la importaIlCia de reclamar
la
anterior historia de la paciente para
«recrear el torrente» de su vida
y recuperar un sentido de continuidad con el pasado". Se debería ani·
mar a la paciente a hablar de sus relaciones iInportantes, de sus ideales
y sueños, y de sus luchas y conflictos internos anteriores al aconteci­
miento.
Esta exploración proporciona un contexto en el que se puede
entender el significado especial del trauma. El siguiente paso es
re·
construir el acontecimiento traumático como un recuento de datos. De
los Íragmentados componentes de una imaginería y una sensación con­
geladas,
paciente y terapeuta reconstruyen lentamente un relato
orga·
nizado, detallado y verbal, situado en el tiempo y en el contexto histó'
rico. La narrativa incluye no solo el propio acontecimiento, sino
~ Y. Danieli. «lrea',-I1g Sur-"'ivors and Children of Survlvors oE che :\"azi Holoc2'JsD>. e"
Post-Traumatie Therapy, F. Ochberg (ed.), págs. 278-294; cit. en pág. 286.

2i4
l:ambién la respuesta de la paciente a él y a las personas más imponan­
[es de su ,~da. A la pacieme le resultará cada vez más difícil utilizar las
palabras a medida que la narrativa se acerca a los momentOS más inso­
ponables de su historia traumática,
y, en ocasiones, la paciente puede
recurrir espontáneamente a
otrOS métodos de comunicación no verba­
les como los dibujos.
Dada la naturaleza
visual «icónica» de los recuer­
dos uaumáticos, crear dibujos puede representar la primera aproxima­
ción más efectiva a eStas «imágenes imborrables». La narrativa
completa debe incluir una descripción vívida y completa de la imagi­
nería traumática. Jessica \'\701fe describe su forma de emprender la
narraüva del trauma con los veteranos de guerra: «Les hacemos desen­
redarlo todo en gra..TJ. detalle, como si estuvieran viendo una película, y
con tOdos los sentidos en ello. Les preguntanlOS qué están viendo, qué
están escuchando, qué están oliendo, qué eSlán sintiendo y qué estlli¡
pensando». Terence Keane destaca la importa.ncia de las sensaciones
físicas
al reconstruir un recuerdo completo:
«Si no preguntas específi­
camente sobre los olores, el corazón acelerado, la tensión muscular, la
debilidad de sus piernas, evitarán pasar por tOdo eso
porque les resulta
aborrecible» 5.
Gna narrativa que no incluya la imaginería traumática y las sensa­
ciones físicas
es inútil e
incompleta'. El objetivo final, no obstante, es
poner la historia, incluyendo la imaginería, en palabras. Los primeros
intentos de la paciente para desarrollar
un lenguaje narrativo pueden
estar parcialmente disociados. Puede escribir su histOria en un estado
alterado de conciencia
y luego negarla. Puede tirarla, esconderla u ol­
vidar que la ha esctito.
O puede dársela a la terapeuta pidiendo que la
lea fuera de la sesión de terapia. La terapeuta
debe tener cuidado de
no desarrollar un
«canal secundario» y apartado de comunicación, y
recordar a la paciente que su objetivo común es llevar la histOria a esa
habitación, donde se puede contar y escuchar.
Deben leer juntas la
co~
municaCÍón escrita.
~ Emrev"¡s¡:a a J. Walfe y T. Kea..r:!e, enero de 199 L
~ L. )..lcCa.:."W y L Pearba.r¡, Psycbologica! Trauma and the Adult 5urvir..'Or: Theory, TherapYI
and Transformation, Brurulerí:\lazel, ::\iueva York, 1990.
RECuERDO 'r.' LUTO 275
Recitar los hechos sin las emociones que los acompañan es un ejer­
cicio estéril que no üene efecto terapéutico. Como señalaron Breuer y
Freud hace un síglo,[«el recuerdo sin emoción casi nunca produce un
resulcado» J Por lo tanto, en cada momento de la narrativa, la paciente
debe reconstruir no solo lo que ocurrió, sino
ta..mbién lo que
sinúó. La
descripción de los estados emocionales
debe ser dolorosamente deta­
llada, al igual que la descripción
de los hechos.
Cuando la paciente ex­
plora sus sentimientos se
puede alterar o encerrarse en sí misma
por­
que no está describiendo simplemente lo que ocurrió en el pasado.
SL"'10 que está reviviendo esos sentimientos en el presente. La terapeuta
debe ayudar a la pacieme a moverse hacia delante
y hacia atrás en el
tiempo,
de su anclamiento protegido en e! presente a la inmersión en
el pasado, para que pueda reexperimentar los sentimientos en toda su
LrlIensidad y, al mismo-tiempo) aferrarse a la sensación de conexión se­
gura que quedó destrozada en el momemo traumático s
Reconsuuir la hisIoria del trauma también incluye una revisión sis­
temática del significado del acontecimiemo, tanto para la paciente
como para las personas más imponantes de su ,~da. El acontecimiento
traumático reta a una persona normal a convertirse en un teólogo, un
filósofo
y un jurista. La superviviente se ve obligada a articular los va­
lores y creencias que una vez tuvo
y que quedaron destruidos por
el
trauma. Está muda ante e! vacío de! mal, sintiendo la insuficiencia de
cualquier sistema de explicación conocido. Las supervivientes de atro­
cidades, cualesquiera que sean su
edad y su cultura, llegan a un puma
en su ¡estimonio en e! que tOdas las preguntas quedan reducidas a una,
pronunciada más
con asombro que con ira: ¿Por qué? La respuesta su­
pera el entendimiento humano.
Después
de esta pregunta inescrutable, la superviviente se enfren­
ta a otra pregunta igual
de incomprensible: ¿Por qué yo? La cualidad
arbitraria
de su destino reta la fe humana básica en un orden mundial
; J. Breuc:r y s. Freud, <órudies on Hysrena», L1893-1895J, en Standard Edition, vol. 2, [rad.
]. Strachey, HogarL.t:t Press, Londres, 1955, pág. 6.
~ Esta orientación simultáneamente presente y pasada está bien descrita en V. Rozynko y
H. E. Dondershine, «Trauma Focus Group Therapy tar Viemam VeIera...,s 1.ViL.~ PTSD», Psychot­
herapy 28: 157·161 (1991).

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276
íusto o incluso predecible. Para llegar a un em:endimiento total de la
historia del trauma, la superviviente debe examinar las cuestiones mo­
rales de culpa y responsabilidad, y reconstruir
un sistema de creencias
que tenga sentido con su sufrimiento inmerecido. Finalmente, la su­
perviviente no
puede reconstruir un sentido de significado solo
me­
diante el ejercicio del pensamiento. El remedio para la injusticia tamo
bién requiere acción. La superviviente debe decidir qué hacer.
Cuando la superviviente intenta resolver estas preguntas suele en­
Erar en contlicto con personas importantes en su vida. Hay una ruptura
en su sensación de pertenecer a un siSlema de creencias compartidas y,
por consiguiente, se enfrenta a una labor doble: no solo debe recons­
truir sus «destrozados supuestos» sobre significado) orden y justicia en
el mundo. sino que también debe encontrar una manera de resolver
sus diferencias con aquellos cuyas creencias
ya no puede compartir
9.
0;0 solo debe recuperar el sentido de su propia valía, sino que también
debe estar preparada para defenderla cuarldo se enfrente a los juicios
críticos de otros.
La acritud moral de la terapeuta tiene, por lo tanto, una enorme
importancia.
No es suficiente que la terapeuta sea
«neutral» o «no juz­
gue». La paciente reta a la terapeuta a compartir sus propias luchas
con estas irlmensas cuestiones filosóficas. El
papel de la terapeuta no
solo es proporcionar respuestas ya elaboradas, algo que, de cualquier
manera, sería imposible, sino
que debe también situarse en una posi·
ción de solidaridad moral con la superviviente.
A lo largo de la exploración
de la bistoria del trauma, a la
terapeu·
ta se le exige que cree un contexto que sea a la vez cognitivo, emocio­
nal y moral.
La terapeuta normaliza las respuestas de la paciente,
facili·
ta que ponga nombres y use el lenguaje, y comparte la carga emocional
del trauma. También contribuye a la construcción
de una nueva inter­
pretación de la experiencia traumática
que reafirma la dignidad y el va·
lar de la superviviente. Cuarldo se pregunta a las supervivientes qué
consejo darían a las terapeutas, lo más frecuente es que citen la impor-
? El térrn.ic-lO es de R. Jarmrr-BulIIla.."1, «The A,ct:errnaG.1 of Vict:ic-ruzatlon: Rebuikling Shattered As­
sumptions». en Trauma and lts "Wake, C. Figley (ed.), Brur..ner/iVlazel, Nueva York 1985. pág. 135.
BECCERDO y LCTO r-
~I i
tancia de su papel de "-alidación. Una superv-iviente de incesto aconseja
a las terapeutas: «Seguid animando a la gente a que hable, aunque sea
muy doloroso hacerlo. Se necesita mucho tiempo para creer. Cuanto
más hablo de ello, más confianza tengo en que ocurrió, y más puedo in­
tegrarlo. La reafirmación constante es muy ilnportante. Cualquier cosa
que iInpida
que sienta que una vez fui una terrible niña
aislada» 1;J,
CUB-fldo escucha, la terapeuta debe recordarse constantemente que
na puede hacer ninguna asunción a la paciente sobre los hechos o los
significados del traurna. Si no hace las preguntas adecuadas corre ei pel;o
gro de L!1pOner en la historia de la paciente sus propios sentimientos y
sus propías interpretaciones. Lo que a la terapeuta le parece un detalle
menor, a la paciente
le puede parecer el aspecto más irnportante de
su
historia. Y un aspecto de la historia que resulta iIltolerable a la terapeuta
puede parecerle de menor ímportaIlCia a la paciente. Clarificar estos
puntos de vista discrepantes puede ayudar al entendí111iento mutuo de la
historia del trauma. El caso de Stephanie¡ una universitaria de dieciocho
años que fue violada por varios chicos en la fiesta de una fraternidad, de·
muestra lo importante que es clarificar cada detalle de la historia:
La primera vez que S::ephanie comó su historia, su terapeuta se quedó
hOEorízada por la brutalidad de la violación, que había durado más de dos ho­
ras. Sin embargo, para StephaIlie lo peor había ocurrido tras terminar la viaL::.·
ción, CUfu"1GO los violadores la obligaron a decir que era «el mejor sexo que ha·
bía tenido jarr:ás». Había obedecido automáúcameme. Luego se sintió
avergonzada y asqueada de sí misma.
La terapeuta llamó a eso violación mer.:.tal. Explicó la respuesta embotada
hacia el terror y preguntó si Stephanie habLa sido consciente de sentir miedo.
Entonces Stephanie recordó sás de la historia: los violadores la amenazaror,
con «tener que volver a darle más de lo mismo» si no decía que estaba «com·
pletamenre satisfecha». Con esta información adicional llegó a interpretar su
complacencia como una estrategia que le permitió escapar y no como una for­
ma de sUInisión.
Tanto la paciente como la terapeuta deben llegar a tolerar cieno
grado de incertidumbre, iIlCluso en lo que se refiere a los hechos bási·
lG Entrevista a Karen. 1986.
~" .. '>.' ... ".' ....•.• r ................... .
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""1

278
cos de la hiswria. A medida que se van recuperando las piezas perdi­
das) la historia puede cambiar a lo largo de la reconstrucción. ESIO es
particularmente cieno cuando la paciente ha tenido imponanIes lagu­
nas de memoria. Miemras exploran los recuerdos a un rirmo razona­
ble, tamo la pacieme como la rerapeuta deben aceptar el hecho de que
no tienen un conocimiento absoluto y deben aprender a 'illvir con la
ambigüedad.
Para resolver sus propias dudas o sentimientos contlictivos la pa­
ciente puede Ll"1Ientar, en ocasIones, alcanzar una resolución premmura
de los hechos de la hisIOria. Puede insistir en que la terapeuta dé por
buena una versión parcial e incompleIa de los acomecimiemos sin ex­
plorar más lejos, o puede presionar para que se realice una búsqueda
más agresiva de recuerdos adicionales antes de haberse enfrentado al
impactO emocional de los hechos que
ya conoce. El caso de
Paul, lL"l
hombre de veintiués años con un hiswrial de abusos infantiles, nos
muestra la respuesta
de una
terapeuta a la prematura exigencia de cer­
Leza del pacieme:
Después de desvelar gradualmeme que había esrado metido en una orgfu"1i­
zación de sexo pedófilo, de repeme Paul anunció que se había Ll1vemado (Oda
la historia. Amenazó con dejar la terapia inmediatamente a menos que la tera­
pema admitiera que creía que Paul habia estado mimiendo IOdo el tiempo.
Hasta ese momemo, claro está, había querido que la terapeuta creyera que ha­
bía estado diciendo la verdad. La terapeura reconoóó que se semía con.fundida
por el giro de los acomecÍ...rnientos. Argumentó: « Yo no estaba allí cuando eras
niño, así que no
puedo
pretender que sé lo que ocurrió. Lo qUe sí sé es que eS
i..rnportame que comprendamos roda tu hiswria, y wdavía no lo hacemos. Creo
que deberíamos [ener la meme abierta hasta que la comprendamos». Paul
aceptó eSIe compromiso a rega...i1adientes. A lo largo del siguiente año de tera­
pia quedó demostrado que su reuaGación había sido un. últi_TIlo intemo para
mamenerse leal a sus abusadores.
También las terapeutas caen en ocasiones en la trampa de desear
certezas. Una convicción fervorosa puede sustituir fácilmente a una ac­
tirud abierta e inquisitoria. En el pasado, este deseo de certezas llevó a
los terapeutas a minimizar las experiencias traumáticas de sus pacien­
tes. Aunque esta
puede ser la clase de error más frecueme entre los
te-
RECCERDO '( LUTO 279
rapeutas, el recieme redescubrimiemo del trauma psicológico ha lleva­
do a errores del tipo opuesto. Se sabe de terapeutas que han dicho a
sus paciem:es, basándose solo en
una hisloria
sug'esIÍva o «perfil de sín­
tomas», que han tenído claramente una experiencia traumática. Algu­
nos terapeutas parecen incluso especializarse
en
«diagnosticar» un tipo
determinado de acontecimiento traumático, como el abuso ritual.
Cualquier expresión de duda puede rechazarse como «negaóóm>. En
algunos casos, a pacientes con síntomas leves y no específicos se les ha
dicho, [fas una úrüca sesión, que sin duda han sido víctimas de un cul­
tO satánico. La terapeuta debe recordar que no es una investigadora de
hechos y que la reconstrucción
de la historia del trauma no es una
in­
vestigación criminal. Su papel es ser un testigo compasivo y con lLTla
mente abierta, no un detective.
Como resulta tan difícil enfremarse a la verdad, a menudo las
supervivientes vacilan en reconstruir sus historias.
La negación de la
realidad les hace sentirse enajenadas, pero la aceptación de toda ella
parece
superar lo que puede soportar cualquier ser humano. La
ambi­
valencia de la supervivieme a decir la verdad también queda reflejada
en los conflictivos planteamientos
de la historia traumática. En
ocasio­
nes, J anet, en su trabajo con pacientes histéricas, intentó borrar los re­
cuerdos traumáticos o incluso alterar su contenido con la ayuda de
l:üpnosis Ll. De la misma manera, los ptimeros tratamientos de los vete­
ranos de combate intentaban principalmente librarles de los recuerdos
tralL."'11áticos. Esta· imagen de catarsis, ° exorcismo, también es una fan~
tasía implícita en muchas personas traumatizadas que buscan trata­
mIentO,
Es comprensible que tanto paciente como terapeuta deseen una
transfonmación mágica, una purga de! mal del trauma [2 No obstante,
la psicoterapia
no se libra del trauma. El propósitO de recordar la
his­
totia de! trauma es la integración, no el exorcismo. En e! proceso de
O. van der Han:, P. Bro\lJ'TI y B. van dcr KoLl(, «PicrreJanet's Trea:r:ment oEPosr"Tralli""TIatic
Stress»,
Jouma! oí
Traumatic Stress 2: 379-3% (1989).
:2 S. Hill y J. M. GOOdv,.ifl., Freud's Notes on a Seventeenth Century Case oíDemonic POHes­
sion. Understanding !he Uses oí Exorcism (ms. [la publicado, Deparrarnenro de Psiquiacria, Cole­
gio Médico de Wi.sconsin, ?vIilW<luKee, 1991).

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280
reconstrucción la historia del trauma sufre una transformación, pero
solo en el sentido de que se hace más presente y más real. La premisa
fundamental del trabajo
de psicoterapia es la creencia en e! poder de
restauración
de la verdad.
IV contarla, la historia del tfauma se convierte en un testimonio.
Inger Agger
y Soren ]ensen, en su trabajo con los refugiados
supervi­
\'ientes de la persecución política, señalan la universalidad de! testimo­
nio como ritual de curación. El tesúmonio tiene una dimensión priva­
da, que
es confesional y espiritual, y también un aspecto público) que
es político y judicial. El uso de la palabra testimonio une ambos
signifi­
cados, dando una nueva y mayor dimensión a la experiencia individual
de
la paciente
". Richard Mollica describe la histOria del trauma trans­
formada como una «nueva historia» que «ya no trata de vergüenza y
humillación», sino «de dignidad y virtud». A través de la narración de
su historia, sus paCienteS refugiados «recuperan el mundo que han
perdido» 1'.
TRANSFORMANDO EL RECUERDO TRAUMÁTICO
Las técnicas terapéuticas para tra11sformar la historia del trauma se
han desarrollado independientemente para muchas poblaciones dife­
rentes de personas traumatizadas. Dos récnicas muy evolucionadas son
el uso de «exposición directa» o «inundación», en el tratamiento de
veteranos
de guerra, y e! uso de
«testimonio» formalizado, en el caso
de! tratamiento de supervivientes de tortura.
La técnica de irlUndación es parte de un programa
h"1tensivo de­
sarrollado dentro de la Adn1inistración de Vetera¡10S y ha sido ideada
para tratar el síndrome de estrés postraumático. Es una terapia con­
ductista diseñada para superar e! terror del acontecimiento traumático
exponiendo al paciente a revivirlo de forma controlada. Como prepa-
I. Agger y S. B. ]ensen. «Testimony as Ritual an¿ Evi¿ence ó Psycnotherapy ror Political
Refugees»,
IoumaL
olTraumatic Stress 3: 115-130 (1990).
l~ R. Mollica, ab. cit., cít. en pág. 312.
RECl"ERDO y LeTO 281
ración para las sesiones de inundación, al paciente se le enseña cómo
manejar la ansiedad utilizando técnicas de relajación y visualizando
imágenes
que le calman. Entonces
el paciente y el terapeuta preparan
cuidadosamente un «guión» escriIo, describiendo el acontecimiento
traumático en detalle.
Este guión incluye los cuatro elementos de
con­
texto, hecho, emoción y significado. De existir varios acom:ecimientos
traumáticos, se desarrollaría
un guión separado para cada uno de ellos. Cuando se completan los guiones, el paciente elige la secuencia de su
presentación en las §..esiones de inundación, progresando del más fácil
al más complicado.iEn una sesión de inundación, el paciente narra Uil
guión en voz alta al ~~rapeuta, en el tiempo presente, mientras que este
le anima a expresar sus sentimientos tanto como le sea posible. Este
tratamiento se repite semanal,mente
durante una media de entre doce
y
catorce sesiones. La mayoría de pacientes siguen el tratamiento como
pacientes externos,
pero algunos necesitan hospitalización debido a la
gravedad de sus síntomas durante el tratamiento:
5
.
Esta técnica comparte muchas características con el método de
testiI11.onio para tratar supenlivientes de tortura
política. El método del
testimonio fue
elaborado por primera vez por dos psicólogos chilenos
que publicaron sus descubrimientos bajo seudónimo para proteger su
propia seguridad. El objetivo principal del tratamiento es crear
un re­
gistro detallado y extenso de las experiencias traumáticas del paciente.
'iJ2rimero se graban las sesiones de terapia y se prepara una transcrip­
ción verbal de la narración
de la víctima. Luego paciente y terapeuta
revisan
e! documento. Durante la revisión, el paciente puede reunir los
recuerdos fragmentados para crear un testimonio coherente.
«Paradó­
jicamente -observan los psicólogos-, el testimonio es la misma con­
fesión que buscaban los torturadores [ ... ] pero, a través de! testimonio,
la confesión se convierte en una denuncia más que en una traición»j
En Dinamarca, Agger y J ensen refinaron aún más esta técnica. En su
método el testimonio escrito final se lee en voz alta y la terapia conciu-
é5 1. i\i. Kear:e, J. A. Fairbar:k J. :vL Caddeli y otros. «L-nplasive (Floodin.g) The:-apy Redu­
ces Syrr,ptoms oE PTSD ¡TI Vietnam Combat Vetera.r.'-s». Behl11;ior Ther'.lp:i 20: 245-260 {1989',
:6 A. J. CienfL!egos y C. J'vIonelli, «The Testimony oi Poutical Re;nession as a Therapeutic
Instrumem», American ¡oumaL 0IOrthopsyc.6iatT,/ 53: 43-51 (1983), cir. en pág. 50.

282
ye con lL.'1 «ritual de enuega» fOrInal en el que el paciente firrr1a el do­
cumento como demandante y el terapeUl:a como tesrigo. Se necesita
una media de doce a veinte sesiones semanales
para completar un
testi­
monio» "-
Los componentes sociales y políticos del método de tratamiento
del resIimonio son mucho más exolícitos v desarrollados que en la más
.:. -' t
hmitada inundación conductisIa. Esto no debería resúlmr sorprenden-
ce, ya que el método de! resIimonio ha sido desartollado dentro de or­
ganizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos, mientras
que
el método de inundación lo fue
dentro de una insIÍmción del Go­
bierno de ESlados U nidos. Lo que sí es sorprendente es el grado de
congruencia entre esras récnicas. Ambos modelos exigen la colabora­
ción activa de paciente y terapeuta para consrruir illla detallada narración
escrita
del
trau..rna. f\mbos [[atan esta narrativa con formalidad y so­
lemnidad) y ambos usan la eStruCIura de la narrativa para ílllpulsar que
se reviva intensamente la experiencia denrro del contexto de una rela­
ción segura.
Los efe eros terapéuricos rambién son parecidos. Informarldo sobre
treinta
y nueve casos tratados) los psicólogos chilenos observaron un
alivio considerable de los síntomas posrraumáticos en la mayoría de los
supervivientes de tortura o de ejecuciones falsas.
Su mérodo era espe­
cialmente efectivo para los efecros posteriores del terror. No ofrecía
mucho consuelo a pacientes como los familiares
de las personas
«des a -
parecidas» que sufrían de un dolor sin resolver pero no un desorden
de estrés posrraumáIÍco 18
El resultado del traramiento de inundación con los vereranos de
guerra proporciona pruebas aún más daras de la eficacia de esta técni­
ca. Los pacientes qUe completaron el traramiento informaron de dra­
máIÍcas reducciones en los síntomas intrusivos y de hiperactividad del
desorden de estrés postraurnático. Tenían
menos pesadillas
yflash­
backs y experimentaban una mejoría general en la ansiedad, la depre­
sión, los problemas de concentración y los síntomas psicosomáricos.
I. _-1.gger y S. B. Jensen, ob. crI.
:g A. J. Cie..'1.i.'Uegos y C. MoneUi, ob. cir.
RECUERDO Y LUTO 283
Seis meses después del rratamiento, los pacientes informaban de que
perduraba la mejoría en sus síntomas intrusivos y de hiperacrivación.
Los efeGos del tratarl1ientü de inundación eran específicos para cada
acontecimiento traumático. Desensibilizar
un recuerdo no significaba
causar
el mismo efecto en los demás; cada uno debía ser
mendido de
forma separada, y todos debían ser tratados para
obtener el mayor
ali-
1,710 de los síntomas como fuera posible ~9,
Por lo tanto, parece que la «acción de conIar una historia» en la se­
guridad
de una relación protegida puede
realmente producir un cam­
bio en el procesamiento anormal de la memoria traumática. Con esra
transformación
de la memoria llega el
alivio de muchos de los princi­
pales síntomas del desorden de estrés posuaumático, Aparentemente,
mediante el uso
de las palabras se puede invertir la
jzsioneuroris indu­
cida por el terror 20,
Sin embargo, estas (écnicas terapéuticas intensivas tienen limita­
ciones.
Aunque después de la inundación parecen mejorar los
sínto­
mas i.rnrusivos y de hiperactivación, los sÍDIomas constrictivos de em­
bOI:amiento y de retraimienIo social no mejoran necesariamente, así
como tampoco lo hacen los problemas conyugales, sociales y laborales.
Reconstruir el rrauma
por sí solo no rrata las dimensiones sociales y
re­
lacionales de la experiencia uaumática. Es una parte necesaria del pro­
ceso de recuperación: pero no es suficiente,
A menos que también se erare el aspecto relacional del rrauma,
puede permanecer fuera de nuestro alcance Lnduso e! limitado objeIÍvo
de aliviar los síntomas inrrusivos. La paciente puede mostrarse reIÍcente
a que desaparezcan síntomas como las pesadillas y los ¡7ashbaás por­
que ha..n adquirido un significado imporranre. Los síntomas pueden ser
una forma simbólica de mantener la fe con una persona que se ha per­
dido, un sustiruro dellmo o una expresión de una culpa SL'1 resolver.
11 T. Keane, preseIl.tación en la Conferencia sobre Trauma Psicológico, Harvarci Medical
5choo1,
Boswn (Massacnuser;:s),
junio 1991-
20 El trabajo de Ke<h1.e ha sido con.hrrns'do reciemerneme en programas de rraran:üenm simi­
lar para los ve~eranos de guerra. Véase P. A. Boude;. .... ns, L. Hyer, 0.L Woods y orros, «PTSD
,,-\.rnorrg Vi.emam Vererans: ~1. Early Look aI Trear.,'nem Omcome Using Direct Therapeutic Ex·
posure», Journal ofTraumatic Stress 3: 359·368 (1990),

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284
En ausencia de lL.'l.a forma sociallTIente significativa de testirnonio, mu­
chas personas traumatizadas deciden conservar sus síntomas. En pala­
bras del poeta de la guerra \7ilfred O\Ven: «Confieso que l!evo conmigo
los pocos sueños de guerra que tengo ahora, únicamente por querer
considerar la guerra en una noche. Tengo el deber de aGuar para la
Guerra» 2l.
Reunir la historia del trauma es un objetivo más complicado en el
caso de los supenlivientes de un abuso prolongado y repetido. Las téc­
nicas que son eficientes
para tratar acontecimientos
traumáricos cir­
cunscritos
pueden no valer para el abuso crónico, especialmente en su­
pervIvientes que tienen lagunas de memoria. El tiempo que ,se necesita
para reconstruir una historia completa normalmente es superior a las
12-20 sesiones_ La paciente puede sentirse tentada a recurrir a todo
tipo de tratamientos
poderosos~ tanto convencionales como no con­
vencionales, para acelerar el proceso. Maratones de grupo O programas
organizados atraen con frecuencia a las supervivientes Con la promesa
poco realista de que un tratamiento «relámpago» las curará. Los pro­
gramas que
promueven el rápido desenterramiento de los recuerdos
traumáticos
S111 proporcionar un contexto adecuado para la integra­
ción son terapéuticamente irresponsables
y potencialmente peligrosos)
porque dejaIl a la paciente sin recursos para manejar los recuerdos que
ha destapado.
Lo cierto es que romper las barreras de la amnesia no es la parte
más difícil de la reconstrucción, ya que cualquier técnica puede fun­
cionar. La parte más dura de esta labor es enfrentarse cara a cara con
los horrores que están al otro lado de la barrera de la amnesia e inte­
grar estas experiencias en una narrativa vital totalmente desarrollada.
Este proceso
lento, doloroso y a menudo frustrante se parece a hacer
un difícil puzle fotográfico. Primero se juntan los bordes, y luego cada
nueva pieza de información debe ser examinada desde diferentes án­
gulos para ver cómo encaja en el todo. Hace cien años Freud utilizó
esta misma imagen
de un puzle para describir el descubrimiento de un
W. Owe..'1, carta a su madre. febrero de 1918: t8J.-nbién citado por P. Fussell, The Great
1Yar aná ,'vIodem Memory, Oxford Universiey Press, Londres, 1975. pág. 327.
RECL'ERDO ,{ l. UTO
285
trauma sexual temprano 22, La recompensa a la paciencia es un mo­
mento ocasional de descubriIniento en el que varias píezas encajan de
repente y queda clara una nueva parte de la fotografía,
La técnica más sencilla para la recuperación de nuevos recuerdos es
la cuidadosa exploración de los que la paciente ya tiene. La mayoría del
tiempo, este platlte8.J.-niento sencillo y de a pie suele ser suficiente. A me­
dida que la paciente reexperimenta el impacto emocionai de los hechos
que ya conoce, v~TJ. surgiendo espontánelli-nente nuevos recuerdos, como
en
el caso de Denise,
UI1a superviviente de LT1cesto de treit"lta y dos años:
Denise empezó el tratamÍemo atormentada por la duda de habe sido abu.
sad;;:. por su pad.oe, T enra una fuerte «sensación corporal» de que ese era (;1
caso pero afirmaba no tener ningún recuerdo claro. Creía que la hipnosis seria
nece~aria para recuperar los recuerdos. El [erapeUIa pidió a Denise que descri­
biera su relación actu;;:.l con su padre:. De hecho, DenÍse temía una próxirrw
reunión familiar porque sabía que su padre se emborracharía, sometería a to­
dos los de la fies"Ca a sus sarcásticos comentarios y :acarla a todas las mujeres.
Semi;;:. que no podía quejarse, ya que toda la I8.i.'1J.ilia pensaba que el comporta.
miento de su padre era divertido e i..rlOfensivo.
Al prlr::cipío, Denise quitó h'llportancia a esa i..i1formación. Eila buscaba
algo mucho más Gramático, algo que su Eac""TIilia se wmara en serio. El terapeut2
preguntó a Denise qué sentía cuando su padre la tocaba en público. Denise
descibtó sensaciones de desagrado, humillación e indeÍensíón. Esto le recordó
la «sensación corporal» de la que había hablado al principio de la terapia. A
medida que exploraba sus sentimientos en el presente empezó a recordar mu­
chos momentos de su in.Íancia en los que había buscado protecciór:. contra su
padre, y se había encomIado con que sus quejas eran rídiculizadas y rechaza­
das, Evemualmeme recuperó recuerdos de su padre metiéndose en su C8.i.""TI2..
por la noche.
La experiencia presente y diaria de la paciente suele estar llena de
pistas
que conducen a recuerdos pasados que han quedado disociados.
El acatamiento de las festividades y de las ocasiones especiales a menu­
do proporciona una puerra de entrada a pasadas asociaciones. Además
de seguir las pistas
de la
vida diaria, la paciente puede explorar el pasa-
22 S. Freua, «The Aeriology of Hys;:eria» [1896J, en Standard Edition, vol. 3, trad.]. S,ra.
chey. Hogaru.l:l Press, Londres. 1962, págs, 191-221; ci"c. en pág. 205.

