RICHARD DAWKINS EL GEN EGOÍSTA
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que Jarvis llama «obreros frecuentes», cavan y transportan la tierra, dan de
comer a los más pequeños y, por lo que parece, exoneran de todo trabajo a la
reina, para que pueda aplicarse sólo a la gestación. La reina tiene carnadas ma-
yores de lo que es habitual en los roedores de su tamaño, lo que de nuevo re-
cuerda a las reinas de los insectos sociales. Al parecer, los ratones mayores no
hacen otra cosa que dormir y comer, mientras que los de tamaño intermedio se
comportan de una forma intermedia: hay un continuo, como en las abejas, en
vez de castas discretas, como sucede en muchas hormigas.
Originalmente Jarvis denominó no obreros a los ejemplares no reproductores
de mayor tamaño. Pero ¿podían estar, realmente, sin hacer nada? Se ha suge-
rido, tanto a partir de observaciones de laboratorio como de campo, que son
soldados, que defienden a la colonia si se ve amenazada; sus principales de-
predadores son las serpientes. También es posible que actúen como «tinajas de
alimento», al igual que las «hormigas olla de miel». Los ratones moteados sin
pelo son homocoprófagos, lo que es una forma elegante de decir que se comen
sus respectivas heces (no exclusivamente: ello ensuciaría las leyes del uni-
verso). Quizás, los ejemplares mayores desempeñan un valioso papel almace-
nando sus heces en el cuerpo cuando el alimento es abundante, a fin de actuar
de depósito de emergencia cuando escasea el alimento; una especie de comi-
sariado del estreñimiento.
En mi opinión, el rasgo más asombroso de los ratones moteados sin pelo es
que, aunque en muchos aspectos son como los insectos sociales, parecen no
tener una casta equivalente a los jóvenes reproductores alados de hormigas y
termitas. Tienen, por supuesto, individuos reproductores, pero éstos no co-
mienzan su carrera viajando y dispersando sus genes a nuevos territorios. Por
lo que se sabe, las colonias de ratones moteados sin pelo sólo crecen por las
márgenes ampliando el sistema de canales subterráneos. Al parecer no tienen
miembros dispersores a larga distancia, el equivalente de los reproductores ala-
dos. Esto es tan sorprendente para mi intuición darwiniana que no puedo resis-
tir la tentación de especular. Me da la impresión de que un día descubriremos
una etapa de dispersión que hasta ahora, por alguna razón desconocida, hemos
pasado por alto. Sería de desear que los ejemplares de dispersión tuviesen, li-
teralmente, alas. Pero podrían estar dotados de muchos otros modos para la
vida en la superficie de la tierra en lugar de subterránea. Por ejemplo, podrían
ser peludos en vez de carecer de pelo. Los ratones moteados sin pelo no regulan
su temperatura corporal como los mamíferos; se parecen más a los reptiles, «de
sangre fría». Quizás controlen socialmente la temperatura: otro parecido con
las termitas y abejas. ¿O sacan partido de la conocida temperatura constante de
cualquier buena bodega? En cualquier caso, mis hipotéticos ejemplares disper-
sores pueden ser, al contrario que los obreros subterráneos, lo que se entiende
por animales «de sangre caliente». ¿Es posible que algún roedor peludo cono-
cido, clasificado hoy como una especie totalmente diferenciada, resulte ser la
casta perdida del ratón moteado sin pelo?
Después de todo, hay precedentes al respecto. Por ejemplo, las langostas. Las
langostas son saltamontes modificados y, normalmente, llevan la vida solitaria,
críptica y retirada de los saltamontes. Pero en ciertas condiciones especiales