Asesinato en el canadian express

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Slide Content

Eric Wilson

Asesinato en el
“Canadian Express”

visor, que cruzaba la estación. Coreiö bacla
él. abriéndose paso entre la gente que aguar-
daba paca subir al tren, y le sujetá por el brazo,

—1Por favor, señor—dijo Jadeando—, ven-
ga enseguida!

Fi horabre miró a Tom con unos grandes
ojos azules, aumentados por cl grosor de las
galas.

—¿Qué? —dijo, llevándose una mano al
oido.

—¡Que me ayude! —dijo Tom, temeroso
de gritar que se trataba de una bomba.

El hombre movió la cabeza.

—No te oigo, hijo. La estación es demasia-
do ruidosa.

El revisor pareció perder todo Interés por
Tom y se puso a escribir en una Ubreta de
notas. Durante un segundo, Tom pensó mar-
churse y ponerse a salvo, pero, de repente, le
arrebató la Itbreta y salió corciendo.

legó junta a su maleta.
kl paquete había desaparecido.

¡Imposible! Tom levantó la maleta, buscan-
do la bomba perdida, y en aquel momento
Nog6 el revisor y sujet6 a Tom.

—iMocoso!

Sc produjo una enorme confusión. El revi-

sor arrancó la libreta de notas de la rano de
Tom y los curiosos se agolparon mirando.
Un perro comenzó a ladrar y Tom, de pron-
to, encontró la bomba...

En las manos de Dietmar Oban. Si. el rival
de Tom sujetaba el paquete con una mirada

s

irónica en su rostro, al tiempo que se abria
paso entre las mirones.

Tom había sido engañado y comprendió
que la «bomba» na era sino un viejo desper-
tador. Avergonzado, levantó la mirada hacia
el revisor.

—Por favor, señor —dijo autablemente—,
puedo explicárselo todo.

—Woy a llevarte a la polici

—Si, pero...

Desde arriba, un altavoz anunció:

«¡Pasajeros al treat

Los mirones dudaron, lamentando perdec-
se el Anal de todo aquel ji
originada Tom. pero se di
comenzaron a alejarse. Los grandes ojos
azules del revisor se dirigieron de nuevo a
Tom.

No crues más problemas, muchacho, o
acabarás entre rejas.

—Si, señor —dijo Tom.

Vio al revisor alejarse y se dio la vuelta

10

Al llegar al andéx encontró om panorama
emocionante: no cesaban de pasar carretillas
cargadas de maletas, los ullavoces atronaban
con sus avisos, y los 1nozos de estación, con.
chaquetillas blancas, charlaban entre st.
micatras los pasajeros se apresuraban.

Pero lo más corucionante de todo era el
tren. Largo. con la estructura de acero inoxt-
dable reluciente bajo las luces del andén, el
Canadion-Express se extendía como un gigaa-
te a lo largo de las vías, esperando impacien
te para lanzarse hacia la inminente aventu-
ra. Tom se estremoció aute la belleza del
tren. Le hublera guslado quedarse alga was
de tempo contemplándolo, pero sonó el piti-
do de la locomotora diesel y se subió al

ss cercano.
por favor --djo un mozo al
que las palabras le slbaban por un hueco
que tenía entre los dientes superiores. Tom
observé lu cara de aquel hombre
deseando que fucca su amigo durante el
leva, señor —dijo el mozo,
lo in melera de Yom y echando a

luego reonırieron un pasillo en el que había
una fila de puertas azules,

—-¿Qué hay abi dentro? —le preguntó
Tom al empleado.

—Camas. paca la gente de dinero —oucıtes-
ts.

‘inalmente, llegaron à un vagón que tenia
los asientos colocados unos enfrente de otros.
de dos en dos. El mozo Th maleta de
Tom bejo uno de los asientos.

—Este es su sitio —dilo- -. Cuando salga-
mos de Winuipeg uniré esos dos asientos y
quedará hecha la cama. Que tenga un buen
viaje, señor Austen.

‘Tom sonrió al mozo y miré al otro lado del
pasillo, donde estaban sentados un hombre

aise —dio el hombre, con los
idos en sus tiranles—.

¿Adónde va usted?
—A Colombia Británica. Voy a pasar et
verano con mis abuclos.
La mujer le alargó una caja grande.
ma pasta? —preguntó, sonrien:

Si, 21
—Su amigo se comió cuatro.

Mi amigo?

—Si. el mnchacho que viaja con usted —y
to de Tom—: Ahi está su
a, debajo de su asiento.

—i0h, not —murmuró Tom para sí, sin
atreverse a malrar. Se agachó y se estremeció
etiqueta: «Dietmar Oban».
uando se incorporó ‘Tom, la mujer pare
cia estar muy alegre.

Qué muchacho más simpático! —dijo—
Un poco delgado, pero mis pastas de choco-
late le vendrán bien

¡Qué sala suerte, atrapado allí con Diet-
mar Obant Un magnifico viaje echado a
perder. Pero, en fin, podría tniciarlo rompién-
dole la cara a Dietmar por la broma de la
bomba. Tom se volvió hacia la mujer:
ide se fue esa rata asquerosa?

La mujer funció el ceño y cerró con
fuerza la tapa de la caja de pastas, antes de
responder fríamente:

—Hacia el mirador.

—Gracias,

Tora no subia dónde estaba el mirador,
pero no jugé conveniente preguntárselo a la
mujer. Vio una puerta en el tro extremo del

13

vagón, salió por ella, cruzó una plataforma
a segunda puerta. En
habia gente tomando café en
unas mesas pequeñas: al fondo se vela un
trarao de escaleras alfombradas, que se per
día en la oscuridad.

¿Estaría el mirador?

Tom subió con precaución, temeroso de lo
que padiera depurarle la oscuridad, pero se

vio las luces de la estación, y. encima.
oscuridad de la noche. ¡Precioso!

Via algo más: Diermar Oban estaba senta-
do en uno de los asientos. Se acercó de

—No. Suéltame el brazo y te lo contaré
‘Tom dudó un momento, le retorció más cl
lo que hizo dar un respingo a Dietinar.
y ego le soltó. Preferto un caso. més que el
vengarse.

—¿De qué se trata? —preguntó Austen—,
Desembucha lo que sepas.

Dietmar se rió,

—Tú y tu manera detectivesca de hablar,
¿Eso suena ridículo!

—Limitate a contacme los hechos. Oban.

Dietinar le tadicó un hombre que estaba
sentado en el mirador.

¿Ves aquel tipo?

—Si. —Tom sólo veía Is parte trasera de
la cabeza de aquel hombre: su pelo gris y su
traje oscuro purecien bastante corrientes—.
¿Qué pasa con él

Siéntate a su lado y verás de qué se trata.

Tom se incorporó, dio unos pasos por el
estrecho pasillo y se sentó Junto al lu
cualquier sospecha. boslezó, se
luego fogió quedarse adormila-
do. Contó mentalmente hasta treinta y luego

vagón, salió por ella, cruzó una plataforma
a segunda puerta. En
habia gente tomando café en
unas mesas pequeñas: al fondo se vela un
trarao de escaleras alfombradas, que se per
día en la oscuridad.

¿Estaría el mirador?

Tom subió con precaución, temeroso de lo
que padiera depurarle la oscuridad, pero se

vio las luces de la estación, y. encima.
oscuridad de la noche. ¡Precioso!

Via algo más: Diermar Oban estaba senta-
do en uno de los asientos. Se acercó de

—No. Suéltame el brazo y te lo contaré
‘Tom dudó un momento, le retorció más cl
lo que hizo dar un respingo a Dietinar.
y ego le soltó. Preferto un caso. més que el
vengarse.

—¿De qué se trata? —preguntó Austen—,
Desembucha lo que sepas.

Dietmar se rió,

—Tú y tu manera detectivesca de hablar,
¿Eso suena ridículo!

—Limitate a contacme los hechos. Oban.

Dietinar le tadicó un hombre que estaba
sentado en el mirador.

¿Ves aquel tipo?

—Si. —Tom sólo veía Is parte trasera de
la cabeza de aquel hombre: su pelo gris y su
traje oscuro purecien bastante corrientes—.
¿Qué pasa con él

Siéntate a su lado y verás de qué se trata.

Tom se incorporó, dio unos pasos por el
estrecho pasillo y se sentó Junto al lu
cualquier sospecha. boslezó, se
luego fogió quedarse adormila-
do. Contó mentalmente hasta treinta y luego

el hombre se volvió haclu él. Pero Tom fingié
que estaba soñando, hablando entre dlentes,
y después comenzó a roncar suavemente.
Esperó un poca par que se tranqulliara el
hombre, y volvió a abrir los
puesta una esposa en une de los muñecas. y
una pequeña cadena la unía a la segunda
esposa, que se cerraba sobre el asa de un
maletín negro que descansaba en su regazo.
Observé que el maletin tenia una cerradura
provista de combinación, pero no había nin
guna señal que delatara el contenido del
maletin,

‘Tom lingid despertarse lentamente, hacien-
do chasquer los lablos y desperezändose.
Luego, se incorporó de la butaca y regresó
junto a Dietmar.

—Vi subir à ose tipo —murmuró Diet
mar—, y me figuré que te interesaria inves-
tigar sobre él

“Tom miró recelosamente a Dietmar.

—¿Prercades burlarte de mi?

No. en sevio. Ya sé que cuando seas
mayor quieres dedicarte a resolver crimenes.

_ ¿Qué decías que quieres ser..

—Un sabueso. Es decir, un detective, co-

mo los hermanos Hardy.

16

—Pues bien. sabueso, ahora ya tlenes en
tus manos un rompecabezas de verdad.

Tom mtró despectivamente a Dietmar. El
tipo más surcástlca del colegio Queenston

comparticado con él el viaje en

tre mal que se habia topado
buen caso para resol

—¿Sabes lo que pi

—-¿Qué?

—Que ese tipo es un Jadrón de Joyas.

Dietmar se echó hacia adelante para ob-
servar al hambre.

130? —murmuró Tom.

—Creo que estás en lo cierto, Su aspecto
es exactamente igual al de un ladrón que vi

que nadie pueda
mente y darse cuenta de

bar durante of
dinero.
Un altavoz situado en la parte frontal del

nas personas con

mú-
vor

vagén-mirador babia estado emitie
sica suave. Se paró de repente y se ayó
de un hombre:

—Buenns noches. señoras y caballeros. EL
Canadian Express está a punto de salir. Rspe-
ramos que disfruten del viaje.

Más música de muevo, y enseguida una
leve sacudida al ponerse el trea en marcha,

—Mira —dijo Tom, señalando hacía una
de las ventanas del mirador—. Se puede ver
todo el tren.

Los dos se pusieron de pie para disfrutar
de aquella vista. Se veía desde el último de
los vagones de acero inoxidable hasta lu
locomotora, que arrojaba bocanadas de hu-
mo, mientras comenzaba a arrastrar el tre-
mendo peso del tren. PI Canadian Express
empezó a rodar lenta, muy lentamente. y
enseguida aumentó la vol

Delante, las señales hum
del verde al rojo al pasar la locomotora.
cuando sus ruedas de acero ci

ciudad. Tom y Dietmar permanecieron de ple
observando a través de los amplios veotanu-

1"

Jos. busta que el tren dejó atrás Winnipeg y
se adentró cn la inmensa oscuridad de la

como vía especie de horuiguen,
Dietmur se echó a reir,

i gran detective tiene miedo de la
dnd?

0 se sorirojó, y estaba a punto de darte
un golpe u Dietmar cuanda sus ojos percibie-
ron a rev: ef hambre se

«detectives. y tenia la
om. De pronto se levantó
y abandonó rápidamente el
ientras le cadena que Nevaba
uoida à le muec
pasar junto a los

Exes un estúpido! —murmuró Tom—.
¡Ahora ya sube que soy delective!
Vas a renunciar, entonces?

—Más valdría.

Tom bajó rápidamente los escalones. A
través de los cristales de la doble puerta vio
al hombre que estaba hablando con el mozo
del coche-cama. Observó que éste decia que
no con la cabeza; el hombre, cou cara enfa-
dada. se dio la vuelta y desapareció en
élrecciôn al pasillo de los depurtuneotos de
puertas amules,

Tora entré en el coche-cama

—Perdone. señor — dijo. dirigiéndose al
mozo--. ¿Dónde puedo encontrar al hombre
con el que estaba usted hablando?

—Bo el departamento A —dijo el mozo.
Luego. miró atentamente a Tom—. ¿Por qué?

a

ver las herramicotas del ladrón.
No vlo ni rastro del hombre en el pasillo,
pére en el extremo opuesto estuba la muler
más hermosa que había visto en su vida. Se
detuvo, mirando, mientras la mujer se acer-
caba sujetando poc un brazo u un hombre
muy bebido.
Ninguno de ellos pareció notar la presen-
cla de Tom, mientras se acercaban poco a
poco, balanceándose hacia adelante y hacia
atrás a causa del movimiento del tren. Ob-
servó durante un instante los ojos enrojeci-
dos del hombre, y luego miró, un poco
asustado, el deslumbrante cabello rublo y los
de la mujer. Era bellísima
puerta de uno de los
jer giró el picaporte y
bre. La pueria se cerró

la parcja, Oyó el
incapaz de enten

byugndo por aquella
mujer

No pus
sus ojos.

por el p:

puerta de la pareja, y Juego se dir)

el mirador. para contárselo u Dietmar.
a? ~ Je dijo. sentándoso—

de las pastas? Es tan preciosa
como Godzlla. la reina de lus Hunos.
—No. Una mujer que ocupa el departa
mento C. Tiene los ojos azules y lleva
collar de oro. Me pregunto quién será
—La Cenicienta. Por la noche se translor-
ma en una ciruela.
1a ironía de Pietmar estaba echando a
perder el recuerdo gue tenía Tom de aquella
mujer. Cecró los ojos. imaginärdose su cara,
sorprendido. al

produ

— ¿Qué ha sido eso?

—Un relámpago —dijo Dietmar, señalan
do por la ventaria—. Por all.

Al pr Tom sólo vio la vscuridad,
pero luego, un rayo de luz
cielo. zigmagueando y es
direcciones. El brillante trazo de luz dentada
‘© suspendido en el ciclo durante
vento, pero enseguida desapareció.

¡Qué bonito! —exclamó Tom.

Dictar asintió. Siguieron mirando el cle-
lo y pronto se vien
otro destello de lux blanca. Le siguló el
estruendo del trueno, unido al largo gemido

Otro destello de luz cruzó el
rellejáudose en los ojos de Tom,

—Apuesto a que no sabes cdma se mata

. Poniéndole una cruz de
plata frente a la cara.

—Asi no logrerfas matarlo —dijo Ti
Vio que la mujer de las pastas venia por el
pasillo y se sentaba en un asiento que habla
delante de los muchachos. Luego, balando
un poco la voz, contiquó— Tienes que
clavarle una estaca en el corazön. Tienes que
pillar al vampiro cuando esté durmiendo co
su ataúd, y atravesarle el corazón con unu
estaca de madera.

La mujer de las pastas se volvió para mirar
a Tom. al tiempo que éste gesticulaba con les
manos para demostrar la fuerza que se nece
sitaba para matar a un vampiro.

Es una tontería hablar de esu —dijo la
inujer—. Lo que tendriais que hacer es tros

ys en vacaciones y pasändalo muuy
1u—. Al menos, hasta bace un

La mujer de las pastas fanz una mirada
a Tom y luego se volvió hacia
adel

ASt, pues, como te decia —siguid Tom

2

después de un rato, y
Dietmar--, creo que, para di
nig soltar wnis serpientes esta noche, cuando
todo el mundo esté durmiendo.

