Una vaca en la ciudad de Liliana Cinetto

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About This Presentation

Cuando Gertrudis les dijo a sus amigos del campo con asombro y se pusieron nerviosos. Porque se sabe que en la ciudad no hay vacas paseando.


Slide Content

Una vaca en la ciudad
x

Literatura, ia)

Colección La buena letra
Dirección editorial: Gloria Páez
Editor: Héctor Hidalgo.
ustraciones: Leonor Pérez

Portada de colección: diseño punto

LP: coun mca ace coc

© Lian neto
ON Ets a

odor Ye 246, Prov
‘Teléfono: 233 5101 en
Fax 2 860
mal promicion@mneitori ct
Diners

+ Santiago, Chile

Primera edición: 2011
N° de inscripción: 204950
ISBN: 978-956.298-310.9,

La presentació y dps de
es lla bra son propiedad del or
ados odo os decos pr toss aes Na
en, puede ser reproducida, almacenade can
transmitida de ninguna forma, ni por ningün med, sea et
crée, fotocopia o cualquier oo, sin preva ou
sta por pare de o tiles de ls dern

Impreso en Cil por World Color Chile.

mens

Una vaca en

la ciudad

Cie Gertrudis les dijo a sus amigos
del campo que esa mismisima semana se
ibaa la ciudad, todos la miraron con cara
de qué le pasa y se pusieron nerviosos.
Tan nerviosos que a las gallinas se les
despeinaron las plumas, a las ovejas
se les enredó la lana y a los chanchos
empezó a dolerles la barriga (y eso
que sólo habían cenado diez kilitos de
choclo, varias plantas de lechuga y media
docena de zapallitos).
¿Que por qué se pusieron tan nerviosos?
Porque Gertrudis era una vaca y ya
se sabe que en la ciudad no hay vacas
paseando de acá para allá ni de allá para

cincod

aca. Por eso le aconsejaron que mejor se
quedara, que no iba a conseguir ni un solo
pastito para comer, que la gente de la ciudad
iba a asustarse al ver una vaca suelta...

No pudieron convencerla. Gertrudis se
fue un lunes trotando despacito, antes
de que se despertara el gallo que es el
más madrugador.

Tardó bastante en llegar a la ciudad,
eso sí. Porque quedaba lejos.

Pero llegó nomás. Y la ciudad le
pareció tan linda que enseguidita le
dieron ganas de dar un paseo.

Fue entonces cuando empezaron los
problemas y es que Gertrudis conocía
mucho de campo, pero de ciudad no
sabía nada.

Y el primer problema fue cuando quiso
cruzar una avenida. Por supuesto no
esperó a que el semáforo estuviera rojo
y los autos frenaran. Ella cruzó lo más

6seis

tranquila y ¡PIM! ¡PAM! ¡PUM! Un auto
amarillo chocó contra un auto verde que
chocó contra un auto azul que chocó
contra un colectivo lleno de gente que

chocó contra una camioneta cargada de

papas que quiso esquivar a Gertrudis.
Por suerte, nadie se lastimó (aunque
las papas se desparramaron por el
suelo). Claro que la gente se enojó
muchísimo con Gertrudis. |
—Fíjese por dónde va, despistada. Mire

lo que pasó por su culpa -le gritaban.

Gertrudis estaba muerta de
vergúenza. No se puso colorada, porque

las vacas no se ponen coloradas, pero

bajó las orejas y agachó la cabeza,
mientras decía:

_MUUUU -que en idioma de vaca
significa “Disculpen”.

Nadie le entendió, claro, porque en

la ciudad no se entiende el idioma de

siete7

las vacas. Seguramente por eso no la
disculparon y le siguieron gritando,

mientras Gertrudis se iba de lo más

amargada y se prometía prestar más
atención al cruzar la calle.

Pero los problemas siguieron. Porque
al ratito Gertrudis empezó a tener
hambre y buscó algo para comer. Y lo
más parecido al campo que hay en la
ciudad es una plaza. Por eso Gertrudis
fue derechito a la plaza. Y aunque allí
había un cartel que decía con grandes
letras negras:

PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED Y
L ARRANCAR LAS FLORES

Gertrudis no sabía leer y se dio una

panzada de pastito. ¡Ah! Y de Postre se

masticé un cantero lleno de margaritas,
La gente se enojó muchísimo con Gertrudis.

8 ocho

—iQué barbaridad! Mire lo que hizo.
Debería darle vergüenza -le gritaban.
Y a Gertrudis le dio vergiienza.
Muchísima vergúenza. Por eso agachó la
cabeza, bajó las orejas y dijo:
—MUUUUU MUUUUUU -que en
idioma de vaca significa: "Disculpen. No
lo voy a hacer mas",
Pero nadie le entendió, claro, porque
en la ciudad no se entiende el idioma
de las vacas. Seguramente por eso no
la disculparon y le siguieron gritando,
mientras Gertrudis se iba triste, triste.
Las cosas fueron de mal en peor.
Gertrudis andaba por las calles de
contramano, viajó en tren sin sacar
boleto y se metió en una fuente para
darse un bañito.
La gente se puso furiosa con ella.
— ¡Qué falta de respeto! ¡Qué
maleducada! Eso no se hace -le gritaban.

10 diez

Por más que Gertrudis agachaba la

cabeza, bajaba las orejas y decia:

—MUUUUU MUUUUUU
MUUUUUUU -que en idioma de vaca .
significa: “Disculpen. No me di cuenta
—pero la gente no la disculpaba.

Quizás porque no la entendían (es que
en la ciudad no se entiende el idioma de
las vacas).

Por eso, el viernes Gertrudis se fue
de la ciudad trotando despacito para
regresar al campo. Tardó muchísimo

en llegar porque el campo estaba lejos
y porque ella estaba cansadísima. Pero
llegó nomás. Bien temprano, antes de
que se despertara el gallo que es el más
madrugador.

Y allá se quedó. Contenta porque en
el campo puede andar por donde quiere
y no está prohibido pisar el césped o

once!

comerse las flores. Y sobre todo porque
cuando dice MUUUU todos la entienden.
Ya que en el campo se entiende

perfectamente el idioma de vaca.

12 doce

Cuando doña Araña avisó que no queria
seguir tejiendo, todos en la laguna

se pusieron nerviosos. ¿Cómo que no

iba a tejer más? ¿Y quién le haría los
cincuenta pares de escarpines a los bebés
ciempiés? ¿Y la bufanda a los sapos que
andan todo el tiempo resfriados porque
se lo pasan chapoteando en el agua? ¿Y
el vestido de novia para la abeja reina?
¿Y los pañuelitos de encaje para las
luciérnagas?

Que no y que no. La arafia no ibaa
tejer más. Llevaba años teje que te teje
y ya era hora de descansar. Hacía rato

que tenía ganas de viajar alrededor del

trece13

mundo. Quería conocer otros charcos,
otros yuyos, otros bichos... Por más que
le insistieron, preparó sus ocho valijas
(una para cada pata) y se despidió de
todos que lloraban como locos mientras
doña Araña se alejaba.

