El águila Que Quería Ser Aguila - Juan Carlos Roca Vázquez-

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About This Presentation

Altair tras vivir toda una vida deseando convertirse en una verdadera Aguila, pudo darse cuenta que en realidad tenía todos los elementos para hacerlo; pero aún así sus sistemas de creencias eran tan grandes que hasta que no se deshizo de ellos no pudo elevar su vuelo. Una vez que consiguió hace...


Slide Content

Juan Carlos Roca

"El águila que
quería
ser Aguila"

EDICIONES JEANRO

Si este libro es de su interés y desea que le mantengamos
informado de nuestras publicaciónes, escribanos a

edicionesGkinesiologia.com.mx y gustosamente le

complaceremos o bien, visite la página web
wwwkinesiologia.com.mx

Colección JEANRO Narrativa
El águila que queria ser Aguila
Juan Carlos Roca
1L* Edicion: Febrero del 2002

4: Edición: Octubre del 2002
5: Edición: Febrero del 2003
Hustración: Alberto Hinojosa

©2002 EDICIONES JEANRO INTERNACIONAL S.A. DE C.V.
(Reservados todos los Derechos para ésta edición)

Edita: EDICIONES JEANRO INTERNACIONAL S.A. de C.V.
“Tonalá 130 Int. 102
06700 Col. Roma
México, DR
“Tel. (01 55) 199871 06- Fax (01 55) 199871 07

ISBN: 970-92321 -4-2
Printed in México
Impreso en México en papel cultural
Ninguna parte de esta publicación , incluido el diseño de la cubierta.
‘puede ser reproducida, almacenada, transmitida o utilizada.
manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico,

químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo
consentimiento por escrito del editor.

Dedicatoria

Dedico este libro al Maestro Espiritual
José Marcelli Nolli. Gracias por ayudarme a
conseguir la libertad con sus enseñanzas y su

ejemplo. A Lourdes Silva por su dedicación y
trabajo.

JUCARO

Introduccion

Todos en nuestro interior poseemos un
águila real capaz de llegar a las cimas más altas,
aunque pocos son capaces de descubrirla.

Con mis mejores propósitos, te deseo que
alcances todas las metas que seas capaz de soñar.

JUAN CARLOS ROCA

CAPÍTULO 1

El Sueño de dos Águilas

Perseo y Casiopea

Bajo un cielo totalmente despejado, una pareja
de águilas reales volaban sobre una elevada y
escarpada montaña. En silencio, ambas reco-
rrían palmo a palmo una y otra vez todo su
territorio. Aprovechaban una corriente de aire
caliente para subir lentamente en espiral, hacia
donde ninguna otra ave jamás había sido capaz
de llegar.

“Ambas, extendían de par en par las plu-
mas de sus alas y con el mínimo esfuerzo las
movían para ascender hasta los lugares más
altos de la montaña, desde donde podían
Observar la cuenca del inmenso río que cruzaba
de un lado a otro el verde valle.

Desde abajo se podía ver la majestuosi-
dad con que ambas se deslizaban en el aire, y
transmitían una sensación de total libertad a
cualquiera que las mirara.

Esa mañana, un sol radiante iluminaba
cada lugar del valle y de la montaña en la que se
encontraban volando, lo que les hacia más fácil
visualizar y elegir a sus presas.

De repente, en pleno vuelo, se les podía
ver en una imagen completamente sublime
cómo iban de un lugar a otro con el mínimo
esfuerzo. En ocasiones, abrían sus alas exten-
diendo en su totalidad sus plumas para elevarse
en espiral y en otras, se les veía plegar las alas
ligeramente para después dejarse caer en picado
sobre sus sorprendidas presas a las que, la
mayoría de las veces, ni siquiera les daba
tiempo de darse cuenta que ¡ban a ser atacadas.

Las dos aves siempre trabajaban en
equipo, usando todo tipo de estrategias para
cazar y así poder alimentarse. Por un lado, se
podía ver a Casiopea, el águila hembra, cómo
despistaba a una oveja mientras que Perseo, el
macho, se dedicaba a cazar a un cordero; o bien,
simplemente, entre los dos asustaban a un ve-
nado para obligarle a correr desconcertado hacia
un acantilado, haciéndole caer irremediable-
mente al vacío. A lo que enseguida, y sin per-
der un instante, una de las dos se abalanzaba ha-
cia la presa como una bala cayendo en picado
rasgando el aire, sintiendo sobre su cara la fuer-

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za del viento y aprehendiéndola con sus poten-
tes garras en plena caída.

Ambas se encontraban en la cima de la
cadena alimenticia, sin tener de qué preocupar-
se, disfrutando del placer que eso les proporcio-
naba gozando de la libertad y la tranquilidad de
las alturas, así como del poder que su realeza les
otorgaba sobre los campos y ríos del valle.

Esa misma mañana, emocionadas comen-
zaron a preparar el lugar donde, en un futuro
muy cercano, criarían a sus polluelos. Habían
elegido las ramas del árbol más alto de una es-
carpada montaña, para prevenir de esa forma el
ataque de cualquier depredador que pudiera
atentar sobre la vida de sus inofensivas crías.

Las dos trabajaban afanosamente durante
todo el día en la construcción del nido, aco-
modando sobre las escasas ramas del árbol, que
le servía de soporte, todo lo que encontraban a
su alrededor.

Casiopea, por primera vez, sintió el des-
pertar de su instinto maternal y se dejó llevar
por él. Llena de emoción, iba a poner sus prime-
ros huevos; los cuales pensaba que mas adelan-
te se convertirían en majestuosas águilas. En el
nido, la hembra acomodaba las ramas sin cesar,
para preparar de la mejor manera lo que sería su
hogar durante los siguientes meses.

Por otro lado Perseo, el águila macho,
también manifestaba su instinto paternal y
ayudaba a su compañera a recolectar ramas,
hojas, plumas, barro y todo lo que hiciera falta
para crear un hogar cómodo para sus próximos
herederos, que en un futuro no muy lejano po-
siblemente le ayudarían a recorrer el territorio
que desde hacía mucho tiempo había defendido
como un verdadero rey de las alturas.

Durante el día, Perseo continuaba disfru-
tando de su vuelo una y otra vez, mostrando
cada una de sus habilidades con complejas exhi-
biciones; el águila real desplegaba totalmente
sus alas como un símbolo de libertad, al mismo
tiempo que elevaba su pico mostrando de esa
forma su poderoso pecho de color castaño.

Perseo se sentía orgulloso tanto de su pa-
reja como de sí mismo; por lo que volaba
emocionado por el hecho de saber que pronto
tendría sus dos primeros hijos, y emitía un fuer-
te chillido que se escuchaba en todo el valle.

Al margen del vuelo de Perseo, Casiopea
ponía sus dos primeros huevos y pensaba en sus
dos primeras crías, por lo que se sentía del todo
realizada. Desde el nido, asomaba su cabeza es-
perando a que llegara su pareja, para mostrarle
los dos hermosos huevos que acababa de poner.

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Casiopea, por un lado exhausta y por el
otro dichosa, se dedicaba a empollar a sus crías
para darles el calor necesario y así poder
aguantar hasta el momento de su nacimiento.

A lo lejos, Casiopea podía observar a su
compañero, que durante los dos últimos años le
había acompañado en todos sus vuelos.

Perseo, se acercaba ahora con sumo cui-
dado junto a Casiopea dándole el alimento para
que le aportara la suficiente energía para encu-
bar los huevos.

Después de darle su comida, Perseo se
acomodó con cariño junto a Casiopea y acarició
su cabeza con su robusto y curvado pico.

Las dos, acurrucadas, hablaban durante
toda la noche sobre el futuro de sus dos here-
deros. Al igual que le sucede a la mayoría de las
parejas, las dos águilas se sentían felices de ser
padres.

-¡Serán dos hermosas águilas! -exclamó
Casiopea- entusiasmada y orgullosa, mirando a
los huevos recién puestos al mismo tiempo que
Perseo se acercaba.

-Les enseñaré a cazar y cada uno de mis
secretos -continuó diciendo con orgullo Perseo-
aprenderán a desplegar sus alas con habilidad y
a moverlas de forma ágil y precisa, para que se

deslicen por el cielo como flechas con el
mínimo esfuerzo y sean precisos en su caza.

Casiopea se imaginaba las escenas que
describía su compañero y compartía la ilusión
de ver a sus hijos cazar con su padre.

-¡Les enseñaré a cazar! -continuó Perseo
lleno de orgullo- en la tierra, en el río y en el
aire para que puedan tener su propio territorio;
para cazar, sobrevivir en él y jamás les falte su
alimento, y de esa forma puedan continuar con
nuestra estirpe.

La noche comenzó a caer y poco a poco
los dos fueron quedándose sumidos en un pro-
fundo sueño; Casiopea y Perseo pasaron la
mejor noche de su vida, llenos de ilusión y de
entusiasmo, esperando el nacimiento de sus
futuras crías.

Perseo sale de caza

Todo había transcurrido en perfecta calma,
hasta una mañana en la que el aire arreci en lo
más alto de la montaña, al punto que el árbol
donde se encontraba el nido se balanceaba de un
lado a otro y daba la sensación de que iba a salir
volando. Casiopea se aferré a sus huevos recién

puestos, tratando por todos los medios de que
no cayeran rodando montaña abajo.

Perseo, sin preocuparse del mal tiempo y
al igual que cada mañana se despidió y salió en
busca de alimento para él y su pareja. Casiopea
le seguía con la mirada como si con ella tratara
de recorrer el va!le junto a él al igual que lo
había hecho desde que se encontraban juntos.

En lo alto del valle, Perseo aprovechaba
cada corriente de aire para subir y bajar a una
gran velocidad. El águila macho presumía de su
capacidad y pericia en cada uno de sus movi-
mientos abriendo al máximo cada una de sus
plumas. Desde lejos Casiopea veía cómo, con
un ligero movimiento su compañero comenzó a
recorrer cada rincón del valle, quien con su
potente vista observaba todo el territorio en
busca de una presa para llevar a su nido.

A lo lejos, Perseo observó a un conejo
que se movía con dificultad y sin pensarlo dos
veces, se abalanzó sobre él, lo aprehendió en un
instante con sus fuertes garras y lo elevó sin
ningún esfuerzo a cierta altura y lo dejó caer
nuevamente.

Una vez muerta su presa, despegó para
regresar al nido donde le esperaba su compañe-
ra; pero en el momento en que tomaba altura, se
escuchó un disparo ensordecedor producido por

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un cazador furtivo que enmudecié a todo el
valle. El tiro dio de lleno en el pecho de Perseo,
quien sólo alcanzó a emitir un fuerte graznido
antes de estrellarse contra el suelo y acabar así
con todos sus sueños.

En ese momento, Casiopea ajena a todo
lo que había pasado, se encontraba feliz e ilusio-
nada acariciando los huevos que crecían con
normalidad y pensando en los proyectos que
ella y su pareja tenían para sus futuros hijos.

El tiempo transcurría y Casiopea al ver
que su compañero no regresaba; comenzó a
emitir chillidos de desesperación llamando a
Perseo una y otra vez. Exasperada, el águila se
hacía escuchar en toda la montaña. Ella sabía
que su compañero jamás faltaría a su responsa-
bilidad como padre ni como pareja, pues desde
que se conocieron siempre habían volado juntos
y se habían jurado hacerlo durante el resto de
sus vidas.

Casiopea triste y desesperada, tuvo mie-
do de que todos sus sueños e ilusiones comenza-
ran a resquebrajarse.

El sol se ocultó tras la montaña y empezó
a obscurecer. Cansada y hambrienta por fin
pudo conciliar el sueño, con la esperanza de que
su compañero llegara de un momento a otro.

Llegó la mañana siguiente y Casiopea
con tristeza pudo ver que Perseo aún no había
regresado.

-¡Eso jamás lo haría! -pensó en silencio-
mientras le escurría una lágrima por su podero-
so pico; e intuyó lo peor. Por un lado, miraba
tristemente los huevos que había puesto y sen-
tía el calor y el movimiento que había dentro y
por otro lado, sabía que si seguía ahí finalmente

moriría de hambre y con ella también sus po-

lluelos.

Casiopea emitió un chillido de desespera-
ción e impaciencia y luego salió en busca de su
compañero, así como de alguna presa con la
cual pudiera alimentarse. Al principio miraba
una y otra vez su nido sin alejarse demasiado de
el. Ella sabía, por intuición que si dejaba de-
masiado tiempo a sus polluelos solos, morirían
de frío o algún depredador acabaría con ellos.

En el cielo se podía ver a Casiopea volan-
do como una verdadera águila real, llamando
con desesperación constantemente a Perseo, sin
obtener ningún resultado.

Cansada de buscar y de llamar a su com-
pañero, Casiopea hizo caso a su instinto de su-
pervivencia y empezó a recorrer su territorio en
busca de una presa para alimentarse.

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Fue así que Casiopea aceptó con tristeza
que había perdido a Perseo y a sus hijos; sin
embargo, su poderoso instinto animal le hizo
pensar de inmediato que en la próxima
temporada debía de encontrar otra pareja para
poder procrear y garantizar así su descen-
dencia.

Con un fuerte suspiro volvió a mirar una
vez más hacia atrás y continuó volando por el
valle; con la esperanza perdida de encontrar a su
compañero dejó atrás todo lo sucedido sin per-
der la ilusión de tener más suerte en la próxima
temporada

José, el montañero

Acababa de amanecer y el viento soplaba con
fuerza en la cima de la montaña. Unos metros
más abajo, las nubes comenzaban a agolparse y
presagiaban el inicio de un fuerte temporal.

Un montañero recorría la escarpada mon-
taña, y mientras intentaba distinguir el valle, en-
tre las nubes, pudo ver cómo las ramas del
árbol, donde se encontraba el nido de las águi-
las, se tambaleaban de un lado para otro. Parecía

que el árbol se iba a romper en cualquier ins-
tante y los huevos se movían en el nido sin con-
trol alguno; el montañero se dio cuenta de que
necesitaba rescatar esos huevos pues en cual-
quier momento saldrían volando montaña abajo.

Con dificultad, el montañero llegó hasta
el árbol, apoyó un pie sobre una roca y el otro
sobre el tronco y alargó su mano con cuidado
para tomar los dos huevos que acababa de
encontrar. Una vez que los tuvo entre sus
manos, dejó escapar un fuerte suspiro y los
introdujo dentro de su ropa para darles todo el
calor posible.

Sin perder un momento José, el mon-
tañero, se apresuró a seguir el camino montaña
abajo para dejar en algún lugar seguro los dos
huevos. Él sabía, como hombre experto de la
montaña y muy habituado a convivir con la na-
turaleza, que algo grave debía haberle ocurrido
a sus padres, pues las águilas jamás abandonan
a sus crías, a no ser que hubieran muerto o hu-
biera sido del todo necesario.

José se emocionó ante la posibilidad de
salvar a las futuras águilas que se encontraban
en aquellos dos huevos. Caminaba, unas veces a
paso ligero, y otras corría sujetándolos con su-
mo cuidado como si se tratara de delicados tro-
feos. José sabía que desgraciadamente, las águi-

las se encontraban en peligro de extinción y por
eso mismo no podía perder el tiempo ya que, si
se quedaban sin calor, nunca jamás llegarían a
nacer.