La mujer de las pastas pegó un respingo
en su asiento y Metmar iso un gesto burlón.

Hombre, Tora —dijo con vos inocente—.
IX sl una serplente de cascabel mucrde a
ulguien y lo mata?

--listu vez no he traído las serpientes de
cascabel, sino unas que no son venenosas.
Ya sabes, esas grandes di
que les uncania se di
enroscarse en el pie.

——4Fstés seguro de que no muerden?

Dietmar y ambos rompleron a reir o 6
jadas. Caando terminar: se secaron |
lágrimas, volvieron a conkarso in
de nueve se echaron a reir. Por fi
calmaron y se pusieron a contemplar la
llanura, tuminada por la luz de los relämpa-
gos, hasta que, finalmente, Dietmar empezó
a bostezar.
—Me voy a la cama - dijo desperezándose.
—Buena idea
Tom abrió la marcha y llegaron a un
vagón en el que colgaban unas pesadas
cortinas a ambos lados del estrecho pasillo,
Todo estaba oscuro. y la única iluminación
provenía de unas débiles jucecillas situadas
a la altura de los pics. Dietmar preguntó a
Tom en tono preocupado:
—¿Dónde están nuesiros
—El mozo los ha transl
para dormir —dijo Tom -
dormido nuuca en el tren?
—No.
~ Pues
funciona—. Tom

y te enseñaré como
id una de las cortinas y

zu

comenzó a desabrochar unos grandes boto-
nes—. Esta es mi litera.

Sepuró las cortinas y se oyó un grito, Mio
dentro. vio a la mujer de les pastas en
camisón, y cerró rápidamente las cortinas,

Con la cara roja se volvió a Dietmar,

—IEsta no erat

a nariz de Dietmar.
—Hiarto y verás lo que es bueno...

Se entreabrieron unas cortinas por encima
de sus cabezas y asomó el maride de la
mujer de las pastas.

—tk bajo, muchachos. Todo el mun-
do está durmiendo ya.

—Ts que no encontramos nuestras Ilteras
—dijo Tom.

El hombre les señaló una escalertila, ocul-
ta cutre los pliegues di iva

——Uno de vosotros tiene que subir abl. Fl
otro duerme abajo.

- 1 — di n Tom y Dietmar a un

—Te veré muñana -—dijo, trepando a la
litera.
Enfadado. porque Dietmar tenía la mejor
litera, Tom abrió las cortinas inferiores. Se
quitó los zapatos, se introdujo en la litera y
corrió las cortinas.
a oscuro como boca de lobo.

encendió una lamparilla azul; mb

alrededor. La ventana tenia la persiana echa- *

da, La btera superior le llegaba a la cabeza y
la luz azul ilaminaba dos almohadas, unas
sábanas blancas y unes mantas. Ansioso de
probar la cum. se desnudó, hizo un montón
con su ropa y se metió entre las suaves
sábanas.

Tistupendo. Tom estiró los brazos. si
y abrió la persiana. Fuera, la

'ocomatora escudriñando à
Se estaba quedando dormido. ¡Qué mala
suertel Justo cuando empezaba a disfrutar
del placer de estar tumbada eu una
mientras el mundo sc deslizaba veloz ante
Abrió 8 y vio, mientras pasaba el tret 4

30

lenta en la ventana de una
ual, se quedó dormido.

Soñó con un revisor de ojos azules que le
ofrecía una pasta; ésta se convertía en una
bomba que. ul explotar, llenuba el aire de un
humo azulado; a su vez, el humo se conver-
tia ea unos ojos azules que sonreiun a Tom
mientras se corrian las cortinas del departa-
mento y un hombre. que llevaba una cruz de
plata, alargaba sus dedos largos y fríos bus-
cando la garganta de Tom.

SONG un pitido, el movimiento del tren
lana a Tom de un lado e otro y el mucha-
cho se incorporó con el rostro bañado en
sudor. ¿Quién seria aquel bombre? ¿Fra re:

de un sueño? Volvió a oírse
comotora. Tom miró fuera pi
ventanilla y comprendió que había sido
vna pesadilla.

y luego un largo andén, lleno de gente con

si

cara de sueño. Rechinaron los frenus y el
cen se detuvo frente a una estación con un
letrero que decia: BRANDON.

Tom se vistió apresuradamente. ansioso
por bajar del tren.y echar ua vistazo. Des-
corrió las cortinas, satió al pasillo y vio a
Dietmar que descendía por la cscalerilla.

—Bola —dijo Tom—. ¿Te apetece dar una
vuelta por la estación?

— Dónde estamos?

—£n Brandon. ¿No has visto el letrero por
la ventanilla?

-- {Que ventanilla? Sólo tengo una pured
de acero.

— Mala suerte, chico! —dijo Tom, sonrien-
do—, Creo que te confundiste al llegar pri-
mero a la escalerill

Feharon a andar por el pasillo y Tom se
detuvo junto al departamento €, al escuchar
la voz de un hombre que gritaba enfadado.
¿Estaría el borracho aquel pegándole a su
bella esposa? Tom mirö a su alrededor, dis-
puesto a prestar ayuda, pero se tranquilizó al
oir reírse a la mujer.

Ven! -—le llamó impaciente Dielimar
desde el fondo del pasillo.

—¡Ya voy! —Tom miró la puerta azul del

32

departamento, grabando en su mente la risa
argentina de la mujer. antes de reunirse de
mala gana con Dietmar,

Fuera, la noche veraniega era cálida, Tom
y Dietmar se dirigleron. paseando por el
andén, hasta cl furgón de los equipajes,
observaron cómo unos hombres descargaban
las sacas del correo en la parte trasera de
una camioneta, y Juego continuaron su ca-
mino hasta la locomotora. Tom se sintió
empequeñecido al contemplar aquella impre-
sionante masa de acero, su potente foco
delantero y su gran ventanal anterior curvo.

—Me encantaría conducir una locomoto-
ra —e dijo a Dietmar.

-Tú serias ua buen conductor.
—¿Por qué? —inquirió Tom, balagado.
—Porque la llevarías a una velocidad de

jeaban, una mano se posó eu el hombro de
Tom,

—Perdonad. muchachos —dijo una voz
cascada: -. Necesito vuestra ayuda.
Tom soltó a Dietmar y vio una señora

3

mayor. apoyada en un bastón, con un chul
los hombros. Sin darles tiempo a decir
nada. apuntó con un dedo hucta los mu-
chachos.

id - ordenó, al tempo que se duba
y echabu a andar, cojeando por el

—iVaya momial -—susurró Dietmar, mi-
rando a la mujer.

— Apuesto a que es una muestra jubilada
—dijo Tom—. Ven, vamos a echerle una
meno.

Tom y Dietmar siguieron a la mujer hasta
un taxi ca el que habia un montón de maletas.

con el bastón—-.
daré pina,
un hombre alto, cou wra gorta
ecbada atrás, sonrió a los muchachos
y les guif un ojo. Les pasó unas maletas y
echaron a andar trubajosamente, detrás de
el trent.

Mabie también otros pasajeros que toma-
ban el trea en Brandon. Tom recibió un
de un hombre bajo y gordo
ires de superioridad. mostró su
revisor y subió rápidamente al tren

El revisor movió la cabeza, refunfuñando.
tiempo que tomuba el billete de la ancia,
—Le aseguro que hay tipos verdaderamen-

te cargantes - dijo.
El revisor ayudó a subi
Dietmar y el taxista la siguieron. pasando
5 con Ins muletas, que

iraron extrana-
das. preguntándose qué podía suceder tras la
Puerta del departamento C.

35

El revisor fue el primero en reaccionar. .

Se dirigió rápidamente hacta la puerta del
departamento y llamó con los mudillos, Cesa-
ron los gritos y se ayó la voz de un hombre
que dijo con tono desagradable:

—Véyaset

El revisor lamé de nuevo a la puerta, pero
na hubo respuesta. Se abrió la puerta del
departamento A, un poco más allá del €. y
se asomó el hombre del pelo gris. que ain
llevaba el maletín sujeto a la muñeca.

—2Qué pasa? —preguató.

Nada. señor —contest6 el revisor Hae
gu el favor de volver a su departamento.

“Tom se dio cuenta entonces de que el
hombre de gris seguía completamente vestl-
do. aun cuando ya era muy tarde y la
mayoría de los pasajeros estaban durmiendo.

37

Mientras Tom pensaba en uquella circuns-
tancia tan extraña, sucedió algo aún más
raxo: cl hombre bajo y gordo, que pacos
minutos antes le había dado un fuerte em-
pujón al subir al tren, abrió la puerta del
departamento B y upareciö en pijama.

¿Cómo había podido camblarse tan rápida-
mente? Tom observó, asombrado. cómo se
miraban los dos hombres, que estuvieron a
punto de hablarse, pero que enseguida vol-
vieron a sus respectivos departamentos.
ccerando las puertas.

Al mismo tiempo se abrió la puerta del
departamento C. La mujer guapa, que lleva-
ba una bata de color rosa pálido, miró ul
revisor con cara enfadada.

¿Por qué ha llamado?

—Perdonc, señora —dijo el revisor—, pe-
ro habíamos oido una fuerte discusión y
estábamos preocupados por si pasaba algo

—Ocúpese de sus propios asuntos —dijo la
mujer, dándole con la puerta en las varices.

A Tom le impresionó la rudeza de In
mujer. Observó la cara avergonzada del revi-

— Espero que no tengumos un viaje desa-
gradable.

No, señora —dijo el revisor-—, De resul-
tar necesario, ya me ocuparía yo de esa

pareja, Estoy seguro de que no la molesta-
rán, no se preocupe.

‘Tom dejó las maletas en la puerta del

mar, cuando
—lisperad
Tom se volvió y vlo que la señora abría el

3

bolso, buscubi algo dentro y sacó dos mone-
das de

—Prefiero unas chocolatinas.
--Nada de eso. Es malo para los dientes.
Dieunar, refonfuñando algo por lo bai
alojó con cara de pocos amigos,

¡Qué chico mas mal educado! —dijo la
señora—. Este ea está lleno de gente sin
educación.

‘Tom la miró. sonriendo.

—-Gracias por la moneda, señora. Que
tenga un buen viaje.

+ ns moneda de cinco centavos de délar equivale,
uyrosimadunıente, n cinco pesetas. (N T.}

40

LIEGO la mañana con un extraño bing,
bong, hing. Torn sintlé la caricla del sol en el
rostro, abrió los ojos y volvió a oir aquel
extraño sonido: bing, bong. bing. Luego oyó
una voz masculina que anunclada:

itl desayuno está servido!

La voz se perdió a lo lejos y Tom se sentó.
Miró a través de la ventanilla los campos de
trigo aún verdes, ondulando suavemente por
la acción del viento. Comenzó a, vestirse.
Estaba hurnbriento.

Descorrió las cortinas y vio a Dietmar
sentado en el borde de la litera superior,
balanceando los pies.

—Hola —dijo Tom—. ¿Qué era ese sonido
ran raro?

—Un xdlófono. Lo tocaba un tipo que iba
anunciando el desayuno.

Espera un Instante. Tré contigo.

“Tom se dirigió al lavabo. que estaba situa-
do a un extremo del pasillo; se reunió poco
después con Dietmar y juntos se dirigieron al
ón restaurante. Al abrir la puerta les
olor a jamón y huevos Iritos.

Sería capaz de comerme un caballo —di-
jo Tour.

No le apetece más bien una vieja?

a

Como la que nos dio anoche una moneda de

cinco centavos.

mn se echó a reir.

—A mi me dio una chocolat
Estás mintiende

vagón. Los rayos del sol Dr de lleno sobre
los manteles blancos, eocima de los cuales
veían jarras plateadas, vasos y Mores. Los

imareros iban presurosos de un lado a otro,
rando grandes
los pasajeros, que hablaban entre sí a con-
templaban el paisaje a través de las venta-
nillas.

Un camacero se les acerco sonriente.

ijo---. ¿Van a desayunar?

testo Tom.
ero los condujo por
el vagón hasta una mesa de cuatro, en
donde apartó una silla para Tom y la de al
lado para Dietmar. Les ofeeció el menú y
sonrió de nuevo—. Bon appé

—¿Qué ha dicho; —preguntó Dietmar en
voz baja. cuando cl camarero se hubo ido.

2 «Que aprovertos,

n frances en el original (N.

41

Tom se encogió de hombros. Miró los
objetos plateados y de porcelana que tintines-
ban por el movimiento del tren y luego abrió
la carta.

—10b, no! —dijo— Está en francés.

—Jus de fruits * —leyó Dietmar, luchando
con las palabras—. ¿Quiere decir que sólo
hay zumos de frutos para desayunar?

—Agui está en Inglés —dijo Ton. señalan-
do otra parte de la carta—. Yo voy a tomar
cereales con leche, tostadas y cafe.

—A mi no me gusta el calé,

—A mí tampoco, pero parece mejor cuan-
do lo ves escrito en la carta. —Reparó en un
block pequeño y un lápiz que había dejado
sobre la mesa el sonriente camarero—, Creo
que tenemos que escribir aquí lo que quere-

marido frente a Dietmar. Después tomó la
orden de Tom y se marchó.

* «Pos de frutase
43

La mujer mirô a Tam, que se puso rojo.
Farioso constgo mismo. bajó la vista, simu-
lando leer la carta.

—ePurlez-vous fr

Toa: levantó la vista

>

El borobre sonrió

Le preguntaba si habla francés. He visto
que leía la parte de la carta que viene en
francés.
-—10ht -dijo Tom.

152 + —dijo el martdo.

Dietmar se echó a reir.

-—Austen aún no ha!
La verdad es que todavía Uva pañales.
ajar se rió de equelia broma y S

artes un pontevié a Dietmar por debajo de
ts mesa, el golpe. HL hombre le

—Me llamo Richard Saks —-dljo- Esta es
sa! mujer, Catherine.

Tom estrechó la mano del hombre, dándo-
se cuenta, por su aspecto. de que no estaba
bebido. Se jé ca su pelo castaño ascuro y en

* «¿Habla us francés»
4

su bigote, y se volvió timidamente a la mujer.

—Me llamo Tom Austen --dtjo—, y éste
es Dietmar Oban.

—Encantada —la mujer bostezó y abrió
su bolso, de donde sacó una pitillera de aro
y una boguilla, Colocd en ella an cigarrillo y
se llevá la large y elegante boquilla a los
lablos.

—¿Qué vas a tomar, princesa? —preguntó
Richard Saks a su mujer,

Cafe.

Tom sonrió para si. encantado de haber
pedido también café. Cuando fa mujer se
volvió para mirar la ventanilla, pudo obser-
var los diamantes refulgentes que llevaba en
los dedos, el collar de perlas sobre el jersey
negro, y el maquillaje alrededor de sus ojos
maravillosos,

—¿Sabe usted si esus perlas son auténti-
cas? -~-pregunté.

Catherine le miró asombrada.

—¿Qué?

—Yo sé un método para distinguir si las
perlas son verdaderas: se frotan contra los
dientes. Si son falsas, resbalan. pero si son
finas. raspan. —Tom se detuvo, sintiéndose
«in estúpido baja la mirada de aquellas ojos

45

azules; luego aclur6--: Lo he leído eu una
novela policiaca.

—¿Crees que yo iba a llevar perlas falsas?
—pregunté Catherine Saks, acariciando las
perlas cou sus uñas puntiagudas

bezx de chorlito ——dijo Diet-
mar— Es que se cree un gran detective.
como los Hardy.

—Yo lei todos sus libros cuando exa joven
—dijo Richard Saks—. Son estupendos,

Tom sonrió agradecido. Llegó un camare-
to con el cercal, y Tom vertió sobre é un
poco de leche de una jarrita plateada. Tenia
un hambre atroz.

