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Capítulo 10. El vuelo a la Torre de Marfil
usto cuando Atreyu atravesó la puerta de la
Ciudad de los Espectros, Fújur, el dragón de la
suerte, hizo un descubrimiento sorprendente.
Buscando al muchacho, se remontó hasta las
nubes. Por todas partes se extendía el mar, que
se movía ahora suavemente. D e pronto, Fújur
vio en la lejanía algo que no pudo explicarse. Era
como un rayo de luz dorado que, a intervalos
regulares, se encendía y apagaba. Y aquel rayo
parecía estar orientado precisamente hacia él.
Fújur se aproximó al lugar y, cuando estuvo
encima, pudo comprobar que aquella señal
intermitente salía de lo profundo de las aguas.
No lo pensó dos veces. Subió muy alto, se giró
y se precipitó en el abismo marítimo con brutal violencia. A duras penas
pudo llegar hasta aquella fuente de luz: ÀURYN, el amuleto, el
Pentáculo.
Fújur cogió la cadena y se la puso al cuello. Con gran asombro
volaba a gran velocidad y en una dirección muy determinada, mucho
más aprisa de lo que le permitían sus agotadas fuerzas. Intentó volar
más lentamente, pero comprobó que su cuerpo no le obedecía. Otra
voluntad, mucho más fuerte, se había apoderado de él y lo dirigía. Y
esa voluntad era la de ÁURYN y lo conducía hasta donde estaba Atreyu.
Atreyu había abandonado hacía tiempo todo intento de librarse de
la presa de acero de las mandíbulas del hombre-lobo. Estaba
semiinconsciente. Atreyu oyó de pronto arriba, en el cielo, la voz del
dragón y lo avisó de su situación. El dragón descendió y utilizando
ambas garras intentó abrir las mandíbulas de Gmork, pero los dientes
no se separaron ni un milímetro. Por suerte, ÁURYN, que colgaba del
cuello del dragón, se posó sobre la frente del hombre-lobo y en un
instante se abrieron las mandíbulas y la pierna de Atreyu quedó libre.
El dragón tiró de Atreyu y lo puso a sus espaldas. Luego, volando,
se encaminaron hacia la Torre de Marfil, el hogar de la Emperatriz, a
quién Atreyu no había visto nunca. Cuando llegaron, con espanto
comprobaron que también allí estaba actuando la Nada, si bien, en el
centro, todavía relucía la Torre.
El dragón aterrizó como pudo en una de las altas terrazas de la
Torre y Atreyu, recibiendo el amuleto de manos de Fújur, se dirigió
hasta el pabellón donde residía la Emperatriz. Entró y se encontró cara
a cara con la Señora de los Deseos, la de los Ojos Dorados.
Estaba sentada, apoyada en muchos cojines, sobre un diván blanco,
y lo miraba a él. Atreyu pudo darse cuenta de lo enferma que estaba
por la palidez de su rostro, que parecía casi transparente. Sus ojos