Mi narrativa pedagógica En los libros encontré mi refugio, y en sus historias descubrí un corazón ávido por enseñar. Aún recuerdo cómo formaba en fila a mis osos y muñecas para darles clases de todo lo que aprendía en la escuela. Yo repetía con entusiasmo lo que escuchaba, como si aquel pequeño salón improvisado fuera ya el inicio de un destino. Mi maestra Laura, de primer grado, era risueña… creo que demasiado. Su risa, clara y sonora, podía reconocerla incluso a la distancia, cuando conversaba con otras maestras. La recuerdo vestida de azul, con su cabello castaño y ondulado, los labios de un rosa tenue y, sobre todo, con la paciencia infinita con la que me enseñaba a mejorar mis letras. Más que cualquier corrección, lo que me transmitía era cariño. Me encantaba que se sentara a platicar conmigo y pasar mis horas de recreo bajo el cobijo de su presencia. También guardo en mi corazón a su esposo, mi querido maestro Hilario, quien fue mi maestro en tercer grado. Recuerdo con claridad la vez que nos pidió redactar un texto sobre cómo habíamos vivido la Navidad. Yo, como casi siempre, inventaba mundos imaginarios. Tal vez porque necesitaba refugiarme en ellos para afrontar lo trágico de haber perdido a mi padre a los diez años, una figura tan fundamental en mi vida. Todavía puedo visualizar aquel día como si acabara de suceder: regresé a la escuela con las lágrimas escondidas, y mi maestro, al percibir mi tristeza, me abrazó con ternura. Me consoló y me dijo que todo estaría bien, que mi papá, desde el cielo, mandaría ángeles para cuidarme. Y así fue. Porque él mismo se convirtió en ese ángel que me devolvió el sentido de pertenencia, que convirtió la escuela en mi refugio, en un espacio donde aprendí que la educación también puede sanar. Desde entonces, se alimentó aún más mi deseo de convertirme en maestra: la maestra Sarita. Aquella que soñaba con enseñar a leer y a escribir, pero sobre todo, con llenar de amor los corazones de sus niños. Porque entendí, desde mi propia historia, que el aprendizaje florece más hermoso cuando está regado con ternura y cuidado.