La Habana, vista hoy día desde el mirador de la Loma de La Cabaña, al pie
del Cristo de La Habana, es un paisaje artificial imponente. Pero, ¿cómo
percibieron esta ciudad, junto a la gran bahía y al puerto donde fondeaban
cientos de navíos, sus fundadores, sus primeros habitantes de la época
colonial?
Sin dudas las zonas urbanizadas, La Habana, Regla-Guanabacoa y
Casablanca, fueron apreciadas como pequeños espacios construidos,
cercanos a una inmensa masa de agua, que se erigía en epicentro
comercial americano gracias a las diversas estrategias monopolistas
organizadas por el imperio español de antaño.
A simple golpe de vista, un buen observador, nacido en los inicios del siglo
XIX, veía las murallas encerrando al antiguo reciento urbano, hasta 1863,
ya que a partir de ese año comenzó la demolición de los altos muros. Un
poco más allá, nuestro hombre divisaría claramente la zona extramuros,
desordenada y dispersa, con edificios de baja altura y densidad
constructiva. Al fondo de ese paisaje urbano, esparcidos entre la campiña,
distinguiría, con menos nitidez, los pueblos nuevos de los suburbios,
sumidos en un entorno rural.
La ciudad estaba conectada con el poblado de Regla por diminutas
embarcaciones que navegaban a remos, a vela, o, a vapor, de forma
similar a la practicada por las actuales lanchitas de motor de petróleo. Le
daban un toque pintoresco a la transportación dentro de la ciudad, mitad
urbana y mitad marinera.
Estos artefactos permitían la pesca dentro de los límites de la bahía, el paso
de los viajeros (civiles, marineros y militares) de una margen a otra de sus
costas, o, lanzar una ofrenda a Yemayá desde el mismo centro de alguno
de sus fondeaderos (Tasajera, frente a la Punta de Catalina, sería el más
probable). Así fue La Habana, que a fines del siglo XIX, todavía
encomendaba su sobrevivencia, contra los huracanes, las epidemias y los
posibles ataques desde el mar, a la protección de la Virgen de Regla.
La mezcla de poblaciones de origen étnico diverso, pero, interrelacionadas
en el mestizaje demográfico y la mulatez cultural, fueron rasgos
caracterizados magistralmente por la sentida devoción a la imagen de una
Virgen negra, cuyo origen evoca rectamente al Continente Africano.