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286
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viendo forografías, elaborando un árbol genealógico o visitando el
lugar de las experiencias infantiles. Los slm:omas posuaurnáricos como
los ;Zashbac/es o las pesadillas rambién son valiosas rutas de acceso a la
memoria. Sharon Simone describe cómo un ¡7ashback detonado por el
acto sexual le dio una pisIa que conducía a su olvidada historia de abu­
sos en la infa..ncia: «Estaba teniendo sexo con mi marido y, en ese mo­
menro, volví a un lugar en el que me sentía como si tuviera tres años.
Estaba muy triste,
y él estaba haciendo el sexo y recuerdo
mjrar la ha­
bitación y pensar: "Emily (que es mi terapeuta)) por favor, veD y sáca­
me de debajo de este hombre. Sabía que 'ese hombre' no era mi mari­
do, pero aún no dije 'papá'''»2J.
En la mayoría de los casos, se puede construir una narrativa ade­
cuada sirl que haga falra recurrir a la inducción formal o a los estados
de conciencia alterados, pero de vez en cuando, a pesar de haberse
realizado lUla minuciosa exploración, siguen existiendo hllportantes la­
gU.11as de amnesia. En estas ocasiones se recomíenda el uso sen sara de
cécnicas poderosas como la hipnosis. No obstante, la resolución de los
recuerdos traumáticos a través de la hipnosis exige un
altO nivel de
ha­
bilidad ". Cada paso en esta labor de destapar los recuerdos debe estar
precedida de una cuidadosa preparación
y seguida por un período
adecuado de integración. Primeramente, la paciente aptende a utilizar
el trance para calmarse y relajarse, y luego, después de mucha prepara­
ción, planificación
y práctica, pasa a la labor de desenterrar los
re­
cuerdos. Shirley Moore, enfermera psiquiátrica e hipnoterapema, des­
cribe cómo miliza
la hipnosis en personas
traumaTizadas:
Podemos utilizar una récnlca de regresión como sos;:ener un lazo o una
cuerda que va hasta el pasado. N.o puedes usar las cuerdas con algunos su­
perviviences. Tienes que cambiar el idioma para un mamón de técnicas es­
tándar. Otra técnica que funciona bien para una multitud de personas es
imaginar que esdn ,tiendo un televisor ponáüL Cuando la utilizamos nos
acosmmbramos a tener un «ca,.'l.al» seguro, y ese es siempre el que smwniza­
mos primero. El canal de trabajo es un canal de vídeo. Tiene una CIma que
23 EmrevisIa a S. Sirnone. 1991.
"" D. Brov,'!l y E. Fromm, Hypr..otherapy ar..d Hypnoanaiysú, Lawrence Erlballi"7l, Hillsdale
C'iuevaJersey),1986.
RECUERDO
Y LUTO 287
simboliza la experiencia traumátÍca y podemos uülizarla en cámara lema, o
podemos acele:::arla y darle la vueha. También saben cómo milizar el control
del volumen para modular la imensidad de sus semirrúemos. A algunas per­
sonas sL.'11plememe les gusta soñar. Se colocan en el lugar proyectado y tie­
D.en un sueño sobre el uauma. Todas eSIaS son :écnicas de proyección hip­
nónca.
Luego sugiero que la cinra del sueÍÍ.o nos va a decir algo sobre el trauma. Yo
lo explico y emonces ellos empiezan a contármelo. Observo con cuidado los
caI!!.bios de expresión racial, los movi.i.-nÍemos del cuerpo. Si va a surgir Uf'. re­
cuerdo, lo hace en eSIe momento. T rabajalllos con lo que surja. /ugunas veces,
cUfu"'1do es la L'11agen de un niño muy pequeño que está siendo abusado, com­
pruebo si esIá bien que continuemos. La gente en trance puede ser conscieme de
que está dividida; está la parte adulta que observa y la parte del niño que lo está
vÍ"v-iendo. Es intenso, no hay duda de eso, pero la idea es que sea soponable.
La geme sale del [ranCe muy afectada, pero también con cierra distancia.
Gran parte de la emoción es rrisIeza, y semirse asqueado y sorprendido por b
bmIalídad. Con rrecuencia, al salir del trance, empiezan a hacer conexiones
por su cuenta. Les dfu"TIOS consejos para ayudarles a hacerlo: recordarán solo lo
que es-¡:án preparados para :.-ecordar; tendrán pensamientos, i.rnágenes, semi­
miemos y sueños que les ayudarán a comprenderlo mejor con el úempo; serán
capaces de hablar de ello en la terapia. Es bastac.-ue increíble cuando lo estás
presencia.'1do. Son momentos en los que úenes que estar muy segura de que
eso realmente aYllda. Pero la gente sí se sÍeme mejor despu¿s de haber recupe­
rado el recuerdo 25,
Para producir un estado de conciencia alterado en el que son más
accesibles los recuerdos Iraumáücos disociados se pueden utilizar mu­
chas técnicas aparre de la hipnosis. Estas técnicas van desde métodos
sociales, como la terapia de grupo intensiva o psicodrama, a métodos bio­
lógicos, como
e! uso de! amital sódico. En manos capacitadas, cual­
quiera de estos métodos
puede ser efectivo.
Sea cual sea la técnica, se
aplican las mismas reglas básicas:
e!locus de control permanece con la
paciente y
e!
üempo y diseño de las sesiones deben ser cuidadosamen­
te planeados para que
la técnica de descubrimiento se integre en la
ar­
quitectura de la psicoterapia.
Esta cuidadosa estructuración se aplica incluso
en e! diseño de la
ptopia sesión de recuperación. Richard
Klutt, que trabaja con pacien-
:J Enuevlsta a s, Maare, 16-XI-1990.

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288
res con desorden de personalidad múltiple, expresa esre principio
como la «regla de tercios». Si se tiene que hacer «trabajo sucio» debe­
ría empezar dentro del prL.ller tercio de la sesión; de no ser así, debería
ser pospuesto. La exploración intensa debe hacerse en el segundo ter­
cio de la sesión, mientras que el úhiIIlO tercio se reserva a que la pa­
ciente se reoriente y se calme 26,
Para las supervivientes de un trauma prolongado y repetido no resul­
ta práctico tratar cada recuerdo como una entidad separada. Sencilla­
mente, hay demasiados 111cidentes y, con frecuencia) recuerdos diferentes
se han fLlDdido en uno solo. Sirl embargo, lo normal es que haya algunos
incidentes especiaL'llente ÍLllportantes que destacllil sobre los otros. La re­
construcción de la narrativa del tfalliDa se basa en estos il1cidentes para­
digmáticos, entendiendo que un episodio representa otros muchos.
Dejar
que un incidente represente muchos otros es una técnica
efectiva para crear
un nuevo entendimiento y un nuevo significado,
pero, sin embargo,
no funciona bien para la desensibilizaCÍón
psicoló­
gica. Aunque técnicas conductistas como la inundación han resultado
ser efectivas para aliviar las intensas reacciones a los recuerdos de un
único acontecimiento traumático, la misma técnica es
mucho menos
efectiva con las experiencias traumáticas prolongadas y repetidas. Este
contraste
es aparente en una pacieme de la psiquiatra Arieh Shalev,
que acudió a su consulta después de un accidente de automóvil
porque tenía síntomas de un desorden de estrés postraumático simple.
También tenía
un historial de abusos infantiles.
Un tratamiento con­
dueLista estándar resolvió con éxito los síntomas relacionados con el
accidente. Sin embargo, el mismo planteamiento de tratamiento hizo
poco por aliviar los sentimientos de la paciente hacia los abusos de su
infancia. Para eso hizo falta
una larga psicoterapia
".
Los cambios fisiológicos sufridos por las personas crónicamente
traumatizadas son a
menudo extensos. La gente que ha sido sometida
25 R. KIu.f:, Curso de crataIniemo del desorden de pe:-sonalidad múltiple. Eneüemro _é\.Eual
de la Asociaciór: Americana de PsiquiaIría. Sa.,., Fra.,.,cisco ;CalifoDia), mayo 1989.
:7 A. Shalev. T. Gali, S. Schreiber y R. Halamisn. Le-",'els '.JI Trauma: A ,\;Iultidúnensional Ap~
proach to the Psycbotherapy 01 PTSD [rr:s. no publicado. Cemer for S[ress T raurnacic, Hospi.tal de
Haciassah.]erusalén (Israel). 1991J.
RECCERDO y LL:TO 289
a abusos repetidos durante la mfancIa puede Iener problemas para
cumplir los ciclos del sueño,
para comer o
Ll1cluso para llevar a cabo
los ciclos endocrinos, así como tener duraderos síntomas somáticos y
una percepción anormal del dolor. Por lo tanto, es posible que algunas
personas crónicamente traumatizadas sigan sufriendo cíerto grado de
alteraciones fisiológicas incluso después de haber reconstruido
la
narrativa del trauma. Estas supervivientes pueden necesÍtar prestar es­
pecial atención a sus síntomas fisiológicos. En ocasiones resulta neceo
sario un reacondicionamÍento sistemático o el uso a largo plazo de me­
dicación. Esta área de tratamiento sigue siendo casi experimental2S.
LLORAR LA PÉRDIDA TRAlJMÁ TICA
El trauma trae ill.evitablemente consigo una pérdida. Incluso aque­
llos que son tfu'1 afortunados como para escapar físicamente ilesos pier­
den las estructuras psicológicas internas de Ulla per~ona seguramente
vinculada a los demás. Los
que sufren daños físicos pierden también
su sensación de seguridad física. Y aquellos que pierden a personas
importantes se enfrentan a
un nuevo
vaCÍo en sus relaciones con ami­
gos, familia o comunidad. Las pérdidas traumáticas rompen la secuen­
cia normal de las generaciones y retan las definiciones sociales nonna­
les de desgracia y pérdida. Contar la historia del trauma sumerge
irremediablemente a la superviviente en un profundo dolor. Como
muchas de las pérdidas son invisibles o no se reconocen, los rituales
habituales de luto resultan
de poco consuelo
'9
Este acto de duelo es la labor más necesaria, y al mismo tiempo
más temida, de esta fase de recuperación. A menudo las pacientes es­
cuchan que la labor es insuperable y que, en el momento que se permi-
23 R. F. Mollica. G. \X!ysnal:.,]. Lavalle y otros. «AssessL.""1g Syrnptom Change I.c""1 Sct:theast
Asia.,., Refugee Survivors oE Mass Violence and TOEure». A..merz"can Iournal of Psychiatry. 147: 83.
88 (1990).
19 Para ili,a ruscusiór. sobre la cfu""1ámica ¿d ¡uto. véanse B. RapnaeL He Anatom;.1 o/ bereat;e.
ment, Basic Books, :\'ueva York 1984: C. .\.L Parkes. BeleaVemen¡: Studies o/ Gn"ef in Aóit L/e,
T aviswck, Londres, 1986.
d

290
can empezar a llorar, nunca dejarán de hacerlo. Danieli cita a una viuda
de seIenra y cuano años qUe sobrevivió al holocausIo nazi: «Aunque
me romara [an solo un año para llorar cada pérdida, e incluso aunque
llegara a vivir ciento siete <L.rJ.os -y llorara a Iodos los miembros de mi
familia-, ¿qué hago con el [eStO de los seis millones?» 30.
Con frecuencia la superviviente Se resiste a ponerse de luto, no
solo por miedo, sino Iambién por orgullo. Puede negarse conscien[e­
mente a llorar la pérdida como forma de negarle al perpetrador su vic­
tOria. En ese caso sería importante volver a cODlexIualizar el lULo de la
pacieme como un acto
de valemía y no de humillación.
Si la paciente
es incapaz de llorar la pérdida, se arrebatará una parte de sí misma y se
negará una parte importante de su curación. Reclamar la capacidad
para sentir coda la gama de emociones, incluida la pena, debe ser en­
[endido como un acto de resistencia y no de sumisión a la intención
del perpetrador. Tan solo llorando IOdo lo que ha perdido puede des­
cubrir la pacienre su vida interior indestrucIible. Una superví.vienre de
graves abusos Lr}fantiles describe cómo siruió esa pena por primera vez:
Cuando cenÍa qUlnce a.:~os estaba harra. Era una zorra fría y dura. Había
sobrevivido muy bien sin consuelo o afecto; me daba igual eso. Nadie podía
conseguir hacerme llorar. Si mi madre me echaba, me hacía una bola y me dor­
mía en
el malelero
o en el pasillo. Incluso cU:l¡¡do me pegaba, no había manera
de que me hiciera liorar. Nunca lloré cuando mi marido me pegaba. l'vIe ÜIaba
al suelo de un golpe, y rr..e levantaba para recibLr más. Es increible que no me
maura. He llorado más en la terapia que en [Oda mi vida. Nunca confié lo sufi­
cieme en alguien como para dejar que me viera llorar. Ni siquiera en ti, hasta
este últL.'11o par de meses. ;Ya está! ;Lo he dicho! ¡La declaración del ano! 3
Como llorar la pérdida resulta doloroso, resistirse a ello es la causa
más común de eSI3....l1camiento en la segunda fase de la recuperación.
Esra resisrencia puede usar varios dísfraces; con mucha frecuencia apa­
rece como una fantasía de resolución mágica a través de la venganza, el
perdón o la compensación.
JO Y. Darúe.1i. ob. ti.t.. pág. 282.
Encevisra a Claudia. 1972.
RECCERDO y LCTO 291
Con frecuencia la fantasía de veng3....T1Za es una imagen en el espejo
del recuerdo trau ... rnático, en la que se invierren los papeles de perpeIra­
dar y víctima. A menudo tiene la misma cualidad grotesca, congelada y
silenciosa del propio recuerdo traumático. La fanrasía de la venganza
es
una forma del deseo de
cararsis. La víctLma imagLI"1a que puede li­
brarse del terror, la vergüenza y el dolor del trauma vengándose del
perpeuador. El deseo de venganza también surge de la experiencia de
absolura indefensión.
En su furia humillada, la víCIima imagina que la
venganza es la única forma de recuperar su sensación de poder.
Tam­
bién puede llegar a imaginar que esta es la únÍca manera de obligar al
perpetrador a reconocer el daño que le ha hecho.
Aunque la persona trauma rizada cree que la venganza la all\iará,
en realidad las fanrasÍas de venganza repetidas no hacen más que in­
crementar su tormenro. Las fantasías de venganza violentas y gráficas
pueden ser ran acrivadoras, rerroríficas e inrrusivas como las imágenes
del trauma original. Agravan los sentimientos de terror de la vÍCtima y
degradan su imagen de sí misma. La hacen sentir como un monstruo.
También son muy frustrantes) ya que la venganza nunca puede com­
pensar o cambiar el dafío que se ha causado. Las personas que real­
mente realizan actos de venganza, como los veteranos
de guerra que
cometen atrocidades,
no solo no consiguen librarse de sus síntomas
posuaumátÍcos) sino que más bien parecen sufrir las alteraciones más
graves e intratables
"-
Durame el proceso de luto, la superviviente debe hacer las paces
con la imposibilidad de tomarse
la revancha. Mientras da rienda suelta
a su ira en un entorno seguro,
su furÍa indefensa se conviene
gradual­
menIe en una forma más poderosa y satÍsfactoria de ira: la iIldignación
justificada j). Esta transformación permite a la supe[\~viente liberarse
J2 R. S. Laufer, E. BreéI y ¡'vI. S. Gillops, «Sympwo Pa;:rems Associa(ec1 v,.id: Posr-Traurnatic
Stress Disorder Among Viemam Vererans Exposed tú War Traumw>, Amenázn ]ouma! 01 Psy­
chiatry 142: 1303-1311 (1985l.
); Debo esm formulación de la transformación ce ira L!1ce.rensa a indignación justificada a rr-.1
madre. 'léanse H. B. Lewis, 5hame and Guilt in ;\'eurcsis, Imernational Universities Press, Nueva
York, 1971; idem, «Shame: The "Sleeper" h""1. PsychopaIhology», en H. B. Lewis, Tbe Role 015ha­
me in 5ymptom Formation, Lawrence Erlbaum, Hillsdale C'\ueva Jersey), 1987, págs. 1·28.

292
de la prisión de la fantasía de la venganza) en la que está sola con el
perpetrador. Le ofrece una forma de recuperar la sensación de poder
sin convertirse ella misma en una criminal. Renunciar a
la fantasía de la
venganza no significa renunciar a la búsqueda de la justicia;
al contra­
rio, comienza
el proceso de unirse con otros para hacer al perpetrador
responsable de sus crímenes.
Asqueadas
por la fantasía de la venganza, algunas supervivientes
intentan dejar a un lado
el ultraje a través de una fantasía de perdón.
Esta fantasía, al igual que su opuesta,
pretende superar la ira
}, borrar
el impacto del trauma, pero en este caso mediante lli1 voluntario acto
de amor. No obstante, el trauma no se puede exorcizar ni a través del
odio ni a través del amor. Al igual que la venganza. la famasía de! per­
dón se convierte a menudo en una cruel tortura porque está fuera del
alcance de la mayoría
de seres humanos normales. La sabiduría popu­
lar reconoce que
perdonar es divino. E incluso en la mayoría de
siste­
mas religiosos e! perdón divino no es i..r¡condicional. No se puede dar
el verdadero
perdón a menos que e! perpetrador se lo haya ganado
mediante la confesión,
el arrepentimiento y la restitución.
En
lli1 perpetrador, un auténtico acto de contrición es un milagro,
y, afortunadamente, la superviviente no tiene que esperar a que ocurra.
Parte del problema es la legitimación de! deseo de compensación.
Como se ha cometido una irljusticia con ella, la supervivieme se sieme
con derecho a recibir algún tipo de compensación. La
búsqueda de lUla compensación justa es, a menudo, una parte importante de la re­
cuperación. No obstante, también puede ser una trampa potencial. Un
esfLlerzo prolongado e infructuoso para conseguir una compensación
por parte del perpetrador puede ser un mecanismo para evitar enfren­
tarse a la realidad de lo que se ha perdido. Llorar la pérdida es la única
manera de honrarla; no existe una compensación adecuada.
La fantasía de
la compensación a menudo se ve detonada por el
deseo de obtener una victoria sobre e! perpetrador que borre la
humi­
llación del trauma_ Cuando se explora en detalle la fantasía de la com­
pensación, esta normalmente incluye componentes psicológicos que
significan más
para la paciente que cualquier ganancia material. La
compensación
puede significar un reconocimiento del daño, una dis-
RECl'ERDO y LCTO 293
culpa o la hLLrnillación pública del perpetrador. Aunque la fantasía tra­
ta de la devolución del poder, en real.idad la búsqueda de
la
compensa­
ción une el destino de la paciente al del perpetrador, y hace que su re­
cuperación sea rehén de los caprichos de este. Paradójicamente, la
paciente
podrá liberarse del perpetrador cuando renuncie a la
esperan­
za de recibir UD.a compensación por su parte. A medida que progresa
el dolor, la paciente empieza a Lllaginarse un proceso más social, gene­
ral y abstracto de restitución que le permi," seguir defendiendo sus
justas exigencias Sií'1 tener que ceder en su vida presente ningún poder
al perpetrador. El caso de Lynn, una superviviente de incesto de vein­
tiocho años, ilustra la forma en que una fantasía de compensación hizo
que se estancara
el progreso
dE:; la recuperación:
Lynn empezó La psicoterapia con un historial de numerosas hospitalizacio·
,:es
a
causa de süs intemos de suicidio, de repetidas autolesiones y anorexi21.
Sus s.L."1wmas se estabilízaron después de que se estableciera una cone:úón en·
tre su comportamiento autodestructivo y su htstoria de abusos i.da;,¡tUes. Sin
emba::-go, pareció «atascarse» tras dos fu::¡OS de progreso constante. Empezó ;l
faltar al trabajo, a cancelar sus citas con el terapeuta, a retraerse de los amigos
y a...quedarse en la cama durante el dia,
La exploración de este puma muerto reveló que Lynn se había «puesto e:1
huelga» contra su padre .• -\hora que ya no se culpaba del incesto, se resentÍa
profillldameme del hecho de que su padre nunca hubíent sido hecho responsa·
ble de ello. Comempiaba su contL"1uada incapacidad psiquiátric:?_ como una
forma posible de hacer que su padre pagara por sus crímenes. Expresaba la
ÍfultasÍa de que, si estaba demasiado perturbada para trabajar) su padre tendrÍa
que cuidar de ella y, eventualmente, sentirse mal por lo que habia hecho.
El terapeuta preguntó a LY:El cuántos años estaba dispuesta a esper?cc
para que se hiciera realidad ese sueño. Después de eso, Lynn se echó a lio·
rar. Se arrepentía de todo el tiempo que había perdido, esperando un reco­
nocimiento de su padre. Decidió no perder más de su valioso tiempo en U:la
lucha inútil y renovó su compromiso activo en su propia terapia, su trabajo
y su vida social.
Una variante de la fantasía de compensación busca la compensa­
ción no del perpetrador, sino de los testigos, reales o simbólicos. La
exigencia
de compensación puede ser dirigida a la sociedad en general
o a una persona en particular. La exigencia
puede parecer ser entera-
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294
mente económica, como un subsidio por miIlusvalía, pero también in­
cluye inevitablemente importantes componentes psicológicos.
Durante la psicoterapia la paciem:e
puede centrar sus exigencias
de compensación en la rerapeuta. Puede llegar a resentÍr los límites y
responsabilidades del contrata de terapia, y puede insisrir en conse­
guir algún tipo de dispensación especiaL Bajo esras exigencias esrá la
Eanrasía que solo el amor sin límires de la rerapeUla, o de otro persona­
je mágico, puede deshacer e! daño del trauma. El caso de Olivia, mla
superviviente de treinta y seis años de abusos sexuales, revela cómo
una fantasía de compensación
tOmó la forma de una exigencia de con­
tactO físico:
Durame la psicoterapia, Oliv-ia empezó a desemerrar rerribles recuerdos.
Insistía en que no podía soportar sus semirnló""lLOS a :nenos que pudiera semar­
se en el regazo de su [erapeUIa y que eSIe la acunara corno si ruera un bebé.
Cuando el [empema se negó, aleg~'1do que cocarla confundida los lÍ..'11iIeS de 5U
relación de [rabajo, Olvia se enÍureció. Acusó al IerapeUIa de negarle la 0.nica
cosa que le haría ponerse bien. En eSIe puma muerIO el terapeuta sugirió que
consulIara con mra persona.
E~ nuevo (erapema consulrado confirmó que Olivia deseaba ser abrazada y
acui1ada, pero pregumó por qué creía ella que su terapeuta era la persona indi­
cada para hacerlo y no un amame o un amigo. Olivia empezó a llorar. Temía
estar m\""l dañada que ruera imposible que mviera ja.rnás u..T1a relación. Se sentÍa
como un «pozo sin fondo» y temía que más promo o más rarde agOIaria a tO~
dos con sus h"1.saciabtes exigencias. No se atrevía a arriesgar su intimidad física
en una relacíón con un igual porque creía que era incapaz de dar y de recibir
amor. Solo podría curarla un generoso terapema que desempeñara el papel de
un padre. AjUarar su pérdida y el dfu~o que se le había causado, OLivia descu­
brió que a pesar de [Oda no era «un pozo sin fondo». Empezó a reconocer que
su sociabilidad nalUral habia sobrevivido yeso le hizo recuperar la esperanza
de poder establecer relaciones de intiInidad en su vida. Descubrió que podía
tanto abrazar a sus arnigos como permicir que ellos la abrazaran, así que ya nO
se lo exigía a su terapema.
Desgraciadamente, en ocasiones las terapeutas se confabulan con
las irrealistas fantasías
de restitución de sus pacientes. Resulta halaga­
dor que le atribuyan a uno enormes poderes curativos
y es demasiado
tentador buscar
una cura mágica
en la mera imposición de manos. Si..l1
RECCERDO y LeTO 295
embargo, cuando se cruza esta línea, la terapeuta no puede manrener
una actitud terapém:ica desinteresada; sería ingenuo pensar que pudie­
ra hacerlo. Las violaciones de los límites conducen irremediablemente
a la explotación de
la paciente) aunque fueran bienintencionadas en un
prmC1plO.
La mejor manera en que una terapeuta puede cumplir con su
res­
ponsabilidad hacia la paciente es guardando fiel restimonio de su histo­
ria
y no infamilizarla concediéndole favores especiales. Aunque la su­
perviviente no
es responsable de! daño que se le ha hecho, sí lo es de su
recuperación. Paradójicamente, la aceptación de
esra aparente lIljusricia
es el punto de partida para recuperar el poder. La única manera en que
una superviviente
puede tomar e! control absoluto de su recuperación
es responsabilizarse de ella. El único modo en que puede descubrir las
forralezas que han quedado intactas es milizarlas
al máximo.
Tomar responsabilidad tiene
un significado adicional para supervi­
vientes que, a su vez,
han hecho daño a orros, tanto en la desespera­
ción del
momento como en la lenta degradación de la camividad. El
vetera..T1O de guerra que ha cometido atrocidades puede sentir que ya
no pertenece a una comunidad civilizada. El prisionero político que ha
rraicionado a Otros bajo coacción, o la mujer maltratada que no
ha conseguido proteger a sus hijos, pueden sentir que ha.!1 cometido
un crimen peor que el del perpetrador. Aunque la superviviente puede
llegar a comprender que estas violaciones de la relación fueron cometi­
das bajo circunstancias extremas, entenderlo no resuelve
por sí
solo los
profundos sentimientos de culpa
y vergüenza. La superviviente necesi­
ta llorar
la pérdida de su integridad moral y
enCOntrar su propia forma
de compensar lo que
ya no se puede deshacer. Esta restitución no exo­
nera
de ninguna manera al perpetrador de sus crímenes; más bien rea­
firma la legitimidad
de que la superviviente tenga elecciones morales
en
e! presente. El caso de Renée ilustra cómo una superviviente realizó
acciones
para reparar el
d"-,'lo del que se sentía responsable:
Renée, una divorciada de cuarema años, empezó la terapia después de es­
capar de un maIrUnonio de veinte años con un hombre que la había golpeado
repeüdas veces dela..'1te de sus hijos. En la terapia fue capaz de llorar la pérdida
de su matrimonio, pero se depril"TIió profundamente cuando se dio cuema de

296
cómo haDf8.J."1 afectado los años de violencia a sus hijos adolescentes. Los pro­
pios rúEos se habían vuelto agresivos y se enÚ:emabful a eUa abiertarr::.ente. La
paciente e:-a incapaz ce i...-nponer u!Dites con ellos porque pensaba que se mere­
c:a su desprecio. En su propia valoracÍón, había fracasado como rr:.acre y ahora
era demasiado tarde para reparar el ¿año.
La terapeuta reCODada que Relée podía tener motivos para semirse culpa,
'ole y avergonzada, pero, no obstante, argurncntaba que permitir a sus hijos
que se COffiponaran mal haría que el daño fuera aÚri. peor. Si Renée realmente
querta conciliarse con sus h~ios, no r.eni8. deeeno a ¿·aIse por vencida con ellos
ni con ella misma. Tendría que aprender a ganarse su respeto y a L¡'TlpOiJer la
disciplina sin violencia. Renée accedió a hacer un curso sobre la patern.idac
como forma de restitución bacia sus hiíos.
En este caso resultaba insuficiente recordar a la paciente que ella
misma había sido una víctima y que su marido era el único responsable
de los malos tratos. :\-1ientras se siguiera viendo solo como víctima, se
sentía incapaz de controlar la situación. Reconocer su propia responsa­
bilidad hacia sus hijos abrió
el camino hacia la recuperación de! poder
v e! control. La acción de expiación permitió a esra mujer reafümar la
autoridad de su pape! como madre.
Las supervivientes de abusos infantiles crónicos se enfrentan a la
labor de
llorar no solo lo que perdieron, sino también lo que nunca fue
suyo
y no pudieron perder. Ya no se les puede devolver la infancia que
perdieron.
Deben llorar la pérdida de!
establecin:lÍento de la confianza
básica, de
la creencia en un buen padre o madre.
Cuando llegan a re­
conocer que no fueron responsables de su destino, se enfrentan a la
desesperación existencial a la que
no pudieron enfrentarse cuando
eran
niñas. Leonard Shengold plantea las preguntas fundamentales en
esta fase de! luto: «¿Cómo puede UD.O sobrevivir sin tener la imagen in­
terna de unos padres que se preocupan por ti? [ ... ] Cada víctima de!
asesL.'1ato de su alma se sentirá destrozada por la pregunta: "¿Existe la
vida sin
un padre y una
madre)"»'".
Este enfrentfu'Tliento con la desesperación puede traer consigo, al
menos transitoriamente, un creciente riesgo de suicidio. En contraste
.;~ L. Shengold, SouZ Aturder: The Elfects o/ Childhood Abuse and Depni)at¡on, Yale Univer­
sit)' Press, ;'\Iew Haven, 1989. pág. 315.
RECGERDO y LLTO 29"1
con la imoulsiva autodestrucción de la primera rase de la recuDeración. . .
los impulsos suicidas de la paciente durante esta segunda tase pueden
evolucionar desde una decisión calmada, tría )' aparentemente racio­
naL de rechazar un mundo en el que son posibles estos horrores. Las
pacientes pueden entrar en estériles discusiones filosóficas sobre su de­
recho a elegir
el suicidio. Es imperativo superar esta defensa intelec­
tual
y analizar los senümientos y fantasías que aJ.L"Tlentan la desespera­
ción de la paciente. Es frecuente que eSTa tenga l·a fantasía de que ya
forma parte de los muertos porque su capacidad para amar ha queda­
do destrozada. La única forma de impedir la caída de la paciente hacia
la desesperación
es ir mostrándole, aunque sea con el mínimo indicio,
que tiene la capacidad
de formar conexiones amorosas.
Las pistas que indican que
existe una capacidad de amar que no
ha sido dañada se
pueden encontrar en la evocación de la
Lrnagi11ería
de consuelo. Casi siempre es posible encontrar alguna imagen de vIn­
culación afectiva que se ha salvado de! htlrldimiento. Un recuerdo po­
sitivo de UDa persona que te demuestra cariño y consuelo puede ser el
salvavidas en este descenso. La capacidad de la paciente para sentir
compasión
por los animales o los
niños) incluso a distancia, puede
ser
el frágil comienzo de un sentimiento de compasión hacia sí misma.
La recompensa de! luto llega cuando la superviviente descarta su
iden­
tidad malvada y fragmentada y se atreve a esperar nuevas relaciones en
las que
ya no tenga nada que esconder.
El
poder de restitución de! luto y la extraordinaria capacidad hu­
mana para la renovación irlcluso después de la más terrible pérdida
queda evidente en el tratamiento de
la señora K, supervíviente del ho­
locausto nazi:
El
pumo de in±1exión en el tratamiento de la señora K llegó cuando «COD­
fesó» que había estado casada y habla dado a luz en el gueto a U:.' n.óo que
«había entregado a los nazis». Su culpa, su vergüenza y su sensación de estar
«sucia» se vieron mcltiplicadas cuando. después de la liberación. unas perso­
nas «bienintencionadas» le ad ... -"inieron que, si se lo decía a su prorrieÜdo. este
nunca se casaría con ella. El ni.J.-'1o que había parido, y que habia ma."1Ienico
vi.vo durante dos a.=J.os y medio en Las con.dicl.ones L""1humanas más espa.""1tosas.
le fue arrebatado y asesinado cuando sus lloáqueos alertaron al oficial nazi de
que estaba escondido bajo el abrigo de su madre [ ... ]

238
La familia K empezó a compartir su historia y a comunicarse. Sin embar­
go, se necesiUfon seis meses de paciemes súplicas para que repüiera el inci­
deme que hemos narrado anteriormente [ .. J hasta que la pacieme fue capaz
de ;:erminar la histOria del gueTO COD. «y me quitaron al niño». Emonees empe­
zó a descongelarse su ralca de idemíficaciór:. [ ... ] y comer.zaron a surgir emo­
ciones de dolor,! pena L. .. ]
Gran p8.r:e del proceso de recuperacÍóo. de la señora K se basó en recor­
dar sus mues Iras de bondad y fuerza ames y durante la guerra, como, por
ejemplo.. su coraje cuando era niña, su capJcidad para sonar que su abuelo
la consolaba cuando estaba a pumo de rendirse en los campos, su calidez,
su imeligerrcia, su maravilloso semido del hu:nor y su nueva capacidad para
ilusiona.rse [ .. J Su capacidad y sus gar..as de amar realmeme renacieron [ .. J
Cuando ya no estaba formalmeme en Ierapia, !a señora K dijo: «.:\-1e he de­
I/udw a mi mIsma, coda yo L .. ] :\0 estaba orgullosa. Ahora escoy orgullosa.
Hay algunas cosas que D.O me gUStan, pero cengo esperanza»35.
La segunda fase de recuperación tiene una cualidad im:emporal
que asusta. La reconstrucción del trauma requiere la inmersión
en una
experiencia pasada de
tiempo congelado; entrar en el estado de luto
puede parE.:cer como una rendición a las lágrimas interminables. A me­
nudo las pacientes preguntan cuánto tiempo durará el doloroso proce­
so. No hay ningut""1a respuesta para esta pregunta: solo la seguridad de
que no se puede evitar ni acelerar el proceso. Seguramente llevará más
tiempo del que le gusIaría a la paciente, pero no durará para siempre.
Después de muchas repeticiones, llega
el momento en el que
con­
tar la historia del trauma no despiena sentimientos tan intensos. Se ha
convertido en parte de la experiencia
de la superviviente, pero ran solo
en
LLna parte. La historia es un recuerdo igual a muchos Otros recuer­
dos, y empieza a desvanecerse igual que se desvanecen los demás re­
cuerdos. También su dolor empieza a desvanecerse. La superviviente
empieza a pensar que quizás el trauma no sea la parte más imporTante,
o siquiera la más interesante, de la historia de su vida. Al principio esta
idea le puede parecer incluso hereje. Puede que la superviviente se
pregunre cómo podrá presentar sus respetos adecuadamente al
horror
que ha
viv~do si ya no dedica su vida a recordarlo y llorarlo. Sin embar-
55 Y. Danieli, oo. CH., ~ág. 287.
RECl:ERDO y LUTO 299
go) se da cuenta de que su atención \7uelve a centrarse en la vida nor­
mal. No debe preocuparse. Nunca olvidará. Pensará en el ¡raUilla tO­
dos los días de su vida. Lo llorará todos los días. Pero llega un momen­
tO en que el trauma ya no ocupa el primer lugar en su vida. La
superviviente de una \~olación, Sohaila Abdulali, recuerda un momen­
to sorprendente mientras daba una conferencia sobre la violación a es­
colares: «Alguien preguntó qué era lo peor en una violación. De re­
peme les miré a tOdos y les dije; "Lo que más odio de todo estO es que
es aburrido". Todos parecían muy escandalizados, y yo dije: "No me
malinterpteréis. Fue algo terrible.
No estOy diciendo que fuera
aburri­
do que ocurriera; solo que han pasado años y ya no me interesa". Es
muy interesante las primeras cincuenta o las primeras qUh'-úentas veces
en las que tienes
las mismas fobias y miedos. Ahora
ya no me altera
tanto»;6.
La reconstrucción del trauma nunca se completa del todo; nuevos
con±1ctOs
y nuevos retos en cada fase de la
\ida volverán a despertar el
¡rauma ine\itablemente, y sacarán a la luz nuevos aspectOs de la expe­
riencia. No obsta..rne, cuando la paciente reclama su propia historia y
siem:e una esperanza y una energía renovadas para vivir su vida sabe­
mos que ha conseguido la principal labor de la segunda fase. El tiempo
vl.lelve a moverse. Cuando la acción de «conIar una historia» ha llega­
do a su conclusión, la experiencia traumática realmente pertenece al
pasado.
En este momento la superviviente se enfrenta a la labor de
te­
construir su vida en el presente y de lograr sus aspiraciones para el fu-
turo.
36 Entrevisra a S. },~bdulali. 1991. Terence Keane tarnbién cim el aburnmienw con la hiswria
del trauma como una se.i1al. de recuperación (e:c:uevista, 1. 991).