Durante el camino, José no dejaba de
darle vueltas a la cabeza tratando de buscar una
explicación a lo ocurrido, hasta que llegó a la
orilla del valle.

Una vez abajo, José tomó un respiro se
sentó sobre una piedra y sacó los dos huevos del
interior de su ropa; los miró a contra luz y pudo
observar que todavía había movimiento. José
dejó escapar un fuerte suspiro producido por el
cansancio y por el placer de haber traído con vi-
da hasta el valle a las dos crías. Lleno de espe-
ranza retomó su camino en busca de un hogar
para las dos águilas.

El montañero, muy emocionado, caminó
hacia una granja siguiendo el curso del río.
Mientras recorría el camino su cabeza parecía
un caballo desbocado y un pensamiento tras o-
tro le bombardeaban constantemente. Sabía que
en ese momento la vida de esos aguiluchos de-
pendía única y exclusivamente de él

Por fín, a lo lejos apareció la granja.
-¡Una última carrera y habré salvado la vida de
estas dos águilas! -pensé José-.

Casi sin aliento, llegó hasta un criadero
de pollos, buscó al granjero y le explicó todo lo
que acababa de ocurrir.

El granjero, sin entusiasmo, puso los dos
huevos debajo de una gallina que estaba encu-
bando a sus crías.

-Veremos si hay suerte -le dijo el gran-
jero a José-; no será nada fácil que lleguen a
nacer y mucho menos que puedan habituarse a
vivir aquí.

La gallina miró extrañada los dos hue-
vos, al mismo tiempo que se le veía un tanto in-
decisa de si encubarlos o no; pero por suerte, se
dejó llevar por su instinto maternal y comenzó a
darles el mismo calor que a los otros dos que te-
nía debajo de ella.

José, después de dejar los huevos de águi-
la en buenas manos, regresó a su casa para des-
cansar de la caminata y de la tensión que había
tenido que soportar durante todo el descenso de

la montaña.

-¡Por fin, los dos huevos tendrán un nue-
vo hogar! -pensó José en su interior-, al tiempo
que esbozaba una pequeña sonrisa.

2

CAPITULO 2

Una nueva águila
quiere nacer

Un nuevo hogar

En la granja todo transcurría con relativa
tranquilidad. La gallina clueca se dedicaba cada
día con esmero a empollar todos los huevos con
la misma ilusión; de vez en cuando les daba la
vuelta para que así recibieran el mismo calor en
todos lados. Los días pasaban y en el interior
crecían los polluelos con absoluta normalidad.

Una mañana, dos de los huevos comenza-
ron a moverse más de la cuenta. De repente, un
¡crac! hizo mirar a Galatea "la mamá gallina";
los huevos que se encontraba empollando, y
sorprendida comenzó a ver cómo el primero de
ellos rompía su cascarón y empezaba a asomar-
se. Galatea, la gallina clueca, miraba detenida-
mente cómo su hijo descascarillaba el cascarón
y se esforzaba por salir.

Dejaba que el polluelo hiciera por su
cuenta el esfuerzo de nacer, para que así se

acostumbrara a luchar desde el principio por su
supervivencia.

Al poco tiempo salió el otro y nada más
asomó su cabeza empezó igualmente a piar con
su característico pío, pío, pío. Ambos luchaban
por ponerse de pie, tambaleándose hacia los
lados continuamente. Al cabo de varias horas,
los dos polluelos comenzaron a caminar y a
buscar su comida. La mamá gallina, con su
pico, les proporcionaba los primeros alimentos
que ellos comían sin parar de piar.

A los pocos días volvió a crujir otro de
los huevos y un nuevo polluelo comenzó a rom-
per el cascarón, con mayor dificultad se asoma-
ba mientras luchaba con todas sus fuerzas, in-
tentando sobrevivir y salir hacia delante; esta
vez, la cría de águila intentaba por todos los me-
dios de romper la cáscara del huevo.

Nuevamente la gallina clueca miraba con
expectación cómo salía otra de sus crías, pero
ahora la intriga era todavía mayor: en lugar de
pío, el polluelo dio un graznido en forma de pí,
pi, pipipipi. Además, ¡en lugar de ser amarillo
era blanco!

Galatea no salía de su asombro y por lo
mismo no dejaba de mirarle con curiosidad. Ha-
bía nacido una hembra y al contrario que sus
hermanos se encontraba revestido de un plu-

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món blanco y apenas se podía mover. También
tenía hambre, pero en lugar de piar no dejaba de
chillar y de graznar emitiendo una especie de pí,
pi, pipipi, que confundía aún más a su madre.

Sus dos hermanos le miraban inquietos y
sorprendidos, intentando moverla para que co-
menzara a jugar con ellos; pero su hermana lo
único que hacía era pedir comida y dormir.

Galatea continuó empollando unos días
más el otro huevo pero nunca salió nada de él,
y haciendo caso de su instinto lo quitó de su la-
do y dejó de empollarlo.

La pequeña águila miraba el huevo
abandonado con tristeza, como si quisiera tras-
mitirle el suficiente ánimo a su hermano para
que pudiera nacer, pero la tempestad y el largo
tiempo que tardó en recibir el calor materno hi-
cieron que no pudiera sobrevivir.

Una vez más, los cazadores furtivos se
habían cobrado otra víctima en el valle.

José, el montañero, calculó bien el tiem-
po del nacimiento y se presentó un día en la
granja. No encontró al evasivo granjero, así que
se dirigió directamente al corral.

No fue dificil para José adivinar el desen-
lace: una pequeña águila viva y un huevo que
no logró nacer. -Tomó al aguilucho entre sus
manos y le dijo:

-Te llamarás Altair, como la estrella más
grande de la Constelación del Águila.

Luego José vio llegar piando, a dos po-
Iluelos y se dio cuenta que eran los "hermano:
de Altaír. A ellos les dijo:

_ -Ustedes, por haber compartido el nido de
nacimiento del águila, se llamarán Aldebarán y
Cefeo.

-No sé si podrás sobrevivir -le dijo ahora
a Altaír- no dependerá de mí, sino de tí ¡pero te
deseo mucha suerte!

_ Enseguida, José depositó en el suelo al
aguilucho junto a sus hermanos y sin decir nada
más se retiró.

Después de varias semanas, Altaír co-
menzó a alejarse de su madre, la que ya le había
enseñado a comer maíz. Ahora la joven águila,
que sin querer se había convertido en un pollo,
disfrutaba con sus hermanos sin preocuparse de
nada jugando y corriendo de un lugar a otro por
toda la granja.

Los tres hermanos jugaban y comentaban
sus cualidades. Aldebarán y Cefeo enseñaban a
su hermana a jugar, a comer y a correr lo más
rápidamente posible por el corral; pues ésta ha-
bía nacido más torpe y le costó mucho más
trabajo comenzar a moverse, mientras que ellos

en unas pocas horas ya se movian sin problemas
de un lugar a otro.

Aldebarán insistía en preguntarle:

-¿Y tú porqué en lugar de pío como todos
los pollos, no dejas de decir pi, pi, pipipipi?

Altaír encogía su cabeza sin saber qué de-
cir y al tratar de decir pío, nuevamente le salió
un pí,pí; por más que lo intentaba era incapaz de
piar como ellos.

-Al menos ya he sido capaz de comer el
maíz igual que vosotros -le respondió Altaír con
cierto orgullo-.

-Si, pero te ha costado muchísimo acos-
tumbrarte a nuestra forma de comer -le respon-
dió ahora Cefeo-, burlándose de ella.

El águila hembra un tanto desanimada
por su torpeza se miraba el pico totalmente cur-
vado y grueso, muy distinto al corto pico de sus
hermanos.

Tratando de olvidarse de lo que le habían
dicho, el águila convertida en pollo se esforzaba
una y otra vez en volverse un pollo real.

Cada mañana al despertar, Altaír y sus
hermanos encontraban la comida en el corral y
todos como de costumbre salían corriendo en
busca del maíz.

El pollo real, al igual que los demás se
alimentaba sin cesar.

-¡Es una suerte! -dijo Aldebarán-, que
todos los días sin ningún esfuerzo podamos
comer y alimentarnos; así podemos dedicarnos a
jugar y a disfrutar.

-Es cierto «contestó Altair-, vamos a jugar
un rato, a ver quien corre más.

Y salieron los tres corriendo por el corral,
pero el “pollo real” que quería correr igual que
ellos se tropezaba una y otra vez con todo lo
que encontraba en su camino.

-¡Qué torpe eres! -exclamó ahora Cefeo
con tono burlón-, con esas patas y esas uñas tan
grandes y tan curvadas que tienes, no me
extraña que te tropieces continuamente.

Altaír, con las lágrimas en los ojos y con
su característico pí, pí, pí se fue caminando con
la cabeza agachada hacia una esquina de la
granja. Allí se acurrucó y comenzó a pensar:

=¿Por qué habré salido tan torpe? Todo
me estorba el pico, mis patas, y hasta las alas
que tengo que cargar. En realidad no sé por qué
son tan grandes -se quejaba una y otra vez-.

Los demás se reían de Altaír, burlándose
de ella constantemente y el pobre “pollo real”
les miraba con cierta envidia, viendo cómo sus
hermanos corrían felices por todo el corral ju-
gando de un lado para otro sin ninguna preocu-
pación.

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En silencio, el águila que sin querer se
estaba convirtiendo en un verdadero pollo, se
reprochaba con persistencia sobre su aspecto,
quejándose por todo lo que tenía y hasta por lo
que no tenía.

Altaír caminó cabizbaja hasta llegar al la-
do de su mamá gallina y se recostó junto a ella,
para que le acariciara con su pico durante un
buen rato y le reconfortara.

Con las caricias de Galatea, sin darse
cuenta, Altaír poco a poco fue quedándose dor-
mida. -¡Puedo volar, puedo volar! -gritó una y
otra vez entusiasmada mientras observaba, en
un profundo sueño, todo el valle desde las altu-
ras-.

En ese momento, Aldebarán y Cefeo co-
menzaron a llamarle y a picotearle en su es-
palda. -¡Despierta, despierta! -pero Altair se ha-
cía la remolona y no tenía ninguna intención de
aterrizar-. Por primera vez se encontraba volan-
do libre.

-iDespierta, despierta! -le volvían a insis-
tir sus hermanos-, que le miraban intrigados có-
mo movía las alas.

Por fin Altaír abrió sus ojos, y sin darle
tiempo ni si quiera de despertarse por completo
comenzaron los dos a bombardearle con pre-

guntas:

-¿Qué es lo que estabas soñando? -le
preguntó Cefeo-.

-¿Por qué gritabas y movías las alas sin
parar?, nos estabas asustando -interrogé ahora
Aldebarán-.

El pollo real, les miraba sin entender nada
de lo que le estaban diciendo, pues con tanto
ajetreo y tanto picotazo ni siquiera se acordaba
de lo que había soñado.

-Ya deja de dormir le dijo Cefeo-, mien-
tras seguía picoteándole una y otra vez en su es-
palda.

-¡Ven a jugar de nuevo con nosotros! -le
decían ahora los dos-.

Y Altair, sin recordar nada de lo que ha-
bía soñado, comenzó a jugar y a comer maíz tra-
tando de esmerarse en hacerlo muy bien.

En ese momento, el pollo real, por pri-
mera vez en su vida miró al cielo justo en el
momento en que un águila real volaba libre por
encima de ella; y subía en espiral surcando el
cielo y después se dejaba caer una y otra vez ha-
ciendo todo tipo de acrobacias.

Sin poder decir ni pío, el pollo real se
quedó mirando al águila con admiración y envi-
sr Y en ese instante comenzó a decirse en voz
aja:

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-Ojalé yo también pudiera ser capaz de
volar, pero unos gritos retumbaron en sus oídos
y empezó a escuchar:

-¡Despierta de una vez! -le gritaba Ce-
feo- ¡Y ya deja de mirar hacia arribal

-¿No te das cuenta que tú nunca jamás
podrás volar? -le gritó Aldebarán con burla-,
apenas puedes correr de un lado para otro en el
corral, ¡y estás pensando en volar como esa
águila!

-¡Qué extraña es nuestra hermana! -le
dijo Cefeo a su hermano-. \

Altair, que escuchaba todo lo que decian,
se sintió más triste e incomprendida.

Sin decir nada, Altaír continuó picando
maíz igual que un pollo más. De vez en cuando
se paraba para observar todos los detalles de ca-
da una de las gallinas y de los gallos e inme-
diatamente después imitaba cada uno de los
movimientos de sus hermanos y compañeros,
intentando sin descanso comportarse de la mis-
ma manera para llegar a ser igual que ellos y así
ganarse su respeto y admiración.

La vida en el corral

Los primeros rayos del sol salieron entre las
montañas, pintando con diferentes tonos el
verde valle, mientras que el río que bajaba muy
cerca de la granja dejaba escuchar a sus alrede-
dores un suave susurro.

El sol poco a poco comenzó a iluminar el
corral, que hasta ese momento se encontraba en
absoluto silencio.

De repente un fuerte ki kiriki despertó a
todos los que estaban en el corral, avisando que
el día había comenzado. Altaír intentó hacer lo
mismo, llenó sus pulmones, estiró su cuello y
comenzó a chillar: pi, pi pipipipi.

Totalmente desilusionada, Altaír se arrin-
coné una vez más en una de las esquinas y lloró
lamentändose de su desgracia. El águila que se
había convertido en pollo, se miraba así misma
y se comparaba con Aldebarán y con Cefeo y
por más que deseaba ser un gallo no se encon-
traba ningún parecido con ellos.

Galatea, que le estaba observando, se ha-
cercé a ella y le dijo:

-No tienes por qué entristecerte.

Pero en ese momento Altaír comenzó a
preguntarle con lágrimas en los ojos:

3

-¿Mamá, por qué yo no puedo ser igual
que ellos?

-Aunque no tengas el cuerpo de un gallo
-le dijo Galatea tratando de alentarle-, no im-
porta porque tu corazón es muy grande.

Pero Altair no pareció convencerse con la
explicación de su madre y continuó pensando en
lo que podría hacer para ser igual que sus her-
manos. En ese momento miró al cielo y volvió a
ver la misma águila totalmente libre, surcando
el aire de un lado a otro del valle.

-¡Quién pudiera ser águila! -exclamó-, al
tiempo que dejó escapar un suspiro; y después
continuó comiendo maíz.

Mientras recorría el corral, su hermano
Cefeo se le acercó a Altair y al igual que siem-
pre comenzó a burlarse de ell:

-No sé para que lloras, si ya has aprendi-
do a comer y además aquí tienes todo lo que
necesitas; cada mañana cuando te despiertas tie-
nes la comida en el suelo y no tienes más que
agachar tu pico y comenzar a comer.

