54 LASRAZONES DEL AMOR
el valor que le atribuye es un valor que se deriva y de
pende de su amor.
Consideremos el amor de los padres por sus hijos.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que yo no quie
ro a mis hijos porque soy consciente de algún valor in
trínseco a ellos e independiente del amor que me inspi
ran. En realidad, ya los quería antes de que nacieran y de
tener alguna información relevante acerca de sus carac
terísticas personales o sus méritos y virtudes particulares.
Además, no creo que las cualidades valiosas que puedan
llegar a poseer, estrictamente por su propio derecho, me
proporcionen una base convincente para considerar que
tienen más valor que muchos otros objetos posibles de
amor a los que, en realidad, quiero bastante menos. Para
mí está bastante claro que no los quiero más que a otros
niños porque crea que ellos valgan más.
A veces, nos referimos a personas o a cosas que
son «indignas» de nuestro amor. Quizás ello quiera de
cir que el coste de quererlas sería mayor que el benefi
cío que obtendríamos al hacerlo; o tal vez que amar
estas cosas resultaría, de algún modo, degradante. En
cualquier caso, si me pregunto por qué mis hijos mere
cen mi amor, mi inclinación me lleva sin duda a recha
zar la cuestión porque está mal planteada, y no porque
ésta esté clara aún sin decir q�e mis hijos son dignos de
mi amor. Se debe a que mi amor por ellos no es en nin
gún caso una respuesta a una valoración de alguno de
ellos o de las consecuencias que para mí conlleva amar
los. Si sucediera que mis hijos se convierten en seres su
mamente perversos, o si pareciese que, de alguna ma
nera, amarles amenazaría mi esperanza de vivir una
vida decente, quizá me vería obligado a reconocer que
<:1 amor que siento hacia ellos es algo de lo que lamen-
DEL AMOR, Y SUS RAZONES 55
tarme. Pero creo que, aun habiendo llegado finalmente
a esta conclusión, yo les seguiría amando.
Por tanto, el que quiera a mis hijos de la forma en
que lo hago no se debe a que reconozca su valor. Natu
ralmente, para mí son valiosos; en realidad, a mis ojos,
su valor es infinito. Sin embargo, éste no es el funda
mento de mi amor, sino justamente lo contrario. El va
lor especial que atribuyo a mis hijos no es inherente a
ellos, sino que depende de mi amor por ellos. La razón
de que sean algo tan valioso para mí es, simplemente,
que les quiero mucho. La explicación de por qué los se
res humanos tienden, por lo general, a querer a sus hi
jos reside, presumiblemente, en las presiones evolutivas
de la selección natural. En cualquier caso, está claro
que se debe a mi amor por ellos el que a mis ojos hayan
adquirido un valor que, ciertamente, de otra manera no
poseerían.
Esta relación entre el amor y el valor de lo amado,
es decir, que el amor no se basa necesariamente en el
valor de lo amado pero que necesariamente hace que
el amado sea valioso para el amante, no sólo se da en el
amor paterno, sino bastante en general.4 Pensándolo
4. Hay determinados objetos de amor-determinados ideales,
por ejemplo- que en muchos casos parecen ser amados por su va
lor. Sin embargo, no sucede necesariamente que ésta sea la manera
en la que se origina o fundamenta el amor a un ideal. Una persona
puede llegar a amar la justicia, la verdad o la rectitud moral casi a
ciegas, simplemente, al fin y al cabo como resultado de su crianza.
Además, por lo general no son las consideraciones de valor las que
explican que una persona se dedique desinteresadamente a un ide
al o valor y no a otro. Lo que lleva a las personas a preocuparse por
la verdad más que por la justicia, por la belleza más que por lamo
ralidad, por una religión más que por otra, no suele ser una valora-