Por suerte, no tardó tanto en regresar.
Y es que dio la vuelta al mundo. Pero
al mundo de una araña que es mucho
más chico que el de las personas. Más
o menos doce árboles, cuatro piedras,
unos troncos caídos y varias plantas con
flores. Y la laguna completa, además, que
recorrió enterita, viajando en una hoja
seca. Y enseguida volvió a tejer. Porque
después de contar las anécdotas de su
viaje, empezó a aburrirse y es que las
arañas no son de quedarse de brazos...
o mejor dicho de patas cruzadas mucho
tiempo.

14 catorce

El loro aburrido

Cuando el loro dijo que últimamente
andaba aburrido, todos se le quedaron
mirando con el pico abierto. Con lo

buen compañero que era el loro, tan
conversador además... Si se hacía amigo
de cuanto pajarraco se le cruzaba frente
al nido. Si charlaba con cualquiera que se
le paraba en una rama del árbol, incluso
en la más alta. Si venían desde lejos a
escucharlo contar las noticias.

Sin embargo, el loro estaba aburrido.
Hablar hablaba con medio mundo, sí. Y
bien clarito. Todos le entendían, incluso
las personas. Pero desde hacía un tiempo
se aburría. Mucho se aburria.

16 dieciséis

¡Vaya a saber por qué!

Para distraerlo, las aves cantoras le
cantaban. Y el loro agradecía el concierto,
pero al rato se aburría Otra vez.

Para entretenerlo, las aves expertas
en vuelo le hacían acrobacias aéreas. Y el

loro agradecía la demostración, pero al
rato se aburría otra vez.

Para divertirlo, las aves corredoras
organizaban carreras. Y el loro agradecía
el espectáculo, pero al rato se aburría
otra vez. Y al final ya nadie supo qué
hacer. El loro se aburría más y más. Y
encima se puso tristón. Ni ganas de
conversar tenía. Ni ganas de contar un
chisme. Ni ganas de decir BUEN DÍA.

Hasta que se quedó en silencio. No
dijo ni PRRR. Nada. Feo era ese silencio.
Dolía. Y el pajarerío no aguantó y voló
de acá para allá buscando una solución.

Costó encontrarla, claro.

diecisiete 17

Pero una mañana tempranito alguien

trajo un libro gordo y se lo regaló al

| loro. Y el loro no sonrió porque los

| loros no son de sonreír. Pero dio vuelta

una página con el pico y ahí nomás

empezó a hablar de nuevo. Con palabras

desconocidas. Las que sacaba de ese libro

que era nada más ni nada menos que

un diccionario. Y ya no se calló más. Y

| tampoco se aburrió. Porque ahora tenia

| algo que hacer: aprender.

| Dicen que va por la D, asi que por un
rato largo no se va a volver a aburrir.

18 dieciocho
|

El patito curioso

Había nacido cerca de un lago que
parecía un cielo hecho de agua. Lo
primero que dijo fue:

—Cua.

Porque, claro, era un pato, pero muy
pronto dijo muchas otras cosas porque
era curioso y hacia preguntas todo el

tiempo.
— Por qué llueve? ¿Cuántas estrellas

hay en el cielo? ¿Qué hace la luna de

día? ¿Dónde vive el viento? -preguntas

responder. En idioma de pato, que era el
único que ella conocía.
y El patito fue creciendo y, aunque lo

diecinueve 19

que más le gustaba era nadar (porque,
claro, era un pato), también le gustaba
aprender. Y como no había escuela para
patos, se hizo amigo de otros animales
vecinos.

—Muuu -le respondía la vaca, cuando
el patito le preguntaba algo y él le
entendía porque había aprendido el
idioma de vaca.

—Guau -le respondía el perro cuando
el patito le preguntaba algo y él le
entendía porque había aprendido el
idioma de perro.

—Miau -le respondía el gato, cuando
el patito le preguntaba algo y él le
entendía porque había aprendido el
idioma de gato.

—Cocorocé -Ie respondía la gallina,
cuando el patito le preguntaba algo y él
le entendía porque había aprendido el
idioma de gallina.

20 veinte

Fue justamente aquel dia en que
comenzó el otoño, cuando su mamá dijo
que tenian que irse de viaje, antes de
que llegara el frío. El patito ya lo sabía
porque se lo había dicho “Croac” la rana
y él le había entendido perfectamente
porque ya había aprendido también el
idioma de rana.

—Hay que volar todos juntos, en
grupos, sin separarse. Siempre derecho,
Hacia el lugar donde aparece cada
mañana el sol-había explicado muy seria
mamá pata-. El viaje es muy largo. Asi
que, si alguno se cansa o se pierde, tiene
que preguntar dónde está el mar e ir
hacia allá.

El patito estaba feliz. Durante la
larga travesía aprendería muchas cosas
nuevas. Conocería las montañas, los
bosques, los ríos... Incluso podría ver las
ciudades, aunque fuera de lejos. Porque,

22 veintidós

claro, era un pato.

El patito y su familia partieron al día
siguiente bien temprano.

—Quiquiriquí -le gritó el gallo para
despedirse y el patito le entendió porque
ya había aprendido el idioma de gallo.

Al principio el viaje fue tranquilo.

o se les iban sumando otras

Poco a poc
familias de patos y el grupo se fue
haciendo cada vez más grande. Su mamá
y sus hermanas iban adelante, pero él
quedó rezagado porque iba distraído
preguntando, mirando, curioseando...

Quizás por eso no alcanzó a ver
las nubes negras y gordas hasta que
fue demasiado tarde. La tormenta lo
sorprendió demasiado lejos del grupo.
El viento lo revoleó para acá y para allá
para arriba y para abajo hasta que al fin
la copa de un árbol.

logró refugiarse en
staba

Entonces, se dio cuenta de que e:

veintitres 23

completamente perdido. Y solo. Recordó
lo que su madre le había dicho y buscó a
alguien para preguntarle dónde estaba el
mar. No tardó mucho en encontrar otro
pato, un poco raro, eso sí, con plumas
más oscuras que las suyas.

De todos modos se puso contento.
Porque, claro, era un pato.

—Cua -le dijo al verlo.

—Coin -le respondió el otro.

El patito se quedó con el pico abierto
de la sorpresa y no supo qué contestarle.
Pero como el otro (que en realidad era
un pato francés) le hacía señas para que
lo siguiera, el patito voló detrás de él.
Seguramente irá al mar igual que yo,
pensó. Porque, claro, era un pato. Y el
otro lo llevó hasta el mar después de
volar quién sabe cuánto tiempo. Sólo
que no era el mismo mar al que debía

24 veinticuatro

estar viajando su familia. Porque por
el camino las vacas decían “Meub”,

los perros ladraban “Ouah Ouah”, los
gatos maullaban "Miaou” y las gallinas
cacareaban de un modo rarísimo
diciendo “Cotcot codet”.

