aún yo quien, cante, cuando coman
tal o cual plato en tal o cual ocasión,
yo estaré en el alimento, yo seré su
alimento, y yo me alimentaré, cuan-
do en los momentos de tristeza o de
júbilo utilicen las palabras, las in-
terjecciones que yo solía usar, yo es-
daré altí aún
Tal vez sería ésta la frase incon-
fesable que una madre, un padre, un
pariente, podría enunciar para sus
adentros sin poder formularla. Una
manera como cualquier otra de decir
no te olvides de mí, allí donde un no
lo olvides más bien alienante —in-
cluso arrasante— es frecuentemente
escuchado.
Este llamado a la fidelidad para
con los antiguos emblemas setía, en
estas condiciones, la expresión del
deseo extraviado que, al repetir in-
variablemente lo actual, separado
del espacio-tiempo que lo produjo, se
proyecta ilusoriamente tal cual en el
futuro.
Pero transmitir¡también es un
acto simbólico como cuando yo trans-
mito mi nombre a mi descendencia,
es decir, cuando inscribo a aquellos
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que vendrán después de mí en una
sucesión significante. Aunque yo no
le dé importancia, aunque ellos no le
den importancia, este nombre les es
propio y en la dispersión genealógica
que implica la descendencia, podrán
—aunque sólo fuera por pocos ins
tantes— reconocerse como pertene-
ciendo a un conjunto del que yo mis-
mo soy el heredero, el representante y
el pasador...
Sin embargo, lo hemos dic
varias ocasiones, la transmisi
una cultura, de una generación a
otra, no podría reducirse a crear una
pertenencia. ur
¿Existe algo más ridículo, más
insoportable que ver esos clones,
que, como si fuesen sombras, imitan
con la mayor seriedad a sus padres o
a sus ancestros?
¿Existe algo más grotesco que es-
cuchar a los adulones, incapaces de
tener un estilo, un pensamiento pro-
pio, hablar o escribir como Barthes,
como Lacan, como Bataille o como
Leiris?
Ese mimetismo es producto de
una traición.
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