de copias de algo. En realidad este coste, tiene una parte fija -lo que tengo que gastar sí o sí para
empezar a producir- y una parte variable que es función de la cantidad producida.
Por ejemplo, si quiero hacer azúcar, mi coste fijo será, simplificando, el coste de la máquinas
azucareras, mientras que los costes variables serán la suma de los costes de las horas de trabajo que
dedique, de las toneladas de remolacha que compre y de la electricidad consumida por las máquinas.
El coste fijo, el coste de la máquina de hacer aúucar, no depende de la cantidad que elija producir.
Sin embargo, los costes variables tenderán a crecer conforme produzca más cantidad. Intuitivamente
entendemos que el coste medio, el resultado de dividir los costes totales entre la cantidad producida,
al menos en un primer momento, tenderá a decrecer porque al producir más, la parte del coste fijo
que corresponde a cada taza será más pequeña, pero a partir de cierta cantidad empezaría a
cumplirse la famosa «ley de rendimientos decrecientes» y los costes variarían (tres personas
trabajando en la máquina no producen tres veces más que la primera, sino un poco menos).
Pero aun hay una medida más del coste y especialmente interesante, el coste marginal: el coste extra
en el que incurriría para producir una pequeña cantidad extra de producto. Matemáticamente es la
derivada de la función de costes totales, pero su interés viene de que nos servirá para determinar
cuánto producirá una empresa en un mercado en competencia perfecta.
La competencia perfecta es un modelo que aprenden todos los estudiantes de Economía en su
primer año, en él todas las empresas de una industria producen bienes idénticos, no hay trabas para
que nuevas empresas entren el mercado, tampoco las hay para salir o adquirir tecnologías nuevas y
ninguna empresa tiene poder para determinar el precio por su cuenta. En otras palabras, por
definición ninguno de los sujetos disfruta de rentas, beneficios debidos a algún tipo de
diferenciación o ventaja extramercado.
En realidad, en un modelo así, el precio lo marca la empresa que es capaz de producir a menor coste
y las demás ajustan su producción a ese precio competitivo, que a las finales no es otro que el que
reduce los beneficios extraordinarios -las rentas- a cero. En este modelo, la curva de oferta de las
empresas se construye pensando, para cada precio, hasta dónde querrían producir las distintas
empresas para ese precio.
La respuesta parece de sentido común: como el precio es igual al ingreso que produciría la última
unidad vendida, no querrían producir si el coste marginal fuera mayor que el precio, porque entonces
esa última unidad le costaría más que los ingresos que generaría y reduciría el beneficio total. Pero
si el coste marginal fuera menor que el precio, produciendo un poco más todavía podría ingresar un
poco más y dar un mayor beneficio total. Resultado: la empresa se situará en un máximo de
beneficios totales cuando la cantidad producida iguale coste marginal y precio.
Y así nace uno de los mantras de todo economista: en competencia perfecta, es decir, cuando no
existen rentas, el precio de equilibrio es el coste marginal.
Al introducir el tiempo en este modelo, los estudiantes de economía aprenden que lo previsible a
largo plazo, para cada industria es que las curvas se desplacen a la derecha, es decir, que los precios
a largo plazo bajen. Pero imaginemos que aparecen una serie de tecnologías, de formas de producir,
que llevan a la curva de costes marginales hacia abajo, de modo que, a largo plazo, pudiéramos