—Me parece que por acá no es-pensó
el patito y decidió cambiar de rumbo,
después de despedirse “Coin” de su
compañero (porque ya había aprendido a
saludar en ese idioma).

Pasó bastante tiempo hasta que
se encontró con un nuevo pato, raro,
también, con las plumas más claritas
que las suyas. De todos modos se puso
contento. Porque, claro, era un pato.

—Cua -le dijo al acercarse.
—Quack -le contestó el otro que era

un pato inglés.
El patito se quedó con el pico abierto
de la sorpresa y no supo qué contestarle.

veinticinco 25

Pero también lo siguió, con la esperanza
de que lo llevara al mar. No tardó mucho
en darse cuenta de que éste tampoco era
la ruta que tenía que seguir. Porque a su
paso las vacas decían “Mooo”, los perros
ladraban “Arf Arf”, los gatos maullaban
“Meow” y las gallinas cacareaban “Cluck
luck”. Cuando escuchó que el gallo decía
“Cock-a-doodle-doo” decidió cambiar de
rumbo.

Y así anduvo durante meses el patito
viajando de un lado para otro. Llegó
incluso hasta el otro lado del mundo,

a Japón donde las vacas dicen “Mau”,
los perros ladran “Kian kian”, los gatos
maúllan “Nyan” y cuando las gallinas
preguntan “Ku-ku-ku-ku” los gallos les
contestan “Ko-ke-kok-koo”.

¿Que si logró reencontrarse con su
familia? Sí, justo cuando terminaba el
verano y todos volvían a su hogar.

26 ventses

Desiderio

Desiderio nunca hubiera imaginado

que le iba a pasar lo que le pasó aquella
vez. Porque Desiderio siempre había sido
un elefante muy tranquilo, muy callado,

muy timidón... Si en la selva no hacían

más que hablar maravillas de él.
—Un vecino ejemplar -lo alababa
siempre el mono.
Un excelente compañero -lo
elogiaba la jirafa.
— Un caballero -lo ponderaba la cebra.
Tan reservado era Desiderio que
la mayor parte del tiempo pasaba
inadvertido para los demás, algo

realmente extraordinario considerando

veintisiete 27

—Vayase a la cama —le aconsejó la
garza.

—Abriguese el cuello le proponía el
antílope.

Pero por más que Desiderio hizo lo
que le dijeron, seguía estornudando.

Y ahí algunos empezaron a fastidiarse.
Porque los estornudos de Desiderio no
dejaban dormir a nadie. Y si además no

llegaba a taparse la trompa a tiempo...

—Me arrancó la tela que acababa de
tejer -se quejó la araña.

—Nos revoleó por el aire -se enojaron
diecisiete hormigas.

—Me despeinó la melena —protestó el
león.

Desiderio estaba desesperado. Porque
nada daba resultado para que se le
pasaran los estornudos. Ni los remedios
caseros que le recetó la tortuga, ni las
compresas tibias que le ponía el búho ni

30 treinta

la idea de la hiena de hacerle un nudo en
la trompa.

Fue por eso que Desiderio pensó en
irse de la selva. Y justo cuando estaba
yéndose pasó cerca de las flores azules
que acababan de abrirse y los estornudos
le aumentaron. Y de pronto, Desiderio
se dio cuenta. Entre estornudo y
estornudo les explicó a los demás que
las flores azules le daban alergia. No
terminó de decirlo que entre todos se
fueron llevando las flores bien lejos y
las plantaron donde pudieran crecer
sin hacer estornudar a Desiderio. Y
Desiderio volvió a ser el mismo de
siempre y en la selva no se volvió a
hablar más que maravillas de él. Al fin
y al cabo aunque sus estornudos fueran
insoportables Desiderio era un elefante
encantador.

32 treinta y dos

El viaje

Que alguien de la laguna viniera un
día y dijera que se iba de viaje era algo
de lo más común. Porque dos por tres
aparecía algún pájaro para despedirse
antes de emigrar al norte, en busca de
calorcito.

—Hasta pronto. Nos vemos en el
verano que seguro vengo con mis
pichones.

O venía a saludar algún pez de esos

que una vez por año nadaban de la

laguna al río y del río al océano.

—Adiós y no me esperen hasta la
primavera porque remontar la corriente
me va a costar una barbaridad.

treinta y tres 33

Si hasta los animales de cuatro patas
se iban de vez en cuando.

—Voy a visitar a una prima que vive
del otro lado del monte. Nos vemos a la
vuelta.
| Pero que una lombriz dijera que se
iba de viaje era cosa rara. Más que rara
| Rarísima. Porque las lombrices no son
| de andar viajando. Si se la pasan todo el
tiempo debajo de la tierra y ni siquiera
asoman la punta de la nariz (o lo que

Il tienen en lugar de nariz). Pero a la

| lombriz le habian dado ganas de viajar.
I —Estoy aburrida -les explicaba a los
demäs-. Allä abajo estä tan oscuro que

no se ve nada. Y yo quiero conocer otros

lugares. :
Nadie la criticó. Porque el bicherío de

la laguna era de lo más respetuoso. Pero

eso sí: quien más quien menos todos
quisieron darle un consejo.

34 treinta y cuatro

Si piensa ir a la playa, siga derechito
para el lado donde sale el sol-le
recomendó el loro.

—Pero vaya siempre por la sombra, así
va a andar más fresca -le dijo la araña.

—De vez en cuando dese una
remojadita en algún charco —le sugirió el

sapo.
—Mejor viaje de noche así nadie la
molesta -le propuso la lechuza.
—Y mire para los dos lados antes de

cruzar un camino -le advirtió el caracol.
{ La lombriz agradeció todos los
"consejos y se fue una mañana bien
tempranito. Pero para el mediodía
no había llegado ni a la esquina, tan
despacito andaba.

—Si quiere, la acerco hasta el próximo
bosque -le ofreció la liebre muy amable,

La lombriz agradecida aceptó y a upa
de la liebre que corría mucho llegó hasta

treinta y cinco 39

el siguiente bosque. Y de allí siguió sola,
pero para la tardecita, no había llegado
ni al segundo árbol, tan despacito
andaba.

_Si quiere, la alcanzo hasta el río “le
ofreció una calandria muy amable.

La lombriz agradecida aceptó y a upa
de la calandria que volaba muy rápido
llegó hasta el río. Y de allí siguió sola,
pero para la tardecita, no había llegado
ni a las piedras de la orilla, tan despacito
andaba.

_ gi quiere, la llevo hasta el mar “le
ofreció una tortuga muy amable.

La lombriz agradecida aceptó y a
upa de la tortuga que nadaba y nadaba

llegó por fin al mar. ¡Y cómo le gustó

ala lombriz el mar, tan inmenso, tan
azul...! Por eso se quedó un tiempito
por allí. Hasta que un día decidió volver
ala laguna. Y la ayudaron a regresar

treinta y siete 37

un cangrejo, dos gatos, un gorrión y
otros animales muy amables que se
ofrecieron a llevarla a upa. Es que si no,
la lombriz habría tardado un montón,
tan despacito andaba.