10
RECONEXIÓN
T ras haber llegado a aceptar el' pasado traumático la paciente se en­
frenta a la labor de crearse un futuro. Ya ha llorado al antiguo yo que
destruyó el traulna; ahora debe crear un nuevo yo. Sus relaciones se
han puesto a prueba y se han visto transformadas por el trauma; abora
debe crear nuevas relaciones. Estas son las labores de la tercera fase de
recuperación. Al desempeñar esta tarea la superviviente reclama su
mundo.
Las supervivientes cuya personalidad se ha formado en el entor­
no traumático a menudo viven esta fase como sí fueran refugiados
que llegan a un nuevo país. Esto puede ser literalmente cierto en el
caso de los exiliados políticos, pero para muchos otros, entre ellos
las mujeres maltratadas o supervivientes de abusos infantiles,
la ex­
periencia psicológica solo puede ser comparada con la inmigración.
Deben construir una vida totalmente nueva dentro de un entorno
radicalmente
c!istÍIlto al que han dejado atrás. Al salir de un CÍrculo
de absoluto control, sienten al mismo tiempo la ilusión y la incerti­
dumbre de la libertad. Hablan de perder y recuperar el mundo. El
psiquiatra Michael Stone, basándose en su trabajo con supervivien­
tes de incesto, describe la inmensidad de esta tarea de adaptación:
«Por definición) a todas las víctimas de incesto se les ha enseñado
que el fuerte
puede hacer lo que le plazca, sin ningún respeto a las
convenciones [ ..
.] A menudo se necesita una reeducación sobre lo
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3r'

302
que es LÍpico, habitual" sano y "normal" en la vida L.ntÍma de las per­
sonas normales. Las víctimas de incesto rienden a ser absolutamente
ignorantes en estos aspectos debido al entorno sesgado y de secretis­
rno
en el que vivieron su infancia. Eran
víctimas en sus hogares, y
ahora que están "a salvo y fuera" son como extraños en un país ex­
uan jera» [
En esta tercera fase de recuperación se v'Uelven a tocar con fre­
cuencia los mismos temas que se Hataron en la primera. Una vez más,
la superviviente dedica energía a cuidar de su cuerpo, de su entorno
inmediato, de sus necesidades materiales y de su relación con los de­
más. Pero) mientras que en la primera fase el objeIivo era senCillalTIen­
te asegurar una posición defensiva de seguridad básica, en la tercera la
superviviente está preparada para involucrarse más activamente en el
mundo. Desde la base segura que se ha creado. ahora puede aventu­
rarse más lejos. Puede eswbiecer un plan. Puede recuperar algunas de
las aspiraciones que tenía anres del trauma, o quizá por primera vez
puede descubrir sus propias ambiciones.
La indefensión
y el aislamiento son las experiencias esenciales del
trauma psicológico. La resritución del
poder y la reconexión son las
experiencias esenciales de
la recuperación. En la rercera fase de dicha
recuperación) la persona
traUtl1atizada reconoce que ha sido vícIima y
comprende los efectos de su victimización. Ahora esrá preparada para
incorporar a su vida las lecciones eXIraídas de la experiencia traumáti­
ca. Ahora está preparada para tomar pasos determinados para aumen­
tar su sensación de poder y COntrol, para protegerse COntra peligros fu­
turos, y para profundizar sus alianzas con aquellos en los que ha
aprendido a confiar. Una superviviente de abusos sexuales en la infan­
cia describe cómo llegó a esa fase: «Decicli: "Vale, ya estoy harta de ir
por la vida como si me guswra pegar a cualquiera que me mire mal. Ya
no tengo que sentirme así'). Entonces pensé: "¿Cómo me gustaría sen­
tirme?)'. Quería sentirme a salvo
en el mundo. Quería sentirme con
poder. Así que me centré en lo que funcionaba bien de mi vida, en la
M. H. Srone, «Individual Psychocherapy wirh Vicúms oE Inces[». Psychiacric Cfinics 01
North America 12: 237-256, ele. en 251-252 (1989).
RECO,\EXIÓ' 303
manera en que estaba adquiriendo poder en las situaciones de la vida
rcal» 1.
APRENDIENDO A LUCHAR
Tomar el poder en las situaciones de la vida real a menudo signifi­
ca Lomar la decisión consciente de enfrentarse al peligro. En esra fase
de la
recuperación, las supervivientes comprenden que sus
sÍm:omas
posIraumátícos representan una exageración patológica de las respues­
[as normales
al peligro. A menudo son muy
conscÍem:es de su vulnera­
bilidad a las amenazas y a los recordatOrios del trauma v, en vez de
aceptar pasivamente eSlas experiencias, pueden decidir enfrentarse
de forma acriva a sus miedos. En cierta manera, la decisión de expo­
nerse
al peligro puede ser entendida como volver a represen[ar el trau­
ma. Al igual que la reproducción del trauma, esra decisión es
un inten­
tO de dominar la experiencia rraumática, pero, a diferencia de la
reproducción, se toma conscientemente y de manera planeada y meLÓ­
dica, y, por lo tanto, tiene más posibilidades de éxitO.
Para las personas que nunca han aprendido los rudimentos de
la defensa personal física) este entrenamiento se puede convertir en
un método tanto de maestría como de reacondicionamíento fisioiógi­
coso En el caso de las mujeres también significa repudiar la exigen­
cia social de una feminidad sumisa y conciliadora. :Ylellssa Soalt, re­
rapema e insuuctora de defensa personal para mujeres, describe
cómo su programa de enuenamienro reacondíciona la respuesta a
las amenazas a través
de una serie de ejercicios en los que los moni­
tores simulan
ai:aques cada vez más agresivos que las alumnas apren­
den a repeler:
Nuestro obíetÍvo es que prueben el sabor del miedo, pero que sepan que
pueden presemar resistencia. Al fin.al de la primera clase la sensación de poder
empieza a superar a la de miedo, o por lo menos están a la par. EsIáJ.l empezan-
2 CL por E. Bass y L Davl.s, The Courage fo Hi?at.-A Guz'de for Women 5urú1)07S oí Chdd Se­
xual Aóuse, Harper & Row, Nueva York, 1988, pág. 163

I
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'¡¡
~
304
do a desar;:olla.r una sensación de tolera."1cÍa a la acrenali.D.a. Se acosCUmbrfu'1 a
que les palpite el corazón. Les enseñamos a respirar. a reaccionar bajo presión
:\ormalmen~e la clase más t."1tensa es la cuarta L.. -induye una pelea real­
melLe Luga, e:-¡ la que los supuestos atracadores ;<icsisren, insisten e insisten.
Llega un momento en el que creen que nO pueden seguir. pero úenen que SE­
y de eS;:3 manera descubren que IÍenen más rese"Jas de las que creían. In­
cluso cuando salen de la pelea agotadas. o llorando o temblando. Ese es un
descubrimiento muy
impor:aIlte;
Al elegir «saborear el miedo» en estos ejercicios de defensa perso­
nal, las supervivientes se ponen en situación de reconsrruir las respues­
tas fisiológicas normales
al miedo, a reparar el
«sistema de acción» que
quedó destrozado
y
fragmentado por el trauma. Como resultado se en­
frentan con mayor confianza a su mundo: «La cabeza levantada) respi­
raI1 con más facilidad, su contacto 'iÍSUal es mejor, están más seguras
[ ... ] \Jos dicen que, cuando van por la calle, ven más a la gente, en lu­
gar de acobardarse y mirar hacia el suelo» -'.
En esta fase de la recuperación también puede ser muy positivo
que la superviviente
emprenda otras formas de reto disciplínado
y COD­
trolado al miedo. Por ejemplo, los programas de tratamiento de algu­
nos grupos de ayuda proponen los viajes a la naturaleza como un en­
cuentro planeado con el peligro. Estas experiencias elegidas son una
oportunidad
para reestructurar las respuestas sociales maladaptativas,
así como las respuestas fisiológicas
y psicológicas al temor. En palabras
de] ean Good"in, que participó como terapeuta de víctimas de abusos
infantiles en alguno de estos viajes: «Las formas mágicas o neuróticas
de establecer la seguridad
no furlcionan en este entorno.
Ser "dulce",
no exigir nada, "desaparecer", tener exigencias excesivas o narcisistas,
esperar Uf¡ rescatador: ninguna de estas maniobras pone el desayuno
sobre la mesa. Por otra parte, las víctimas están sorprendidas y encan­
tadas con la eficacia de su manejo realista. En realidad, son capaces de
aprender cómo hacer rappel en un acantilado; sus habilidades como
ErrtrevIs;:a a M. Soa!;:. Moael MUggL.ig of Bostan. 7 -XII-1990.
Erarev-lsta a M. Soalt. 1990.
RECO,-,EXIÓ'-' 305
adultos L ... } superan los miedos y la mala valoración de sí mismos que
les hícíeron pensar que
no lo
conseguirían» 5.
En el entorno de la naturaleza, al igual que en el caso del em:re­
namíento de defensa personal, la supervivien"te se pone en situación
de experimentar la respuesta «luchar o huir» hacia el peligro, sabien­
do que elegirá luchar. Al hacerlo establece un grado de control sobre
sus respuestas corporales
y emocionales que reafirma la sensación de
poder.
No todos los peligros son abrumadores, no todos los miedos
son terror.
Para exponerse a ello de forma voluntaria y directa, la
su­
perviviente vuelve a aprender las graduaciones del miedo. El objetivo
no es borrar el miedo, sino aprender cómo vivir con él e incluso
cómo utilizarlo como fuente
de energía e impulso.
Además del enfrentamiento con
el peligro físico, en esta fase
las
supervivientes a menudo reevalúan sus formas características de ma­
nejar las situaciones sociales que
no son del todo amenazantes pero
que sí son de alguna manera hostiles o sutihnente coercitivas.
Puede que
se empiecen a cuestionar sUDosiciones anteriores oue les hicieron so-
_ e e
meterse a una violencia socialmente justificada o a la explotación. Las
mujeres se cuestionan
su aceptación tradicional
del rol de subordina­
ción. Los hombres se cuestionan su tradicional complicidad con una
jerarquía de dominación. Con frecuencia, estos supuestos y comporta­
mientos se les habían inculcado de tal manera que operaban ruera de
la conciencia. Mardi Horowitz, al describir la tercera rase de la psico­
terapia con una supen.li\7iente de violación; demuestra cómo la pacien­
te llegó a darse cuenta de que sus actitudes y su comportamiento este­
reotipadamente remeninos la habían puesto en peligro: dJna actitud
inconsciente presente antes del acontecimiento traumático era que
una
actitud erótica era su única manera de atraer la atención;
por­
que pensaba que ella no merecía nada más L.J }J trabajar sobre el
significado de la violación, fue consciente de este concepto tan defec­
tuoso de sí misma y relató sus fantasías de rescate. Fue capaz de revi­
sar sus actitudes, i.il.cluyendo sus esperanzas automáticas y poco realis-
5 J. Goodw!.rl, «Group Psychotherapy for Vkúms 01 bcesc». Psychiatric Ci;r:;c:; o! \crrh
America 12: 279-29) (1989'\', cit. en pág. 289.

306
tas de que los üLros dominames se semirían culpables de explotarla y
entonces, motivados por la pena, se preocuparían y serían tÍernos Con
ella» 6.
No hace faha repetir que la supervivienre solo se sienJ.:e libre para
examinar los aspectos de su propia personalidad o comporramiento
1", ul " I ,,, " dd±-' que a hlCleron \,/ neraDle a ~a eXplOtaClon cuanao na que a o Uffie-
meme establecido que el perpecrador es el único responsable del cri­
men. Una sincera exploración de las debilidades y errores de la perso­
na rraumaIizada solo se puede llevar 8. cabo dentro de un entorno que
la proreja de la vergüenza y la eríLica desuucEiva. De no ser así, no
sería más que otro ejercicio de culpar a la víctima. Roben J. Lifron, en
su rrabajo con los veteranos de VÍernam, hace una clara disúnción en­
tre
la cualidad
desrfUctiva del semimiemo de culpa inicial de los hom­
bIes
y
el constructivo ejerci~io de reflexión que se empezó a emplear
posterÍormenre en los «grupos de discusión»:
:Vle sorprendió el énfasis que esos hombres [ ... ] ponían en la responsabili­
dad y la voluntad. _A_urlque eran abier:a .. \"11eme crhicos hacia los líderes milüares
y politicos, ya las l,.'1sDmciones que promovían el mili¡:arismo y la guerra. vol­
vían invariablememe a juzgarse a sí mismos, considerando que habían entrado
en ello de forma volu..l1~aria [ ... ] A.firmaban que lo habían hecho [ ... ] por las ra­
zones más mntas. Pero lo que les imponaba era que ellos habían elegido el
ejército y la guerra, y no que el ejérciw y la guerra les habían elegido a ellos.
Ese juicio no se podía atribuir por completo a una culpa residual; más bien era
parte de un esfuerzo
por
profundizar y esrirar el alcance del yo hacia los li,'TIites
exremos de la autonomía 7.
Cuando las supervivientes reconocen los supuestos socializados
que en el pasado les hicieron ser ,ulnerables a la exploración, también
pueden llegar a identificar las fuentes de continua presión social que
las mamuvieron encerradas en el papel de víctimas en el preseme. Al
igual que deben superar sus propios miedos y conflictos imeriores,
:\1. HCr0'W-1LZ. Stress Response '):mdromes, Jason A~onson, Noróvale \~uevaJersey}. 1986,
pág. 136.
R. J. Lnon. Home /rora the War: I/ietnam 1/eterans: :.\'either \iicúms nor Executioners, 5i­
mon & Schusrer, Nueva York, 1973, ?ág. 287.
RECONEXIÓN 307
también deben superar las presiones sociales externas; de no ser así se­
guirían sujetas para siempre a las repeüciones simbólicas del [rauma en
su vida diaria. i\1ienrras que en la primera fase de la recuperación las
supervivientes se enfrentan a
la adversidad social rerrayéndose a un
en­
torno protegido, en la tercera fase las supervivienres pueden desear
tomar la ill.iciariva de enfrentarse a orros. En es re pUil.tO las supervi­
vientes están preparadas para revelar sus secretos,
para retar la indefe­
rencía o censura
de los tesügos, y para acusar a los que abusaron de
ellas.
Las supervivientes
que crecieron en familias abusivas a menudo
han cumplido durante años la regla familiar de silencio.
Al proteger el
secreto de la familia llevan el peso de una carga que no les penenece.
En este momento de la recuperación, las supervivientes pueden elegir
comunicar a sus familias que la ley del silencio ha quedado irrevoca­
blememe rota. Al hacerlo se libran de la carga de vergüenza, culpa y
responsabilidad, y se la emregan al perpetrador, a quien realmente per­
tenece.
Los enfrentamientos o revelacÍones familiares
pueden ser realmen­
te positivos
para devolver el poder a la vícrima, siempre que se hagan
en el
momemo adecuado y estén bien planeados.
No se deben realizar
hasta que la superviviente no esté preparada para decir la verdad tal y
como la conoce) sin necesidad de confirmación y sin miedo a las con­
secuencias. El poder de la revelación está en el acto de decir la verdad;
es irrelevame cómo reaccione la familia. Aunque la validación de la fa­
milia puede ser gratifican te, si es que ocurre, una sesión de revelación
puede tener éxico aunque la familia responda con la negación o con
ira. En esta circunstancia, la supervivieme tiene la oponunidad de ob­
servar el comporta.miento de la fa.milia y, de esta manera, comprender
mejor las presiones que sufrió cua.ndo era niña.
En la práctica) las revelaciones o enfrentamientos familiares exigen
una preparación cuidadosa y detallada. Como tamas Otras interaccio­
nes familiares
que se perciben como normales, las dinámicas de
domi­
nación y sumisión se rev1.ven con frecuencia aun en encuentros aparen­
tememe triviales. A la superviviente se le debería animar a hacerse
cargo de la pla.nificación de la sesión y a establecer unas reglas explíci-

J'
308
ras de funcionamiento. Establecer las reglas en lugar de obedecerlas
sill rechistar es una experiencia absolutamente novedosa para algunas
superVIVIentes.
La superviviente también debería tener claro cuál es su estrategia
para la revelación, y planear por adelantado qué información quiere
desvelar
y a quién quiere
des-,/elarla. Aunque algunas supervivientes
desean enfrentarse a los perpetradores, muchas más desean desvelar el
secreto a los miembros inocentes de la familia. Se debería animar a la
paciente a enfrentarse primero a los fallliliares más comprensivos, aIltes
que a los que pueden mostrarse abiertamente hostiles, Al igual que en
el caso del entrenamiento de defensa personal, involucrarse sin más
en los conflictos familiares a menudo requiere que se hagan priInero
una serie de ejercicios gracias a los cuales la superviviente va GomÍLlan­
do un nivel básico de miedo antes de decidir progresar hacia niveles
superiores de exposición.
Finalmente) la superv-iviente debería anticipar tOGOS los resultados
posibles de su revelación,
Aunque puede tener claro cuál es el
resulta­
do deseado, debe estar preparada para aceptar el resultado sea cual
sea. Una revelación con éxito casi siempre ,,'a seguida tanto de regocijo
como
de decepción,
Por una parte, la superviviente se siente sorpren­
dida de su propio valor y atrevimiento, Ya no se siente intirnidada por
su familia ni se siente obligada a participar en relaciones familiares des­
tructivas, Ya no está aprisionada por el secreto, ya no tiene nada que
esconder. Por otra, adquiere una visión más clara de las limitaciones de
su familia, Una superviviente de incesto describe sus sentimientos des­
pués de desvelar el secreto a su familia:
Al principio tuve una sensación de éxito, de conslli.'l1ación, de increíble ali­
HO. Luego empecé a sentirme muy triste, con mucha pena. Era extremadamen­
te doloroso y no tenía palabras pa;:-a definir lo que sentía. Empecé a llorar y a
llorar, y no sabía en realidad por qué. Eso no me pasa casi nunca. Normal­
mente soy capaz de tener alguna descripción verbal para explicar mis senti­
mientos. Eso era sentimiento puro. Pérdida, pena, color, como si hubieran
muerto. No tenía esperan.za, no esperaba nada de ellos Sabía que yo no ha­
bía dejado nada por decir. No pensé: «Oh, si hubiera dicho esto, o eso». Había
dicho todo lo que quería decir y de la forma en que quería decirlo. Me sentia
RECONEXIÓN 309
muy compleIa por eEo y muy agradecida por todos los pLmes, los ensayos. las
estrategIas, etc. L ... )
Desde entonces me he sentido libre [ .. J Sle[>~o ES?ER..·)iZ:I.: ;Sie"cc que
tengo fuLUro: \le siento con los pies en el suelo, n9 me siento ílei,/ios8. Ci.28.n­
do estoy [riste, estoy Lriste: cuando estoy enfadada, estoy eDtadada. ~Ae siemo
realista con los malos tiel!lpos y las dificultades a las que me enfrentaré, pero
ahora me tengo a mí misma. Es muy diferente. Y DO es nada parecido a LO que
me
imagl.1.aba,
para nada. Siempre he querido esta libertad y siempre he lucha­
do por conseguirla. A_hora ya no es una batalla [ ... ] co nay nadie contra quien
luchar L ,.] sencillamente es mía 5.
RECONCILL'\RSE CON UNO MISMO
Esta sencilla afirmación; «sé que me tengo a mí misma», podría ser
el lema de la tercera :y última fase de la recuperación. La superviviente
ya no se siente poseída por su pasado traumático, SitiO que está en po­
sesión de sí misma, Ha llegado a entender la persona que solía ser y el
daño que el acontecimiento traumático hizo a esa persona. Su tarea es
ahora convertirse en la persona que quiere ser. En el proceso se centra
en aquellos aspectos
que más valora de sí misma del tiempo anterior al
trauma, de la propia experiencia del trauma y del período de
recupera­
ción, Integrando todos estos elementos crea un nuevo yo, tanto ideal­
mente como en la realidad.
La recreación de
un ideal implica el ejercicio
activo de la imagirla­
ción y la fantasía, habilidades que fu"ora han sido liberadas, En fases
fu"lteriores, la vida fantástica de la superviviente estaba dominada por
las repeticiones del trauma, y su imaginación, limitada por una sensa­
ción de indefensión
y de futilidad, Ahora tiene la capacidad de volver
a
visitar viejas esperanzas y sueños. En un principio la superviviente
puede resistirse a hacerlo por miedo al dolor y a la decepción. Se nece­
sita valor para salir de la constreñida actitud de la víctima, Pero, al
igual que la superviviente debe atreverse a enfrentarse a sus miedos,
3 Cit. por E. Scharzow y J. Herman, «Breaki'1.g Secrecy: Adult Survivors Disclose te Tneir
Farrilies».
Psychiatn'c Clinics 01 ?-.iorth Amerzca
12: 337 -349 (1989); ch, en pág. 38 .. L
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310
cambién debe atreverse a defLIÍr sus deseos. Un manual para mujeres
que fueron maltraradas y que se enfrent<hí. a la labor de reconstruir su
vida explica cómo recuperar aspiraciones perdidas:
,-\hora es el momemo de elevarse por enCLrn8. de la. monotonía de rus días y
explorar el [cm de poner a prueba ¡:us habilidades, el semimiemo exparrsÍvo
que viene del crecllTliemo. Quizá se te haya emeñado que, aU.Qque eviden­
cemenle codo el :Tllli"1do quiere eso, son wmerías de adolescente espear que
ocurra. Tal vez pienses que las personas I!1aduras siema....'l la cabeza y üenen una
vida aburr~da y se apañan con lo que tienen. Es verdad que puede ser poco
práctico recuperar y acruar según tus sueños de L.'1rancia. Puede que no sea
mümenw de Írse (con o sir, los niños) a HollTw"ood y convenirse en una estre­
Ua. Pero no descaHes eso, ni nada, hasta que [engas bUenos motivos para ha­
cerlo Si reahn.eme ~~siempre quisisle aGuar». no re vayas a la Ilh'"D.Oa repro­
cnándo[elo. Sal de casa y únete a un pequeño grupo de [earro"
En este pUntO es frecuente que el Irabajo de terapia se centre en e!
desarrollo de! deseo y la irliciaIÍva. El entorno terapéutico proporciona
un espacio protegido en e! que puede darse rienda suelta a la fantasía.
Ta..T11bién es un campo de pruebas para la traducción de la fantasía en
acción conCreta. La aurodisciplina aprendida en las primeras fases de
recuperación puede ahora unirse a las capacidades de la superviviente
para la imagirlación y el juego. Este es un período de pruebas y fallos,
de aprender a rolerar errores y de saborear e! éxiro inesperado.
Recobrar la posesión de uno mismo a menudo exige que se repu­
dien aquellos aspectos de la personalidad impuesros por el trauma.
Cuando la victima se quiIa de encima tal identidad, puede también de­
cidir reiniciar a partes de sí misma que ha sentido casi intrínsecas a su
ser. Una vez más, es¡:e proceso reta las capacidades de la superv-iviente
tanto para la fantasía como para la disciplina. Una supeniviente de in­
cesro describe cómo se reptogramó deliberadamente para cambiar sus
respuestas sexuales inculcadas a simaciones
de sadomasoquismo:
«Lle­
gué a un pUntO en que realmente comprendi que no eran mis fanIasÍas.
Me habían sido h"TIpUeSras por el abuso. Y poco a poco empecé a po-
j G. NiCa.r:ny, Ge!ting jT~e: _A_ Handbook íor Wlomen in Abusivl:? RelaÚonships .. Sea! Press,
Seade, 1982, pág. 238.
RECONEXIÓN 311
der tener orgasmos sm pensar en el 5;\1) sin imaginarme a mi padre ha­
ciéndome algo. Una vez hube separado la fantasía de la realidad, impo­
nía conscientemente cierras imágenes muy poderosas sobre la Lrnagen,
como ver una catarara. Si ellos pueden colgarte el SM encima, ¡ú pue­
des cambiarlo por cataratas. iVle reprogramé a mí misma» ':.G.
Aunque en este período la superviviente se hace más aventurera
en
el mundo, al mismo
Iiempo su \"'Ída se normaliza. Se reconecta con­
sigo misma y se siente más tranquila y más capacitada para enfrentarse
a
la vida con ecuanimidad. En ocasiones, le puede resultar extraña esta
exisrencia rutinaria placentera, especialmente para supervivientes que
han crecido en
un entorno traumático y
eSlán experimentao.J.do la nor­
malidad
por primera vez. Mientras que en el pasado las
supenivientes
a menudo imaginaban que la vida normal sería ¡ediosa, iliC,ora les aburre
la vida de la víctima y esIán dispuestas a que la vida normal les resulte
interesante. «Soy una yanqui de la intensidad. Siento un bajón cUili"1do
llego al final de un ciclo de intensidad determinado. ¿Que me va a ha­
cer llorar y romper cosas? L .. ] Lo veo casi como una adicción química.
Me hice adicra a
mi propio sentido del drama y a la adrenalina.
Renun­
ciar a la necesidad de intensidad ha sido un proceso en el que me he
tenido que ir desintoxicando
poco a poco. He llegado a un
punro en el
que realmente he sentido pequeñas punzadas de sencilla satisfac-
• ~ 11
Clon» -'.
Cuando las supervivientes reconocen y «renuncian» a esos aspec­
tos de sí mismas que fueron formados por el entorno traumático, tam­
bién se muestran más dispuestas a perdonarse. Están más dispuestas a
reconocer
el daño que se ha hecho a su personalidad
cUili""ldo ya no
sienten que ese daño tenga que ser permanente. Cuanto más activamen­
te se involucren las supervivientes en reconstruir su vida, más genero­
sas
y
wlerantes podrán ser hacia el recuerdo del yo traumatizado. Lin­
da Lovelace reflexiona sobre el sufrimiento de haber sido coaccionada
a comenzar una carrera como esrrella de!
pomo:
«En la actualidad soy
muy
dura conmigo misma. Quizá se deba
a que eswy muy ocupada
:0 Sapnyre, cit. por E. Bass y L. Da,,"¡s en The Courage to Heal. ob. cit., pág, 264.
Cit. por E. Bass y L. Davís, ob, cir., pág. 166.
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312
cuidando a un hijo de tres años, a un marido, una casa y dos gatos.
Miro hacia atrás a Lic-,da Lo\-e!ace y la comprendo; sé por qué hizo lo
que hizo. Lo hizo
porque sentía que era mejor vivir que
morir» [2.
En este momento la superviviente también puede identificar oca­
sionaLDente aspecTOS positivos de! yo que fueron forjados por la expe­
riencia traumática
1
aun_que reconozca que la ganancia se obtuvo pa­
gando un precio demasiado alto.
Desde la situación de poder de su
vida presente, la superviviente llega a un reconocimiento más profun­
do de su indefensión en la situación traumática
y, por lo tanto, valora
aún más sus propios recursos de adaptación, Por ejemplo, una supervi­
viente que utilizaba la disociación para manejar
el terror
'y la indefen­
sión puede sentirse maravillada por esa extraordinaria capacidad de la
mente. Aunque creÓ esa habilidad siendo prisionera y puede haber lle­
gado a estar cautiva de ella, una vez que es libre
puede aprender a uti­
lizar su capacidad de entrar en trance para enriquecer
su vÍda presente
y no para escapar de ella.
La compasión y el respeto por el yo traumatizado y por la víctima se
unen a la celebración del va superviviente. Cuando se alcanza esta fase
de la recuperación la superviviente a menudo tiene un sentimiento de
orgullo renovado. El que
la
victÍIna se sienta especial compensa e! des­
precio y la escasa valoración de sí misma. Esta sana admiración de uno
mismo no tiene nada que ver con
el grandioso
sentii'niento de ser espe­
cial que a veces se encuentra en las personas traumatizadas y que) al ser
tan frágil, no admite ninguna imperfección. Además, la sensación de
ser especial lleva consigo un sentimiento de ser diferente y, por lo tanto,
un aislamiento de los demás. La superviviente llega a ser absolutamente
consciente de que
es normal, débil y
llinitada, y también sabe que está
conectada con otros yen deuda con ellos. Aunque taxnbién se regocije
reconociendo sus fortalezas, ser consciente de su normalidad significa
tener un equilibrio. Una mujer que sobrevivió tanto a los abusos en la
infs-,cia como a los malos tratos en la vida adulta expresa su agradeci­
miento
al personal de una casa de
acogida, «Ahora también puedo dar­
me
las gracias a mí misma porque tú puedes llevar a un caballo hasta el
::' L. LOelace y..\I. McGrady. Ordeal, Citadel, Secuacus iNuevaJersey), 1980. pág. 253.
RECO"EXIÓ" 3D
agua pero no puedes hacer que beba. Yo tema mucha sed y vosotros me
enseñasteis
el
caInino hasta el agua [ ... ] el manantial del agua de la vida
[".J un recurso que podía utilizar cuando quisiera. Y. hermanas, bebí y
bebí, y todavia no he terminado de beber. Me siento ts-, afortunada. Me
han dado tanto sDor y tSClto cuidado y estoy aprendiendo a compartirlo
con otros [
... ] Eh, rniradme ahora.
¿A que estoy bien)>> i3.
RE CONECTARSE CON LOS DEMÁS
En la Iercera fase de la recuperación; la supelvhn.ente ha recupera­
do cierta capacidad para la confianza apropiada. Una vez más puede
sentir confianza en otros
cuando esa
confianza está justificada, pue­
de proteger su confifulza cUfu"J.do no está garantizada, y sabe cómo dis­
tinguir ambas situaciones. También ha recuperado la capacidad para
sentirse
autónoma y al mismo tiempo seguir conectada a los demás;
puede defender su propio
puntO de vista y sus propios l1-nires y respe­
tar los de los demás, Ha empezado a tomar más iniciativa en su vida y
está en proceso de crear una nueva identidad. Ahora puede crear amis­
tades mutuas que
no están basadas en la interpretación, en la imagen o
en la preservación
de un yo falso. Está ahora preparada para Ui1a
ma­
yor intimidad con la pareja y la fs-nilia.
También es aparente la profundización de la conexión dentro de la
relación terapéutica. La alianza terapéutica resulta ahora menos inten­
sa pero más relajada
y segura. Hay más sitio para lo espontáneo y
para
el sentido de! humor. Son infrecuentes las crisis y las interrupciones, y
existe mayor contiIlwdad entre sesiones. La paciente tiene una mayor
capacidad
para la autoobservación y una mayor tolerancia hacia los
conflictos internos.
Con eSLa nueva apreciación de SI misma llega lEla
nueva apreciación de la terapeuta. La paciente puede idealizar menos a
la terapeuta, pero le cae mejor;
perdona más las limitaciones de la tera­
peuta,
al igual que perdona mejor las suyas. El trabajo se parece más a
la psicoterapia normal.
Susan, en Elizabeth
Stone House Nev .... sletter, Baston ::\lassachuse::sl, 1990.

