¿A qué jugaban los chicos en 1810?

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ARTE


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¿A qué jugaban los chicos en 1810?
¿No te genera curiosidad, conocer cómo se divertían los chicos en la época de la revolución?
Seguramente, mientras Sarmiento, Belgrano, Alberdi y los otros miembros de la junta discutían
asuntos importantes de nuestro país, sus hijos buscaban como entretenerse.
¿No te genera curiosidad, conocer cómo se divertían los chicos en la época de la revolución?
Seguramente, mientras Sarmiento, Belgrano, Alberdi y los otros miembros de la junta discutían
asuntos importantes de nuestro país, sus hijos buscaban como entretenerse. No tenían televisión, ni
radio, ni computadoras como nosotros, así que se las rebuscaban para divertirse con juegos
organizados por ellos. Algunos se entretenían solos, pero la mayoría prefería hacerlo con sus
amigos. Si se peleaban, resolvían solos sus problemas, no llamaban los papás; y si no sabían las
reglas del juego, las inventaban.
¿Alguna vez escuchaste hablar de La Rayuela? ¿Lo jugaste cuando eras más pequeño? Pues
bien, ese era el juego que más jugaban de los niños en 1810. Como no tenían tizas, dibujaban los
cuadros sobre la tierra, con su con una ramita marcando un surco. Algunos buscaban un terrón, y
marcaban la pista en el suelo de su casa. La Rayuela fue inventada por un monje español hace
muchos años. Él creía que este juego era una representación de toda las etapas de la vida del
hombre, razón por la cual, este juego fue compartido por chicos y grandes de todas las edades.
Cuando se encontraban en la calle, los chicos de 1810 también jugaban a la pelota. Sólo que era
más pequeña y de trapo. Aún no conocían el fútbol. Les fascinaba armar y remontar barriletes, que
en ese tiempo se llamaban volantines.
También jugaban a las bolitas, pero como no habían inventado las de vidrio, lo hacían con
piedritas. Otro de sus pasatiempos favoritos era el diávolo, un juego que proviene del África.
¿Conoces el trompo?
Hoy prácticamente ha desaparecido, a veces lo vemos en las bolsitas de sorpresa de los cumpleaños,
pero en el tiempo de la revolución los chicos se pasaban horas enteras girando el trompo y
realizando competencias, para ver quien lo hacía girar por más tiempo. El que no jugaba al trompo,
se entretenía con el balero, un palo que terminaba en una punta más fina. Atada al palo se sujetaba
un cordón con una bola que tenía un hueco. Se debía balancear el cordón hasta embocar la bola en
el extremo del palo.
Cuando llovía mucho los chicos armaban barcos con pedazos de madera o cáscara de sandía, los

colocaban en el agua que corría y jugaban carreras, para ver qué barco llegaba primero a destino.
Los que no armaban barcos se quedaban jugando dentro de sus casas: a las escondidas, al pimpín
sarafín, o a la gallina ciega.
Muestra
En el heterogéneo paisaje del arte contemporáneo múltiples producciones evocan un cúmulo de recuerdos,
desechos, resabios, legados, dones y herencias con los que convivimos todos los días. Son investigaciones que
abren tanto mundos particulares, universos personales, como nuestros consumos y desperdicios más comunes y
compulsivos.
Estas exploraciones hacen visibles nuestros usos de aquellos objetos, imágenes y narrativas que determinan
nuestros entornos rutinarios. Reparan en los espacios públicos o privados que habitamos, haciendo foco en la
utilización efectiva que les damos, en las huellas que dejamos en ellos. Se interrogan acerca de lo que hacemos con
las cosas existentes, cómo reinterpretamos aquellas cargas o tesoros que encontramos en la vida cotidiana.
Soberanía del uso: apropiaciones de lo cotidiano en la escena contemporánea da a ver una tierra baldía, donde
irrumpe un mosaico variopinto de emparches, ocurrencias, chapuzas, combinaciones insólitas, relatos y lecturas
imprevisibles. Es el aluvión de un conjunto de artes del hacer. Tácticas inesperadas y siempre precarias que
intervienen el terreno expansivo de la producción racionalizada con modos propios de hacer y sentir.
Se conforma un mapa de la actuación de los usuarios sobre los artefactos impuestos por la hegemonía cultural, de
su reciclaje. Estas acciones poéticas y políticas emergen en un espacio diferente de la producción y del consumo,
que caracteriza las actividades diarias. Es una reivindicación contemporánea del ‘hágalo usted mismo’ (Do it
yourself).
Lo cotidiano también se define como un ambiente inmediato, un entorno próximo. En esta escena de la cercanía, las
destrezas ordinarias se rebelan contra la división de saberes y actividades especializadas. Rechazan cualquier tipo
de abstracción o distancia, las alienta una voracidad irreprimible por lo cercano, lo particular, lo concreto. Es un
territorio abierto a la circulación de procedimientos profanos, de lo que se hace con los restos de otros órdenes
parasitando sistemas preexistentes. Aquí circulan residuos, saberes y afectos anacrónicos, supervivencias de
fragmentos ruinosos, antiguas y nuevas formas comunitarias entremezcladas hasta lo indiscernible.
Estas jugarretas se contraponen por tanto a la posición del especialista y desafían el control disciplinario, con
lecturas y acciones divergentes de los programas previamente diseñados, experiencias singulares. Es el ámbito de
soberanía del uso, de lo que se hace con lo ya hecho en un movimiento que reúne simultáneamente reflexión y
operación, invención y ejecución, creación y reproducción.
Federico Baeza y Sebastián V. Mackinson
Andrés Aizicovich, Gabriel Baggio, Diego Bianchi, Toia Bonino, Eugenia Calvo, Alan Courtis/En la Terraza,
Gabriel Chaile, Leopoldo Estol, Ana Gallardo, Verónica Gómez, Daniel Joglar, Cynthia Kampelmacher, Florencia
Levy, Leticia Obeid, Amalia Pica, Leandro Tartaglia y Mariana Telleria.
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