Comentario de texto: "El castellano viejo"

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Comentario de texto literario de un pequeño fragmento del artículo de Larra "El castellano viejo" para 4º de ESO.


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María Concepción Álvarez Lebredo
Departamento de Lengua española y literatura



El susto fue general, y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el
animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa. Levántase rápidamente a este punto el
trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga y, al precipitarse sobre ella, una botella que tiene
a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un
abundante caldo de Valdepeñas sobre el capón y el mantel. Corre el vino, auméntase la
algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel… Una criada, toda azorada, retira el
capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí, hace una pequeña inclinación, y una lluvia
maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi
pantalón color de perla. La angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término.
Retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse, tropieza con el criado que traía
una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda
aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión.
COMENTARIO:
Se trata de un fragmento de “El castellano viejo”, un artículo de costumbres escrito por
Mariano José de Larra, el prosista español más destacado de la época romántica. En “El
castellano viejo” Larra, que firma con el pseudónimo de Fígaro, critica a ciertos personajes de
la burguesía castellana que, a pesar de haber prosperado económicamente, ignoran las más
elementales normas de educación. Pretendiendo comportarse como las clases superiores,
ponen de manifiesto su grosería y falta de delicadeza.
En este artículo el propio Larra relata, como si fuera un hecho verídico, una situación en la que
se ve obligado a aceptar a una invitación en casa de un tal Braulio, un “castellano viejo”. La
falta de modales de Braulio es evidente en todo momento, pero especialmente se pone de
manifiesto en su modo de comportarse en la mesa.
El fragmento que estamos analizando se refiere al momento en que uno de los comensales ha
intentado trinchar un pollo, pero su falta de habilidad ha provocado que el animal haya salido
despedido fuera de su bandeja. Todo el fragmento es una divertida y magistral descripción del
caos que su propia torpeza y la de los criados causan en la mesa.
El texto está fuertemente trabado, de modo que no es posible establecer partes diferenciadas,
aunque sí una progresión ascendente, desde el tropiezo inicial hasta el caos más absoluto. En
esa progresión ascendente podemos destacar varios puntos culminantes:
1º: El pollo sale disparado y la grasa salta a la camisa de Fígaro
2º: La botella cae sobre el mantel.
3º: La grasa del plato que sostiene la criada cae sobre el pantalón de Fígaro.
4º: Los criados tropiezan uno con otro y los platos caen al suelo.
La escena es enormemente dinámica: todo es agitación y ajetreo desde el principio hasta el
fin. Los verbos de movimiento son muy abundantes: “impulsado”, “saltó”, “levántase”,
“precipitarse”, “corre”, “desciende”, “retírase”, “viene al suelo”… son algunas muestras de la

María Concepción Álvarez Lebredo
Departamento de Lengua española y literatura


confusión que reina en la mesa. Analicemos a continuación los distintos momentos de este
movimiento desenfrenado:
Como hemos dicho, en primer lugar el pollo fallidamente trinchado se posa sobre el mantel y
provoca que un chorro de grasa vaya a parar directamente a la camisa del invitado. Larra se
vale de una personificación para contar los hechos con humor: el pollo es un “animal furioso”.
Por otra parte, la camisa de Fígaro estaba “limpísima” antes del incidente. El superlativo
acentúa la gravedad de los hechos.
El narrador había señalado en la primera línea que la alarma de los invitados había llegado “a
su colmo”, pero el desastre está lejos de terminar. Al intentar recoger el capón del mantel
ocurren nuevas desgracias: el anfitrión tira una botella de vino que se derrama sobre la mesa y
va inundándola a gran velocidad. De nuevo Larra presenta la escena con gracia: ahora el pollo
es “un ave prófuga” y su trinchador, un cazador.
Parece que las cosas no pueden ir a peor cuando vemos a los criados intentar arreglar la
situación echando sal sobre el mantel. Pero la torpeza de la criada termina de estropear la
comida: al intentar hacer una reverencia a Fígaro, el invitado más distinguido, vuelve a
derramar abundante grasa sobre la ropa de nuestro articulista. De nuevo se sirve Larra de los
mismos recursos que hemos comentado más arriba: la personificación (“grasa maléfica”) y el
contraste con la limpieza y claridad de la ropa (“pantalón color de perla”). La hipérbole
“eternas huellas” acentúa nuevamente el desaguisado provocado por la criada. El humor se
hace presente en un símil de resonancias poéticas cuando “la grasa desciende como el rocío
sobre los prados”.
El texto llega a su clímax en las últimas líneas. La criada avergonzada se retira y al hacerlo
tropieza con otro criado que trae una pila de platos y una bandeja con copas. Todo se precipita
al suelo y el caos se adueña del comedor.
Con los sustantivos abstractos que Larra utiliza para describir cada escena, el lector va
percibiendo gradualmente un nivel mayor de desconcierto. Primero nos habla de “susto” y
“alarma”, que pronto se convierten en “algazara”. Finalmente llegamos al “estruendo” y la
“confusión”.
Todo el artículo es un intento de reírse de las personas que intentan afectar una fineza de la
que carecen. Este fragmento es una muestra perfecta de las intenciones de Larra. El anfitrión
no está a la altura de las circunstancias, pero tampoco sus criados están acostumbrados a la
etiqueta y pompa que excepcionalmente pretenden mostrar. La criada “azorada” y
“atolondrada” es un personaje importante del texto; ni el amo de la casa ni su servidumbre
podrán igualar nunca a las personas de alta cuna.
Como otros artículos del autor, “El castellano viejo” es una crítica de los vicios de la sociedad
española de la época. Larra, autor romántico, está disconforme con el mundo que le tocó vivir
en el Madrid de la primera mitad del siglo XIX y denuncia en sus escritos la mediocridad que lo
rodea. Sus agudas observaciones, su patente sentido del humor, su dominio del lenguaje y la
gracia con que analiza las situaciones cotidianas le sirven para conseguir sus objetivos, pues le
permiten llegar a un número considerable de lectores.