No queriendo quedarse embobado
helleza de Catherine Saks, se
través de la ventunilla el campo que se
deslizaba ante su vista. Bl tren pasó trepidan-

ros que estaban posudos en una vieja
. medto cubierta por I is. Tom se
sinué mejor, y estaba tratando de reuntr el
coraje suficiente para dirigirse a Catherine
ando se le adelantó Dietmar.

—¿Bs usted modelo? - -le preguntó.

—No —difo Catherine, sonriendo—. ¿Por
qué lo preguntas?

—Porque es usted muy guapa.

Cutherine Saks resplundecia cunado se
dirigió a Dietmar.

—iL0 crees asi? Eso es inuy halagador. La
es que trubajé una vez en el cine.
rambal —dijo Dietmar—. ¡Unu estre-
Na de cine!

Bueno, 00 exactamente una estrell
Tuve una pequeña latervención en u
lícula titulada Mt pequeño yatito. ¿No le bas
visto en televisión?

— 10h, sí, claro! --dijo Dietmar. ¡Estaba
usted magnifica!

Tom miró a Dietmar, subiendo que men-
tía, y le envidié por lo fácil que le resultaba
hablar con Catherine Suks.

—¿lla estado usted en I

prucho en casaraos Catherine y yo. —Miró
« su mujer con adoración, pero a ‘tom lo
pareció
tirade que ella le devolvió

—¿No echa usted de menos ser estr
~~pregunté Dietmar.

—Ye lo creo que sí —respondió Catherine.
Durante an minuto permancció con la mira-
da perdida y luego prosiguió con voz tran-
quile—: Si fuera Ébre, de nuevo volvería, sin
dudarlo, a Hollywood.

Mientras ella decía esto, Tom mtraba a
Richard Saks, y percibió vaa ligera con
ción en su rostro. No era caro que hebi
sabiendo que su mujer queria Uberarse de s
matrimonio.

—¿Dónde van ustedes? - preguntó Tom a
Richard Saks, intentando cambiar de tema.

E -ontenta —
unas vacaciones à
ha

tono de voz que
era asunto de !

Richard Saks rodeó a su esp
brazo.

48

Uenes gue’ preocuparte por
, dándole un beso, al que clla
respoodió poniéndose rigida.

Tom se estaba hartando de Cuthertoe Saks.
Mir6 el café que le habia traído el camarero,
se llevé la taza a los labios, pero el subor le
resultó amargo. Se levantó, sonrió a Richard
Saks y abandonó la mesa. Por su parte,
Dietmar y Catherine Saks
o el día diciéadose tonterl

se eine en que el señor hajo y
gordo dejaba su mesa y se acercaba a hablar
cou Catherine Saks, Sonriendo al ver la
jetmar, abandand Tom

En u. cocu.cAmA siguiente, la puerta
de uno de los departamentos estaba abierta.
Tom se asomó y vio a un mozo que estal
quitando las sábunas de la cama.

-¡Holal —dijo Tom— ¿Puedo ver cómo
es un departamento pur dentro?

—Desde luego —dijo el mozo. Era muy
alto y sonció à Tom tras unus gafas de
montura uegra —. Me llamo Dermot.

‘Youn le dio su nombre y le rend

mano.

que corría entre
con un espojo y un
sica y va

po que recogía la cama contra fa pared. lo
si

que dejó al descubierto dos hutacas plegadas.
Con un rápido movi

—i8stupendo! —tijo Tom. sertándose—.
¿Es usted estudiante?
ste es mi trabajo de verano, Durante
el curso estudio eu la Universidad.

—Me gustaría hacer lo mismo cnanda sea
mayor. ¿Es divertido?

—Si que lo es. Y, además. uno conoce
gente rara, como ese mozo viejo de su vagón

—¿Qué tiene de raro?

—Dicen que fue boxeador profesional y
que, en nn combate, le pegaron tan fuerte
que estuvo en cama varios meses, Se recupe-
16, pero quedó un poco sunado.

—¿Qué le ocurre?

—Me han dicho que a voces tiene arreba-
tos violentos cuundo plerde el control de sí
mismo. Parece ser que una vez se peleó con
un revisor y lo lanzó por ln puerta de un tren
eu marcha.

—;Caramba! —dijo Tom, notando que los
pelos se le ponian de punta—. Eso es horrible,
verdad, pero yo
‘on ese tipo. —Der-
Bien, será mejor que

—i0h, claro! —dijo Tom, poniéndose de

las gracias a Dermat. ¿Qué suce-
le ugarraba en mitad
de la noche y lo lunzaba fuera del trea? Sólo
de pensarlo se estremeció y se preguntó si no
sería mejor cambiar de litera con Dietmar
para que el mozo se equivocara de persona...
Afortunadamente, cl mozo no estaba por
alli cuando ‘Tor llegó à su vagón. Las literas
habían sido recogidas y se sentó al sol,
dejándose relajar por el calor de sus rayos.
Al otro lado del pasillo, la señora de las
pastas resoplá con fuera y destapó con
grandes aspavientos la cala de pastas.
--¡Vieja roñosat —dijo Tom para si, Se
puso a mirar por la ventanilla y vie que el
secaproximaba a up pe

de aadera y Tom
scalanes de la

inó contra el cristal de la ventanilla
53

intentando verla de muevo, pero la casita
había desaparecido ya. Se sentó de nuevo.
preguntándose quién seria la chica, sintién-
dose a un tiempo triste y alegre por haber
compartido juntos aque] momento. Dietmar
venia. Tom le oyó hablar con Catherine Saks
en el pas su voz le pareció poco amis-

tosa. Cerró los ojos, fingiendo estar dormido.
y minutos después lo estaba realmente.
Cuundo se despertó, se incorporó y cogió

un buea rato de lectura. Dietmar y él
ron una hamburguesa con queso en el pe-
queño restaurante que habia debajo det mi-
rador: luego subieron a éste y charlaron
animadamente mientras contemplaban el pal-
sale.

EL BAJAR y subir al ten en las estaciones.
para curtosear, les abrió el apetito y tomaron
una espléndida cena, cuyo plato fuerte fue
una gran cación de jamón de Virginia *

Y Jamón curado en anícue morena (N. T.)

54

Luego se encaminaron al último vagón del
Iren para jugar al bingo.

El juego tenía lugar en el coche mirador,
y parecían estar allí todas las personas que
habian conocido en el tren, La primera per-
sona a quien Tom vio fue la señora de lus
pastas, que sólo hizo un ligero saludo a
Dietmar: » su lado se sentaba el hombre bajo
y gordo, cuyos hombros estaban llenos de
caspa.

A Tom se le cayó el alma a los pies al ver
aquellas dos personas, pero sc animé al
divisar a la señora anciana, que le indicaba
por señas una butaca vacía 8 su lado. Mien-
tens se dicigía hucia ella por el pasillo que
formaban las butacas, colocadas cn dos filas
frente a frente, divisé al hombre del maletin,
cuyos ojos no se apartaban de Tom.

Stmulando ignorar la mirada de aque!
hombre, Tom se sentó y sonrió a la anciana.
de la tarde daba cierto atractivo a su
agradó mucho
€ habia aplicado

—x yo soy In señora Ruggles — dijo la
anciana, sonriendo à su voz.

ss

—¢No tiene ninguna chocolutina? —pre-
guntó en broma Tom,

—APicaro! —dijo la anciana, m
dedo— Te va a quitar el apeti

— Ya he cenado —cespondió Tom.

~ Buronces te quitará las ganas de desayu
nar.

Dieunar, gue había toınadn asiento frente
a ellos, movió la cabeza.

-—Mala suerte! —murınurd.

Ignorando a Dietmar, la señora Ruggles

el bolso y sacó una bolsa de papel. Le

dio un bombón a Tom y luego Je ofreció al
hombre del maletín, que estaba sentado a su

viendo un

el hombre, tomando un

La señora Ruggles se incorporó de su
asiento y, cojeando, fue ofreciendo bombones
mundo, sonriendo feliz cuando
alguien elogiaba su calidad. Al llegar à Dict-

Al hacerlo notó que el hombre
seguía mirándole.

Esta vez le devolvió la mirada y el hombre
desvió la vista, ¿Qué pasaba? Intrigado, Tom
observó en la lejania la puesta del sol, que
dejaba teas si un ciclo bellamente surcado de
franjas rojes, naranjas y amarillas.

—Tomen sns cartones para el bingo! —di-
Jo una voz.

Tom se volvió y vio a Dermot. Sonriente,
el mozo joven y alto repartió los cartones
para el juego y luego preparó un bombo de
vorillas metálicas que contenía unas bolas de
ping-pong numeradas, Hizo girar el bombo y
sacó una bola.

—Número mueve —anunció Dermot-—
¿Nadie ba hecho bingo?

‘Todos rieron la gracia. Mientras el mozo
hacía girar de nuevo el bombo, se oyó un
alboroto en el bar, que era un local que
había en la parte delantera del vagón.

—Número setenta y nueve - «dijo Dermot,
clevando la voz por encima del ruido prove
niente del bar

Sé oyó un grito de enfado y Tora reconoció
la vor de Richard Saks.

—iuera de aquí! — gritaba—. ¡No quiero
vertel

Dermot inteotó seguir el juego. cantando

37

vieron a Catherine Saks que
y salia del v
—Es la subia e esa —dij
pastas a su marido -. Yu Le
fresca.
El hombre bajo y gordo la miró con dest

—Pues a mi me parece encartadora —di
—Estoy de acuerdo con usted —dijo Diet-

estrella de cine. y apuesto a que usted no Jo
ha sido nunca,

Antes de que la señora de las pastas
tuviera tiempo de expresar su opinión acerca
de las estrellas de cine, la señora Ruggles se
dirigió a Dieumar, sorprendida.

— ¿Estrella de cine? ¿Quién ha dicho eso?

— Ella.

La señora Ruggles
movld la cabeza.

—¿Kstrella de cin
Ao papel en una pe
eso ya es algo! —Dietmar se levan-
su cartón de bingo—. ¿Por qué
el mundo tan nervioso esta noche?
¿Es que hay luna llena?

ss

—Yo le explicaré la causa de tudo —dijo
ch hombre del Es ese borracho...
Saks. No es una buen persona.

—¿Cómo sabe usted su nombre? —pregun-
16 Tom.

La pregunta pureció desconcertar al hom-
bre.

--2Cémy? Tei un articulo en el periódico,
en las notas de soctedad, Decía que el señor
y la señora Saks se iban de vacaciones 4
Vancaver.

—-A Vietoela —dijo Tom, miréndole fije
mente a lo cara.

Bueno. esta bien, me equivoqué,
¡rar vigorosamente el bombo.

jene gracia! —la senora Ruggles pa-
seó la inirada sobre los otros pusujeros- =. No
sé a ustedes, pero a mi, toda esta tensión me
destroza fos nervio

—Lo siento, señora — dijo Dermot, sonrien-
do después—. ¡Bueno, vamos a divertimos!
El Juego prosiguió sin más intercy

¡gol Recibió como premio una novela e
insistió para que Dermot uccptura dos bom-
bones. Luego, se levantó.

Hay que retirarse cuando uno gana
—dijo. cogiendo el bastón — Buenas noches
a todos.

60

aces del tren, Dermot aguardó cortés-
mente a que se marchara y luego anunció
otra partida.

Torn se cambió al asienta que habia ouu-
pado la señora Ruggles y miró ul hombre
misterioso,

—2Qué lleva usted en ese maletin? —pre-
puntó.

El hombre se volvió hacia Tom, pareció
dudar y luego respondió:

—Annque no la crea, en este maletin sólo
hay papeles.

El hombre permaneció serio, muy seco.
Tom no se creyó aquella historia.

Observó el maletín y la cadena que unía
las esposas. .

—Deben ser papeles muy vallosos.

—-Pueden valer un' millón de dólares.

Tom nx cabeza fingiendo sentirse
impresionado. Sabía que aquel bombre men
Ua, pero no se le ocurrió ninguna otra
pregunta que le permitlera descubrir la ver-
dad. Tenía mucho que aprender antes de
Negar a ser un profesional como Frank y foe
Hardy.

si

— ¡Número treinta y achol

‘Tom jugó algunas partidas más, sin ganar,
y pronto empezaron a pesarle los párpados,
El mirar a través de la ventanilla le hacía
sentirse salo.

Bostezando, se levantó. Le dio las gracias
Dermot y cruzó el vagón, cchando el pasar
un vistazo al bar, para ver si Richard Saks
continuaba alli.

El bombre estaba sentado junto a unu
mesa pequeña, con el rostro abotargado y
los ojos rojos. Vio a Tom y agitó una mano
temblorosa.

—Hola, amigo! —dijo con voz pastosa,

—iHolal —dijo Tom—. ¿Cómo está usted?

—No muy despejado. ¿Y usted?

—Muy bien. He perdido al bingo.

—0tro perdedor! —dijo Richard Saks, mo-
viendo la cabeza. Levantó cl vaso y bebi
trago. pero aquello pared

case nunca can una mujer hermosa.

—Si, señor —dijo Tom—. ¡Bueno, buenas
noches!

—No lo serán para mi -—dijo con vor triste
Richard Saks, mirando al vaso.

Tom siguió su camino por el tren. Fl

42

encuentro cou Richard Saks habia ahondado
su sentimiento de soledad, y se alegró al
llegar a su departamento. Al meterse entre
las blancas y limpias sábanas de su cama se
uit poco mejor; la locomotora lanzó un
silbido en la noche oscura y Tom se sumó
en on sueño agitado.

Le despertó un grito.

Tom se incorporó ea la cama, asustado.
Lo oyó de nuevo: era un grito terrible de
augustiu. Se puso los pantalones y descorrié
las cortinas de su litera, En el pasillo todo
anquilo y por un momento dudo si
sido una pesadilla. Pero entonces
tre las cortinas de su litera, la
cara de la señora de las pastas,

—¿Qué ha sido ese grito tan horrible?
—preguntó con la cara livida,

—-No la sé —respondié To
averiguarlo,

Se oyó otro grito, seguido de unos sollozos
profundos. y Tom si
Tugac de donde proven

+ Voy a

Riciraro Saks estaba llorando.

---¡MI princesa! —sollozaba—. ¡Mi priuce-
sa cstá muertal

Mientras las lágrimas corrian por sus me-
hillas, Richard Saks no apartaba la vista del
cuchillo ensangrentado y. por un momento,
‘Tom creyó que iba a suicidarse. Pero soltó el
cuchillo, que cayó al suelo, y se apoyó
Horando contra la pared del pasillo.

Tom se acercó, con el corazón a pnote de
estallar, y vio que la puerta del departamen-
to de la señora Ruggles estaba abierta. Entró
y la vio, apoyada en su bastón, con la cara
livida por la impresión,

--Señora Ruggles —dijo Tom-— ¿Está us-
ted bien?

La señora Ruggles se estremec

Gracias a Dios que has ven

ido —mur-
65

muré—. He estado gritando pidicndo ayuda.
Por favor. auxilien a esa pobre mujer.

Tom asintió. En ese momento se oyeron
uaas plsadas rápidas por cl pasillo y unos
gritos confusos. Tom se volvió y
viejo que sujetaba a Richard Saks y le hi
cacr al suelo. Lucgo, el ombre Lalo y gordo
se acercó a Richard Saks y le gritó a la cara.

—IEstá usted loco! —gritó—. ¿Qué ha
hecho?

El marido de la señora de las pastas, que
llevaba puesto un batin, se dirigió hacia la
puerta del departamento C y miró dentro.

= ¡Dios mío! --exclamó con voz entrecor-
tada—. ¡Es horxibl

Tom trató de acercarse, pero el hombre
cerró la puerta y se dirigié a Richard Saks.

