Rubí se hallaba en un dilema, sabía que no debía preguntar ya que la
expresión de él decía que no quería hablar de ello y que se arrepentía de
haberlo hecho pero, por otro lado, la curiosidad la mataba; solo que ¿qué
debía importarle a ella su vida? Nada, absolutamente nada, ella no tenía por
qué meterse en esos asuntos. Decidida volvió al tema inicial.
—Bien, supongo que lo dulce es la debilidad del hombre o, al menos, mi
madre decía que esa era la mía, que terminaría como una vaca si seguía
comiendo así —comentó para aligerar la tensión formada.
La táctica funcionó, la tensión en el ambiente se aligeró, pero el
comentario también logró que esta vez fuera la curiosidad de Damián la que
se activara; ella nunca había mencionado a su madre antes, sin embargo, no se
atrevió a hacer ninguna pregunta imprudente que pudiera arruinar el
momento. Al menos, estaba ganando confianza, eso era bueno. Sin embargo,
era sorprendente saber que él también empezaba a confiar en ella, pues nunca
se imaginó contar algo como lo que había dicho ni decirlo de manera tan
tranquila. La relación con su familia era un secreto muy bien guardado y
nunca, aunque fuera en un descuido, se permitía mencionarlo, pero lo hizo, se
lo confesó a ella porque le inspiraba una confianza que le era ajena.
Empezó a analizar el asunto pero, al no encontrar ninguna respuesta que
pudiera explicar de forma lógica ese hecho, decidió centrar su atención en
otra cosa, que curiosamente fue en un trozo de tarta que le quedó en el labio.
Damián se inclinó hacia ella y estiró una mano para limpiarle la boca,
pero lo que había planeado que fuera un gesto inocente, se convirtió en algo
más apenas posó su vista en esos labios rellenos que parecían pedir a gritos
ser besados. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia adelante.
Iba a besarla, ¡oh, Dios, iba a besarla de nuevo! Cuando sus ojos se
posaron en sus labios, ella leyó en ellos esa intención. Iba a besarla, pero Rubí
no podía permitirlo y no porque no fuera correcto, sino porque, si lo hacía,
sucedería como siempre: perdería el control sobre sí misma y se entregaría;
eso ya la estaba asustando y no podía permitir que volviera a suceder, al
menos que quisiera terminar cediendo a la boda. El pensamiento fue
suficiente para hacerla reaccionar.
—¡No! —exclamó cuando vio que él se inclinaba.
En un mecanismo de autodefensa, alzó los brazos para detener el avance
sin acordarse de que tenía en una de las manos el plato con la tarta de
manzana y, con el movimiento brusco, la tarta terminó estrellada entre su
barbilla y su cuello.
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