314
Como la superviviente se centra en temas de idenüdad e intimi­
dad, en r:sta fase puede sentir que está viviendo lUla segunda adoles­
cencia. A la supel\liviem:e que ha crecido en lLl1 entorno abusivo real­
mente le negaron una primera adolescencia y a menudo carece de las
habilidades sociales que se desarrollan durante esa época
de la vida. La Iimidez y la inseguridad que hacen que la adolescencia normal sea tu­
ffiuhuosa y dolorosa con frecuencia se ven magnificadas en las supervi­
í,-ienIes adultas, que pueden estar muy acomplejadas por su «relraso»
en capacidades que GIros adultOs dan por semadas. También pueden
des[acar en este momento los estilos adolescentes de adaptación. AJ
igual que las adolescentes se ríen para tapar que se sienten incómodas)
las supervivientes adultas pueden encontrar en la risa un antídoro para
la vergüenza. Lo mismo que las adolescemes hacen pandilla para po­
derse arriesgar a explorar un mundo más grande, las supervivientes
pueden empezar a desarrollar nuevas e LT1tenSas lealrades cuando están
reconstruyendo su vída. Una madre de dos hijos creó lL.'! vínculo como
este al recuperar una vieja amismd tras escapar de su marido maltrata­
dar: «Nlí amiga de Utah se mudó aquí L. .. ] A veces nos comportamos
como adolescentes. Alguien dijo que somos como primates que se qui­
mn los piojos uno al ortO, y lo somos. Nos prestamos ese tipo de aten­
ción.
Es la única persona por la que haría algo
así» ".
El trauma se va alejando en el pasado, ya no represema una barre­
ra para la imimidad.
En este momemo la supervivieme puede estar
preparada para dedicar su energía a una relación de pareja.
Si no ha te­
nido una relación ímima puede empezar a pensar en la posibilidad sin
sentir ni miedo ni una necesidad desesperada; si ha tenido pareja du­
ranIe el proceso de recuperación llega a ser más consciente de la forma
en que se pareja sufrió con su preocupación con el trauma. En este
momento puede expresar más librememe su
gratimd y, si es necesario,
hacer
las paces.
La intimidad sexual significa una barrera especialmente difícil en
las supervivientes de un rrauma sexual. Los procesos fisiológicos de
excitación
y orgasmo pueden haberse
ViSIO comprometidos por re-
:~ G. r\iCarchy, ob. ti!., pág. 254.
RECO'\EXIÓ' 315
cuerdos rraumátÍcos intrusivos; las sensaciones sexuales y las fantasías
rambién pueden estar invadidas por recordatorios del trauma. Recla­
mar la capacidad de placer sexual
es un tema complicado; resolverlo
con una pareja
es todavia más complicado. Las técnicas de
trm:amiento
para disfunciones sexuales postraumáticas están basadas en impulsar el
comrol de la superviviente sobre cualquier aspecto de su vida sexual.
En un principio esto se consigue mejor si las acTividades sexuales son
sin pareja 15. Lflcluir a una pareja requiere un alto grado de colabora­
ción, tolerancia y disciplina pot parte de ambas partes. Un manual de
ayuda para superv-ivientes de abusos sexuales en la infancia sugiere
«pautas de sexo seguro» para explorar la intimidad sexual, instruyen­
do a las parejas a definir, para uno mismo y para el Otro, las acIÍvidades
que presuntamente disparan los recuerdos rraumáticos
y aquellas que
no, e
ir de forma gradual ampliando esta exploración a áreas que son
«posiblemente seguras» l6.
FinaJmeme, la profundización de la intimidad lleva al supervivieme
a conectar con la siguienle generación. La preocupación por es[a siem­
pre está relacionada con la cuestión de la prevención. El mayor temor de
la superviviente
es que el trauma se repita; su objetivo es impedir su
re­
petición a cualquier coste. «¡Nunca más!» es el grúa universal de las su­
pervivientes. En anteriores fases de la recuperación la superviviente a
menudo evita
el insoportable
pensamiento de la repetición evitando in­
volucrarse con niños. O si la superviviente es madre, puede Huctuar en­
tre el discanciamiento y la sobreprotección con sus hijos, igual que Huc­
túa entre exuemos en las demás relaciones.
En la tercera fase de recuperación, cuando la superviviente llega a
comprender
el significado del trauma en su propia
vida, también pue­
de hacerse más abierta a nuevas formas de relacionarse con los niños.
Si la superviviente es madre puede llegar a reconocer la forma en que
la experiencia del trauma
puede haber afectado indirectamente a sus
lj J.
v, Becker, L. J. Ski'"h"1er, G. G. Abel y ouos, {(Time-Li..rnited Therapy \,.üh Sexually Dy-s­
fumiona! Sexuall~¡ Assaulted Women», Joumal o/ Socia! Wor.k and Human Sexualúy 3: 97-115
0984J.
~~ L. Davis, The Courage tO Heal WorHook: For Women and Aün SUT'Ji7)ors 01 Cbil¿ Sexual
.4buse, Harper & Row, Nueva York., 1990, pág. 441.

316
hijos, y puede tomar medidas para rectificar la situación. Si no tiene hi­
jos puede empezar a sentir un nuevo y más amplio im:erés en la gente
joven. Incluso
puede llegar a desear por primera vez traer niños al
mundo.
También por primera vez la supervíviente puede considerar cómo
compartir mejor la historia del trauma con los niños, de una forma que
no sea ni escondida ni impactante,
y cómo extraer lecciones de esa his­
toria
para proteger a los niños de peligros futuros, La historia del trau­
ma es parte del legado de la superviviente y no podrá compartirla con
otros hasta que
no esté totalmente integrada, y la superviviente esté
convencida de que será
una fuente de ruerza e inspiración y no un
con­
tratiempo para la siguiente generación. ivrichael N orman expresa su
convicción de que ser superviviente es un legado al describir el bautizo
de su hijo recién nacido,
con su
compa..i1ero en la Guerra de ViemaIn.
Craig. como padrino: «De pie en una habitación abarrotada viendo
a Craig mecer al bebé en sus brazos, de repente me di cuenta de que
ese momentO era más importante de lo que jamás había imagL'1ado
era mucho más que un santo sacramento o la celebración de un pacto
privado.
En medio del ritual me sobrecogió un sentimiento
L ... J i de ga­
nar' [ ... ] Aquí, por firl, estaba una victoria que merecía la pena ganar
[
... ] mi hijo en brazos de mi
camarada» 1"7.
ENCONTRAR LA MISIÓN DEL SUPERVIVIENTE
La mayoría de las supervivientes buscan la resolución de su expe­
riencia traumática dentro de los confines de su vida personal. pero una
minoría significativa se siente Uamada a involucrarse con un mundo
más grande. Estas supervivientes reconocen una dimensión política o
religiosa en su desgracia
y descubren que pueden transformar el
signi­
ficado de su uagedia personal convirtiéndola en la base de una acción
social.
Aunque no hay manera de compensar una atrocidad, sí que hay
,7 0.-1. Norman, Tbese CDod }¡len: Friendsh(DS Forged ¡mm W-ar. Cro'Wn, Nueva York. 390.
págs. 301-302.
RECO"EXIÓ"
-, -
) 1. (
UJ.'1a forma de trascenderla: haciendo un regalo a los demás. El trauma
solo
se redime cuando se convierte en el origen de la misión del super­viviente.
La acción social ofrece a la superviviente una fuente de poder que
se alimenta de su iniciativa, energía
y recursos, pero que magnifica estas
cualidades muy
por encima de sus propias capacidades. Le ofrece una
alianza
basada en la cooperación y los objetivos comunes con otros.
Participar en iniciativas sociales organizadas exige a la participante po­
ner en uso sus estrategias de manejo
más maduras y adaptativas de pa­
ciencia,
8..11ticipación, altruismo y senIido del humor. Saca lo mejor de
sí misma: a cambio, la superv-iviente consigue
una sensación de cone­
xión con lo mejor de los demás.
En este sentido de conexión
recípro­
ca, la superviviente puede trascender las limitaciones de su tiempo y
espacio determinados. En ocasiones la superviviente puede incluso ob­
tener una sensación de participación en un orden de creación que tras­
ciende la realidad normaL
Natan Sharansky, prisionero de conciencia,
describe
la di.Inensión
espiriLual de su misión como superviviente:
En [la prisión de] Lefortovo, Sócrates y Don Quijote, Utises y Gargantúa.
Edipo y HamleI habían venido en mi ayuda. Sentía un vinculo espLrítual con
estos personajes; sus luchas se hacían eco de la mía, su risa de la mía . .\'le
acompaiiaban en las prisiones y er:. los campos, en las celdas y' los transportes.
En un illooemo determir1ado empecé a sentir una curiosa conexión i..,.~versa:
no solo me importaba cómo se comportaban esos personajes en determí..n.adas
clrCu.;1stancias, sirlo que tfullbién les importaba a ellos) que b1bian sido creados
hace iTluchos siglos, saber cómo estaba actuando yo ahora. Y al igual que ellos
habífu""1 influido en la conducta de los h""1.di,,1.duos en muchos países y a lo largo
de muchos siglos,
yo
también, con mis decisiones y elecciones, tenía el poder
de influir o decepcionar tanto a aquellos que habían existido en el pasado
como a los que vendrian en el futuro. El senudo místico de la imercone:¿ón de
las almas humanas fue forjado en ese sórdido ffiili""1do de la prisíón cuando la
soli.daridad e:lue nosotros era la úmca arma que teníamos para oponer::10S al
mundo del mal 13 .
!S N. Sharansky, Fear So El/ii, trad. 5tefani Horrman, Rac.¿om House, 0Jueva York. 1988.
pág. 360.

318
La acción social puede tomar varias formas, desde involucrarse
concretamente con determinados Índividuos a
las exploraciones
inte­
leCIuales abstractas. Las supervivientes pueden centrar su energía en
ayudar a aIraS que también han sido vicritnizados, o LT1tentando llevar
a los responsables
aDte la
jusLicia. Ambos esfuerzos LÍenen en común
una dedicación a crear
una conciencia pública. Las supervivientes
comprenden bien que la
respuesra humana natural a los acontecimien­
tos terribles
es quitárselos de la cabeza. Ellas
can1bién lo han hecho en
el pasado. Las superv'Ívientes también comprenden que los que olvi­
dan el pasado están condenados a repecido. Por ese mocivo. e! deno­
minador común a todas las acciones sociales es decir la ·verdad.
Las supervivientes se comprometen a decir en público lo indeci­
ble, convencidas de que ayudará a otros. Al hacerlo se sienten conena­
das a un poder más grande que ellas mismas. Una graduada de un gru­
po de ayuda de supervivíentes de incesto describe cómo se sintió
cuando miembros de su grupo presentaron a los servicios sociales de
protección de menores un programa educativo sobre el abuso sexual:
«Que hubiéramos llegado a ese punto y hubiéramos hecho todo eso
era
un milagro. El poder que sentíamos al llegar a
cuarem::a personas
que, a su vez, afectaría..T1 las vidas de cuarenta nL.-1.os era embriagador.
Casi llegó a superar al miedo» ". Sarah Eue!, que fue lm.a mujer malua­
tada y ahora es fiscal de! disrrito a cargo de las denuncias de violencia
doméstica, describe la importancia de su historia como
un regalo para
los demás:
«Quiero que las mujeres tengan esperanza porque yo toda­
vía recuerdo lo terrorífico que era no tener ninguD.a esperanza L ... ] en
esos riempos creía que no había ninguna salida. Siento que esa es parte
de mi misión, parte del morivo de que Dios no me dejara morir en ese
marrimonio, que yo pudiera hablar abiena y públicamente [ ... ] y me
ha llevado tantos años ser capaz
de hablar [ ... ] sobre haber sido
mal­
tratada»
20.
Aunque dar a los demás es ia esencia de la misión de la supervi­
viente, aquellos que la practican reconocen que lo hacen por el bien de
:', E.1t D., ::esúmonio persocal, 198-+.
20 Enc,evisra a S. Bud, 1991.
RECOi\EXIÓi 319
su prop1a curación. Cuidando de otros las supervi\'Íentes se sienten re­
conocidas, queridas y respetadas por sí mismas. Ken Smith, el veterano
de Vietnam que ahora es el director de una casa refugio y de UD pro­
grama
de rehabilitación para veteranos
SiIl hogar, describe la sensación
de "interconexión de almas humanas» que inspira su rrabajo:
Hav veO:::; ef1 lJ.s que eS:O comple[ameme L"l.Seguro con lo que hago aquí
porque no soy, ni de lejos, un líder. Cuando la responsabilidad se hace dema­
siado pesada recurro a mis hermanos y. sea cual sea el gran probteml1 del mo­
mento, siempre se llega milagrosamente a algún üpo de solución, y la mayoría
de veces no soy
yo.
SL hlvesügas quién ha sido, seguro que ha. sido alguien aree­
Lado por Vietnam. Yo ahora ya euema con ello. Ese es el denominador común
de la experiencia, los miles, ciemos de miles, incluso millones de personas que
fueron IDeadas por esto. )Jo i.nporta si eres veterano o marlifestar:[c pacuisra.
Esw se uara de ser americano, eso es lo que a[Jrendes en clase de ¿rica de ::uar­
w curso; esto trata de cuidar de los myas, esw ~rata de mi hermano. Yo slen¡:o
esw como algo muy personal. Ha desaparecido esa sensación de aislarniento.
Estoy \:aH coneccado con esw que resulta Ierapémleo para mÍ"'
La misión del superv'Í'iriente también puede tomar la forma de bús­
queda de la justicia.
En la tercera fase de la recuperación, la
supervivien­
re llega a comprender los temas de priIlCipios que trascienden su resem:i­
miento personal hacia el perpetrador. Reconoce que e! trauma no puede
desaparecer y que nunca podrá satisfacer su deseo de compensación o
de venganza, pero sabe que hacer que
e! perperrador sea responsable de
sus crímenes es
impona...T1re no solo para sus sentimienros, sino que cam­
bién es sano para la sociedad en general. Redescubre el principio abs­
tracto de justicia social que conecta el destino de arras personas al suyo
propio.
En palabras de Hannah Arendr, cuando se ha cometido un
cri­
men, "e! responsable se lleva a.r¡te la jusricia porque su acción ha pertur­
bado y ha puesto en peligro a la comunidad en general [ ... ] Es la propia
polírica de! cuerpo
la que necesita ser reparada y es el orden público
general
e! que ha sido dañado y debe ser restituido [ ... ] Dicho de
Otra
manera, lo que es priorirario es la ley y no e! dema.r¡danre»22.
2, Entrevisr2 a K. Srnith, 1991.
22 H. Arendr, Eichmann in Jerusa!em: A Report on rhe Banality o; Eui!, 2.' ed .. Pengui..r:t
Books, Nueva York, 1964, pág. 261.

320
Reconocer la irnpersonalidad de la ley hace que la superviviente se
libere hasta cierto
punto de la carga personal de la batalla. Lo que
im­
porta es la ley, no ella, Al denunciar o acusar públicamente, la supervi­
viente desafía el intento del perpetrador de silenciarla y aislarla, y abre
la posibilidad de encontrar nueyos aliados. Cuando otras personas son
testigos
del
testirnonio de un criInen, también pueden compartir la res­
ponsabilidad de hacer justicia. La superviviente
puede llegar a enten­
der su propía batalla legal como una contribución a una estructura
más grande en la que sus
aCCIones no solo la beneficiarán a ella) sÍno
también a los demás. Sharon Sírnone que, junto a sus tres hermanas,
presentó cargos cOntra su padre por e! delito de incesto, describe la
sensación de conexión que tuvo con otra víctLrna y que le hizo empren­
der aCClOnes:
Leí un caso en el periódico. Un nombre había reconocido haber ',jolado
¿os veces a Lm2. 2.L-1a pequeña. Llevaron 8. la niña al juicio el día que se iba a leer
lE sentencia porque su terapeuta pensaba que sería bueno para ella ver cómo se
llevaban_ al hombre: vería que los crí..rnenes sí tienen castigo. En vez de eso, el
juez pemitió todo un desfile de testigos de personalidad. Dijo que en ese juzga­
do babia dos victimas. Creí que me iba a volve:r loca de la ~:.justióa [ .. .1 Ese fue
un plli"1to de hLt1exión para rrú. La fu.:ia y la necesidad de hacer que alguien fue·
ra :responsable de ello. Me dí cuema de que era necesario. No es que necesit2ra
una codesión . ..\iecesitaba que alguien fuera responsable de ello. Quería rOmo
pe:r la negación y acaba:r COD la Denti:ra. Así que me dije: me meteré en esa de~
mar:.d.a. Lo haré por esa nh7a. Lo haré por mis hermanos y nerman2s. y creo
que u..l1a voz pequeñita me dijo: «1 ambién deberlas hacerlo por ti misma» 23.
La sensación de participar en una acción social significatiya permi­
te a la superviviente meterse en la batalla legal con el perpetrador en
posición
de superioridad.
Al igual que ocurre en el caso de los enfren­
tamientos familiares, la superviviente obtiene poder de su capacidad
para leyantarse en público y contar la verdad sin temer las consecuen­
cias. La superyiyiente también obtiene satisfacción con el ejercicio
público de!
poder por su bien y por e! de otros. Eue! describe sus
sen­
timientos de triunfo cuando defendía a mujeres maltratadas: «l\le en-
:J Entrevista a S. Si.'TIone. 1991.
RECO:--;EXiÓ:--; 321
cantan los juicios. La adrenalina te sube en los juicios. lVIe siento bien
porque he aprendido bastante sobre la ley y que esta mujer me impor­
ta lo suficiente como para conocerme al dedillo los hechos. \'le siemo
bien
por entrar en el juzgado y hacer que el juez me escuche. Eso es exactarnente lo que he deseado durante catorce fu~Os: obligar al siste­
ma a tratar a las mujeres con respeto. Hacer que UD sistema que ha vic­
timizado a tantas mujeres trabaje por nosotras, sin ser interesado o co­
rrupto, sino siguiendo las reglas y haciendo que se cumplan: eso sí es
sensación de poder» 2":.
La superviviente que se involucra en acciones públicas también
necesita asumir que no se
pueden ganar todas las batallas.
Su contien­
da particular se convierte en Ulla lucha más grande, y más antigua, por
imponer el cumplimiento de la ley sobre la arbitraria tiranía de los
fuertes.
En ocasiones lo único que tiene es esta sensación de participa­
ción. La alianza con otros
que la apoyan y creen en su causa puede
consolarla incluso en
el caso de la derrota.
Una superviviente de viola­
ción cuenta los beneficios de dar la cara en el juicio: «A mí me violó un
vecino que
entró en mi casa con la excusa de que me iba a
ayudar en
algo.
Fui a la policía
'/ presenté cargos, y fui a juicio dos veces. Tenía
UD consejero del centro de 'liolacíones, y los fiscales eran realmente
agradables y estaban dispuestos a ayudar, y todos me creían. La prime­
ra vez e! juicio se a¡1uJó por culpa de! jurado, y la segunda le absolvie­
ron. Me decepcionó mucho e! veredicto, pero eso no lo puedo contro­
lar. No me estropeó la vida. Pasar por la experiencia del juicio fue una
especie de catarsis.
Hice todo lo posible por protegerme
y por defen­
derme para que eso no me afectara» 25.
La superviviente que decide entrar en una batalla pública no pue­
de engañarse pensando que la victoria está asegurada. Debe estar con­
vencida de que, sencillamente con enfrentarse al perpetrador, ha supe­
rado una de las consecuencias más terribles de! tralli'1la. Le ha hecho
saber que
no puede dominarla con el miedo, y ha expuesto su crimen
ante los demás.
Su recupe~ación no se basa en la ilusión de que se ha
2~ Entre, .. ista a S. Ellel. 21·V-199L
25 Ent"-""evista a Nlarcie. 1989.

"'W
3))
domiIlado el mal, sino en saber que e! mal no ha ganado y que todavía
Se puede enContrar en el mundo un amor curativo.
RESOLVER EL TlLA.UMA
La resolución del trauma nunca es deEnitiva, la recuperación nunca
es completa. El L--npacto de lli""1 acontecimiento traumático sigue resonan­
do en todo el ciclo vital de la superviviente. A medida que esta llega a
nuevos pLEltoS en su desarrollo pueden surgir cierros temas que parecían
haber quedado suficientemente resueltos en \l.n momento de la recupe­
ración. Casarse o divorciarse, un nacimiento o una muerte en la familia,
la enfermedad o
la jubilación, son ocasiones en las que con frecuencia
resurgen los recuerdos traumáticos.
Por ejemplo, los combatientes y re­
fugiados de la Segunda Guerra Mundial, al encontrarse con las pérdidas
de la edad anciana, experimentan
un
resurgimiento de los síntomas pos­
rraumáticos 26. Una superviv'Íente de abusos en la L."'1fa..n.cia que ha resuel­
(Q su rrauma lo suficiente como para trabajar y amar, puede sufrir la rea­
parición de los síntomas cuando se casa, o cuando Iiene su primer rujo, o
cuando su hijo llega a la edad en que empezaron los abusos, Una super­
viviente de graves abusos infantiles que volvió a terapia siete años des­
pués de haber terminado con éxito la psicoterapia explica cómo volvie­
ron los sintomas cuando su hijo empezó a enfremarse a ella: "Todo iba
muy bien hasra que e! niño cumplió los "rerribles dos", Había sido un
bebé muy tranquilo y ahora, de repente, me estaba dando muchos pro­
blemas, No sabía manejar sus paraletas, Me daban ganas de pegarle para
que se callara, Tenía urla vívida imagen de raparle con una almohada
hasta que dejara de moverse,
Sé lo que mi madre me hacía a
mÍ, Y sé lo
que
le hubiera hecho a mi hijo si no hubiera pedido
ayuda»'"
::6 E. Ka:.1ana. B. KanarJ.<1, Z. Hafd y otros, (Coping wirh Extrem~ Trauma», en Human
Adaptacion to Extreme Stress: From ¡he Ho!ocaust to Vú:tirtJ, J. Wilsor:., Z. Hafd y B. Kanana
(ces.), Pb-:LL'Tl, Nue<.:a York, 1985, págs. 55-80; W. Op den I/clae, P. R Falger. H. de Groen y
C[WS, «Currem Psychiarric Complairm ofDmeh ResÍsr2....'1ce Veterans from \Vorld Vi/ar II: A Fea­
sibility Study»._ fouma! oí Traumatic Stress 3: 351-358 (1990).
L r Ep¡c",,,aaBeLo ,986
RECONEXIÓN 323
La paciente se sentía humillada por su necesidad de volver a la psi­
coterapia. Temía que el regreso de los síntomas significara que su ante­
rior '[erapia había sido un fracaso y que demostrara que era «inCUIa­
ble», Para evirar esa decepción ji esa humillación innecesarias se
debería informar a las pacientes que [ermínan un programa de terapia
que, bajo simaciones
de estrés,
pueden volver a aparecer los símomas
postraumáticos. Cuando se está termÍnando la terapia, es útil que ?a­
ciente y terapeuta revisen juntos los principios básicos de devolución
de poder y de conexión que impulsaron la recuperación_ Esos mismos
principios pueden aplicarse para prevenir o manejar las recaídas que
ocurran. La paciente no debería pensar
que el tratamienro es absoluto
o definitivo.
Cuando LLT1 uata.l'TÜem:o llega a su conclusión lógica, se de­
bería dejar la puerta abierta a la posibilidad de volver
al tratamiento en
algún momento en el futuro. Aunque la resolución nunca es completa, a menudo es suficiente
que la supervivieme deje
de centrarse en las labores de la recuperación
y fije su
atención en las tareas de la vida normal_ El mejor indicio de la
resolución
es la capacidad que la paciente recupera para involucrarse en las relaciones con los demás. Está ahora más interesada en el pre­
sente y en el fumro que en el pasado, más preparada para enfrentarse
al mundo con seguridad e ilusión que con miedo, Richard Rhodes, su­
perviviente de graves abusos infantiles, describe la sensación de resolu­
ción que alcanzó después de muchas décadas: "Por firl había llegado el
momento de escribir este libro, de contar mi hisroria de huérfano,
como hacen rodos los huérfanos; para presentaros a mi niño, Había un
niño.
Había estado escondido
en el sótano durante rodos esos años, La
guerra
ha
terminado y el niño puede salir del sótano y verse deslum­
brado por el soL A jugar, Me sorprende y me siento agradecido de que
nunca se olvidara de cómo jugar» 28.
La psicóloga Mary Harvey defiIle siete criterios para la resolución
de! trauma, En primer lugar, los síntomas de estrés pos traumático es­
tán demro de lLr¡OS limites controlables. Segundo, la persona es capaz
13 R. R'-lodes, A Hale in the Tar/á: Al.! Amerú.:'I171 Boyhood, SiIIlon & Sóusrer, ~ueva York,
1990, pág. 269.

324
de soportar los sentimientos asociados a los recuerdos traumáticos.
Tercero,
la persona tiene autoridad sobre sus recuerdos; puede elegir
entre recordar
el trauma y dejar a un lado ese recuerdo.
Cuarto, la me­
moria del acontecimiento narrativo es una descripción coherente VLTlCU­
lada al sentimiento. Quinto, la persona ha recuperado su autoestima.
Sexto, han quedado resrablecidas
las relaciones importantes de la
per­
sona. Y en séptimo y último lugar, la persona ha reconstruido un siste­
ma coherente de significado y valores que engloba la historia del trau­
ma 29. Todos estos elementos están interconectados en la práctica y
todos ellos se tocan en cada fase de la recuperación. El curso de esta
no sigue una simple progresión, sino que con frecuencia se desvía y
vuelve hacia atrás, revisando todos los temas que ya han sido tratados
muchas veces para profundizar y ampliar la integración de su significa­
do en la experiencia de la supenlÍviente.
La superviviente que ha conseguido recuperarse se enfrenta a la
vida con pocas ilusiones pero, a menudo, con gratitud. Puede que su
visión de la vida sea trágica, mas, por ese mismo motivo) sabe lo impor­
tante que
es la risa. Tiene un sentido claro de qué es imponante y qué
no lo
es. Tras haberse encontrado con el mal, sabe cómo aferrarse a lo
bueno. Habiéndose enfrentado al miedo a morir, sabe cómo celebrar
la
-,ida. Después de muchos años empleados en desenterrar recuerdos
infantiles de incesto, SyIvia Fraser ret1exiona sobre su recuperación:
En retrospectiva, lo que sienro hacia mi vida es lo que algunos sienten ha­
cia
la guerra. Si
sobrevives, es que fue una buena guerra. El peligro te hace ac­
tivo, te hace estar alerta, te obliga a experímentar y, por lo tanto, a aprender.
Ahora conozco lo que cuesta mi vida, el verdadero precio que se ha pagado. El
COntacto con el dolor li1terno me ha inmunizado de otros dolores tontos. Sigo
teniendo esperanzas en abundarLCia, pero muy pocas necesidades. !v'li orgullo
en mí intelecto ha quedado destrozado. Si no conocía ni la mÍi:ad de mi vida,
¿en qué otros conocimientos puedo confiar? Pero i..Tl.duso en eso veo un regalo.
porque en lugar de mi estrecho y pragmático mUIldo de causa y efecto [ he
llegado a un t¡lfinito mundo lleno de sorpresas )0.
2~ "'l. R. HaLl/ey. An Ecological I/iez¿; 01 Psychoiogica[ Trauma [ms. no íJubl.icado, Carr.bridge
Hospital, Cambridge (i'vfassachusetts), 1990].
,D S. Fraser, ¡\Ofy Father's House: A A-femorT 01 [nces: and Heaizn& Harper & Row, l\ueva
York, 1987, pág. 253.
~;
[::-'.~'=~~~=
11
COMUNIDAD
Los acontecLinientos traumáticos destruyen los vínculos entre el iDdi~
viduo y la comunidad. Aquellos que los han sobrevivido sahen que su
sentido de su yo, de su valía y de la humanidad dependen de una sen­
sación de conexión con los demás. La solidaridad de U11 grupo propor­
ciona la mayor protección contra el terror y la desesperación, así como
el antídoto más fuerte com:ra la experiencia tralLrnática. El trauIna aís­
la: el grupo devuelve la sensación de pertenencia. El trauma avergüen­
za y estigmatiza: el grupo hace de testigo y reafirma. El trauma degrada
a la víctima; el grupo la exalta. El trauma deshumaniza a la víctima;
el
grupo le devuelve su humanidad.
En el testimonio de las supervivientes llega un momento
en que
se recupera un sentido
de la conexión gracias a las muestras de gene­
rosidad de otra persona. Algo que la víctima pensaba que había
que­
dado irremediablemente destruido -fe, decencia, valor-vuelve a
despertarse gracias al ejemplo
de altruismo común. Viéndose ret1ejada
en las acciones de otros,
la
superviviente reconoce y reclama una par~
te perdida de sí misma. En ese momento) la supenliviente empieza a
volver a unirse a la
comunidad humana.
Primo Levi describe el
momento en que fue liberado de un campo de concentración nazi:
CUfu"1do se arregló la vemarw rota y la estufa empezó a eX"Lender su calor.
algo pareció relajarse en todos, yen ese momento [un prisionero] propuso a
los demás que todos nos ofrecieran un trozo de pan a los tres que habfa.¡-nos es~

326
lado [rabajando. Y se acodó "dSÍ. Algo así hubiera resultado lXlConcebible tan
solo un día ames. La ley [del carnpoJ decía: ,,(óm..:te ru propio pan y, si pue­
des,
el de [U VeCh""1o», y 0.0
dejaba hueco para la graIimd. Reahneme significaba
que [el campo]
es~aba muerw.
Era el pri..rner gesw humano que había emre
nOSQ[[Os. Creo que ese momenro puede considerarse el prin.cipio del carnbio
medi.ante
el
cual los que no habíamos mueHO cambia20s de [prisioneros] a
I,·olver a ser hombres L
La resúrución de los vínculos sociales comienza con el descubri­
miento de que no estamos solos. ESLa experiencia no es nunca tan in­
mediata, poderosa o convincente como lo
es
denno de UD grupo. Irvin
Yalom, una amoridad en la psicoterapia de grupo, la llama la experien­
cia de «universalidad». El impaGO rerapéutíco de la universalidad es
especiahneme profundo en personas que
se han sentido aisladas por
secretos vergonzosos 2.
Como las personas traumatizadas se sienten [an
alienadas
por su experiencia, los grupos de supervivientes tienen un
lugar especial en el proceso de recuperación. Estos grupos ofrecen un grado de apoyo y comprensión que normahnente no Se puede obte­
ner en
el enwrno social normal de la superviviente
-', Encontrarse con
otras personas que han pasado
por
experiencias parecidas disuelve los
sentimientos
de aislamiento, vergüenza y estigma.
Los grupos
h",'l resultado de un valor incalculable para supervi­
viemes de situaciones exrremas como el combate, la violación, la per­
secución política, los malos tratos y los abusos infamiles '. Los panici­
pantes describen que se sintieron reconfonados simplemente por
eSIar en compañía de otras personas que habían padecido un sufri­
miemo similar. Ken Smirh describe su primera reacción al entrar en
un grupo de veteranos de la Guerra de Viemam: «No había vuelto a
P. Levi, SU'rI..!tva! in Auschwitz: T.h¿ ,\iaz;" Assault on Humanity, trad. StuaIT Woolf, Collier,
Nueva York, 1961, p¿g. 145.
:! I. D. Yaloo, The TheorJ aná Prac!!ce oí Group Psychotherapy, 3' eG .. Basic Books, Nueva
York, 1985.
; M. Harvey, «Group Treatment ror Su.rvivors», en:\1. Koss y).,1. Hanrey, The Rape VictinZ"
Gime and Com.rl1.un:fJ lnteT'..!entions, Sage, Beverly PJlls (California). 1991, págs. 205·244.
.; B. A. van der KoLl;:, «Tce Role of t..l,.e Group in :he Origin ane Resolution oE óe Trauma
Responsc:», en Psychologica! Trauma, B. A. van der Kolk {d.), American Psycniatnc Press, Was·
birgwn, D.e., 1987, págs. 153-172.
COMU:\IDAD 327
tener un amigo desde Viemam. Había perdido un momón de amista­
des. Conocía a un montón de mujeres, pero nunca había renido un
amigo, alguien a quien pudiera llamar a las cuatro de la madrugada y
decde, siemo ganas de meterme una 45 en la boca porque es el "''1i­
versario de lo que me ocurrió en Xuan Loe o el aniversario de lo que
sea [ ... J No se emiende a los veteranos de Vietnam, v solo OtrO vetera­
no de Viemam nos puede emender. Estos tipos me comprendieron
cuando empecé a hablar [, .. ] de cierras cosas. Sentí un alivio 1.Ilrnenso.
Era una especie de profundo y oscuro secreIO que nunca había conta­
do a nadie» 5.
Una superviviente de incesIO utiliza casi las mismas palabras para
describir cómo recuperó la sensación
de conexión con
OtrOS partici­
pando en un grupo: «He roto el aislamiento que me ha perseguido
toda la vida. Tengo un grupo de Seis mujeres con las que no tengo nin­
gún secreto. Por primera VeZ en la vida pertenezco a algo. ~le siento
aceptada
por lo que soy, no por mi
fachada» '.
Cuando los grupos desarrollan una cohesión y una inrimidad, tie­
ne lugar un complejo proceso de reflexión en el espejo. A medida
que cada parricipame se abre a los demás, se vuelve más capaz de re­
cibir los regalos que los otros le ofrecen. La tolerancia, la compasión
y el amor que da a Otros empiezan a rebotar en ella misma. Aunque
este
tipo de interacción de
eSIÍmulo mutuo puede ocurrir en cual­
quier relación, sucede con mayor facilidad y mayor fuerza demro del
contexIO de un grupo. Yalom describe este proceso como una «espi­
ral de adaptación» en la que la aceptación del grupo hace que au­
mente la autoesrima de cada uno de sus miembros y, a su vez, cada
uno
de los miembros
acepca mejor a los demás '. Tres mujeres descri­
ben esta espiral de aceptación en un grupo de supervivientes de in­
cesto:
Comemplo la experiencia en el grupo como un pumo de .Lfli:1exÍón en mi
vida, y recuerdo el shock al reconocer que esa fuerza que con cama facilidad
5 Emrevlsra a K. Smidl, 1991 .
Cuestionario de segumüenro del grupo, 1984.
1. D. Yalom, ob. ci~., pág. 45.