38 treinta y ocho

Felipa

Q.. Felipa era la mejor guía lo decían

todos en el hormiguero. Nunca se perdía.
Siempre sabía para dónde ir. Cuando
señalaba allá, levantando la antenita
derecha, allá iba la hilera de hormigas,
porque, seguro, seguro, que para ese
lado habría comida. Y cuando señalaba
allá, con la antena izquierda, allá volvía
la hilerita de hormigas cargando hojas,
«migas, granitos de trigo o de maíz...
porque, seguro, seguro que para ese
otro lado quedaba el hormiguero. Y
nunca se equivocaba Felipa. Ni por un
centímetro. Sus compañeras la seguían
confiadas por más que a veces tenían

treinta y nueve 39

que caminar mucho, mucho por el
campo donde vivian e incluso cruzar
un charco, dos lomitas, una zanja...
Sólo que un día, justo cuando estaban
saliendo del hormiguero, Felipa tropezó
y ¡PATAPUM! se fue de cabeza al suelo.
Del porrazo le salió un chichón. Y se le
arrugaron las dos antenitas.

Pero enseguida dijo que estaba bien,
levantó la antena derecha y señaló allá.
Y la hilerita fue para ese lado, aunque
después de caminar mucho, mucho, las
hormigas notaron algo raro. Porque
en lugar de trigales y caminitos de
tierra y charcas con patos aparecieron
calles asfaltadas y edificios altísimos
y semáforos. ¡Felipa las había llevado
ala ciudad! Cuando las hormigas le
protestaron, Felipa pidió disculpas,
levantó la antena izquierda y señaló
allá. La hilerita la siguió, pero después

40 cuarenta

de caminar mucho, mucho, las hormigas
notaron algo raro. Porque en lugar de

vacas comiendo pasto y sembrados y

gallineros. |
Aparecieron médanos y caracoles |

y olas con espuma blanca. ¡Felipa las

había llevado a la playa! Y las hormigas

le volvieron a protestar. Felipa nerviosa

estiró las antenas para un lado y para

el otro. Y para acá y para allá la siguió

la hilerita. Y así fue como llegaron al

bosque y a la montaña y hasta el Polo |

Sur donde casi se les congelan las patas

con tanto hielo. Por suerte después de

caminar mucho, mucho, regresaron al

campo. Porque cuando se le acomodaron

las antenas, Felipa encontró el camino.
Después de todo era la mejor guía del
hormiguero, aunque algunas veces

todavía se pierda.

cuarenta y uno 41

El diente de Sofia

A sofia no le gustaba ni medio que

su hermanito Lucas no tuviera que

ir al colegio. Además a él lo bañaban,

lo vestían, le daban de comer en la
boca... Y también le hacían GURUGURU
morisquetas para que se riera Y estaba
a upita todo el tiempo. Pero lo que más
le molestaba a Sofía, lo que más rabia
le daba, lo que la hacía enojar más que
nada era que Lucas no tenía que lavarse
los dientes cada noche. Es cierto que
Lucas no tenía dientes. Ni uno solo
tenía, pero... La mamá decía que mejor,

porque el que tiene dientes puede comer
caramelos. No muchos, claro. Porque no

49 cuarenta y dos

son alimento y hacen mal a los dientes.

Pero a Sofía le hacían lavar los dientes
comiera ni un caramelo. Le

aunque no
que comiera

hacían lavar los dientes aun:
é de espinaca (que sí es alimento). Se
cluso cua

omer el puré de

pur
los hacían lavar in:
Ja boca fuerte para no €
espinaca (que no le gustaba).

Por eso una noche, cuando la mamá y

el papá estaban bañando y vistiendo a
Lucas y haciéndole upita Y GURUGURU

morisquetas para que se riera, Sofía se
comió tres caramelos. O tal vez cuatro.
puro enojada.

no se lavó los dientes. De

Total...
Fue entonce:

algo raro. Muy raro. Raïi
Ines, el de arriba, el que estaba

sus die
sto en la mitad se movía. Mucho. De

a se lo tocó con la

¥

s cuando le pasó. Sintió
simo. Uno de

jus
acá para allá. Sofí
punta del dedo. Despacito

cuarenta y tres 43

Y el diente se hamacó. Traté de
acomodarlo en su lugar así y así y...

el diente se cayó. Y claro, Sofía gritó.
Seguro, seguro que le había pasado eso
por no lavarse los dientes y por comer
tres caramelos. O tal vez cuatro y... Sus
papis se rieron mientras le explicaban
que no, que era un diente de leche,

que se cae, pero después sale otro más
fuerte en su lugar y... Sofía se quedó
más tranquila. Pero por las dudas fue a
lavarse los dientes. Incluso el que se le
había caído. Para ponerlo bien limpio
debajo de la almohada.

44 cuarenta y cuatro

La familia de Mateo

La familia de Mateo era muy exagerada.
que, cuando nació, la

"Tan exagerada
ta y cinco

abuela le tejió trescientos sesen'
pares de escarpines. Todos de distintos
colores. Y le compró por adelantado
galos de sus próximos quince
Jeaños, incluso una afeitadora
a la única

los re;
cumpl
eléctrica. Pero la abuela no er:
exagerada. Los padres eran muchísimo
peor. La mamá exageraba con la ropa.
Cuando salían a pasear, le ponía a
Mateo muchas camisetas, unas cuantos
saquitos y por los

pulóveres, varios
chaquetas una encima

menos dos o tres
de la otra. Por las dudas que tuviera

cuarenta y cinco 45

(rio. También exageraba al cocinar:
a tanta sopa, tantas milanesas,

Preparab:
tanto puré que después se pasaban una
ismo. El papá era,

semana comiendo lo mis
en cambio, exagerado con los horarios,
Insistía en salir con tiempo a todos lados
abía mucho tránsito, por sino

por si hi
conseguían lugar para estacionar 0 por
fta y ellos eran

si se quedaban sin na}
siempre los primeros en llegar dos horas
antes de que empezara la película.
Mateo se fue acostumbrando a que
Los pantalones le quedaran siempre
largos porque se los compraban varios
alles más grandes. O a comer guiso

recalentado que había sobrado del
habían

mediodía o empanadas que
quedado del día anterior. Hasta que
llegó el día de empezar la escuela.

La familia de Mateo estaba tan
emocionada. Demasiado. El papá puso

46 cuarenta y seis

es por si se quedaban

4 le preparó diez
hambre.

cuatro despertador:

dormidos. La mam
ara que
‚6 cuantos puló:
je no tuviera

omprado tantos

sanguchitos P
y le puso no Si
del guardapolvo para 4°
frio. La abuela le había €
tiles que la mochila apenas podía

vera a ser que le faltara
‚n primeros a

había insistido

cerrarse. No f
algo. Por supuesto llegaro
la escuela. Es que el papá
en salir tres horas antes. Por eso NO

les llamó la atención que la escuela

estuviera cerrada y n° hubiera nadie.
só una hora y otra mas y otra. aL

no venía ningún otro chico- Ala escuela
orque a 1a plaza iban todos
+. Al mediodía, cuando
sintieron el olorcito 2 asado que salía
Ge las casas se dieron euenta de que se
habían equivocado y habían ido ala
escuela... ¡el domingo!