—iMerece usted que lo maten! —le grttó—.
¿Cómo ha sido capaz de malar a una pobre
mujer?

—INot —munnuré Richard Saks. Sn cara
la y tenia unas señales

dose cuenta de que podian pisotear a
66

Saks. el mozo le obligé a incorporarse y le
puso contra la pared. Al incorporarse el
señor Saks, ‘Lom vio el cuchillo en el suelo,

—{liene un pañuelo? —le preguntó al

mozo.

Fl hombre asintió y sacó uno del bolsili
Tom se arrodilló, observando la fuerte
y el mango del ruchillo de caza. y lo envolvió
cuidadosamente en el pañuelo. Levantó la
mirada y vio cerca de él el rostro de Kichacd
Saks. y percibiá el olor agrio a alcobol de su
aliento,

67

Richard Saks con mirada de
10. amigo! ¡Yo no he sido!

se acercó a Rie:
protegerlo de algón golpe, pero alguien suj
16 la mano del hombre bajo y gordo. Tom se
volvid y vio a un hombre alto con uniforme
de revisor.
Bueno -—dijo el revisor-—. ¿Qué pasa
?

Todos contestaron al unísono, pero el re-
visor no pareció darse cuenta de la realidad
hasta que Tom desenvolvió el pañuelo

nente se puso en acción, empezando por
pejur el pasillo de espectadores y condu-
‘ado a Richard Saks al departamento E.

que estaba vacio. Ordend

se volvió a Tum y a los otros testigos.

— Vuelvan a sus camus, por favor —dijo—-.
Voy a llamar por radio a la próxima estación
y la policía estará allí cuando llegue el tren.
Me figure que querrán hablar con todos
ustedes.

58

n parecia no llegar
nunca. ‘Tour permanecia tumbado en su
came, sin poder olvidar la impresión que le
habia producido ver a Richard Saks empu-
nda el cuchillo ensangrentado, Por fin,
distinguió un pequeño destello de luz a lo
scuridad. La luz fue crecieudo
ralmente, pudo divisar las luces

hasta que,
de las calles y los anuncios luminosos de neón.
El tren entré en la estación silbando y

haciendo sonar la campana, como si quisiera
pregonar los horrores que ucababan de
acurrir. Tora se sentó, y se estaba poniendo
los zapatos cuando distinguló algunos detalles
de la pequeña estación. La nutad de la pobla-
ción debía estar en el andén, y divisé otras
personas que se dirigian corriendo hacia la
in. al tempo que se detenía el treo.
coche de la: policia, con sus luces
junta a la
bajó de él y se dirigió
hacia el tren; nnos segundos después, Tom
le oyó hublac con el revisor, mientras cami-

ala ventanilla,
A medida que pasaba el tiempo, crecí
uultitud de fuera. Habían formada co

en los que se hablaba acaloradamente bajo
la escasa ilurainación de las Inces del andén.
Un hombre que llevaba una camisa de man-
ga corta y las manos en los bolsillos del
pantalón vio u Tom y le dijo algo,

u. que no había podido
tal de la ventanilla.

las manos a la boca à

modo de bocina. sista vez se escucharon las

palabras a través de la vontanilia.

resistir la tentación, lu sacó del pañuelo y lo
sujetó con la punta hacia arriba, como si
fuera a apuñalar a alguien. Los ojos del
hambre se abrieron de asombro, gritó algo y

de Tom, peleóndose pur ver el
cuchillo ensangrentado.

Sintiénduse avergonzado. Tom apartó el
cuchillo y bajó la cortina, ¡Qué estu
¡Vaya detective. que no sólo presumía ante
una multitud de extraños, sino que dejaba
sus huellas dactilares en una prueba eviden-

zw

Rojo de vergüenza, envolvió de
lo en el pañuelo.

‘or favor, ¿quiere acompañarme?
El revisor abrió la marcha hacta el coche-
:udor, donde los otros lestigos de la trage-

dia se encontraban sentados junto a las
mesas del restaurante. Todos Iban cn bata,

Tom Austen
Me temo que teng
dactilares.
—2Fs éste el enchillo que utilizó Richard
Saks?
Yo

st lo utilizó » no, pero cuando

llegué al pasillo lo tenia cu sus manos y
Juego lo de
El hombre bajo y gordo se adelantó:
—iClaro que lo wtillzó! —dijo con tono
enfadado—. ¡El ¡mató a su mujert
—¿Puede usted probarlo? —preguntó Tom.
— Naturalmente que sí. Todos escuchamos
la pelea en el bar. y luego él dijo que no
quería verla.
—Pero eso no es una prueba —dijo Tom.
—iPara mí sí lo csl
—Y para mi —dijo la señora de las pastas,
ciñéndose la bata azul al cuerpo-—. No se
olvide que la noche anterior también estuvic-
rou discutiendo en su departamento.
—-Usted no estaba alli y, por tanto. no
puede saber lo que sucedió —dijo Tom,
—Pero yo si que estaba —dijo el mozo.
i ¡camente a Tom y al
nerviosa.

Uevaba una bata de lana sobre un cami
10. y las lágrimas habían dest
s—. Parecía una pelea

violenta

— Si, supongo que asi fue —¿ijo Com con
calma. Le repugnaba pensar que Richard

72

Saks fuera el asesino. Sin embargo, todas las
sospechas recaían subre él. Y, para colmo de
males, Tom recordó de pronto la conversa-
ción mantenida durante el desayuno. Las
cosas se pondrían peor para Richard Saks,
pero no podía ocultar ningún detalle a la
policia—. Hay algo más - «dijo cantrariado,

—¿De qué se trata?

—Mi amigo y yo tomemos esta mañanu el
desayuay con el señor Saks y su muler. Ella
dijo que quería ser libre de nuevo para
volver a Hollywood. y el señor Saks pareció
muy enfadado.

El hombre bujo y gordo golpeó la mesa
con la mano.

— ¡Ahí tiene el motivo! —dijo alzando la
voz-— El sabía que iba a perder a su mujer

por vivir tan de cerca una investigación por
asesinato. Miraba fascinado al polícia. mien-
tras éste leia sus nolas:

—Saks y su mujer discutieran en su depar-

73

tamento. Ayer po!
desayuno. Ja mujer manifestó
seo de deja Por la nuche se Ios 0
discutir en el bar ye

miro a su redire
ahora?

Algunas cabezas

—A medianoche, Richard $
el bar, muy bebido, y vol
mento. —El pol
anciana—. A In señora Ruggles la despertó
el lo de una violenta pelea y luego oyó
gritar, aterrorizada, a Catherine Saks, Gritó
Pidtendo ayuda y el Joven Tom Austen fue el
primero en acudir.

Tom se esforas por parecer modesto.

—Tom Austen vio a Richard que Ucvaba
eo sus manos un cuchillo ensangrentado.
que luego dejó caer. Segundos después. ct
hombre fue ceducido por el mozo del tren y
se descubrió a Catherine Saks en su departa
mento, muerta a puñaladas.

Tom sc estremeció, alegrámdose de no
haber visto el interior del departamento C.
Bra una cosa horrible imaginarse a aquella
bella mujer tendida en un charco de sangre.

74

—En descarga de Richard Saks —prostguió
jo—, hay que señalar que él niega
haber asesinado a su mujer. Dice que la
encontró muerta, que cogió el cuchillo y que
salió ul pasillo para pedir ayuda, Reconoce,
n embargo, que estaba bebido y afirma que
tiene un recuerdo muy borroso de los hechos.
Tom se acordó de Ricbacd Saks, sentado
en el bur, mirando'su vaso. St al menos se
kubiera Ido a la cama cuando él se detuvo
para darle las buenas noches... Desgraciada-
rente, Tom recordó de repente otro detalle...
—Perdone. señor —dijo—-, pero acabo de
recordar algo. Esta noche. cuando le di las
buenas noches a Richard Saks. me ralró con
isieze y me dijo que para & no Iban a ser
tan buenas.
Hl hombre bajo y gordo 1alró el policía.
—/Y uhora qué? ~ preguntó, camo si se
dirigiera a un niño —, ¿Me vo usted'a hacer
ahora y ve a acusar a Saks de asesinato?

bajo sospecha de asesinato.
so está mejor. «-Fl hombre miró aire

75

dedor=». Todds nosotros somos contribuyca-
tes, porto que tenemos derecho a asegurar-
nos de que Ta policía actúa eficazmente.

La señora de las pastas asintió y se puso
de pie.

= Podemos fenos ya? -—pregurtó al poll-
cle—..Nós ban tenido sia dormir media
noch:

«SÍ; ya pueden Irse.

Mientras salía la gente, Tom observó que *

el póltcío movia la cabeza disgustado. No era
dé extrañar, no le gustaba que se intorlirie~
ran cuando se trataba de aclarar los hechos
relacionados con un ascelnato. Tom regresó
su liters, profundamente impresionado por
los sucesos de aquella noche. La cura de
Dietmar asomó por entre las cortinas.

—¿Es verdad que hau matado a Catherine
Saks? -- pergunió,

Tom asiutió.

Espero quo whorquett 5 65e tps.

—tA quién?

A su marido.

-—¿Cómo sabes tú que la ha matado él?

—Hs evidente. Se parece a los asesinos que
so ven en la televisión.

—Muy listo; Dietmar...

76

fas de sol y una
los puso y se

nato! —dijo el mu-
voz me emos mada.

do el cuche-cama de Tom.
si.
—Pucs un muchacho ha matado ahí a
su madre a pn das. Le encerraron en un

departamento hasta que el tru llegara: agus,
poro se escapó e hirió a unas personas que
Intentaron detenerle.

Tom wiró al muchacho, sin poder creer to
que ofa.

—{Ves esa ventanilla? Abi es donde Hunk

mirada perdida, como si estuviera loco. Al-
gulen sujetó entonces al muchacho, pero se
escup6, y ahora debe ander escondido en
algún lugar del tren,

El chico dejó de hablar, con la respiración
entrecortada por la emoción.

— ¿Por qué no te vas a casa? to dijo
Yom—. lise muchacho puede escaparse del
tren y herirte con el cuchillo,

El chico se echó a reír.

—No ıne perdería esto por nada del mundo,

—Bien, vay a echar un vistazo,

—De acuerdo,

Tom se medió las manos en los bolsillos de
la chaqueto y se puso a pasear por el andén.
Hubo un pegueño revuelo en la multitud y
vio a dos hombres que se acercaban con una
camille. Se oyeron murmullos y la gente se
puso de puntilles para murar. mientras Jos

78

hombres subiau al Lren. Minutos después.

asaron por deiwas de la
cron al coche de la po

sado en el asiento del coche. Entró luego el
policia. puso en marcha el motor y arrancó
rápidamente, levantando las ruedas una au-
be de polvo en el aire templado de la noche.
Tom se dio la vuelta y regresó despacio al
tren, sin poder olvidar la tristeza que refleja-
bin los ojos de Richard Saks.

so

A LA MANANA siguicnte el so! brillaba
con fuerza. Tom se despertó, poco 1 poco.
recordando el asesinato con una enorme
angustia en el corazón. ¡Pobre Richard Saks!

Abrió los ojos y cchó un vistazo por la
ventanilla, Una inmensa y maciza montaña
se elevabu hacia el cielo. Se sentó. pregun-
tändose qué habría sido de la llanura, cuan-
do cayó en la cuenta de que el tren estaba
atravesando las Montañas Rocosas.

la montaña que tenía ante sí era una
cnorme mole pétrea. cuya cima se clevaha

acta las nubes. A sus laderas sc alerraban
verdes basques, que sc extendían por el valle
que el Canudian Express cruzaba.

Tom se vistló, disfrutando al mismo tiem-
po de la vista. El tren subió con esfuerzo una
peufiente empinada, y luego siguió con pre-

a

temprano. Une de ellos era
gles; Mlevaba un vestido m
acampanadas y un chal
Tom u su mesa.

Buenos dis —dtjo el muchacho, sentän-

al ei valle.
SI que io es —dijo Tom, echando ua
snirada a x e la inves
que el tren

Fes. pero eso
nas per ama duraute

más tiemyo.
#2

ms
mm encargó cereal con leche y unas
tostadas. y luego se puso a mirar por la
ventanilla.

—Me gustarte que Richard Saks pudiese
estar mirando estas montañas, ea lugar de
estar pudriéndose en una celda.

—Sí, pobre hombre —la señora Ruggles sc
estremneció—, Pero, por favar, no hablemos
de eso, ¿Dónde vives?

peg. MI padre es policía.
jpeg. Tiencs
que fe a verme un día y tomaremos juntos
al té.

CH

—No tomó usted cl Iren en Brandon?

—Si, fui alli a visitar a unos a
Ahora voy a la costa, a ver à mi
—dijo la scñora Angeles, sonriendo fe.
Estoy descaudo verlos.

‘Tom se sirvió un poco de leche en el plato

de cereales y tomó In cachara, que brilló con
la luz del sol.
—Tiene usted una foto de ellas?
--¿De quiénes?
—De sits nietos.
, me pareve que no.
¿Qué raro! —dijo Tom sonriendo- -. Mis

abuelos tienen miles de fotos mias y de mi

cayó un despertador al
andando —bromes.

—iNo me digas!
—Bueno, es que es muy dificil que un rie
se pare.

Ta anciana se rió.
¿Conoces los chistes de Bubito? *

* Bobito (lle Morgui es un personaje popular en lo«
chistes de América del Norte, algo parecido a lo que aquí e
Jaimizo (N. 7.

2

—No mintió Tora—. ¿Quiere contarme.
alguno?”

--De ucuerdo —dijo la sefioru Ruggles,
encantada—, ¿Para qué se llevó Boblto ave-
a a Ja cama?

No sé... Me doy por vencido.

-—Para alímentar sus sueños.

Tom se ré.

—Muy bueno —dijo.

Sonrieado, Tom puso un poco de merme-
lada en la tostada y dijo:

—Adán, Eva y Pellizcame fueron al elo a
nadar. Adán y Eva se ahogaron, ¿quién se
salé?

~Pelltacame.

“De acuerdo —dijo Tom, alargando In
sudo ligeramente a la anciana

jo Ir señora Ruggles
et té, ccgi el bastón y se

mi departamento fuego y te daró unos bom-
bones y contexeruos chistes.
—De acuerdo -—dijo Tom—. La veré Inego,
La auciana se fue cojeando, upoyándose
en sa bastón. Cuando se hubo ido, Tom miró-

as

abajo, al valle, donde se divisuban unas
coches pequeñitos circulando por una auto-
pista. Lucgo, todo se volvió oscuxe.

Se encendieron las luces del vagôn-restau
rante y Tom comprendió que el tren había
entrado en un túnel, Se acercó a la ventaul-
Ya y vio que las luces del tren producian
destellos en lus rocas dentadas de la pared
del túnel. Poros minutos después. la haz del
sul dio de lleno sobre el rostro de Tom.
moteständole en ios ojos. Terminé su tosta-
da, se levantó y se dirigió hacia su vagón.
Al llegar a & vio, a la puerta de un
departamento, a un niño que llevaba una
gorra de béisbol. Fl mozo viejo estaba hacien-
do las camas. El niño se volvió hacia Tom y
sacó una pistola de agua.

Alto! —gritó.

Sonziendo, Tom levantó dos brazos. El chi-
co disparó, mojaudo la camisa de Tom, y
luego se dio media yúclta y se fue corriendo.

El mozo se echá a reis.

—Fse chico" leva una hora dándome lo
lata. Le cortaria las manos...

Tom sonrió cortésmente, recordando con
desagrado el cuchillo que se habia utilizado
contra Catherine Saks.