328
veía en las otras muje:-es oue había...11 sobrev-ivido a esa .. J violación también
existí;:: ¿entro de ill,V
Soy más protectora conmigo misma. Parezco más «blanda». Me ~ermiro
se:-felíz ~a veces]. Todo esto es resuhado de verme reflejada en un espejo Ua-
macla «grupo» 7.
Estoy rr::ás capacirada para recibir el amor de los demás, y esto es cíclico
para permítirme quererme más a mi misma, y luego a otros IG
Un ,,-eterano de guerra describe la misma experiencia en su grupo
de veteranos: «Era recíproco porque yo le daba a ellos y ellos me da­
ban a mí. Era una sensación realmente buena. Por primera vez en mu­
cho tiempo me empecé a sentir bien conmigo mismo» 11,
Los grupos no solo proporcíonan la posibilidad de una relación
mutuamente satisÍactoria, sino también la posibilídad de una restitu­
ción colectiva
del poder. Los miembros del grupo se relacionan entre
ellos como iguales. Aunque cada uno de ellos sufre y necesita
ayuda,
también cada uno de ellos tiene algo que aportar. El grupo exige y ali­
menta la fuerza de cada uno de sus componentes y, como resultado~ el
grupo como unidad tiene la capacidad de soportar e integrar una ex­
periencia traumática que es mayor que la de cada uno de los miembros
individuales, y cada miembro puede utilizar los recursos compartidos
del grupo para impulsar su propia integración.
Nos llegan evidencias del poder terapéutico de los grupos desde
toda la gama de supervivientes. En un estudio, las mujeres que habían
escapado de relaciones
de maltrato opinaban que los grupos de
muje­
res eran la fuente de ayuda más efectiva 12 Los psiquiatras J ohn Walker
y James Nash que trabajan con veteranos de combate, informan de que
Cuestionario de seguimiemo del gn:po. 1984.
Ibíde.-n. 1987.
Ibídem. 1986
Entrevista a K. Smith. 1991.
1. H. Bowker. ~< The Effect oE Metbodology en Subjeccive EstL.'T'.ates of the Differential Ef­
:ectiveness of Pe:sonal Scrategíes an¿ Help Sou:-ces Used by Batterea '«lomen», en G. H. Hota­
lir:g, D. FirJceLl.¡m:, J. T. Kükpatcick y O~'lOS. Coping with Famiiy Viotence: Research and Poticy
Perspectives, Sage. Bevedy Hills (CaliforillaL 1988. págs. 80-92.
CO~IC'ID,ill 329
a muchos de sus pacientes que no consiguieron tener éxito en la psico­
terapia individual les iba muy
bien en un grupo. Los profu.ndos senti­
mientos de desconfianza
y aisla.lniento de los veteranos quedaban con­
trarrestados por la «camaradería» del grupo y por el esprit de corps ,<
Yael Danieli afirma que la prognosis de recuperación de los supervi·
viemes del holocausto es mucho mejor cua11do la modalidad principal
de trmamiento es de grupo y no individual'". También Richard Mollica
dice haber pasado del pesi.rnismo terapéutico al optimismo cuando su
programa para los refugiados del sudeste de Asia irlcluyó un grupo de
apoyo para supenrivientes ~5.
Aunque en pr1.11cipio parezca que los grupos para superv-ivientes
son una buena idea; en la prácüca organizar con éxito un grupo no es
un asunto sencillo. Los grupos que empiezan con esperanza y prome­
sas
pueden disolverse agriamente, causando decepción y dolor a todos
los involucrados. El potencial destructivo del grupo
es igual a su
pro­
mesa terapéutica. El papel del líder del grupo lleva consigo el ejercicio
irresponsable de la autoridad. Los conflictos que surgen entre los
miembros del grupo
pueden recrear con demasiada facilidad la
diná­
mica del acontecirniento traumático, asumiendo los miembros los pa­
peles de perpetrador, cómplice, testigo, víctima y rescatador. Dichos
conflictos pueden hacer daño a los participantes individuales y condu­
cir a la desaparición del grupo. Para tener éxito, el grupo debe com­
prender claramente su labor terapéutica y tener una estructura que
proteja adecuadamente a todos los participantes contra la amenaza de
volver a vivir
el trauma. Aunque los grupos
varía..fl enormemente en su
composición
y su estructura, estas condiciones básicas deben
cumplir­
se SlD excepción.
Las personas que intentan orga..l1Ízar gnlpos descubren enseguida
que no existe
tal cosa como un grupo
«genérico» que pueda serv-ir a cual-
J. 1. Wallcer y J. L. Nash, «Group T,.'1erapy ir. ¿'.e Treatrnem oÍ í/¡etnas Combar Vete­
ra,."15». International journal o/ Group Thempy 31: 379-389 (1981).
¡~ Y. Danieli, «Trea¡:bg SUrv!vors and Children oÍ Sunrivors oE the :\'azi Holocaust», en
F. Ochberg, Post-Traumaúc Tberapy and Fictims of \iiolenee, BrunnetlMazel. :\ueva York.
1988, págs. 278-294.
.5 R. Mollica, Presentación en Boston lliea Ti:auma Study Group, 1981.

330
quier superviviem:e. Hay grupos de todos los tamaños y formas, y ningu­
no puede ser tOdo para rodas las personas. Las diferemes fases de la re­
cuperación necesitan diferem:es grupos. Es imprescindible que las princi­
pales tareas [erapémicas del individuo y las del grupo sean congruentes.
Un grupo que puede servir a una persona en una fase de la recuperación,
en otra fase puede no servirle de nada o incluso serIe perjudicial.
Parte de la sorprendente variabilidad en los grupos empieza a re­
Der sentido cuando se relaciona con las tareas terapéuticas de las tres
principales fases de la recuperación (véase tabla 3). Los grupos de la
primera fase se ocupan principalmente de la tarea de establecer la se­
guridad.
Se centran en los cuidados básicos del día a día. Los grupos
de la segunda fase se ocupan principalmente del acom:ecimienro
uau­
márico y se centran sobre todo en hacer las paces con el pasado. Los
grupos
de la tercera fase se ocupan
prl.T1cipalmente en reinsenar a la
superviviente en una comunidad
de genre normal.
Se cennan en las re­
laciones interpersonales del preseme. La estructura de cada tipo de
grupo se adapta a su tarea principal.
GRUPOS PARA LA SEGURIDAD
Los grupos rara vez son el primer recurso que uno se debe plan­
tear en el riempo inmediatamente pOSTerior al aconrecimiento traumá­
tico. La superviviente de
un único
trauma agudo reciente normalmente
se sieme muy asustada y se ve inurldada
de síntomas intrusivos, como
las pesadillas y los flashbacks. La intervención de crisis se centra en
movilizar
a las personas más comprensivas del entorno de la supervi­
Ilrenre, porque esta normalmente prefiere estar con personas conocidas
que con extraños. Este
no es momento para un grupo. Aunque en teo­
ría la
superv~vieme puede sentirse reconfortada por la idea de no estar
sola en su experiencia. en la práctica se
puede sentir abrumada por un
grupo. Escuchar los detalles de las experiencias de los demás puede deronar sus propios sintomas intrusivos hasta el punto de no poder ser
capaz de escuchar empáticamente o
de aceptar el apoyo emocional. Por lo rarlto, en el caso de las superv~vientes de un trauma agudo, se
Grupo
i Tarea rerapéurica
,
!
: Orientación
¡ temporal
f----
: Centro de
arención
i\1iembros
LL."TIiIeS
Cohesión
T olera..."1cia
al COnfllCto
Límite de tiempo
Estructura
Eíemplo
CO:'viUNID.-\.D 331
Tabla 3
MODELOS DE GRUPO
Fase de recuperación
Pr!.:.-nenl Segunda
Seguridad Recuerdo y tuco
Preseme Pasado
Cuidado Trauma
Homogéneos Homogéneos
Flexibles, Cerrados
inclusivos
Moderada Muy aira
Baja Baja
Abierto Límite fijado
o repeIÍdo
Didáctica Dirigida
al objetivo
Programa de Grupo de
doce pasos superVIVlenIes
TerCera
Reconexión
Presente. fu:uro
Relaciones
mterpersonales
He(erogéEeos
ESI<ibles
lura
luta
Abierto
Sín esrfUcmra
Grupo
de
psicoterapIa
interpersonal
recomienda un período de espera de semanas o meses antes de emrar
en un grupo. En el Centro de Crisis de Violaciones de la zona de
Bos­
ton, por ejemplo, la intervención de crisis puede incluir asesoramiento
individual y familiar, pero
no la participación en un grupo. A las super-

332
vivientes se les aconseja que espereD. entre seis meses y w'l año ruites de
planl:earse entrar en un grupo 16.
Puede que un grupo de intervención de crisis sea de utilidad antes
de esto
si todos los miembros han sufrido el impacto del mismo
aconteci­
miento, como puede ser w'1 accidente a gra...'l escala, un desastre natural o
li11 CTITIlen. En estos casos, la experiencia compartida por el grupo puede
ser una fuente importante de recuperación. La reunión
de un grupo
grande puede
signiJicar urla buena oportunidad para una educación pre­
ventiva sobre las consecuencias del trauma y puede ayudar a la COillLLrll­
dad a movilizar sus recursos. Bajo el nombre de ,<iIrtormación de iIlCiden­
tes críticos» o «información de estrés traumático» estas reuniones
colectivas
se
hall hecho muy frecuentes después de acontecimientos trau­
máticos a gran escala, e incluso
se han convertido en algo rutinario en las
profesiones de alto riesgo
17
Estas sesiones inJormativas, no obsta.llte, deben cunlplir la regla fun­
damental de la seguridad . .i.'-\l igual que nlli1ca se puede afirmar con cer­
teza que la familia
de
lli1 individuo traumatizado le vaya a apoyar, nUll.ca
se puede afirmar que Ul1 grupo de personas sea capaz de cohesionarse
solo porque todos sus miembros hayan padecido un mismo
y terrible
acontecimiento.
Ciertos conilictos de interés subyacentes pueden verse
acentuados por
el acontecimiento, en vez de verse anulados. En
UTl acci­
dente laboral, por ejemplo, empresa y trabajadores pueden tener pers­
pectivas diferentes sobre e! incidente. Cuando el acontecLmiento es re­
sultado de una negligencia huma.r¡a o de un delito, la sesión i.11formatÍva
también puede interferir o entrar en conilicto con el proceso legal. Por
este motivo, los encargados de sesiones inJormativas a grandes grupos
señalan
las limitaciones de estos ejercicios. La psicóloga policial
Christi­
De D1..mning recomienda que dichas sesiones se ajusten estrictamente a
un formato educativo, permitiendo que exist3J.l opciones de seguimiento
Lcldividual, pero evita.r¡do una narración detallada de! acontecin1iento y
la expresión de fuertes emociones en una rewúón pública 18
~6 ]. Yasse.'1 y L. Glass. <<Sexual Assault Survivor Groups», Social Work 37, 1984. págs. 252-257.
!~ A. Shalev, Debriefing Following Traumatic Exposure [ms. no publicado. Centre for Tr:;.u­
matic S¡:ress, Hadassa...t,. Universicy Hospital, Jerusalén (Israel), 1991].
13 C. DUIlnlng, Presentación en Boston Area Trauma 5tudy Group, 1991.
CO"íl;;'iID_OD 333
En el caso de las supervivientes de un trauma prolongado y repeti­
do los grupos pueden ser una poderosa fuente
de validación y apoyo
durante la primera fase de la recuperación.
Sin embargo; una vez más
e! grupo debe fijar su atención en e! establecilTtiento de la seguridad. Si
se pierde este enfoque, las componentes del grupo pueden asustar a las
demás con los horrores
de sus experiencias pasadas y los peligros de
sus vidas presentes.
Una superviviente de incesto describe que escu­
char las historias de los otros miembros del grupo
no hizo que se sin­
tiera mejor:
«Al entrar en e! grupo esperaba que ver a un grupo de mu­
jeres que habían compartido una experiencia parecida me lo haría
todo más fácil. La a..'1gustla que tenía en el grupo era que no lo hacía
más fácil. Simplemente, multiplicaba el horror» :9.
El trabajo de grupo en la prirnera fase debería, por lo tanto, ser al­
tamente cognitivo y educativo y no exploratorio. El grupo debería ser
un foro en el que intercambiar información sobre los síndromes trau­
máticos, identificando patrones de síntomas comunes, y compartiendo
estrategias para
el cuidado y la protección. Este grupo debería estar
es­
tructurado de tal forma que iInpulsara el desarrollo de los puntos fuer­
tes y capacidades de manejo de cada superviviente y ofreciera a cada
uno
de los miembros protección contra sentirse inundados con recuer­
dos
y
sentin1ientos abrumadores,
Esta estructura de protección la encontramos en los muchos tipos
diferentes
de grupos de
autoay-úda estructurados según el modelo de
l\lcohólicos Anónimos. Estos grupos no se centran en la exploración
en
profundidad de! trauma por sí mismo,
sino que ofrecen un marco
cognitivo para comprender los síntomas que pueden ser complicacio­
nes secundarias del trauma, como, por ejemplo, el abuso de sustan­
cias: los desórdenes alimenticios y otros comportamientos autodes­
tructivos. También ofrecen
una serie de instrucciones para devolver a
las supervivientes su sensación de poder y para restaurar su conexión
con los demás, algo que se conoce generalmente como los
«doce pa­
sos»
20.
19 Cuestionario
de seguínuemo del grupo, 1981.
20 M. Bearl, «A1coholics A.J."1onymous», Psychzatn:c Annals 5: 5·64 (1975).
1
·, ,.
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"'1
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iCiJ

"" ,
J)'-:
La estructura de estos programas de auroayuda reneja su propósi­
ro didáctico. Aunque es posible que sus miembros sientan fuertes
emocÍones
durante las sesiones del
grupo, no se estímula la expresión
de sentiInientos y la derallada narración
de la historia. El propósiro de
la sesión sigue siendo ilustrar principios generales a través del testi­
monio personal, y
aprender de una
fuem:e común de instrucciones.
No se exige la fuene cohesión de los miembros del grupo para crear
un ambiem:e de seguridad; aquí la seguridad es inherente a las reglas
de anonimaro y confidencialidad y al enfoque didáctico del grupo.
Los miembros del grupo no se enfreDl:an los unos a los otros o se ofre­
cen un apoyo muy personal e individual. Compartir las experiencias
del día a día en estos grupos reduce el sentimiento de vergüenza y el
aislamiento, impulsa la resolución prácrica de los problemas e infu11de
esperanza.
La protección contra un liderazgo explorador en esros grupos de
aucoayuda queda explícitamente definida en una serie de reglas llama­
das las «doce tradiciones». El poder es investido en el grupo y no en el
cargo de líder, que lo ocupan rorativamente los miembros que se pre­
sentan voluntarios. La selección
de miembros es homogénea en el
sen­
rido en que rodos los panicipantes han definido un mismo problema
en común. Sin embargo, la mayoría de los grupos no hacen resrricóón
alguna en sus miembros o en la asistencia a sus reuniones; los límites
del grupo son flexibles e inclusivos. Los panicipantes
no tienen
obli­
gación alguna de asistir a las reuniones regularmente o de hablar en
ellas. Esta flexibilidad pennite que cada miembro regule la intensidad
de su participación en el grupo. Se da la bienvenida a las personas que
simplemenre quieren observar a otras que han tenido una experiencia
similar a la SUy8. Pueden observar en silencio y marcharse cuando
qmeran.
En general, las garantÍas esrructurales determinadas por las doce
tradiciones
se han mantenido en los numerosos grupos que han
repro­
ducido el modelo, pero, no obstante, algunos grupos de auto ayuda si­
guen siendo vulnerables al liderazgo explotador o a idiosincrásicos
propósitos de grupo.
EstO es especialmente cierto en grupos reciente­
menre creados que carecen
de la experiencia práctica y de la amplia
._. __ .. ~=-=."._'-"-.-=::"':;;'=~"""'~~~;--.--
CO~iU:\IDA.D
gama de opciones disponibles en un programa maduro de doce pasos.
Las supervivientes
que se unen a grupos de autoayuda deben
cUITlplir
a rajarabla la instrucción de llevarse solo lo que les resulra de ayuda v
descartar el resto.
Oua variante del grupo de primera fase es e! de manejo de! estrés
a cono plazo, que resulta prometedor para supervivierlIes de UaUITla
crónico en las primeras fases de la recuperación 2l. Una vez más, el ua­
bajo del grupo se centra en esrablecer la seguridad en el presente. La
estrucmra es didáctica y se centra en el alivio de los sintomas, la reso­
lución de problemas y las rareas diarias de cuidado básico. La selec­
ción de los miembros del grupo es inclusiva y se pueden unir nuevos
miembros o formarse nuevos grupos después de un ciclo de unaS
cuanras sesiones. Normalmente, el compromiso que se exige es de baja
intensidad,
y no se desarrolla una
mene cohesión del grupo. Se ofrece
protección a rravés de un liderazgo de grupo activo y didáctico, y LUla
orientación dererminada hacia la tarea a desarrollar. Los miembros del
grupo no revelan mucho de sí mismos, ni se enfrentan entre ellos.
Grupos psicoeducativos parecidos pueden adaptarse a una amplia
variedad
de situaciones sociales. También son apropiados para
cual­
quier entorno en el que la principal labor sea establecer la seguridad
básica, comO en el casO de los pacientes internos de un hospiral psi­
quiátrico, en los programas de desinroxicación de drogas o alcohol, o
en
un refugio para mujeres maltratadas.
GRUPOS PARA RECORDAR Y LLORAR LA pÉRDIDA
Mientras que explorar las experiencias traumáticas en grupo pue­
de ser algo muy desorientador para una superviviente en la primera
fase
de la recuperación, el mismo trabajo puede ser muy provechoso
cuando la superviviente ha llegado a la segunda fase.
Un grupo bien
organizado puede ser un poderoso estimulante para reconstruir la his-
2, R Flannery, «From Victlln to Survivor: A StreSs-MaIlagemem _,I,_pproach in óe Trear...sem
oE Leamed Helplessness», en Van der KoLk., Psychologica! Trauma, págs_ 217 -232.

336
coria de la superviviente y una fuente de apoyo emocional durante el
período de iuto. A medida que cada superviviente comparte su histO­
ria, el grupo le proporciona una profunda experiencia de universali­
dad. El grupo es testigo del testimonio de la superviviente, dándole
un significado social y también personal. Cuando la superviviente
cuenta su historia solo a otra persona, el aspecto confesional y privado
del testimonio tiene una importancia capital. Contar la mÍsma historia
a un grupo representa una traIlsición hacia el aspecto judicial y públi­
co del testimonio. El grupo ayuda a cada superviviente individual a
hacer más grande su historia, liberándola del aislamiento
con el
pero
pecrador y volviendo a introducir el concepto de un mUIldo más am­
plio del que ella ha sido alienada.
Un grupo que trabaje sobre el trauma debe estar muy estructura­
do y claramente orientado hacia la labor de desenterrar el trauma. El
grupo necesita líderes activos y bien preparados, y miembros muy
comprometidos, así como una clara definición de su propósito. El psi­
cólogo Ed\vin ParsoD, que dirige grupos para veteranos de guerra, uti­
liza la metáfora de un pelotón
para explicar la cerrada organización del
grupo:
«El líder debe ser capaz de establecer una estructura significati­
va, elaborando una estrategia de los objetivos del grupo (la misión), y
el terreno (emocional) que se ha de cruzar» 22. Esta imaginería es apro­
piada para la experiencia militar que comparten los miembros del gru­
po. Supen>ivientes de otros tipos de trauma responden a un lenguaje y
una imaginería diferentes; SiIl embargo, la estructura del grupo es simi­
lar para muchas clases diferentes de personas traumatizadas.
Encontramos un modelo
de grupos centrados en el trauma en el
grupo de supervivientes
de incesto creado por Emily Schatzow y por
mí misma
23, Este modelo tiene una lógica interior y una consistencia
que se presta a ser replicado de forma más amplia. Tiene dos rasgos es­
tructurales fundamentales: un límite de tiempo y el hecho de que se
12 E. R. Parson, «I.b.e Unconscious History or Vietna."Ti. in. tb.e Group: A"1 Innovative .i\'lultip­
hasic NIo¿el for Working órollgh Autnority· Trarlsrerences in GuiJt.Driven Veterans», lnternatio­
nalJoumal o! GlOup Psychotherap'J 38: 275-301 (1988), cit. en 285.
2.i J. L. Herman y E. Schatzow, «Ti.me-Li.lr.:ited Group Therapy for Women urith a H:istory of
Lxest>>, lntemational Joumal 01 Group Psychotherapy 34: 605 ·616 (1984),
COMLSID/ill
337
centra en los objetivos personales. El límite de tiempo sirve a varios
propósitos: establece los límites necesarios para desarrollar un trabajo
muy definido, estimula
UD clima de gran intensidad emocional y; al
mismo tiempo, garantiza a los participantes que dicha interlsidad no
durará para siempre: y promueve la creación de vínculos con otros su­
pervivientes, mientras
que desalienta el desarrollo de una identidad ex­
clusiva de
supen,iviente. La duración exacta de ese límite de tiempo
importa menos que el hecho de que exista. \'1ucnos de estos grupos de
supen>"ivientes de incesto han durado doce semanas, pero otros mu­
chos, cuatro, seis o nueve meses. Aunque el proceso de grupo se de­
sarrolla. a
un
ritmo más relajado si se dispone de más tiempo, sigue la
misma secuencia predecible tamo hacia la restitución del poder indivi.
dual como al acto
de
comparcir en comunidad. Después de terminar, la
mayoría de participantes se quejan del límite de tiempo, da igual cuán­
to haya
durado el grupo, pero la mayoría también afirma que no
ha­
brían querido o que no habrían podido aguantar un grupo que no
hubiera fijado un final.
Que el grupo se centre en objetivos personales proporciona un
contexto integrador y positivo para el trabajo de descubrir el trau­
ma. A cada participante se le pide que se marque un objetivo con.
creto
que desee alcanzar dentro del límite de tiempo del grupo.
Se
anima a los participantes a pedir la ayuda del grupo tanto para defi.
nir un objetivo significativo como para adoptar las acciones necesa­
rias para obtenerlo. Los objetivos que se eligen con mayor frecuen­
cia son la recuperación de nuevos recuerdos o contar una parte de
la historia a
otra persona.
Compartir la historia del trauma tiene un
propósito y no se limita a ser un desahogo o una catarsis: es un paso
para dominarlo activamente. El apoyo del grupo permite a los indi­
\iduos correr riesgos emocionales más allá de los supuestos límites
de su capacidad. Los ejemplos
de valor individual y de éxito
inspi­
ran optimismo y esperanza al grupo, aunque este se halle inmerso en
e! horror y e! dolor.
El trabajo del grupo se centra en la experiencia compartida del
trauma en el pasado, no en las dificultades interpersonales del pre­
sente. Los conflictos y las diferencias entre los miembros de! grupo
~
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n

.338
!JO son especialmente pertinentes para el grupo. De hecho, lo distraen
de su tarea principal. Los líderes deben intervenir activamente para
promover que se compartan las experiencias y se minimicen los COD­
EliGas. En un grupo de trauma, por ejemplo, los líderes asumen la
responsabilidad
de garantizar que cada miembro tenga la
oponuni­
dad de ser escuchado más que permitir a los miembros que peleen
entre ellos sobre e! rema de companir el tiempo.
Un grupo de
Ifauma necesita un liderazgo activo y
comprometido
2
-i.
Los líderes son los responsables de definir la labor del grupo, de crear un
clima de seguridad y de asegurar que todos los miembros esrén proregi­
dos. El papel de! líder de! grupo es muy exigente emocionalmente por­
que debe ser un ejemplo de CÓmo ser resIigo de las histOrias de los miem­
bros. Debe demosuar al grupo que se pueden escuchar esas historias sin
sentirse abruInado. La mayoría de líderes descubren que no están más ca­
pacitados que los demás para hacer esto por sí solos. Este es e! motivo de
que se recomiende un liderazgo comparrido
25
,
Los beneficios de esra sociedad se exIienden no solo a los calíde­
res, SiIlO también a todo el grupo, porque aquellos pueden ofrecer un
modelo de complementariedad. Su capacidad de solucionar las dife­
rencias que surgen inevitablemente entre ellos hace que crezca la tole­
rancia del grupo hacia los canflicLOs y la diversidad. No obstante, no se
puede crear un clima de seguridad si en el liderazgo se reproduce la di­
námica de dominación y subordinación en vez de una cooperación en­
tre iguales. La tradicional estrategia de formar una pareja entre, por
ejemplo, un hombre con un estatus superior y una mujer con un esta­
tus ioferior es completamente ioapropiada para un grupo de supervi­
vientes de trauma, pero, desgraciadamente, esta práctica sigue siendo
algo común 26.
2~ ]. o. Brende, «Combli:ed Ind.rviduaJ a.'1d Group Iberapy for Viemam VereraIls», buer­
national ]ouTna! 01 Group Psycho!herapy .31: 367 -378 (1981); J. I. Wal.k:er y J. L. 0Jash, ab. cit.;
E. R Parson, ab. cit.
25 V. Rozynko y H. E. Dondershi..."1e; «Trauma Focus Group Therap:, ror Viema..rn Veéerans
wirh PTSD», Psychotherapy 28: 157·161 (1991); J. 1. iX"alker y J. L. Nash, ob. cit.
26 Véase, por ejemplo, la descúpción de url grupo de superviviemes de iIlCesto (todas muje.
res; dirigido por Ufl psiquiatra masculi.IlO y mro femenino en prác!icas, en. R. Ganzarai:."1 'j B. Bu-
CO'U:\ID".o..D 339
Debido a la inrensidad emocional de la labor, se debería hacer una
cuidadosa selección de los Dliembros de un grupo de trauma. Estos
grupos exigen
un alto nivel de disposición y de motivación. Incluir a
miembros que no están preparados para involucrarse en un intenso
trabajo
de desenrerramienro puede desmoralizar al grupo y
d"-Ciar al
Lndividuo. Este es el motivo de que no se aconseje llevar a cabo un tra­
bajo de desenrerramiento de! trauma en grupos no protegidos como lo
son las reuniones «maratonianas» a gran escala.
La superviviente escá preparada para entrar en un grupo de trau­
ma cuando hayan quedado firmemenre establecidas su seguridad y su
capacídad de cuidarse a sí misma, sus sÍIltomas estén razonablemente
bajo control, sus apoyos sociales sean fiables y las circunstancias de su
vida la permitan involucrarse en una empresa tan exigente. Pero, ade­
más de todo esto, debe estar dispuesta a comprometerse a asistir con
regularidad a las sesiones
durante la vida de! grupo, y debe estar
razo­
nablemente segura de que su deseo de pedir ayuda a los demás supera
su miedo al grupo.
Las recompensas
de la panicipación en un grupo son proporcio­
nales a las exigencias.
Normalmente se desarrolla con rapidez una
fuerte cohesión entre los miembros del grupo. Aunque es frecuente
que estos
obseITen un agravamiento de sus síntomas de ansiedad al co­
mienzo de! grupo,
también sienten una especie de euforia por haberse
conocido. Tienen la sensación de que, por primera vez, son reconoci­
dos y entendidos.
Un vínculo tan fuerte e inmediato es un rasgo prede­
cible de los grupos homogéneos a corto plazo "-
La cohesión que se desarrolla en un grupo de trauma permite a
sus participantes sumergirse en las tareas
de recordar y llorar la
pérdi­
da. El grupo proporciona un fuerte estimulo para la recuperación de
los recuerdos traumáticos 28. Cuando cada miembro reconstruye su
ende, Prisoners oÍlncest: A Perspecúve Fom Psychoanaiysis and Groups, L'm:rnaclonal UnÍversiries
Press, :\!Iadison (Connc:cricud, 1988.
27 I. D. Yalom, ob. ele; J. P. Wilson, Trauma, TransÍOrmaúon and Healing: An Imegraúve .4p­
proach to Theory, Research, and Post-TraumaticTherapYI BrtJrt .. Iler/Mazel, Nueva York, 1990.
28 J. 1. Herman y E. Scharzow, «Reeovery and Veri.ficaüon oÍ Memories or Childhoo¿ Se­
:<ual Trauma», Psychoano.iytic Psychology 4: 1-14 (1987).

