Leyenda de narciso

juanjofuro 1,936 views 9 slides Apr 29, 2020
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About This Presentation

Leyenda de Narciso.


Slide Content

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Hacía ya tiempo que el dios del río Cefiso, se había fijado en la
encantadora ninfa Liriope. Siendo como era un dios, consiguió
su deseo y Liriope acabó concibiendo.
El día marcado por el destino, dio a luz un muchacho y, como
sentía curiosidad por saber lo que le reservaba el destino, fue a
preguntar al famoso vidente ciego Tiresias cuál sería el destino
de su hijo.
-"Vivirá muchos años" dijo el sabio, "pero ay de él si mira su propio
reflejo, pues será su perdición".

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Su madre hizo que se retirasen todos los espejos y superficies
pulidas en las que se pudiese reflejar su imagen y creció así sano
y fuerte, y más hermoso que ningún otro.
Tan a menudo le decían cuán hermoso era que empezó a creer
que su belleza era fuera de lo común.

Muchos fueron los que se enamoraron del hermoso muchacho.
Incluso de niño, sus ayas caían rendidas a sus pies y, cuando tenía
dieciséis años, todas las mujeres de la ciudad suspiraban por él,
pero él creía que ninguna era suficientemente buena para él.
Un día, su vecina Aminías, no pudo aguantar más y confesó a
Narciso cuánto lo deseaba y le pidió que fuese su esposo. Narciso
no contestó sino que, con un sirviente, le envió una daga como
respuesta. Aminías entendió el "regalo" y con esa daga puso fin a
su vida, pidiendo a los dioses que su ira cayese sobre Narciso, a
quien le echó la maldición de que en el amor recibiera el mismo
desdén con que había tratado a los demás.

Y así pasó algún tiempo hasta que …


ECO, era la ninfa de una montaña con un gran poder en su
retórica que dejaba embelesados a todo persona que la
escuchaba. Una vez ayudó a Zeus distrayendo a Hera charlando
de diversos temas. Hera quedó como hechizada con el discurso
bello de Eco, mientras, el dios del trueno, se escapó en busca de
aventuras olvidándose de su esposa.
La treta de Eco daba tiempo a Zeus, pero cuando Hera la
descubrió, estalló airada y la maldijo:

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"¡Que esa lengua maléfica permanezca silenciosa de ahora en
adelante!
Permanecerás en silencio y sólo hablarás cuando te hablen, y
hablarás como mucho con sonidos cortos, con lo último que
oigas!".


Y así la pobre Eco, viéndose privada de su gran don, se retiró para
siempre a las montañas y sus cavernas.
Un día, Eco dio con Narciso una mañana de primavera, justo
cuando el joven estaba luchando con un ciervo al que acababa de
capturar en sus redes, sólo pudo mirarle, y no hablar. Y así, sólo
miró. Por sus venas, corrió el deseo. Aun cuando deseaba con
todas sus fuerzas seducir al hermoso joven con sus dulces
palabras, sólo pudo mover sus labios en vano.

Narciso notó que le miraban. "¿Quién eres?" gritó.

"Eres, eres, eres…" respondió Eco, que sólo acertaba a repetir lo
que le decían.

"Déjame verte" dijo el muchacho.

"Verte, verte, verte…" dijo Eco.

Intrigado, Narciso gritó: "¿Cómo te llamas?"

"Llamas, llamas, llamas…", contestó la ninfa. Y, incapaz de
contener su deseo, salió de su escondrijo y se acercó mucho, al
hermoso joven quien, como ya estaba algo acostumbrado a estos
comportamientos, se rehizo y se liberó rápidamente de su abrazo,
perdiéndose en lo más profundo del bosque, dejando sus redes de
caza tras él.

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Eco le siguió, intentando llamarle para disipar sus miedos, pero no
pudo producir sonido alguno.
El muchacho desapareció rápidamente de su vista y no lo volvió a
ver.
Durante semanas, la ninfa erró por el bosque en búsqueda de
su amado, sin comer y sin apenas dormir. Pronto se puso tan
delgada que de ella nada quedó que se pudiese ver con los ojos.
Aún hoy en día, erra por las montañas del mundo y sigue buscando
a Narciso.
Su hogar son las quebradas más pedregosas y los valles más
profundos. Puedes llamarla a gritos y, si está, te contestará, pero
sólo con las mismas palabras que le hayas dicho. Por decreto de
Hera, no puede hacer otra cosa.