86

ay alguna noticia más del ascsinato?
—preguntó
No, ningu mozo, con aquel
ilbido especial debido al hueco que tenia en
los dientes superiores—. Me figuro que esc
tipo pasará el resto de su vida en prisión

‘rom miró hacia el pasillo y vio al chico
que se acercaba cautelosimente hacia él
con la pistola. Descubierto, el chico disparó
rápidamente y retrocedió. Secándose el agua
de la cara. Tom sc preguntó cómo podia
Jguien parecer Lan inocente y ser, en reali-
dad, un incordio tan grande.

Una vez que terminó su trabajo en el
departamento. el mozo encendió un cigarrillo.

—Anoche, mientras declaraba, estaba muy
nerviosa —dijo,

¿Par qué?

—Hombre. se supone que por la noche yo
deberia estar sentado en un asiento que hay
en el pasillo, por si alguien desea alguna
cosa. Si anoche yo hubiera estado cn mi sitio
habria escuchado la pelea y hubiera podido

—tichando un sueño en el departamen-
to Y. DI mozo aspiró de su rillo y

87

luego movió la cabeza—. Si el cevisor lo
averigua, me la gano.

—Bueno, yo 10 se lo voy u decir —dijo
‘Tom, Ya sc iba a marchar, cuando se vi
con curiosidad--. Me figuro quo seria hi
ble el aspocto del departamento de aquel
mujer, ¿no?

—Figürese; había sangre por todas partes.
Y vómitos sobre el cuerpo.

¿Vómitos? —preguntd Tom, sorprendi-
do—. Creia que la babian matado a puña-
Jadas.

—Es cierto. Pero me figuro que aquel tipo
sc sentiría mal y se pondría enfermo.

Tom miró atentamente al mozo.

- -¿Recuerda algún olorespecial enel depar-
tamento?

—Claro que si; era horrible, con todos
aquellos vómitos. la sangre...

¿No notó un olor a almendras?
exozo muró sorprendido a Tom,

— ¡Olga! ¿Cómo lo sabe? ¿Entró usted ano-
che en el depurtumento?

Muy nervinso, pero haciendo porque no sc
le uolara, Tom sc encogió de hombros.

~No, no estuve alli, Digame. ¿está usted
seguro?
vs

--Tan seguro como del dia en que nacl.
Tardé media noche en quitar aquel olor.

Tom hizo un gesto al mozo, sut poder
contener su emoción.

—¡Un millón de gracias! —dijo.

Toni dio media vuelta y anduvo presuroso
por el vagón. Dietmer salia en aquel momen-
to de la litera superior, bostezando.

—Dietmar —dijo Tom—. Tengo noticias.

—¿Se está cayendo el cielo? —dijo Dietmar
surcásticamente,

—iRichard Saks es...! - dijo Tom, y se
detuvo. La señora de las pastus le estaba
mirando con los vidos atentos, Por poco
mete la pata otra vez— Ven —dijo a Diet-
mar. arrastrándolo al servicio.

—Quiero desayunar —protestó Dietmar.

A continuación abrió los grifos del
agua fría y de la caliente.
Ya soy vorcito para lavarme solo!
—dijo Dictonar.
—Fl ugua es solamente para que no nos
vigan —murmuré Tom.
TG sí que eres el que deberías estar en

ay

silencio. Austen —dijo Dietmar, riéndose.

~~ Escucha -- dijo Tom. con los ojos Jilata-
dus de cxcitación—, tHe descubierta que
ichard Sake no es el ases
Justa, entonces?

aser Esa

o les

Tada ei mundo es sos

Pur qué?

—Bscucha esto «Mo Tom bajando la
vor: Catherine Saks fhe envenenada con
same.

—-Quié dicho?

— Lo digo yo El roo me contó que habia
vomiios sobre au cuerpo y que ex el depar-
ento olía a almendras.

IN qué?

Ese olor. y el hecho de que ella vomitara
antes de morir, significan envesenandento
com cianuro,

—¿Y tu cómo lo sube:
ana), menos sarcástico ya

—Io lei en una novela policiasa

—(T y tas libros! —diju Dieuuar 200vie:
do la cabeza—. Yo creo que estás loco
Richard Saks maté a su mujer y ahora está
en la prisión. Además. ¿no murió apuñalada?

—pregunto Diet

so

ne la apuñalaron -—dljo Tom—.
pero después de muerta. Eso fue para ocultar
que la babian envenenado,

—Entonces, Richard Saks debi6 darle el
cianuro.
¿Par qué iba él a usar el veneno y el
ilo? No. alguien envenend a Catherine
Saks. y luego apuñaló el cadévec puru hacer
creer que Richard Saks había matado a su
mujer en un acceso de embriaguez,

— ¿Quién?
lo lo sé - tuva que admitir Tom.
Pero sospecha de todo el mundo, Por ejem
plo, la mujer ésa de las pastas podia haberle
dudo a Catherine Saks una pasta de choco-
Tale que contuvlera cianuro.

Dietmar se rió v wbrió la puerta del servicio

-—Me voy a desayunar —dijo, Luego, pe-
recló secordar elgo y cerró ln puerta==
Puede que tenga una piste para ti dijo en
voz baja.

¿De que se tra

nervioso.

—Anoche estaba yo junto a ucıa litera, la
1. 2 Inferior del coche 165, y ví a alguien
hablando entre sueños algo acerca de cueht
Mos ensangrentados y cadáveres.

—preguntó Tom. muy

#1

—Aguarda —dijo Tom. sacando del bolst-
Ho el cuaderno de notas que llevaba siempre

desayunar. Tom no sabía cómo seguir aque
la pista, por lo que decidió echar un vistazo
para ver quién ocupaba aquella litera, Al
sallr del servicio se dio cuenta, de repente, de
que precisamente en el cache 165. Y
eso no era todo: ¡la litera 0." 2 Inferior era la
suyal

Juróndose entre dientes que seguiria ade-
lante a pesar de la broma de Dictar, Tow
se dirigió a su asieato y se puso a tomar
unas notas sabre el asesinato. La primero
que hizo fue dibujar un esquema del coche
165, con indicaciones sobre las personas que
ocupaban las difecentes literas y los departa-
mentos. fuego anotó lo que habia visto y
oido la noche anterior, ust como lo que había
declarado 2 la polis Inalmente, Rnotó sus
sospechas de que Ca
cavenenada.

Tom se recostó en su as mirando el
cuaderno de motas. En
aquella maraña de hechos, es
que conducin al verdadero asesino.

92

ESQUEMA DEL COCHE CAMA

que descubrirlo entes de que el tren llegara
a Vancüver!

notas y
—Siento bal
co sacó un

defraudar al chico—. Si, tomaré uno.

Sonriendo feliz, el chico le ofreció el paque-
te. Tom cogió una pastilla de chicle y, al
intentar sacarla del puquete, sonó un zumbi-
do y notó un golpe seco en la mano.

Oh! -—gxito. Tom, dejando caer el pa-
quete.

El chico se echó a reir. recogió
el paquete trucado y desapar
instante. Al otro lado del pasillo, la señora de
las pastas intentaba disimular La risa.

Con la cara roja de vergúenza, Tom hizo
un esfuerzo para sonreir a la señora.

— ¡Ese chico...! —dijo— ¡Con qué gusto le
cortarfa la cabeza!

—INo serías capaal —dilo la señora, impre-
sionada. o

~Bueno, al menos un ple. Así podría
cogerle cuando intentara escaparse.

La mujer le miró con desprecio, resoplô y
volvió la cabeza, Tom pensó que sl fuese ella
la que estuviera tratando de descubrir al
asesino, él sería el primer sospechoso.

¡Ya había perdido bastante tiempo! Volvió

todos los hechos, buscando una
tras estaba enfrascado en el
mat con un palillo de dientes en la boca y se
dejó caer en su asiento.

9

—H asesinos el cocinero —dijo sonriendo.
«¡Vete a hacer gärgarast murmuró
Tom.

—¿Menes una lupa?

-— Para qué?

—Porque me gustaria verte gateando por
el suelo buscando alguna prueba. como ha-
ría Sherlock Holnes.

—1Muy graciosa! —Tom nunca se lo diria
a Dietmar. pero ya había estado pensando en
cómo hubiera abordado este caso Sherlock
Holmes. Seguramente habria empezado por
buscar alguna prucba a gatus—. [Tengo una
eat —dijo.

—Olvidala, antes de que sea tarde.

Tom se inclind hacia Dietmar.
—Voy a eutrar en el departamento C. a

buscar alguna prueba -~dijo en vox baja.
—¿Cómo?

A lo mejor la puerta no está cerrada con
Toni se incorporó -—. ¿Vienes?

sé --dijo Dietmer. apurentando
aburrimiento—. Está bi tigo.

Tom emprendió la marcha hacia el depar-
tamento C. Miró a un lado y otro del pi
y luego Intentó abrir la puerta, pero esta
cerrada.

—iDemonios! —dijo—. ¡Qué mala pata!

—¿Por qué no le dices al mozo que te abra

—Buena (dea, Dietmar. A lo mejor te
contrato como ayudante.

El mozo estaba acupado en el departamen-
to A. pero Tom no vio schales de su ocupan-
te, el hombre del maletin. Se pregun
rante un instante por qué no había visto
ese.hombre por allí últimamente, y luego sc
dirigió al mozo.

Hola —díjo—. ¿Cómo le va?

—tistupendamente, amigo. Me dijeron que
volviste a caer en la trampa de ese chico, el
del chicle.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Dietmar.

—Nada —dijo Tom — Escuche, podria
hacerme un favor?

—¿De qué se trata?

—De que me deje entrar en el departamen-
to C.

El mozo se echó a reir.

Hombre, eres un muchacho sediento de
sangre.

Intentando disimular el verdadero motivo
por el que quería entrar en el departamento.
Tom sacó los dientes como Drácula.

= ¡Saneangre! (Sasauangre! —sasurró- -.
¡Dadine sanauangret

9

El mozo sacó un llavero del bolsillo.
—De acuerdo, pero no tardes.
—Descuide —dijo Tom.

El mozo se dirigió
to €.

la el departamen-
licatras abría, Tom se estremeció,
‚do por lo que veria dentro. Pero
el mozo había trabajado duro para limplar el
departamento y el sol entraba alegremente a
través de la ventanilla,

—No hay nada que ver —dijo Dietmar;
decepcionado.

Tom abrió la puerta del servicio y miró
dentro, Nuda. Husmed en el pequeño arma-
que habia sobre el lavabo, pero el em-
lo habia realizado su trabajo u concien-
cla. Desanimado, recorrió la vista la
lo y se dirigió hucia la

a versi habla huellas dactilares.

—Tengo que regresar a mi trabajo —dijo
el mozo.

Est bien dijo Toi
apartó de la veutan
cenicero adosado a
une col

— Aquí hay alga que usted se ha dejado
—dijo Tom.

decepcionado. Se
y vio un pequeño
pared, Dentwo había

#7

—¿Qué? —Bl moro s
echó a reic—- ¡Una colilla! Amigo. me
de que no seas el presidente del ferrocai
porque en caso contrario estaría perdido. En
fin. voy a quitarla.

No, déjeme a mi —dijo Tom, cuglendo
rápidamente la coblla, La guardó eu un
bolsillo y sonrió al mozo--. ¡Bueno. muchas
gracias, amigo!

Hasta luego —dijo el mozo,

La señora de las pastas les miró sospecho-
samente cuando regresaron a sus asientos,
por lo que Tom condujo a Dietmar hasta el
servicio. Cerró la puerta, abrió los grifos y
sacó la cotilla del bolsillo.

Esto puede ser una pista —di
esperanza.

—No —replicó Dietmar. Eso es una
colllla..

Tom examinó cuidados
Intentando leer la marca

—Creo que pone Players « dijo—. pero
esta mancha de lápiz de labios tapa el nombre

—-¿Qué marca fumaba Catherine Saks du
rante el desayuno?

—No lo sé —dijo Tom. avergonzado de
poca habilidad como detective. Siempre ba-

ow

bia leído que tenía qu
dor. pero esta vez habia f
en sus recuerdos de la mesa del desayuno,
pero todo lo que hubiera podido decir cra lo
elegente que resultaba Catherine Suks fuman
do con su b —. En fin suspiró.
quizá no tenga importancia,

Regresó con Dictmar a su asiento y sacé
la maleta. de donde extrajo uno de los sobres
que le había dado su madre para que eseri-
biera a su casa. Introdujo en
luego escribió en el sobre la feel

sus inictales. Lo guardó en el bolsillo y sucó
su cuaderno de notas.

—Vuelta a empezar —dijo tristemente.

Ya te lo dije —dija Dietmar. poniendo
las pies sobre el asiento de Tom— La mató
el cocinero.

Al poco rato Dieuner estaba dormido. Tom
se enftuscó demasiado en su cuaderno de
notas como para disfrutar de la belleza de las

montañas. Acababa justamente de pasar un *

camorero svunciando la comida, mientras
Dietmar dormía « plerna suelta, cuando Tom
chasqued los dedos y levantó la vista entustas-
mado,

—Forovidablel —dijo para sí—. ¡Creo que
ya lo tengo!

100

Tom ngarro à Dielmar por el brazo.

—iRapidot —dijo --. ;Despiéctatel

Dietmar al ojos, asustado.

- - ¿Qué pasa? —preguntó---. ¿Otro asesinas
to?

—iNo, no! contesté Tom, mostrándale
el cuaderao de notas— ¡Lo he descubierto!

Al otro lado del pasillo, la señora de las
pastas cerró de golpc cl libro que estaba
levendo

se va a creer que estamos
etmar—, pues siempre nos ve

iA la porra con ella! —dija Tom.

excitado que se olvidó de abrir los grifos~,
¡Va sé quién es el asesino!
—¿Quiéni

—Tado está aqui — dija ‘Lox
el cuadoruo de notas—. Cui
do al bingo. ese

—No lo veo claro.

Dietmar, pero éste se limitó a quedársele
mirando—. ¿No has leido nada de Agatha
Christie?

—No.

—iBres un inculto! —dijo Tom moviendo
la cabeza—. Bicu, en sus novelas policiacas

—Sigo sin ve
— Yo creo que Catherine Saks hizo algo

uralo en Hollywood. Esc hombre se enteró de
ello y tiene todos los detalies en los papeles
que lova en el maletin. Por eso na lo
nunca de su vista, Amenazó con
toda, por lo que Richard Saks pagó el chan-
taje. pero el hombre dcbió seguir pidiendo
més y más dinero, hasta que Richard Saks le
amenazó con ir a la policia

—Hasta ahora, de acuerdo.

—Ia noche en que estuvimos Jugando at
bingo, ese hombre siguió a Catherine Saks
hasta su departamento y la envenené. Lue-
go, la apuñaló para hacer creer que Richard
Saks era el asesino. De esta forma nadie
«xecría a Saks si decía que le esteban chanta-
jeando.

—Bueno —dijo Dietmar—, resulta un po-
co complicado, pero todo parece encajar.
¿Vas a decirsclo al revisor?

—Si, pero primero quiero conseguir algu-
nas pruebas. Voy a ver a ese hombre y
hacerle unas cuantas preguntas; luego inten-
Loc elas un sao a lo que leva en el
| pudiera ver csos papeles. causan-
tes del chantaje. podria considerar cercado cl
caso.

Dietmar tragó saliva. nervioso.

104

matará a

pes. No tomaré nada que

esté envenenado.

La puerta del servicio chirrió al abrirla
Tom. Anteriormente uo había notado el
chirrido, pero ahora sus nervios estaban en

tensión. Miró adelante y atrás por cl pi
gl presuroso a su asiento, con

corazón latiéndole con fuerza. Una cosa era
leer las historias de los hermanos Hardy, y
Otra muy distinta estar de verdad tras la
pista de un asesino.