340
propia narrativa, los detalles de su historia evocan casi L.'1evitablemente
nuevos recuerdos en cada lli"10 de los oyentes. En los grupos de super­
vivientes
de
h-Kesto) casÍ todos los miembros que se han marcado el
objetivo de recuperar recuerdos, lo han conseguido, A las mujeres que
se sienten bloqueadas
por la amnesia se les
anLTIla a contar lo que re­
cuerden de su historia, Invariablemente,
e! grupo ofrece una
perspecti­
va emocional que proporciona un puente a nuevos recuerdos. De he­
cho, a menudo estos llegan con demasiada rapidez
y, en ocasiones, es
necesario ralentizar
el proceso para mantenerlo dentro de los límites
de la tolerancia
de! indiv-iduo y del grupo.
Una sesión de un grupo de supervivientes de incesto dirigida por
Emily Schatzow y por mí ilustra cómo el grupo aYlJ.da a uno de sus
miembros a recuperar e íntegrar sus recuerdos,
y cómo el progreso de
ese miembro inspira a otros participantes.
Cerca del fiIlal de la sesión,
Robin, una mujer
de treinta
y dos años, pide unos minutos para hablar
sobre un «pequeño problema» que ha estado teniendo:
ROBI2\!: He tenido una semana bastante mala. ?'-Io sé si otI'as personas ha­
brán pasado por esto. Estoy teniendo unas imágenes que aparecen. Son terro­
rrricas. No es como un recuerdo. Es más como: «¡Oh. Dios mío: ;Qué imagen
tan horrible!». y entonces la aparro de mí diciendo: «No; eso no puede haber
ocurrido». Pero siento que quiero companir alg1..L'1as de esas imágenes porque
estaba realmente asustada.
limes os he camada que mi padre era un alcohólico y que era muy violen­
to cuando bebía . .\I1i madre nos dejó a mi herma..'1.:l y a mí solas con él. Yo de­
bía de tener aproximadamente diez años. Puedo recordar claI'amente nuestra
casa, pero lo que he dejado fuera ha sido una habitación de la casa que no que­
ría recordar demasiado. Tengo Lma irnagen de mi padre persiguiéndome por
esa habitación, Intenté esconderme bajo la cama, pero él me cogió. No tengo
recuerdos de haber sido vÍolada. Solo le recuerdo diciendo obscenidades
hOG-ibles como: «Lo único que quiero es un poco de coño», y aSÍ, y así, y asÍ.
La noche siguiente tuve un sueño horrible, UIla pesadilla. en la que mi pa­
dre estaba teniendo sexo
conmigo, y era terriblemente doloroso. En el sueño
intentaba
llaillaI' a mi madre. Gritaba, pero ella no me oía. No podía gritar lo
suficientemente alto. Así que en el sueño lo que decidí hacer fue separar mi
cuerpo y mi mente. Eso fue muy raro. Estaba temblando cuando me desperté.
El motivo de que quisiera exponerlo aquí es que las L.'71ágenes son realmen­
te terroríficas; pero, al mismo tiempo. no estoy segura de que ocurrieran. Así
CO:VH':XIDAD
341
que quiero que me digáis si esas ¡_Inágenes rr.ejoran L.. varnos. no que meJo­
ren, pero ¿se hacen más claras o no?
Cuando Robin termina de hablar, hay un silencio. Entonces con­
testan las componentes del grupo y las dos líderes. Primero, un miem­
bro del grupo, Lindsay, ofrece su validación y su apoyo. Entonces una
de las líderes de! grupo hace preguntas a Robin para determinar si ne­
cesita más apoyo del grupo. Otras oyentes empiezan a intervenir con
sus preguntas
y opiniones.
Como respuesta, Robin aporta aún más re­
cuerdos detallados mientras)
al mismo tiempo, comparte su confusión
v sus dudas sobre
la credibilidad de la historia:
LINDSAY: Las imágenes deberfaI] hacerse más claras pocque parece como si
prirnero hubieras tenido esas imágenes de correr por la habitación pero real­
mente no sendas nada. Pero luego, en el sueño, sentiste dol07 y' pedías ayuda.
-lo tengo un problema: tengo un sentimiento y no soy capaz de identificarlo o
de saber de dónde viene. Así que supongo que a mi eso me suena a mejoda.
porque tú tuviste ambas cosas juntas. T at.-nbién da miedo cuando tu cuerpo y
IU mente se separan. Yo tat.llbién Iengo ese tipo de sensaciones, y me pregunto:
«¿De quién es este cuerpo?». Pero me digo a mí misma que es transitorio, que
lo
puedo manejar, que no es para siempre;
tat1. solo es algo por lo que tengo
que pasar.
Sc:t-iATZO\'7: ¿Tu pregunta es si, en el proceso de recuperar recuerdos, la
gente empieza con imágenes?
ROBIN. Sí.
LEILA: En mi caso fue asÍ. Empezaba con trOCitos pequeños, un sueño. y
luego un semimiento.
ROBIk Sí. Mira, yo tenía una historia que ha ocurrido y esta era una pe­
queña pieza que faltaba en
la historia.
)vii hermana y yo acaba..-nos en una casa
de acogida
y nunca
supimos la verdad de lo que había ocurrido. En ese tiempo
mi hiswria era que mi padre no podía cuidar de nosotras, así que nos tuvo que
entregar en contra de su voluntad. Pero ahora que estoy recuperando más de
estas
... imágenes
... seaJ110 que sea..1. ..
LINDSA Y: Sucesos.
HER:\B.i'\J: Experiencias.
ROE[\¡: Gracias .. A.."Sora parece que nos alejaron de él. Tengo la imagen de
escaparme de casa
y de estar en la calle, y luego de que me llevaron
a la casa de
acogida. Tenía todas esas piezas, incluso la parte de escaparme, pero no tenia
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342
la pieza de la habitación. Eso ha ocurrido esra semana. Todavía me restura difí­
cil creer que eso le ocurrió a una nóa pequeña. Tan s:Jlo cenia diez años.
LEILA: Esa eS la misma edad que ceDía yo.
BELE: ¡Joder!
R0310i: Pero ¿puedo creérmelo?
LI::\DSAY: Sí, ¿Ie lo crees ahora?
ROBI0i: Me sigue resuhando difícil creer que eso me ocurrió a mí. Ojalá
pudiera decir que sí lo creo y que esroy convencida, pero no puedo.
COB..L'-i0iE: Ya es su...ficieme que [engas la i...rnagen. ;:VEra, no tienes que jurar­
lo sobre la Biblia.
En ese momemo, Robin se echa a reír, Cuando e! diálogo conti­
núa, otras panicipam:es también se ríen.
RaBI?\: Vaya, me alegro de que lo hayas dicho.
CORI:\"0:E: Lo Iienes eIlla cabeza, y ahora tienes que enrremarre a ello.
ROBI0': ; No me digas eso!
CORI:\iNE: Bueno, IOdas lo estarnos haciendo.
Ha llegado el momento de reTInÍIlar la reunión, Haciendo un resu­
men, uno de los lideres le ofrece su ret1exÍón a Robin,
HE...1Z:.\L.l...;"\i: Esrás respondiendo a estar en el grupo, como le ocurre a muchas
personas. Creo que tienes suficiente seguridad como para permiúne volver na­
cia atrás y volver a experimentar lo que ocurrÍó. l\mes no podías hacerlo; era
demasiado terrible. También creo que eres muy valiente por enfrentane a IOdo
estO. bduso la forma en ql.!e nos lo has presemado aquÍ, lo nas hecho para no
herimos a nosouas y no herirre a ti. Pediste unos CUfu"ltoS minmos al filial y en
pian «Oh, por cleEo, quiero hablar de un horror que eswy recordando». Pero
queremos que sepas que entendemos lo que es¡:ás pasa.'1do. Y tienes derecho a
pedir más tiempo para compaITirlo. La geme puede agua.l1rar escucharlo. No
necesnas prot:egernos.
ROBL'-i: ; Uf! :\'1enos mal
Ames de que rermine la reuTlión, arra miembro que había estado
escuchando en silencio añade sus propios comemarios:
BaLE: JUSLO ahora cuando has dicho eso sobre prmegernos. Yo estoy aqul
sen [ada pensfu"1do que nosotras evidemememe somos ÍueITes porque hemos 50-
COMl'0ilnW 343
bre\''lvido y llegado hasra aqUl aespués de nuestra terrible experiencia. Y su­
puestfu-neme IOdos los que nos rodean son personas frágiles y debemos prote­
gerlas. ¿Cómo es que ocurre de esra manera y no jusw al revés?
Esta sesión logra caprurar el recuerdo rraumático en el momento
de
la transformación de una imagen disociada a una narrativa emocio­nal, La respuesta que tienen los demás miembros de! grupo para Ro­
bin demuestra que valora.'1 su experiencia, la anima a prestar más aten­
ción a sus sentimiemos
y promere que los demás pueden tolerar sus
sentimientos
y ayudarla a sobrellevarlos.
En la sesión de la siguiente semana, Robín nos h'1forma de que ha
recuperado todo
e! recuerdo y ha camada su historia, con sentimiento,
a su pareja,
Ya no le
atormema.-'1las dudas. El grupo empieza a especu­
lar con e! pape! de la recuperación de los recuerdos en el proceso glo­
bal de recuperación:
COru:--"'i':E: Puedo tdemifícarme con que te vÍIúeras abajo y lloraras. Yo lo
hice hace un par de meses. ivIe pasé varios días diciendo «Estoy m ... '1 asuscada,
estoy tan asusIada» cuando empezaron a surgir los recuerdos sexuales. Es
terrible tener que volver a ro miedo.
ROBIi':: Sí que lo es. Si no fuera por este grupo, no creo que !o hubiera he­
cho. Nlli"1Ca lo hubiera podido hacer yo sola.
LEIL~: Tengo una pregunta sobre volver atrás. ¿Otras mujeres han ido ha­
cia atrás hasta un punto en el que creen que ya está todo (erffiL"1ado?
LE',ms_\Y: Creo que tienes que seguir yendo hacia atrás.
CORlNNE: Sin embargo, sí que pierde su carga. Como la primera vez que
recuerdas, la primera vez que escuchas gritos en tu cabeza, eSIás muy SOf?ren­
dida y tienes rodas los semidos abierros. Pero cuando ya has hecho eso varias
veces, de alglLfla forma es como «Si, eso ocurrió» y «¡Cabrón!». Y ahora está
esto. Puedes dejarlo después de un tiempo o quizá no dejarlo nunca, pero pue·
des superar el dolor y la furia que re causa.
HER.\L-\i\': Por lo que yo he \'lsro, no desaparece nunca, pero de alguna ma­
nera pierde su control sobre ti, su capacidad para paralizaHe y deshacer IOdo
lo que haces. Pierde su poder.
LEILA: ¿Tú sientes que perdió su poder sobre ci?
ROBL.'\': No mucho. Pero sí un poco, porque, cuando emendí lo que ha­
bía ocurrido, entonces me sentí fui poco más centrada. Porque lo que real­
mente me asustaba era tener este miedo tan terrible y no saber por qué.
No es fácil saberlo, pero, al menos, es mejor, porque ahora puedo compar-

344
Lirio con otras personas y decir; «Eh, he sobrevivido, y no me ha jodido
del codo».
]ESSICA; Me da mucha esperanza oír que puedes sobrevivir a esos senti­
Dilemas.
Este diálogo demuestra cómo los miembros del grupo se ayudan a
soportar
el
terror y la confusión de recuperar los recuerdos traumáti­
cos. Los miembros de! grupo pueden también ayudarse a soportar e!
dolor de!luro. La presencia de otros miembros como testigos hace que
sea posible que la superviviente exprese
un dolor que podría resultar
abrun1ador para un solo oyente. El grupo comparte
el luto y, al mismo
tiempo, impulsa la esperanza
de crear nuevas relaciones. Los grupos
dan una cierta formalidad
y una cierta solemnidad ritual al dolor
indi­
vidual: ayudan a la superviviente a rendir homenaje a sus pérdidas en
el pasado y, silnwtáneamente, a rehacer su vida en el presente.
Con frecuencia, la creatividad del grupo se demuestra en la cons­
trucción de ritos de luto y de homenajes compartidos. En un grupo)
una participante describió cómo la echaron
de su gran e importante
fa­
milia cuaIJdo desveló el secreto de! incesto. El grupo apoyó la decisión
de la superviviente de no retractarse, pero también transmitió que sabían
lo duro que le debía resultar ese extrañamiento de su familia. Gracias al
apoyo del grupo
pudo añorar las cosas que más adoraba de su familia:
la sensación de pertenecer, e! orgullo y la lealtad. Terminó su luto
deci­
diendo cambiarse e! apellido. Los miembros del grupo celebraron el
momento en que firmó los documentos legales con una ceremonia en la
que
le daban la bienvenida a una
«nueva familia» de supervivientes.
Aunque los miembros del grupo comparten la labor del duelo,
esta
no tiene por qué ser tratada con gran solemnidad. De hecho, e!
grupo proporciona muchos momentos de buen humor. Los miembros
del grupo tienen la capacidad de aflorar las capacidades inesperadas
de los demás, incluido
e! sentido de! humor. En ocasiones, los
senti­
mientos más dolorosos pueden ser desintoxicados si hay una risa gene­
ral. Por ejemplo, las fantasías de venganza pierden su terrorífico poder
cuando las personas se dan cuenta de que son una absoluta tontería.
Un episodio de otra sesión de un grupo de supervivientes de incesto
COMc:\mi\D 345
demuestra cómo las fantasías de venganza de una persona se pueden
manejar después de haber sido convertidas en un entretenimiento por
el grupo. Aunque este diálogo ocurre al final de la vida de! grupo,
cuando
ya se ha establecido una fuerte sensación de confianza,
Melissa,
una mujer de veinticuatro años, se muestra precavida cuando toca por
prL."Tlera vez el tema de la venganza:
ivIEUSSA: Estoy pensando en el chico que me violó. Eswy taIl furiosa de
que se saliera con la suya. Todavía puedo ver la expresLón de chule6a ¿e su
rostro. )¡le gustaría arat::iarle la cara y dejarle grandes cicauices. Quiero vues~ra
opinión. ¿Creéis que soy perv'ersa por estar tan enfadada?
El grupo responde a coro: «;No:». Otros miembros animan a ?vIe­
lissa a seguir aporrando sus propias fantasías de venganza.
~L\.~GO'T: Arañade parece muy poco teniendo en cuenta lo que hi.zo.
.\lEUSSA: Bueno, en realídad tenia algo más en mente. En realidad, me gus­
taría romperle las rodillas con un bate.
?vL--\....;GOT: Sigue. ;No pares ahora':
:.vIEuSSA; Me gustada empezar metédic~lle.:.'1te por lli"1a rodilla y luego pa­
sar a la otra. Lo he elegido porque sé que le haría sentir muy indefenso. Enton­
ces sabría cómo me sentí yo. ¿Creéis que soy mala?
Suena otra vez el «¡No!». Algunas componentes han empezado
a soltar unas risitas. A
medida que las fantasías se vuelven más
deli­
rantes) efgrupo empieza a reír a carcajadas:
LAl'Rt\: ¿Estás segura de que solo quieres hacerle eso en las rodillas?
:vL-illGOT: Sí. Yo tengo una at-n.i.ga que tenía problemas con su gato. :\1e
dice que da muchos menos problemas desde que le castraron.
MEllSSA: La próxi.¡na vez que alguien me moleste por la calle, más vale que
tenga cuidado o le dejaré arrastráJ."1dose por el asfalto.
M..l..RGOT: ;Quizá con un autobús acercándose!
iVlEuss.-\; No me gustarla hacerle algo bmto como sacarle los ojos ... ¡por­
que me encantaría que pudiera ver sus rodillas.'
Este comentario provoca un ataque de risotadas. Después de un
rato, el grupo deja de reír y varias mujeres se limpian las lágri.¡nas. Se
v'Uelven a poner serias:

346
;\IELISSA: Me gusraría demosuarle al chico que me violó que puede que
haya rolO mi cuerpo, pero no ha desuozado mi al.'TIa. ¡Eso no lo puede rOffi­
per~
Una mujer que también se ha reído pero que no ha hablado hasta
ese momento contesta:
K":r:"R:\: Es maravilloso ver que eres tan rueHe. Realmeme, es Clerro que "o
puede cocar w aL-na, da igual lo que Le haya hecho.
Las mujeres de este grupo se permiren explorar libremente sus
ram:asías, sabiendo que no se asustan ni los miembros más tímidos y
callados, y que [ambién ellos participan en las risas.' Al compartir las
famasias, es[as pierden gran pane de su inrensidad y las mujeres pue­
den reconocer que en realidad no necesiran la venganza.
Como un grupo cemrado en el [rauma üene una duración limita­
da, gran pane del rrabajo de imegración se hace al final. En los gru­
pos de superviviemes de incesto el final está muy formalizado, y to­
dos los miembros del grupo se esfuerzan para cumplir los rituales de
despedida. A cada pardcipame se le pide que prepare, por escrito,
una valoración
de sus propios avances dentro del grupo) así como una
valoración del [rabajo de recuperación que aún tiene por delante.
Se
le pide también que prepare una valoración parecida de todos los
miembros del gtupO, así como sus comemarios sobre los líderes del
grupo. Finalmeme, se les
pide que preparen un regalo imaginario
para cada miembro del
grupo". Estos expresan toda su empaEÍa,
imaginación y semido lúdico en los regalós. Cada uno se lleva no solo
su propia experiencia de haber alcanzado su objetivo, sino
también
un recuerdo tangible del grupo.
Con frecuencia los regalos imagina­
rios reflejan el deseo de las componemes del grupo de companir algo
de sí mismas. En una ceremonia
de despedida, una componeme del
grupo muy
ex¡rovertida se despide de esta manera de] ohanna, algo
más tímida: «Te deseo muchas cosas diferemes, ]ohanna. Te deseo
que tomes
el comrol de esa ]ohanna tan fuene y que no la dejes ir
29 La idea del regalo i.magi.rlario es la comribución del psiquiatra israelí QriI Nave.
COMUN1DAD 347
nunca más. Y re deseo fuerza para luchar por tu propia existencia en
la tierra. ¡ Y te deseo dererminación para luchar por las cosas en las
que crees: tu independencia, tu libertad, un buen matrimonio, edu­
cación, una carrera y ORGAs;,vros, con O mayúscula! i Y te deseo que
tengas más carne en los huesos y que no tengas cerillas para tus ci~
garrillos! Pero sobre rodo, ] ohanna, deseo que te valores por lo que
eres y por quien eres»;o.
En muchos ouos grupos de trauma se utilizan tareas de espejo
muy estructuradas, formales y ritualizadas. Los psicólogos Yael Fisch­
man y Jaime Ross describen un grupo para supervivientes de tortura
en el que el «testimonio» escrito se incorpora al proceso del grupo y a
los miembros se les pide que escriban la narración de los demás. «Es­
cuchar cómo otro individuo presenta sus sentimientos personales hace
que los participantes tengan una nueva perspectiva que les permite ga­
nar cierto control sobre sus emociones. Al escuchar una serie de des­
cripciones como esta, obtienen la experiencia de la universalidad» "­
De forma parecida, en su trabajo de grupo con supervivientes del ho­
locausto nazi, Yael Danieli asigna a cada familia la tarea de reconstruir
un árbol genealógico completo, señalando cada miembro que sobrevi­
vió o fue asesinado, y compartiendo este árbol genealógico con el gru­
po". También en este caso la naturaleza muy estructurada de la tarea
ofrece protección a los miembros del
grupo, a pesar de que se estén
sumergiendo
en los sobrecogedores recuerdos del pasado. Los
ritua­
les de compartir son recordatorios tangibles de las conexiones presen­
tes aun cuando cada superviviente recuerde sus momentos de mayor
soledad.
El deseo
de una miembro del grupo a orra,
«valorar lo que eres y
quién eres», generalmente surge después de que se haya completado el
grupo
de trauma.
A las graduadas del grupo de incesto se les pide que
rellenen un formulario
de seguimiento seis meses después de haber
terminado las sesiones. Estas mujeres informan de que ha mejorado la
la Ceremonia de despedida del grupo de supervivientes. Sornerv1lle (Massachusercs), 1984.
31 Y. Fisc..hman y]' Ross, «Groap Treaú-nem oÍ Exiled Surv-ivors orTorture», Amenám Jour­
nal ofOrthopsychiarry 60: 135-142 (1990).
)2 Y. Danieli, ob. cir.

,
I
348
manera en que se sienten consigo mismas. La gran mayoría (más del 80
por lOO! dice que sus sentimÍentos de -\i'ergüenza, aislamiento y estigma
se han reducido
y que se sienten mejor capacitadas para protegerse. Sin embargo, estas mujeres no muestran mejoras globales en su ,ida.
Un semido restaurado del yo puede o no puede tener como conse­
cuencia que la superviviente tenga mejores relaciones con los demás.
Muchas de ellas afirman que sus relaciones familiares y sus "idas se­
xuales han empeorado o son más conflictivas porque ya no descartat'"1
de manera rutinaria sus deseos y necesidades. Una superviviente define
el cambio: «En este caso creo que "peor" es ;'mejor)J. ¡Intento ma..Tlte­
neI las distancias y estar a salvo ~ Soy más abierta con cómo me siento y
con lo que necesito .. ⼈潲愠estoy menos dispuesta 'a soportar que se
aprovechen o abusen
de mÍ» 33.
Se encuentran resultados parecidos en un estudio de seguimiento de
los veteranos de combate con desorden de estrés postraumático que com­
pletaron un programa de tratamÍento en grupo intensivo. En general
J
los
hombres hablaban de que su autoestima había mejorado
y que habíar)
disminuido los sentimientos de aislamiento. Los síntomas
de
embota­
miento desaparecieron cuando los hombres se enfrentaron a sus rustorias
en el entorno protegido del grupo, y las relaciones con los demás mejora­
ron cuaIldo los hombres dejaban atrás su sensación de vergüenza y su ne­
cesidad de retraerse. Los infotnles postraumáticos de estos hombres eran
prácticamente intercambiables con los tesUmonios de los grupos de su­
penn:vientes de incesto: como los efectos más importantes del grupo. los
hombres citaban sus capacidades para confiar, para querer y para acep­
tarse a sí mismos. Como dice UI) veterano: «Sobre todo, obtuve la sensa­
ción de pertenecer a algo y de ser parte de algo bueno» 3A
El estudio de seguimiento de los veteranos también sugiere cier­
tas limitaciones en
la eficacia del tratamiento de grupo. Aunque, en
general, los hombres se sentían mejor consigo mismos y más conecta­
dos con los demás,
no se habían producido cambios en sus síntomas
}) Cuestionarío de seguil:niemo del grupo, 1988.
J~ R 1'.,..1. Scurtelc, S. K. Kencerdine y R J. Pollarc. «Inpacient Treatl"Tlenr for War-Related
Post-Traumatic S[ress Disorcer: Inicial Fin.dings on a Longer-Term OUKome Stud;l», Joumal o/
Traumatic5tress.3: l85·202 (1990),
CO~!¡;:'iIWJ) 349
intrusivos. Muchos se seguían quejando de flashbac.ks, perturbaciones
del sueño
y de pesadillas. También muchas de las participantes del
grupo de supervivientes de incesto se quejaban de que todavía tenían flashbacles,. especialmente durante el sexo. Por consiguiente, el trata­
miento de
grupo complementa la exploración iIltensiva e individual
de la histOria del trauma, pero no la
Sustituye. Las dimensiones social
y relacional del síndrome traumático se tratan mejor en grupo que en
una sesión individual, mientras que la
lisioneulosis del trauma exige
una labor muy específica e individualizada para desensibilizar
el
re­
cuerdo traumático. Ambos componentes del tratamiento pueden ser
necesarios para conseguir una recuperación total.
El modelo de
un grupo con limite de tiempo y orientación hacia
un objetivo parece ser universalmente aplicable, aunque con ciertas
va­
riaciones, a supervivientes de muchas formas de trauma. i\l contrario,
el modelo
de grupo sin limite de tiempo y con estructura flexible
pare­
ce ser mucho menos conveniente para el trabajo de desenterrar los re­
cuerdos de supervivientes. En general, este tipo de modelo no propor­
ciona ni la seguridad ni la estrategia para esto. Este modelo ha
resultado efectivo con supeDlivientes de trauIDa en muy raras ocasio­
nes. En un grupo de mujeres con desorden de personalidad múltiple
que se reunió durante dos años, el propio grupo pareció haber evolu­
cionado en tres fases: construir lentamente la confianza y centrarse en
manejar los síntomas
durante el primer año, empezar a discutir los
traumas al comienzo del segundo año,
y empezar a
resolver los conllic­
tos entre los miembros del grupo tan solo a mitad del segundo año 35.
Aún queda por demostrar si realmente se pueden aplicar estos impre­
sionantes resultados.
GRUPOS PARA LA RECONEXIÓN
Las opciones crecen cuando la superviviente ha pasado a la terce­
ra fase. Aquí pueden ser útiles diferentes tipos de grupos, dependien-
)5 P. M. Coons y K. Bradley. «Group Psychotherapy \1;l.th '\;bltipLe Person.ality Patiems»,
Joumal o! Nen..:ous and Jo"fental Disease 17.3: 515-521 (1985).

350
do de cómo defi11a sus prioridades. Un grupo centrado en el trauma
puede seguir siendo la elección más adecuada si desea rrarar los pro­
blemas específicos relacionados con el rrauma que interfieren con e!
desarrollo de relaciones más sarisfactorias en el presente. Por ejemplo,
una supervIviente
de abusos en la infancia puede querer resolver el rema residual del secretismo que presenta una barrera para rener rela­
ciones más aménticas dentro de su familia. La labor de preparar su re­
velación ante la familia puede hacerse en un grupo de supervivientes
con límite de tiempo y centrado en el trauma. Los miembros del gru­
po sue!en rener una capacidad pavorosa para entender la dinámica de
las familias de los demás Y. aunque se pueden sentir inmovilizados e
indefensos con sus propios familiares, no Iienen esta~ inhibiciones en
lo que respecta a orras familias. La cam:idad de recursos, la imagina­
ción
y el sentido de! humor de otras supervivientes es la mejor ayuda
para
el
índiv-iduo que LrlIenta negociar cambios en relaciones familia­
res esta..fJ.cadas.
También la disfunción sexual postraumáIica es un problema que
se presea a ser tratado en una terapia de grupo. En uno de los pocos
estudios controlados que se han hecho en esta área,
la psicóloga Judith
Becker y sus colegas comparaban los resultados de diez sesiones de
te­
rapia individual y de terapia de grupo para el tratamiento de proble­
mas sexuales relacionados can un trauma. Ambos tipos de tratamiento
tenían
una orientación
conducrisIa, y tenían técnicas y orientaciones
claramente definidas. El propósito era a;mdar a que cada participante
"romara control de su sexualidad mediante la gradual exposición a si­
tuaciones, comportamientos e interacciones sexuales que provocaran
sensación de miedo»)6 Cada tratalniemo individual o de grupo de­
mostró ser muy efectivo para cOfiuoIar síntomas relacionados con el
trauma como los fiashbacks de la violación. No obstante, después de
tres meses,
el tratamiento de grupo, resultó ser superior al tratamiento
individual en todos los aspectos: las mujeres que participaban en
gru-
;G 1-Í/. Becker, L. J. Ski..-rmer, G. G .. -1.bel Y J. Cichon, ,<Time-LL.'T'j[ed TGerapy v.-ith Sexu~D.y
DysEu."ctiorwl Sexually Assawted \\7omeD>~. Journal o; Soda! \Vork and Human Sexu"zlt"ty 3: 97-
115 i,1984); cit. en pág. 98.
COMC'JIDAD
351
pos mostraba.11 más mejorías terapéuticas, y dichas mejorías eran más
duraderas.
De forma parecida, los problemas residuales como la hiperacüva­
ción yel miedo podían ser tratados de forma producüva en un emomo
de grupo como una clase de defensa propia. Aunque no es una terapia de
grupo, sí se trata
de una experiencia de grupo con
límÍl:e de tiempo y
un objeüvo claro. Los instructores de defensa propia reconocen la na­
turaleza imensamente emocional de su trabajo y comprenden bien la
responsabilidad de crear
un clima psicológico de seguridad. El apoyo
del grupo allima a la superviviente a
aptender nuevas cosas a pesar de
sus miedos, miemras que el ejemplo
de valemía de los demás ofrece
es­
peranza e inspiración. Melissa Soalr señala la importancia del grupo
como fueme de
poder cuando
instruye a mujeres en récnicas de defen­
sa propia: «La sensación de tener a quince personas para ri, animándo­
re por tuS logros [ ... ] esa es una experiencia muy poco habirual para las
mujeres en nuestra cultura. Esas conexiones son las que hacen que se
reduzca
la respuesta paralizante de! miedo. Las personas que luego
han
tenido que uIilízar su emrenamiemo de defensa propia nos dicen
que, cuando estaban en peligro, llegaron a oír las voces del grupo que
las animaban» 37.
Aunque el grupo centrado en el trawna puede ser úIil para tratar
ciertos problemas residuales circunscritOS en la tercera fase de recupe­
ración, las dificultades de la supervivieme con las relaciones se tratan
mejor en un grupo de psicoterapia interpersonal. Muchas supenivien­
tes, especialmente las que han sufrido un trauma prolongado y repeti­
do, reconocen que el trauma ha limitado y distOrsionado su capacidad
para relacionarse con otras personas. Sylvia Fraser reHexiona sobre sus
dificultades para
emablar relaciones muruas con otras personas
des­
pués de haber sobrevivido al incestO: «Mi principal reproche es que
me involucro excesivamente. Con demasiada frecuencia he estado so­
námbula en la vida de otras personas, mis ojos cerrados mientras me
quiTaba la sangre de las manos. NIi lección más dura fue renunciar a la
sensación
de que yo era especial, dejar que la
princesa muriera jurlto a
}7 Entre,,"Ísra a M. Soalr, 1990.
r
f

352
la niña cargada de culpa que estaba encerrada en mi armario, empezar
a ,~er que lo que era especial era el mundo que me rodeaba»".
El grupo cemrado en las relaciones irlterpersonales tiene una es~
tructura completamente diferente a la del grupo centrado en el trau­
ma. Los contrastes en sus estructuras reflejan las diferencias
en su
la~
bor terapéurica. El grupo interpersonal se centra en el presente y no en
el pasado. A.los miembros se les an.Ílna a prestar atención a sus interac~
ciones aquí y ahora. Un grupo interpersonal debería tener más diversi­
dad que homogeneidad entre sus miembros. No hay motivo para limi~
tar el grupo a aquellos que comparten una historia traumática en
particular, ya que el propósito del grupo es aumentar la sensación de
penenecer a la comunidad humana en el presente.
ivIientras que los grupos centrados en el trauma tienen por lo ge~
neral un límite de tiempo, los grupos imerpersonales normalmente no
lo tienen. Los grupos centrados en el trauma están muy estructurados
y tienen un liderazgo; sin embargo, los grupos imerpersonales no sue~
len tener una estructura tan determinada y tienen un estilo de lideraz~
go más permisivo. Asuntos que son organizados por el líder en el gru~
po de trauma, por ejemplo, cómo repanir el tiempo, aquí se resuelven
por negociación entre los miembros en una continua psicoterapia de
grupo. Para terminar) mientras que los grupos centrados en el trauma
evitan el conflicto entre sus miembros, en los grupos interpersonales
casi siempre se permite y se estimula que surjan estos conflictos) aun­
que dentIO
de unos limites de seguridad. En realidad, este conflicto es
fundamental para la tarea terapéutica
porque tan solo se puede llegar
al cambio a través de la comprensión y la resolución del conflicto. La
respuesta, tanto positiva como crítica, que los miembros reciben de los
demás
es un iInportante agente terapéutico
.39,
La participación en un grupo interpersonal representa un enorme
reto para la superviviente que una vez se sintió completamente fuera
del convenio social
humano y que puede haberse esforzado mucho
,$ S. F:aser, J.{y Father's House: A .vIemoir 01 Incest and HeaZing, 1-iarper & Row, :\ueva
York,1987.pág.253.
}i' La explicación completa sobre el modelo básico de un grupo de psicoterapia i.nterpersonal
se puede ver en 1. D. Yalom, ob. cit.
COMCMD.-\D 353
para llegar al punto de sentir que ouas supen,-ivíentes pueden ser capa­
ces de comprenderla. Ahora se enfrenta a la posibilidad de reunirse
con
un mundo más
fullplio y de formar conexiones con otro tipo de
personas. Esta es claramente una tarea de la última fase de recupera­
ción, La superviviente
debe estar dispuesta a renunciar a esa sensación
de que su identidad es
«especial». Tan solo emonces puede contem~
pIar su historia como una entre muchas y visualizar su propia tragedia
dentro del espectro de la condición humana. Richard Rhodes, supervi~
viente de graves abusos infantiles, pone voz a esta transformacÍón:
"Comprendo que el mUIldo está lleno de sufrimientos terribles; com~
parado con eso, los pequeños inconvenientes de mi vida son como una
gota de lluvia en
el
mar» .1
0
,
La superviviente se une a un grupo de psicoterapia iIlterpersonal
con la carga de saber que el trauma todavía vive en sus relaciones dia­
rias con otras personas, pero para cuando deja el grupo, ha aprendido
que
el trauma puede ser superado sí te
vinculas activamente con otras
personas; es capaz de estar presente en las relaciones mutuas. Aunque
seguirá llevando la huella indeleble
de su experiencia pasada, reconoce
sus limitaciones como
pane de la condición humana.
A medida que va
comprendiendo mejor las dificultades de cualquier relación humana,
aprende a valorar los momentos de intimidad que se gana con tanto
esfuerzo.
Sentirse igual a otras personas lleva consigo todo
el significado de
la palabra
común.
Significa penenecer a una sociedad, tener un papel
público, ser
pane de lo que es universal. Significa tener una sensación
de familiaridad,
de ser conocido, de comunión. Significa tomar parte
en lo rutirtario, lo normal, lo diario. También acarrea cierta sensación
de pequeñez,
de insignificaIlCia, en el sentido de que los problemas de
uno son como
«una gota de lluvia en el mar». La superviviente que ha
alcanzado esta sensación de comunidad con los demás puede descan~
sar. Su recuperación se ha completado. Ahora lo que tiene por delante
es, sencillamente,
su
vida.
"O R R..~odes, A Hole in the World. An !L>nerica¡¡ Boyhood, Si.mon & Schuster, i\l,;.eva York
1990. pág. 15.