Pero pa

no venían, P
con sus papa:

siete 47

cuarenta y

1 0: el
espantapájaros

Mise que Arnoldo andaba con
ganas de viajar y de recorrer el mundo.
El problema era cómo.

—Lo mejor es ir saltando -le había
recomendado una pulga amiga-, o viajar
a lomo de perro

— ¡Qué va! -Le había zumbado un
mosquito-. Que lo haga volando, como
yo. Es mucho más rápido.

—De ninguna manera -habia
aconsejado un ciempies-. Lo que le
conviene es caminar.

Pero Arnoldo no podía saltar ni
volar. Mucho menos caminar. Y es que
Arnoldo era un espantapájaros. Bueno, en

48 cuarenta y ocho

realidad, a muchos pájaros no espantaba

e incluso a algunos que eran sus amigos
los dejaba comer unas semillitas, cuando
venían a visitarlo. Eran justamente los
pájaros los que le hablaban del mar y de
las montañas y de las ciudades y de todos
los lugares que Arnoldo soñaba conocer.

Pero ¡ay! parecía casi imposible que
Arnoldo pudiera cumplir ese sueño
porque siempre estaba QUIETO en
medio del campo, con su sombrero viejo
y su ropa agujereada.

Hasta que un día llegó una máquina
que sabía poco de espantapájaros y corta
que te corta, además de las espigas, cortó
la rama que aferraba a Arnoldo al suelo. Y
allá cayó Arnoldo con su sombrero viejo
y su ropa agujereada en una pila dorada
que alguien acomodó en la panza de un
camión. Cuando logró sacarse de los ojos
tres pajitas y cuatro yuyos, Arnoldo se

50 cincuenta

dio cuenta de que estaba viajando. ¡En
camión! Un viaje precioso: por caminos
de tierra y rutas infinitas. Pero eso no fue |
todo: el camión llegó hasta una estación

de tren y a Arnoldo lo cargaron dentro

de un vagón. Así que siguió viajando.

¡En tren! Un viaje hermosísimo, por

montañas y valles y pueblos y ciudades. |!

Pero eso no fue todo. Eltren

llegó hasta un puerto y a Arnoldo lo
subieron a un barco. ¡Y allá se fue el

espantapájaros navegando, con los ojos

azules de tanto ver el mar!

Dicen los pájaros en el campo que
Arnoldo todavía sigue recorriendo el
mundo. Dicen que ha viajado en avión,
en colectivo y en tranvía.

Dicen que incluso anduvo en bicicleta.
Pero la pulga, el mosquito y el ciempiés
no lo creen. Imposible. Porque Arnoldo

no sabía pedalear.

cincuenta y uno St

Un paseo por el
barrio

Benito había subido a la terraza
temprano aquella mañana. Le gustaba
sobre todo asomarse sobre la esquina.
Porque había balcón y desde allí,
Benito podía ladrarle ala gente que
pasaba por la calle. Porque Benito era
perro y ya se sabe que los perros son
muy guardianes. Lo cierto es aquel
día, Benito se asomó y se asomó
{PATAPUM! se cayó de cabeza. Menos
mal que justo justo pasaba por allí una
señora que iba a hacer las compras. Así
que Benito aterrizó en la canasta y sin
querer fue a dar un paseo por el barrio
Porque la señora fue de la carnicería a la

52 cincuenta y dos

verdulería, de la verdulería al almacén

y del almacén a su casa. Siempre con

Benito.

Porque aunque Benito quería salir, la
señora iba poniendo en la canasta lo que
compraba. Y Benito quedaba aplastado
debajo del pan, de las salchichas, de
los tomates, de los rabanitos... Cuando
la señora vació la canasta, vio salir
corriendo a Benito y pensó extrañada:
"Que raro! No me acuerdo de haber

comprado un perro.”

cincuenta y tres 59

1 2 La nueva casa

Niun poquito pudo dormir Lucia
aquella noche, cuando llegaron a la
casa nueva. Y eso que el papá le había
pintado la habitación de color rosa que
era el que a ella más le gustaba. Y eso
que lo primero que habían sacado de
las cajas fueron sus juguetes. Y eso que
la mamá le leyó un cuento y le cantó
canciones de cuna y le hizo muchos
mimos... Pero nada. Lucía cerraba los
ojos y se acordaba de su otra casa, la
que ahora estaba vacía. Cerraba los ojos
y se acordaba de la otra calle que tenía
árboles y un kiosco de la esquina para
comprar caramelos. Cerraba los ojos y

54 cincuenta y cuatro

se acordaba de la escuela que quedaba
cerquita y de la plaza con tres hamacas
rojas y un tobogán y dos sube y baja y
una calesita... Entonces Lucía sentía algo
en el medio de la panza, algo como un
nudo. Y no podía dormir.

Ala mañana, cuando el papá vino a
darle el beso de buenos días, Lucía tenía
ganas de llorar. Tantas ganas de llorar
que no quería abrir los ojos. Ni para
tomar la leche los abrió. Y seguía con
los ojos cerrados, cuando salieron a dar
una vuelta. Sólo que al rato tuvo ganas
de espiar. Y al espiar vio la nueva calle.
Linda era. Con muchos árboles y un
kiosco justo en la esquina para comprar
caramelos. Abrió los ojos un poco más y
vio la nueva escuela que quedaba cerquita
cerquita. Y enseguida abrió los ojos
grandes y vio la plaza con tres hamacas
verdes y dos toboganes y un sube y baja

cincuenta y cinco 99

y una calesita... Esa noche Lucia si pudo
dormir. Sonriendo se durmió. Pensando
que también era linda su nueva casa. La pequeña hoja

Habia sido la última en nacer, justo
cuando la primavera terminaba de
despertar a algunos árboles dormilones
y se dedicaba a pintar los pétalos de las
flores con sus pinceles perfumados. Al
principio, había sido sólo un brotecito
tierno que se desperezaba poco a poco.
Pero después comenzó a crecer, como
sus tres mil seiscientas setenta y dos
hermanas, y se convirtió en una hoja
preciosa, que crecía en la punta más alta
del árbol más alto de la selva.

