LOS PIRATAS ASTUTOS
Érase una vez, en las cálidas aguas del Caribe, surcaba los mares el pirata Pepe.
Pepe era un caza tesoros alto, musculoso y atlético. Su pelo era rizado y rubio como el oro.
Sus ojos azules y penetrantes parecían reflejar el color del mar. Pepe lucía un precioso diamante en
su oreja izquierda y un fantástico tatuaje de una calavera y dos tibias cruzadas en su bíceps derecho.
Pepe era bruto, muy valiente y un fantástico aventurero. Su afición favorita era buscar
tesoros.
Pepe y su tripulación navegaban en el “Faustino León”, un gran barco pirata de inmensas
velas, ligero como el viento y muy ágil surfeando las olas. Tenía 20 cañones a babor y estribor y,
por supuesto, en el palo mayor siempre estaba izada la bandera pirata.
La tripulación del Faustino León estaba formada por Judith Becker, hermana de Pepe,
pelirroja, alta y delgada. Una gran espadachín ambidiestra; y por Juanito, bajito y gordito. Juanito
era un poco miedica, tenía un parche en el ojo derecho y odiaba el ron. Un pirata poco convencional
podríamos decir.
Un buen día, nuestros amigos piratas llegaron a la isla de La Muerte, donde según el mapa
que le dejó su tatarabuelo de Pepe, se escondía el mayor de los tesoros jamás visto.
En ese momento, Juanito, que a pesar de ser un miedica era muy observador y conocía casi
todos los barcos, de pronto divisó el barco del pirata Luis. Y avisó a la tripulación.
Luis pretendía robarles el tesoro una vez que Pepe y sus amigos lo encontraran. Así que
idearon un inteligente plan. Pensaron guardar el tesoro en sacos de patatas y llenar los cofres con
piedras.
Pues dicho y hecho. Cuando llegó la noche, le colocaron el cebo a Luis. Y este picó. ¡Digo
sí picó! Dejaron los cofres con piedras a la vista y sin guardias. Luis le dijo a su grumete:
-¡Qué tontos son! No han puesto vigilancia al tesoro.
-Sí que son confiados- dijo el grumete Antonio.
Los incautos, creían cargar con cofres llenos de joyas y monedas de oro. No eran
conscientes de que estaban cargando con pesados cofres repletos de piedras.
Mientras tanto, el verdadero tesoro estaba a buen recaudo, camuflado en sacos de patatas.
Luis y los demás, ya muy lejos de la isla, abrieron los cofres y vieron que estaban llenos de
piedras. ¡Menuda sorpresa se llevaron!
-Nos han engañado como a lelos- exclamó Antonio.
- ¡Qué astutos han sido!- replicó Luis.
Y así fue como aprendieron una lección muy importante.
La lección fue que no debían meterse en los asuntos de los demás.
FIN
JAVIER ESPARZA