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ESCENA X
(Se abre el telón. En un escenario vacío, solo Don Quijote que debe interpretar angustia,
tristeza, soledad)
Cuando a los dos días Don Quijote se levantó y fue a ver sus libros, no encontró siquiera
la puerta de su biblioteca, porque los guardianes de la razón, el ama, la sobrina, el cura y
el barbero, se habían encargado no solo de quemar sus libros, sino también de tapiar la
puerta de entrada al universo de nuestro caballero.
Estos intentaron convencerlo de que todo había sido cosa de encantadores, del mago
Frestón, que había hecho desaparecer el mayor tesoro de este, los libros que le hacían
vivir otra realidad.
Quince días después, cuando parecía que todo había vuelto a la calma, Don Quijote
volvió a sus sueños. Un labrador vecino suyo, Sancho Panza (entra en escena) se cruzó
en su camino:
QUIJOTE: Eso es así, amigo. Ganaremos varias ínsulas, y de la que elijas, serás
nombrado gobernador.
SANCHO: Mire usted que yo de eso poco sé.
QUIJOTE: Poco hay que saber, porque todo esto se sabe y viene de origen. Que si para
todo lo que se aprende hay que saber poco se habría hecho en el mundo.
SANCHO: No sé, no sé. Mis ambiciones son sencillas, pero si usted dice que es así.
El pobre labrador, ante tales promesas, se comprometió a ser su escudero e ir con él en
busca de aventuras sin decir nada a su mujer y sus hijos.
Por fin, una noche (se aflojan las luces), salieron los dos sin despedirse de nadie, Don
Quijote sobre Rocinante y Sancho sobre su asno. Caminaron para que el amanecer los
cogiera lejos de sus casas. Y así fue.
(TELÓN)