Desde allí espiaba a sus vecinas, las hojas
de las palmeras, que se estiraban para
sentir las caricias del sol o que se peleaban

56 cincuenta y seis cincuenta y siete 57

con las lianas y las enredaderas caprichosas
que querían trepar hasta el cielo. Porque
no todas las plantas de la selva podían
disfrutar de la luz. Algunas tenían que
conformarse con algún rayo distraído que
se filtraba entre el follaje espeso. Otras se
acostumbraban a las sombras tibias del
suelo, como los musgos que formaban una
alfombra verde y mullida

Por eso la pequeña hoja era feliz en la
punta más alta del árbol más alto de la selva

Cada mañana, se lavaba la cara con
una gota de rocío y se acomodaba
los rulos que le despeinaba la brisa
(porque era una hoja muy coqueta).
Como estaba muy orgullosa del vestido
verde claro que llevaba, se pasaba horas
estirándoselo de acá y de allá para que
no se le arrugara y para que brillara
Y después esperaba que llegaran los
pájaros, los tucanes y los loros a regalarle

58 cincuenta y ocho

sus melodías y a contarle secretos.

Fueron ellos los que le hablaron de los
hombres que se acercaban.

—Tienen máquinas con dientes
enormes, como los del yaguareté le
dijeron.

La pequeña hoja no se preocupó.
¿Quién podría hacerle daño a ella que
estaba en la punta más alta del árbol
más alto de la selva?

Pero un día la pequeña hoja escuchó
un ruido horrible, como el zumbido de
mil insectos.

En seguida, el árbol comenzó a
temblar y poco a poco se fue inclinando,
hasta que cayó al suelo, con un
estruendo de temporal. La pequeña hoja
vio que desaparecía el cielo y el sol y la
luz. Todo a su lado se volvió negrura.

Cuando se acostumbró un poco a la
oscuridad, pudo distinguir las siluetas

6O sesenta

borrosas de los hombres que quitaban
las ramas y arrancaban las hojas de su
árbol, que ya no era el árbol más alto de
la selva, sino un tronco más como tantos
otros que se apilaban sobre un camión.

Como no quería separarse de él,
se acurrucó contra la corteza para
esconderse y así viajó durante un largo
rato, rumbo al aserradero.

Cuando llegaron, vio las máquinas
que convertían los troncos en maderas
de distintos tamaños. La pequeña hoja
se puso triste. Muy triste. Su vestido
comenzaba a arrugarse poco a poco y
ya no era verde brillante, sino amarillo.
Aunque estaba cada vez más reseca y
débil, se aferró con todas sus fuerzas
hasta que ya no pudo sostenerse más y
se soltó. Dio un par de volteretas en el
aire y cayó sobre el suelo. Ya no podría
escuchar el canto de los pájaros ni sentir

sesenta y uno 61

las caricias del sol. Pero sobre todo, ya
no podría regresar a su querido árbol.

En ese momento, una mano chiquita
la levantó con cuidado del suelo.

—¡Qué hoja más bonita! -dijo una
nena-. Nunca había visto una igual.

—Es de un árbol que crece en la selva
le explicó su papá que trabajaba en el
aserradero.

—Entonces, está lejos de su casa
-agregó ella y la guardó.

Esa noche, la nena tomó un papel
blanco y se puso a dibujar en él. La hojita
la espiaba de reojo y vio que la silueta
que había hecho la nena se parecía
mucho, pero mucho a la de su árbol, el
árbol más alto de la selva. Junto a él, la
nena dibujó palmeras, que se estiraban
para sentir las caricias del sol, lianas y
enredaderas caprichosas que querían
trepar hasta el cielo y una alfombra de

62 sesenta y dos

musgo verde y mullida. Y también dibujó

pájaros, tucanes y loros

Ya está -dijo al fin la nena y pegó a
la pequeña hoja en la punta de la rama
más alta.

Después colgó su selva de papel en la
pared que estaba frente a la ventana de
su habitación, por la que entraba cada
mañana un tibio rayo de sol.

Y desde la punta de la rama más alta,
la hoja sonreía, como sonríen las hojas
cuando están en un árbol, aunque sólo

sea un árbol de papel.

sesenta y tres 63

Historia de un rio

Cuentan en el sur, que hace mucho

tiempo, desde lo alto de las montañas
heladas, bajaba, hasta el valle un
pequeño río, apenas una hilacha de
agua traviesa que tarareaba entre las
piedras. Al río le encantaba correr con el
viento, saltar en las cascadas y salpicarle
el hocico a las liebres. Pero lo que más

le gustaba era acercarse a la noche a la
aldea mapuche a escuchar las historias
que contaba Aylén. La niña se sentaba
frente a una fogata, a orillas del río,
rodeada por otros niños, y narraba
cuentos sobre el sol y la luna, el aire

y la lluvia, los animales y las plantas.

64 sesentay cuatro

Entonces, el río aquietaba sus aguas Y
disfrutaba de las palabras desconocidas
que entibiaban el silencio. Aveces,

los otros niños preferían ir a jugar ©

a dormir, después de ofr a Aylén. Ella

se quedaba sola, pero seguía relatando
historias, como si supiera que el río se
detenía sólo para escucharla y le hacía
compañía.

Una noche, el río llegó al valle y se
sorprendió al ver que Aylén no estaba alli,
‘como siempre. La niña tampoco apareció al
otro dia, ni al siguiente. La gente dela tribu
iba y venía con cara seria o triste y hablaba
en voz muy baja. Una semana más tarde, la
madre de Aylén se acercó alla orilla del río
y murmuró una antigua plegaria. Estaba
llorando. Cada lágrima que derramaba
quebraba la superficie del agua como una
herida. Entonces el río supo que Aylén
estaba muy enferma. Una fiebre extraña y

sesentay cinco 65

traicionera la hundía en un sueño del que
quizás no podría despertar. Ni siquiera la
machi, la mujer más anciana y más sabia
de la aldea, podía curarla, a menos que
consiguiera unas hierbas que sólo crecían
junto al mar. Con ellas podría preparar
una medicina. El padre de Aylén y otros
indios valientes habían partido a buscar
las hierbas que podrían salvar a la niña.
Pero el mar estaba demasiado lejos, tanto
que ninguno de ellos lo había visto jamás.
Nunca llegarían a tiempo, aunque corrieran
sin descanso.

Entonces el río lloró. Lloró tanto que
comenzó a crecer hasta convertirse en un
torrente veloz que atravesó el valle y corrió
rumbo al mar. En su camino encontró:
otros ríos más grandes y más fuertes que
le prestaron sus aguas para que no se
detuviera. Cruzó tierras desiertas y surcö
praderas infinitas hasta que por fin, en el

G6 sesenta y ses

horizonte se dibujó la silueta del mar.

Se habló durante mucho tiempo dela
gran inundación. Lo cierto es que cuando
las aguas bajaron, la machi encontró, en la
orilla, un puñado de hierbas que sólo crecen
junto al mar tan lejano. Nadie supo cómo
llegaron hasta alli, pero cuando Aylén se
curó, comenzó a relatarles a los niños una
historia nueva, la de un río pequeño, como
una hilacha de agua traviesa que tarareaba
entre las piedras. La historia de un río que
crecié y creció, aunque no había Movido. La

historia de un río que viajó hasta el mar
para salvarle la vida.

sesenta y siete 67

El fantasma moderno

E fantasma Gualberto estaba cansado
de que nadie le prestara atención. Hacía
mucho tiempo que no lograba asustar a
nadie. Menos que menos a los niños que
con tanta televisión, con tanto jueguito
electrónico, con tanta tecnología ya no
tenían miedo de un viejo fantasma con
su sábana blanca que aparecía en mitad
de la noche y gritaba "UUUUUUUUUU"

Gualberto había intentado todo para
recuperar su prestigio perdido, aunque sus
esfuerzos habían sido en vano.