--¿Cuál va a ser el próximo paso?

—Voy a buscar a ese hombre —respondió
Tom. Deséame suerte,

—De acuerdo, pero ten cuidado.

‘Tom se guardó el cuaderno de notas en el

No

ver a Tom.
¡Hol
una bat

ficulat —diio—. ¿Vas al bar por
de sangre?


105

—Quizá más torde. Ahora voy a ver ul
sefior del departamento A.

—Pues no vas u poderle ver.

—¿Por qué no?

—Porque acaba de irse al vagón-restau-
rante para almorzar,

—Vayal --dijo Tom. contrarisdo—. Rue-
no. yo también tengo hanbre, Creo que voy
a ir a tomarme un buen Alcıe.

Camino del coche-restaurante, Tom se de-
tuvo a comprobar sus finanzas. Sus padres
sólo le habian dado dinero para que se
tomara una hamburguesa a la hora del
almuerzo, pero él tenía que seguir al hombre
del maletín. En fin, sc gastaria ahora el
nero de la cena y pasaria hambre por la
noche,

En el vagón-restanrante divisé a la señora
Ruggles sentada sola ante una taza de té.
Ella le sonrió contenta y le hizo una seña,
pero en aquel momento vio al hombre del
maletín, solo, eu otra mesa.

Tom se dirigió lentumente hacia la señora
Ruggles.

—;Holat —«ijo. buscando afanosamente
una excusa.

- Siéntate, por favor —dijo la señora Rup-

106

ges. — Es una suerte que aparezcas Justa-
mente cuando empezaba « sentirme sala,

—Me encantaria s sted, pero
no puedo.

—iOh! - -dijo la sedura Ruggles, siu poder
disimnlar su contrariedad—. ¿No vas a almor
zar?

Si, pero... - -a Tom comenzaba a ardecle
el rostro—. —Yo.... es que prometi alınorzar
con otra persor
Evidentemente, la señora Ruggles
intiendo, pero
te veré luego.
—-Seguro —dijo Tom, avergonzado.

Se alejó, sintiendo mucho haber t
que berir Jos sentimientos de la anciana,
pero un detective no debe ajustarse a ningu-
na norma

El hombre del maletín estaba leyeado una

fingiendo estar mirando por la ventanilla,
Tom. sentándose a la me-
à sted?

apretón de manos de aquel bomb
do y débil —. O señor Hope. o sehen

¿Nombres supuestos? Tom frunck
tc, acrecentándose sus sospechas; observó el

. pero,
el queris dar

lo queriendo despert
perder interés y cogió
la carta. El plato más barato ern la

ope y Chustty: Fe, Esperan y Caridad, respec
‘canteBlano IN.

tortilla española y. aunque no le apetecía
nada, tenía que pedir ulgo.

—Sil —prosiguió el señor Faith, haciendo
un gesto—. Uno se forma sus propios sueños
y es capaz de llegar basta las estrellas.

¿Estaría loco aquel tipo? A lo mejor, el
cometer aquel horrible crimen le había pues-
to al borde de la Jocura. Tom miró « su
alrededor para ver quién podría ayudarle en
caso de necesidad, pero la señora Ruggles
estaba sola. y al
ció, entre los demás, fue al hombre bajo y
gordo, que parecía dormitar bajo los rayos
del sol.

Mientras esperaba a que le sirvieran la
tortilla española, Tom estudió vartos méto-
dos de aproximación. decidiéndose finalmeu-
te por el ataque directo.

—+¿Conoce usted a Richard Saks?

Sorprendido, el hombre aparto su mirada
de la ventanilla.

de Richard Saks.
El señor Faith se rió amargamente.
—Por supuesto que na —dijo—. Le odio.
Tom se quedó sin saber qué decir, sorprei
dido al comprobar que su teoría era ci

109

Mientras miraba al señor
camarero can un plato
humeante masa amarill
—Su tortilla, señor -dijo el camarero,
dejando el plato sobre el mantel
—Gracias ai
la tortilla,

ith, llegó an
mtenix una

or Faith sonrió paco amistosamente.
1 appétit —dijo alzaudo su vaso de
agua.

Bon appétit. La misma frase que le habia
dicho el camarero del vagôn-restaurante du-
santo el desayuno. A lo mejor los dos hom-
bres eran cómplices del crimen y podía haber
sido el camarero cl que le sirvicra a Catheri-
ne Saks ta comida envenenada que la hi
matado. Con manos temblorosas, Tom
la vista hacia la tortilla, felicitándose por no
Huber

—Entonces, ¿por qué malgustas el dinero,
pidiendo esa tortilla? ——dijo el señor Faith,
arrugando su pequeña boca con gesto de
desuprobación— Si fueses hijo mío, haría
que te la comieras.

Tom se estremeció. compadeciendo a quien
tuviese por padre al señor Palth. Miró por la
ventanilla y vio que la locomotora reducía la

idad a medida que se aproximaba a un
Temeroso de que aquel hombre le
hiclese algo mientras el tren estaba en el
túnel, echó su silla un poco hacía atrás.
dispuesto a echar a correr si fuera necesario.

—i0tre túnel, nal —dijo el señor Faith
casado el tren entró en la oscuridad y se
encendieron las luces del vagón-restauran-
te—. Esto es insoportable.

El tren continuó reduciendo la velocidad.
lo que aumentó el nerviosismo de Tom.
Durante un momento horrible pensó que, a

Sin embargo. respiró
del sol.

— Tómate
enfrie —ài
desperdiciarla.

cl señor Falth—. Na puedes

uu

‘Tom se sintió utrapado. No podía comerse
la tortilla envenenada, pero tampoco debia
levantar las sospechas de aquel hambre.
Cogió con lentitud el cuchillo y el tenedor.

condo desviar la atención de «quel hombre
de la tortilla
El vervicio de ferrocemtles ya es un

jo el señor Faith, mirando por la

tren entraba en otro túnel. Cuando se encen-
dieron las luces, levantó la mano y llamó
con los dedos.

—Venga aquí. por favor —dijo Mamando

Yom se volvió y divisé u un mozo que iba
a sentarse a comer a la mesa destinada à lov
empleados. Atendiendo la llamada del señor
Faith. se acercó.

—¿Qué desea, señor? --dijo.

—¿Por qué va tan despacio el tren?

—Están efectuando unas reparaciones en
los timeles, señor, y hay peligro de despren-

señor Faith retiró el
Ipeö ligeramente el

puño de la camisa y
na

cristal de su reloj—. Nos retrasamos primero
con ese condenado asesinato, y whora más
retraso. Tengo que estar en Vancúver lo
más pronto posi
señor —dijo el mozo, llevándose una
mano a le gorra -. Pues nada. le diré al
conductor que pedalce más fuerte.

—¡Vayu descarol —-dijo el señor Faith al
muxo, enrojeciendo-—. ¡Puedo hacer que lo
despidant

Si, señor. ¿Puedo almorzar, mientras
tanto?

El soñor Falth miró al mozo mientras se
retiraba, y luego al platy de Tora.

—Ya veo que se ha comido la tortilla.

vista de aquel hambre, envolvió In tortilla

Pasado el peligro. volvió Torn al ataque.

—¿Por qué adia usted a Richard Saks?
—pregunió, y esperó la respuesta del señor
Faith.

10h, mire! -—dijo éste señalando u través
de la ventanilla—. Mire qué maravilla,

Tom vio. Junto a un camino, un río en
cuyas vendes aguas se reflejaban los árboles
que bordeaban la orilla. Un pescador. con
botas hasta la cadera, estaba metido en el rio
y lanzaba la coña hacia una poza de aguas
profundas y frías.

-—Necesitaba dinero —dijo el señor
Faith—, por lo que ful a pedir un crédito al
banco del que era director Richard Saks, No
me quiso atender.

—¿Por qué?

— Dijo que exa demasiado rlesgo —respon-
dió el señor Paith—, y que si necesitaba
dinero debia conseguir primero un trabajo.

— ¿No liene usted trabajo?

No tengo un trabajo normal. como con
ducir un autobús o sacar muelas. El señor
Faith hizo una pausa y bebió un poco de
agna—. Trabajo por mi cuenta y sólo cousi
go dinero de vez en cuando. Por eso necest-
taba el préstamo.

114

La evidencia era cada vez más clara. Todo
lo que decía cl señor Faith demostraba que
era un chantajista cou un buen motivo para
querer vengarse de Richard Saks. Tan sólo
faltaba saber el contenido del maletín.

—Richard Saks cs un canalla -—prosiguió
el señor Faith—, Por su culpa fue u la cárcel
una persona invcente.

—¿Qué pasó?

—Hace unos años desapareció algún dine-
ro de su banco, lo que quiere decir que fue
robado por alguien que trabajaba allí. La
policía sospechó de Richard Saks, pero en el
jutcio salieron. a reluci: muchas cosas que
hicteron recaer las calpas sobre una cajera.
A ella la metieron en la cárcel y Richard
Saks quedó libre. Pero mucha gente plensa
que fue él.

—¿Hubo alguna prueba de ello?

—No, pero era la tipica jugada sucia que
un jefe es capaz de prepurar. —La tensión
había vuelto al rostro del Faith que
tenía contraida la piel de alrededor de
ojos y de la hoca—. No bay que Barse au
de un hombre que tiene una

—Bn In —dijo Tom tranquilamente—. ya
ao la tiene.

us

—Bu es verdad —<dyjo el hombre del row
== Y no puedo decir que lo sient
se acercaba. Tom levantó la vista
y vio al mozo, con la gorra en la mano,

—Perdone, schor —dijo al señor Faith
peto debe saber que pararemos quince minu-
tos ea el pueblo al que estamos llegurdo.
Siento la molestia, pero la locumotora debe
aprovislonarse de gasóleo.

Ya sé cómo funcionan estas locomolo-
ras —dijo el señor Faith con acritud—. En
todo caso, me vendrá bien bajar a dar un
paseo, Jejos de mozos descarados,

—né con usted -—dijo Tom, levantándose.

—Preliero ir solo. —El señor Faith se
ttmpló delicadamente la boca con la serville-
letin de su regazo y se puso en
pie—. Adiós, muchacho.

El señor Faith dejó dinero sobre la mesa y
se marchó. con la cadena sujeta siempre a
su muñeca. Tom contó rápidamente el dine-
ro necesario para pagar la tortilla y salió tras
el señor Fait]

Lo encontró en el descansilla que había
entre el vagön-restaurante y el primer coche
ido a que se detuviera el uren.

os chirridos de las ruedas

impedian hablar, por lo que ‘Tom sonrió al
señorPaith y se puso a mirar por la ventanilla.
El tren se detuvo en una pequeña estación
de ladrillos rojos, Dermot, el moza joven.
a la rejilla metálica que

cubra los escalones, y descendió al anden,
—iQuince minutos de parada! —grieó, al
tempo que el señor Faith bajaba rápidamen-

te del tren.

Tom alcanzó al señor del maletin en el
andén y anduvo a su paso,

, mire esos. pleas! dijo Tom, seña-
undo las cumbres nevadas que brillaban en
al y

se metió entre dos
coches que habia en el aparcamie:

es casas de madera
—4Por qué va usted a Vancúver? —pre-
guntó Tom.

117

El señor Faith se detuvo y miró a Tom. Se
produjo una larga pausa, en la que sólo se
vía el chirrido de un columplo ca un jardin
cercano, y luego al señor Faith sacó una
moneda del bolsillo

—{Por qué no va a tomarse un refresco?

dijo, ofreciéndole la moneda.

—Graclas. pero aquí no veo ningún café.

El señor Faith se volvió impaciente, »alran-
do la calle arriba y abaj

—Allil —dijo triunfalmente, señalando
hacia un viejo edificio con un parpadeante
anuncio de neón que decía Care.

—Tiene un aspecto horrible --dijo Tom,
mirando el café Me da miedo tr solo.

Vamos —dijo el señor Faith, tomando a
Tom por el brazo—. Le compraré un refresco
y asi me dejará en paz.

‘Tom no estaba dispuesto a dejarlo en paz
aungue no dijo vada. Pegándose como una
lapa al señor Faith. estaba sometiéndole,

cometía algún error, a lo mejor, podría con-
segule Tom la prueba definitiva.
El señor Faith abrió la puerta del café y

ma

ntraron dentro de una habitación

dad, y vio una camarera que
uniforme muy sucio,

— ¿Del tren? - -pregurió--. ¿Qué desean?

—Un refresco para este Joven - «dijo el
señor Faith—; para mi un café, sl está calien-
te y es de hoy.

La mujer miró con enfado al señor Faith y
se volvió para abrir un véntanuco que daba
a la cocina.

— ia refresco y un calé! ---gritd, y volvió
a cerrar,

El señor Faith se sentó Junto al mostrador,
colocando el maletín en su regazo. Tom sc
sentó en un taburete. Su acormpañante tomó
una servilleta de papel y limpió con cuidado
el mostrador.

—2Ponemos algo de
señalando un tocadiscos
cén del café.

—Rock and roll —murmuré el señor Faith
Luego se dirigió a la cumarera—: ¿Dónde
está el servicio, por favor?

—Por allí —dijo la mujer, señalando una
Puerta.

El señor Faith se puso de ple y desapareció
ras Ju puerta. Tom vio, por un instante, una
cocina y un hombre con gorro de cocinero.
inclinado subre el horno. Se cerró la puerta.
Tom dio media vuelta en el taburete y sc
acercó a ver los titulos de los discas.

—Aquí dene su relresco —le Uamd la
cemarera—-, Tömeselo rápido, porque el tren
va a salir enseguida.

—Gractas ——dijo Tom, sunrléndole, Su re-
fresco aguardaba en un vaso alto, sobre el
mostrador, Junto a la taza de café. Pero no
había ni rastro del señor Faith.

Tom se sentó, mirando nerviosamente ha-
cia la puerta de la cocina, El soñor Faith no
tendría tiempo de tomarse el café si no se
apresuraba. Tomó una pajita, que introdujo
eu el vaso, y sc entretuvo moviendo con ella
los cubitos de hielo, mientras se preguntaba
por qué tardaría tanto aquel hombre.

—Bébasela —dijo la camarera—, dése
prisa.

¿Dónde estaría el señor Faith? Habían
pasado yu casi los quince minutos y aún
tenían que regresar a la estación. Tom se
ind para tomarse el refresca. pero estaba
demasiado nervioso pensando en el tren.

120

Apartó el vaso y se puso de ple.

a la mujer

Esta señaló bacla la bebida y comenzó a
decir algo, pero cruzado ya la
Una surtén se

cro estaba fregan-
do una enorme cacerola en un fregadero
llena de agua sucia.

—¿Dónde está el servicio? preguntó Tom.
al cocinero.

Sacó éste una mano chorreando agua y
señaló hacta una puerta. Fl camino hacia el
servicio estaba atestado de trapos de limple-
za, escobas y cajas. Tom lo recorrió lo más
rápidamente que pudo y llamó a la puerta.

—iSeñor Faith! Hemos de damos prisa. El
treu está a punto de

=I pamo y adn
vacío.

1

Tom miró dentro del cuartucho, cerró la
puerta de golpe y se dirigió al cocinero,

—¿Adónde se ha Ido? —preguntó desespe-
radamente.

El hombre no pareció escucharle. Quitó el
tapón del fregadero y se quedó mirundo
cómo se vaciaba lentamente del agua sucia.

— ¡Por favor! —dijo Tom-—, ¿Adónde se
ha ido el hombre que estaba aqui?

El cocinero cogió una toalla que estaba
colgada encima del fregadero y comenzó a
securse cuidadosamente las manos, Al mis-
mo tiempo, hizu un gesto con la cabeza,

—iPor fav —repitié Tom—. ¡Ayúdeme!