Las doncellas despreciadas por Narciso, pidieron
venganza al cielo por los males que había provocado el bello
Narciso.
La diosa Némesis, diosa de la venganza, escuchó sus
quejas y decidió intervenir en contra del joven provocando, una
tarde, un mes después de haber huido de Eco, un calor tan fuerte
que el joven, agotada su reserva de agua, se acercó a un arroyo
para beber.
En un bosque apartado en lo alto del monte Helicón,
Narciso cayó de rodillas, cansado de cazar y de ser cazado. Frente
a él, corría un manantial de aguas claras y profundas, cuya
superficie, gracias a la luz recibida a través de las copas de los
árboles, era un espejo perfecto.

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Narciso había visto muchas veces su propia sombra, pero
jamás había visto su reflejo. Así, cuando, a cuatro patas, se inclinó
hacia delante y miró en el manantial, quedó asombrado por la
imagen de insuperable belleza que le miraba. No había visto jamás
una cara como la que estaba escrutando. Por primera vez en su
vida, se enamoró.







Inclinó hacia abajo su cara para besar y abrazar al joven del
manantial. Pero sus labios y sus brazos sólo hallaron agua. Aunque
se retiró rápidamente, el reflejo se vio alterado por un momento por
las ondas del agua.

Creyendo que su amigo había huido de él como él mismo
había hecho en otras ocasiones, Narciso empezó a llorar. Pero, a
medida que las ondas se iban desvaneciendo, la hermosa cara
apareció de nuevo.

"No me abandones, hermoso amigo", rogó. "¡Quédate, y habla
conmigo!"

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Nuevamente se inclinó Narciso para tocar el cuerpo que había
en el agua, pero la imagen se volvió una vez más borrosa cuando
su mano hendió la superficie. Seguro como estaba ahora de que
acababa de perder a ese desconocido, se tiró del pelo y se arañó la
garganta. Cuando se calmó y las aguas se aclararon, una vez más,
apareció la cara, pero ahora herida y desencajada. Se sintió
aterrado y lloró.

Cuando el carro de Helios acabó su recorrido por el cielo, una
noche gris cubrió el bosque, pero Narciso no se movió. No tenía
ojos más que para el esquivo joven del manantial.

Las primeras luces del día le sorprendieron mirando
intensamente en las profundidades del agua. La cara que apareció
poco a poco era demacrada y ausente. Desplazó su mano al agua
para acariciar esa mejilla, ahora tan preciada, y surgieron
nuevamente sus frustraciones del día anterior.

"Quiero hablar contigo, deja que seamos amigos" gritó mil veces al
manantial.

La cara, igual que la de Eco, movió sus labios pero no emitió
sonido alguno. Incapaz de dejar la orilla del manantial, Narciso
llegó a morir en ese lugar que no deseaba abandonar, mientras su
cara, antes hermosa, se volvía desencajada, melancólica y
grotesca.

Las ninfas de la montaña lo encontraron y le habrían
enterrado pero, cuando preparaban el funeral, su cuerpo se
desvaneció y, donde yacía, brotó una flor de pétalos dorados con
delicado matiz blanco y profundo olor a la que se le dio el nombre:
Narciso.

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LA LEYENDA DE NARCISO

Narciso, era un hermoso muchacho
que todos los días iba a contemplar
su propia belleza en el lago.
Estaba tan fascinado por sí mismo,
que un día cayó dentro del lago y murió ahogado.
En el lugar donde cayó
nació una flor a la que llamaron narciso.

Pero Oscar Wilde
ponía fin a la historia de esta manera:

El decía que cuando Narciso murió,
vinieron las Oréiadas -diosas del bosque-
y vieron el lago transformado,
de un lago de agua dulce,
en un cántaro de lágrimas saladas.
-¿Por qué lloráis?- preguntaron las Oréiadas.
-Lloro por Narciso, - respondió el lago.
-Oh, no nos extraña que lloréis por Narciso
-prosiguieron diciendo ellas-.
Al fin y al cabo,
a pesar de que todas nosotras
le perseguíamos siempre
a través del bosque,
vos erais el único
que tenía la oportunidad
de contemplar de cerca su belleza.

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-Entonces, ¿era bello Narciso?- preguntó el lago.
-¿Quién sino vos podría saberlo?-
respondieron, sorprendidas, las Oréiadas-.
Después de todo,
era sobre vuestra orilla
donde él se inclinaba todos los días.
El lago quedóse inmóvil unos instantes.
Finalmente dijo:
-Lloro por Narciso,
pero nunca
me había dado cuenta
de que Narciso fuese bello.
-Lloro por Narciso
porque cada vez
que él se recostaba sobre mi orilla
yo podía ver,
en el fondo de sus ojos,
mi propia belleza reflejada. Oscar Wilde
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