José S. Martínez A.
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Mis letras se aferran a tu imagen y te abrazan con simbólico idioma, como si fuese
un exclusivo lenguaje de dos personas que se aman… que hablan desde adentro, que
comparten todo y no guardan secretos.
Te espero al final de los últimos puntos suspensivos de mis versos… y, mientras, te
adelantaré que mis besos, como colibríes inquietos, preguntan por la flor de tus labios… y
mis gritos, convertidos en aves, rompen el paisaje de mis poemas para llevarte titubeantes
mensajes… y mi mente trata de comprender a mi corazón que habla solo, como
enloquecido, diciéndome que él y yo no requerimos de letras porque nos hundimos en tu
espejismo al llamado de un imaginario amor, donde sobra lo que escribo.
Hay, en la intimidad, el límite sagrado de lo que no se puede pregonar, porque en lo
íntimo pasan cosas como éstas: no se ven pasar las horas, el alma se siente libre, y cae
pertinaz toda una lluvia de esperanzas entre sanas y morbosas…
Con estos versos, mi intimidad sin proponérselo, se lanza hacia el futuro, hacia ti…
y tú, cuando los leas, tendrás tal vez la oportunidad de viajar al pasado, hacia estos
pensamientos y emociones petrificadas en unas cuantas hojas, aunque mi prudencia me dice
que no debes leerlos jamás.
Parece que te veo, sentada, como te gusta, en el sofá de tu casa, con los pies
descalzos… tu cabello negro cayendo como un río de sombras sobre tus pechos y tu
espalda que se asoman… y mi alma que, desnuda, estará temblando en tus manos en este
librito, porque, en mis poemas se rompe el silencio, y abro a tu alma el misterio de un
callado secreto, porque en mi silencio hay vértigos de abismos…
Imagina el amor que habré soñado deseando lo imposible, para escribirte y dedicarte
poemas inútiles de este imposible que, ahora, como una flor nocturna, se abre en la sombra
para ti, derramando gotas literarias… poemas que cada vez que yo los lea, será como ir al
cielo y volver…
La emoción de mi sangre no es la muerte, y decir lo que escribo no es la guerra.
Íntimamente, para empezar, te diré, atrevido, que tus ojos son húmedas lámparas…
tus cejas, mínimas cordilleras… tu boca, una mina de diamantes… tu cabello, coral oscuro
de terciopelo… tu voz, un pequeño relámpago que ilumina mi oído… y tus manos, flores
que han acariciado mis manos.
Este librito es una pequeña película de amor, y, al leerlo, en tus ojos viajarán quizás,
la curiosidad, la inocencia, el asombro y la belleza, porque eres una violeta que he
observado y admirado bajo la vigilia de mis noches.