Altaír ya había aprendido muchas cosas
de sus hermanos y de los que vivían junto a ella.
Ya era capaz de correr por todo el corral sin
caerse; claro que para ello no podía abrir para
nada sus alas, pues le hacían chocar con todo lo
que encontrara en el camino y por otro lado,

34

tampoco se le hacía ya demasiado difícil, pues
después de tanto tiempo apenas las podía abrir.
También había aprendido a comer y aunque no
sabía cacarear, cada mañana temprano ayudaba
a sus hermanos con su pi, pi, pi.

Al caer la noche, todos comenzaron a
dormir y de nuevo comenzó a reinar el silencio
en el corral. Cada gallo y cada gallina se aco-
modó en su lugar para pasar la noche. Altaír
también se acurrucó en su lugar y mirando al
cielo se fué quedando dormida.

Al poco tiempo, irrumpió el silencio,
emitió un grito que despertó a todos los que es-
taban en el corral:

-¡Puedo volar, puedo volar! -repetía Al-
taír una y otra vez-.

Pero inmediatamente todos le gritaron
pidiéndole que se callara y que les dejara dor-
mir; pero esa noche Altaír, que se había conver-
tido en un pollo real siguió soñando que se
había transformado en una inmensa águila, que
era libre y podía volar por todo el valle. Des-
pués del agradable sueño siguió durmiendo en
silencio hasta el día siguiente.

Un nuevo ki kiriki despertó al águila esa
mañana, pero se sentía distinta; tenía una nueva
ilusión: quería ser libre y poder volar.

35

-Esta noche tuve un suefio -dijo Altair
con inocencia a sus hermanos-, soñé que podía
volar, que era libre e iba de un lugar a otro vo-
lando con absoluta libertad.

Nada más terminó de contar la historia a
sus dos hermanos, éstos empezaron a reírse de
ella; y lo peor de todo, es que en esa ocasión co-
mentaron el chisme a todos los gallos y gallinas
que había en el corral. Altaír se convirtió en el
hazmerreír de todo el gallinero.

El águila real bajó la mirada y comenzó
una vez más a comer maíz, al mismo tiempo
que repetía una y otra vez, pi, pi pl.

‘Altair ya no tenía ganas de jugar con sys
hermanos, pues se sentía muy ofendida eer
humillación que le habían hecho pasar, aunque a
decir verdad nadie del corral quería estar junto a
ella y peor aún, todos le miraban de forma
extraña, como si se hubiera vuelto loca.

Una vez que se le hubo pasado el enfado,
Altair quiso abrir sus alas, pero nada más inten-
tarlo sintió un enorme dolor en todo su cuerpo,
provocado por la falta de costumbre y por la
tensión tan grande que debía de hacer para
lograrlo.

Al intentar extender las alas, se balan-
ceaba de un lado a otro y sin control perdía el

equilibrio.

Después del esfuerzo tan grande que ha-
bía hecho se lamentó y lloró de rabia y de dolor
por no ser capaz de abrir mas que un poco sus
enormes alas.

Por si fuera poco, Aldebarán y Cefeo se
acercaron a ella, volvieron a reírse y a burlarse,
desanimándole otra vez. Y ambos comenzaron a
decirle:

-¿Te has vuelto loca o qué? ¿Para qué
abres tus alas? Al final terminarás lastimándote
tu y haciéndonos daño a alguno de nosotros.

-¡Soy un pollo, soy un pollo! -se repetía
incansablemente Altaír-, tratando de convencer-
se una vez más de que ella no podría volar,

-Al fin y al cabo todo ha sido un sueño
-se decía tristemente a sí misma en voz baja-,
soltando un fuerte suspiro.

Así que nuevamente, sin decir ni pi, Alta-
ir continuó comiendo maíz y paseando cabizba-
ja ante la mirada delatadora de todos los de-
más.

Al igual que cualquier otro día, en la ma-
ñana siguiente todo transcurría con relativa tran-
quilidad en el corral. A no ser que de vez en
cuando Altaír volviera a tener algún sueño de
grandeza y de repente quisiera ponerse a volar.
Cada vez que eso ocurría causaba un tremendo
revuelo e inquietaba a todos en el corral. Debido

a los constantes alborotos, cada vez eran mayo-
res las discusiones y ahora, el pollo con sueños
de águila, provocaba una gran discusión en el
corral.

Sin embargo, ¡una noche más volvió a su-
ceder! Altaír apenas se estaba quedando dormi-
da y de nuevo el mismo sueño llegó hasta ella:

-¡Soy libre! -gritó en sus sueños- ¡Nada
me puede retener! -inconscientemente exclamó-
sólo que ahora en voz baja, para no ser descu-
bierta por sus familiares y compañeros del
corral y que no le formaran nuevamente todo
un espectáculo y trataran de humillarla y aver-
gonzarla delante de todos.

En su sueño, Altaír volaba libre, viendo a
sus pies las montañas, los ríos y el inmenso
valle, y durante un buen tiempo siguió deleitán-
dose del inmenso placer que le producía sentir
la libertad.

A la mañana siguiente, Altaír tuvo mucho
cuidado de no decir nada, ya que tenía un miedo
enorme de dañar o molestar con sus sueños a al-
guno de sus hermanos y amigos; aunque en el
fondo se moría de ganas por compartir lo que
acababa de soñar junto a su deseo de ser libre y
recorrer el valle.

El águila agachó su cabeza y con un fuer-
te suspiro, tratando de dejar a un lado su sueño,
nuevamente se inclinó a comer maíz.

-¡Si yo fuera águila! -se decía una vez
más en su interior-. Lo único que hacen estos
sueños es hacerme sufrir cada vez más, pues só-
lo el hecho de tratar de estirar las alas me produ-
ce un inmenso dolor en todo el cuerpo. -Y con
ese pensamiento siguió comiendo el maíz del
suelo-.

Durante un buen tiempo Altair continuó
buscando justificaciones para no esforzarse y
para no enfrentarse a los demás. -No sé para qué
quiero volar y tener que buscar mi comida cada
día, si en realidad aquí lo tengo todo; cada
mañana cuando me despierto tengo el agua y el
maíz en el suelo y lo único que necesito hacer es
agachar mi cabeza y picar el maíz.

Así continuó con esa actitud hasta que un
día inesperadamente, escuchó una voz en su in-
terior que le decía: -¡Tu puedes volar , eres li-
bre!

Altaír, en ese mismo momento, sin aver-
gonzarse y sin ningún temor a la crítica, volvió
a insistir una vez más y trató de extender sus
alas al máximo. Un profundo dolor le desgarró
su cuerpo y se reflejó inmediatamente en su

39

semblante, pero enseguida una sonrisa abria su
pico de par en par.

En ese momento se oyó en todo el corral
cómo exclamaba: -¡Puedo abrir las alas! -grité
Altair emocionada-.

-¡Ya me tienes harto! -gritó Cefeo, total-
mente encolerizado-.

-No sé como puedes ser mi hermana, si ni
siquiera te pareces a mí. Todos en el corral ya
estamos cansados de tu espíritu de grandeza; si
sigues así terminaremos por expulsarte de este
lugar, ya te has convertido en un peligro para
todos.

Altair, quiso explicarle a su hermano Ce-
feo lo que sintió en su interior al abrir sus alas,
pero éste se enfureció aún más

Al escuchar la discusión, todos se acer-
caron y empezaron a amenazar al pollo real y
como si de un juicio se tratara, uno de los gallos
le dijo:

La próxima vez que vuelvas a abrir tus
alas, sin más excusas te expulsaremos del co-
rral !

Altair trató de defenderse, pero el mismo
gallo le volvió a decir:

-Si insistes, terminaremos expulsándote
ahora mismo, ¡no se hable más! —concluyó-

El pobre pollo que tenía la ilusión de
abrir sus alas para poder volar, cerró su pico y
continuó comiendo maíz una vez más.

José visita la granja

José, el montañero, tal y como acostumbraba
hacer los fines de semana, salió a dar una vuelta
muy temprano para cargarse de energía en la
montaña. Mientras subía a paso lento pero deci-
dido, disfrutaba la brisa de aire fresco que acari-
ciaba su cara.

Una vez más José recorría el mismo ca-
mino que tantas veces le había llevado hasta la
cima de la montaña. Antes de llegar arriba, el
montañero se sentó sobre una roca que le permi-
tía ver y disfrutar cada rincón del valle, al mis-
mo tiempo que podía gozar de su interior.

Sentado y relajado, se deleitaba intensa-
mente de cada uno de sus sentidos mientras per-
cibía todos los elementos de la naturaleza. Dis-
frutaba del aire y del aroma de las plantas; al es-
tar sentado en lo más alto, se maravillaba de to-
do lo que le rodeaba, gozando de las diferentes
melodías producidas por el viento y el agua.

a

Después de un grato descanso y de un es-
trecho contacto con la naturaleza, el montañero,
continuó caminando hacia la “Cumbre del Águi-
la”, como él la llamaba. Al llegar arriba, algo le
hizo volver a mirar el nido donde encontró a Al-
taír. En ese instante recordó el momento en que
le puso a la cría de águila el nombre de la es-
trella más grande de la Constelación del Águila.

-¡Espero que ya se haya convertido en
una verdadera águila real! -pensaba para sí Jo-
sé-, sin saber los conflictos por los que pasaba
Altaír para encontrar su propia identidad.

Una vez arriba, orgulloso de haber vuelto
a ascender hasta la parte más alta de la montaña,
el montañero recorrió con sus ojos todo lo que
alcanzaba a abarcar con su mirada. Muy a lo le-
jos, trataba de distinguir la granja a donde habia
llevado los dos huevos de águila.

Una sensación sobreprotectora en ese mo-
mento le indujo a visitar a Altaír, para saber
cómo se encontraba y qué había sido de ella.

Una vez que hubo disfrutado y descan-
sado lo suficiente de la paz y del silencio de la
montaña, José emprendió el descenso con la
plena satisfacción de haber subido una vez más
hasta la cumbre.

2

Por el camino pensaba en ir a liberar a
Altair para que pudiera convertirse en el águila
real que era y pudiera disfrutar de su libertad.

Una vez abajo, José se dirigió a la granja
y llegó al corral.

Sin embargo; José, al llegar se encontró
con la triste realidad. Altaír se había convertido
en un gallo más.

-¡No lo puedo creer! -exclamó atónito el
montañero-, y continuó diciendo: -¿Cómo es
posible que un ave con un espíritu de libertad
tan grande como es un águila se encuentre
picando maíz?

José, preocupado llegó hasta el ahora
convertido en gallo real, lo tomó entre sus
manos y caminó hasta un lado del valle. Una
vez que hubo llegado allí trató de ayudarle a
volar. La lanzó al aire una y otra vez para ver si
de esa forma seguía sus instintos naturales y
comenzaba a agitar sus alas.

En el momento en que Altaír intentó abrir
y mover las alas para poder amortiguar su caída,
un inmenso dolor recorrió cada una de sus arti-
culaciones y de sus músculos, desde la cabeza
hasta sus garras.

Cuando el águila se esforzaba por volar,
una voz profunda resonó en su interior -¡Soy un
gallo y nunca podré volar!. Mis hermanos y mis

43

amigos tienen razón; si estuviera destinada a
volar, yo habría nacido fuera del corral y no me
haría ningún daño ni me costaría esfuerzo.
alguno subir y bajar ni desplazarme por el valle.
-El gallo real continuó pensando- "Además, pa-
ra qué me quiero esforzar si en el corral lo tengo
todo y no necesito más que agachar mi cuello y
picar el maíz para alimentarme y sobrevivir”.

Pero en ese momento; José, que nunca se
daba por vencido, la volvió a lanzar con más
fuerza que nunca; pero Altaír volvió a caer, lo
que le provocó un intenso dolor y volvió a pen-
“¡Definitivamente no he nacido para volar,
lo mejor es que siga comportándome como un
gallo más y me deje de soñar con ser libre!”

-De regreso-, José pensó irónicamente
"Esto es como querer hacer de un burro un ca-
ballo de carreras. Y más cuando éste no quiere
correr".

El montañero, acostumbrado a los retos
para subir a una y a otra montaña para lo cual
debía de sacar la fuerza de su último aliento, no
entendía cómo Altaír siendo un águila real, no
se esforzara por volar y lograr su libertad.

Con tristeza, José regresó al corral y dejó
al águila; su tristeza aumentó cuando vio cómo
en cuanto la soltó, corrió para picar el maíz,

convertida más que en un águila real, en un
allo real.

Altaír, lamentándose con cierta tristeza
por no poder volar, pero por otro lado con cierta
tranquilidad de tener su comida esperándole,
miró al cielo tratando de buscar al águila que en
más de una ocasión había visto y nuevamente la
vio volar disfrutando de un placentero vuelo,
subiendo y bajando sin esfuerzo alguno.

-¡Si yo fuera águila! -exclamó Altaír-, pe-
ro en ese instante recordó el daño que le produ-
cía intentar abrir sus alas y eliminando de su
mente todos los pensamientos, el gallo real con-
tinuó comiendo maíz.

La semana pasó en relativa tranquilidad, a
excepción de un día en que Altaír volvió a tener
el mismo sueño y alteró a todo el corral.

Abrió sus alas ahora con un poco menos
de dolor y comenzó a correr tratando de dar sal-
tos y elevarse.

-jPuedo ser libre! y ¡llegaré a ser libre!
-se repetía constantemente Altair llena de ilu-
sión-, hasta que llegaron sus dos hermanos y le
callaron inmediatamente diciéndole:

-¿Te has vuelto loca o qué? -le reprochó
ahora Aldebarán, totalmente enojado-. ¿Cuándo
dejarás de hacer tonterías y correr de un lado
para otro? ¿Quién te has creído que ere:

45

Altair, triste y con lagrimas en sus ojos,
dejé que éstas rodaran hasta su pico, para luego
retirarse sola una vez més a un lado del corral
tratando de olvidar todo lo que habia oido, para
no sufrir el dolor del rencor y que eso le dañara
más todavía. Ese día decidió volar y no ser co-
mo los demás, aún a sabiendas que eso no les
agradaría para nada a sus hermanos y mucho
menos a sus amigos.

Sin importarle para nada pasar más ver-
güenza o ser criticada, Altair estaba dispuesta a
sufrir lo que fuera y aguantar el dolor necesario
para dejar de ser un gallo y dejar de picar maíz,
aunque eso le obligara a conseguir su alimento
para poder sobrevivir.

En ese momento, el gallo real que estaba
tratando de convertirse en una verdadera águila,
extendió sus alas de par en par, con las que
abarcó cerca de dos metros del corral e inició el
intento de elevar su vuelo.

Todos sin perder el tiempo comenzaron a
reírse y a decirle:

-Jamás aprenderás la lección ¿no te das
cuenta de que nunca llegarás a volar? Pues aun-
que tengas ideas de águila, siempre seguirás
siendo un gallo -le repetían una y otra vez.

Pero ese día Altaír, por más que le dijeron
y se rieron de ella, no le dio ninguna importan-

cia a las burlas y comentarios de todos los que
estaban en el corral picando maíz, e intentó nue-
vamente volver a elevarse.

Ahora todavía fue mayor la indignación y
el revuelo. Todos ya estaban hartos del espíritu
de grandeza de Altair; y acto seguido, sin sopor-
tar un momento más, se reunieron todos los ga-
llos y gallinas del corral; y decidieron unánime-
mente repudiar a ese gallo con pensamientos de
Aguila.

