Quien ama á Cristo es mi hermano: lo que yo miro es su amor, no su
símbolo. Agustin Crisóstomo, Gerson, Melachthon, Jeremias, Taylor,
Bunyan, Fenelon, Law, Channing, hé ahí los soldados de ese ejército
divino. Qué me importa su rejimiento? Su bandera es la mia, la
bandera de la verdad.
—Bravo! Naaman, dijo Truth, apoyando su mano en el hombro del
jóven ministro; convertidme á ese pagano.
—Vos, sereis el pagano, esclamé yo. Pienso que aqui no hay mas
cristiano que yo, ó si os parece mejor, mas católico, en la verdadera
acepcion de la palabra. Al paso que vosotros destrozais la relijion,
abandonándola á todos los caprichos, solo yo, fiel á los viejos y
sólidos principios, quiero un símbolo único que sea la ley de los
espíritus; y para mantener esa ley de verdad llamo en mi socorro el
brazo secular.
—No os lo decia, carísimo Naaman, repuso Truth riéndose. Es un
pagano de la decadencia, uno de esos adoradores de la fuerza que
se imajinan que la verdad se decreta, ni mas ni menos que como se
borronean leyes.
—No soy tan ridículo, contesté yo á mi vez, un poco alterado. Yo
tambien amo la verdad, pero no soy ciego como los utopistas. Para
ellos la libertad es una panacea universal que en todas partes cura el
mal y el error; la esperiencia me ha hecho menos confiado. El
mundo no es una academia de filósofos, discutiendo tranquilamente
las mas temerarias tésis; el pueblo, esa hidra de infinitas cabezas, es
un conjunto de criaturas débiles, ignorantes, locas, perversas,
criminales; para contenerlo y dirijirlo se necesita un freno. Ese freno
es la relijion, sostenida, impuesta por una autoridad exterior. Si el
poder no se encarga de la causa de la Iglesia, se acabó el
cristianismo; la sociedad queda entregada al ateismo, á la anarquia,
á la revolucion. Hé ahí señores, por qué razon creo en la necesidad,
qué digo! en la santidad de la fuerza, puesta al servicio de la verdad.
Soy pues un pagano, á la manera de San Agustin, de Bossuet, y de
tantos otros cristianos exelentes, sin hablar de vuestro Calvino; pido