EI hombre repitió el gesto y. esta vez, Tom
se dio cuenta de que le estaba señalando
hacia una puerta medio ocult uu rincón.
Corrió hucia ella. mientras oia el ruido final

123

que hacía al salir el agua de) fregadero. y
abrió la puerta.

La tuz del sol le dio de lleno en el rostro.
Cegado, dio un trasplés. Comenzó a distin-
guie las paredes, un coche, unos árboles, y
en ese momento oyó el silbido del tren.

Echó a correr. Se oyó otro silbido, como
un aviso para que se apresurase, Los ojos de
Tom se fueron acostumbrando a la luz del
sul, pero atin le escocian mientras corría por
la sucia callo que llevaba a la estación.

Dos mujeres hablaban, riéndose, a la puer-
ta de una casa, sin sospechar el apuro del
muchucho que pasó corriendo junto a ellas,
¡Habia sido engañado no sólo para que per-
diera el tren, sino para que no stguiese
investigando sobre el asesinatı
creer lo que había sucedido, nu
el aparcamiento de la estación, al mismo
tiempo que se oia el pitido final del treo.

kl mozo viejo en la portezuela det
coche cama, haciéndole señas con la mano.

- Vamos, hombre! —grttó—, ¡Mueva esos
plest

Con la respiración entrecortada. Tom
irrumpió en el andén, tropezando, y llegó al
coche cama. Vio que el moro hacia una seña

124

hacia la locomotora, y luego le ayudó a
subir. El treo se puso en marcha.
Ya era hora —dijo el mozo—. He tenido
que cetrasar un poco la salida del tren.
—racins —jadeé Tom, agarrándose con
fuerza a isamanus, mientras aspiraba aire
en sus pulmones.
le ha pasado? —le preguntó et

usted a tiempo, SI llega a perder el tren, me
hobiera perdido una buena propina.

‘Yom sonrió al muzo, sintiéndose felix de
w habia una persons en el ren en la
Donde estaría ahora el

Euith, pero también estaba enfadado, y cso le
ba algo de valar. No hubo respuesta. y
volvió a llamar de nuevo; miró luego arriba
y abajo par el pasillo, preguntándose dóude

baje y gordo. Tom siguió andando, pero el
pasillo era estrecho y aquel hombre se uproxi-
'maba como un elefante, dispuesto a aplastar-
le st no se apartaba de su camino. En el

time instante, vio un departemento con Ja
puerta abierta y entró en él, mientras el
hombre pasuba resoplando.

— Hola! ¿Has venido & verme?

10h, no! ¡Qué mala suertel

‘Tom se dio cuenta de que se había metido
en cl departamento de la señora Ruggles.
Recordó su promesu de te a ver a la anciana
para contarle unos chistes y tomar unos
Aulces. y la forma ea que la habla desuirado
cn el vagón-restaurante, y cerró los ojos con
resignación. No podía desairarla otra vez.

=¿Por qué Uró Bobito el reloj por la venta-

naz

Tom se volvió Jentamente, haciendo un
esinerzo pars sonreír,

126

La señora Ruggles estaba sentada y Lenta
un libro en su regazo.

—Porque queria ver volar el tiempo,

Tom logró soltar una carcajada con gran
esfuerzo, Estas cosas av les sucedian u los
hermanos Hardy, pero no podía volver a
herir los sentimientos de la anciana,

—Ahora te toca a ti —dijo ella, echándose
el chal alrededor de los hombros—. Cierra la
puerta y ven aquí.

Venciendo el deseo de salir corrieado del
departamento y continuar la búsqueda del
señor Faith, Tom cerró de mala gana la
puerta y se volvió hacta la señora Ruggles,
que sonrió anticipadamente a su chiste.

—Vamos a ver —dijo Tom—. Un chico
fue a la peluquería y el peluquero le pregua-
1ó si queria que le cortara el pelo. «Nos, dijo
el chico, «Quiero que me corte todos».

La señora Ruggles no captó el senrido del
chiste y sonció vagamente.

Moy gracioso -—dijo un poco coufun-

di

Si
tal de
resignó a perder media hora con ella

ado pena pur la poca agudeza men-
anciama y por su soledad, Tom se

de buscar al señor Faith. Se sentó freute a la

nF

señora Ruggles y pensó en algún chiste que
ella pudiera entender,

—Ahi va una adivinanza —dijo—, Usted
subo que un caballo anda con cuatro patas, ¿no?

Sí,

—¥ que una persona anda con dos piernas.

La señora Ruggles ostntió.

Ahora bien, ¿qué es lo que unda con
una pierna?

La anciana fruncié la frente, concentrán:
dose, pero no le sirvió de nada, Sonriendo
vencida, miró n Tom en demande de la
respuesta.

—¡Un zapato!

Esta vez si lo entendió y so rló de buena
guna, Cogió su bolso, sacó de él un bombón
para Tom y luego un paquete de cigarrillos.

~—éLe importa que fume? —preguntó.

Tom negó con la cabeza, Mientras chupa-
ba el rico chocolaie, echó un vistazo por el
departamento.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalando a
ulgo que parecía un busto con la cabeza
calva, y que estaba en el suelo, en ua rincón.

— 0h, eso! —la señora Ruggles encendió
un cigarrillo y agitó la cerilla hasta que se
apagó—. El soporte de una peluca.

120

—4X para qué sirve?
—Ahi se poue la peluca por la noche y así

pobre señora debía ser probablemente tan
calva como una bola de bilar, pero, coma es

de cambiar de tema.

—Déjame pensar —-dijo la señora Ruggles
distraída, aspirando el humo de su cigarri-
llo— Sabía muchos.

Mientras la anciana trataba de recordar
alguno. el treu entró en un tünel y redujo la
velocidad. #1 túnel era muy largo y Tom

sonrió al pensar on que debía estarle fasti-
diando al señor Faith la lentitud del tren.
Pero, ¿dónde se habría metido ese hombre?
—Tengo que teme pronto —dijo Tom.
—¿Por qué? —preguntó, disgustada, la
señora Ruggles.
‘Tom sonrió, un poco embarazado.
—Estoy trabajando en un caso —dijo timi-
damente.

129

—¿Un caso? ¿Qué quieres decir?

Sin pensarlo, lo saltó todo. Uno se sicnte
mejor si encuentra una persona agradable y
simpática con quien hablar, así que Tom
contó toda la historia del cianuro y del señor
Faith y de cómo estuvo a punto de perder el
tren y quedarse ubandonado en aquet pue-
blecito de la montaña,

—X por eso es por lo que no me pude
sentar con usted a la hora del almuerzo
— terminó Tom, contento de poder explicar
el motivo de su desaire.

Durante el relato, la señora Ruggles había
escuchado atentamente, asintiendo con la
cabeza y haciendo de vez en cuando alguna
pregunta, Cuando terminó Tom. encendió
otro cigarrillo y le miró atentamente,
luy Inteligente, sí señor —dijo—. Eres

un verdadero detective.
Tom sonrió feliz, incapaz de ocultar su
alegría.
—Quizó pueda usted ayudarme + dijo—.
Vayamos en busca del señor Faith y asted le

130

de pie y se dirigió al servicio—. Discúlpame
to. Si vamos a estar en público,
necesito pasarme el lápiz de labios.

Se cerró la puerta del servicio y Tom
siguió con el bombón. Durante su charla con
la señora Rugyles había consultado su cua-
demo de notas y ahora se puso a ojear las
páginas. recordando algunos detalles. Se dio
cuenta de que había olvidado anotar algo
sobre la colilla, por lo que sacó el sobre del
bolsillo y anotó co el cuaderno los datos del
sobre,

—¿Qué es eso? --pregunté la señora Rug-
sles, qué salía del servicio.

- Bueno. pensé que podría ser una prueba
—contestó Tom, abriendo y sacando la colk-
la—. La encontré en el departamento C.
pista?
el asesino podrí

lu marca roja de la e
na creo que el señor Fai
La señora Ruggles sr
—Espero que no.
—He tratado de averiguar la marca del
cigarrillo. pero el lápiz de labios ta tapa casí
por completo. En cualquier caso, es evidente

ui

—¿Qué ocurre?
Ruggles.

—¡Clarot ¡Catherine Saks usaba boquilla,
lo que significa que sus cigarrillos no toca-
ban sus labios. por lo que esta mancha de
lápiz de labios no puede ser suya!

—tiso no tiene sentido, Tom —dijo la
señora Ruggles, sentándose de nuevo en el
asiento y coglendo el bolso del suclo.

—Claro que lo tiene! —dijo Torn, excita-
do—. Aquella noche hubo otra mi
do en su departamento.

La señora Ruggles se

—Realmente, cso es

ciente porque la mente de la anclana -
nara tan lentamente, Trataba de encontrar
otra forma de explicare lo de la mancha de
lápiz de labios, cuaudo sus ajas se Mjaron en

12

una de las colillas, que aún bumeaba en el
cenicero— Será mojar que apugue eso —dijo,

--S1, claro.

La señora Ruggles cogió la colilla y la
aplastó con fuerza contra el cenicero. Mien-
tras lo hacía, Tora vio que tenía una mancha
roja de lápiz de lublos. Le invadió una seusa-
de frio y malestar y levantó la vista para
wilrar a la señora Ruggles.

a la cabeza y se quitó la peluca, dejando al
descubierto una espesa cabellera negra que
brillaba con la luz que cutraba por lu venta.
Ba. Al mismo tiempo, sacó un poqueño
revólver de su bolso y encañonó a Tom.

—Enborabuena —te dijo=. Acabas de
descubrir al asesino,

No wo entiendo —dijo Tom, que se sentía
confuso y avergonzado.

la señora Ruggles se puso de nuevo la
reluca, afustándola cuidadosamente.

—Unas horas més y bublera estado a
¡era del tren —dijo con una voz que
ya no era la de la anciana— No podía
Imagisarme que

pero estaba utrapudo,
—{Pur qué, usted? —dijo Tom. con tnste-

—Y tú a mí. Y he de decirte que tas
resuelto esto caso estupendamente.

—¿Me va u matar?

—Sólo st es necesario.

Tom miró al revólver, preguntándose si
debía laazarse sobre la anciana y tri de
batárselo, Peru no era una anciana y ya
ia asesinado a una persona.

--¿Quién es usted? —preguntó.

—Estate callado mientras plenso - dijo la
señora Ruggles. Hubo un largo slleucio y
go movió aûrmalivamente la cabeza
i. ese es un buen plan.

— ¿Quién es usted? —repltló Tom.

—Soy la cajera del banco.

—¿Qué? —dijo sorprendido Tom.

--El señor Faith estaba en lo clerto cuan-
do sospechó que Richard Saks me hubia
echado la culpa del robo a señora Ruggles
se inclinó hacia Tom— . Pero uo fue culpa de
Richard Saks, sino de la asquerosa Catheri-
ne. su mujer. Ella le obligé a hacerlo.

—¿Estovo usted con ella en Hollywood?

—St, fuimos juntas para ser actrices, peru
Catherine no valía. Se cansó de intentarlo e
insistió en que regresáramos a Winnipeg.
Siempre hacía lo que le duba la gana, nst que

136

y encontramos trabajo en

oradas de él. —La señor

Ruggles sar pero con uu gesto amargo

en la bocn- . 2Adivinas quién lo atrapó?
Tout recordó la forma en que Catherine

estar enamorada.
— Aquello no duró mucho. —La señora
Ruggles bajó la viste con un gesto triste, y
durante un se el revólver tembló en su
mano—. Todo lo que ella queria de Richi
era dinero, asi que le obligé a que lo e

—Hace dos
Catherine,

La señora Ruggles hizo unu pause, con

aire satisfecho.
-—Caiherine no. mi
después de su pelou con

simpatis. Catherine me contó todas sus pe-
nas y yo le di un bombón.

-—Envenenado con clanure —dijo Tom.

dose.
Ruggles asintió.

—Se lo ractió en la boca y empezó a
chuparlo, Entonces me quité ls peluca y le
sonrei. Cutherine solía deeir que yo era una
rola actriz, pero seguro que no pensaria eso
mientras se estaba muriendo.

Tom miró a la mujer, dóndose cuenta de
que tras el maquillaje y la peluca se escondía
una persona perves

—Una vez muerta, In apuñalé y me ful a
m! departamento. Cuando oi que
chacJ, pulse la alarma, pretextand:
bia escuchado una pelea.

Pura entonces. el re wr estaba apuntan-
do casi al suclo. Armändase de valor, Tom
hizo otra pregunta para que la señora Rug-
gies siguiera hablando.

1

hard Saks, ¿por qué
de ua asesinato?

—-Si usted queria a
quiso cargarlo con la cul

—Yo sólo quería que él sufriera un poco
todo lo que yo pasé. Cuando lleven el cadá-
erine u la ciudad. y le hagun ta
acontrarán el cianuro y el choco-
Tate en su estómago y sabrán que Richard no
fue cl asesino. Para entonces, la vieja señora
Ruggles ya no estaría en el tren, habría
desaparecido para siempre.

‘No, na lo conseguirás», pensó Tom. Ten-
só sus músculos, dispuesto o lanzarse contra
lla mujer, pero en ese momento se oyó llamar
a la puerta y ella levantó el revólver.

—¿Quién es? la señora Ruggles, con
la voz de señora mayor.

— El mozo, señora.
un poco de 187
tarde no, gracias.

¡lore que le traiga

- dijo la señora Rug-
Está conmigo un

nenndo. Su trabajo de detective le

138

bia metido eu va lío del que no
salir,

— Y ahora —dijo la señora Kuggles— ha
llegado el momento de eltmtaar al Joven

u Austen.
= Usted no disparará contra ini —dijo
Tom, tratando de parecer vallente.

—¿Te apuestas algo?

Sin dejar de encañonar a Tom. la señora
Ruggles se acercó a la ventanilla y miró
hacia la cabecera del tren.

-—kstupendo --dijo—.
oportunidad.

—-No podrá salir bien de esto —dijo Tom--
Entréguese a la policía.

La señora Ruggles se eco a reir.

—E£so suena a pelicule de televisión. Aha-

à ateatamente. muchacho. Vamos

hora tengo una

hace, Irá u la cárcel.
olvides que ya he matado a otra
persona. Un cadáver más no va a importar
mucho.

Tom sintió un escalofrie al rec

10

is que tapaba el cuerpo de Catheri-
do lu sacaron del tren. Sería
ubedeciera, porque, si uo, tautbién
él saldría del tren con los pies por delante.
—Abre la puerta.
‘Tom hizo lo que se le ordcuaba, esperando

policías aguardando a lu señora Ruggles,
para echarle el guante, peto el pasilla estaba

vacio y silencioso. a excepción del traqueteo
de las ruedas.

—iRäpido! -—dijo la señora Ruggles, em-
jando a Tom por dertás con sir bastón.
Recorrieron el pasillo y pasaron Junto u

las literas sin ver a nadie. Cuando llegaron a
la plataforma que habia entre el cuche-cama

cayó cn
do un túnel.

puerta exterior —dijo la señora
Ruggles.

Tom empezaba a comprender lo que ei
lorante, pero la mica
comprender que
el pestilo de la

debia obedecer. Leve

puerta y la abrió, escuchando el ruldo del

Tom levantó la escalera plegada y lu
hacia adelante, quedando listos los

la señora Ruggles. em-
bastön-- . Baja hasta

ler despacio, mien-
notora Denaba sn
miró asus:
ue el tren
¡ba despacio, le daba miedo saltar al vacio en
la oscuridad.

itd la señora Ruggles.
‘om se volvió y s0Ir6 a ía mujer.

