Durante toda su vida la fuerza motriz que había desperezado su ya cansada imaginación
había sido la voluntad. Pero eso sólo era el combustible, el alimento que hacía que su
cuerpo y su mente no se doblegaran ante el fracaso, esa fuerza invisible que le hacía
levantarse cada mañana y mirar a los ojos la derrota, y apartándola de un golpe,
enfrentarse a sus sueños. Cada vez que se quedaba frente a frente con un lienzo en blanco
lo estudiaba, incluso se diría que hablaba con él.
¿Tú qué quieres ser? -le preguntaba-.
Y antes de escoger los colores de su paleta, sabía perfectamente en qué pigmento debía
sumergir su pincel, su alma... En el de la pasión. Hagas lo que hagas en la vida, triunfes o
fracases, sea por divertimento o por oficio; hazlo con pasión. No importa si es bueno o
malo, mediocre o sublime. El arte sin pasión es como besar a una piedra, carece de calor,
de Alma... Hagas lo que hagas en tu vida, hazlo con pasión.
Una perla es un insignificante grano de arena, no es importante, nadie le presta atención.
Pero el tiempo, la constancia y la pasión hacen de él algo precioso, algo tan valioso que
hasta los océanos le rinden pleitesía. ¡Todo sueño empieza por ser algo pequeño!
Mientras reflexionaba, Goya daba sus últimas pinceladas a una extraña obra pintada,
como muchas otras, en las paredes de su apartado caserón, a orillas del río Manzanares,
en la ribera de Aluche. Las paredes de esta casa se llenaron de alucinantes escenas de
supersticiones, brujerías y endemoniamientos. Allí esta Saturno devorando a sus hijos con
una viveza que escalofría, allí el Gran Buco convocando a sus torvos feligreses y allí su
última pintura, el gran Aquelarre fantasmagórico de caras hechas a trompicones, de
esperpentos malignos... y presidiéndolo todo: El Macho Cabrío.
Desde que su sordera se adueñó de sus silencios, Goya se refugió de la Corte de Fernando
VII en este apartado caserón, a las afueras de Madrid. Se le conocía en la Villa como "La
Quinta del Sordo". Allí, en compañía de Leocadia, quien estaba a cargo de la casa, y el fiel
Isidro, que le servía de intérprete y cuidaba de la huerta, fue donde tuvo lugar una extraña
visita que cambiaría el transcurrir de los acontecimientos, y como no, el Mundo...
A las doce menos un minuto de la noche, bajo una espesa oscuridad, una sombra ágil y
silenciosa llama a la puerta de La Quinta del Sordo:
- Buenas noches, deseo ver a Don Francisco de Goya, dígale que vengo de muy lejos y que
me envía Volaverunt-. Aquel hombre tenía un extraño acento extranjero y vestía de negro,
todo de negro.
Doña Leocadia, sorprendida por lo inusual de la hora, invitó al extranjero a esperar a su
señor en un pequeño sofá de cuero junto a la chimenea del salón de la parte baja de la
casa. Don Franciscosolía recibir innumerables visitas hace años pero últimamente, debido
a su sordera, se había vuelto huidizo, taciturno.
-Francisco -escribió en una hoja- tienes una visita de un hombre con acento extranjero,
pide unos minutos a solas contigo, trae una carta y dice venir en nombre de Volaverunt.
-¿Volaverunt? -exclamó Goya- dile que suba por favor.
¡Volaverunt! ¡Por fin había llegado la hora! Ese era el nombre de uno de sus caprichos,
grabados al aguafuerte hace unos años, y también era el nombre en clave que pondría en
marcha el mecanismo....
El visitante resultó ser alemán y le entregó una carta firmada por el también alemán y
amigo Goethe -pensador y novelista creador entre otros títulos de la novela Fausto, y uno