(0 y 1), y contamos del 1 al 10: «1», «10», «11», «100», «101»,
«110», «111», «1000», «1001», «1010». Las potencias de 2, y no
de 10, son aquí las especiales (2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256…),
números que de hecho gozan de una fama importante entre
los amantes de la computación. Así vemos que las potencias
de 10 son especiales solo por la forma en que elegimos
denotar nuestros números y no por alguna propiedad
intrínseca que posean.
Pero hay notables excepciones a la supremacía del 10. Una
de ellas tiene relación con los huevos. Los compramos en
docenas. ¿Tiene algo de especial el 12? Claro que sí. Es mucho
más fácil repartir 12 huevos que 10. Esto, porque 12 es
divisible por más números: 1, 2, 3, 4, 6 y 12, mientras 10 solo
por 1, 2, 5 y 10. Los números bien divisibles son cómodos,
especialmente cuando se trata de repartir huevos. Los
anglosajones dividen un pie en 12 pulgadas. Fueron ellos
quienes crearon los sistemas de medición del tiempo, en que
el número 60 es protagonista (que es cinco veces doce). Los
ángulos también: se miden en grados, que dividen el círculo
en 360 tajadas. Gran número 360. Se puede dividir en 1, 2, 3,
4, 5, 6, 8, 9, 10, 12, 15 y varios más, cosa que hace fácil repartir
una pizza entre un número pequeño de comensales usando
una escuadra.
Alegrías de los números primos
Pero si no buscamos repartir nada, los números con pocos
divisores son mucho más interesantes. El caso extremo es el
de aquellos que solo pueden dividirse en 1 o en ellos mismos.
Se llaman números primos: 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, etc.
Podríamos decir que, del mismo modo como las potencias de
34