EpÍLOGO
CONTINÚA LA DIALÉCTICA DEL TRAUMA
fu escribir TR..-\UZ'vlA. y RECUPER.:A.CIÓN mj a.-rnbición era integrar la sabi­
duría de los muchos médicos, investigadores y activistas políticos que
harl sido testigos de! efecto psicológico de
la violencia y presemar en
un único tratado un conocimiento que ha sido periódicameme olvida­
do
y redescubierto a lo largo del siglo pasado. Entonces argumemaba
que
el estudio de! trauma psicológico es una empresa inheremememe
política porque
acrae la atención sobre la experiencia de las personas
oprimidas. Predije que nuestro campo de trabajo estaría marcado por
la comroversia, da igual lo sólida que fuera su base empírica, porque
las mismas fuerzas históricas que han condenado en
el pasado grandes
descubrimiemos
al olvido, siguen hoy dia funcionando en el mu..ndo.
Por último, argumentaba que solo una conexión permaneme con un
movimiento político global a favor de los derechos humanos podría
defender nuestra capacidad para tratar sobre cosas de las que no
se
habla.
En el tiempo transcurrido desde la publicación de! libro se han
multiplicado en millones las vietimas de
la violencia. Las masivas
atro­
cidades comunales que se han cometido durante e! transcurso de
guerras en Europa, Asia
y África han centrado la atención internacio­
nal sobre
el devastador impacto de la violencia y han impulsado e!
re­
conocimiento de que el trauma psicológico es un fenómeno a nivel

356
mundial; L\l mismo tiempo, como se ha venido abajo la distinción
entre civiles y combatientes de gLlerra, la naturaleza política de la V10-
lencia contra las mujeres y los niños se ha \ue!to más aparente. El uso
flagra11te y sistemático de la violación como un arma de guerra en mu­
chas partes del
mundo ha creado la ocasión, terrible, de despertar la
conciencia pública
2,
Como resultado de todo esto, la violación ha sido
por fLli reconocida a nivel irltemacional como lila conculcación de los
derechos humallos, y a los crímenes contra las mujeres y los niños se
les ha atribuido (al menos en teoría) la misma gravedad que a los de­
más crímenes de guerra
3.
Dentro de los Estados
Unidos, una serie de estudios comunitarios
a gran escala han demostrado que, incluso en tiempos de paz, la expo­
sición a la violencia es más frecuente y más dañifla de lo que nos gusta­
ría pensar.:!. Las duraderas consecuencias de nuestra ,,riolencia social
endémica solo acaban
de empezar a ser
valoradas'. Por ejemplo, un
equipo de investigación ha emprendido un ambicioso estudio a largo
plazo que sigue
e! destino de un grupo de
ni.c'ías que sufrieron abusos
sexuales hasta
la adolescencia y luego en la
vida adulta. Este estudio
está demostrando con un rigor antes iIlalcanzable
el profundo impacto
del trauma infantil en
el desarrollo de!
niño 6 EstOS estudios dar} roda-
Y. Daruelí,~. S. Rodley y L. \X-'eisaetD, Tnternationa! ResponSes to Traumatic Stress. Ba;.-wood,
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K T rickett. «Hypnotizability a...'1d Dissociativity in SexualIy Abused Girls», Child
Abuse and Xeglect 19: 645-655 (1995).
EPiLOGO
35-:-
vía más peso a la enorme colección de pruebas que documentan el pre~
cio de la violencia.
Tal y como predije, ei estudio de! trauma psicológico ha seguido
siendo muy controvertido, HaIl sido ferozmente atacados muchos médi­
cos, L."'1vestigadores y representantes políticos que trabajan con personas
traumatizadas. Sin embargo, a pesar de las embestidas, hasta el momen­
to este campo de investigación se ha resistido ferozmente a desaparecer.
De hecho, en los últimos años ha crecido y ha madurado la empresa
científica de estudiar
el estrés traumático.
Ya no se sigue poniendo en
duda la existencia del síndrome postrau..rnático; ya no se discute'. Se han
defi.c·üdo los márgenes básicos de! campo, y la época de los pioneros ya
ha terminado. La iIlvestigación se ha hecho más sofisticada récnicamen­
te, pero, en otros aspectos, se ha normalizado. Una nueva generación de
estudios ha empezado a aumentar
el alcance
y la precisión de nuestra
comprensión de! iInpacto de los acontecimientos traumáticos.
.Algunos de los avances más recientes y excitantes en el campo
surgen
de estudios de laboratorio muy técnicos de los aspectos bioló­
gicos del
síndrome postraumático. Ha quedado establecido que la
exposición
al trauma puede producir duraderas alteraciones en los
sistemas endocrino,
autónomo y nervioso central
s. Nuevas líneas de
investigación
están esbozando cambios complejos en la regulación
de las
hormonas de!
estrés' y en el funcionamiento e incluso en la es-
, r D. M;.zie y R. R. Goe:z, «A CemUI-;¡ oE Co['.troversy Surrour,ding Post-Trau.nlJ.tic Str~ss­
Spect::um Syndromes: Ine Impact oE DSM-III and DSM-I\'",).}ournaf 01 Traumadc Stress 9: 159-
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Psychobiology of Ch.ilclhood YIaltteatm.ent». Chi!d and Ar.iolescent Psychiatn'c Ciinics o/ ;\'arth

358
tructura de zonas específicas del cerebro. Se han enconuado anor­
m,üidades sobre todo en la amígdala y en el hipocampo, estructuras
cerebrales que crean un vínculo enrre el miedo y la memoria 10.
Las invesIigaciones biológicas, clínicas y sociales han seguido con­
vergiendo en el fasciname fenómeno de la disociación. Ha quedado
claro, tal y como observó J anet hace cien a.t10S, que la disociación es el
núcleo de los desórdenes de estrés traumático. Los estUdios
sobre
su­
penrÍvÍenres de desastres, ataques terrorÍSIaS y guerras han demostrado
que la genre que entra en un estado de disociación en
el momento del
acomecimiemo traumático tiene más posibilidades de desarrollar
lEl
sh'1drome poslrawnáIico
ll.
Anteriormente muchos médicos, yo inclui­
da, pensaban que la capacidad de desconectar la meme era una afortu­
nada prm:ección, o incluso una defensa psicológica creaIÍva y adaptati­
va contra un sem:i..rniento abrumador de terror. Ahora parece que se
debe reconsiderar esta visión benigna de la disociación. Aunque esta es
una forma de evasión mental en
un momento en que no existe la posi­
bilidad de escapar de oua forma, puede ser que haya que pagar un
precio demasiado alto por este alívio del terror.
?J/!erica 3: 663-667 (1994); R Yehuda y A. e MacFarlane, «ConHicr Ber,xreen Currem KrlOwle¿
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EPÍLOGO 359
Más pruebas del papel patogénico de la disociación han surgido
en un estudio clínico
y
comlLl1írario a gran escala de las personas Irau­
matizadas realizado por la Asociación Americana de Psiquiatría. En
este eSTudio, las personas que tenía.'l. sÍTI[omas disocÍatÍvos también so­
lían desarrollar síntomas somáricos para los que no se podía enconuar
ninguna causa física. Asimismo sufrían con frecuencia ataques auto­
destnlctivos contra sus propÍos cuerpos l2. Los resultados de estas in­
vestÍgaciones confirman una idea que
ya tiene cien años: las personas
traumatizadas reviven en
su propio cuerpo los momentos de
[error que
no son capaces de describir con palabras. La disociación parece ser el
mecanismo con
el que las intensas experiencias sensoriales y emocio­
nales se desconectan del terreno social del lenguaje
y de la memoria, el
mec8J."1ismo interno que silencia a las personas aterrorizadas u.
Los estudios de laboratorio harl comenzado ahora a desvelar la neu­
robiología de la disociación. Por ejemplo, un experimemo ha demostrado
que
se puede producir farmacológicameme el mismo estado memal en
sujeros humanos normales.
Se consiguió administrando quetarnina, una
droga que antagoniza la acción del neurotrdL1SrrllSOr glutamato en el siste­
ma nervioso central. A diferencia de las personas traumatizadas, los suje­
tos que romaron queramina no informaron de ninguna experiencia subje­
tiva
de miedo. Sin embargo, sí que experimentaron alteraciones
disociativas características en la aIencÍón, percepción
y memoria, entre
ellas la insensibilidad al dolor, que
el tiempo pasaba más lentameme, la
despersonalización, la
pérdida del sentido de la realidad y la amnesia ".
Se piensa que la queta.mina funciona inbibiendo la actividad de grandes
neuronas
de la corteza cerebral. Estas
nelEonas forman una compleja red
:2 B. A. van der KoLk, D. Pe!co\-'l.rz, 5. Rom, F S. Manad y J. L. Hermar."1, «Dissociacion, 50-
matizaüon a."ld Airee::: Dysregulation: Tue Complexiry of Adaptacion to Trauma», American hur.
na! ofPsychiair)' 153: 83-93 (Festscnrrrt SupL, 1996).
,; B. A. va..'1 oer Kolk y R Fisler, «Dissociation and tb_e Fragmemar::" :\'a:::ure oE Traumatie
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A.Iltagonist, Ketamine, in Hmnar."1S: PsycnotoIT'irneric, Percepmal, Cognitive and Neuroendocrine
Responses»), Archives 01 General PsychiatT'} 51: 199-213 (1994).

360
de senderos asociativos, conectando zonas del cerebro dedicadas a la me­
moria, el lenguaje, el pensamiento abstracto y la comunicación social. De­
sactivar temporalmente estos senderos de forma eXperhl1ental reproduce
un estado de disociación.
Por lo tanto disociación, un término derivado por completo de la
observación clínica, también
puede ser adecuado para un fenómeno
neurobiológico.
Se necesitan más
rnvestigaciones para determin.ar si el
terror opera con un mecanismo parecido al que desactiva los senderos
asociativos del cerebro. Los resultados preliminares de los escáneres
de cerebro realizados a pacientes con síndrome postraumático, utili­
zando la sofisticada técnica
de la tomografía de
emisión,de positrones)
sugieren que durante
los/lashbacks pueden desactivarse zonas específi­
cas
dd cerebro que se encargan del lenguaje y de la comunicación ".
A medida que se han ido acumularldo las pruebas de la importan­
cia de la disociación en los desórdenes de estrés posttaumático, tam­
bién ha quedado claro que la disociación ofrece una ventana a la con­
ciencia) a la memoria y a los vínculos entre cuerpo y mente. Los
fenómenos pos traumáticos y disociativos han empezado a llamar la
atención de una nueva generación de Ll1vestigadores, cuyo interés no
ha nacido de su contacto con personas trawnatizadas, sino de una cu~
riosidad científica más abstracta. Este progreso es una buena señal
porque indica que los estudios sobre el estrés traumático están alcan­
zando Ut! estatus de legitimidad dentro de las lineas convencionales de
la investigación científica.
La legitimidad, no obstante, puede no ser la bendición que parece.
Puede que la siguiente generación de investigadores no tenga el apa­
sionado compromiso iIltelectual y social que inspiró a muchas de las
más creativas investigaciones anteriores. Tenemos motivos suficientes
para preocuparnos
de que, en esta nueva y más convencional fase de
investigación científica, se pierdan los conceptos integradores y la
comprensión con textual de! trauma psicológico, aunque se
obtenga
un
:5 S. L Rauch, B. A. van de!" Kolk. R. E. Físler, N. ~t Alpen, S. P. Off, C. R. Savage, A. J.
Fiscnman, ;\'1. A. Jenike y R. K. Pirman., «A Symptorr:. Provocatíon Study of Post·Traumatic
Stress Disorder USL."1g Positron Emission Tomography and Script-Driven L"1lagery;>, Archi-ues 01
General Ps;;ichz"atry 53: .380·.387 (1996).
~i
i;'
.~
1}
¡
L
EPÍLOGO 361
conoci..miento más preciso y específico. La fuerza de los recientes des­
cubrimientos biológicos en el síndrome pos traumático puede hacer
que la investigación se estreche y
se centre en primer lugar en
los as­
pectos biológicos. A medida que madure el esmdio del estrés traumáti­
co, nuevas generaciones de investigadores tendrán que redescubrir la
interconexión esencial de las dimensiones biológica, psicológica, social
y política del trauma.
También se deben tomar especiales precauciones para evitar que
se
reproduzca un patrón de relaciones de
explotación dentro de la
propia investigación. A menudo los supervivientes de terribles aconte­
cimientos se ven empujados a presentarse voluntarios para la investi­
gación con la esperanza de que ayudar a otros dé significado
y digni­
dad a su sufrimiento. La relación entre superviviente e
h"1vestigador
está sujeta a los mismos desequilibrios de poder y las mismas emocio­
nes contagiosas
de cualquier relación. Los primeros investigadores
sintieron fuertes vínculos personales
y una gran solidaridad política
con los supervivientes del trauma, considerándolos más colaboradores
en
una causa compartida que objetos de una curiosidad no
apasiona~
da. Este tipo de intimidad y de cercanía puede ser difícil de obtener
en una cultura científica en la
que a menudo se
piensa que la observa­
ción imparcial exige una actitud distante e impersonal. Y, sin embar­
go, sin esa intimidad se pierde la posibilidad
de comprender
reaL'11en­
te e! trauma.
La relación de colaboración con
el superviviente del trauma
tam­
bién sigue siendo la piedra angular del tratamiento del sindrome pos­
traumático. El principio de la restitución de las conexiones humanas
sigue siendo imprescindible para
el proceso de recuperación y ningún
avance
terapéutico técnico podrá reemplazarlo.
Al mismo tiempo, a
medida que se acumulan las pruebas de las alteraciones biológicas del
sbdrome postraumático, también se ha btensificado la búsqueda de
un tratamiento especifico que pueda mitigar estos efectos. En los iliti­
mas años han proliferado innovadoras técnicas de tratamiento y ha co­
menzado un período de activa competición para que dichas técnicas
sean aceptadas.
La comparación de los nuevos métodos de tratamiento
desarrollados
independientemente por pioneros individuales puede

362
darnos alguna pista de sus subyacentes prhJ.cipios en común :6. El con­
senso sobre los planteamientos más efectÍvos de tratalniento del SÍI1-
drome postraumático tendrá que esperar a los resultados de muchos
estudios sobre
el resultado del
tratfu'1liento, Algunos de esos estudios
, d - , d' -ya nan comenza o O estan a punto ae comenzar, y eoerlamos tener
sus resultados en unos pocos fu~Os.
También podemos conocer el proceso de recuperación a [ravés de
la experiencia de la mayoría de supervivientes de traumas que V'iven en
todo
el
mLL'1do y que nunca reciben un uaramiento formal de ningún
tipo. Sea cual sea el alcance de su recuperación, la mayoría de supervi­
vientes han tenido que h"1Venlar sus propios mérodos, re~urriendo a sus
habilidades
y a las relaciones de apoyo que
han eSTado a su disposición
en sus respectivas comunidades. Los esrudios sistemáticos sobre la re­
sistencia en los supervivienres que no han sido trarados resultan muy
úriles para desarrollar rnétodos de im:erilenÓÓn terapéuTIca más efecti­
vos y ampliamente adaptables l7 La búsqueda de modelos sencillos y
reproducibles de iotervención se ha convenido en
un proyecIO
ioterna­
cional y multicultural como pafEe de un creciente esfuerzo de crear una
respuesta
LTlternacional a los estallidos de guerra y de
·violencia masiva.
Las fases de la recuperación
no solo se pueden observar en la
cu­
ración de individuos, sino también en la curación de comunidades
traumaIizadas. Se han hecho esfuerzos diplomáIicos, militares y huma­
nitarios a nivel internacional para restablecer una seguridad básica en
países devastados
por la guerra. La seguridad exige que se ponga freno
a la violencia, que se contenga
-a no ser que se desarme~ a los agre­
sores y que se cubran
las necesidades de supervivencia básica de las
víctimas. Todos los clásicos conflictos políticos entre victimas,
perpe­
tradores y restigos se han reproducido en estOS recientes esfuerzos por
~(, J. L. CarbonclI y C. Figley, «.A .. Six-MonÓ Sw.oy oi Four lrrnovative Treacment Meóoas
far T raum.atic SCl."ess». Póster presentación del Congreso A.I1Ual de la. Sociedad brernacional para
el Estucho dd Emés Traumático, San Frac"1c1SCO (California), ll-XI-1996; F. Shapíro, «Eye Mo­
t'Cr!'..ent Desensiúzation ar:.¿ Reprocessing í.EMDR): Evaluarion oE Controlle¿ PTSD Researcb~,
Jouma! oíBe.havior Therapy and Experimental Psychia,ry (en prensa).
,7 M. R. Harvey, «"'~ Ecological View oE Psychological Trauma and Trauma Recave!."'!»,
Joume! ofTraumatic Stress 9: 3-23 (1996).
(
,
f
EPÍLOGO 363
mantener la paz. Una vez más, las víctimas se han sentido indignadas
por la iodeferencia y pasividad de los testigos. Una vez más, los perpe­
rradores de atrocidades se han regodeado ante el mundo. Las muchas,
escandalosas e inadecuadas inrervenciones internacionales
en África y
el sur de Europa no deberían repetirse.
Aun así, sí que representa un
i.mportante avance la organización de Ílltentas de establecer la paz en
una escala que trasciende los objetivos diplomáticos
y los imereses
mi­
litares normales de las naciones-estado individuales.
En los países que acaban de salir de una dicradura o de una guerra
civil, ha quedado claro que
poner freno a la violencia y a[ender las
ne­
cesidades de supervivencia básica de la población es algo necesario,
pero que
no reúnen las condiciones necesarias para efectuar una cura­
ción social. Después
de una violencia política sistemática,
comunida­
des enteras pueden mostrar síntomas de síndrome postraumático, arra­
padas en ciclos alternantes de embOtamiento e intrusión, silencio y
reproducción. La recuperación exige que se recuerde y se llore la pér­
dida. Por la experiencia de países recientememe democrarizados en
LaIinoaméríca, Europa del Este y África es evidente que resraurar una
sensación de
comunidad social exige
un debate público en e! que las
victimas
puedan hablar la verdad y se pueda reconocer formalmente su
sufrimiento. Además, establecer una paz duradera exige un esfuerzo orgarlÍzado para hacer a los perpetradores responsables de sus crime­
nes. Los responsables de las peores atrocidades deberían ser, por lo
menos, juzgados ante la ley. Si no hay esperanza de justicia, la iodefen­
sa ira de las víctimas puede ulcerarse, inmune al paso de! riempo. Los
líderes políIicos demagógicos pueden llegar a comprender bien el po­
der de esta ira y estarán más que dispuestos a explotarla ofreciendo a
la gente agraviada la promesa
de
una venganza colectiva. Al igual que
los individuos traumatizados, los países traumatizados necesitan recor­
dar, llorar y expiar sus sufrimientos para evirar volver a vivirlos 18
Bajo la amenaza de una violencia renovada, un país tras OtrO ha11
vivido e! conflicto entre saber y no saber, hablar o callar, recordar u
:5 T. Rosenberg, Tbe Haunted Land: Faáng Europe's Ghosts After Communism, Random
House. Nueva York, 1995.

364
olvidar. Con intención de mantener una paz duramente conseguida,
las democracias frágiles a
menudo han sucumbido a la exigencia de
amnistía al mismo tiempo que iJ1tenraban
e\,-itar caer en una amnesia
total.
En Latinoamérica, muchos países han permitido que se
esta­
blezca un registro oficial de las violaciones de los derechos humanos,
pero se han echado atrás en su intención de llevar a los culpables ante
la justicia.
En la antigua Yugoslavia, la comunidad internacional ha
apoyado el establecimiento de
UTl Tribunal de Crímenes de Guerra,
mas no ha estado dispuesta a arrestar y a llevar a juicio a célebres cri­
minales de guerra. En Sudáfrica, la Comisión para la Verdad y la Re­
conciliación ha ofrecido a los perpetradores un tiempo limitado en el
que se concederá la amnistía a cambio de una confesión pública. En
este trato está implícita la convicción de que¡ si no se puede conseguir
que se haga enteramente justicia,
el reconocimienlo público de la ver­
dad
es más iTnportante que el castigo de los culpables.
Sin embargo, el
principio de responsabilidad legal no ha quedado en absoluto com­
prometido, ya que el Gobierno ha dejado clara su determi11ación de
procesar a los cr~llinales que no confiesen de manera voluntaria. To­
davia queda por ver el resultado de este reciente experimento de cu­
ración social.
En otras partes del mundo, las democracias recién establecidas to­
davia tienen que enfrentarse con un historial de abusos en el pasado que
eran endémicos en todo el sistema político.
En estas sociedades (por
ejemplo, en
el este de Europa) la dictadura no solo exigía la aquiescencia
de la población en general, sino también su complicidad.
Como resulta­
do de ello muchas personas violaban la confianza de sus vecinos, amigos
y fa.lniliares. Estas sociedades se enfrentan ahora con el problema de es­
tablecer la responsabilidad de unos abusos que eran permitidos y esti­
mulados oficialmente en el momento en que se cometieron. No es facti­
ble hacer a todos los colaboradores crinlÍnalmente responsables, por
mucho que se desee. No obstante, si no existe alguna forma de reconoci­
miento y de restitución pública, todas las relaciones sociales seguirán
contaminadas
por la corrupta
cI.h-¡ámica de negación y secretismo.
Nuestra propia sociedad
se enfrenta a
un dilema parecido con res­
pecto al legado de la esclavitud. Las divisiones raciales sin curar que
:,:.
';
"
il
EPÍLOGO 365
existen en nuestro país crean un contilluo potencial de violencia. Los
peores disturbios de los últimos aiJos, los de Los A_n.geles, fueron pro­
vocados
por la incapacidad del sistema de
justicia de hacer responsa­
bles a unos oficiales de policía blancos por haberle dado una paliza a un
hombre negro. Dentro de la comunidad afroamericana se pensaba que
estos abusos eran crímenes políticos que formaban parte de un patrón
SIstemático de opresión racial. Lo que se juzgaba en realidad era si la
sociedad en general condonaría el más flagrarne de estos abusos a los
derechos hunlailos. La responsabilidad de dar testimonio recayó en el
jurado del juicio crL"DII1al. En su negación de reconocer el crirTIen que
había quedado demostrado
a11te sus ojos, podemos reconocer las
defen­
sas habituales de negación, distanciamiento y disociación. Como ocurre
con tanta frecuencia, los testigos decidieron identificarse con
el
oerne-
, ,
trador y no con la víctíma, y fue su traición, no solo la 'violencia de la
policía, la que detonó la explosión de ira de la comunidad. En palabras
de un activista político:
Sabes, si no hay justicia, no hay paz ..
Supongo que dirás que es bastante sencillo.
pero para mí es bastante, lliTll"TIm,
no complejo.
pero sí profundo:
no es nada superÍicial.
Básicamente significa que si no hay justicia aquí
entonces tlO Vfu-nOS a darles paz.
Sabes, tlosotros no tenemos paz:
ellos
tlO
van a tener paz :9
El problema de aceptar los abusos endémicos del poder también
puede aplicarse a los crimen es de violencia sexual y doméstica. Como
la subordinación de las mujeres y de los niños ha sido algo tan profun­
damente arraigado en nuestra cultura, el uso de la fuerza contra las
mujeres y los niños tan solo ha sido recientemente considerado una
violación
de los derechos humanos.
Patrones extendidos de control
,9 P. Parker, cit. por A. D. Smith, Twiiight"Los Angeles, 1992, On the Rcad: A. Search f0T
American Character, Doubleday A .. ,-:lchor . .:\ueva York. 1994, pág. 178.

366
cOercitivo como los malos traros, acoso sexual y violaciones por parre
de conocidos no renÍan ni nomb~e y, como es evidenre, no se conside­
raba..Tl delitos hasta que el movimiento feminista los definió como tales.
Incluso
las formas de violencia que
estaban nOmLfJ.alrnente criminaliza­
das como el abuso sexual a menores habían sido denunciadas o juz­
gadas tan poco en el pasado que los perpetradores tenían garantizada
la impuIlÍdad.
Sin embaIgo, en las úlúmas dos décadas, las refoImas legales ins­
piradas por el movimiento feminista han abierto un poco más la
puend para que las víctimas de crímenes sexuales y domésticos bus­
quen justicia ante un uiblLll.al, y los servicios de apoyo han arümado a
más víctimas a enfrentarse a sus abusadores. Y aunque la gra..fJ. mayo­
ría de las \.i:cIÍ.rnas sigue evitando hacer una denuncia oficial, los per­
pcrradores ya no pueden confiar en qUe podrán escapar de la jusIÍcia.
En
lL"la Serie de
juicios que han atraído la atención púbiica, hombres
destacados y poderosos (sacerdores, políticos, deportistas) han sido
obligados a responder por crLrnenes com:ra mujeres o ni.ños que ellos
claramente
se sentían
legiri.rnados a cometer. Estos juicios se han con­
venido en una especie de teatro polüÍco en el que se vuelve a repre­
sentar la tragedia y se c!iscmen los complejos temas morales de la res­
ponsabilidad.
Enftentados con la posibilidad de este ajuste de cuentas público,
los perpeuadores se han organizado para lanzar un nuevo ataque so­
bre la credibilidad de las víctimas. También han sido objeto de este
ataque agresivo
y organizado los defensores de los niños, los psicotera­
peutas
y
Otros que han prestado su apoyo a las víctimas 20. El conflicto
ha sido especialmente amargo en el caso de los abusos sexuales a ni­
ños. Como estos son las víctimas más h"1defensas y a menudo dependen
de
sus abusadores, sus posibilidades de que se haga
justicia siempre
han sido las más remaras. Además, los niños sometidos a un abuso
prolongado
y
repetido son especialmente vulnerables a desarrollar per-
:U D. Fir;...\;:elhor, «Tne 'Backlash' and d'e Future oE (tilld Protecuon Advocacy: bsighes [rom
Ehe 5[l2dy oE Social Issues», en J E. B. 0,.ryers (ed.), The Badelash: Child Protect!on Under Ere,
Sage, Thousa..,d Oaks (Ciliiarnia), 1994, págs. 1-16.
'1
,
EPÍLOGO 367
turbaciones de la memoria que ponen aún más en peligro su capacidad
para contar su hiSIOria 2'. \lIuchos Estados han intentado remediar esta
injusticia arnpiiando las limitaciones del estatuIO de asalros sexuales
CODlra los nmos. A los supervivientes adultos que recuerdan tardía­
mente los abusos recibidos después de un período de amnesia se les ha
dado la oportunidad de testificar y buscar lli'l.a compensación ante un
tribunal de justicia. Esta reforma ha ampliado de manera significaüva
el alca.nce porencial de la ley.
Como respuesta, los defensores de los acusados han argumentado
que las denuncias basadas en el recuerdo a posteriori deberían ser in­
mediata...rnente rechazadas, porque es imposible que los recuerdos re­
cuperados sean ciertos. Defienden que dichos recuerdos deben ser fa­
bricaciones inventadas por los psicorerapeuras, implantados en mentes
influenciables mediante la persuasión coercitiva. Los supervivientes
que revelan sus recuerdos de niñez ha.n sido retratados como títeres de
una maligna conspiración de psicoterapew:as con extraordinarios po­
deres de sugestión 22.
Cuando estos argumentos se plantearon por prirnera vez hace al­
gunos años me resultaron ridículamente poco plausibles y pensé que
su naturaleza llena de prejuicios sería transparente para tOdos. El mo­
vimiento feminista se había pasado veinte años echando por tierra la
presunción de
que las mujeres y los niños tienen tendencia a mentir, a fa.ntasear y a fabricar histOrias de violaciones sexuales. Si se había eS­
tablecido algún principio, ese era, sin duda que las víctimas pueden
testificar competentemente sobre su propia historia, Y, sin embargo,
una vez más las autOridades proclamaban que las víctimas son dema­
siado débiles o estúpidas como para saber qué ocurre en su meme.
2: Asociación i~me!Ícana de Psquiatria, «Sca¡:emem 00 Memories oi Sexual Abuse», \'(las­
hiI1gwn,
nc.,
1993; L. M. Williams, «Recall oE Childh.ood Trau..rna: A Prospective Stud)' oÍ \Vo­
men's Memories of Child Sexual Abuse). Joumal o/ Consulting and Cfinica! Psycho¿ogy 62: 1167-
1176 (1994); ídem, ({Recovered Memories oi Abuse in Wome.'1 wich DOClli"11enced Child Sexual
Vi.ctirnization Histories». Iournal ofTrazlmatic Stress 8: 649-674 íl995); J.}, Freyd, BetrayaJ Trau­
ma: The Logic oí Forgecting Childhood Abuse, Harvard Universiry Press, Cambridge C:Viassachu­
sem),1996.
22 K. S. Pope y L. S. Bro\vTl, R2covered A'femort"es o/Abuse: ASSi!ssment, Therapy, Forensics,
Asociación ¡\me!Íca.'1a de Psicología, WashingwD., D, (, 1996,

