también en su interior. Sucedió. Con la espalda arqueada, los tobillos
enganchados a ambos lados del angosto colchón y las rodillas
abiertas en el aire, Magda Cuza vio que el mundo se hinchaba, se
agrietaba y se separaba en un furioso estallido de llamas.
Y después de un tiempo, acompañado por la laboriosa
respiración de su agotado cuerpo, lo vio caer de nuevo a través de los
párpados de sus ojos cerrados.
Se pasaron el día en esa angosta camita, susurrando, riendo,
hablando, explorándose. Glenn sabía tanto y le enseñó tanto, que era
como si le estuviese mos trando su propio cuerpo. Era gentil,
apasionado y tierno, y la llevaba a cimas de placer una vez tras otra.
Él era el primero, Magda no lo dijo, no tuvo que hacer lo. Ella ni
lejanamente era su primera mujer y eso tampoco requería de ningún
comentario y Magda encontró que no importaba. No obstante,
percibió un gran alivio en él, como si se hubiera negado a sí mismo
durante largo tiempo.
El cuerpo de él le fascinaba. El físico masculino era terra
incognita para Magda. Se preguntaba si todos los músculos de los
hombres serían tan duros y estarían tan cerca de la piel. Todo el
cabello de Glenn era rojo y tenía numerosas cicatrices en el pecho y
en el abdomen; eran viejas cicatrices, blancas y delgadas sobre su
piel olivácea. Cuando le preguntó acerca de ellas, él le explicó que
provenían de accidentes. Luego, acalló sus preguntas haciéndole el
amor otra vez.
Después de que el sol se puso tras el risco occidental, se
vistieron y fueron a dar un paseo, tomados del brazo, estirando sus
extremidades y deteniéndose fre cuentemente para abrazarse y
besarse.
Lidia estaba colocando la cena en la mesa cuando regresaron a
la posada. Magda se dio cuenta de que estaba famélica, asi que
ambos se sentaron y se sirvieron. Ella se esforzaba en mantener los
ojos alejados de Glenn y concentrarse en la comida, saciando un
apetito en tanto que otro crecía. Todo un mundo nuevo se le había
abierto hoy y estaba ansiosa por explorarlo más allá.
Comieron apresuradamente y se disculparon en el preciso
instante en que terminaron, como niños de escuela apurándose para
jugar antes de que oscureciera. De la mesa corrieron hasta el
segundo piso, con Magda adelante, riendo, guiando a Glenn a su
habitación esta vez. A su cama. Tan pronto como la puerta se cerró
tras ellos, estaban tirando de las ropas del otro, arrojándolas en
todas direcciones y apretándose en la creciente oscuridad.
Horas más tarde, mientras yacía en sus brazos, totalmente
agotada, en paz consigo misma y con el mundo, como nunca antes lo
había estado, Magda supo que estaba enamorada. Magda Cuza, la
solterona ratón de biblioteca, enamorada. Nunca, en ningún lado, en
ninguna época, hubo otro hombre como Glenn. Y él la quería. Ella lo
amaba. No se lo había dicho y él tampoco. Sentía que debía esperar