A decir verdad, ninguno de los que alli
estaban sabían cómo era un águila, pues en su
vida siquiera se habían atrevido a mirar hacia
arriba, por lo que el cuerpo y la imagen de Al-
taír lo único que les parecía era la de un gallo
mal hecho.

A partir de ese momento, todos en el co-
rral condenaron el espíritu de volar y de liber-
tad de Altaír, y le relegaron a permanecer sola
en una esquina.

Desde ahí, cada vez que intentaba abrir
sus alas o elevar su vuelo todos inmediatamente
le obligaban a bajar.

Cefeo se acercó, y le di
nazante:

-Ya te dijimos Aldebarán y yo que deja-
ras los intentos de abrir tus alas para volar. -¿No
te has dado cuenta todavía que aquí todos he-

con tono ame-

47

mos nacido para picar maiz y vivir siempre en
este corral?

-Pero... -y antes de que Altair pudiera
explicar o decir una sola palabra-, Cefeo nueva-
mente volvió a gritarle:

-¡Hay que ver, encima de todo eres necia
y no estás dispuesta admitir tus errores! y
mucho menos sabes apreciar la buena voluntad
de todos los que estamos aquí. Si te comportaras
igual que nosotros, seguramente tú estarías me-
jor y nosotros nos sentiriamos mucho más tran-
quilos.

El águila real agachada y afligida en la
esquina donde había sido confinada, cada vez
entendía menos el comportamiento de sus her-
manos y de sus compañeros, le era difícil com-
prender que les molestara tanto su deseo tan
fuerte de querer volar.

Altaír se sentía ahora más adolorida en su
corazón que en sus alas; se sentía muy confun-
dida y no sabía ya si olvidarse de todo lo que
decían y opinaban, o bien cerrar sus alas para
siempre y continuar picando maíz.

CAPÍTULO 3

Altaír busca la libertad

Altaír insiste en volar

Un rayo de sol se filtró por una de las bardas,
iluminando el corral e inmediatamente sonó un
ki, kirikiti en toda la granja. El resto de los
gallos comenzaron a kikirikear, siguiendo la
misma costumbre de cada mañana y sin preocu-
parse de nada todos salieron a comer.

Altaír, en su soledad seguía sufriendo.
Los sentimientos se le cruzaban una y otra vez;
por un lado debía ser igual que el resto de los
gallos, pero lamentablemente no le salía mas
que un pi, pipipi... y por otro, sentía la
necesidad de volar y ser libre.

Siempre, en el último monento, le cau-
saba un fuerte dolor y una profunda tristeza ya
que no tenía el suficiente valor para enfrentarse
a sus hermanos y a sus compañeros, cada vez
que intentaba volar terminaba recriminada y hu-
millada.

49

-¡No soy ni un águila, ni un gallo! -se re-
petia Altair, una y otra vez-.

-No puedo cacarear ni puedo volar -e ins-
tintivamente agaché su pico y comenzó a picar
maiz-. Asi anduvo de un lado a otro durante un
buen rato, como un gallo más.

Al levantar su cabeza volvió a repetir:

-¡Si yo fuera águila, sí que podría volar!
En ese instante, una brisa de aire fresco recorrió
todo su cuerpo y le erizó cada una de sus
plumas; luego se dijo así misma con firmeza:

-¡A partir de mañana intentaré volar!.

Tras mencionar las mismas palabras que
había repetido constantemente día tras día, algo
le indujo a no dejar pasar un instante más.

Al día siguiente, sin decir ni pí a ninguna
de las aves del corral, Altaír no perdió tiempo
en esa ocasión en charlar ni en explicar nada y
se alejó del resto para intentar elevar su vuelo.

Ahora, un nuevo panorama se abría para
Altaír.

-¡Seré libre! -exclamó con fuerza-, sin-
tiendo que por fin acababa de despertar. In-

mediatamente pensó: -¡A partir de éste instante
nunca más me dejaré influenciar por ninguna
ave que no haya sido capaz de volar! Si ni si-
quiera han hecho el intento ¿Cómo pueden sa-
ber que no lo pueden conseguir? -se preguntó

50

Altair-; a lo que continué diciendo -y lo peor de
todo, no es que no vuelen ellos sino que ade-
más les molesta el sólo hecho de pensar que pu-
dieran llegar a volar los demás.

-En más de una ocasión tuve un sueño
-siguió pensando-; soñé que volaba como un
águila, vi cómo recorría sin cansancio cada rin-
cón del valle y de las montañas, pero desgra-
ciadamente nunca le hice caso a mi yo interior y
me puse a picar maíz y a vivir igual que todos
ellos. Pero a partir de hoy, es más ¡de este mis-
mo momento! cada mañana al levantarme haré
el intento de elevarme hasta que consiga volar y
cada día lo haré un poco más alto hasta que sea
capaz de alcanzar las cumbres de las más altas
montañas.

Con estos pensamientos, Altaír salió del
corral como pudo y se alejó al otro lado de la
granja para hacer sus primeros intentos.

De pronto, sintió de nuevo el miedo al re-
chazo y a ser criticada; pero no se detuvo por
eso y mientras se alejaba del corral, a su cabeza
le llegaban infinidad de dudas y temores, aun-
que en el fondo sabía muy bien que deseaba
volar.

Una vez en el valle, Altaír trató de volar,
pero sus alas se resistían una vez más y en cada
intento el dolor era aun mayor. En esa ocasión,

si

hizo caso omiso de sus pensamientos de miedo
€ intentó una y otra vez elevar su vuelo.

Ya pasada la mañana, cuando el dolor era
inaguantable, por fin consiguió elevarse unos
metros del suelo y exclamó

-¡Puedo volar! Ahora agitaré mis alas con
más fuerza y tomaré un mayor impulso, al mis-
mo tiempo que elevaré mi pico hacia el cielo;
estoy segura que eso me permitirá elevarme y
alcanzar mayor altura.

Y sin pensarlo más, Altaír, que comen-
zaba a formar en su interior el espíritu de una
verdadera águila, corrió con fuerza y. se impulsó
cerrando sus ojos y contrayendo cada uno de sus
músculos, lo que le provocó aún mayor dolor;
pero pudo elevarse de nuevo y mantenerse en el
aire durante unos segundos.

-¡En esta ocasión subiré a la punta de una
roca y me lanzaré desde ella y así conseguiré
permanecer 'en el aire más tiempo! -exclamé Al-
taír con gran entusiasmo-.

Y sin pensarlo dos veces, inició el ascen-
so a una pequeña montaña donde se veía un ris-
co que sobresalía en la cima. Al llegar arriba sin
mirar atrás ni hacia abajo; se lanzó a volar y
planeó un poco más pero al querer descender en
picado como las águilas, sintió cómo su cara se
estrellaba contra el suelo.

32

Altair quedó un instante tendida, sin po-
der decir nada y poco a poco comenzó a levan-
tarse y a caminar hacia la granja.

-¡Mañana intentaré volar de nuevo! -ex-
clamó con decisión y con el cuerpo lleno de
moretones y adolorido regresó hasta su hogar.

Al llegar, todos le estaban esperando y
sin dejarle decir ni pí se acercó Cefeo hacia ella
y le dijo muy enojado:

-¡Eres una irresponsable! ¿A quién se le
ocurre salir del corral? ¿No sabes que está
terminantemente prohibido dejar el lugar?

Pero Altaír en ese instante, como pudo
sacó su espíritu de águila real y le contestó:

-¿Quién es más irresponsable? ¿quién de-
sea volar y ser libre y no satisfaciendo el capri-
cho de los demás, se lanza en picado al vuelo,
aún sabiendo que en más de una ocasión puede
fracasar en su intento? o ¿Quién por no desagra-
dar a los demás no se atreve a hacer el intento?

Y una vez dicho esto, Altaír se fue a una
esquina para descansar de su caída. Desde allí
miraba a todas las aves del corral y veía en cada
una de ellas la misma monotonía aunada a las
miradas de resentimiento.

Desde el rincón en el que se encontraba,
sentía cómo las bardas le aprisionaban cada vez
más y exclamó enfurecida:

3

-¡Este sitio es peor que un infierno!

Desesperada y adolorida, se repetía cons-
tantemente en su interior:

-Necesito un lugar grande para vivir; yo
he nacido para volar y vivir en extensiones más
amplias y sin fronteras, donde pueda desarro-
llarme, crecer y volar sin límites para poder al-
canzar las cimas más altas.

A Altair, ese sitio se le había hecho cada
vez más y más pequeño, en realidad había lle-
gado a convertirse en un verdadero infierno para
ella; sin embargo aún así, las dudas no cesaban
de ir y venir por su cabeza.

Así, temblorosa y adolorida, repasaba Al-
taír una y otra vez los pros y los contras de ser
un ave libre.

Cuando el águila comenzó a quedarse
dormida, las risas interrumpieron su sueño y
empezó a escuchar que las aves del corral le de-
cian en tono burlón:

-Quiso volar igual que un águila por el
aire... libre... y no sabe que volar es imposible.
-Y en ese momento todos al mismo tiempo se
rieron de ella.

Altaír en ese instante quiso escapar co-
rriendo o mejor dicho, le hubiera gustado salir
volando; pero se encontraba demasiado cansada
y adolorida como para mover una sola pluma y

prefirió no hacer caso de las burlas y volver a
dormirse.

Esa noche, soñó que una hermosa águila
volaba junto a ella, recorriendo las montañas
más altas y los lugares más hermosos del valle.
Y el águila que le acompañaba le decía con voz
fuerte y decidida:

-Altaír, ¡eres un águila, eres libre!. Tú has
nacido sin límites; ¡no dejes que tus miedos te
encadenen y fabriquen barreras en tu mente que
te impidan volar hacia tu libertad! -y continuó
diciéndole-: -En realidad ¡nadie puede robarte
tus sueños sin tu permiso!

-¿Será cierto que puedo volar? -contestó
Altair en su sueño-. Yo creo que tienes más con-
fianza en mí de la que yo misma me tengo.

-Ese es el motivo por el que no puedes
llegar a elevar tu vuelo -respondió el águila- no
tienes la suficiente confianza en ti misma, por
eso cada vez que intentas desplegar tus alas el
miedo te atrae de nuevo hacía el suelo.

-¿Cómo puedo ser libre? -preguntó de
nuevo Altaír-, ¿si cada vez que intento simple-
mente extender mis alas para volar, un dolor
enorme recorre cada rincón de mi cuerpo?

-Todos al principio -respondió su acom-
pañante-, cuando no tenemos la costumbre de
hacer algo siempre al inicio experimentamos

ss

dolor y miedo pero una vez que hemos logrado
trascenderlo y superarlo, podemos disfrutar
mientras los demás continúan abajo picando
maíz.

Sin más, Altaír comenzó a perder la ima-
gen del águila y siguió durmiendo.

A la mañana siguiente, al despertar todas
las demás aves le miraban con resentimiento y
coraje, sin entender cómo podía existir un gallo
tan necio. Era la primera vez que alguien quería
salir del lugar donde había nacido y romper con
la tradición no solamente del corral sino de to-
da la granja.

Con tristeza pero con determinación, Al-
taír abandonó esa misma mañana el lugar donde
había pasado toda su vida. Renunciaba así a la
comodidad y a la seguridad que tantos años ha-
bía tenido. Con las lágrimas en los ojos, a me-
ida que se alejaba volvía su mirada hacia atrás;
apenada y adolorida recordaba todo lo que aca:
baba de dejar en el corral.

Pronto comenzó a pensar en lo que podría
llegar a obtener y de esa forma sacó las fuerzas
necesarias para seguir hacia delante y conseguir
algún día llegar a volar y recorrer las alturas. Y
así Altaír emprendió su camino hacia la libertad.

Altaír, con las lágrimas recorriendo su pi-
co, llegó hasta el lugar en el que un día antes ha-

bía intentado elevar su vuelo. Aún con el cuerpo
adolorido subió como pudo hasta la cima de una
pequeña montaña y desde allí sin pensar un
instante en el fracaso, desplegó sus alas y se de-
j6 caer una vez más, totalmente ilusionada por
volar y a pesar del dolor que le producía el sim-
ple hecho de estirar las alas, entusiasmada co-
menzó a planear por el valle hasta que llegó al
suelo.

-¡En esta ocasión pude planear y aterri-
zar y no me ocurrió nada! -pensó Altaír, inten-
tando sostener una sonrisa que embargaba su
corazón-. ¡Creo que sí puedo volar! -gritó llena
de alegría e inmediatamente, sin pensarlo dos
veces, volvió a subir al mismo lugar para inten-
tarlo de nuevo-.

Altaír encuentra un amigo

Ya casi estaba a punto de anochecer y Altaír
empezó a echar de menos la seguridad con la
que vivía en el corral. En todo el día no había
comido nada de maíz y lo peor de todo era que
no sabía qué comer, ni cómo proveerse de sus

57

alimentos, pues en toda su vida jamás se habia
preocupado por ello.

En más de una ocasión, cuando Altair
comenzó a tener hambre estuvo a punto de re-
gresar nuevamente con el resto de los gallos y
de las gallinas, pero solamente el hecho de pen-
sar en sus hermanos y en sus amigos y en cómo
se iban a reír de ella, decidió seguir hacia ade-
lante.

-He pasado demasiado tiempo con todos
ellos y por eso pienso y siento muchas veces
igual; -se dijo en voz baja-.

Altair, deseaba ser libre, pero ya se estaba
dando cuenta del esfuerzo tan grande que debía
hacer para conseguirlo, pues ahora ya no tendría
quien le diera su comida ni quien cuidara de
ella. Sin embargo, había visto volar muy alto a
otras aves lo que le llenaba de esperanzas y de
alegría.

-¡No me volveré a juntar nunca más con
aves que no sepan volar! -exclamó y prosigui
-Porque ellas no pueden o no quieren aprender a
elevar su vuelo, creen que los demás estamos
obligados a no intentarlo para no hacerles sentir
mal. A partir de este momento, buscaré quién
me enseñe a volar. Inmediatamente Altaír, llena
de miedo y de frío pero a la vez decidida, buscó
un lugar dónde guarecerse hasta el día siguiente.

El sol comenzó a ocultarse llevándose
con él los últimos rayos de luz. En un instante
un profundo silencio se produjo en el valle; y
ahora a medida que el tiempo pasaba, Altaír
sintió un deseo ardiente de regresar con todos al
corral. Ya no sabía qué era peor; si las risas y
las burlas o la soledad y el silencio que sentía en
ese momento.

De vez en cuando le despertaba algún rui-
do y eso le agudizaba aún más el miedo que
junto al hambre hacía que el tormento fuera
mayor.

La primera noche que pasó sola, Altaír
prácticamente no pegó el ojo a pesar de su can-
sancio y de las emociones pasadas, por lo que al
día siguiente más que un águila parecía un
búho.

Altaír trataba de abrir sus ojos de par en
par para poder mantenerse despierta. Esa maña-
na el sueño, aunado al cansancio y al dolor de
cada intento por volar le tenían totalmente ago-
tada.

