Son perseguidores consigo mismos, perfeccionistas, exitosos laboralmente,
son buenos académicos, directores, científicos; todo lo que exija precisión,
perfección, racionalidad, será trabajo apropiado para ellos.
Dan la impresión de estar bajo control, les encantan los retos y las metas;
son críticos empedernidos, les gusta competir, medirse con otros, que es otra
manera de ser injustos consigo pues no pueden ver que alguien sea mejor en
algo, eso los hace sentirse en desventaja y se hacen más perseguidores.
Estas personas aprendieron que si son perfectas, son mejores que los
demás. Tienen autoridad sobre otros, derecho a decir cómo deben ser las
personas. Son más buenas que el resto, y esto les otorga el “palo” para
aleccionar, dirigir, descalificar, criticar. Muchos entrenadores, líderes
espirituales y terapeutas son personas con esta herida, todos parecen
perfectos, correctos, hacen el bien, son ordenados, se proponen metas y las
cumplen; son morales, tienen un alto sentido del deber y del bien, pero no
disfrutan la vida.
Para ellos todo es ganar control de la vida, son perfectos con hábitos
castrantes que no les permiten equivocarse y aceptar su humanidad
imperfecta. Piensan que el crecimiento es ganar control sobre nosotros, ser
perfectos, justos y buenos sin contemplar si en verdad yo los necesito y si ese
control es para mí la felicidad.
El error más grande de la persona con esta herida es la injusticia
autoimpuesta. Esa incapacidad de darse el derecho a equivocarse, a ser libre,
sentir, o ser siempre bueno, la incapacita para la felicidad. Cabe destacar que
es muy raro que una persona con esta herida busque ayuda porque, en
general, siente que es perfecta y que todo lo puede hacer sola. Una paciente
vivía en soledad y vacío tan desconcertantes que tuvo que ir a terapia. Ella
decía: “Tengo todo, la gente me aprecia, tengo trabajo, mis hijos son buenos,
no tengo problemas de ningún tipo, ¿por qué no soy feliz?, ¿por qué siento
como si no pudiera apreciar lo que tengo, que ante los ojos de cualquiera es
perfecto?”
Eso pasa cuando desconectamos al niño, al sentir, hacemos todo lo
correcto sin percibir la alegría de vivirlo. Como mencioné, es difícil que esas
personas busquen ayuda, pero cuando acuden a terapia, primero ponen a
prueba al terapeuta. Necesitan saber si es un experto en la materia y tiene
autoridad para decirles qué les pasa. Una vez que se pasa la prueba, son
pacientes muy abiertos y amorosos. Les gusta sentir el afecto del terapeuta.
La terapia con una persona con esta herida no debe incluir nuevos deberes y