—No puedo —dijo—. Me da miedo.

—¡Haz lo que te digo! —-dijo enfadadn le
señora Ruggles, adelantándose para empujar
a Tom con el bastón.

El miedo atenazaba a Tom.

No puedo saltar —di

bastón.

—iAhora verás si puedes!

La señora Ruggles bajó dos escalones tra-

142

esquivando el

tendo de empujar a Tom. pero éste esquiva-
ba el bastón.

La mujer bajó un escalón más, se echó
hacia adelante y empujó a Tom con la
mat mismo tiempo, Tom levantó el
brazo para defenderse y sus dedos se agarra-
ron al chal que ella llevabu; cayó hacia
atrás, agarcado al chal. y los dos rodaron
fuera del tren:

Algo metálico golpeó la espalda de Tom:
sintió un golpe en la cabeza y un estruendo
le ensordeció. Abrió ahogado la boca para
respirar, seguro de que se estaba muriendo,
y. por fin, abrió los ojos y via la borrosa
sombra de las ruedas del tren que pasaban

latidos, y vio a la señora Ruggles caida de
espaldas. Se sentó,

rida, y se arrastró

Luego sólo tubo silencio y oscuridad.
Tom trató de zafarse de la mano de la

13

sujeto con fuerza. Oia el
in, pero no dijo nada
go el revólver —taurmurd la señora
Ruggles—, Dame el arés miuimo motivo y
no dudaré en matarte.

para que su voz
web miedo que sentia. La fuerza
con que le aguraba el puño de aquella
mujer le hacia daño, y las piedras del suelo
del tine! se clavaban en sus rodillas; pero
sólo pensaba cu huir de aquel aire frie y
húmedo que le sofocaba.

—Ayddame a incorporarme -
fora Ruggles.

Ta seda de su viejo vestido ceujtó
tarse, apoyándose con fuerza en los hombros
de Tom. y luego él tiró de ella paru que se

‘nel voy a librurme de ú paras
Tom escuchó el eco de aqu
doras palabras, sabiendo que tenia que ac-

movimiento rápido éste se soltó de ella, dio
la vuelta y echó a correr.
—¡Vuelvel —grité la señora Ruggles.
Hubo un destello rojizo. se oyó un estam-

había disparado hacia el lugar de donde
venia el cuido de sus pisadas, y se quedó
quieto, aguardando con cemor. Sélo silencio
en la oscnridad mieutras trauscurrian woos
segundos interminables.

Luego, oyó unas pisadas.

La señora Ruggles se acercaba lentamente
en dirección suya. Tom distinguía sus pisa-
des cautelosas, que se dirigian hucia él en la
oscuridad. Can el corazón latiéndole acelera-
damente, se agachó. cogió una pledra y la
lanzó en dirección a la mujer.

enseguida escuchá el choque de la pieden
contra la pared del túnel. La senara Ruggles
dio un grity de sorpresa y disparó hacia el
lugar de donde el ruido, agean-
dándose el destello y el estampido del revöl-
ver en el interior del an

dad. Tom escuchuba, pendiente de cualquier
145

movimiento. y, Snalmente. percibió las plsa-
das cautelosas de la mujer. Se fue acercando,
crujtendo las pledras hajo sus pies, hasta que
Tom pudo oír su fuerte respiración.

Sus músculos estaban tensos por el miedo
cuando ella pasó junto a él. Las pisadas
continuaron en la oscuridad, hasta que se
detuvieron de repente,

De las vias del tren venia un ligero tem-

blor. Tom volvió la cabeza hacia atrás, escu- *

chando el creciente sonido que producían las
vias al terablar. Enseguida oyó un traqueteo
lejano, El ruido se hizo más fuerte, y una luz
lejana empezó a divisarse en la oscuridad del
túnel. ANA lejos, en el tónol, acercándose,
había una luz cuyos rayos iban desvanecien-
do poco a poco la oscuridad que rodeaba a
“Tom y a la señora Ruggles. Poco después ella
vio dónde estaba Tom y disparó.

Tom se agachó y cogió una piedra en cada
mano. Miró hacia la oscuridad. donde había
vido últimamente las pisadas, echó hacia
atrás un brazo y lanzó una piedra

La piedra se estrelló contra la pared del

energía, hacla el lugar donde habia visto el
146

destello del disparo. Esta vez oyó un grito de
dolor; Tom se dio la vuelta y echó a correr
en dirección a lu luz que se veía u lo lejos, y
en ese momento oyd otro estampido y el
silbido de una bale.

Tom agaclié la cabeza y aceleró la carrera.
Ta luz estaba ya cercana, reluciendo en Ja
oscuridad frente a él, y oyó el ruldo de un
motor. Unos segundos después, un foco lan-
26 sobre él su luz.

Respicando entrecortadamente, Tom se
lanzó hacia adelante. Cuanda el foco se hizo
mayor, levantó los brazos para Hamar la
atención y escuchó el chirrido del acero al
aplicar los frenos.

—¿Quién es usted? —grité un hombre.

Tom se pı los ojos de la luz del foco
y corrió Lacia la vor. Cuando pasó de la zuna

gada de herramientas. Fel
señaló con una mano el

137

El otro se agachó hacia Tom.

—Suba —dijo, ayudändole u subir.

—Tengan cuidado, que volver a disparar
—advirtló Tom.

La vagoneta se puso en marcha, ilucninan-
do con su foco los raíles, Al priacipio no
vieron ni rostro de la señora Ruggles, pero
enseyuido Tom distinguió una figura lejana
corriendo.

La vagoneta redujo la velocidad. A Toro le
retumbabu en los oídos el ruido del motor.

148

so # fa señora Ruggles. ésta dispu-
y la bala se perdió lejos
ra Ruggles se detuvo

EL arma se estrelló contra la parte delant
ta de la vagonete y rodó por el suelo del
túnel La señora Ruggles se volvió para
echar a correr. pero uno de los

la vegoneta y la
La, desesperada

‚ra Ruggles miro a Tom y le enseñó
no ensaugrentada.
que me hus hecho con una

10

La SUNORA Ruggles fuc atuda a la vago-
neta y ésta se deslizó rápidamente hasta salir

mensaje por radio al Canadian Express para
que se detuviera,

Ua vez que Tom prestó doclaración ante
ha policía y vio cómo se Ncvabua, debidamen-
te custodiada, a la señora Ruggles, los ocu-
pantes de la vageneta le condujeron hasta el
ten. que se encontraba detenido en un
apendero situado frente u un lugo rodeado de

teen para estirar las
fotos del paisa)

circular cumores acerca de Tom y de la
señora Ruggles, y cuando se detuvo la vago
neta. la rodeuron muchos rostros curiosos.

150

—¿Qué ha pasado? —preguntó Dietmar.
abriéndose paso entre los curiosos y dirigien-
dose a Tom.

—Poca cosa —respondió Tom--. Que me
caí del tren y estos amigos me han traído de
muevo,

Pero su modestia no era compartida poc
los ocupantes de la vagoncta, uno de los
cuales se puso de pie y se dirigió a la gente.

—Bite muchacho y nosotros somos unos
héroes —dijo orgullosamente—. ¡Hemos cap-
turado a un asesino!

—¿Quién? —preguntó algulen, y ensegui-
da surgieron otras preguntas —: ¿Dónde? ¿Por
qué? ¿Cuándo?

—1Un momento! —era el revisor. abrién-
dose paso entre los pasajeros— Que todo el
munda suba para que el tren pueda reem-
prender la marcha. Vayan ustedes al vagón-
restaurante. y alli este joven les podrá contar

ren, el camarero sirvió unos
refrescos, y Tom contó su historia u la gente
que abarcotaba el vagón-restaurante. Luego,
le hicieron preguntas para aclarar los puntos

a usted idea de que lu señora Rug-
151

gles había asesinado a Catherine Saks? —pre-
guntó un hombre.

--No -—admitió Tom—, aunque había al-
gunas pistas que deberian

—-¿Cuáles eran?

—Primero. la colilla con la mancha roja
de lapi de labios. Puesto que Cathertne Saks
funaba con boquilla, debía haberme Imagi-
nado que en el departamento C había esta-
do otra mujer.

152

“Tom hizo una pausa y bebió un sorbo de
guseosa.

—Durante el bingo. la señora Ruggles dijo
que Catherine Saks había tenido un papel
muy pequeño en una película. ¿Cómo sabía
ella los detalles exactos de la carrera cinema-
tográfica de una desconocida? Esta fue una
señal evidente que se me escapó, junto cou
el hecho. que resultaba extrafio, de que la
señora Ruggles no tuviera ninguna foto de
sas nictos, a los que decía que Iba a visitar.
La mayoría de los abuelos llevan una docena
de fotos de sus nietos.

El señor Faith levantó la mano para hacer
una pregunta.

—¿Había algo que indicara que el usesino
7?

—Sí —diju Tom-~ Durante el desayuno
ane enteré de que Catherine Saks habia tea-
bajado eu un banco con una amiga. Más
tarde usted me
h
banco. Yo sospechaba que alguien queria
hacer que cit
del

to. por lo que debería haberme
lo tema que haber hecho la

153

Mientras hablaba, el tren redujo la veloci-
dad y entró eu un túnel. Aunque
estaba a salvo, Tom se estremeció al ınlrar la
oscuridad de fuera.

—Ya ven —continuó-—, fue una pone que
no se Quedara en [ollywood. porque es una
actriz realmente buena.

—Nos engañó a tados —dijo el señor
Falth—. Con tanto labio pintado y tantos
polvos en la cura, aunca me hublera imagl-
nado que fuese una mujer joven.

Alguien estaba trando de la manga de
Tom. Bal la vista y vio a la mujer de las
pastas, sentada ante una mesa, con la caja
de pastas ablerte.

—Tome una —dijo sonrieado-~. Creo que
es usted un joven estupendo,

—Gracias —di mt. cogleudo una paste
grand recubierta de chocolate—. Bor cierto,
dle he dicho que usted era una de las sospe-
<hosas?

—¢¥o? —dijo la mujer, estupefacı
. eagulléndose
antes de que la œuj
nucvo—. Pensé que usted podía huberle
dado a Catherine Saks una pasta envenena-
du con clanuro. Por supuesto que no se la

154

pasta

div. y. desde luego, yo debería haber recor-
dado que la señora Ruggles ofreció bombo-
nes u todo el mando. bombones que también
podina estar envenenados.

La mujer se volvió a su marido:

— ¡Imagínate! —dijo—. ¡Pensar que mis

produjo una carcajada de Jos de-
os, e incluso el rostro desvaido de
lu señora de las pastas sonrió cuando se div
ienta de lo ridículo que había sido su
comentario. Algunas personas se levantaron
para irse y atras se acercaron a estrechar la
mano de Tom.

Entre eilus estaba el chico de la gorra de
béisbol

la pistole de ngua demasiado tarde, El
chico disparó un chorro de agua a la cara de
Tom y se ulejó corriendo, pero esta vez Tom
reacctond rápidamente y le atrapó por el
cuello,

—iVen aquil —dijo al chico, que forcejea-
ba porsoltacse, arrastrandolo al pasillo ve

Cuando regresó, Tom venía sonriente,
chico no parecia haber sufrido alngún daño.

155

jeros daban palmaditas a Tom e
felicitándole, y entonces divisé
ich, que se marctiaba,
jor Faith! —dio, abriéndose paso
entre los pasajeros—. ¡Espere un minuto!
—¿Qué desea? —preguntó el horabre, de
teniéndose en la puerta
-—¿Quiere hacer el favor de abrir el male-
tin y enscñarme lo que lleva dentro?

—No puedo hacerlo —dijo el hombre. *

Pero se habían acercado otras personas y
una mujer dijo que debía abrirlo. como
Tom. El señor Faith accedió de
(marc primero la combinación
del candado y luego giró el disco.

—Me muero por ver lo que huy —dljo
‘Tom Inclinändose sobre el maletin—. Apues-
to a que está lleno de diamantes y rubies.

Pero se equivocaba, porque todo lo que
pudo ver dentro fue un montón de papeles.
Desilusionado, levantó la vista hacia el señor
Faith.

— Estaba seguro de que no me iba a crew
—dijo el señor Faith—. ¡Nadie me creel

—No lo entiendo.

—Xo soy escritor. Este es mi último
auscrito, y se lo Îlevo a un editor de Va

156

Pero. ¿cómo puede valer un nullón de
dólares?

-Arthur Hailey ganó un millon de döla
res con su libro Aeropuerto. Cou un poco de
suerte, yo puedo ganar lo mismo cou éste.

—¿Cómo se titula?

—i0h, no! ¡No puedo dect
th cocró la tapa del
le saber el título.

—¿Por qué lleva el maletin sujeto a la
muñeca? —pregunió Tom. señalando las
esposas.

—Los primeros manuscritos de Heming-
way fueron robados en une estación de
ferrocarril —dljo el señoz Faith—. A mi
munca me sucederá eso.
bat - dijo Tam— No había co-
antes a ningún escritor. Estacé pen-

| Hl señor
letin—. Nadie

pra ésos. además? +
c usted ha usado también

~ Franklin W. Dixon.

—No lo he oído nuncu.

—Me extraña que no lo haya oido —dijo
Tom, vorprendido—, porque es el mejor.
Escribe las historlas de los hermanos [ardy.

— De qué tratan?

Tom miró al señor Paith. asombrado de su
ignorancia.

---De dos hermanos que son detectives.
Sus libros están en todas partes.

—<Si? —FI señor Faith parecía Interesado
y se quedó mirando atentamente a Tom—.
Usted también es un detective, Quizá escriba
algún libro sobre usted y gane un millón de
dólares.

—Hs0 sería estupendo —respondió Tom.
sonriendo.

—Aunque, pensándolo bien. no creo que
se vendiera mucho —dijo el señor Faith—
Olvidelo.

Tom se stotió defraudado. aunque no lo
dio a entender. Estaba a punto de irse cuan-
do un hombre pelirrojo y con barba le bablô
desde un rincón.

o escribiré acerca de usted. y será un
personaje famoso —dijo.

Todo el mundo se rió; incluso Tom.

158

vio a Dietmar Junto a una mesa, sirviéndose
nos trozos de tarta cx un plato.

¿Au estas hambriento? —le dijo, acer-
+ à él. ¿Quieres un chicle?
letmar asintió,
-¿Sabes una cosa? —dijo Tom. ofrecién-
el paquete de chiele— Aún no he
idado aquella broma que me gastaste con
ba.

El Canadian Express sale diariamente de Mon-
treul, paru efectuar un viaje transcontinental de
res días de duración, por la tinea de ferrocarril
panorámica más larga del mundo. En Sudbury
se une con otro tren que sale de Toronto.

Provisto de vagones ci
coches-cama y vugôn-restaurante,
cia el oeste, a través de lus ri
cultivo de Ontari vesundo es
ras y bordeando las impresionantes
Rocosas de Canudi, coronadas
direcció ü

y una horas y treinta y cinco minutos.

a Bspress sale
ión al este.

Al mismo tiempo, otro Cam
todos los dias de Vancúver er

Donna del paquete, algo hacía tic-tuc.

Una bomba. Sí. Tom estaba seguro de que
se trataba de una bomba. Observó el eavol-
tario de papel en el que no habia nada
escrito, y acercó su cabeza.

Tie-tac. tie-tac.

Asustado, Tom diriglé su vista a In abarro-
tada estación de ferrocarril. ¿Qué hacer? St
grituba «¡una bombal», podía cundir el páni-
co y la gente saldría corriendo hacia las
puertas, donde las mujeres y los miños mort-

parecida misteriosamente junto a sa
maleta, unos míautos antes. cuando fu al

Tom vio un hombre, con uniforme de re-

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