Sin embargo; siguiendo su propósito, lo
primero que hizo fue practicar su vuelo. Ham-
brienta y adolorida hizo el intento por volar con
gran alegría descubrió que al fin consiguió
elevarse y sobre todo con mucha seguridad.

59

-¡Puedo volar! -exclamó, mientras seguía
ganando altura-.

Mientras hacía el intento por elevarse un
poco más, otra joven águila se dejó caer en pi-
cado a su lado y Altaír sintió cómo el susurro
del viento le rozaba su cara. Sin poder contener
la admiración, miró al águila que acababa de
llegar y totalmente sorprendida le preguntó:
Cómo has podido hacer ese descenso
tan rápido?

-Es la naturaleza de las águilas subir hasta
los lugares más altos y dominar las alturas y
después poder descender en picado cuando lo
deseamos; siendo conscientes de cada uno de
nuestros movimientos para no perder el control
-le contestó-, como si para ella fuera lo más na-
tural.

-¿Me podrías mostrar como te elevas?
preguntó Altair deseosa de aprender-.

Sin decir nada, la joven águila se elevó en
espiral y tomó cada vez más altura, utilizando
simplemente la fuerza de la propia naturaleza.
Altair, con los ojos abiertos de par en par, le mi-
raba entusiasmada al mismo tiempo que se re-
flejaba en su cara una cierta envidia.

-¿Cómo puedes subir tan alto y sin nin-
gún esfuerzo? -volvió a preguntar, cuando el
águila recién había bajado-.

-Utilizando todas las corrientes de aire
-respondi6- y acto seguido hizo toda una
exhibición de aerodinámica.

Una vez que hubo demostrado de todo lo
que era capaz de hacer, plegó sus alas contra su
cuerpo y se dejó caer hasta llegar al lado de Al-
tair.

Altair se mostraba inquieta y entusiasma-
da, deseaba conocer hasta el más pequeño de los
secretos para dominar en su totalidad el arte del
vuelo. Era tanto su interés que incluso se-le ha-
bía olvidado el hambre que tenía.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó Altaír-,
con deseo de establecer un diálogo y hacer
amistad con el recién llegado.

-Soy Orión, ¡el mejor cazador de todo el
territorio que alcanzan a ver tus ojos!. -le
contesté con cierto tono de orgullo-.

Altaír sin hacer mucho caso en ese mo-
mento de lo que le decía, le preguntó nueva-
mente:

-¿Podrías enseñarme a volar?

-¿Y para qué quieres volar? -le regresó la
pregunta-.

iPara ser libre! -contesté Altair de inme-
diato-.

Orión, un poco desconcertado le dijo:

-Libre has sido toda la vida. ¿Qué es lo
que te ha impedido volar?

-Las costumbres de mis amigos y familia-
res me impidieron durante mucho tiempo exten-
der mis alas. Es más, incluso habían hecho pla-
nes de cómo debería ser mi futuro y en el mo-
mento en que decidí cambiarlo, todos ellos se
volvieron contra mí y me expulsaron de su cír-
culo.

-Has tenido suerte -respondió Orién-;
quien permanece al lado de fracasados nunca ja-
más llega a volar y lo peor es que en muchas
ocasiones, por temor a herirlos y a que se
sientan ofendidos, más de un águila nunca llega
a elevar su vuelo. ¿Quieres volar? -le preguntó
Orión, lleno de entusiasmo e inmediatamente
siguió diciendo:

-Solamente un águila libre y capaz de vo-
lar alto puede enseñar y ayudar a otras aves a
convertirse en águila.

-Lograremos que vueles -le dijo con voz
cariñosa- cueste lo que cueste, tienes que con-
seguirlo, ése es tu destino.

Sin pensar un momento en el fracaso ni
en la muerte, Altaír comenzó a desplazarse bus-
cando una corriente de aire caliente que les ayu-
dara a subir sin esfuerzo.

Una vez que Orión hubo detectado una
corriente de aire le dijo:

-Extiende sin miedo tus alas de par en par
y siente cada una de tus plumas. Ahora déjate
llevar y observa tu cuerpo integrándote en el ai-
re como si fueras parte de él.

-Altaír se sentía entusiasmada; había lo-
grado subir más de cuatrocientos metros y desde
allí podía divisar todo el valle y todo lo que en
él ocurría.

-¡Es maravilloso! -exclamó Altaír-, quien
por fin sentía que comenzaba a convertirse en
águila.

-Cuanto más alto subes -le dijo Orién-,
más puedes observar lo que ocurre abajo; por
eso las águilas debemos de conseguir llegar a
las cumbres más altas; así los que están abajo no
nos pueden alcanzar con sus críticas, ni envi-
dias.

Altaír, entusiasmada por la altura que ha-
bía alcanzado, quiso descender en picado tal y
como acababa de ver a Orión hacerlo. Echó una
última mirada al cielo y sin ningún tipo de te-
mor cerró sus alas y enfiló su pico hacia abajo.
Se dejó caer tratando de imitar la técnica de su
amigo pero lamentablemente al llegar abajo no
pudo dominar su vuelo a tiempo y terminó es-
trellándose contra las ramas de un árbol.

63

Cuando Altair recobró el sentido era ya
pasado el atardecer. Abrió lentamente los ojos y
se encontró con Orión junto a ella.

-No pude elevar mi vuelo -dijo Altair con
lágrimas en los ojos y totalmente adolorida e in-
mediatamente continuó diciendo: -Muchas ve-
ces, creo que no llegaré a volar como una ver-
dadera águila; me siento torpe y casi sin fuerza
para extender mis alas.

-Tu miedo y tus dudas son las que te im-
piden volar, -respondié Orión con autoridad-.

-Pero yo estaba decidida a bajar, conven-
cida de que podría extender mis alas en el mo-
mento que deseara -dijo Altaír enojada consigo
misma-.

-Si... replicó Orión-, pero las dudas que
tienes en los pequeños momentos son las que te
entorpecen en las grandes decisiones. ¿Por qué
dices que no sabes si llegarás a volar como una
verdadera águila? ¿No te das cuenta que posees
todo lo que tiene cualquiera de ellas?

Altaír se miraba una y otra vez y aunque
descubría que tenía el cuerpo de águila, había
algo en su interior que no le dejaba descubrirse
ni aceptarse.

-Mira tus patas -insistió Orión-, son ha-
ladas y tus pezuñas están curvadas, no has na-
cido para correr sino para elevarte y volar; subir

y bajar, ser libre como el viento y poder llegar a
cualquier lugar por ti misma. Siéntete satisfecha
y orgullosa de ser águila. -Continuó diciéndole
Orión-

-Si... -replicó Altair, aún tendida en el
suelo-, pero aquí no tengo maíz para comer y
¿Cómo haré cada día para poder alimentarme?
toda mi vida me he encontrado con la comida en
el corral sin tener que hacer ningún esfuerzo y
ahora no sé ni siquiera qué es lo que puedo
comer.

-Para eso tienes tus patas -le explicó
Oriön-, para atrapar tus presas y tu pico es cur-
vado para poder desgarrar la carne y alimentarte
con un ratón, un pez, hasta con un venado o lo
que tu desees -Terminó diciendo Orión-.

Altaír, desconcertada, no se imaginaba
cómo poder llegar a atrapar un pez y mucho
menos a un venado.

-Estar en el corral tiene sus ventajas y
también sus desventajas -continuó diciendo
Orión-, al igual que las tiene el ser libre; pero tú
tendrás que decidir qué te conviene más.

-¿Qué ventajas tiene una y otra? -pregun-
tó Altair-.

Orión, un tanto desesperado, seguía sin
entender cómo un ave con todas las caracterís-
ticas y todo lo necesario para volar, tuviera tan-

6s

tas dificultades para hacerlo y sin mayores
deseos de abandonar el corral.

-Todos los que están en el corral tienen su
comida garantizada ¡eso es una ventaja! -excla-
mó Orión-. Sin embargo, no pueden llegar a co-
mer más que lo que cada mañana le sirven en el
suelo y eso siempre y cuando el encargado de
suministrarle el alimento se acuerde y tenga el
tiempo para hacerlo. Así dia tras día, todos aga-
chan su cuello para picar el maíz y se pelean
entre ellos por comer un grano más. Además,
por la comodidad de no pensar y no esforzarse
un poco más, no se dan cuenta de todas las
riquezas y posibilidades que existen en el valle;
y lamentablemente se pasan la vida peleando
por un grano y no se dan cuenta de todo lo que
tienen a su alrededor.

-Sí, pero las aves que son libres tienen
que realizar un gran esfuerzo por proporcionarse
constantemente su alimento y nunca saben si
llegarán a comer al día siguiente. -Replicó Alta-
ír-, tratando de justificarse por su deseo de
regresar al corral para encontrar allí su comida
sin necesidad de tener que esforzarse y sobre
todo por el dolor que tenía, además del hambre
que sentía en ese momento.

-Es cierto, las aves que somos libres no
sabemos qué comeremos al día siguiente -re-

puso Orión- pero tenemos la libertad de volar y
de conocer, al mismo tiempo que el orgullo de
proporcionarnos nuestros propios alimentos y
cuanto más alto vuelas, más libre eres y más
visión tienes sobre el valle y sobre todo, puedes
elegir mejor tu propio destino. Debes de seguir
insistiendo ¡tú puedes volar!, has nacido para
ser libre y alcanzar las más altas cumbres jamás
por tí soñadas, pero es necesario que cambies
los pensamientos sobre tí misma de otro modo
nunca jamás lograrás alcanzar tu libertad.

‘Altair, se miraba así misma, tratando de
encontrar en ella cada una de las cualidades que
su amigo Orión le estaba mencionando pero en
realidad no las veía.

-La naturaleza te ha provisto de todo lo
necesario para volar y elevarte sin límites -pro-
siguió Orión-; tienes alas, también tienes ojos,
un pico, dos patas y todo lo que cualquier águila
real necesita tener; sólo es necesario que tú mis-
ma te convenzas de que eres un águila y que
puedes ser libre sin depender de nadie para
volar.

-¡Ser libre y volar! -estas palabras comen-
zaron a retumbar en la cabeza de Altaír como un
eco en la montaña “libre, bre, bre, breeee;
volar, lar, arrr...”

0

Ella había soñado siempre con lograrlo,
pero en ese momento le faltaban las fuerzas su-
ficientes y las dudas le asaltaban constante-
mente y aunque ese era su gran deseo, había
algo en su interior que no le permitía creérselo.

-iPero... -objetó Altair-.

-Ese; es el mayor problema de la gran
mayoría de las aves; los peros... -interrumpió
Orión-. Casi siempre se dejan llevar por sus du-
das y sus excusas. En lugar de enfrentarse a sus
retos, se aíslan y huyen de ellos ya que de esa
forma jamás llegan a volar, debido a las trabas y
obstáculos que ellos mismos se crean. Volva-
mos a elevarnos para que lo intentes de nuevo,
pues lo importante no es cuántas veces te cai-
gas, sino cuántas veces subas y en dónde te
encuentres al final.

“Busca dentro de tí la fuerza suficiente y
encuentra tu propio espíritu de libertad, así po-
drás volar sin dificultad; en lugar de quedarte a-
bajo como la gran mayoría con el cuello aga-
chado picando maíz

Altaír sintió cómo la ilusión recorría cada
gota de su sangre y cómo ésta comenzaba a cir-
cular por todo su cuerpo.

-¡Lucha siempre y esfuérzate en elevarte!
-enfatizó Orión-. Y así te convertirás en uno de
los pocos privilegiados que consiguen subir

muy alto y permanecer arriba volando libres,
siendo de esa forma dueños de su propio desti-
no.

Esas palabras llegaron directas al corazón
de Altaír, que quería levantarse sin más para
emprender nuevamente su vuelo, pero el dolor
de la caída y la falta de fuerzas por el hambre
que tenía le impedían hacerlo tal y como él
quería.

-No te preocupes -le dijo inmediatamente
Orión con voz cariñosa-; cuanto más te cueste
elevarte y llegar arriba, más apreciarás y valora-
rás el esfuerzo que has realizado. Una vez que
lo hayas conseguido, disfrutarás aún con más
placer el logro alcanzado. Además, recuerda que
"no existe peor lucha que la que no se hace"

Altair, reanimada por las palabras de su
amigo y sin pensar en lo que acababa de pasarle
se levantó y se dispuso nuevamente a empren-
der el vuelo.

Altaír comienza a volar

Al día siguiente, los primeros rayos del sol apa-
recieron por encima de las montañas e ilumina-
ron lentamente cada uno de los árboles, los
campos, las flores, el río y toda la naturaleza.

Esa mañana Altair se había despertado con ver-
daderas ganas de volar y de lograr su libertad.

Un rayo de sol le iluminaba y en ese mis-
mo momento comenzó a desaparecer todo su
miedo; abrió sus alas y elevó su vuelo junto a su
compañero. Comenzó a recorrer todo el valle,
pero aún no se atrevía a subir demasiado alto
pues no conocía las corrientes de aire; Altaír
sentía miedo de llegar a perder el control y ser
zarandeado de un lado a otro.

-Orión, ¿cómo puedo cazar? -Estoy ham-
brienta y tengo pocas fuerzas para seguir volan-
do.

-Divisa el valle entero -le dijo Orión, dan-
dole el tiempo suficiente como para que se
pudiera recrear-, después de haber observado
bien busca algún animal que esté débil, pues
siempre que podamos debemos alimentarnos de
aquel que tenga menos fuerzas, para permitir así
que la naturaleza continúe desarrollándose sin
ningún problema y que prevalezcan los mejores
de cada especie. Algunos quieren volar muy alto
y desean convertirse en verdaderas águilas rea-
les, pero desgraciadamente toman todo lo que
encuentran en su camino sin importarles nada,
aunque después no le den ninguna utilidad y se
les eche a perder; ni siquiera se preocupan si
después continuará habiendo o no alimento para

sus hijos. En realidad lo único que les importa y
por lo único que se preocupan, es por sus nece-
sidades y por mantener su propio orgullo.

Altair, no entendía muy bien lo que le de-
cía su amigo así que le pidió que se lo explicara
de una forma más sencilla. -Orión, paciente
continuó diciéndole-:

-Existen muchos seres en el valle que sin
importarles el alcance de sus acciones destro-
zan, matan y aniquilan todo lo que encuentran a
su alrededor, sin importarles las consecuencias
pero de esa forma alteran los ecosistemas de to-
da la naturaleza. Por eso Altaír; siempre debes
de buscar y atrapar únicamente lo que te sea in-
dispensable para cubrir tus necesidades.

Altaír reflexionó en lo que le había dicho
su amigo, al mismo tiempo que con impaciencia
comenzó a buscar por todo el valle una presa
con la que pudiera alimentarse, pero lamenta-
blemente no podía ver nada, pues sus ojos no
estaban acostumbrados a ver desde tanta altura.

-No consigo ver nada -dijo Altaír un tanto
desanimada-, de nuevo me da la sensación que
es demasiado difícil para mí llegar a ser un
águila real y comportarme como tal. ¿No crees
que si en realidad estuviera predestinada a ser
un águila desde siempre hubiera sido libre? ¡Y

n

ahora no tendria que estar haciendo tanto
esfuerzo para poder volar y vivir como tal!

