Cuento Los conejitos Pelusa de Beatrix Potter.docx.pdf
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Cuento de Beatrix Potter para imprimir
Size: 5.54 MB
Language: es
Added: Nov 02, 2025
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Slide Content
Se dice que el efecto de comer demasiada lechuga es “soporífero”. Yo nunca me he sentido adormilada
tras comer lechuga; pero yo no soy un conejo.
¡Desde luego, debió tener efecto muy soporífero sobre los conejitos Pelusa!
Cuando el conejito Benjamín creció, se casó con su prima Pelusa.
Tuvieron una gran familia y eran todos poco previsores y alegres.
No me acuerdo de cada uno de los nombres de los niños; se les llamaba a todos en general
“los conejitos Pelusa”.
Como no siempre había suficiente para comer, Benjamín solía pedir prestados repollos al hermano de
Pelusa, Perico, que tenía un vivero.
- 1 -
A veces, Perico no tenía repollos de sobra.
Cuando esto ocurría, los conejitos Pelusa atravesaban un prado hasta
llegar a un montón de basura, en la zanja que rodeaba el huerto del tío
Gregorio.
La basura del tío Gregorio era una mezcolanza. Había tarros de mermelada
y bolsas de papel, montañas de hierba cortada de la máquina segadora
(que siempre sabían a aceite), algunos calabacines podridos y una o dos botas.
Un día - ¡oh, alegría! -, había un montón de lechugas demasiado crecidas, que habían florecido.
- 2 -
Los conejitos Pelusa se atiborraron de lechugas. Poco a poco, todos fueron cayéndose de sueño y se durmieron sobre la
hierba segada.
Benjamín no estaba tan rendido como sus hijos. Antes de dormirse se puso una bolsa de papel
en la cabeza para que no le molestasen las moscas.
Los conejitos Pelusa dormían a pierna suelta al solecito. Del césped al otro
lado del huerto llegaba el ruido traqueteante de la segadora. Los
moscardones zumbaban sobre el muro y una ratoncita recogía los restos
que quedaban en los tarros de mermelada.
(Se llamaba Tomasina Ratoncilla y era una ratona de bosque con una larga cola.)
Cruzó por encima de la bolsa de papel y despertó al conejito Benjamín.
La ratona pidió mil perdones y dijo que conocía a Perico.
- 3 -
Mientras Benjamín y ella hablaban junto a la parte baja del muro, oyeron una fuerte pisada por
encima de sus cabezas; y de pronto el tío Gregorio vació un saco de hierba segada por encima de los
conejitos Pelusa que dormían. Benjamín se encogió en su bolsa de papel. La ratona se escondió en
un tarro de mermelada.
Los conejitos sonrieron dulcemente en sueños bajo la lluvia de
hierba; no se despertaron, pues las lechugas habían sido de los más
soporíferas.
Soñaban que su madre Pelusa les estaba acostando en una cama de
heno.
El tío Gregorio miró hacia abajo tras haber vaciado su saco. Vio las puntas de unas orejitas
marrones saliendo de entre los montones de hierba segada. Se quedó contemplándolos
un rato.
- 4 -
De pronto una mosca se posó sobre una de ellas, que se movió.
El tío Gregorio saltó hasta el montón de basura...
- ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! ¡Seis conejitos! – dijo mientras los echaba al saco.
Los conejitos Pelusa soñaban que su madre les estaba dando la vuelta en la cama. Se
removieron un poco en su sueño, pero no se despertaron.
El tío Gregorio ató el saco y lo dejó sobre el muro.
Se fue a guardar la segadora.
- 5 -
Cuando se marchó, la señora Pelusa (que se había quedado en casa) llegó por la pradera.
Miró suspicaz al saco y se preguntó por dónde andaría todo el mundo.
Entonces la ratona salió del tarro de mermelada y Benjamín se quitó la bolsa de papel de la
cabeza; y le contaron la triste historia.
Benjamín y Pelusa estaban desesperados, pero no podían desatar la cuerda.
Pero la señora Ratoncilla era una persona llena de recursos. Royó un agujero en una esquina
del saco.
Sacaron a los conejitos y les sacudieron para que se despertasen.
Sus padres llenaron el saco vacío con tres calabacines podridos, un cepillo viejo de limpiar
zapatos y dos nabos pochos.
- 6 -
Luego se escondieron todos detrás de un matorral y esperaron al tío Gregorio.
El tío Gregorio volvió, cogió el saco y se lo llevó.
Lo llevaba colgando, como si pesara mucho.
Los conejitos Pelusa le seguían a prudente distancia.
Le vieron entrar en su casa.
Y se acercaron a la ventana para escuchar.
- 7 -
El tío Gregorio tiró el saco al suelo de piedra de un modo que hubiese sido muy doloroso para los conejitos Pelusa si
hubiesen estado dentro.
Le oyeron arrastrar su silla por las baldosas y reír entre dientes:
- ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! ¡Seis conejitos! – decía el tío Gregorio.
- ¡Bueno! ¿Qué es eso? ¿En qué andaban enredando ahora? – preguntó la tía Gregoria.
- ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco! ¡Seis conejitos gordos! – repitió el tío Gregorio, contando
con los dedos -, uno, dos, tres...
- ¡No seas tonto! ¿Qué quieres decir, viejo tonto?
- ¡En el saco! ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis! – contestó el tío Gregorio.
(El más joven de los conejitos Pelusa se subió al alféizar de la ventana.)
- 8 -
La tía Gregoria agarró el saco y lo palpó. Dijo que sentía seis, pero que debían ser viejos, porque estaban muy duros y
tenían todos formas diferentes.
- No valen para comer, pero las pieles me servirán para forrar mi capote viejo.
- ¿Forrar tu capote viejo? – gritó el tío Gregorio -. ¡Los venderé y me compraré tabaco!
- ¡Tabaco de conejos! Los despellejaré y les cortaré la cabeza.
La tía Gregoria desató el saco y metió la mano dentro.
Cuando tocó las verduras, se puso furiosísima. Dijo que el tío Gregorio lo había hecho “a
propósito”.
- 9 -
Y el tío Gregorio se puso furioso también. Uno de los calabacines podridos salió volando por la ventana de la cocina y le dio
al más joven de los conejitos Pelusa.
Le dolió bastante. Entonces, Benjamín y Pelusa pensaron que ya era hora de irse a casa.
Así que el tío Gregorio no consiguió su tabaco y la tía Gregoria no consiguió sus pieles de
conejo.
Pero las Navidades siguientes Tomasina Ratoncilla recibió de regalo pelo de conejo
suficiente como para hacerse una capa y una caperuza, un hermoso manguito y un par de
mitones calentitos.