De nada sirvió perfeccionar su grito
hasta convertirlo en un ultra espeluznante
alarido. De nada sirvió lavar y planchar

68 sesenta y ocho

su sábana todos los días y perfumarse
con extracto de telarañas podridas. De

nada le sirvió atravesar paredes y flotar

por el aire en las noches de tormenta.

Por mas que Gualberto se esforzara, los
fantasmas estaban pasados de moda y no le
interesaban a nadie.

Sin embargo, él no se resignaba a
jubilarse como habían hecho otros
compañeros fantasmas € incluso un par
de monstruos deprimidos por la falta de
trabajo. Él se sentía todavía joven. Si apenas
acababa de cumplir dos mil trescientos
cincuenta y cuatro años. Nada para un

fantasma. Por eso quería seguir asustando.
Pero la tecnología lo superaba. Y es que
cualquier película de terror con efectos
especiales asustaba más que él. (Es más,
algunas películas lo habían asustado a él. Y
bastante).

—Lo que tengo que hacer es

sesenta y nueve 69

modernizarme -se decía Gualberto que no
estaba dispuesto a darse por vencido.

Por eso se pasaba días y días en vela, sin
pegar un ojo, buscando algún nuevo modo
de asustar.

Fue entonces cuando de puro aburrido
se puso a hojear un periódico y leyó en la
página 53 un aviso clasificado que decía:

FORME PARTE DEL NUEVO SIGLO
ESTUDIE COMPUTACIÓN

—¡Claro! Esto es lo que necesito
-exclamó Gualberto mientras daba
volteretas por el aire contento.

Y allá fue Gualberto a anotarse en una

academia para aprender computación. Una

academia que daba clases de noche que es
cuando los fantasmas pueden salir.

Al principio, le costó un poco aprender,
sobre todo algunos programas más

7O setenta

complicados. Pero Gualberto puso tanto
entusiasmo que después de varios meses de
estudio, recibió un diploma que colgó en la
pared de su casa y que decía:

Certificamos que Gualberto ha
completado el curso intensivo de
Computación

Ahora Gualberto navega por internet,
chatea y asusta por e-mail. Y le da muy
buenos resultados. A la gente le da
muchísimo miedo recibir sus espantosos y
escalofriantes correos electrónicos.

Y Gualberto es feliz, porque hace lo que
más le gusta hacer que es asustar.

El único problema es que se pone de muy
mal humor, cuando a veces la computadora

se le cuelga.

setenta y uno 71

Las semillas traviesas

En un rinconcito del galpón, las

semillas de pimienta estaban aburridas.
Más que aburridas. Aburridísimas.
Por eso, un día las muy traviesas se
escaparon de su bolsa y rueda que te
rueda se fueron a esconder entre las
semillas de trigo. Y ahí nomás empezó el
lío. Porque cuando alguien vino a buscar
las semillas de trigo para sembrar el
campo, se llevó también las de pimienta.
Nadie reconoció su traje verde cuando
se asomaron los primeros brotes entre las
espigas doradas que despeinaba el viento. Y
nadie tampoco las vio cuando el trigo recién
cosechado fue al molino para convertirse

72 setenta y dos

en harina. Y nadie se dio cuenta de que la
harina que llevaron, derechito a la ciudad,
era harina con pimienta. Por eso la gente de
la ciudad la usó para hacer pancitos y fideos
y galletitas... Pero en cuanto comieron los
pancitos, los fideos, las galletitas... a todos
les dio un ataque de estornudos terrible.

Lo peor es que ésas no fueron las únicas
semillas de pimienta traviesas que se
escaparon del galpón. Otras se fueron al
campo donde se siembra el pastito que
comen todos los días las vacas. Y desde
entonces, en la ciudad, cada vez que toman
leche ¡ATCHIS! no paran de estornudar.

setenta ytres73

{ La aventura de la
[

aguja

E. el fondo del costurero vivía. Todas
la querían porque sabía coser botones,
remendar dobladillos y zurcir agujeros.
Pero a veces se enojaban con ella. Porque
la aguja era chismosa. Terriblemente
chismosa. Cuando terminaba de trabajar,
se trepaba por los hilos de colores y

se asomaba por la tapa del costurero.
Entonces, hacía lo que más le gustaba
hacer (además de coser, claro). Espiaba.
Todo espiaba. Y se lo contaba a los
demás. Por más que la tijera la retaba,

la aguja se la pasaba mirando todo.
Espiaba lo que preparaban en la cocina
para el almuerzo. Espiaba lo que habían

74. setenta y cuatro

comprado en el supermercado. Espiaba
las flores que habían plantado en el
jardín. Espiaba la ropa que se ponían
para ver si era de lana, de cuero o de
tela. Espiaba al gato que dormía en
una canasta de mimbre. Espiaba quién
entraba, quién salía, quién venía de
visita, quién se rascaba la oreja...

Y fue justamente un día en que la aguja
estaba asomada fuera del costurero,
cuando... ¡ZAS! se resbaló y se cayó. No
se lastimó porque su traje era de metal,
bien duro. Pero se asustó. Porque no había
caído en el suelo, sino adentro de la rejilla
del piso. Enredada con dos pelusas viejas y
mezcladas con el barro un poco reseco que
había allí, nadie la encontraría.

Casi se puso a llorar, cuando sintió que
una fuerza la empujaba hacia arriba. Es
que un rayito de sol que entraba por la
ventana la había hecho brillar y su dueña

76 setenta yses

la había visto. Por eso la estaba sacando
con un imán. No era uno de esos que se
ponen en la heladera, sino uno gordo y
antiguo, con forma de herradura, muy
famoso porque ya había rescatado de la
rejilla siete alfileres, varias monedas y un
anillo dorado. Contenta volvió al costurero
la aguja (después de darlelas gracias al
imán, eso sí). Y prometió quedarse quieta
cosiendo botones, remendando dobladillos
y zurciendo agujeros. Aunque de vez en
cuando, se olvida de lo que le pasó y vuelve
a hacer lo que más le gusta (además de
coser, claro). Espiar.

setenta y siete 77

El viaje de la gota

En 1a ave del agua fría, vivian muchas

gotas. Todas se parecían bastante,
con su vestido transparente y sus ojos
húmedos. Todas menos una, que era bien
distinta a las demás. A simple vista no
se notaba la diferencia, pero prestando
mucha atención, se podía ver que esta
gota tenía cara de aburrida. Porque
estaba aburrida. Más que aburrida.
Aburridísima. Y es que era invierno y en
invierno, casi no se abre la llave cañería
del agua fría.

—jComo me gustaría salir a pasear!
~suspiraba la gota.

