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y le cayeron, como es fácil colegir, diez años de cárcel más cinco de bozal. En 1953, en un campo
especial, se sentía feliz de poder engancharse como jefe de cuadrilla...*
Los más juiciosos ahora rectificaban: ¡Nuestro error fue mucho antes! ¡Quién me mandaba a mí
meterme en primera línea en 1941! Si no quieres mal comercio, no te metas en el tercio. Debí haberme
hecho un huequecito en la retaguardia desde el principio, ahí sí que se estaba tranquilo. A ésos ahora los
tienen como héroes. Y aun mejor hubiera sido desertar: seguramente habríamos conservado el pellejo
entero y no nos caerían diez años, sino siete u ocho; en los campos el desertor puede tener el cargo que le
dé la gana, y es que ya se sabe, no es un enemigo, un traidor o un político, es de los nuestros, un preso
común. Otros objetan exaltados: sí, pero los desertores tendrán que cumplir integramente la condena,
hasta que se pudran, no habrá perdón para ellos, mientras que nosotros tendremos pronto una amnistía y
nos soltarán a todos. (¡Aún desconocían el principal privilegio del desertor!)
Los que habían sido detenidos por el punto 10, en su casa o en el Ejército Rojo, solían envidiar a
los prisioneros de guerra: ¡Qué diablos, por el mismo precio (por los mismos diez años), cuántas cosas
interesantes habría visto, en cuántos sitios habría estado! Y nosotros vamos a estirar la pata en un campo
sin haber visto más que el pestilente portal de casa. (De todos modos, los del 58-10 apenas lograban
ocultar su ilusionado presentimiento de que serían amnistiados en primer lugar.)
Los únicos que no suspiraban diciendo «¡Ay, si lo hubiera sabido!» (porque sabían a lo que
iban), los únicos que no esperaban clemencia ni amnistía, eran los vlasovistas.
* * *
Mucho antes de nuestro inesperado encuentro en los catres de las cárceles, yo tenía conocimiento
de su existencia, aunque no sabía qué pensar de ellos.
Primero fueron unas octavillas, mojadas muchas veces por
la lluvia y muchas veces secadas por el sol, perdidas en una franja del frente de Orel, entre altas
hierbas que llevaban tres años sin conocer la siega. Las octavillas llevaban una fotografía del general
Vlásov, acompañada de su biografía. En esa fotografía borrosa, su cara parecía la de un hombre bien
comido y que había triunfado, como la de todos nuestros generales formados ya en época soviética. (En
realidad no era así. Vlásov era alto y delgado, y en fotografías más detalladas puede verse que parecía un
campesino que hubiera estudiado y se hubiera puesto unas gafas de concha.) La biografía parecía
confirmar su brillante carrera: en los años de los encarcelamientos masivos estuvo de asesor militar con
Chiang Kai-chek. ¿Pero a qué frases de aquella biografía podía darse crédito?
Andréi Andréyevich Vlásov nació en 1900, en una familia campesina de la región de Nizhni-Nóvgorod.
Bajo el tutelaje de su hermano, maestro rural, estudió en la academia eclesiástica de Nizhni-Nóvgorod, pero antes de
pasar al seminario le sorprendió la Revolución. En la primavera de 1919 fue movilizado por el Ejército Rojo y al final
del mismo año ya era jefe de pelotón en el frente contra Denikin. Al terminar la guerra ascendió a jefe de compañía y
se quedó en el Ejército. En 1928 siguió los cursos «Vystrel»* y más tarde se incorporó al Estado Mayor. En 1930
ingresó en el VKP(b), lo que le abrió nuevas posibilidades de ascenso. En 1938, ya con el grado de jefe de
regimiento, fue enviado como asesor militar a China. Al no estar relacionado con las altas esferas militares o del
partido, Vlásov se vio dentro de esa «segunda promoción» que Stalin ascendió para relevar a los jefes de Ejército, de
división y de brigada que habían sido liquidados. En 1939 recibió el mando de una división, y en 1940, en la primera
hornada de nuevos (antiguos) grados militares, obtuvo el de mayor general. Por lo que siguió después se puede
concluir que entre los generales de aquel reemplazo, muchos de ellos completamente obtusos e inexpertos, Vlásov
resultó ser uno de los más capacitados. Su división de tiradores n° 99, que hasta entonces era el furgón de cola del
Ejército Rojo, ahora era citada como ejemplo en el Estrella Roja* y en la guerra no fue cogida por sorpresa cuando
Hitler atacó, al contrario: cuando nuestro retroceso hacia el Este se hizo general, la división avanzó hacia Occidente,
recuperó Przemysl y lo mantuvo durante seis días. Después de pasar fugazmente por el cargo de jefe de cuerpo del
Ejército, en 1941 Vlásov ya dirigía, en Kiev, el 37º Ejército. Cogido en la enorme bolsa de Kiev, logró abrirse paso al
frente de un gran destacamento. En noviembre Stalin le confió el 20º Ejército e inmediatamente entró en combate en
Jimki, tras lo cual lanzó una contraofensiva que llegó hasta Rzhev y se convirtió en uno de los salvadores de Moscú.
(En un parte de la Oficina de Información* del 12 de diciembre, la enumeración de generales era la siguiente:
Zhúkov, Leliushenko, Kuznetsov, Vlásov, Rokossovski...) Con el ritmo precipitado de aquellos meses, Vlásov tuvo
tiempo de convertirse en adjunto del comandante del Frente del Voljov (general Meretskov), y en marzo, de tomar el
mando del Segundo Ejército de choque que había quedado cercado en un imprudente avance para romper el bloqueo
de Leningrado. Vlásov asumió el mando ahí mismo, en el interior de la bolsa. Aún estaban practicables los últimos
caminos de invierno, pero Stalin prohibió la retirada y, al contrario, ordenó a las tropas, que ya estaban
peligrosamente adentradas, seguir adelante por parajes pantanosos que empezaban a deshelarse, sin víveres, sin
armamento y sin apoyo aéreo. Tras dos meses de hambre y agonía (con posterioridad, aquellos soldados me contarían
en las celdas de Butyrki que raspaban los cascos de los caballos muertos, en descomposición, que cocían aquellas
virutas y se las comían), el 14 de mayo de 1942 los alemanes lanzaron una ofensiva concéntrica sobre el ejército
rodeado (y en el aire, como es natural, sólo había aviones alemanes). Y sólo entonces, como una burla, recibieron
permiso de Stalin para retroceder a la otra orilla del Voljov. ¡Y aún hubo intentos desesperados de romper el cerco!
Hasta comienzos de julio.
Así (como si repitiera la suerte del Segundo Ejército de Samsónov, arrojado insensatamente a una bolsa)
sucumbió el Segundo Ejército de Choque de Vlásov.
¡Estaba bien claro que aquello había sido traición a la patria! ¡Por supuesto que había sido una cruel