antes de que se resequen los cebollinos; anda, si aquí hay un ramillete, voy a probarlos, uhmm... sí, todavía
puedo saborearlos, este viejo cuerpo aún tiene vida, qué bien que una esté llena de vida, se necesita cuando
hay que cuidar a estos enanos, y el viejo Ganso es casi tan trasto como ellos, con sus hechizos y
encantamientos, pero ¡ah, ah, ah! mira el águila ratonera, cómo le acribillan todos esos pajarillos, cualquiera
diría que tienen miedo pero ¡no! qué coraje tienen. ¡Ay!, me has asustado al levantar el vuelo de repente, no te
preocupes eider, hoy no te voy a quitar los huevos. Allí está ese pajarillo de patas rojas que no deja de trinar
mientras dibuja círculos con las patitas a la zaga, tampoco voy a cogerte los huevos así que tranquilízate; aquí
tenemos un buen trozo de madera a la deriva: sí Señor, va a chisporrotear muy bien en el fuego, me pregunto
cómo queda tan lisa y bonita, quizá los peces mordisquean la madera y, ¡sí!, allí está de nuevo el viejo padre
Sol, ¡bienvenido!, y aquí tenemos unos palitos muy buenos, sí..., qué preciosos palitos, ¡oh!, allí está de nuevo
la bisbita, Dios bendiga su corazoncito por esa canción, y la proteja del halcón, qué gracia que regrese cada
verano y siempre se siente en el mismo árbol. ¡Ay!, me pregunto si el Joven Halcón nos traerá caza pronto, el
padre Ganso podría poner las trampas, sin embargo, se lo encarga a Mano Derecha y a Zorro, aunque son
bastante buenos y están bien dotados para ello, el urogallo de ayer era maravilloso, las aves, los pescados y las
ostras son lo mejor para mi pobre dentadura, y aquí tenemos otro trozo de madera del bueno, creo que ya me
lo puedo llevar todo, ahora así, de vuelta a casa. ¡Anda!, qué bonita se ve la casa desde aquí, eso es gracias a
Ganso que la mantiene en pie, y aquel Poste Solar es muy elegante, recuerdo cómo lo talló, qué jóvenes
éramos entonces. ¡Ah!, otro relámpago, pronto lloverá, será mejor que regrese a casa mientras la leña todavía
está seca, dentro de poco estarán de vuelta y querrán un cobijo seco... -Y así regresaba la anciana renqueando
hasta la casa sin dejar de parlotear.
Todo marchaba a la perfección mientras ella hablaba; significaba que estaba de buen humor, abierta al mundo
que reflejaba con detalle, como un manto de agua tranquila. En ocasiones se quedaba callada, y entonces nada
le importaba. Se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo, en una posición muy poco común entre los
negros, mientras se mecía despacio y lloraba en silencio. En aquellos momentos le tocaba a Ganso afanarse
con las tareas del hogar. Se encargaba de lo básico, como prender el fuego y preparar la comida. Al pasar
junto a ella a menudo se detenía para acariciarle las mejillas surcadas de lágrimas. Cuando ya no podía
soportar por más tiempo aquel penoso silencio, se ausentaba de la casa para enseñar a los niños, mientras
Alcotán luchaba contra sus demonios internos en soledad.
Si no estaba de buen humor, Ganso se sentaba junto al Poste Solar, una de las maravillas del mundo de los
niños. Se erguía hasta una altura similar a la de dos hombres juntos, estaba coronado por el globo solar, de
color ocre rojizo, y tenía tallados en sus flancos diseños de animales.
—Los que tienen poca sabiduría veneran a la Luna -explicó-, pero los hombres sabios obedecen al Sol,
nuestro padre, quien hace poco se casó con la Luna, que sólo es su mujer. Esto lo sabían los sabios desde
tiempos muy remotos, luego se olvidaron sus enseñanzas, pero yo las he vuelto a recuperar. He sido yo quien
ha descifrado el comportamiento del Sol.
Ganso había invertido mucho esfuerzo en intentar comprender al sol. La rudimentaria astronomía de la luna
pertenecía al pasado. Con arreglo a lo que había observado a lo largo de su vida podía predecir los días en los
que tendría lugar el solsticio de verano y de invierno. Cuando se trasladó con su tribu al pueblo nuevo, más de
cinco años antes de que se hiciera cargo de los huérfanos, eligió cuidadosamente el lugar en el que ubicaría su
casa, de acuerdo con los grados solares.
Se asentó a las afueras del pueblo como convenía al secreto y poder de su llamada. Allí erigió su primer reloj
de sol, un palo largo que incrustó en la tierra, y utilizó plomada para asegurarse de que estaba en posición
perpendicular. La longitud y dirección de la sombra indicaba dónde se encontraba el verdadero norte y el día
del solsticio.
Aquel atardecer estival contempló la puesta del sol por el noroeste. Unos días antes había colocado el poste en
la posición adecuada para observar al sol ocultarse por detrás de una pequeña isla, que él llamaba Isla Estival,
situada en la lontananza. Fue la primera oportunidad. Para la siguiente tuvo que esperar hasta mediados del
invierno, cuando el sol se ocultó tras la Isla Invernal. En el lugar en el que se cruzaron ambas líneas, erigió
aquel soberano poste en el que había trabajado durante tanto tiempo.