-En realidad no es facil para nadie llegar a
ser un águila -replicó Orión-. Sin embargo,
quien se lo propone y se esfuerza incansable-
mente consigue no sólo ser un águila real; sino
que al mismo tiempo logra llegar hasta las
cumbres más altas, donde nadie le puede alcan-
zar evitando así que alguien le pueda dañar. Hay
muchos que nacen libres y descienden de
verdaderas familias de águilas reales, pero sin
embargo, deciden vivir toda su vida como gallos
y gallinas en el mismo corral, sin hacer el mí-
nimo esfuerzo para llegar a volar; y como creen
que ya tienen sin esforzarse todo lo que
necesitan nunca miran hacia arriba para ver si
pueden lograr algo mejor.

Altaír, a pesar de su hambre, reconocía en
silencio la gran verdad que encerraban las pala-
bras de su amigo.

-Hay otros muchos -continuó Orión-, que
nacen dentro de corrales y de espacios muy
reducidos y nunca han visto volar a ninguno de
sus familiares o amigos; sino que por el con-
trario a lo único que se han acostumbrado es a
verlos correr por todo el corral peleándose por
conseguir el mismo grano de maíz. No obstan-
te, aunque hayan sido educados para alimentar-

n

se y vivir asi, a través del esfuerzo y de la dedi-
cación pueden llegar a levantar su vuelo y
elevarse a los lugares más altos, consiguiendo
ser libres. Es más, a aquellos que mayor esfuer-
zo les cuesta subir y conseguir su libertad, son
precisamente los que más aprecian y disfrutan
del vuelo y de su independencia y generalmen-
te son a los únicos que les agrada que otros
compartan las alturas con ellos.

Entusiasmada, Altaír miraba con admira-
ción a Orión, fascinada con todo lo que éste le
decía. Ahora sentía cómo la sangre le erizaba
sus plumas al sentir el orgullo de haber salido
del gallinero y de haber dejado de ser un ave de
corral.

Ahora, Altaír deseaba fervientemente
aprender las más refinadas técnicas de vuelo
para poder subir y bajar en el momento que lo
deseara, manteniendo el control en cada instante
para recorrer; igual que Orión cada uno de los
rincones de ese enorme mundo que ahora tenía a
la vista.

-Lo que te acabo de explicar es lo que
hace la diferencia entre un águila real y un á-
guila cualquiera; «prosiguió Orión- “la bondad y
la generosidad son las cualidades que distinguen
y enorgullecen a una verdadera águila de cual-
quier otra”. Hay que entender que es imprescin-

2

dible utilizar única y exclusivamente lo necesa-
rio para volar y para alimentarse, porque esto es
lo que asegura que no exista ninguna carencia
para nadie. Y una vez que estés arriba podrás
ayudar a quien quiera lograr volar.

Altaír, al tiempo que escuchaba a su ami-
go, se esforzaba por ver a su presa para poder
comer, cuando de repente exclamó:

-jAlli, abajo veo un animal pequeño y que
casi no puede ni volar!

-Déjate caer con fuerza -la animó Orión-.
Simplemente pliega tus alas y enfila tu pico ha-
cia el suelo y unos metros antes extiéndelas y
atrapa con tus fuertes garras a la presa que nece-
sitas para comer.

“Siento miedo -repuso Altaír-

-¡No mires atrás! allí sólo verás los fraca-
sos que tuviste y te impedirán actuar en el pre-
sente. Lleva tu mirada al frente para poder ver el
futuro que te espera.

Altaír, con miedo, se dejó caer y sintió
que sus ojos se cerraban hasta no quedar más
que unas pequeñas rayas. Las emociones se le
mezclaban; por un lado, sentía el regocijo de
estar bajando a más velocidad que nunca y por
otro lado, sin poder evitarlo recordaba el último
intento y cómo había quedado después de él.

7

-“Aún siento el dolor en todo mi cuerpo y
tengo la sensación de que mis alas no consegui-
rán abrirse a tiempo, pues aún no están lo sufi-
cientemente fortalecidas” -pensaba Altaír al
mismo tiempo que se dejaba caer al vacio-.

En fracciones de segundos, por su cabeza
recorrían infinitos pensamientos de todo tipo.

Unos cuantos metros antes de llegar hasta
el pequeño gorrión, Altaír abrió lentamente y
con miedo sus alas; y después extendió sus ga-
rras hasta que intentó atraparlo, pero fue tan len-
to su movimiento que el pájaro salió volando.

Casi si darse cuenta, a un lado de Altaír,
cayó en picado su amigo Orión. Altaír escuchó
sorprendida el zumbido que producía éste al ba-
jar, y observó con admiración como alcanzaba
su presa en pleno vuelo, sin ningún esfuerzo.

-En esta ocasión te invitaré a comer para
que puedas aumentar tus fuerzas -le dijo Oriön-,
pero no será algo que haga por tí constantemen-
te sino; nunca llegarás a alimentarte por tí mis-
ma y jamás alcanzaras a conseguir tu libertad.

Altair, aún adolorida por el esfuerzo, no
rehusó la invitación que le acababa de hacer su
amigo Orión, pero a decir verdad no sabía cómo
comer aquello que tenía a su lado.

-¿Cómo puedo comer esto? -preguntó in-
trigada-.

75

-Para eso tienes tus garras, para atrapar tu
presa y tu pico curvado para poder desgarrarla,
-le contestó su amigo-. .

En ese momento, Altaír descubrió parte
de su propia naturaleza y por primera vez em-
pezó a usar sus patas para algo útil, que durante
tanto tiempo le habían estorbado.

En cuanto terminaron de comer, le llevó a
la orilla de un río.

-¿Qué es lo que ves? -le preguntó Orión
una vez que llegaron-.

-Veo dos águilas -respondió sorprendida-.

-¡Mira bien! -volvió a insistir- ¿Quiénes
son esas águilas que ves?

Altaír reconocía perfectamente que una
de las águilas que se reflejaban en el río era
Orión; sin embargo, no podía saber quién era la
otra águila que estaba a su lado. Confundida
miraba una y otra vez tratando de distinguir
quién era la otra.

-Has estado durante tanto tiempo tan ale-
jada de tí, que ni siquiera te reconoces -le dijo
Orión con cierto tono de dolor-. Eso es lo que
ocurre con frecuencia; muchas de las aves cuen-
tan con todo lo necesario para convertirse en
verdaderas águilas reales y lamentablemente se
pasan toda su vida sin llegar a reconocerse.

Altaír observaba el agua que reflejaba su
cuerpo y se miraba sorprendida. Después de
verse una vez más exclamó:

-¡Nunca jamás pensé que yo era un águi-
la!

-Si, así es -contestó su amigo-, la natura-
leza te ha provisto de todo lo necesario para vo-
lar y ser libre, pero hasta ahora que te has visto
y te has reconocido, no te habías dado cuenta
que tienes todo lo necesario para lograrlo. Sin
embargo, todavía necesitas esforzarte mucho y
crecer interiormente para lograr ser un águila,
ya que todavía no eres más que una simple ave.

-Bueno... y si tengo el cuerpo de águila,
¿por qué entonces me dices que no soy un águi-
la? -preguntó Altaír con cierta extrañeza-.

-Antes de bajar al río te explicaba que en
algunas ocasiones había quien habiendo nacido
en una familia de águilas reales muy distingui-
das, nunca habían podido alcanzar su propia li-
bertad ni su propia realeza -le explicó Orión

-Y eso ¿Qué tiene que ver conmigo?
preguntó Altaír un tanto ofendida.

-El hecho de que tengas el plumaje no
quiere decir que ya seas un águila -dijo su ami-
go con autoridad-. Tendrás que comportarte y
vivir como una de ellas, deberás aprender a
volar y a suministrarte por tí misma tus propios

n

alimentos. No te confies demasiado, al creer que
ya lo tienes todo y abandones tu deseo de liber-
tad.

Altair reflexionó en lo que acababa de es-
cuchar de su amigo Orión y se decía en su inte-
rior -¡Tengo mucho que aprender para llegar a
convertirme en una verdadera águila real!

Al mismo tiempo, se dio cuenta también
que en el mundo de las águilas entre una y otra,
existían grandes diferencias.

-¿Y todas las águilas somos distintas?
preguntó Altair-, tratando de cerciorarse de si lo
que acababa de preguntar era cierto.

¡Así es! -le dijo Orión con afecto-.
Existen unas águilas que vuelan más alto que
otras y poseen territorios mayores para
compartir con sus parejas; donde pueden
enseñar y preparar a sus descendientes para que
lleguen también a convertirse al igual que ellos,
en águilas reales

Altaír, miró al cielo tratando de ver hasta
dónde sería capaz de volar y durante un mo-
mento, dejándose llevar por la imaginación, re-
corrió en sus recuerdos todo lo que desde arriba
había logrado ver y pensó: -"Seguramente, más
lejos de donde alcanza mi mirada, aún hay
lugares que puedo llegar a conocer." -Por unos
instantes se olvidó del dolor y de todo lo que

había pasado hasta llegar a aquel lugar y se
dedicó a deleitarse de lo que podría llegar a
alcanzar, hasta que las palabras de Orión le
sacaron de sus sueños.

-¿En qué piensas Altai
amigo Orión-.

Altaír, desconcertada le dijo: -En la gran
cantidad de lugares que hay por descubrir y la
cantidad de cosas que se pueden lograr; y por
otro lado, en todo el tiempo que he perdido en
buscar excusas para no esforzarme.

-Asi es, muchas veces perdemos el tiem-
po en excusas, pero ahora ya no lo sigas per-
diendolo en recordarlo o después volverás a re-
procharte este tiempo perdido.

-A partir de hoy practicaré constante-
mente y sobre todo disfrutaré del camino hasta
llegar arriba, -respondió Altair y sin volver a de-
cir ni pí, comenzó a elevarse una vez más-.

-le preguntó su

Un nuevo panorama
Altaír ahora recorría incansablemente el valle

sin preocuparse por su alimento, pues ya había
aprendido a cazar y nunca más dependería de al-

7

guien que le pusiera la comida en el corral cada
mañana.

En este instante, Altaír disfrutaba de su
vuelo acompañada de su amigo Orión, con
quien comenzaba a formar una pareja insepara-
ble.

-¡Subamos lo más alto que podamos! -le
dijo Orión-.

Sin pensarlo, Altaír se dispuso a acompa-
far a su nuevo amigo. Extendió las alas todo lo
que pudo y empezó a elevarse.

-Cuanto más alto suba, mas podré obser-
var todo lo que me rodea y más opciones tendré
para ir de un lugar a otro, -dijo Altair ilusiona-
da-.

Altaír por primera vez voló por encima de
las nubes, intentando hacer todo tipo de manio-
bras, giros y todo aquello que le veía hacer a
Orión y así iba aprendiendo cada detalle y cada
secreto del vuelo.

-¡Quiero volar y ser libre! para conocer
otros valles y aprender algo distinto en cada uno
de ellos -dijo con ilusión Altair-.

-¡Así es! -contestó su amigo Orión-,
cuanto más conoce uno, más se da cuenta de la
belleza y la diversidad que existe en cada lugar
y de la importancia que tiene cada uno de ellos.

Altaír entusiasmada, volaba sin mirar ha-
cia abajo pues en realidad aún tenía algo de
miedo de tomar demasiada altura.

Orión, como si se hubiera dado cuenta de
lo que le pasaba a Altaír, le dijo para animarla:

-¡Mira el valle, es hermoso!

-Tengo miedo de mirar hacia abajo -con-
testó y después le siguió diciendo:

-Pasé tanto tiempo en el corral sin levan-
tarme ni un palmo del suelo que ahora me resul-
ta raro volar tan alto.

-Es normal que te ocurra eso -repuso de
inmediato Orión-, sin embargo, debes mirar ha-
cia arriba para saber hacia dónde y hasta dónde
quieres subir y por otro lado además debes mi-
rar hacia abajo para que no se te olvide de
dónde vienes.

Altaír, meditó sobre lo que le decía su
amigo. -¿Si quieres, podemos comenzar con las
primeras lecciones? -le preguntó Orión-.

-¡Claro que sí! -contestó- Estoy ansiosa
de subir hasta arriba, a lo más alto de la
montaña para ver desde allí todo lo que ocurre
en el valle.

En ese mismo momento Altaír era arras-
trada de un lugar a otro por las corrientes de ai:
re, ya que aún no dominaba muy bien su vuelo.

a

-Déjate caer en picado y disfruta de la
caida, -le dijo Orión-.

-Pero si

-Pliega tus alas -le interrumpió su compa-
ñero- y enfila tu pico hacia el valle. Abandó-
nate un momento y siente el placer de volar y de
la libertad que da el hecho de dominar cada mo-
vimiento.

Altair, aún temerosa por la última expe-
riencia, se dejó caer con las alas entre abiertas.

-¡Confía en tí, déjate caer! puedes recupe-
rar el vuelo en el momento que desees -le dijo
Orión con autoridad-.

Altaír, momentos después, sin pensarlo
abrió sus alas y recuperó su vuelo comenzando
a planear.

Todavía siento el dolor por el golpe ante-
rior y me da miedo alcanzar demasiada veloci-
dad -comentó-

-¡No te preocupes! -le respondió Orión-
ya has terminado una etapa en tu vida y ahora
acabas de iniciar otra nueva. Deberás
acostumbrarte a volar hasta que se convierta en
un nuevo hábito.

Altaír echó una larga mirada hacia el lu-
gar donde se encontraba la granja en la que ha-
bía vivido tanto tiempo y después continuó mi:
rando hacia arriba para poder seguir volando.

-¡Estoy lista para volar! -dijo ahora Altaír
con resolución-.

-Está bien; volemos, pero primero obser-
va con detalle y disfruta del paisaje. Cuanto más
alto vueles más territorio podrás abarcar con tu
mirada y además también tendrás un mejor pa-
norama de lo que puedes llegar a lograr.

Después de volar una y otra vez, los dos
amigos pasaron la noche en una de las montañas
que había alrededor del valle. Altaír estaba
exhausta y apenas sin fuerza, casi no sentía su
cuerpo ni sus alas; se encontraba totalmente ren-
dida.

A la mañana siguiente, Altaír comenzó a
practicar incansablemente. La emoción por vo-
lar, le embargaba y el hecho de conocer nuevos
lugares le motivaba aún más. Lo único que le
faltaba era adquirir la suficiente confianza como
para dejarse caer en picado sin perder el control.
Apoyada por Orión, volvió a intentarlo una vez
más y sólo pensó en el triunfo y en alcanzar la
máxima velocidad para poder aprehender a sus
presas con mayor facilidad.

Altaír replegó sus alas todo lo que pudo y
se dejó caer al vacío sin pensar un sólo mo-
mento en la derrota o en el dolor. Sus ojos se le
cerraban y sentía un fuerte zumbido en los oídos
que le retumbaba en todo el cerebro. Por prime-

ra vez estaba experimentando una sensación tan
fuerte. Todo su cuerpo temblaba por la fuerza
del aire, al mismo tiempo que se estremecía al
sentir la atracción de la tierra que cada vez era
mayor.

