Es indudable que el griego del siglo V era llamado por Platón y Aristóteles a un
ideal de virtud (areté) muy elevado. En la época del sofístico, en cambio, el ideal
había perdido altura, universalidad, dimensión social.
Con sus muchísimos defectos, el ideal humano del imperio romano era superior,
en su conjunto, al de los pueblos bárbaros, que, precisamente, se romanizaron
civilizándose y ascendiendo a niveles más elevados en la escala de sus valores.
Los derechos humanos, la abolición de la esclavitud y la conquista de las
libertades han sido logros de la Edad Moderna. Hoy, en cambio, nos encontramos
ante una regresión de valores en temas tales como pornografía, divorcio, aborto,
eutanasia, honradez, veracidad, etcétera.
Los cambios históricos en la apreciación de los diversos valores podrían hacer
sospechar que éstos son meramente relativos a las culturas, que ni hay una
escala fija de valores, ni se apoyan en una base objetiva, sino que dependen
exclusivamente de la subjetividad humana. Algunos, influidos por diversas
filosofías o por su interpretación del desarrollo científico, así lo piensan, y califican
algunos valores de herencia del pasado sin vigencia actual y que, por tanto,
conviene abandonar.
Entre los valores a desguazar se colocan a veces el pudor y la modestia, o el
respeto a la intimidad, como resabios burgueses de épocas hipócritas y timoratas,
cuando en realidad son expresiones o exigencias naturales del ser humano. La
misma institución familiar, tan importante para el desarrollo armónico y completo
de la persona y tan defendida por el Magisterio de la Iglesia (cfr. como último
documento sobre el tema: Juan Pablo II, Familiarís consortío), llega a ser
calificada de vestigio arcaico e inútil.
El punto clave en esta cuestión es que algunas doctrinas no quieren reconocer
que hay una naturaleza humana, y, como consecuencia, hay cosas que van a
favor de ella y otras en contra. Por supuesto, algunos valores son sustanciales y