76 Williar S. Maltby
La conquista de México
En 1519, Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba, pidió
permiso al monarca para enviar una expedición a la tierra firme ame-
ricana, donde se tenían noticias de que existía una civilización mucho
más rica que ninguna de las encontradas hasta entonces. Dictó que
fuera Hernán Cortés el que la dirigiera. Cortés, de treinta y tres años
y perteneciente a una respetable familia extremeña, se había trasla-
dado a Cuba a los diecinueve, distinguiéndose en diversos puestos de
rango inferior. De inmediato, sin esperar a que llegara la autorización
regia, Cortés se embarcó ilegalmente junto a 600 hombres, 16 caba-
llos y 14 piezas de artillería para someter al imperio azteca.
Durante 1.500 años, el valle de México había estado ocupado por
diversas culturas avanzadas: olmecas, teotihuacanos y toltecas. El
término azteca alude al grupo de ocho tribus de habla náhuatl que
lo habitaban en la época de la Conquista. La más poderosa era la de
los mexicas, inicialmente una tribu seminómada del norte que, des-
pués de muchas vicisitudes, había adoptado la cultura tolteca, asen-
tándose en una isla del lago Texcoco, A comienzos del siglo xv, los
mexicas formaron una confederación con dos de las tribus vecinas
y conquistaron el resto del valle. A la llegada de Cortés, los aztecas,
que en total debían de ser 1,5 millones de personas, gobernaban o
sometían al pago de tributos a una población de como mínimo 5 mi-
llones (agunos cálculos dan cifras mucho mayores). Su capital isleña,
Tenochtitlán, tenía más de 200.000 habitantes, siendo por tanto más
populosa que ninguna ciudad de la Europa del momento. Los espa-
ñoles, que pensaron que era la más hermosa del mundo, la compara-
ron con Venecia, pero viéndola más grande y espléndida.
Para conquistar ese imperio fueron precisas astucia, crueldad, va-
lor y suerte. Los aztecas eran guerreros que llevaban más de un siglo
aterrorizando a sus vecinos. Al iniciarse la campaña, su ejército era
lo suficientemente grande como para haber arrasado a la fuerza espa-
ñola, a pesar de la superioridad tecnológica y organizativa de los eu-
ropeos. En consecuencia, Cortés se alió con los totonacos y los tlaxca-
lanos, pueblos vecinos que, tributarios de los aztecas, cuyo dominio
aborrecían, sin embargo habían conservado sus ejércitos. Puede que
los aztecas, pese a todo, hubieran podido derrotar a toda esa fuerza
combinada, pero Moctezuma, sin presentar gran resistencia, permi-
tió que Cortés penetrara en el núcleo de su imperio, quizá creyendo,