368
¿Acaso no habíamos pasado ya por Iodo eso? ¿Realmente hacía falta
que volviéramos a pasar por eUo)
Aparentemente, la respuesta es sÍ. La idea de que existía un conta­
gio de quejas falsas
encontró respuesta en los medios de comunicación
y en ciertos sectores de la
vida académica. Se empezó a extender la
idea de
una
«caza de brujas») y se ix2Vocó la imagen de una jauría de
mujeres vengativas dedicadas
en cuerpo
y alma a una difamación indis­
criminada. El «movimiento de recuperación» de los supervivientes de
abusos infantiles y sus aliados terapeutas parecían despertar una hosti­
lidad y un desprecio especialmente il1tensos 25. La prensa parecía harta
de oír hablar sobre las ,ictimas ji estaba ansiosa por tomar partido por
aquellos que insistían en haber sido acusados iIljustamente
14
.
Los retos a la credibilidad de las víctimas y de los terapeutas tam­
bién gozaban de cierto éxito en los tribunales de justicia ". En una se­
rie de perturbadores casos. a mujeres adultas se les negó la oportuni­
dad de prestar testimonio porque se argumentaba que sus mentes
habían sido contaminadas por la psicoterapia 26 En Ui1 caso muy céle­
bre. un padre que había sido acusado de incesto por su hija consiguió
demandar a esta por daños y perjuicios, a pesar del hecho de que el ju­
rado fuera irlCapaz de determinar si las acusaciones eran verdaderas o
falsas. A la hija
no se le hizo responsable de perjudicar a su padre, sino
Z; J. L. Hennful y M. R. Harvey, «The False Memory Debate: Sodal Science or Social Bac"
klash?».
Harr;ard lv[enta[ HeaZth LeNa
9 (1993).
z.; J. L. Herman, «Presurning to MO\V ül¡e T rut.h», ¡\¡ieman R..eports 48: 43-45 (1994).
25 C. G. Bowman y E. ZvIertz, «A Dili"1gerous Direction: Legal bten:errtÍon"in Sexual Abuse
Survlvor Iherap)'», Ha11.){jTd Law Revie-"ch· 109: 549-639 (1996).
2~ C. E. Tracy,J-C. MorrÍson, M. A, McLaughl1."1, R ; 1. Brarspies, y D. W. Ford_1:.forme de
la h,ié oE tne 1-ltemaúonal Sociecy for T~aumatic Stress Studies y el Family Vtolen::e ano Sexual
Assaul, bs~i¡:ute como Amiáe Cm"ae err Apoyo del Estado. T ribur:t:al Su?remo de New-Hfu""l1psni­
re, N.O 95-429, SR v. Hungerford, i\¡H v. ~v[orohan, juli.o 1996.
L. H. Schafran_ Y. Wu, J. Goldscneid, C. E. T raey, L J \;Chanon y S. Frietsche, Sumario
para
Amic.i Ctm"ae
de la Sociedad ImernacÍonal de Estudios del Esrrés Traumático y del Instituto
de Violencia Ffu-niliar y Deütos Sexuales, del Centro de Apoyo de la Inffu"lcia, de la Coalición de
Pe"silvarúa
Contra la Violación,
de las ~-rujeres Organ.izadas contra La Violación, de la Asodación
Nacional de T:abajadores Sociales, de la Organización Nacional de :'v"Iujeres de Pensilvania, del
Norrnwest Women's Law Cemer, de NO\7 Legal DeÍense & Education Fund, y ¿el Women's
Law Project, en apoyo del demilildante_ Corte Suprema de Pensilvfulia, :\"0. 55, Dairymple us.
BrOi.¡;n: 1996.
~ ~.
EPÍLOGO 369
que el jurado falló que los terapeutas de la hija eran responsables. de
haberle hecho creer que había sido abusada y por ayudarla a recuperar
sus recuerdos.
La
joven, al testificar en defensa de sus terapeUIaS, L.1SiS­
rió en que solo ella era la responsable de sus recuerdos. «l\li padre no
parece entenderlo -afirmó en el banquillo de los testigos-; yo soy la
que dice que abusó de mí» 21. El jurado rechazó su testimonio. [na vez
más, la víctima era invisible.
Este juicio advirtió a los psicoterapeutas
que escuchar a los
super­
vivientes puede acarrear ciertos riesgos y peligros. Creo que bajo el
ataque a la psicoterapia está el reconocimiento del poder potencial de
cualquier relación dirigida a
prestar testimonio. La consulta es un
es­
pacio privilegiado dedicado a la memoria. Dentro de ese espacio los
supervivientes tienen libertad para conocer y para contar su historia.
Incluso la revelación más privada y confidencial de abusos pasados
hace
que
crezcarl las posibilidades de una eventual revelación pública.
y esto es justamente lo que quieren impedir los perpetradores. Al
igual que en casos de crírnenes más abiertamente polítícos) los perpe­
tradores
lucharán con tesón para asegurar que sus abusos no se
vean.
no se reconozcan y estén condenados al olvido.
La dialéctica del
trauma sigue estando vigente
23. Debemos recor­
dar que esta no es la primera vez en la historia en que los que han es·
cuchado atentamente a los supef\.l.vientes de un trauma se hail visto re­
tados, y no será la última. En los últimos años, muchos médicos han
ter ido que aprender a soportar las mismas tácticas de acoso que han su­
frido durante mucho tiempo los defensores de las mujeres, los niños y
otfOS grupos oprimidos. Nosotros, los testigos, debemos mirar en
nuestro interÍor y encontrar una pequeña proporción del valor que de­
ben tener día a día las victimas de la violencia.
Algunos
ataques han sido completamente
tontos; otros) muy feos.
Aunque den miedo, estos ataques son un homenaje ÍII1plícito al poder
de la relación curativa. Nos recuerdan que es un acto de liberación
27 H. Rat-nona. cit. en K. Burler, «Clash""lg Memories, )¡[ixed ,\.lessages», Los Angeles Times
c'vlaga::in(. 26-vl-1994. pág. 35.
18 j. L Hermfui_ «Crir.-ne and Memo¡-y». Bulletin el American Academy o/ Psychiatry ünd the
Lau· 23: 5-17 (1995).

370
crear un espacío protegido~ en el cual las supervi1en."ces pueden decir
la verdad. Nos recuerdan que prestarnos a ser testigos, aunque sea
denrro de los confines de ese sanruario, es un acto de solidaridad. Nos
recuerdan también que la neutralidad moral en el conilicto entre victi­
ma y perpetrador no es una opción. Como todos los demás observado­
res, en ocasiones se necesita que los terapeucas elijan en qué lado es­
tán. Los que escojan el lado de las víctimas saben que tendrán que
enfrentarse iIlevitablemente a la furia del perpetrador. Para muchos de
nosoeros, ese es un gran honor.
,
INDICE ANALÍTICO
Abandono: 42, Ti, 154, 165, 177,217,
235,237,239.
Abdulali, Sohaila: 14,73,299.
Abuso iIlÍantil: 43, 61, 71, 74, 141, 159.
161,163,165,167,171,174,175,177-
181. 183, 184, 193·199.204,205.220,
226,230,235,239,246,258,259,261,
264,266,267,278,286,288-290,293,
296,301,302,304,312,315,322,323.
326,350,353,368.
Abuso sexual: 18,34,36,59,294,318.
356,366.
Accideme: 56, 74, 86,158,288,332.
Adapración: 19, 65, 75, 102, 104, 112,
146, 158, 159, 163, 168, 175, 179,205,
301,312,314,327.
Adler, Gerald: 177.
Adolescencia: 93, 97, 107, 161, 179,298,
340.
Adrenalina: 64, 72, 75, 76,304,311,321.
Agger, bger: 248, 280, 281.
Agorafobia: 200, 207.
Alcoholismo: 198,266,267.
AJianza terapémica: 206, 215, 222, 227,
232,236,248,252,262,266,313.
Alienación: 54, 87, 92, 250.
_,'nisrad: 47, 91,135,153,240,313,314,
327.
Amüal sódico: 52, 287.
Amnesia: 25, 31, 50, 53,81,82,85,145,
167,196,201,284,286,340,359,364,
367.
Arnor: 48, 91, 94,110,118,129,134-136,
139,153, 168, 181,232,263,292,294,
313,322,327,328.
A,.Ilálisis psicológico: 33.
Anes[esia: 78, 81, 178,229.
Aniquilación: 44, 64, 89,177.
A.'1na O. ¡léase Pappenhei...rn, Beróa.
Anorexia: 161,293.
Ansiedad, 67, 68, 86, 89, 177, 192. 193,
198,246,282,339.
Appel,]. W., 51.
A..sendt, Ha.'l.na: 128,319.
Asesinato
en masa: 188.
supervivientes de imemo de: 105,215,
296.
tab ú de: 115.
íféase también Muen:e.
AmonomÍa: 93, 94, 110, 113, 114, 132,
134, 142, l74, 180,211-214,251,261,
264,289,306.
Beebe, G. W.: 51.
Becker, Judicl" 350.
Benzodiazepina: 252.
Berndt, J errT 15.

372
Berwldd, Paul. Véase ?appe;J",,~eim. Berula.
Biderman. Alfred: 130.
Blíss, Eugene: 229.
Borderline, desorden de personalidad:
20, 199-205,207,215,216,219-221.
230,231,259.260.
Boreman, Lh!da (seud. LÍL""1da Lovelace"i:
136. 142, 154. 155.311. 312.
Boumeville. Desiré: 38.
Breuer.]oseph: 32-3-+' 41. 43, 275.
Bziere,]ohn: 198.
Briquet. Paul: 204. 205.
Bro"\'n, D. P.: 244.
BrO\vnmiller, Susan: 59.
Brujería: 38,161.
Bryer. ]effrey: 198.
Buber . .:\JartÍIl: 44.
Buel, Saran: 14 .. 318.320,321.
Buie, DaIl: 225.
Burgess, A.Iln: 60, 86. 101. 110. 126.
Burler, Sandra: 14.
CaL,: 115.
Cambio, voluntad de: 261.
Campos de concentración: 19,26. 127.
130,145,146,150,155,196.
Campos
de exterminio nazis: 141. 143.
149.153.
Cfu.l1pOS de trabajo: 127.
Card,] osefina: 80, 11 L
Carmen, Elaine H.: 144. 175.
CastÍgo: 152, 157, 163,238,320,364.
Catarsis: 33,123,279,291. 321. 337.
Cautividad: 86, 127, 128, 132, 138, 143.
145.146,148-152,154,155,157,158.
187,188,193,196,248,258,295.
Charcot, ]efu.""1-Martin: 29-31. 34, 36-38.
40.41. 204
Ciclos: 132. 176,289,363.
Ciencia cristiana: 38.
Coacción: 124, 130, 131. 139, 140. 142,
149,156.163.187,188,215,262.295.
Compasión: 88, 99, 102, 120, 134, 297.
302,327.
Compensación: 122. 257. 290, 292-294.
319.367.
Competencia: 93-95. 167, 172.211. 218.
246,260.
Complacencia: 133. 164, 2Ti.
Cooplementariedad: 338.
Complicidad: 171. 188. 305. 36-+.
Compromiso: 26, 43. 97, 154. 192,214.
229,232,240,260,265,278,293,335.
360.
Comunicación: 135, 136. 163, 219, 24-4,
274.360.
Comunicación. medios de: 62, 89, 368.
Comunidad: 19,20.26,91,92,97,98,
109,121. 123. 125,215,241,256,289,
295,319,325.330,332,337,352,353,
362-365.
Conciencia, creación de la: 56-58.
Conciencia, prisioneros de: 136-13 8, 317.
Conexión: 20, 58,63,93,96.97,99,104.
105, 108, 114, 115, 125, 135-137, 142,
145.167,175.177,192.211,215,236,
239,245.269,275.293,313,317,320,
323,325,327,333,355.
Confianza: 83, 92, 97, 99.108,154,155,
159,166,180,211,215.218,220,223,
224,226,233,240,241,244,250,260,
268,277,296,304,313,345,349,364.
Confidencialidad: 20, 57,232,334.
Constricción: 66, Ti, 81, 83, 84, 146,
150,151.224,272.
Control
coercitivo: 128, 134, 158, 179, 185.
261,262,264,366.
tocus de: 103, 104,287.
Véase también Autonomía, Coacción.
Cooos. Phillip: 185.
Creaüvidad: 344.
Credibilidad: 17, 18,26, 27, 30, 40, 41,
57,199,238,341,366.368.
Crisis nerviosa: 88.
Culpa
de la 'víctima: 119.
¿el superviviente: 48, 95, 118, 120,229.
erw
p
",," "'" .... c· C,",," 'WT -bf:
f:\"DICE :\:\,';,lfTICO
373
Curación: 17,20,75,81, 123.211,280.
290,319,362-364.
Danieli. Ya eL 214, 223, 273, 290, 329,
347.
Dai;l..idouricz, Lucy: 188.
Deberes: 250. 263.
Democracia: 37, 39, 40. 56. 62. 364.
Depresión: 18, 89, 98, 102, 121. 157,
161,177,187,192,193.198,200,201,
228,230,252,260.263,282.
Derechos de las mujeres: 39,40,4.3.
Desesperación: 134, 166, 169. 177, 197,
222,227,241,295-297.325.
Desórdenes alirnenticios: 176.258. 268,
332.
Desórdenes craumáticos
Tipo I: 195.
Tipo II (Terri: 195.
Diagnóstíco
de la depresió:c.: 260.
del desorden de estrés pos~raumátíco:
101,193,207.
Diarios: 250.
Dictadura: 56, 363, 364.
Dieta: 132, 133.
DiElsdale, ]oel E.: 134.
Disforia: 176, 177, 179, 196.
Disociación: 18, 28, 32, 60. 65, 78, 79.
82, 146, 147, 163, 168, 169, 177-179.
195,198,201,203,237,312.358_360,
365.
Dolor: 26, 43, 65, 78-80, 82, 98, 120.
121. 123, 142, 147, 167, 176, 178,208,
217,227,229,249,256,259,260,282,
289.291,293,298,308.309.324,329,
337,341,343,344,359.
Droga, adicción a:
80, 81. 1.33. 179, 198.
267.
Du Bois, Cara: 49.
Dw ...... 1ing, Christine: 332.
Eficacia: 47, 75. 115,215,246,252,282,
.304,348.
Eicnmar:n.
Adolf
128.
Eitiri.ger. Leo: 26.
Ejezcicio: 13L 147, 152. 162, 21-L 250.
251, 275. 276, 303, 304, :;06. 308. 309.
320,329.332.
Embotamiento: 77-79. 87. 195. 237, 246.
283,348,363.
E<1emigo, odio al: 48,104.
Erikson, Eri..~: 240.
Esclavitud: 62. 36-+.
Escondite: 164.
Espejo: 232, 291, 327. 328.347.
Esperanza: 4-!-, 51, l.33. 1",(8, 149. 166,
169.175,179.180.240.293,294.298.
299,308,309.324,329,334,337 34-4.
351,361,363.
Esquizofrenia: 201, 207. 208.
Estereotipos: 183.
Estrés posuaumárico, sh"1drome Ce: 55.
61, 65-68, Ti, 80. 81, 84, 88, 89, 95,
96,100-104,106.107, 11L 112, 118.
144-146, 157. 158. 189. 193-196, 199.
205-207,21).219,222-224.244.246_
248,250.252.265.267,280.282.288.
323.348,360.
Estrich. Susan: 126.
Exorcismo: 38, 266, 279.
Experiencia religiosa: 38,123.
Familia: 27, 5.3, 54, 91, 98-100.107-110.
112,113,116,127,135,161, 165, 173.
179, 184, 199,224, 226, 2~6, 250, 253-
256.260,263-265,285,289,290,298.
307,308,.322,332,344,350.
Fantasías: 36, 58, 170, 218, 222, 230.
236,291,294,297.305,310.315,344_
346.
Fe: 25, 38, ~l. 91, 97. 98,111. 138, 156.
157,166.173,197.275283.
Feminída¿: 303.
Ferenczi. Sa:."1dor: 175.
Ferr;l, Jules: 37.
Figuras autoritarias: 180. 182 .
FisCPJ11fu."1, Y ael: 347.
~
3
~
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M
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lWII ::,:1
~
~
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374
tisloTIeurosis: 6/,205,250,349.
Flexibilidad: 212,235, 23/, 334.
Füess, \):7il..~elm: 41, 42.
F'ütcraEi:, Anne: 212.
Fobias: 192,299.
trasero Sylvia: 160, 161, 168, 185, 324,
35l.
Freuo, Sigmund: 18,29-36,41-43,49,
56,58,69,75,89, 160, 161, 175,249,
272,275,234.
F
riedan. Becry: 56.
FroITl.m, E.: 244.
Geli."1as, Denise: 199.
Goodwin, Jean: 195,230,238,304.
Graves, Nancy: 66.
Graves, Roben:: 47,66.
Grinker, Roy: 51. 52, 67. 80, 83.
Gunderson,Jonn: 259.
Haas, A...'1n: 80, 89, 113.
Haley, Sarah: 112,227.
Harvey, ;'\"1ar1': 13,323.
Hears[, Patricia (Tania): 133, 137, 143,
155, 187.
Henclin, Herber¡, 80, 89, !l8,
Herman, J. L: 244.
Heroísmo: 123.
Hilgard, Emes\:: 79.
Hill, Eleonore: 173, 177.
Hipnosis: 31, 32, 36, 41, 52, 65, 79, 80,
82,147,195,279,285-287.
Hirschman, Lisa: 19.
HisIeria: 18, 28A3, 45, 46, 50, 52, 56, 58,
61,62,65, 160, 199,200,205,243,
)';,1
_"'1'"'1'.
Historia, reconsmlCción de la: 273, 279,
280.
HolmStrom, Lynda, 60, 86,101,110,126,
Holocausto
nazi:
142, 145, 155, 156, 158, 188, 194,
214,215,219,223,225,227,229,
290,297,329,347.
nuclear: 95.
Homicídio: 158.
Horov,,·itz, Mardi: 76. 91, 305.
Hospitalización: 220, 265, 281.
Huelgas de ha..-nore: 134, 143.
Huida, 67, 13",253,268,
Humillación: 35, 56,99, 115, 133, 134,
140, 202, 280, 285, 290, 292, 293,
323.
Idealización: 115, 173, 197, 217.
[die fá:e: 69.
Identidad> 93, 100, 107, 155, 156, 166,
172,173,175,179,180,185,192,193,
196,203,205,206,211,227,248,29/,
310,313,314,337',35.3.
Idernificación: 34.
138,215,220,226-228,298.
Iglesia cmólica: .3 7.
ImagLl1ución: 29,159.309,310,346,350.
IncestO: 13, 19,20,34,61,74, 160, 165,
172,173,182,212,219,221,261,265,
277,285,293,301,302,308,310,318,
320,324,327,333,336,337,340,344,
346-349,351,368.
Indefensión, sensación de: 64, 75, 80,
157,162,196,197,212,224-226,251,
309.
Independencia. Véase Autonomía.
Imegraóón: 81, 84, 173, 175,240,241,
244,245,258,279,284,286,324,328,
346.
Integridad: 64, 93, 94, 134, 214, 218,
237,240,241,250,295.
Imervención de crisis: 253, 257, 258,
330-332.
himida¿' 56, 57, 61, 93, 99, 100, 110,
111,166,180,199,211,225,268,294,
.313-315,327,353,36l.
Intrusión: 66, 69, 75, 84, 237, 246, 256,
272,363.
Imuición:
23 7.
Jack el Loco.
Véase Sassoon, Siegfríed.
J fu-:nes, 'J{'illiam: 29, 39.
Í"-'DICE ,\'HLÍTICO 375
JarreI, Pierre: 29, 31-33, 38, 42. 50, 65. Luchar. aprender a: 235, 303.
66,69,75,79,81,175,243,244,279, «Luchar O huir». respueSIa de: 65, 67,
358. 305.
Jensen, Dave: 7l.
Jensen, Soren: 248, 280, 231.
Jorgenson, Bobby: 217.
Judios: 188.
Juego posuau..rnático: 73.
Juicio: 66,78, 104, 115, 116, 118, 120)
142,148,175,180,181,187,238,248,
256-258,276, 306, 320, 321, 364-366,
369,
Justicia: 97, 104, 121, 123-125,214,250.
276,292,318-320,363-366,368.
Kardine, Abra..rn: 49-52, 55, 66, 67. 69,
82,86,98,212,215,
Keane, Terence: 14,111,233,274.
Kemberg, OL'w: 215, 216, 219, 23l.
KIuTI, Richard: 164,287.
Kolb, Lawrence: 67, 193.
Kolk,
Bessel
A. van der: 13) 14, 72, 80,
85.
KrySIal, Herrry: 142,225,228.
LaPlame, Virgh'"lia: 15.
Laleau, Louise: 38.
Lavado
de cerebro: 187, 188. Leahad: 48,108,134,141, 154, 155, 164,
187,278,314,344.
LessLflg, Doris: 70, 88.
Levi, Primo: 149, 158,325.
Lev.ris, Helen Block: 13.
Liberrad: 83, 115, 119, 151, 155, 179,
185,188,256,260,265,266,301,309,
347,369.
Li..fron, RobertJay: 53, 70, 71, 81, 95, 97.
120,306,
Límires del conrrara de Ierapia: 232.
Lister, Eric: 216.
Licio: 252.
Llorar la pérdida, rase de: 120, 289, 290,
292,295,296,335,339.
Lovelace, Linda. Véase Boreman, Li.flda.
Lura: 120, 121,215,227,243,271,283,
289-291,296-298,331,336,344.
;\IacKinnon, Catherine: 124.
Madurez: 240.
Nlal: 25, 54, 67,78,83, 112, 115, 119,
129, 132, 152, 160, 172, 188, 199,279,
293,296,322,324.
\íaldad, sensación imerior de: 169-172.
MalIsberger, John: 225.
'\-Ianiqueísta, teoría: 75.
MarIirto: 48, 1'73.
Masoquismo. í/éase Sadomasoquismo.
Medicación: 109, 206, 250, 252, 259,
260,262,263,289,
l\'1ec.üacíón: 147.
Memoria: 32-34, 44, 45, 48, 65, 69-72,
76,81,83, 115, 122, 131, 149, 150,
159, 167, 175. 179-181,236, 271.
278, 283, 284, 286, 324, 358-360.
367,369.
:VIiller, J ean Baker: 13.
N1iller,Jo A.Im: 15.
iVUsión del supenriviente: 316-319.
MohaIned, Elaine R.: 148.
;\Iollica, Richard: 227, 280, 329.
yIoore, Shirley: 14,286 .. 287.
.\lorfina. V iase Opioides endógenos.
:.'vIovL1'I1jemo pacuista: 28, 46, 55.
)'luene: 40, 44, 45, 49, 64,70,75,81-83,
87,89,95,96,101, 108, 115, 122, 123,
131,132,155,161,162,183,186,204,
207,214-216,218,241,322.
Muerros, mmilaóón de los: 44 .
Myers, Charles: 45.
Narcosíntesís: 52.
Narcóticos.
Véase Opioides
endógenos.
Nash,Ja..mes: 328.
Nave, OriI: 346.
Negación: 17-19,26,28,36,42,57,118,

376
120,146,167,191, 195,238.247,279,
307,320.364,365.
Negativismo: 46.
Neurosis de combate: 28,45. 46, 48-52,
55,56,62,66,69.
Neutralidad, técnica: 214.
Niededand, (FilliailJ.: 156, 157. 194.
~h=iOS. ji ¿,ue Abuso infamu.
Nombre, dar: 19,57,191,195.
Norrnful, lvEchael: 54, 111,316.
O'Brien, Tirn: 7L 94, 217.
Obediencia: 129. 164, 165. 18l.
Objeto(s): 39,50,58,135,137.160.181.
221,236,361,366.
OITlr."1ipotenda: 225, 237.
Opiáceos, Véase Opioídes endóge,
nos.
Opioides endógenos: 79-81.
Orgullo: 139, 143,248,263,290.298,
312,324,344.
O;.-"rell, George: 18, 129. 147.
Owen, \XTilfred: 284.
Pacifismo: 48.
Pappenhéim. Bertha (seud. Anna O:
Paul Berrnold): 33, 41.> 43, 44.
Paranoia: 198.
145,146,157.160,222. 249. 262. 267.
282,283,286.330,349,
Pitmar::, Roger: 80.
Poder:
19,26,37,46.51.
57, 59, 60. 64,
73,97, 108, 115, 125, 129. 130, 134,
D5, 1"7,159,166,169,171,181,182,
186,197,212-214,222,223,225,226,
233,234,258,263,265,280,292.293,
296,297.302,303,312,317,318,320,
323,328,330,333,334.337,343.344,
351,361,363,365,369.
Poder. devolver el: 211. 249. 255. 257,
271,307.
Policía:
60,
83, 125" 153, 224. 255. 256,
321,365.
Pornografía: 59,130,142,163.
Posesión diabólica: 38.
Presentación disfrazada del smarome
traumático: 199,
Prisioneros de guerra: 146. 150, 158,
187,188,196.
Prisioneros políticos: 19, 129, 130, 134,
135,151,152,219.
Prostitutas: 29.183.
Protección: 30, 51, 78. 84, 92, 99, 104.
105, 108-110, 153, 159, 165, 169, 173.
180,185,232,234,253,255,268.285,
318,325,333-335,347,358.
Parson, Er-\ViI1 R: 336. Psicoanálisis, creación del [érmmo: 33,
Partnoy, Alicia: 147. 36.
Pasividad: 78, 142, 143, 187, 188, 195, Psicodrama: 287.
249,363.
Pa[riotismo: 48.
Pensamiento doble: 18. 21. 147. 150,
166,185,
Perdón: 169,290,292,
PeIry,]. Chriswpher: 1.3, 14.
Personalidad, desórdenes de: 19, 190.
Personalidad, organización de: 168, 175,
190,194,
Personalidad múltiple, desórdenes de:
199-205,207,220,221,223,229,243,
244,247,288,349.
Pesadillas: 47, 60, 67, 69,72,81,87,99,
Psicopatología. conceptos de: 106, 189.
Pumam, fran...'k.: 204, 220, 221, 244.
Ratushinskaya, Iriil.a: 132.
Recompensas: 134. 135. 161. 339.
Reconciliación. rase de: 135.
Reconstrucóón, historias de: 273, 280.
Recuerdos: 18,26,47,48,52,65,69-72,
76,81,82,88,137,1"6,148-150,155,
162, 167, 168, 176, 200, 207, 217,
218,243-246,262,265,267,269,271-
275,278-281,283-288,291,294,297,
311,315,318,322,324,327,331,
Í);DICE A?<ALÍTICO 3Ti
333,337.339-341. 343, 344, 347, 349,
367,369,
Rehenes: 86.128-130,138,153.187,188,
196,212. 219,
Reiajacíón: 250, 264 2/3,281.
RepeLición: 68, 75, 76, 144, 154, 180,
233,315.
Represión: 19,28.224.
Rescate: 39, 98, 217, 234, 237, 247.
Responsabilidad:
26, 104, 118-121,
166,
185,212,213,229,259,276.294-296,
306.307,319,320,338,351,364-366.
RboGes, Richard: i80, 323, 353.
Ricner.
Paul:
38.
Ricnet. Charles: 38.
Rieker. Patricia: 175.
Riesgos: 104, 119. 137,257,337.369.
Rivers. 'X'. H. R.. 46-49, 51.
Robotízación: 142.
Rosencof. i\huncio: 151. 152.
Ross, Jaime: 347.
Rushdie, SalmsT 7.
Russell, Diana: 59. 18I.
RusselL Paul: 76.
Sadomasoquismo: 266. 310.
Sarachild, Katrue: 57.
Sassoon, Siegfried
(Jack el Loco): 46-48,
51. Scnatzow, Emily: 13, 14,336, 340, 341.
Schechle:-, SUSful: 14.
Scurfíeld, R. .LvI.: 244.
Searles. Harold F.: 23I.
Sebold. Alice: 91.
Secretismo: 161. 165,255,302.350,364.
Secuestro: 84, 86.
Seguridad: 20, 30, 83, 91, 92, 108-110,
159,164,166,174,202,212,232. 243-
245.250,251,253.254,256-268,272.
281,283,298,302,304.314,323,330-
335,338,339,348,349,351,352,362.
Sexismo:
190.
Sexualidad: 34,36, 114, 196,350.
Shalev, Arieh: 288,
Sharansky, :'-Jatan: 134. 138.317
Sb8.I3n. ChairD.: 53,5-+. 120.
Shengold, Leonard: 175 J 227, 296.
Silencio: 28, 42, 56, 57, 141. 156. 192-
216,307,334.342,363.
Símon, Bennett: 14.
SimDne. Sn2ron: 1-+, 7 .. +' 286. 320.
Síntomas
constrictivos:
81. 83. 84, 86. 87,
283.
de depresión: 157,
histéricos: 33. 34. 4l.
púcosomáticos: 86. 179.282.
SistelTla de apoyo: 232. 237, 239, 250.
Sistema de salud mental: 60. 61. 197.
199,213,246,
Sistema legal: 114, 125,256.
Smúh.
KeD: 14.74,75.83,123.319.326-328.
Smith. Septimus: 87.92.
Soalt, lvlelissa:
14.303,304.351-
Somatizaóón.
desorden de: 198-201.
203-206,
Spiegel, David: 79.
Spiegel, Herben: 14 51. 51.109.
Spiegel,]ohn: 51, 52. 67, 80, 83.
Stark, Evan: 212.
Stone, lVlichael: 30l.
Sublimación: 240.
Sueño
insomnio: 60. 81. 145. 157, 193, 198.
246,
perturbaciones del: 176.349.
Véase también Pesadillas.
Suerte, sensación de: 48, 105. 110, 153.
Suicidio: 88, 89, 143, 158, 178. 183,224.
231,262,293,296,297.
Supresión: 82, 146, 167.
Sustancias, abuso ce: 200, 258, 267. 333
Symonds, ilartin: 153,212.
Tfu"1aY, Emmanuel: 194,219.
T ama. Véase Hearst, Patricia.
Terapia, contrato de: 232-234.
Terapia de grupo: 287, 326, 350-352.

378
Terr, Leonore: 71, 73, 83,101,194.
Tesümonio: 20, 28, 53, 54, 91, 111, 126,
128,130, 142, 161,206,218,249,275,
280-282,284,295,320,325,334,336,
347;348,365,368,369.
Tiempo, sensación de: 116.
Timerman, Jacaba: 142, 143, 154, 155.
Traición: 70, 97,141,161,165,281,365.
Trance, estado de: 31, 32, 40, 78, 79, 81,
147,148,167,168, 175,286,287,312,
Tranquilizantes: 252, 261.
TransÍerencia: 213, 216, 219-223, 225-
232,234,236,238.
Trauma crónico, síndrome de: 144, 149,
157, 160, 190, 199, 219, 250, 269,
335.
Universalidad: 280, 326, 336, 347.
Venganza: 35, 104, 113, 142, 170, 197,
217,218,228,290-292,319,344-346,
363.
Verdad: 17, 18,27,56,57,93,94,122,
129, 133, 160, 172, 174, 183, 214,
218,232,233,239,247,278-280,292,
307,310,318,320,324,363,364,
368,370_
Veteranos: 19,60,61,74,80,83,86,87,
89,92,94,98,102,111-113,115,116,
118,120,146,213,218,228,233,252,
257,274,279,280,282,291,295,328,
336,348_
Veteranos de combate (o de guerra). V éa­
se Neurosis de combate, Veteranos,
Veteranos de la Guerra de Vietnam,
Vetera.'1os de la Prirnera Guerra Mun­
dial, Veteranos de la Segunda Guerra
Mundial.
Veteranos de la Guerra de Vietnam: 53,
54,67, 80, 81, 89, 96, 100, 101, 104,
111,213,306,326,327.
Vereranos de la Primera Guerra Mun­
dial: 67_
Veteranos de la Segunda Guerra Mun­
dial: 102.
Víctimas de deliws, esmdio sobre: 86,
88,102,110,126,131,158,358_
Victimización, ereCtoS psicológicos de:
171,181,191,199,302_
Vinculación, símbolos de: 91, 136, 203,
297.
Violación
y culpar a la vícrÍlna: 95, 107
por conocidos: 61, 109.
Y juicio social: 59, 116, 124, 126, 299,
321.
marital: 1.3 3.
Violencia doméstica: 19,28, 49, 56, 59,
61-63, 109, 123, 135, 190,205,318,
328,365.
Walker,John: 328_
Wa.lker, Leonore: 61,131,135.
\XTebsrer, Mernam: 240.
\XTiesel, ElÍe: 141, 156.
\'Volfe,Jessica: 14,233,274.
WolIstonecrafc, ¡vlary: 43.
Woolf, Virginia: 62, 87,92.
Yalom, ¡rvin n: 200, 326, 327_
Yassen, J anet: 13.
Yealland, Lewis: 46.
Yo
auroestima: 93, 99, 110, 139,260,324,
327,348.
amorregulación: 113, 166, 174, 176.
daños: 73, 99, 122, 177, 193,251,289_
defensa: 26.
resrauración del: 110.
Ziegenmayer, Nancy: 100,254.
Ziegler, Patricia: 14,234,235.
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