Altaír miró a su izquierda y vio cómo
Orión pasaba a su lado produciendo un gran
zumbido, haciéndole perder el equilibrio duran-
te unos segundos con la fuerza de su caída, al
mismo tiempo que escuchaba a Orión que le
gritaba al pasar a su ladı

-¡Ahora, abramos las alas, los dos a la vez
y volemos juntos por el valle!.

Sin más, Altaír obedeció las órdenes de
su maestro y amigo, abrió sus alas y exclamó
sin poder contener la satisfacción de decir:

-¡Es maravilloso poder bajar a tanta velo-
cidad y elevarse en el momento que uno desee!

Altaír estaba deseosa de vivir su nueva
vida. Había logrado abrir un nuevo horizonte
ante ella y se encontraba cada vez más ansiosa
de explorarlo, de alcanzar metas nuevas y más
altas para llegar verdaderamente a convertirse
en una águila real.

-¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vi-
da! -exclamó Altaír- mientras observaba deteni-
damente la vista que tenía desde esa altura.

-Ahora con el mismo control y con menor
esfuerzo. soy capaz de volar a cualquier lado y a
cualquier altura -se decía en silencio entusias-
mada-.

Altair miró con detenimiento la granja
donde estaban sus hermanos y sus compañeros
picando maiz; en ese momento recordé los dias
que había vivido allí y cómo en muchas
ocasiones ella misma había dudado de llegar a
volar.

También recordó, a través de sus pensa-
mientos, los momentos en que había intentado
salir del círculo en que se encontraba y cómo el
resto de las aves en ese corral, le habían hecho
sufrir humillaciones tratando de convencerle
para que no lo intentara.

Después de un fuerte suspiro, Altaír plegó
sus alas de par en par y se sintió libre por pri-
mera vez y se reconoció como una verdadera
águila real. Por fin había entendido el significa-
do de las palabras que por tanto tiempo habían
retumbado con fuerza en su cabeza.

-Ahora quiero subir hasta aquella monta-
ña y volar en las cumbres más altas para disfru-
tar de los logros conseguidos con tanto esfuer-
zo -le pidió Altair a su querido amigo-.

-Recorramos el valle y aprovechemos la
fuerza de la misma naturaleza y sus corrientes

85

de aire ascendentes -le contestó Orión-. Si va-
mos de acuerdo con la propia naturaleza, ella
misma nos impulsará a ascender y alcanzar las
cumbres más elevadas con el mínimo esfuerzo.

Altaír recorría maravillada, e incansable-
mente, cada uno de los rincones del valle dis-
frutando de cada minuto al subir y bajar una y
otra vez, como si intentara desquitarse de todo
el tiempo perdido.

De pronto; sin querer regresó a su mente
el deseo de visitar a su familia y le embargó una
profunda tristeza pensar que todos ellos aún
seguirían allí peleando por el mismo grano de
maíz. -"Es mi obligación visitar a todas las aves
del corral para animarles y decirles que también
ellas pueden alcanzar sus objetivos y disfrutar
del placer de la libertad" -pensó en silencio-.

Altair, sin decir nada a Orión, se dejó caer
hacia la granja donde estaban sus hermanos y
compañeros del corral, dispuesta a hablar con
ellos

Altair visita el corral

Altaír emprendió su descenso hacia el corral;
mientras bajaba llena de ilusión pensó: -"En el
momento que les vea, les trasmitiré a cada uno

86

de ellos mis ilusiones y les compartiré mis
logros para que también se animen a volar".

Mientras descendia, Altair volaba como
una verdadera águila y se encontraba mas con-
tenta que nunca.

-¡Les enseñaré a ser libres y a no depen-
der nunca jamás de la comida que les sirvan ca-
da día!, -pensaba emocionada-.

Con un descenso magnífico, digno de to-
do un espectáculo del águila más experta, llegó
hasta el corral y se acercó en primer lugar hacia
quien fue su mamá gallina y le dijo:

-Mamá ¡he conseguido volar; -le dijo IIe-
na de ilusión Altaír-.

Galatea le miraba un tanto desilusionada
y resentida por haberse ido de su lado, pero al
mismo tiempo no quería desilusionarle y con un
suspiro entrecortado le contestó:

-Hija, ¡ten cuidado al volar! No vueles
demasiado alto, no te vaya a ocurrir algo.

-Pero mamá, -empezó a decirle llena de
ilusión, a la vez que un tanto triste-. Es ma-
ravilloso poder volar y elevarse lo más alto po-
sible; de esa manera puedo observar todo lo que
ocurre abajo y evitar que me alcancen las crí-
ticas, las envidias y otras cosas dañinas. Y ade-
más lo mejor de todo es que ahora que yo he
aprendido podré enseñar a todos los que están

87

aquí, para que puedan ser libres y que logren
alcanzar de esa manera lugares nunca antes so-
ñados.

En el momento que Altaír se encontraba
con Galatea tratando de tranquilizarla, llegaron
sus dos hermanos y sin más comenzaron a criti-
carle y a reprocharle los dos al mismo tiempo.

Altair, que estaba feliz y contenta de ha-
ber conseguido su libertad, trataba de trasmitir-
les su ilusión por enseñarles a volar y les dijo:

-Ahora que he conseguido volar y elevar-
me a las cumbres más altas y he logrado ver
desde arriba y observar todo el valle, siento la
necesidad de deciros que es maravilloso y que
ojalá intentéis hacer al menos el propósito de
subir lo más alto que podáis.

Pero antes de acabar, Altaír tenía a todo el
gallinero a su alrededor y una sonrisa se le esca-
pó del pico al pensar que se acercaban para
escuchar cómo podían hacer para volar, pero la
sorpresa le arrancó de cuajo la alegría en el mo-
mento en que todas empezaron a criticarle y a
decirle que ella era la vergüenza del corral y que
no tenía derecho a volar, pues había nacido para
vivir en grupo como todas las demás.

Aldebarán y Cefeo tomaron la palabra, re-
prochándole:

-Parece mentira lo egoísta que eres; aquí
todos nosotros nos esforzamos una y otra vez en
enseñarte a picar el maíz, que aprendieras a
correr de un lado a otro por todo el corral; y
ahora, tú de esa manera nos abandonas rom-
piendo con toda la tradición de este corral.

Por un momento Altaír, abrumada por tan
aplastante mayoría, sintió sobre sus espaldas la
vergüenza y pensó si en realidad debería seguir
volando o volver nuevamente a picar maíz, si-
guiendo así con la costumbre de toda su familia.

Altaír con tristeza y desilusión sintió có-
mo entre todos comenzaron a hacerle sentir cul-
pable por haber elevado su vuelo e intentar con-
seguir cada vez cosas más altas.

El pollo, que ya se había convertido en á-
guila, se encontraba ahora en el centro del co-
rral; sintiendo la humillación y la burla de to-
dos ellos que trataban de hacer que renunciara a
su sueño que tanto esfuerzo le había costado.

Altair emprende su vuelo
En ese momento en el que todos le criticaban de

la forma más cruel, Altaír levantó su cabeza y
vio a Orión volando arriba de ella y sin pensar-

89

lo dos veces, con todo el dolor del mundo en su
corazón, eievö su vuelo hacia su compañer

Llegó junto a Orión con lágrimas en los
ojos; dejó escapar un fuerte suspiro y exclamó:

-¡No puedo creer que ninguno de ellos
quiera ser libre y prefieran continuar toda su
vida picando maíz día tras día, luchando todos
ellos por el mismo grano y dependiendo de los
demás!

Orión le escuchó atentamente y una vez
que hubo terminado le dijo:

-Asi es, Altair; todos tienen la capacidad
de ser libres y de elevarse, pero solamente unos
pocos deciden iniciar la ardua tarea de esfor-
zarse cada día para conseguir la libertad. Por
otro lado, a la gran mayoría de los que jamás
han hecho un sólo intento de ser libres, les mo-
lesta que los demás lo logren e incluso que sim-
plemente lo intenten.

-Pero ¿por qué? -preguntó Altaír, incré-
dula por lo que acababa de escuchar-.

-Por la sencilla razón de que si alguien es
capaz de romper la tradición, los que están a su
alrededor se sentirán mal el resto de su vida por
el hecho de saber que ellos también podrían ha-
berlo conseguido, pero que jamás hicieron el
más mínimo esfuerzo por lograrlo.

Altaír descubrió en ese momento que el
aburrimiento y el miedo eran los principales
motivos por los que la gran mayoría no llegaban
a volar y a ser libres; Altair alzó su pico, esten-
dió sus alas y poco a poco fue ganando altura
con su compañero, mientras todos los demás en
el corral se quedaban en el suelo, criticando su
falta de cordura.

Durante el vuelo, las dos águilas comen-
taban el placer de volar y cuando estaban a
punto de llegar al lugar más alto de la montaña,
-Orión le dijo-

-Solamente aquellos que han conseguido
triunfar y llegar a las cumbres más altas se ale-
gran de que otros también lo hagan y puedan así
compartir las alturas con ellos; pues saben que
arriba hay lugar de sobra para todos y que cuan-
tos más disfruten de la cima, mucho más mara-
villosa será ésta. ¡Volemos lo más alto que po-
damos! R .

-¡Sí, volemos muy alto! -exclamó Altair-.
Quiero recorrer todo el valle y cuando lo haga,
quiero conocer también otros valles y a otras
aves capaces de volar con las cuales pueda
compartir mis experiencias y aprender nuevos
secretos de vuelo; para lograr mi gran sueño y
dejar por siempre atrás el ave de corral que fui.

9

En ese instante Altair, acompañada de
quien sería su compañero inseparable, emitió un
fuerte graznido, como una verdadera águila y
exclamó:

-¡Puedo volar, puedo subir y bajar a vo-
luntad y así gozar absolutamente de mi liber-
tad! -Y acto seguido continuó su verdadero ca-
mino hacia su libertad y superación personal-.

CAPÍTULO 4

La Renovación del Águila

La necesidad de una renovación

A lo lejos con una mirada penetrante y decidida,
se encontraban tanto Orión como Altaír traspa-
sando las fronteras, lo cual era el sueño de
cualquier otra ave. Las dos águilas de las alturas
volaban de un lado a otro con plena libertad y
una majestuosidad sublime.

Durante muchos años, los dos amigos ha-
bían volado y descubierto nuevos lugares. Uno
al lado del otro compartieron momentos difíci-
les, así como otros llenos de placer y júbilo.

Orión le habló a su acompañante sobre la
historia de diferentes águilas que con esfuerzo y
evidente dedicación, habían llegado a conver-
tirse en verdaderas Águilas.

93

-Altaír, un tanto confundida, preguntó a
su compañero- ¿Qué diferencia existe entre una
y otra?

Orión con la paciencia que su experiencia
le había otorgado, le di

-Un águila, es aquella que vive mezclada
entre la multitud, pero que no posee ningún es-
píritu de renovación. Al llegar a una edad
determinada, deja que sus sueños se apaguen,
viviendo una vida llena de monotonía. Por otro
lado, las águilas normales no poseen mayores
retos que seguir viviendo, alimentándose de
aquello que les sobra a los demás. Sin embargo,
una verdadera Águila, es aquella que vuela una
y Otra vez por encima de las demás y aún
cuando ha conseguido llegar a las cimas más
altas, nunca cede y siempre procura tener una
nueva cumbre por remontar. Aunque para ello
tenga que vencer diferentes miedos y romper
con toda la comodidad.

Altaír y Orión observaban a lo lejos cómo
el sol comenzaba a ocultarse.

-Hemos hablado durante muchas ocasio-
nes de los problemas de las águilas para sobre-
vivir; de sus depredadores y de los obstáculos
para alcanzar su verdadera y total realización
-comentó Orión-. Además, también hemos ha-
blado una y otra vez de aquellas aves deseosas

de que ninguna otra pueda alcanzar su renova-
ción y con ello su realización. Sin embargo,
durante todo este tiempo, nunca te he pregun-
tado: -¿Qué es lo que buscas como águila?

Altair guardó silencio durante un momen-
to y pensando en voz alta, contestó:

-jA lo largo de mi vida, siempre he desea-
do realizarme!

-¿No sientes que a lo largo de tu vida te
has realizado lo suficiente? -volvió a preguntar
Orión, como haciendo de abogado del diablo-.

Altair, un tanto desconcertada sin hacerse
esperar, le respondió:

-Si, siento que me he realizado en gran
medida; de hecho aún recuerdo mis primeros
vuelos y lo que tuve que padecer para decidirme
por mí misma a volar, pero ahora que lo hago
con la mayor naturalidad del mundo, nuevamen-
te siento que estoy estancada y que la apatía po-
co a poco se va apoderando de mi. Por otro la-
do, tengo miedo a cambiar pues aunque siento
el deseo del cambio también tengo verdadero
pánico de no saber qué es lo que voy a encontrar
más allá.

es el mayor motivo por el que mu-
chas águilas permanecen durante toda su vida
siendo simples águilas, en lugar de llegar a con-

95

vertirse en auténticas Águilas, -afirmó Orión,
con voz cariñosa-,

-Te explicaré algo: -continuó diciendo
Orión-. A lo largo de la vida un águila, pasa por
dos etapas, una de comodidad y otra de
incomodidad.

-¿Y qué tiene que ver eso con la realiza-
ción? -siguió diciendo Altaír-.

-En realidad si tiene mucho que ver
-contestó Orión-, pues cada una de las águilas
durante la etapa de la comodidad sienten tanta
pereza por miedo al cambio, de hacer un nuevo
esfuerzo y al dolor que éste produce; que en
lugar de sentirse cómodas, más bien se sienten
acomodadas, por lo que no hacen ningún nuevo
esfuerzo y ello les lleva a vivir en una incomo-
didad permanente y absoluta.

-Y una vez que se siente ese acomoda-
miento y esa incomodidad permanente -¿Qué
puede hacer uno para salirse? -preguntó Altaír
con cierto tono de implicación, como si ella
misma estuviera viviendo ese proceso-.

“Precisamente durante el momento del a-
comodamiento, es necesario romper con la apa-
tía y la monotonía, -aseguró Orión-. Es cierto
que para ello hay que pasar por un proceso de
incomodidad; pero a decir verdad, esa misma
etapa es la que te va a hacer vivir nuevas experi-

96

encias que ampliarán el círculo de acción y de
comodidad. Al cabo de un tiempo de experi-
mentar dicha incomodidad, el águila empezará a
acostumbrarse a ese radio de acción y así co-
menzará a perder los miedos de vivir más allá
de los límites en los que había vivido durante
mucho tiempo. -Siguió diciendo Orión, tratando
de explicar un poco mejor su forma de ver la
vida-.

-En ese momento me encuentro ahora
mismo, -comentó Altaír- y la verdad es que por
un lado, necesito crecer y liberarme de los las-
tres que el acomodamiento me ha producido a lo
largo de todos estos años, pero al mismo tiempo
tengo miedo de iniciar el cambio.