Un día, mientras sus compañeras

78 setenta y ocho

dormían la siesta, la gotita decidió
asomarse por la llave, para ver qué había
afuera. Se estiró un poquito, se estiró un
poco más, se volvió a estirar y, entonces...
¡Plin! Se resbaló de la llave y cayó en la
bañera que estaba llena de agua caliente.

— ¡Huy! ¡Ay! Me quemo -gritö la gota,
mientras se trepaba al jabón.

Pero el jabón era resbaloso y no se
quedaba quieto. La gotita patinaba sobre
él de un lado para el otro. Y, con tanto ir
y venir, se formó una burbuja que se fue
flotando por el aire con la gotita adentro.
No se asustó la gota, ni siquiera un poquito,
aunque la burbuja salió por la ventana y
empezó a alejarse más y más. ¿Cómo se iba
a asustar si, mientras viajaba en la pompa
de jabón, la gotita miraba el mundo que
siempre había querido conocer?

Lo que no sabía la gota es que no es muy
seguro viajar en burbuja, porque apareció

80 ochenta

un pájaro corto de vista, que creyó que la
pompa de jabón era una semilla voladora
y ¡Glup! quiso comérsela y la rompió. No
se asustó la gota, ni siquiera un poquito,
aunque caía rápido. Menos mal que, en ese
momento, pasó por alli una nube esponjosa
yla gota aterrizó en ella. Al principio, la
gota siguió viajando, mucho más cómoda
que antes, porque la nube era una almohada
mullida, y además, había otras gotas que
iban de pasajeras. Pero empezaron a llegar
más y más gotas y el lugar se fue acabando.
La nube avanzaba a duras penas con tanto
peso.

—Cuidado que me arrugan el traje -gritó
una gota que venía de un río de París.

— ¡Ay! Me están pisando -se quejó otra
que venía de un lago inglés.

—No me empujen. Me aplastan. Estoy
muy apretada -protestaban las demás.

La nube distraída se acercó a una

ochenta y uno 81

montaña puntiaguda que la pinchó y le
agujereó su vestido blanco. Una a una las
gotas se fueron cayendo. La gotita no se
asustó, ni un poquito, aunque no tenia
paracaídas. Por suerte, la recibió en brazos
una ola del mar con la boca llena de espuma
que la invitó a jugar. Y alli se quedó la
gotita jugando un buen rato, hasta que
tuna ola muy grande le dio un empujón y la
metió dentro de un tubo. No se asustó la
gotita, ni un poquito, aunque el tubo era
oscuro y no veía nada. Dentro del tubo,
ala gotita le lavaron la cara, le sacaron la
tierra y la perfumaron con cloro. Cuando
estuvo impecable y reluciente, dio un par
de volteretas por varias cañerías y apareció
nada más ni nada menos que en la llave del
agua fría donde había nacido.

— ¿Dónde estabas? -Ie preguntaron sus
compañeras, pero ella no pudo contestarles,
porque en ese mismo momento, alguien

82 ochenta y dos

abrió la llave y todas empezaron a salir
apuradas y nerviosas. Pero la gotita no se
asustó, ni siquiera un poquito. Al contrario,
se puso muy contenta, porque sabía que el
viaje volvía a empezar.

ochentay tres 83

El zapato

Habia quedado en el fondo del ropero.
En el rincón más oscuro. Debajo de dos
blusas viejas, varias medias enredadas,
un pulóver masticado por la polilla y
unas zapatillas desflecadas. Cuando
llegó la primavera, alguien decidió
hacer limpieza y acomodar la ropa
amontonada. Y lo encontraron a él.
Solito estaba, porque su compañero
había desaparecido quién sabe cuándo. Y
como un zapato solo no sirve para nada,
lo dejaron a un costado.

Y el pobre zapato se le arrugaron los
cordones de la tristeza. Seguramente iban
a tirarlo y ya no podría andar por la calle

84 ochenta y cuatro

y pasear, Por eso, se fue despacito hasta
el balcón para despedirse de la calle. Allí
lo encontró la abuela, justo cuando iba a
sembrar unas margaritas.

—jQué maceta rara!- pensó la abuela,
mientras llenaba el zapato con tierra y
plantaba las semillas.

Ahora el zapato vive en el balcón. Aunque
no puede salir a pasear, es feliz. Porque
desde el balcón ve todo lo que pasa en la
calle y porque hace poco le han florecido las
margaritas.

ochenta y cinco 85

4 El peinado del leén
E

Capricho va, antojo viene, el león

siempre hacía lo que se le ocurría. Un
poco porque era el mismísimo rey de

la selva y había que obedecerlo. Y otro
poco porque tenía mal humor y nadie
quería estar cerca de sus dientones o de
sus garras, cuando se enojaba. Por eso
los otros animales siempre le daban el
gusto. Que un día pedía que le rascaran
la espalda, que otro insistía en que le
cantaran el “Arrorró..” para dormir,
que si jugaban a las escondidas, él ni
loco contaba... Claro que cuando se
encaprichó con cambiar de peinado,
todos se pusieron nerviosos.

86 ochenta yseb

—Algo que me haga más joven -explicé
el león.

—Pero si esa melena le queda divina,
majestad...

Nada. El león puso cara de
NOMEDISCUTANMAS y hubo que hacerle
caso. Lo primero que intentaron fue que el
elefante le alisara los rulos, tironeándole
los pelos con la punta de la trompa para
estirarlos. Pero en cuanto los soltaba,
los mechones volvían a enroscarse. Así
que decidieron cambiarle el color. Un
mono preparó una pasta con agua de
coco, miel y cáscara de banana. Pero con
eso no pudieron teñirle ni un mechón,

aunque le dejaron la cabeza más pegajosa
que un chupetin. El león empezabaa *

impacientarse, cuando alguien propuso
cortarle el pelo. Nadie se animaba. Porque
si quedaba mal, no había arreglo. Por
suerte en ese momento apareció la leona

88 ochenta y ocho

y dijo que a ella le gustaba la melena del
león así tal cual, con esas ondas tan largas
y tan doradas y tan hermosas... Y el león
que además de caprichoso era vanidoso,

ya no quiso cambiar de peinado. Contento
por el piropo, se fue a pasear con la leona,
mientras los demás animales suspiraban
aliviados. Por un rato estarían tranquilos.
Sólo hasta que al león se le antojara alguna
cosa más.

ochenta y nueve 89

ÍNDICE

Una vaca en la ciudad. 5

Doña Araña. 13
El loro aburrido. 16
El patito curioso. 19

El viaje. 33
Felipa. 39
El diente de Sofía. 42
9. La familia de Marco. 45
10. Arnoldo, el espantapájaros. 48

11. Un paseo por el barri 52
12, La nueva casa 54
13. La pequeña hoja. 57
14. Historia de un río. 64
15. El fantasma moderno. 68

16. Las semillas traviesas 72
17. La aventura de la aguja. 74
18. El viaje de la gota. 78
19. El zapato. 84

20, El peinado del león. 86