-¡Para romper con esa monotonía de una
vez por todas! -interrumpió Orión- tendrás que
romper con tu pasado y con ello renovar tu pico,
tus alas y tus uñas para que de esa forma puedas
volar nuevamente igual que un águila joven,
pero con la experiencia de un águila adulta.

Altaír, meditabunda y en silencio, sentía
el deseo y la necesidad de romper con sus ata-
duras para volver a ser libre.

-¿Qué piensas? -preguntó Orión- rom-
piendo ese silencio.

97

-Siento la necesidad de renovar no sola-
mente mi atuendo, sino todo mi Ser -contestó
Altaír.

-Has empezado a saborear la satisfacción
de las necesidades superiores de las águilas rea-
les, -dijo Orión con firmeza y conocimiento-.
Por ello, es que te encuentras en ese estado. Más
sin embargo; es un hecho que ya estás más
cerca de tu propia naturaleza; por lo que, en el
momento en que se produzca la renovación
dentro de tí, comenzarás a desarrollar tus verda-
deros potenciales que vienen de tu interior y del
cúmulo de experiencias adquiridas a lo largo de
toda una vida. Pero también es cierto que para
lograr tus verdaderos valores, deberá de produ-
cirse una renovación total en tu interior; y ésta
únicamente la podrás lograr en soledad.

Por la cabeza de Altaír pasaban infinidad
de pensamientos y cuando unos se iban, otros
llegaban sin parar, hasta que poco a poco su voz
interior se fue perdiendo al tiempo que emitía
un grito de libertad.

En ese momento, Altaír, comenzó a revo-
lotear en las alturas; alegre y segura de sí mis-
ma, deseando comenzar con su transformación.

En busca de la renovación

Altaír, después de 40 años de volar libre a través
de todos los valles, ríos y montañas se sentía
cansada y adolorida. Su pico, largo y puntia-
gudo, durante esos años se había curvado exce-
sivamente y ahora apuntaba hacia su pecho; al
mismo tiempo que sus uñas, las sentía apretadas
y sin fuerza, lo que le impedía aprehender a sus
presas con firmeza y arrancar de ellas su carne,
para tomar su alimento y continuar de esa forma
sobreviviendo. Por otro lado, sus plumas ya se
encontraban envejecidas por el paso del tiempo,
por lo que se habían vuelto gruesas y pesadas.

Altaír se sentía cansada, cada pequeño
movimiento le provocaba un gran agotamiento y
le costaba un mayor esfuerzo; en realidad, pare-
cía como si nuevamente se encontrara apren-
diendo a volar.

-¡Volar me resulta tan dificil! -pensaba
para sí-. Recuerdo los primeros días en que mis
hermanos y mis amigos se reían de mí y me
amenazaban con expulsarme de su círculo; de
hecho, aún retumban sus palabras y comentarios
en el interior de mi cerebro. Pero a pesar de
ellos y de los lastres tan grandes que traía
conmigo, logré vencer cada uno de mis miedos,
con lo que aún así pude subir una y otra vez a

9

las cumbres más altas, donde nadie jamás ante-
riormente había podido llegar; pero ahora, des-
graciadamente, después de todos estos años, de
nuevo me he vuelto a sentir sola y con miedo.

-¡Tanto que me ha costado llegar hasta
aquí! Y ahora, después de haber logrado subir
hasta las cimas más altas, siento que no podré
mantenerme durante mucho tiempo en el mismo
lugar, y lo que es peor ni siquiera la amistad de
mi querido compañero y amigo puede ayu-
darme en esta nueva etapa. Me duele cada arti-
culación, cada pluma y cada uno de mis múscu-
los; nada más pensar en mi cansado y enve-
jecido cuerpo, siento que no podré seguir avan-
zando por mucho tiempo. -Decía Altaír, con
cierta tristeza y desolación-.

¡Es el momento de tu renovación! -le
dijo Orión-, con la sabiduría que su experiencia
le había dado, ya que anteriormente había
sufrido las mismas vicisitudes que su
compañera.

-En esta nueva etapa tendrás que volar
alto, lo más alto que puedas y aún cuando el
dolor te deje sin aliento, deberás continuar tú
sola en el vuelo, para poder renovar tu viejo
cuerpo y volver a encontrar nuevamente tu li-
bertad -continuó diciéndole Oriön-,

‘Altair miraba a su amigo con mucho res-
peto, pero en su interior se podía ver un cierto
resquicio de coraje y resentimiento por dejarle
sola; por otro lado, en su mirada se veía la nece-
sidad de su ayuda física y de su inspiración.
Pero Orión, como gran conocedor de lo que le
estaba pasando a su amiga, insistió en decirle
que el vuelo debía ser en soledad.

El águila macho sabía muy bien que la
soledad, bien entendida, no era más que la edad
que tenía su propio sol, para encontrarse consi-
go misma e iluminar su corazón.

-Espero verte a mi regreso. -Le dijo Al-
taír-, despidiéndose de su amigo con cierta nos-
talgia, mientras se elevaba con su pesado y tor-
pe cuerpo a la cima más alta de la montaña. Du-
rante su vuelo, miraba una y otra vez a su amigo
y compañero, esperando que éste se arrepintiera
+ iniciara el vuelo a su lado para ayudarle en su
renovación; pero Orión, le veía impasible, sin
hacer el más mínimo movimiento; por lo que
Altair decidió continuar con su vuelo.

Con movimientos muy lentos, Altaír se
acercaba hacia la cima de la montaña, buscando
un nido que la guareciera y protegiera por un
período de unos 150 días aproximadamente.

Poco a poco Altair se fue acercando al ar-
bol donde un día Casiopea y Perseo, habían tra-

101

zado un sueño que se vio truncado por el dispa-
ro de un cazador furtivo.

Altaír, con la respiración agitada, se aco-
modó entre las ramas, las cuales en su incons-
ciente le conectaron con algunos impercepti-
bles recuerdos de antes de nacer; allí, Altaír co-
menzó a descansar y a recuperarse de su vuelo.

-¡Tengo dos alternativas! -pensaba entre
sí- dejarme morir, o bien enfrentarme al doloro-
so proceso de renovación y romper mi viejo y
curvado pico para volver a nacer.

. En la mañana siguiente, Altair se acercó
junto a una roca muy grande y sin pensarlo co-
menz6 a golpear con fuerza su pico en ella, una
y otra vez trató de arrancarlo a base de repetidos
golpes.

_ Los quejidos se podían escuchar a lo le-
jos, pero sin embargo; Altaír volvió a golpear su
pico con fuerza para tratar de arrancarlo lo más
pronto posible. Las lágrimas producidas por el
intenso dolor se asomaron entre sus ojos y co-
rrian a través de su quebrado pico. En ese mo-
mento, Altaír llevó su cabeza hacia atrás y
asestó un fuerte picotazo que hizo que se partie-
ra en su totalidad, al mismo tiempo que emitió
E fuerte gemido que se escuchó en todo el va-
le.

102

Altair, con un aleteo torpe, lento y llena
de dolor, regresó a aquel nido que nuevamente
le servía de lecho, pero ahora para renacer. Una
vez alli, se acurrucó haciendo ciertos chillidos
provocados por el sufrimiento y por la torpeza
de sus alas.

Altair dejó escapar un fuerte suspiro y co-
menzó a decirse:

-Me siento sin fuerzas y sin ánimos de ha-
cer nada. Me encuentro al borde de la muerte;
mi cuerpo ya no me responde y aunque con ga-
nas e ilusión deseo renovar mi cuerpo y con ello
mis pensamientos y mi espíritu de crecimiento,
siento que ya no puedo continuar,

Durante los siguientes días, Altaír no de-
jaba de darle vueltas a su cabeza pensando en
los vuelos que una y otra vez había realizado al
lado de su amigo Orión, mostrando su poder co-
mo una verdadera Aguila real; también llegaban
a su mente los problemas que tuvo que pasar pa-
ra empezar a volar. Todas y cada una de las eta-
pas vividas pasaron de forma rápida por su
mente.

¡No tengo más que dos alternativas! -se
volvió a repetir-, renovarme o morir. La
renovación requiere de un gran esfuerzo por mi
parte para poder romper mi caparazón ya
oxidado y envejecido por cada uno de los vuelos

103

y de las cumbres alcanzadas; más sin embargo,
eso mismo me indica que es el momento de
continuar creciendo y de transformar mis alas,
mis uñas y mi pico, para seguir elevándome con
la fuerza de un águila joven y con la experiencia
de un águila adulta en lugar de dejarme morir
sin hacer nada por renovarme.

Ese último pensamiento le daba mucha
fuerza y esperanza para poder aguantar durante
tantos días el dolor y la soledad, al mismo tiem-
po que lograr mantenerse inmóvil y sin comer.

Entre dudas e indecisiones y algunos o-
tros momentos de verdadero entusiasmo, Altair
fue pasando su período de retiro y de transfor-
mación que haría de ella una nueva Águila.

Poco a poco comenzó a crecerle el pico
como el de una rejuvenecida águila; Altaír, lo
miraba con alegría, pensando que en muy pocos
dias podría nuevamente volver a comer exqui-
sitos alimentos.

Al mismo tiempo, sin deshacerse de la
ilusión, utilizó con entusiasmo su pico ya reno-
vado para desprenderse de cada una de sus
envejecidas uñas; el dolor le hacía retorcerse
una y otra vez. Sin embargo, la satisfacción de
ver la primera etapa concluida, le dio fuerza y
esperanzas para seguir esperando a que éstas
crecieran lo suficiente; para luego, con sus uñas

104

poder despojarse una a una de sus viejas plu-
mas y permitir que éstas salieran una vez más y
así volver a comenzar.

Altaír esperaba ansiosa el momento en
que crecieran sus alas y se renovaran para efec-
tuar un mágico vuelo que significaría su verda-
dera renovación.

Por fin, Altair se encontró dispuesta a ini.
ciar un nuevo vuelo en busca de su libertad. Du-
rante todo este tiempo, había estado sumida en
el dolor y en la incapacidad de avanzar y de
continuar su vuelo. Pero por otro lado, se había
dado cuenta que en la vida es muy importante y
necesario pasar períodos de inactividad y de in-
teriorización; para desprenderse de ciertas cos.
tumbres, tradiciones y recuerdos que le habían
provocado apegos y dolor. Sin embargo ahora,
al liberarse de todo el peso superfluo del pasa-
do, se había renovado y liberado ayudándole a
volar una vez más en busca de la libertad.

Altaír, estaba orgullosa de haber pasado
la prueba. Durante todo ese período de dolor y
soledad en las alturas se había mirado una y otra
vez a sí misma, observando sus uñas y sus ala
que al igual que su pico habían vuelto a crecer,
por lo que se sentía ya preparada para iniciar
una nueva etapa en su vida.

105

in pensarlo, se dejó caer desde el nido
que le había servido de hogar durante todo ese
tiempo; enfiló su pico hacia el suelo y empezó a
disfrutar nuevamente del vuelo. Durante la cai-
da sintió sobre su cabeza la fuerza del aire y
cómo le acariciaba cada una de sus plumas; en
esa ocasión, alcanzó más velocidad que nunca,
ahora sintió la fuerza de unas alas jóvenes ade-
más de experimentar la experiencia de un águila
adulta.

Orgullosa de sí misma, pegó con fuerza
las alas a su cuerpo estirando su pico y deján-
dose caer con todo su peso, hasta que un ligero
movimiento producido con un mínimo esfuerzo,
hizo que sus alas se desplegaran de par en par y
comenzara a planear.

Durante el descenso observó a lo lejos a
su amigo Orión y con la belleza que caracteri-
zaba su vuelo, se dirigió hacia él lanzando un
fuerte graznido, diciend

-¡Soy libre, Puedo volar!

CAPÍTULO 5

Altair y Orión emprenden
su último vuelo

El último vuelo

A lo lejos, una fuerte tormenta se avecinaba y
las dos águilas volaban en plena libertad; en
ambas se veía una imagen de majestuosidad, vi
sualizando con detalle cada movimiento, ade-
lantindose así a cada una de las situaciones.
Tanto Orión como Altaír, sabían que sus
días llegaban a su fin y que muy pronto debe-
rían realizar su último vuelo. Las dos, durante
todos los años vividos, habían desarrollado jun-
tas un sentido de amor y de respeto, unido a una
gran libertad; aún en compañía, sentían que el

107

último vuelo debía ser individual, aunque ambas
lo hicieran al mismo tiempo.

Durante todos estos años, Altaír y su
compañero Orión, habían conquistado no sola-
mente cimas de diferentes montañas, sino que
también habían desarrollado muchas cualidades
distintas, como la capacidad de vivir en soledad
y de sentirse plenas, sin vacíos ni carencias; el
poder de la concentración y del trabajo duro;
por otro lado, la lealtad, la audacia y la precau-
ción, cualidades que les ayudarían a emprender
su último vuelo cruzando de polo a polo y de
océano a océano, danzando en el cielo
realizando círculos perfectos, atrayendo hacia
ellas la mirada de las demás águilas que
observarán el gran momento de su maestría.

En el instante en que el cielo parecía par-
tirse a la mitad, las dos águilas se miraron con
complicidad y aún sabiendo que ese sería su úl-
timo vuelo, ambas comenzaron a elevarse por
encima de las montañas y de las nubes emitien-
do un graznido que atraía la mirada de las
demás aves que contrario a ellas, habían vivido
durante toda su vida hacinadas en el mismo
lugar, sin ninguna intención de conocer nuevos
lugares.

Altaír y Orión, deleitándose con su último
vuelo, continuaron elevándose cada vez más

108

llegando a alturas que jamás habían sospechado
lograr; y sin volver la vista atrás, siguieron ele-
vándose más y más, decididas a realizar su últi-
mo vuelo.

A lo lejos, comenzaron a disiparse sus
imágenes y a aparecer en,su lugar, dos puntos
de luz que reflejaban la brillantez de sus almas
fundiéndose en el azul celeste del universo.

109

Nota para el Lector

Aunque existan muchos obstáculos en el

camino vuela en busca de tu libertad, sin
importarte los comentarios de los demás pues el
individuo es individual; y solo viene y solo se va.

Una vez lo hayas conseguido renueva tus
pensamientos y tus creencias constantemente
hasta que estés preparado para emprender el
último vuelo.

Una vez tomada la decisión sin mirar hacia
atrás, continúa hasta el final para alcanzar la luz.

Jucaro

110

Indice

Introducción 9

1° Parte: El sueño de dos águilas

1. Perseo y Casiopea 1

2. Perseo sale de caza 16

3. José, el montañero 20

2° Parte: Un águila quiere nacer

4. Un nuevo hogar 24

5. La vida en el corral 33
41

6. José

ta la granja
3*Parte: Altair busca la libertad

7. Altair intenta volar
8. Altair encuentra un amigo
9. Altaír comienza a volar
10. Un nuevo panorama.

11. Altair visita el corral

12. Altair emprende su vuelo

4° Parte: La Renovación del águila

13. La necesidad de una renovación 93

14. En busca de la renovación 99

5a Parte: Altair y Orión emprenden su último vuelo

15. El último vuelo 107
110

Nota para lector

ut